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En: Bianca Vienni y otros. 2015. Encuentros sobre interdisciplina, pp. 43-62. Ediciones Trilce, Montevideo,
Uruguay.
Introducción
Hace muchos años, C. P. Snow (1964a) observó que la vida intelectual de Occidente
sufría una división cada vez más patente entre el polo de la intelectualidad literaria y el
de las ciencias físicas; de tal modo que en Occidente no quedaron ni rastros de unidad
en la cultura. Según Snow, esta separación cultural tendría graves consecuencias sobre
nuestra vida creativa, intelectual y cotidiana.
A estas alturas, ya casi nadie cree que sea posible transformarse en un sabio
renacentista a la manera de Leonardo da Vinci. A lo largo del siglo XIX, el ideal de
unidad del conocimiento –la idea de que un auténtico académico debía estar
familiarizado con el total de la producción intelectual y artística de la humanidad–
gradualmente dio paso a la especialización. El constante crecimiento del acervo de
conocimiento de la humanidad y el hecho de que cada ser humano está dotado de una
combinación de aptitudes irrepetible, hizo encallar a la mayoría de los académicos y
artistas en islotes de competencia cada vez más reducidos (Cummings, 1989):
Otros presentan una visión más indiferente del mundo contemporáneo del
conocimiento:
¿Qué es la interdisciplinaridad?
Aunque son muchos los que han tratado de definir la interdisciplinaridad (Berger,
1972; Kockelmans, 1979; Mayville, 1978; Stember, 1991), esta sigue dando la
impresión de que “se resiste a ser definida” (Klein, 1990). Las tentativas más
conocidas la separan en componentes como multidisciplinaridad, pluridisciplinaridad,
disciplinaridad cruzada y transdisciplinaridad. Debido a que estas subdivisiones
arrojan muy poca luz sobre la teoría y la práctica de la interdisciplinaridad,
propusimos en otra instancia (Nissani, 1995a) que sean reemplazadas por una
definición más apropiada. Para empezar, se puede definir en forma conveniente una
disciplina como todo dominio relativamente autocontenido y aislado de la experiencia
humana que posea una comunidad propia de expertos. La mejor forma de entender la
interdisciplinaridad es como aquello que conjuga los componentes distintivos de una
o más disciplinas. En el discurso académico, lo típico es que la interdisciplinaridad sea
aplicable a cuatro ámbitos: conocimiento, investigación, educación y teoría. El
conocimiento interdisciplinario presupone una familiaridad con los componentes de
dos o más disciplinas. La investigación interdisciplinaria combina componentes de
dos o más disciplinas en el contexto de la búsqueda o creación de nuevo
conocimiento, nuevas formas de operar o nuevas expresiones artísticas. La educación
interdisciplinaria fusiona componentes de dos o más disciplinas en un único programa
de formación. La teoría interdisciplinaria toma como principal objeto de estudio a la
investigación, la educación o el conocimiento interdisciplinarios.
Como veremos, los frutos específicos enumerados a continuación caen dentro de tres
categorías no disjuntas: (1) aumento del conocimiento, (2) otros beneficios sociales y
(3) gratificaciones personales.
Revelaciones creativas
Según ciertos observadores (Becher, 1989, p. 118), “la movilidad dentro de las
carreras académicas (…) se cuenta entre las más poderosas fuentes de innovación y
desarrollo de una disciplina”. Por ejemplo, diecisiete de los cuarenta y un científicos
del grupo fago (que tuvo un rol decisivo en la biología de mediados de siglo) eran
físicos o químicos de profesión. Heinrich Schwabe era farmacéutico, James Joule
cervecero, Paul Gauguin corredor de bolsa; Thomas Hunt Morgan era embriólogo, A.
E. Housman clasicista, Somerset Maugham médico. Aquí aparece un patrón que
requiere explicación.
La distancia entre las disciplinas [de las ciencias sociales] son demasiado grandes...
El resultado fue que numerosos sociólogos (…) [seguían, mucho más tarde,]
tomando la imaginería de Max Weber para describir la reforma protestante, a pesar
de que los historiadores profesionales habían descartado hacía mucho tiempo sus
teorías. Lo mismo pasó con la imaginería de las sociedades primitivas de Patterns of
Culture mucho tiempo después de que los antropólogos decidieran que las
descripciones etnográficas de Benedict eran totalmente espurias. En ninguno de los
dos casos rechazar la obra implica negar el atractivo de su esquema conceptual,
pero sí es cierto que los respectivos trabajos, histórico uno, etnográfico el otro,
quedan tan marcados como falaces desde un punto de vista empírico que ya no es
posible utilizar sus conceptos a menos que se los someta a la más cauta
reconsideración. Y ambos casos sirven para ilustrar la forma en que la brecha entre
las disciplinas ha llevado a una de ellas a basarse en teorías y datos totalmente
invalidados en la disciplina de origen. (Wax, 1969, pp. 81-82.)
Véanse también las siguientes palabras, citadas con aprobación en la octava edición de
un texto de lógica: “Las imágenes del hombre primitivo que se encuentran en los
textos escolares omiten a veces algunos de los inconvenientes de la vida primitiva que
llevaba: el dolor, la enfermedad, la hambruna, el trabajo duro que era necesario
simplemente para estar vivo.” La afirmación sobre “trabajo duro” ignora los
descubrimientos de la antropología que indican que las tribus “primitivas” disfrutaban
de una gran cantidad de ocio.
disciplinaridad pura, los individuos que cometen errores de este tipo, y sus colegas,
todos ellos integrantes de estrictamente una disciplina, no estarían en condiciones de
detectarlos. Y los supuestos integrantes de la disciplina adecuada que hubieran podido
hacerlo nunca habrían sabido de la existencia de los errores. Las divisiones estrictas de
este tipo son, por supuesto, ficticias (Ruscio, 1986). La frecuencia con que se detectan
descuidos de disciplinaridad cruzada demuestra por sí misma que aún no vivimos en
un mundo de disciplinaridad pura. Sin embargo, los descuidos que nadie advierte
durante años sugieren que el mundo en que vivimos no es tan interdisciplinario como
debería ser. De hecho, con más académicos que abarcaran más disciplinas, y con una
mayor tolerancia hacia las conceptualizaciones y los vocabularios interdisciplinarios,
los episodios embarazosos de este tipo serían menos frecuentes (cf. Whitman, 1953).
Fisuras disciplinarias
Supongamos que se deseara comprender la Guerra Fría entre la URSS y los Estados
Unidos. Supongamos además que se deseara desentrañar la totalidad del conflicto, no
solamente uno de sus aspectos. Pasados algunos años y leídas unas cuantas
bibliotecas, quedaría claro que la mayoría de los expertos fracasaron en su búsqueda
de una descripción autocontenida del fenómeno porque lo abordaron desde una
perspectiva disciplinaria. Se podría concluir que un enfoque integrado tiene más
chances de llegar a la comprensión cabal de un tema tan complejo que un estudio
importante pero con una sola perspectiva. Por lo tanto, puede ser que en esta instancia
se comenzara con la historia. En algún momento de tan ambicioso proyecto, quedaría
de manifiesto que la historia no alcanza, y que las políticas con respecto al tercer
mundo de Estados Unidos y la URSS son importantes para comprender el tema. En
otro momento se podría concluir que las teorías y prácticas del totalitarismo y la
democracia también merecen consideración. Este proceso de ramificación se podría
prolongar hasta que apareciera una imagen coherente. De perseverar, la amplia síntesis
bien podría representar una comprensión más profunda que cualquiera otra aportada
por un enfoque unidisciplinario.
La falta de capacidad para convocar una sabiduría que tenga un alcance adecuado
para abordar el tema en cuestión, junto con las normas disciplinarias que propician
dicha falta de capacidad, quedan en triste evidencia incluso en las mejores obras
recientes sobre el impacto de las nuevas tecnologías reproductivas (…), las que no
logran trascender los estrechos límites de sus campos de argumentación para así
ofrecer opciones de futuro colectivo que estén asentadas sobre una base tal que
permita que sean ampliamente comprendidas. (Condit, 1993, p. 234.)
La caracterización de la política que hace Bertrand Russell (1960, p. xv) puede tener
interés: “Es costumbre entre los llamados 'hombres prácticos' tildar de visionario a
todo aquel capaz de ver las cosas desde una perspectiva amplia: no se considera digno
de tener voz en política a nadie que no ignore o desconozca nueve de cada diez
hechos de relevancia”.
En términos más generales, “la historia reciente está plagada de cuentos cuya moraleja
[muestra] la estrechez peligrosa y a menudo fatal de las políticas recomendadas por
los poseedores del conocimiento”. Los expertos prefieren las variables cuantificables,
tienden a ignorar la complejidad del contexto y su alcance suele ser limitado (Marx,
1989). Y olvidan con demasiada frecuencia que “los problemas de la sociedad no
vienen en ladrillos con forma de disciplina” (Roy, 1979, p. 165).
Entre los numerosos episodios que ilustran el dilema disciplinario de nuestra sociedad
en términos más personales, relataremos el siguiente. Es sobre un científico experto en
armas nucleares que se fue apartando gradualmente de su trabajo: tuvo su revelación
a mediados de la década del ochenta, al visitar la Unión Soviética por primera vez:
al caminar en la Plaza Roja (...) [y ver] tantos jóvenes (...) comenzó a llorar sin
control (...) Antes de esa experiencia, Moscú no era otra cosa que un conjunto de
líneas en diversos niveles de unidades de radiación, presiones y calorías por
centímetro cuadrado que se debía hacer coincidir con las bombas. (Lifton &
Markusen, 1990, pp. 273-274.)
Por otra parte, según entiendo, la producción de armas nucleares podría estar
justificada en términos morales, pero ese no es el tema. Para una perspectiva
democrática y humanitaria, lo aterrador es que en un mundo de especialistas, una
persona con un alto nivel de educación puede no tener conciencia de las dimensiones
sociales y morales de sus acciones. H. G. Wells dijo una vez que la historia es una
carrera entre la educación y la catástrofe, pero esto recoge solo en parte nuestra
desdicha. Irónicamente, en nuestra época es posible saber mucho sobre un tema y
muy poco sobre sus ramificaciones. Personalmente conozco gente correctísima que
sabe todo sobre los CFC pero nada sobre la capa de ozono (Nissani, 1996); todo sobre
la combustión interna de los motores y nada sobre el calentamiento global; todo sobre
la legislación en materia de salario mínimo y nada sobre la pobreza. La
compartimentación, y no solo la falta de educación, es el enemigo: un enemigo que
solo se puede vencer por medio de la investigación y educación holísticas:
Por supuesto que es imposible en nuestra época ser experto en todo. Pero si tomamos
erróneamente el conocimiento disciplinario por sabiduría, si nos olvidamos de cuánto
desconocemos, si no nos fijamos, al menos en principio, un ideal de unidad del
conocimiento, estaremos perdiendo algo muy importante. Al apuntar
permanentemente al blanco borroso de la omniciencia, los interdisciplinarios nos
ayudan a recordar estos aspectos. De esta forma, nos incitan a ver los diversos
componentes del conocimiento humano como lo que son: las piezas de un
rompecabezas panorámico. Y nos inspiran para que recordemos que “el poder y la
majestad de la naturaleza en todos sus aspectos se pierden para aquel que la contempla
en el detalle de sus partes y no como un todo”. (Plinio, 1977, p. 581.)
La familiaridad con otras culturas nos permite ver las deficiencias de la nuestra:
Flexibilidad en la investigación
Cambio social
Las razones por las que ocurre lo anterior son sin duda complejas, pero una de ellas
está clara: “la fragmentación de las disciplinas nos vuelve a todos pasivos ante un
mundo cada vez más confuso y arbitrario”. (Birnbaum, 1986, pp. 65-66.)
Libertad académica
Los sistemas culturales, al igual que los ecosistemas, pueden ser desbaratados o
destruidos por intervenciones externas. “Una imposición demasiado enérgica de los
valores extrínsecos de la responsabilidad y la relevancia sobre los valores intrínsecos
de la construcción de una reputación y control de la calidad mediante revisión de
pares, solo puede conducir al servilismo intelectual primero y la esterilidad académica
después. Del lado cognitivo de la ecuación, el propio conocimiento, visto como
recurso cultural, requiere un cuidadoso cultivo y una reposición permanente” (Becher,
1989, p. 169). Debido a la fragmentación disciplinaria que prevalece en el mundo del
conocimiento, los académicos no logran detectar otras amenazas de mayor porte que
afectan a la comunidad académica como un todo.
Para conservar incluso lo que sería un mínimo de integridad intelectual, el enemigo
de cómo zanjar las evidentes divisiones y promover el reconocimiento de aquello que
nos es común, reconocimiento esencial para el mantenimiento de una cierta medida
de independencia colectiva (...) Un más acabado reconocimiento de lo que tenemos
en común podría servir como defensa contra el insidioso espíritu gerencial que
intenta imponer una gruesa forma de responsabilidad basada en falsos presupuestos
sobre la naturaleza del emprendimiento intelectual, y apuntalado por “indicadores
de desempeño” insensibles y a menudo espurios. Podría incluso contribuir a
persuadir a la sociedad en el sentido más amplio, de cuyo apoyo depende en última
instancia la búsqueda del conocimiento, para que los académicos sigan gozando de
libertad –razonable, no licencia– al momento de elegir qué estudiar y cómo hacerlo
(Becher, 1989, pp. 169-171).
Es muy común que los amateurs y los outsiders pierdan de vista alguna faceta
esencial. Suelen equivocarse, como en el caso de los numerosos “inventores” de
máquinas de movimiento perpetuo, los fundamentalistas religiosos que defenestraron
el telescopio de Galileo con argumentos espurios, los supuestos observadores de
ovnis, o los melómanos que protagonizaron disturbios en las presentaciones del joven
Stravinsky.
Aun bajo las circunstancias más favorables, es poco probable que un interdisciplinario
logre adquirir un dominio de su campo tan consumado como el de los especialistas en
cuyo trabajo (aquel) basa su emprendimiento. Deberá correr el riesgo de caer en el
diletantismo para lograr un punto de vista panorámico; podrá transformarse en un
sabelotodo que no domina nada. Los críticos literarios, por ejemplo, suelen tomar
prestada una teoría de otra disciplina, aun sin “comprender primero qué significa y
cómo se la considera en la otra disciplina”. (
En el mundo del conocimiento tal como está constituido, los interdisciplinarios más
comprometidos se encuentran por regla general en entornos disciplinarios. “Las
disciplinas son no solo una forma conveniente de dividir el conocimiento en
componentes, sino que también (...) sirven de base para organizar la institución –y por
lo tanto a los profesionales de la formación y la investigación– en feudos autónomos”
(Gass, 1979, p.119). Las consecuencias son fáciles de predecir. En un caso reciente, se
llamó a los promotores de un programa interdisciplinario para que explicaran
formalmente la forma en que el programa lograría una profundidad disciplinaria. Los
expertos tienden a abrigar sospechas contra los individuos que carecen de un ancla
firme en una disciplina. Sin importar la calidad de su trabajo, los interdisciplinarios
suelen experimentar dificultades a la hora de conseguir becas de investigación,
beneficiarse de programas de intercambio, publicar, obtener reconocimiento,
conseguir un empleo o recibir un ascenso. “Los investigadores que se identifican
profesionalmente con las categorías de la disciplinaridad cruzada se enfrentan a la
panoplia completa de los mecanismos de portería de vigilancia, que favorecen
ampliamente a las categorías disciplinarias existentes” (Klein, 1993, p. 193).
Todos estos escollos y desventajas explican la recepción hostil que encuentran las
iniciativas interdisciplinarias (Roy, 1979, p. 167):
Consecuencias prácticas
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