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Clase 8/ Semana del 21 de octubre/ Peronismo, economía y sociedad.

octubre 22, 2021

 "Curso Patrimonio Arquitectónico Argentino”, CLASE Nº 19: La arquitectura de


estado del primer peronismo (1945-1955) Arquitecto, Alberto Petrina"

https://youtu.be/EuWqI8X8XI0

(Si ese video no lo encuentran con el enlace de you tube aquí hay otro modo de acceder.

Facebook de la  Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes


Históricos CLASE Nº 19 del Curso de Patrimonio histórico : JUEVES 6 DE AGOSTO de 2020

La arquitectura de estado del primer peronismo (1945-1955) Alberto Petrina

 6 de agosto de 2020
 Reportajes a Juan D Perón año 1971, Puerta de Hierro, Madrid.La economía de su primer gobierno. · 

https://youtu.be/OFX47QLcOZE

https://youtu.be/OOPTubxQ5Zs

La economía peronista (1946-1955)


     Profesor Sergio R. Gamboa. 
     Mensaje de Navidad de 1951. Eva Duarte de Perón.
    
     "Yo se que dentro de muchos años, cuando esta misma noche los argentinos se dejen
acariciar
por el recuerdo y retorne sobre sus alas al pasado llegarán a estos años de nuestra vida y
dirán melancólicamente: Entonces éramos felices.  Perón está con nosotros. Porque la
verdad, la indudable verdad es que todos somos ahora mas felices que antes de Perón."

Introducción

Según un informe de la consultora norteamericana Armour Reseach Foundation


producto de una investigación sobre la industria nacional y su desarrollo futuro entre
1937 y 1939, una de las conclusiones a la que llegó fue el reconocimiento de los bajos
salarios de los trabajadores argentinos.  Un obrero argentino ganaba la mitad que su par
británico y un tercio de lo que ganaba un obrero norteamericano. 

 
     El trabajo estadístico agregaba que los trabajadores argentinos tenían un acceso
restringido a los bienes de consumo durable, de hecho un obrero local lograba adquirir
apenas entre un tercio y un cuarto de las prendas de vestir de un obrero de EEUU del
mismo rango, una máquina de coser era tres veces más cara y una radio costaba siete
veces más. El informe aseveraba que para mantener  bajos los costes de producción, los
industriales argentinos pagaban salarios bajos, lo que implicaba ventas limitadas y, por
consiguiente, un escaso desarrollo industrial. La industria nacional necesitaba
modernizarse incorporando tecnología y producir en masa, a su vez ese desarrollo
dependía del consumo masivo de productos industriales que era imposible con salarios
tan bajos.

   Menos de una década después la prensa sintetizaba un clima de época que quedó
inscripto en la memoria del pueblo como “los años dorados del peronismo”, un tiempo
de logros y conquistas de la clase trabajadora: “en 1947 el periódico Ahora afirmaba:
“La Argentina es el país donde la vida cuesta menos y el obrero gana más” y la
revista Mundo Argentino afirmaba: “El nivel de vida de los trabajadores argentinos es el
más alto del mundo”” [1]

  Ante el perentorio fin de las condiciones favorables debido a la Segunda Guerra


Mundial, se comenzaron a discutir en distintos grupos de poder el futuro de la industria
nacional y las soluciones a los problemas precisados por la consultora Armour. La
visión triunfante, entre otras propuestas, implicaba un plan de crecimiento basado en la
industrialización nacional orientada al consumo interno y al aumento del poder
adquisitivo y de consumo  de los trabajadores.

 “Icono del bienestar social, el consumidor de clase trabajadora fue el eje del proyecto
peronista de industria nacional y pleno empleo basado en la expansión de la demanda y
orientado a la independencia económica. La participación sin precedentes de los
sectores de menores ingresos en el mercado de consumo se convirtió en un emblema de
la justicia social peronista, cuyo objetivo fue mejorar la calidad de vida de los
trabajadores mediante una combinación de salario mínimo, sindicalización, regulaciones
laborales y programas de asistencia social, la promoción del consumo obrero no
dependió sólo de aumentos salariales y precios fijos, sino también de una nueva manera
de entender el derecho del consumidor a acceder a productos confiables e información
honesta sobre estos.”[2]

 La Argentina y el Mercado Mundial

  Durante la Segunda Guerra Mundial, la Argentina había soportado transformaciones


en su estructura económica. El país fue beneficiado por la suba de los precios mundiales
de sus productos de exportación, sin embargo el volumen de los mismos se había
reducido año tras año. Se constató que el sector primario había dejado de ser el motor
impulsor de la economía; en su reemplazo, la industria manufacturera se había
convertido en el sector más dinámico. Hacia 1943 por primera vez la industria superaba
en la composición del PBI al sector primario.

  La guerra había aislado al país de la corriente de intercambios. La escasez de


productos manufacturados aceleró la industrialización por sustitución de importaciones.
No obstante, entre otros inconvenientes la industria nacional debió sobrellevar tensiones
que provenían de la falta de combustible, insumos y la incapacidad de importar bienes
de capital. Ello traía aparejado que las maquinarias y los equipos instalados hubieran
sido utilizados intensivamente en el sector de los transportes, la producción de energía,
el agro y la industria.

  Atrás, en el tiempo, habían quedado las indulgencias del comercio multilateral y del
patrón oro, conducidas por el dominio mundial británico. En 1945, Juan D. Perón hizo
una lectura de la posguerra que partía de considerar que en aquella no había habido un
vencedor claro, y más acentúo esa visión cuando tres años después, los gobiernos de
coalición fracasaron irremediablemente y dieron lugar al inicio formal de la Guerra Fría
entre los EE.UU y la URSS.

 “No creyó Perón en la creación de un nuevo orden económico internacional, basado en


la libre convertibilidad de las monedas y en el restablecimiento del comercio
multilateral. Esas promesas habían surgido de la Conferencia de Bretton Woods, cuyo
objetivo había sido diseñar instituciones y políticas que evitaran los errores cometidos
en el Tratado de Versalles  durante el periodo de entreguerras, errores que acabaron por
dejar sin un manejo unificado y coherente al sistema de pagos internacionales al
pretender una reedición del patrón oro que había funcionado con éxito hasta
1914.”[3] Así, la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco
Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), el Acuerdo General sobre Tarifas y
Comercio (GATT),  buscaban revertir el posible bilateralismo comercial de la posguerra
hacia un multilateralismo del comercio mundial, limitando barreras arancelarias y
paraarancelarias.

“Lo cierto es que ninguna de estas instituciones cumpliría en el futuro inmediato la


misión que se les había encomendado. El fracaso del FMI obedeció a la combinación de
dos factores: por un lado, la gran escasez de dólares que afectó tanto a Europa
Occidental como a Japón y cuya contrapartida fue la abundancia de dólares en los
Estados Unidos, que para 1945 llegaron a poseer dos tercios del stock del oro monetario
mundial; por otro lado, el propio triunfo de la posición norteamericana en Bretton
Woods trajo como resultado insuficiencia de efectivo con que fue dotado  inicialmente
el organismo. El caso del BIRF fue similar: nació prácticamente sin fondos. En cuanto
al GATT, muy pronto mostró su incapacidad para combatir el bilateralismo, al tiempo
que debió permitir la vigencia de una fuerte batería de subsidios y protecciones en el
sector agropecuario de los países europeos.”[4]

  Las dificultades cada más mayores en las economías de posguerra más la combinación
con el crecimiento electoral del comunismo impulsaron una revisión de EEUU de sus
políticas ahorrativas y empezó acrecentar su rol de líder del naciente bloque occidental
formado como alianza militar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN). También en 1947 el Secretario de Estado George Marshall, bajo la
administración del presidente Harry Truman imaginaron un programa esencialmente
financiero para recuperar la capacidad productiva de Europa Occidental.

  Hacia el año  1945 no se sabía si la economía internacional iba o no a una integración


monetaria y comercial. Lo que si sabía Perón, por ejemplos extranjeros palpables, era
que la ampliación de los roles del Estado eran moneda corriente para salir del atolladero
de la crisis de posguerra. Así Francia, Inglaterra, EEUU adoptaron prácticas de
regulación estatal en distintas áreas de la economía, desde la regulación de la
producción hasta la gestión de las empresa de servicios, convertir al Estado en un
verdadero empresario.  “Las guerras, la depresión y en muchos países el atraso
económico, eran los factores convocantes de la actividad del Estado. El desempleo y la
pobreza no eran ya calamidades naturales e inevitables, sino problemas políticos  que
debían ser resueltos con instrumentos que sólo los gobiernos tenían a mano.”[5] En el
año 1944, dependiente de la vicepresidencia de la Nación y presidido por el coronel
Juan Perón, se creó el Consejo Nacional de Posguerra, donde se encontraban
representados distintos grupos de opinión pública y de interés. Respondió a un espíritu
de época marcado por la experiencia del New Deal en los EEUU, la planificación
soviética y a las fracasadas del fascismo y nazismo.

 “La Gran Depresión y los procesos de industrialización a los que dio lugar en los países
periféricos y la influencia de las ideas keynesianas, con preocupación en el pleno
empleo, jugaron un papel destacado. La guerra misma y la formación militar de Perón,
daban un contenido estratégico a la formulación de planes económicos y sociales de
mediano plazo, que se traducirían a partir de 1946 en los dos planes quinquenales de los
gobiernos peronistas.”[6]

  Si bien las conclusiones del Consejo Nacional de Posguerra buscaron dar respuestas al
proceso de industrialización por sustitución de importaciones acelerado por la crisis
económica internacional y la guerra, involucraba distintas cuestiones: que la relación
con Gran Bretaña como abastecedor de bienes manufacturados a cambio de bienes
primarios propio del modelo agroexportador, había terminado; la constatación de que el
desarrollo industrial no podía detenerse, pero presentaba dificultades a las se debía
buscar soluciones (cierto tipo de producciones habían crecido en el marco de la crisis y
la guerra, pero que vuelta a la normalidad en las relaciones comerciales y económicas
serían ineficaces y podrían desaparecer); la existencia de fuertes grupos de interés que
defendían sus beneficios en función de la expansión industrial, como la Unión Industrial
Argentina (UIA) y otros grupos representativos.

  La afirmación  que la mayoría de las industrias nacidas al amparo de la Gran


Depresión y la guerra se especializaron en la producción de  bienes de consumo final,
con la necesidad apremiante de conseguir equipos y materiales importados, porque no
estaban dadas las condiciones para implementar un conjunto de industrias de base que
hubieran permitido una solución integral; la creciente conciencia en algunos sectores del
ejército que era una necesidad estratégica la promoción de industrias de bienes de
capital, como la siderurgia; que el proceso de industrialización se basó en la utilización
de los equipos al máximo de su capacidad y con maquinarias obsoletas que ameritaban
una modernización luego de la guerra; el conocimiento que la estructura industrial se
apoyaba en el trabajo intensivo  y que el desmantelamiento de una parte del sector podía
generar altos índices de desocupación.

 Primer Plan Quinquenal (1947-1951)

  Al llegar al gobierno, Juan D. Perón y su equipo económico, sobre la base de los


estudios realizados por el Consejo Nacional de Posguerra, delinearon el Primer Plan
Quinquenal de Gobierno, que debía establecer la orientación económica del país en el
periodo 1947-1951. El mismo expresó una política nacionalista y estatizante que se
halló en armonía con las directrices existentes en el mundo. El New
Deal norteamericano, programa económico y social del presidente Roosevelt,
inaugurado en los años treinta, en el que el Estado jugaba un rol protagónico era un
ejemplo a imitarse. El laborismo inglés en la posguerra, “había lanzado una política de
nacionalizaciones mucho más amplia aún que en la Argentina y en otros países
latinoamericanos y europeos, pues comprendía el Banco de Inglaterra, el sector minero
y un amplio espectro de empresas de servicios y productivas.”[7] México había
nacionalizado unos años antes su industria del petróleo. E inclusive entre las fuerzas
opositoras en Argentina también se sostenía la necesidad de implementar planes acordes
al tiempo que se vivía.

  Entre los puntos esenciales del Primer Plan Quinquenal se planteó: la transformación
de la estructura económico-social a través de la expansión industrial; la reducción de los
factores de vulnerabilidad externa por el rescate de la deuda externa pública y privada y
la nacionalización de los servicios públicos; la elevación del nivel de vida de la
población mediante la redistribución de la riqueza y un plan general de obras y servicios
públicos referidos a sanidad, educación y viviendas; el empleo de parte de las ganancias
conseguidas por los términos de intercambio muy favorables que gozaba el país, junto
con las reservas de oro y divisas acumuladas durante la guerra; el mantenimiento de una
política nacionalista frente a los organismos internacionales de la posguerra; una amplia
movilización de los recursos nacionales, la aceleración de la capitalización industrial, el
fomento de la creación de un importante mercado de consumo interno y máxima
utilización de la fluidez brindada al sistema bancario.

  En marzo del año 1946, el gobierno militar de Edelmiro J. Farrell (1944-1946), a


instancias del equipo económico peronista, dispuso la nacionalización  del Banco
Central y de los depósitos  en manos de las instituciones crediticias privadas. Asimismo,
puso bajo la dirección del Banco Central a los bancos de la Nación, Hipotecario
Nacional y de Crédito Industrial y a la Caja Nacional de Ahorro Postal. De tal forma, se
permitía de esta manera, una mayor autonomía en el manejo de la política monetaria y
crediticia.

  Entre los puntos esenciales del Primer Plan Quinquenal se planteó: la transformación
de la estructura económico-social a través de la expansión industrial; la reducción de los
factores de vulnerabilidad externa por el rescate de la deuda externa pública y privada y
la nacionalización de los servicios públicos; la elevación del nivel de vida de la
población mediante la redistribución de la riqueza y un plan general de obras y servicios
públicos referidos a sanidad, educación y viviendas; el empleo de parte de las ganancias
conseguidas por los términos de intercambio muy favorables que gozaba el país, junto
con las reservas de oro y divisas acumuladas durante la guerra; el mantenimiento de una
política nacionalista frente a los organismos internacionales de la posguerra; una amplia
movilización de los recursos nacionales, la aceleración de la capitalización industrial, el
fomento de la creación de un importante mercado de consumo interno y máxima
utilización de la fluidez brindada al sistema bancario.

  En marzo del año 1946, el gobierno militar de Edelmiro J. Farrell (1944-1946), a


instancias del equipo económico peronista, dispuso la nacionalización  del Banco
Central y de los depósitos  en manos de las instituciones crediticias privadas. Asimismo,
puso bajo la dirección del Banco Central a los bancos de la Nación, Hipotecario
Nacional y de Crédito Industrial y a la Caja Nacional de Ahorro Postal. De tal forma, se
permitía de esta manera, una mayor autonomía en el manejo de la política monetaria y
crediticia.
 

        

    La reforma bancaria  incluyó la creación del Instituto Argentino para la Promoción y


el Intercambio (IAPI), que monopolizaría el comercio de exportación de cereales y, en
menor medida, la de los productos pecuarios. Además de estas funciones, el IAPI
agregaría otras como el control de las importaciones de materias primas y equipos para
el agro y la industria.  “La Argentina había estado ahorrando en exceso y disponía de un
sobrante de divisas; era, por lo tanto, una invitación a gastar, fuera para consumir, fuera
para invertir, fuera para repatriar deuda.”[8]

 La expansión del Estado como empresario y proveedor de servicios públicos

  La nacionalización de empresas tuvo un papel clave entre los objetivos planteados en


el Plan. Por ejemplo, en 1945 se nacionalizó el servicio de gas de la Capital Federal y,
entre los años 1947 y 1948 el Estado Nacional compró varias compañías de gas de la
provincia de Buenos Aires y extendió la red con nuevos centros de distribución
intentando transformarla en un servicio social rebajando las tarifas en un 30%. Para
abastecer a los grandes centros urbanos (sobre todo Buenos Aires) se construyó un
gasoducto desde Comodoro Rivadavia, con un recorrido de 1700 km.

   En el caso del sector telefónico, en 1946 empresa The United River Plate Telephone
Company Ltd., subsidiaria de la norteamericana ITT pasaba a manos del Estado por la
suma de 95 millones de dólares, con un convenio por el cual ITT se comprometía a
proveer asistencia técnica y materiales de renovación por el lapso de diez años.En
diciembre del año 1946 fueron adquiridos por el Estado los ferrocarriles de capital
francés.  En febrero del año 1947, las compañías ferroviarias británicas y sus
propiedades fueron nacionalizadas por un valor de 150 millones de libras esterlinas. Los
mismos no fueron pagados con saldos acumulados durante la guerra, sino mediante la
exportación de productos primarios en el marco del convenio de los Andes firmado en
1948. Las nacionalizaciones se extendieron a las usinas de electricidad de propiedad
norteamericana de los grupos ANSEC y SUDAM, a las empresas de navegación aérea
(que fueron  unificadas en el año 1949 en la compañía Aerolíneas Argentinas), a la
Corporación de Transportes de Buenos Aires y la Compañía de Navegación Dodero,
cuyas embarcaciones fueron transferidos a la Flota Mercante del Estado creada en 1941.

  El sector industrial también fue incluido en al marco de las nacionalizaciones. En 1947


el Estado creó la Dirección Nacional de Industrias del Estado (DINIE), un organismo
que pretendía instalar y controlar industrias de interés para el desarrollo orgánico de la
economía. La DINIE fue creada en principio para incorporar treinta empresas de
capital  alemán (debido a la entrada en la guerra de Argentina enfrentando a las
potencias el Eje en el año 1945),  cuya desaparición fue considerada como perjudicial
para el desarrollo industrial del país, entre las que se contaban  empresas metalúrgicas,
químicas, farmacéuticas, eléctricas y de la construcción. Además, a estas firmas se
agregaron empresas estatales de la década anterior, textiles y químicas y las británicas
(como la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo), que habían sido nacionalizadas juntos
con los ferrocarriles británicos.
    También, el gobierno peronista desarrolló por cuenta del Estado empresas para
desplegar  distintas actividades industriales. Así, por ejemplo la creación en 1947 de la
Sociedad Mixta de Siderurgia Argentina (SOMISA), proyectada por el general Manuel
Savio, presidente de la Dirección General de Fabricaciones Militares. En 1952, el
gobierno dispuso que la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba se transformase en una
nueva empresa: Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME), cuyo
desarrollo tendría un alto impacto en la industria automovilística. Favoreció incluso la
instalación de fábricas de tractores y equipos ferroviarios en los alrededores de la ciudad
de Córdoba.

 “En conjunto, durante el período peronista se expandieron empresas fundadas pocos


años antes, como Fabricaciones Militares (1941), y surgieron otras nuevas del estado.
Entre 1946 y 1953, la participación de las empresas del estado en valor de la producción
industrial y el personal empelado se triplicó, alcanzando el 10 % y el 12 %
respectivamente”[9].La principal ejecución entre las obras públicas proyectadas fue la
construcción del Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Además, de las pistas se
establecieron en sus alrededores, una zona de esparcimiento compuesta por hoteles
infantiles, colonias de vacaciones y grandes piscinas.

 “La movilización de las fuentes naturales de energía desaprovechadas fue, también, uno
de los objetivos fundamentales del nuevo gobierno. Creó, a tales efectos varias
direcciones generales dependientes de la Dirección General de Energía. Entre ellas, la
Dirección Nacional de Centrales Eléctricas del Estado. Se terminaron varios diques en
Tucumán, Mendoza, Santiago del Estero, Catamarca, Río Negro y otras provincias, la
mayor parte con sus respectivas centrales hidroeléctricas. Las obras de mayor
trascendencia fueron los diques El Nihuil, en Mendoza; Los Molinos, en Córdoba;
Florentino Ameghino, en Chubut; Las Pirquitas, en Catamarca y La Florida, en San
Luis. También se instalaron usinas térmicas en distintos lugares del país.”[10]

   En el año 1946 la Dirección General de Combustibles Sólidos y Minerales inició


exploraciones geológicas en Río Turbio, se encontró carbón suficiente como para
sustituir las importaciones provenientes de Gran Bretaña.  Para trasportar el material a
Buenos Aires se construyó un ferrocarril paralelo al Río Turbio  en cuya terminal, Río
Gallegos, se levantó un puerto de aguas profundas.

  En cuanto al petróleo, Yacimientos Petrolíferos Fiscales renovó la flota de buques


tanque mediante la incorporación de nuevos barcos petroleros. Se iniciaron nuevas
exploraciones en Mendoza, Neuquén, Comodoro Rivadavia y Tierra del Fuego
descubriéndose nuevos yacimientos. Pero al limitar YPF su actividad a la prospección,
no se logró incrementar la producción de hidrocarburos, manteniéndose la dependencia
de la importación.

 La política de ingresos

 La característica principal de la política económica del peronismo, sobre todo bajo el
Primer Plan Quinquenal, fue la particular política de ingresos promovida por una
considerable batería de leyes medidas implementadas desde el inicio de la revolución de
1943. Cabe señalar que el objetivo de esa política de ingresos apuntaba a un agresivo
programa de industrialización, pero se consideraba, al mismo tiempo,
 “que el funcionamiento del capitalismo de libre mercado acarreaba una creciente
desigualdad en la distribución de los ingresos que limitaba la demanda, lo que implicaba
una disminución en el ritmo de crecimiento y, fortuitamente, su estancamiento. A
consecuencia de ello se reavivaba el problema del desempleo. A su vez, la desocupación
y un bajo nivel de vida podían generar tensiones sociales, en el marco en el que el
comunismo constituía un peligro latente en expansión. El Estado debía jugar aquí un
papel de especial importancia, estableciendo un conjunto de normas de regulación que
apuntaban a morigerar la lucha entre los capitalistas y asalariados por la distribución del
excedente, evitando por un lado, que una distribución muy asimétrica del ingreso
generara una crisis de subconsumo y, por otro lado, que un aumento excesivo de los
salarios disminuyera las tasas de ganancia de tal manera que redujera ostensiblemente la
inversión y frenera el ritmo de acumulación de capital.”[11]

  El interés en la industrialización y en el sostenimiento de la demanda efectiva se


apoyaba en una política de ingresos que apuntaba en dos direcciones complementarias.
Una dirección era la redistribución del ingreso desde el capital hacia  el trabajo, cuyo
beneficiario directo era la clase obrera, la otra, desde el sector agropecuario hacia
actividades urbanas, que sostenían tanto el salario real, como las tasas de rentabilidad de
los  industriales.

 “La fijación de precios máximos y el retraso progresivo del tipo de cambio contribuían
de manera no menos significativa al proceso de redistribución a favor de los
trabajadores. En este punto tuvo gran influencia durante los primeros años de gobierno
el control de los precios de los productos agropecuarios (en especial el comercio de
granos) por medio del IAPI, que permitía mantener deprimidos los precios de los
alimentos, incrementando el poder de compra de los salarios sin necesidad de
aumentarlos en valor nominal. Así, las nuevas condiciones sociales y los mecanismos de
regulación estatales permitieron un progresivo incremento de los salarios nominales que
superó marcadamente la tasa de inflación. Aunque con discrepancias teóricas, se estima
que el aumento de los salarios reales habría oscilado en torno al 75% entre 1945 y
1949”[12]

 Sin embargo, entre los años  1949 y 1952 el modelo de distribución de ingresos en


favor del sector industrial y los grupos de asalariados urbanos entró en crisis. Debido a
un brote inflacionario, los salarios reales cayeron, los avances en materia de legislación
social se detuvieron, los controles de precios perdieron eficacia, contribuyendo al
aumento de la inflación, entonces el nivel de vida de los trabajadores empezó a
deteriorarse.

  La recuperación económica iniciada en el año 1953 permitió una nueva alza del salario
real. La inflación se atenuó y en el año 1955 los salarios reales todavía superaban en un
64%  a los correspondientes a 1945. La consecuencia política del mejoramiento en las
condiciones de vida y de trabajo de los asalariados fue el fortalecimiento del peronismo,
en general, y del sindicalismo peronista, en particular.

  El poder sindical, la eficacia de las convenciones colectivas y la expansión del trabajo


industrial contribuyeron a acortar las distancias que separaban a los trabajadores
manuales de las clases medias. Las remuneraciones y el estilo de vida se acercaron. He
aquí que una de las características de la redistribución del ingreso peronista fue su
mayor impacto sobre las categorías de menores ingresos. Ese incremento en sus
economías familiares los alejaba de los salarios de subsistencia, permitiendo una
elevación en la calidad de vida y dándole a la política económica un contenido social
más amplio que en varios países subdesarrollados de la época.

  El primer gobierno peronista implementó una política económica que tenía una
impronta muy favorable al sector industrial en menoscabo de las actividades agrícolas,
apoyadas por el manejo de los precios relativos y por las regulaciones del Estado. Las
transferencias de ingresos de las actividades rurales a las urbanas permitían un
incremento de los salarios reales sin afectar de manera importante al sector industrial,
considerado el motor del crecimiento económico del país. Esta política dependió de la
capacidad del sector agrícola para sostenerla, pero gracias a las condiciones favorables
de los precios internacionales de materias primas y alimentos en la coyuntura de la
posguerra  que se encontraban muy por encima de los habituales, le permitió al Estado
apropiarse de manera directa (por medio del IAPI) o indirecta (a través del control de
cambios) de una ganancia extraordinaria. De esa forma, tuvo a su disposición una gran
masa de recursos para producir la redistribución del ingreso y financiar una creciente
afluencia de importaciones sin provocar desarticular el funcionamiento de la economía.
Sin embargo, a partir del año 1949 esas condiciones favorables empezaron a revertirse,
obligando al gobierno a reajustar su estrategia.

 El sector agrario y la creación del IAPI

  Antes que Juan D. Perón ganara las elecciones la relación entre el peronismo y las
corporaciones agrarias, Sociedad Rural Argentina, (SRA), Confederación de
Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa, (CARBAP), eran por demás
tirantes. Además de la promesa electoral de una reforma agraria, a instancias de Perón,
desde la Secretaria de Trabajo y Previsión en  1944,  fue sancionado el Estatuto de Peón
Rural. En este se establecían los derechos de los trabajadores rurales en relación de
dependencia, donde se les aseguraba un salario mínimo que duplicaba el anterior,
implantando remuneraciones por zona, garantizando estabilidad, vacaciones pagas e
indemnizaciones por despido sin causa justificada, asimismo se establecieron normas de
higiene, alojamiento, descanso diario y mensual, alimentación, asistencia médica y
farmacéutica a cargo del empleador. La aplicación de este estatuto, que mejoró las
condiciones sociales y económicas de los trabajadores rurales, resultaba onerosa para
los sectores patronales. Y en sintonía con la SRA y CARBAP, la Federación Agraria
Argentina (FAA), que nucleó a los pequeños y medianos propietarios, se sumaron a los
reclamos, puesto que el encarecimiento de los costos laborales obligaba a excluir de los
trabajadores permanentes e incrementar el empleo de la mano de obra familiar.

  Otra medida, tomada bajo el gobierno de facto, fue el congelamiento de los precios de
contratos de arrendamiento, que afectó sobre todo a los terratenientes arrendadores, lo
que generó, aún sin reforma agraria, cambios en la propiedad de la tierra entre 1946 y
1948. Como consecuencia de la guerra, los principales países beligerantes se
abastecieron de alimentos, sobre todo de granos, a través de organismos estatales de
compra, en forma conjunta o individual con otros países aliados. Finalizada la
conflagración mundial, mientras subsistía una gran escasez de productos primarios, una
creciente inflación empezó a elevar los precios de los productos manufacturados.

 “Así, las principales potencias decidieron continuar su política de adquirir en la forma


referida los productos primarios, dejando fuera de control los precios de los productos
industriales. Frente a este virtual monopolio, no compensado por el equitativo acceso a
productos que se ofrecían en intercambio, la Argentina creó su propio monopolio estatal
de venta, actitud estimulada por otros proveedores mundiales como Canadá, Australia y
los EE.UU.”[14]

  El organismo que cumplió esa función en la Argentina peronista fue el IAPI, que
absorbió funciones de la Junta Nacional de Granos y se dedicó a la comercialización
externa de las cosechas nacionales. Creado bajo el gobierno del general Edelmiro J.
Farrel, y puesto bajo la órbita del Banco Central (nacionalizado también bajo ese
gobierno) permitió que Juan D. Perón pudiera poner en ejecución su política económica,
controlando, directa e indirectamente, la producción total del país y el ahorro argentino.

  El IAPI monopolizó el comercio exterior actuando como intermediario entre


productores locales y compradores externos y favoreciendo al sector industrial. Este
organismo se convirtió en el único comprador de los cereales y oleaginosas, a precios de
adquisición fijados por el Estado, que llegó a ser el 50% de lo pagado en el mercado
internacional. Mediante el control del comercio exterior, el IAPI intentaba mantener los
términos de intercambio de la Argentina con el resto del mundo. Así, el Estado alcanzó
las ganancias generadas por las exportaciones agropecuarias, que con anterioridad
habían sido lucradas por los grandes oligopolios internacionales y sus subsidiarias
locales. Los excedentes obtenidos por esa vía eran utilizados  por el instituto para
alguno de variados fines o canalizados hacia el sistema financiero nacionalizado.

  Como organismo comercial, el IAPI también centralizó las importaciones de materias


primas esenciales y de bienes de capital. Además, en el ámbito interno confirió fondos a
distintas reparticiones y entes públicos destinados a la compra de bienes de capital,
operando como un organismo financiero. Precisamente, tuvo un papel destacado en la
participación de la nacionalización de empresas y en la compra de bienes de capital para
emprendimientos estatales. En el ámbito externo, el IAPI otorgó financiamiento a otros
países para que pudieran comprar en el mercado argentino especialmente productos
alimenticios. También adelantó fondos a astilleros europeos para la construcción de
embarcaciones de pasajeros y carnes refrigeradas.

 Sector industrial

  La característica central del proceso de industrialización durante el peronismo (en


especial hasta el año 1952), fue el desarrollo de la sustitución de importaciones  de
bienes de consumo no durable. Se hizo hincapié en el desarrollo de industrias livianas,
en especial vinculadas con la utilización de insumos agropecuarios, ya que se le
reconocían, a este tipo de industrias diversas ventajas: ser menos intensivas en capital,
requiriendo  una menor demanda de ahorro y un mayor volumen de empleo; no
necesitaba gran ayuda tecnológica importada; las deficiencias en la infraestructura, en el
transporte, comunicaciones y oferta de mano de obra calificada se hacían sentir menos.

  Los instrumentos de política industrial utilizados buscaron restringir las importaciones


en sectores prioritarios, la aprobación de subsidios y desgravaciones impositivas, y la
constitución de un aparato crediticio que facilitara el financiamiento para el sector.
Además de un sistema de protección aduanera industrial, la política crediticia del
peronismo específica para el sector industrial fue novedosa. En el año 1944 fue creado
el Banco de Crédito Industrial  Argentino (BCIA), hacia el año 1946 esta institución era
responsable de alrededor del 20% del financiamiento bancario al sector industrial, que
llegó casi al 80% en 1949.

    De acuerdo con los propósitos iniciales de  esta institución, fueron favorecidas las
medianas y pequeñas empresas con créditos baratos para distintos fines. También, en
menor  medida se financió a grandes empresas. Si en los primeros meses del gobierno
de Juan D. Perón se destinaban los créditos a la instalación de nuevos emprendimientos,
con el tiempo se dedicó a otorgar créditos a firmas ya instaladas. Cabe destacar que los
créditos eran tomados a tasas negativas respecto de la inflación lo que equivalía a un
subsidio encubierto.

  El proceso de industrialización implicó un veloz crecimiento de la importación de


insumos directos e indirectos y maquinarias. Así, la producción industrial quedó ligada
a los ciclos económicos mundiales y su crecimiento dependía de las exportaciones
agropecuarias que generaban divisas suficientes para cubrir las importaciones de
insumos y bienes de capital. Se trataba del desarrollo de una industria productora de
bienes de consumo, que sustituía a la industria liviana. De esta forma, era notoria la
insuficiencia de producción petrolera, química, petroquímica y de metales básicos.

  Por otro lado, la redistribución del ingreso reposó sobre los altos precios de los
productos agropecuarios en el mercado internacional. La reasignación de una ganancia
extra de las ventas al exterior de productos agropecuarios hacia el sector industrial
permitía incrementar salarios sin afectar las tasas de ganancia.

[1] Milanesio, Natalia, (2014), pág. 20.

[2] Milanesio, Natalia (2014), pág. 21

[3] Gerchunoff, Pablo y Antúnez, Damián, en Torre, Juan Carlos (2002), pág.


130.

[4] Gerchunoff, Pablo y Antúnez, Damián, en Torre, Juan Carlos (2002), pág.


132

[5] Gerchunoff, Pablo y Antúnez, Damián, en Torre, Juan Carlos (2002), pág.


133

[6] Rapoport, Mario, (2007), pág. 286

[7] Rapoport, Mario, (2010), pág. 146

[8] Gerchunoff, Pablo y Antúnez, Damián, en Torre, Juan Carlos (2002), pág.


143

 [9] Bellini, Claudio y Korol, Juan Carlos (2012), pág. 129.


[10] Rapoport, Mario (2007), pág. 341.

[11] Rapoport, Mario (2007), pág. 348

[12] Rapoport, Mario (2007), pág. 349

[13] Rapoport, Mario (2007), pág. 351

[14] Rapoport, Mario (2010) pag. 164

[15] Rapoport, Mario (2010), pag. 177

Nos seguimos leyendo, saludos cordiales, 

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