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EVOLUCIÓN DE LA MENTE Y PERSONALIDAD

Desde el comienzo de la psicología científica, los escritores han reconocido que el cerebro
humano, como el resto de la anatomía humana, es producto de la evolución. El libro Principios
de Psicología (Principles of Psychology), de William James, uno de los primeros grandes textos
en el área, concluía con un capítulo donde explicaba cómo la teoría de Charles Darwin acerca
de la evolución era relevante para el entendimiento de las estructuras mentales.

La idea central al relacionar los principios biológicos de la evolución con los análisis
psicológicos y la personalidad es que, al nacer, la mente humana no es una libreta en blanco.
No es el caso de la mente, el de carecer, al momento del nacimiento, de cualquier contenido
mental o tendencia inherente. Más bien, gracias a los procesos de selección natural a través
del proceso de evolución, la gente nace con tendencias y habilidades inherentes. Los
mecanismos neuronales responsables de producir las tendencias psicológicas han demostrado
tener capacidad de adaptación a lo largo del proceso de evolución y se han vuelto una parte
inherente de nuestro maquillaje mental.

En el campo actual, ningún científico de la personalidad duda que nuestra personalidad sea, en
parte, producto de la evolución. Sin embargo, las preguntas principales siguen ahí. ¿Cuánto de
la vida mental se explica a partir de la ascendencia (en oposición a las experiencias que
tenemos después de nacer) ?, ¿acaso la evolución les ha proporcionado a las personas un
conjunto fijo de tendencias que haya demostrado su utilidad en el pasado evolutivo, o quizá
les ha dado a las personas un cerebro con una capacidad de adaptación flexible a las
demandas del presente?

En años recientes, estos temas han sido de interés, no sólo para los psicólogos y demás
científicos, sino para el público en general. En parte, esto se debe a los escritos de Steven
Pinker, un psicólogo del Instituto de Tecnología de Massachussets (Massachussets Institute of
Technology). En su libro La Pizarra en Blanco (The Blank Slate, Pinker, 2002), sugiere cómo la
sociedad ha sido demasiado lenta en aceptar la noción de que la gente es producto del pasado
evolutivo de su especie. Las personas encuentran placentero pensar en la posibilidad de
modificar sus cualidades psicológicas a partir de nuevas experiencias. Esperamos, por ejemplo,
que una mejor labor de los padres, una mejor educación, y políticas sociales menos rígidas,
sean capaces de crear un mundo más amable y bueno; un mundo con menos prejuicio y
agresividad, más tolerante y pacífico.

Pero, señala Pinker, pueden existir características de la psicología humana enormemente


difíciles de cambiar, debido a que son producto de la evolución.

Aquellas características psicológicas con demostrada capacidad de adaptación a través del


curso de nuestra historia evolutiva, pueden ser ya, características fijas e “inamovibles” de la
mente humana actual. Reconocer la influencia de factores evolutivos en la formación de la
mente es, por lo tanto, asunto clave para comprender el carácter básico de la naturaleza
humana. Tal entendimiento, a su vez, puede ser crucial al momento de concebir políticas
humanas, efectivas y sociales, así como para reconocer cuándo una política social no tendrá
éxito.

Los análisis de Pinker son hoy día un punto de controversia dentro del campo de la psicología,
y aun fuera de ésta. Algunos consideran al marco teórico evolutivo de Pinker efectivo para
explicar sólo algunos aspectos muy limitados de la experiencia humana. Por ejemplo, al
revisarse el libro de Pinker en la revista The New Yorker, el escolar Louis Menand apunta que
mucha de la actividad humana parece estar completamente desconectada de las acciones y
acontecimientos del pasado evolutivo. Mucha gente dedica sus esfuerzos a crear obras de
arte, tocar o escuchar música, o estudiar sistemas religiosos, o de pensamiento filosófico. Es
difícil ver cómo la tendencia de la gente por crear y apreciar estos productos intelectuales
nuevos e imaginativos puede ser explicada en términos de fuerzas evolutivas, ya que, durante
mucho tiempo de la evolución, la gente dedicó su tiempo a actividades directamente
relacionadas con la supervivencia y la reproducción.

En retrospectiva, posiblemente un psicólogo evolutivo como Pinker explique cómo las fuerzas
evolutivas pudieran haber apoyado estas complejas y creativas habilidades humanas. Pero ello
genera una segunda preocupación. Los escritores culpan a la psicología evolutiva de basarse
más en lo especulativo, que en los hechos. Un biólogo ha juzgado que la evidencia en la cual se
basan los argumentos de la psicología evolutiva es “sorprendentemente carente de rigor. Por
lo general, los datos son frágiles, las hipótesis alternativas son negadas, y la empresa en sí
misma amenaza con saltar hacia la indisciplinada narrativa de cuentos” (Orr, 2003).
Recientemente, una profunda revisión llega a la conclusión de que, al especular sobre el
ámbito de un pasado distante, los psicólogos evolutivos han pasado por alto el impacto del
ámbito del aquí-y-ahora, el cual conforma el presente (Buller, 2005). La evidencia demuestra
cómo el cableado de nuestros cerebros no está completamente predeterminado por factores
genéticos evolucionados. En vez de esto, “el cerebro se adapta a su ambiente local” (Buller,
2005). A medida que los individuos se desarrollan, el cableado de nuestro cerebro se ve
influenciado por experiencias de desarrollo.

La personalidad de la gente, por lo tanto, refleja un cerebro biológico formado no sólo por
aquellas fuerzas universales de la evolución, sino por las experiencias individuales durante el
desarrollo personal.

Son pocos los científicos, si es que hay alguno, cuya idea de la mente al momento del
nacimiento sea la de un cuaderno en blanco. Sin embargo, muchos se cuestionan si la
psicología evolutiva es un marco adecuado para explicar el funcionamiento psicológico de las
personas. Ésta sigue siendo, hasta ahora una pregunta de interés y debate en el campo.

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