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QUINTO
MANDAMIENTO:
HONRAR A LOS
PADRES
Introducción ...................................................................................................... 1
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INTRODUCCIÓN
Este trabajo es una reflexión personal acerca del quinto mandamiento: honrar a
nuestros padres. Lo he enfocado en mi experiencia y continuo aprendizaje (hasta el día
de hoy), abriendo totalmente mi corazón. La vida de las personas puede cambiar por
la obra y misericordia de Dios, como podrás leer acerca de experiencia personal en el
contenido de este documento.
Espero que, a pesar de ser un trabajo académico, pueda ser de bendición para las
personas que puedan leerlo.
2. TESTIMONIO PERSONAL
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cambio, se dedicaba a cuidarnos a mi hermano y a mí en casa. Como niño, extrañaba
a mi padre y quería estar con él siempre que llegaba a casa. Recuerdo cuánto disfrutaba
cada vez que me traía juguetes del extranjero y me pasaba jugando con ellos.
Llegada mi adolescencia, una fuerte crisis financiera golpeó a España, haciendo
que muchos trabajadores perdiesen sus empleos, entre ellos mi padre. Ahora pasaba
más tiempo en casa, pero cuanto más transcurrían los días, más roces había en casa.
Mi padre siempre ha sido de levantar la voz más de la cuenta y hablar en un tono
enojado cuando algo no le parecía bien o iba en contra de su criterio, cosa que a mí me
enfurecía y odiaba. Poco a poco los roces eran mayores, hasta que, pasado los años,
volvió a encontrar trabajo de transportista, pero esta vez sin salir de España, cosa que
permitía que estuviese más tiempo en casa.
Un día tome la decisión de dejar la iglesia y querer tomar mis propias decisiones
por causa de mis malas relaciones e influencias en el instituto. Esta fue una de las
peores decisiones que tomé en toda mi vida, porque no me influyó solo a nivel
espiritual, sino también a nivel académico, social y familiar. Si antes no me gustaba la
actitud de mi padre y el autoritarismo que demostraba, en ese momento lo aborrecía.
Recuerdo una vez que empezamos a discutir fuertemente. Él me levantaba la voz y yo
le superaba y, cada vez que el me gritaba más alto, más alto le gritaba yo, hasta que
llegamos a las manos. El me agarró de la camiseta con una mano y, acto seguido, yo
le agarré con ambas manos y lo empujé contra la pared tan fuerte que se hizo un agujero
en la pared.
Pasado los años, dentro de mi adolescencia aún, tuve un encuentro verdadero y
genuino con el Señor. En aquel momento me arrepentí de todo el mal que había hecho
hasta entonces y le pedí que fuese el Señor de mi vida. En ese instante pude
experimentar el perdón de Dios y una inmensa paz que me inundó. Dejé mis malas
relaciones, volví a la iglesia y retomé mis estudios. Sería genial poder decir que
repentinamente todo cambió radicalmente, pero lo cierto es que me costó mucho
retomar los estudios, restaurar mis heridas y mi relación con mi familia, sobre todo
con mi padre. Fue un proceso muy largo y complicado, pero el Señor fue
moldeándome. Es más, sigue moldeándome en la actualidad. No recuerdo esta época
con agrado ni orgullo, pero sé que fue necesario que pasara por todo ello para que Dios
trabajase en mi vida.
La relación con mi padre siguió siendo complicada, aunque esta vez me
esforzaba por evitar los conflictos, hasta que llegó un día, hace aproximadamente 6 o
3
7 años donde mi padre y yo comenzamos a discutir. Sinceramente no recuerdo cual
fue el detonante de la discusión, pero lo que sí recuerdo es que íbamos en el coche,
gritándonos como energúmenos. Mi padre me insultó duramente y, en ese mismo
momento, le dije que parase el coche, que no iba a seguir viviendo en la misma casa
que él. Me bajé del coche rápidamente y, llorando como un niño en medio de la calle,
me fui andando en dirección a mi iglesia. Mientras iba de camino, llamé a mi pastor
de entonces porque necesitaba hablar con alguien y, amablemente, me dijo que fuese
a su despacho para charlar. Le conté toda la historia y oramos juntos, pero, antes de
terminar, me dijo que tenía que perdonar y honrar a mi padre. Le dije que eso no podía
ser posible, que no quería volver a mi casa. Finalmente, me convenció para que
volviese a casa y perdonase a mi padre dentro de mí y que fuese a él a pedirle perdón.
Como repetía antes, me encantaría decir que todo cambió en aquel momento,
que mi padre y yo restauramos nuestra relación y que “fuimos felices y comimos
perdices”, pero no fue el caso. El Señor tuvo que trabajar en mí para que realmente
fuese algo real en mi vida poder honrar a mi padre, aún sin estar de acuerdo en sus
formas y carácter.
CONCLUSIÓN PERSONAL