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https://youtu.be/EuWqI8X8XI0
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6 de agosto de 2020
Reportajes a Juan D Perón año 1971, Puerta de Hierro, Madrid.La economía de su primer gobierno. ·
https://youtu.be/OFX47QLcOZE
https://youtu.be/OOPTubxQ5Zs
Introducción
El trabajo estadístico agregaba que los trabajadores argentinos tenían un acceso
restringido a los bienes de consumo durable, de hecho un obrero local lograba adquirir
apenas entre un tercio y un cuarto de las prendas de vestir de un obrero de EEUU del
mismo rango, una máquina de coser era tres veces más cara y una radio costaba siete
veces más. El informe aseveraba que para mantener bajos los costes de producción, los
industriales argentinos pagaban salarios bajos, lo que implicaba ventas limitadas y, por
consiguiente, un escaso desarrollo industrial. La industria nacional necesitaba
modernizarse incorporando tecnología y producir en masa, a su vez ese desarrollo
dependía del consumo masivo de productos industriales que era imposible con salarios
tan bajos.
Menos de una década después la prensa sintetizaba un clima de época que quedó
inscripto en la memoria del pueblo como “los años dorados del peronismo”, un tiempo
de logros y conquistas de la clase trabajadora: “en 1947 el periódico Ahora afirmaba:
“La Argentina es el país donde la vida cuesta menos y el obrero gana más” y la
revista Mundo Argentino afirmaba: “El nivel de vida de los trabajadores argentinos es el
más alto del mundo”” [1]
“Icono del bienestar social, el consumidor de clase trabajadora fue el eje del proyecto
peronista de industria nacional y pleno empleo basado en la expansión de la demanda y
orientado a la independencia económica. La participación sin precedentes de los
sectores de menores ingresos en el mercado de consumo se convirtió en un emblema de
la justicia social peronista, cuyo objetivo fue mejorar la calidad de vida de los
trabajadores mediante una combinación de salario mínimo, sindicalización, regulaciones
laborales y programas de asistencia social, la promoción del consumo obrero no
dependió sólo de aumentos salariales y precios fijos, sino también de una nueva manera
de entender el derecho del consumidor a acceder a productos confiables e información
honesta sobre estos.”[2]
Atrás, en el tiempo, habían quedado las indulgencias del comercio multilateral y del
patrón oro, conducidas por el dominio mundial británico. En 1945, Juan D. Perón hizo
una lectura de la posguerra que partía de considerar que en aquella no había habido un
vencedor claro, y más acentúo esa visión cuando tres años después, los gobiernos de
coalición fracasaron irremediablemente y dieron lugar al inicio formal de la Guerra Fría
entre los EE.UU y la URSS.
Las dificultades cada más mayores en las economías de posguerra más la combinación
con el crecimiento electoral del comunismo impulsaron una revisión de EEUU de sus
políticas ahorrativas y empezó acrecentar su rol de líder del naciente bloque occidental
formado como alianza militar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN). También en 1947 el Secretario de Estado George Marshall, bajo la
administración del presidente Harry Truman imaginaron un programa esencialmente
financiero para recuperar la capacidad productiva de Europa Occidental.
“La Gran Depresión y los procesos de industrialización a los que dio lugar en los países
periféricos y la influencia de las ideas keynesianas, con preocupación en el pleno
empleo, jugaron un papel destacado. La guerra misma y la formación militar de Perón,
daban un contenido estratégico a la formulación de planes económicos y sociales de
mediano plazo, que se traducirían a partir de 1946 en los dos planes quinquenales de los
gobiernos peronistas.”[6]
Si bien las conclusiones del Consejo Nacional de Posguerra buscaron dar respuestas al
proceso de industrialización por sustitución de importaciones acelerado por la crisis
económica internacional y la guerra, involucraba distintas cuestiones: que la relación
con Gran Bretaña como abastecedor de bienes manufacturados a cambio de bienes
primarios propio del modelo agroexportador, había terminado; la constatación de que el
desarrollo industrial no podía detenerse, pero presentaba dificultades a las se debía
buscar soluciones (cierto tipo de producciones habían crecido en el marco de la crisis y
la guerra, pero que vuelta a la normalidad en las relaciones comerciales y económicas
serían ineficaces y podrían desaparecer); la existencia de fuertes grupos de interés que
defendían sus beneficios en función de la expansión industrial, como la Unión Industrial
Argentina (UIA) y otros grupos representativos.
Entre los puntos esenciales del Primer Plan Quinquenal se planteó: la transformación
de la estructura económico-social a través de la expansión industrial; la reducción de los
factores de vulnerabilidad externa por el rescate de la deuda externa pública y privada y
la nacionalización de los servicios públicos; la elevación del nivel de vida de la
población mediante la redistribución de la riqueza y un plan general de obras y servicios
públicos referidos a sanidad, educación y viviendas; el empleo de parte de las ganancias
conseguidas por los términos de intercambio muy favorables que gozaba el país, junto
con las reservas de oro y divisas acumuladas durante la guerra; el mantenimiento de una
política nacionalista frente a los organismos internacionales de la posguerra; una amplia
movilización de los recursos nacionales, la aceleración de la capitalización industrial, el
fomento de la creación de un importante mercado de consumo interno y máxima
utilización de la fluidez brindada al sistema bancario.
Entre los puntos esenciales del Primer Plan Quinquenal se planteó: la transformación
de la estructura económico-social a través de la expansión industrial; la reducción de los
factores de vulnerabilidad externa por el rescate de la deuda externa pública y privada y
la nacionalización de los servicios públicos; la elevación del nivel de vida de la
población mediante la redistribución de la riqueza y un plan general de obras y servicios
públicos referidos a sanidad, educación y viviendas; el empleo de parte de las ganancias
conseguidas por los términos de intercambio muy favorables que gozaba el país, junto
con las reservas de oro y divisas acumuladas durante la guerra; el mantenimiento de una
política nacionalista frente a los organismos internacionales de la posguerra; una amplia
movilización de los recursos nacionales, la aceleración de la capitalización industrial, el
fomento de la creación de un importante mercado de consumo interno y máxima
utilización de la fluidez brindada al sistema bancario.
En el caso del sector telefónico, en 1946 empresa The United River Plate Telephone
Company Ltd., subsidiaria de la norteamericana ITT pasaba a manos del Estado por la
suma de 95 millones de dólares, con un convenio por el cual ITT se comprometía a
proveer asistencia técnica y materiales de renovación por el lapso de diez años.En
diciembre del año 1946 fueron adquiridos por el Estado los ferrocarriles de capital
francés. En febrero del año 1947, las compañías ferroviarias británicas y sus
propiedades fueron nacionalizadas por un valor de 150 millones de libras esterlinas. Los
mismos no fueron pagados con saldos acumulados durante la guerra, sino mediante la
exportación de productos primarios en el marco del convenio de los Andes firmado en
1948. Las nacionalizaciones se extendieron a las usinas de electricidad de propiedad
norteamericana de los grupos ANSEC y SUDAM, a las empresas de navegación aérea
(que fueron unificadas en el año 1949 en la compañía Aerolíneas Argentinas), a la
Corporación de Transportes de Buenos Aires y la Compañía de Navegación Dodero,
cuyas embarcaciones fueron transferidos a la Flota Mercante del Estado creada en 1941.
“La movilización de las fuentes naturales de energía desaprovechadas fue, también, uno
de los objetivos fundamentales del nuevo gobierno. Creó, a tales efectos varias
direcciones generales dependientes de la Dirección General de Energía. Entre ellas, la
Dirección Nacional de Centrales Eléctricas del Estado. Se terminaron varios diques en
Tucumán, Mendoza, Santiago del Estero, Catamarca, Río Negro y otras provincias, la
mayor parte con sus respectivas centrales hidroeléctricas. Las obras de mayor
trascendencia fueron los diques El Nihuil, en Mendoza; Los Molinos, en Córdoba;
Florentino Ameghino, en Chubut; Las Pirquitas, en Catamarca y La Florida, en San
Luis. También se instalaron usinas térmicas en distintos lugares del país.”[10]
La característica principal de la política económica del peronismo, sobre todo bajo el
Primer Plan Quinquenal, fue la particular política de ingresos promovida por una
considerable batería de leyes medidas implementadas desde el inicio de la revolución de
1943. Cabe señalar que el objetivo de esa política de ingresos apuntaba a un agresivo
programa de industrialización, pero se consideraba, al mismo tiempo,
“que el funcionamiento del capitalismo de libre mercado acarreaba una creciente
desigualdad en la distribución de los ingresos que limitaba la demanda, lo que implicaba
una disminución en el ritmo de crecimiento y, fortuitamente, su estancamiento. A
consecuencia de ello se reavivaba el problema del desempleo. A su vez, la desocupación
y un bajo nivel de vida podían generar tensiones sociales, en el marco en el que el
comunismo constituía un peligro latente en expansión. El Estado debía jugar aquí un
papel de especial importancia, estableciendo un conjunto de normas de regulación que
apuntaban a morigerar la lucha entre los capitalistas y asalariados por la distribución del
excedente, evitando por un lado, que una distribución muy asimétrica del ingreso
generara una crisis de subconsumo y, por otro lado, que un aumento excesivo de los
salarios disminuyera las tasas de ganancia de tal manera que redujera ostensiblemente la
inversión y frenera el ritmo de acumulación de capital.”[11]
“La fijación de precios máximos y el retraso progresivo del tipo de cambio contribuían
de manera no menos significativa al proceso de redistribución a favor de los
trabajadores. En este punto tuvo gran influencia durante los primeros años de gobierno
el control de los precios de los productos agropecuarios (en especial el comercio de
granos) por medio del IAPI, que permitía mantener deprimidos los precios de los
alimentos, incrementando el poder de compra de los salarios sin necesidad de
aumentarlos en valor nominal. Así, las nuevas condiciones sociales y los mecanismos de
regulación estatales permitieron un progresivo incremento de los salarios nominales que
superó marcadamente la tasa de inflación. Aunque con discrepancias teóricas, se estima
que el aumento de los salarios reales habría oscilado en torno al 75% entre 1945 y
1949”[12]
La recuperación económica iniciada en el año 1953 permitió una nueva alza del salario
real. La inflación se atenuó y en el año 1955 los salarios reales todavía superaban en un
64% a los correspondientes a 1945. La consecuencia política del mejoramiento en las
condiciones de vida y de trabajo de los asalariados fue el fortalecimiento del peronismo,
en general, y del sindicalismo peronista, en particular.
El primer gobierno peronista implementó una política económica que tenía una
impronta muy favorable al sector industrial en menoscabo de las actividades agrícolas,
apoyadas por el manejo de los precios relativos y por las regulaciones del Estado. Las
transferencias de ingresos de las actividades rurales a las urbanas permitían un
incremento de los salarios reales sin afectar de manera importante al sector industrial,
considerado el motor del crecimiento económico del país. Esta política dependió de la
capacidad del sector agrícola para sostenerla, pero gracias a las condiciones favorables
de los precios internacionales de materias primas y alimentos en la coyuntura de la
posguerra que se encontraban muy por encima de los habituales, le permitió al Estado
apropiarse de manera directa (por medio del IAPI) o indirecta (a través del control de
cambios) de una ganancia extraordinaria. De esa forma, tuvo a su disposición una gran
masa de recursos para producir la redistribución del ingreso y financiar una creciente
afluencia de importaciones sin provocar desarticular el funcionamiento de la economía.
Sin embargo, a partir del año 1949 esas condiciones favorables empezaron a revertirse,
obligando al gobierno a reajustar su estrategia.
Antes que Juan D. Perón ganara las elecciones la relación entre el peronismo y las
corporaciones agrarias, Sociedad Rural Argentina, (SRA), Confederación de
Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa, (CARBAP), eran por demás
tirantes. Además de la promesa electoral de una reforma agraria, a instancias de Perón,
desde la Secretaria de Trabajo y Previsión en 1944, fue sancionado el Estatuto de Peón
Rural. En este se establecían los derechos de los trabajadores rurales en relación de
dependencia, donde se les aseguraba un salario mínimo que duplicaba el anterior,
implantando remuneraciones por zona, garantizando estabilidad, vacaciones pagas e
indemnizaciones por despido sin causa justificada, asimismo se establecieron normas de
higiene, alojamiento, descanso diario y mensual, alimentación, asistencia médica y
farmacéutica a cargo del empleador. La aplicación de este estatuto, que mejoró las
condiciones sociales y económicas de los trabajadores rurales, resultaba onerosa para
los sectores patronales. Y en sintonía con la SRA y CARBAP, la Federación Agraria
Argentina (FAA), que nucleó a los pequeños y medianos propietarios, se sumaron a los
reclamos, puesto que el encarecimiento de los costos laborales obligaba a excluir de los
trabajadores permanentes e incrementar el empleo de la mano de obra familiar.
Otra medida, tomada bajo el gobierno de facto, fue el congelamiento de los precios de
contratos de arrendamiento, que afectó sobre todo a los terratenientes arrendadores, lo
que generó, aún sin reforma agraria, cambios en la propiedad de la tierra entre 1946 y
1948. Como consecuencia de la guerra, los principales países beligerantes se
abastecieron de alimentos, sobre todo de granos, a través de organismos estatales de
compra, en forma conjunta o individual con otros países aliados. Finalizada la
conflagración mundial, mientras subsistía una gran escasez de productos primarios, una
creciente inflación empezó a elevar los precios de los productos manufacturados.
El organismo que cumplió esa función en la Argentina peronista fue el IAPI, que
absorbió funciones de la Junta Nacional de Granos y se dedicó a la comercialización
externa de las cosechas nacionales. Creado bajo el gobierno del general Edelmiro J.
Farrel, y puesto bajo la órbita del Banco Central (nacionalizado también bajo ese
gobierno) permitió que Juan D. Perón pudiera poner en ejecución su política económica,
controlando, directa e indirectamente, la producción total del país y el ahorro argentino.
Sector industrial
De acuerdo con los propósitos iniciales de esta institución, fueron favorecidas las
medianas y pequeñas empresas con créditos baratos para distintos fines. También, en
menor medida se financió a grandes empresas. Si en los primeros meses del gobierno
de Juan D. Perón se destinaban los créditos a la instalación de nuevos emprendimientos,
con el tiempo se dedicó a otorgar créditos a firmas ya instaladas. Cabe destacar que los
créditos eran tomados a tasas negativas respecto de la inflación lo que equivalía a un
subsidio encubierto.
Por otro lado, la redistribución del ingreso reposó sobre los altos precios de los
productos agropecuarios en el mercado internacional. La reasignación de una ganancia
extra de las ventas al exterior de productos agropecuarios hacia el sector industrial
permitía incrementar salarios sin afectar las tasas de ganancia.