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C
risto como el Mesías o ungido de Dios es el Siervo sufriente de la pro-
fecía bíblica (Isaías 52:13-53:12). En el presente capítulo, sin embargo,
utilizamos la expresión «siervo sufriente» (con minúscula), para refe-
rirnos a Jeremías en el cumplimiento de su misión profètica como
siervo enviado de Dios. Todos los hijos de Dios somos llamados a ser «siervos
sufrientes», a portar la cruz de Cristo y a participar de sus sufrimientos. Se nos
concede no solo que creamos en Cristo sino también el honroso privilegio de
que padezcamos por él (véase Filipenses 1:29). De hecho, seremos «herederos
de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él»
(Romanos 8:17).
Jeremías fue un siervo sufriente. Ante el Dios que lo había llamado y envia-
do exclamó: «¡Me sedujiste, Jehová, y me dejé seducir! ¡Más fuerte fuiste que yo,
y me venciste! ¡Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí!» (Jere-
mías 20:7). En estas palabras Jeremías declara que su oficio profètico no fue
resultado de un deseo personal; no fue su propia elección; fue la iniciativa di-
vina que Jeremías quiso evitar pero no pudo. Reconoce también que, finalmen-
te, él cedió ante el llamamiento divino y que como consecuencia ahora sufre
por cuanto todos, en vez de aceptar su mensaje, se burlan y se ríen de él. Y
como sabemos y veremos, su sufrimiento no fue tan solo mental sino también
físico.
La vida de fe no es fácil. A los cristianos, el sufrimiento nos está asegurado
por cuanto «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padece-
rán persecución» (2 Tim. 3: 12). No obstante, nuestra fe en las promesas de
Dios, juntamente con nuestra visión del gran conflirto cósmico, nos ayudarán a
enfrentar las dificultades y a perseverar ante todo aquello que por ahora no
podamos entender.
54 EL DIOS DE JEREMÍAS
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al mismo Señor que los rescató. Esto les traerá una pronta destrucción» (2 Pe-
dro 2:1, NV1).
2. Procuran hacer mercadería de los fieles para su beneficio y ganancia perso-
nales (versículo 3).
3. Tienen los ojos llenos de adulterio y seducen a las personas inconstantes
(versículo 14).
4. Sus enseñanzas prometen libertad pero ellos mismos viven en una corrupción
que los mantiene esclavizados (versículo 19).
5. Por haberse alejado de la pureza del evangelio terminarán apartándose de la
verdad y volviéndose a las fábulas (2 Timoteo 4:4).
El liderazgo de sacerdotes, profetas, y reyes, como vimos en el capítulo anteri-
or, fue tenido por el Dios de Jeremías como grandemente responsable por la
suerte de Jerusalén y de toda la nación (véase Jeremías 32:32).
El Dios de Jeremías es un Dios que fortalece a sus siervos para enfrentar los
grandes desafíos que tienen que confrontar en el cumplimiento de su misión. Le
dijo a su siervo: «Yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como co-
lumna de hierro y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes
de Judá, sus autoridades [incluían a los profetas], sus sacerdotes y el pueblo de
la tierra» (Jeremías 1:18). «Tú, pues, ciñe tu cintura, levántate y háblales todo
cuanto te mande. No te amedrentes delante de ellos, para que yo no te ame-
drente en su presencia» (versículo 17).
El Señor envió a Jeremías con una esperanza en su gran corazón de amor:
«Quizá escuchen y se vuelva cada uno de su mal camino; entonces me arrepen-
tiré yo del mal que pienso hacerles por la maldad de sus obras» (26:3). ¡He aquí
un Dios dispuesto a perdonar! Sin embargo, «los sacerdotes, los profetas y todo el
pueblo oyeron a Jeremías hablar estas palabras en la casa de Jehová. Y cuando
terminó de hablar Jeremías todo lo que Jehová le había mandado que hablara a
todo el pueblo, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo le echaron mano,
diciendo: "¡De cierto morirás!"» (versículos 7, 8). No hay duda, el Dios de Jere-
mías era el Dios de un siervo sufriente.
Jeremías en el cepo
A Jeremías se le prohibió entrar a los predios del templo. Él desafió la pro-
hibición y el sacerdote Pasur, airado, lo arrestó, lo hizo azotar, y lo puso en el
cepo. En tiempos antiguos los cepos eran instrumentos de castigo construidos
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¡Maldito el día!
El Registro Sagrado difiere de los escritos biográficos seculares, los cuales
comúnmente «maquillan» a sus héroes o personalidades principales, magnifican
sus virtudes y ocultan sus yerros y debilidades. La Biblia, en cambio, presenta a
sus personajes tal como son. Nos habla de sus fortalezas pero no oculta sus de-
fectos, independientemente de quiénes sean. Esta es una prueba de su inspira-
ción; de que Dios es su verdadero Autor y no meramente el ser humano.
El Dios de Jeremías es perfecto. Jeremías no lo era; y la Biblia así lo revela. Je-
remías 20:14-18 es uno de esos pasajes en los cuales se presenta el estado mental
del profeta con relación a su situación personal. En el pasaje, Jeremías maldice
el día en que nació, pide que ese día no sea bendecido y en su maldición inclu-
ye al hombre que dio a conocer la noticia de su nacimiento. Desea haber muerto
en el vientre de su madre y lamenta haber sido dado a luz para ver trabajo y do-
lor y para que sus días terminaran en vergüenza. Estas expresiones nos muestran
que Jeremías no era un superhombre sino un ser humano como cualquiera de
nosotros; que en ocasiones tenía que hacerle frente a la presión de sus emocio-
nes y en su fragilidad humana no podía menos que darle expresión a sus senti-
mientos. Consuela pensar que si este era el caso con un profeta, entonces hay
esperanza para nosotros.
Podemos notar que las expresiones de Jeremías en el pasaje aludido son muy
similares a las proferidas por Job; aunque Job se extiende más que Jeremías en
sus imprecaciones. Pero hay una diferencia significativa entre los dos. Job igno-
raba la verdadera causa de sus padecimientos mientras que Jeremías conocía el
origen de los suyos: el llamado ineludible de Dios y la carga de la misión que le
había encomendado. El Dios de Jeremías entendía a su siervo, y al preservarle su
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oficio, lo honró con la misma confianza con que había honrado a Job.
El Dios de Jeremías nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros
mismos y, sin embargo, nos ama. Cada vez que nos sintamos amedrentados por
las fortalezas que observamos en otras personas y confundidos por nuestras debi-
lidades, recordemos al Dios de Jeremías. Nos comprende y no nos condena sino
que nos acepta como somos y perfecciona su poder en nuestra debilidad (2
Corintios 12:9). Así que, recordando al siervo sufriente Jeremías, podemos decir
con Pablo: «Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me
gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angus-
tias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (versículos 9, 10).
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Referencias
1
Daniel Scarone, Credos contemporáneos (Medellín: Litografía Icolven, 1991), pp. 29, 30.
2
Ver Diccionario bíblico adventista, «Cepo».
3
Richard R. Losch, All the People in the Bible (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 2008), p. 332.
4
New International Version Compact Dictionary of the Bible; «Pottery, Potter».
5
Lewis Sperry Chafer, Systematic Theology, edición abreviada en 2 volúmenes, (Wheaton, Illinois: Victor
Books, 1984), t. l, p. 142.
6
Millard J. Erickson, Christian Theology, ed. abreviada. (Grand Rapids, Michigan: Baker, 1990), p. 276.
7
Chafer, t. 1, p. 144.