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FIESTA DE PENTECOSTES

ORIGEN DE LA FIESTA
Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días
después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el
sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a
Moisés.
En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y
recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería
de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo
estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos
y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.
La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la
fiesta de Pentecostés.
En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de
Pentecostés.

LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO


Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles:  “Mi Padre os dará
otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” .
Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes;
pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les
enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” .
Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa:  “Les conviene que
yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas tengo todavía que
decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os
guiará hasta la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están por venir”  .

En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la


Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos
la fiesta de Pentecostés.

La promesa del Espíritu Santo


Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les
dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de verdad,
a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo
conocen, porque está con ustedes y permanecerá en ustedes.
En adelante el Espíritu Santo, el intérprete que el Padre les va enviar en mi
Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he
dicho.
(Jn. 14, 15-17.26)
Cuando venga el protector que les enviaré desde el Padre, por ser Él el Espíritu
de verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí. Y ustedes también
darán testimonios de mí, pues han estado conmigo desde el principio.
(Jn. 15, 26-27)

Pero es verdad lo que les digo: Les conviene que yo me vaya, porque mientras
yo no me vaya el Protector no vendrá a ustedes. Yo me voy, y es para
enviárselo.
Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la
verdad.
Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les
anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y
yo seré glorificado por él.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío
para revelárselo a ustedes.
(Jn 16, 7.13-15)

• Se explica:

Jesús prometió a sus apóstoles que nunca los dejaría solos, por eso envió un
protector, que es el Espíritu Santo: una fuerza que los ayudaría a
comprender la voluntad de Dios y los animaría a seguir con la misión que Él
les encomendó.
Al Espíritu Santo también se le llama “Espíritu de la Verdad”, “Espíritu de
Dios”, “Espíritu de la promesa”. El Espíritu Santo los acompañaría siempre y
los impulsaría a comunicar el mensaje de salvación a todos los hombres.
Ahora, nosotros no estamos solos en el mundo, porque el Espíritu Santo nos
acompaña para que demostremos con nuestras actitudes que conocemos y
seguimos a Jesús, eso es dar testimonio.
Al igual que Él, debemos cumplir lo que prometemos, de esta manera las
personas seguirán confiando en nosotros.

• Escuchan como vino el Espíritu Santo (Hechos de los Apóstoles)

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo


lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de
viento, que llenó toda la casa donde estaban y aparecieron unas lenguas
como de fuego que se repartieron y fueron pasándose sobre cada uno de
ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Habían
llegado a Jerusalén judíos de todas las naciones y cada uno los oía hablar en
su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados. (Hc 2, 1-6)

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