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El valor de los paisajes fluviales. Su consideración en la planificación y en la


normativa

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2 authors:

Ana Belen Berrocal Pedro Molina Holgado


Universidad Politécnica de Madrid Universidad Autónoma de Madrid
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Invierno 2015 | 06_Planur-e | ARTÍCULOS 1

El valor de los paisajes fluviales


Su consideración en la planificación y en la normativa.
normativa
_ Ana B. Berrocal
ocal Menárguez + Pedro Molina Holgado
anabelen.berrocal@upm.es | pedro.molina@uam.es

Ana B. Berrocal Menárguez es Doctora Ingeniera de Caminos por la UPM.


Arquitecto, editor y consultor. Estudió Arquitectura en la Facultad de
Ha trabajado durante doce años en paisaje, territorio y medio ambiente.
Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),
Realizó su tesis doctoral sobre los efectos de la regulación hidráulica en
Periodismo en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y una
los paisajes fluviales del centro peninsular. Cuenta con un buen
bue número
Maestría en Análisis, Teoría e Historia de la Arquitectura
Arqui en la UNAM.
de artículos y proyectos de investigación relacionados con los paisajes
Escribió para el periódico Reforma, fue editor de la revista Arquine y
fluviales, muchos de los cuales en colaboración con el coautor del
consultor de la Subdirección General de Sustentabilidad y Técnica del
artículo.
Infonavit. Es autor de La utopía como modelo y ha editado más de 20
libros sobre arquitectura, diseño, ciudad e infraestructura. Ha sido
Pedro Molina Holgado es Naturalista, doctor por la Universidad
becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y de la
Autónoma de Madrid y profesor del Departamento de Geografía de la
Graham Foundation for Advanced Studies in the Fine Arts. Actualmente
misma universidad. Ha trabajado durante más de veinticinco años en
es becario del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la
paisaje, territorio y medio ambiente, con especial atención a las
Cultura
ra y las Artes (FONCA), coordinador de Sustentabilidad en
características, valores y problemas de los paisajes fluviales ibéricos,
Empresas ICA y profesor de la Facultad de Arquitectura de la UNAM y
tanto en sus aspectostos naturales como antrópicos. Cuenta con un buen
CENTRO.
número de publicaciones al respecto, muchas de ellas en colaboración
con la coautora del artículo.

Palabras clave

Paisaje fluvial, Río, Planificación, Biodiversidad


iodiversidad

Abstract

Los paisajes fluviales poseen unas características y valores específicos que los diferencian bien de los que se
podrían denominar paisajes zonales. Estos valores se relacionan con las especificidades vinculadas al agua
(aprovechamientos,
amientos, usos, características naturales, etc.), el elemento básico que los organiza y singulariza, y
con la importancia que los medios ribereños han desempeñado a lo largo del tiempo como corredores naturales
y culturales. Precisamente, el valor de estos espacios como conector natural y cultural se debe a su relación con
los territorios que forman sus cuencas-vertientes
cuencas vertientes y, por este motivo, en ellos se concentran como en ningún
otro espacio las tensiones de sus respectivas cuencas vertientes.

Este artículo reflexiona sobre la importancia de abordar el estudio de los espacios fluviales desde la disciplina
del Paisaje, deteniéndose en analizar aquellas características que definen y singularizan los ríos y sus riberas.
Además, indaga sobre las causas de su creciente
creciente degradación y la manera en que las normativas nacional y
europea abordan esta cuestión.
2 ARTÍCULOS | 06_Planur-e | Invierno 2015

1. Introducción.

Los ríos situados en zonas templadas y sus paisajes asociados, especialmente en áreas de elevada densidad de
población, han sido intensamente modificados como consecuencia de la intervención humana (Giller &
Malmqvist, 1998; Molina & Berrocal, 2013; Molina, 2003). A finales del siglo XX, el 77% de los ríos de Europa y
de América del Norte habían sido profundamente alterados (Cowx & Welcomme, 1998). En Alemania, el 90%
de las llanuras aluviales se encuentran en la actualidad degradadas por la intervención humana (Brunotte et al.,
2009) y en España se estima que la desaparición de cauces naturales en el periodo 1987-2000 alcanzó un valor
del 12% (7.508 ha), sobre un total potencial de 2 millones de hectáreas, valor que representa un 4% del
territorio español (González, & de la Lastra, 2007).

A pesar de esta degradación, el valor e interés de los paisajes fluviales es muy elevado, especialmente en áreas
secas y semiáridas, como la mayor parte de España y Europa meridional. Las riberas fluviales son reservas de
biodiversidad, fuente de recursos productivos, corredores ambientales imprescindibles en situaciones de cambio
climático, ámbitos de elevado valor cultural por acumular un valioso patrimonio material, ejes estructurantes
del territorio, lugares de memoria y espacios de identidad, espacios óptimos para el ocio y la recreación. Quizá,
de alguna manera, el agua matricial de los ríos y sus riberas deberían ser entendidos en el sentido más
primario de la existencia humana, “en el sentido del agua que corre, del agua que lleva a otras partes la vida”
como señala Bachellard en El agua y los sueños.

Sólo recientemente, los ríos y sus riberas comienzan a ser valorados y adecuadamente tratados, si bien, aún, la
mayor parte de las intervenciones realizadas en estos territorios de agua y tierra quedan muy lejos de
entender, interpretar e interiorizar sus valores y potencialidades. Es posible que ello se deba al carácter furioso
de los ríos mediterráneos, afectados cíclicamente por violentos episodios de aguas altas, sucesos causantes con
frecuencia de cuantiosas pérdidas materiales y humanas. Los ríos han sido vistos por tanto como elementos de
los que protegerse, más causantes de daños que portadores de beneficios. Por ello, muchas ciudades han
crecido a espaldas de sus ríos, reservando a los cauces el papel de albañal y considerando sus riberas
territorios marginales y de marginalidad.

No ha existido una cultura primordial del paisaje en general y de los paisajes fluviales en particular más allá de
la académica. Es posible que las estridencias en los tratamientos y la banalidad de muchas intervenciones en
estos ámbitos se deban a ello. No se ha pensado ni se ha reflexionado sobre estos espacios, no se han
interpretado adecuadamente estos territorios, tampoco se han valorado y apreciado sus paisajes, y la falta de
pensamiento y reflexión ha generado, en el sentido que indicaba Hanna Arendt en unos de sus más polémicos
ensayos, actuaciones banales causantes de profundos daños, a veces irreversibles.

Figura 1: Valle del arroyo de Valdesaelices situado en el piedemonte de la sierra de Guadarrama en el municipio de Soto del
Real (Madrid). Las comunidades de vertebrados de este valle, quefunciona como un importante corredor biológico en el
contexto de la fachada meridional del Sistema Central, presentan unos parámetros de alta biodiversidad. Fuente: Pedro Molina
Holgado.
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2. Los paisajes fluviales, paisajes singulares en la interfaz agua-tierra

2.1. Ecosistemas fluviales y paisajes fluviales

El régimen de caudales de una cuenca hidrográfica impone unas condiciones hidráulicas en el cauce, a las que
se adaptan las comunidades biológicas (Amorós et al., 1993). Las singularidades de este ecosistema debidas a
las rápidas variaciones de dichas condiciones hidráulicas en los tres ejes del espacio y a través del tiempo
dificultan la aplicación a estos medios de la noción de ecosistema como conjunto unitario. Por ello, han surgido
diversas teorías para su análisis específico. Cabe señalar, entre otras, las que consideran estos medios como
continuum fluvial (Vannote et al., 1980), o corredor fluvial (Forman & Godron, 1986). Esta idea, que
conceptualiza los ríos como un continuo (River Continuum Concept, RCC), interpreta los espacios fluviales como
sistemas integrados longitudinalmente, en los que existe una fuerte dependencia entre el funcionamiento del
río aguas abajo y aquellos procesos que tienen lugar aguas arriba. Otro concepto ecológico de interés para el
entendimiento de los ecosistemas fluviales es el de la Espiral de Nutrientes (Webster & Patten, 1979; Elwood et
al. 1981), según el cual el reciclaje de nutrientes en los sistemas fluviales se estructura como una espiral que
incluye medidas de utilización biológica y transporte de nutrientes aguas abajo. Más recientemente ha
aparecido el concepto de hidrosistema fluvial (Amoros & Petts, 1993), que considera que los ríos pueden
interpretarse como sistemas complejos estructurados en cuatro dimensiones (longitudinal, transversal, vertical
y temporal), constituidos por ecosistemas interactivos.

Todas estas aproximaciones están muy vinculadas a la percepción estrictamente ecológica del río, que no
atiende a otros factores diferentes a los debidos a las relaciones biológicas que se establecen en este medio.

El concepto de paisaje fluvial es diferente al de ecosistema fluvial por el mismo motivo que lo son paisaje y
ecosistema. El concepto paisaje encierra una morfología territorial, pero además contiene ideas, imágenes, una
cobertura vivencial y cultural, recoge toda la complejidad física y humana del espacio geográfico (Martínez de
Pisón, 2001a, 2001b, 2009, 2010).

Cada paisaje puede ser interpretado a partir de un elemento dominante que le da sentido (Bethemont et al.,
2006). Los paisajes fluviales son, por tanto, aquellos en los que el agua asociada a los cursos y a los acuíferos
aluviales (en gran medida dependientes de los ríos) es fundamental en su origen, estructura, funcionamiento y
dinámica espacio-temporal.

Este entendimiento de los paisajes fluviales como realidades territoriales complejas cuyos límites se extienden
más allá de las llanuras de inundación y en cuya génesis es imprescindible el factor humano, permite la
complementariedad de los planteamientos ecológicos tradicionales, ampliamente desarrollados en la línea
teórica dominante en la actualidad de la ecología del paisaje.

Los paisajes fluviales mantienen valores naturales y culturales como cualquier territorio. Poseen sin embargo
unas características y valores específicos que los diferencian bien de los que se podrían denominar paisajes
zonales. Estos valores se relacionan con las especificidades vinculadas al agua (aprovechamientos, usos,
características naturales, etc.), el elemento básico que los organiza y singulariza, y con la importancia que los
medios ribereños han desempeñado a lo largo del tiempo como corredores naturales y culturales.
Precisamente, el valor de estos espacios como conector natural y cultural se debe a su relación con los
territorios que forman sus cuencas-vertientes y, por este motivo, en ellos se concentran como en ningún otro
espacio las tensiones de sus respectivas cuencas vertientes.

Algunos de los valores más destacados de estos paisajes son los que se desarrollan en los epígrafes siguientes.

2.2. Los componentes naturales de los paisajes fluviales

2.2.1. La importancia de los factores hidrológicos

Los paisajes fluviales poseen rasgos propios y valores específicos que los diferencian de otros en los que el
agua no es el elemento que determina sus rasgos más destacados, como se ha señalado. En efecto, en las
riberas interiores el agua organiza la conectividad espacial, estructura la vida y vertebra las propias formas de
ocupación del territorio (Horden & Purcell, 2001). El agua siempre es esencial en cualquier paisaje pero en
ningún otro ámbito terrestre adquiere la importancia que alcanza en las riberas fluviales: es el elemento clave,
vertebrador y dinamizador de los sistemas fluviales, y por ello cualquier modificación que afecte a las
características hidrológicas e hidráulicas de los recursos hídricos se manifestará externamente, provocando las
consiguientes modificaciones paisajísticas (Berrocal, 2013).
4 ARTÍCULOS | 06_Planur-e | Invierno 2015

El comportamiento hidrológico de los ríos difiere de unos a otros, puesto que depende de características propias
de su cuenca vertiente, como su tamaño; su geología, orografía y edafología; la densidad y extensión de sus
espacios forestados, o la permeabilidad del suelo; así como de otros factores de carácter más global, como el
propio clima. Estos factores determinan la hidrodinámica fluvial, los periodos de inundación y estiaje, así como
las posibilidades de conectividad lateral, longitudinal y vertical, con su medio hiporreico.

Un paisaje fluvial en el que las condiciones hidrodinámicas no hayan sido alteradas, por ejemplo mediante la
construcción de presas, se caracteriza por mantener un equilibrio dinámico, esto es, un ajuste permanente en
el espacio y en el tiempo a las fluctuaciones de caudales líquidos y sólidos, lo que se manifiesta en la movilidad
lateral y vertical del propio río (véase Figura 2). Estos movimientos laterales permiten al río perder energía e
intercambiar nutrientes con las llanuras de inundación. Las inundaciones, las migraciones de cauce, y en suma
la movilidad de los ríos son procesos absolutamente normales y necesarios para el buen estado ecológico del
sistema fluvial. No obstante, los intereses humanos sobre las llanuras aluviales o, lo que se ha venido llamando
el espacio de libertad fluvial, ha identificado estos procesos naturales como perniciosos, imprevisibles,
demoledores y peligrosos. Estas ideas antropocentristas de un espacio natural tan complejo y dinámico como el
fluvial han favorecido las duras actuaciones de “rigidizaciones” de cauce, regulación mediante presas, cortas
artificiales de meandros, etc., llegando incluso a pervertir la palabra regulación (hidráulica), cuando en
términos ecológicos, se lleva a cabo realmente una completa desregularización de la hidrodinámica fluvial.

Figura 2. Superposición de meandros activos y paleomeandros en el delta del río Mississippi. Extracto de un plano de Harold
Fisk realizado en 1944, a petición del Army Corps of Engineers de Estados Unidos. (Fuente:
http://www.radicalcartography.net/)
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2.2.2. Litología y modelado

Las características litológicas del lecho de los ríos dependen fundamentalmente del origen geológico de los
materiales que forman las cabeceras de las cuencas vertientes, así como de la capacidad de transporte de la
corriente fluvial.

En términos generales, la granulometría de los materiales del lecho es tanto menor cuanto más aguas abajo, es
decir, cuanto menores son las pendientes medias del cauce y del valle y, por tanto, la velocidad de la corriente.
En los tramos altos de los ríos, la acusada pendiente determina un régimen torrencial de caudales, con mucha
capacidad de erosionar y transportar material. Sin embargo, a medida que la pendiente disminuye, el río va
depositando los materiales más pesados, hasta desembocadura, donde normalmente llegan granulometrías
pequeñas, gravas, arenas y sedimentos finos. Si las características geológicas de la llanura aluvial lo permiten,
los ríos en sus tramos medios y bajos pierden su energía describiendo amplios meandros.

En ríos sobre sustratos cohesivos, rocosos o arcillosos, la corriente tiene una menor influencia sobre la
morfología del cauce y el modelado del lecho, a diferencia de los sustratos no cohesivos o aluviales, en los que
la gradación longitudinal de los acarreos queda definida por las condiciones hidráulicas de la corriente (González
del Tánago & García de Jalón, 2007).

Figura 3. Diversidad de paisajes fluviales y riqueza de sus ecosistemas.

De arriba abajo y de izquierda a derecha: (1) La laguna de San Juan, situada en la llanura aluvial del río Tajuña (Chinchón,
Madrid), es una extensa dolina colmatada con agua del acuífero aluvial. La presencia de éstos y otros elementos confieren a los
paisajes fluviales gran complejidad y valor ecopaisajísitico. Lamentablemente, la intensificación de usos en estos medios
provoca una notable simplificación de sus estructuras y tramas, que se manifiesta en la pérdida de valores ambientales,
paisajísticos y culturales. (2) Río Oja en Ojacastro (La Rioja). Este curso presenta en algunos tramos una circulación
subsuperficial debido a la alta permeabilidad del lecho y su conexión con el acuífero. (3) Soto o bosque de ribera del río Jarama
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en Valdepeñas de la Sierra (Guadalajara). Puede apreciarse la gradación en la distribución de especies vegetales en función de
su proximidad al cauce. (4) Río Jarama en Aranjuez. Se aprecia la elevada azonalidad del medio fluvial, caracterizado por la
presencia de especies propias de medios húmedos, frente a las vertientes donde la vegetación está dominada por elementos
xerófilos e hiperxerófilos, algunos endémicos, de gran valor en términos de conservación. (5) Esquema de la distribución de la
vegetación de la ribera del río Duero Hinojosa (Soria). La mayor o menor capacidad de las especies para tolerar periodos de
inundación y abrasión determina la organización y composición de las comunidades vegetales. (6) a (11), algunas de las aves
características de los bosques fluviales, cuyos cantos, de gran complejidad en algunos casos, confieren una alta calidad sonora
a estos espacios (www.sonidoverdeurbano.com): curruca carrasqueña (Sylvia cantillans); pico menor (Dendrocopos minor);
curruca capirotada (Sylvia atricapilla); herrerillo común (Cyanistes caeruleus); curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala);
chochín (Troglodytes troglodytes).

Fuente de las imágenes: Pedro Molina Holgado, Ana Belén Berrocal Menárguez.

2.2.3. La vegetación ribereña

Las riberas, en un sentido amplio, son las franjas de terreno más próximas a los ríos, cuyas características
estructurales y funcionales dependen directamente de la hidrodinámica fluvial. En términos geográficos,
constituyen la transición entre las vertientes, o las amplias vegas de los tramos medios y bajos de los ríos, y el
ámbito estrictamente acuático de los cauces. Las riberas, en ríos no regulados, se caracterizan por un nivel
freático elevado, lo que permite el sostenimiento de una vegetación característica ligada a la humedad edáfica.
Desde el punto de vista paisajístico, las riberas constituyen singularidades en su contexto territorial, debido a la
azonalidad que permiten las condiciones ambientales generadas por el medio hídrico.

La composición florística y estructural de las comunidades vegetales que integran las riberas dependen de un
buen número de factores, siendo el más relevante el régimen hidrológico del tramo. En términos generales, a
medida que desciende la altitud, se produce un incremento de la complejidad de las comunidades: las riberas
de las zonas montañosas, sometidas a la abrasión propia de los caudales torrenciales, son estructuralmente
muy simples, dominando los portes arbustivos o arborescentes, mientras que las grandes llanuras, en las que
el caudal pierde velocidad y aumenta en anchura, podrían albergar potencialmente un complejo bosque de
comunidades de muy diversa naturaleza (Molina et al., 2010).

Otros factores, además del hidrodinámico, condicionan la distribución y características de la vegetación riparia
(Molina, 1998; Molina, 2002; Lara, 2005). El patrón termopluvial del área es un factor relevante que condiciona
la presencia de determinadas especies adaptadas a condiciones particulares de temperatura y humedad. La
litología de la llanura aluvial influye en el desarrollo radicular de las especies. La trofia del suelo y del agua
condiciona la disponibilidad de nutrientes. La topografía del valle y las dimensiones del cauce influyen en la
amplitud de la ribera y en la velocidad de las aguas. Por último, las actividades antrópicas, tales como la
agricultura, la ganadería, la minería o la regulación de cuencas determinan la conservación de los bosques de
ribera.

Los bosques de ribera son uno de los ecosistemas de mayor valor ecológico y paisajístico (Molina, 2002),
caracterizados por una alta biodiversidad y productividad. Funcionan, además como corredores biológicos y
hábitats para un buen número de especies animales. Su sombra rebaja la temperatura del agua durante los
meses más cálidos, proporcionando cobijo a diversas especies piscícolas. Los bosques de galería retienen una
parte sustancial de la escorrentía, y con ella, de los nutrientes disueltos en el agua, especialmente nitratos
procedentes de la agricultura. La fijación y metabolización de nutrientes reduce los niveles de eutrofización de
las aguas en cuencas intensamente ocupadas por actividades agrícolas. Por otra parte, el sistema radicular fija
las márgenes de los cauces, controlando los procesos erosivos, y configurando, por tanto, ríos más profundos y
estables.

2.3. Cultura e historia, agentes configuradores básicos de los paisajes fluviales

Los paisajes del agua han sido considerados paisajes eminentemente culturales (Ribas, 2007), entendiendo que
esta característica pone de manifiesto su naturaleza mixta natural y cultural. Son por ello el resultado de la
combinación de elementos físicos, de los que el agua es el más destacado, y elementos humanos, relacionados
con su utilización a lo largo del tiempo (Berrocal & Molina, 2012).

El correcto entendimiento territorial de los paisajes fluviales requiere por tanto del análisis de los procesos
históricos, concretados en unos usos específicos, tanto de los medios ribereños como de las cuencas vertientes.
Pero, además, el paisaje es una clara experiencia sensorial, perceptual, estética o artística (Mata, 2006; Saule-
Sorbé, 2006; Renes, 2009) y se encuentra profundamente conectado con los procesos que conforman la
memoria histórica y la identidad nacional de los pueblos (Ortega, 2005).

Los paisajes fluviales han concentrado durante siglos las tensiones propias de las fronteras y los puentes.
Además, han servido como soporte vital a pueblos enteros, no sólo como fuente de agua para beber las
personas y el ganado, sino por sus fértiles vegas, por el recurso forestal de sus bosques y por la abundancia de
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especies animales y vegetales. Existen paisajes e incluso culturas enteras que no pueden entenderse si no es
considerando la relación con sus ríos. En este sentido, la configuración y morfología de la vega de Aranjuez,
declarada por la Unesco Paisaje Cultural, gravitan sobre la confluencia de los ríos Tajo y Jarama y el
aprovechamiento de sus aguas desde antiguo para riego de huertas y la recreación de un paisaje versallesco.

3. El valor e interés de los paisajes fluviales

3.1. Un espacio básico para la conservación de la biodiversidad

Los paisajes fluviales son áreas de especial interés para la conservación de la biodiversidad (Harvolk et al.,
2010). Su valor se debe en gran medida a su carácter híbrido terrestre-acuático y a su importancia como
corredores ecológicos, caracterizados en estado natural por su elevada complejidad paisajística (Ward et al.,
1999, 2004); no en vano, las riberas fluviales mantienen los hábitats terrestres más diversos, dinámicos y
complejos de la Tierra (Naiman, Dechamps & Polloch, 1993). Poseen valores propios, diferenciados de los
específicos de los contextos paisajísticos en los que sitúan, en gran medida debido a su azonalidad climática. En
efecto, sus principales características no dependen de los rasgos climáticos locales: están estrechamente
vinculadas a los factores hidrológicos e hidráulicos de los cursos. En el centro de la Península Ibérica, esta
azonalidad permite la presencia de elementos de fauna y flora de matriz septentrional en áreas de ombloclima
seco (350-600 mm/año) o semiárido (350-200 mm/año) (Rivas Martínez, 1983) de marcado carácter
“estepario”.

Esta singularidad puede observarse, por ejemplo, en la ribera del río Tajo aguas arriba de su desembocadura
en el Jarama. En este territorio fluvial, los bosques aluviales mejor conservados mantienen poblaciones de un
buen número de plantas mesófilas o mesohigófilas, entre otras Cornus sanguinea, Ligustrum vulgare o
Brachypodiuym sylvaticum, elementos propios de bosques caducifolios y marcescentes localizados en áreas de
ombroclima subhúmedo (600-1.000 mm/año) y húmedo (1.000-1.600 mm/año) (Molina, 2003). Entre los
vertebrados, cabe destacar la presencia de algunas aves, entre otras Turdus philomelos y Regulus regulus,
especies sólo presentes en la región Mediterránea en zonas montañosas, de amplia distribución sin embargo en
la región Eurosiberiana (Hagemeijer & Blair, 1997). Además, los valores de diversidad, riqueza y densidad de
las comunidades de aves de los bosques de ribera se encuentran entre los más altos del Paleártico occidental
(Molina, op. cit.), siendo muy superiores a los de los bosques zonales más complejos y mejor conservados,
como puede apreciarse en la Figura 4.

EUCALIPTALES (MONTES DE TOLEDO) (12)


HAYEDOS CANTÁBRICOS (LÉON) (11)
ALCORNOCALES (MONTES DE TOLEDO) (10)
SOTOS HENARES (9)
ROBLEDALES NAVARROS (8)
PINAR P.sylvestris (SISTEMA CENTRAL) (7)
ENCINARES (SIERRA NEVADA) (6)
SOTOS ALMANZORA (5)
SOTOS TAJO (4)
SOTOS EBRO (3)
SOTOS LOZOYA (2)
SOTOS ALBERCHE (1)

0 0,5 1 1,5 2 2,5 3 3,5


8 ARTÍCULOS | 06_Planur-e | Invierno 2015

Figura 4. La diversidad de los bosques aluviales ibéricos

Arriba, valores de diversidad Hα (en nats) en diversos medios forestales ibéricos zonales (barra roja) y azonales –bosques de
ribera- (barra verde); nótese el destacado valor de este parámetro en los bosque aluviales, más elevado que en bosques
zonales complejos y bien conservados como los indicados.

En el medio, contrastes entre la vegetación de la ribera del Tajo en Algodor (Madrid-Toledo), ocupadas por un complejo y
heterogéneo dosel arbóreo de Populus alba, Polus nigra, Salix alba, Tamarix gallica y Tamarix africana, y las vertientes
colindantes, situadas a menos de 100 m. En estas laderas aparecen algunos elementos como Aizoon hispanicum, (detalle abajo
a la izquierda), especie presente en las áreas más áridas de la región mediterránea y en las regiones Saharo-Arábiga e Irano-
Turaniana.

Abajo a la derecha, flor de Iris pseudacorus, lirio característico de humedales y riberas fluviales, presente fundamentalmente en
zonas templadas de Eurasia, donde alcanza latitudes superiores al paralelo 60o N.

Fuente de datos: (1) (2) Velasco & Blanco, 1998. (3)(4) Molina Holgado, 1998. (5) Molina Holgado, datos propios. (6) Zamora
& Camacho, 1994. (7) Potti, 1985. (8) Purroy, (1977). (9) Molina Holgado, 2015. (10-12) Santos & Álvarez (1990). (11)
Álvarez & Purroy 1993.

Fuente de imágenes: Pedro Molina Holgado

3.2. Paisajes fluviales, fragmentación e infraestructura verde

La recientemente aprobada Estrategia de la Unión Europea sobre la biodiversidad hasta 2020i señala como
Objetivo principal para este periodo “Detener en 2020 la pérdida de biodiversidad y la degradación de los
servicios ecosistémicos de la UE, y restaurarlos en la medida de lo posible (…)”. En su Objetivo 1 hace
referencia expresa a la necesidad de “Detener el deterioro que sufre el estado de conservación de todas las
especies y hábitats contemplados en la normativa sobre protección de la naturaleza de la UE y mejorar dicho
estado (…)”. El Objetivo 2 considera el “Mantenimiento y mejora de ecosistemas y servicios ecosistémicosii no
más tarde de 2020 mediante la creación de infraestructura verdeiii y la restauración de al menos el 15 % de los
ecosistemas degradados”, planteando para ello medidas que subsanen uno de los principales problemas del
territorio de la Unión Europea, la fragmentación del suelo, sin duda una de las principales causas de pérdida de
biodiversidad en territorios densamente poblados como Europa.

En este sentido, La propuesta Europea para la creación de una infraestructura verde, manifiesta la necesidad de
mejorar la conectividadiv entre zonas naturales para contrarrestar la fragmentación y aumentar la
permeabilidadv del paisaje, con el fin de favorecer la dispersión, migración y movilidad de las especies. Entre
los posibles ámbitos considerados para integrar la Infraestructura verde de la Unión Europea, los trabajos
técnicos de la Comisión consideran los espacios fluviales. Por su parte, la Ley 42/2007, de Conservación del
Patrimonio Natural y la Biodiversidad (BOE núm. 299, de 14 de diciembre de 2007), precisamente, especifica
en su Preámbulo, la necesidad de incorporar “la planificación ambiental a los Planes de Ordenación de los
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Recursos Naturales, los corredores ecológicos”, destacando el papel prioritario, entre otros, de “los cursos
fluviales (…) y otros elementos del territorio, lineales y continuos, o que actúan como puntos de enlace, con
independencia de que tengan la condición de espacios naturales protegidos (…)”.

Como señalan García y Abad (2014), existen dos formas principales de promover la conectividad del paisaje:
por una parte, la gestión integral del conjunto de mosaicos del paisaje para facilitar el movimiento y la
continuidad de las poblaciones; por otra, “la gestión específica de hábitats dentro del paisaje mediante la
gestión de corredores continuos entre estos hábitats naturales”, entre otros, las riberas fluviales.

3.3. El valioso patrimonio material e inmaterial de los paisajes fluviales

El paisaje es mucho más que una realidad física, por la importancia en su concreción de aspectos mentales,
sociales y culturales (Palang, Helmfrid, Antrop & Alumäe, 2005), es un lugar y su imagen, y no es sólo
escenario, sino también parte del drama (Martínez de Pisón, 2009). El paisaje posee sin duda una dimensión
atávica y espiritual, en tanto que ha sido y es marco de vidas, pretéritas y actuales. Es un totalizador y
acumulador histórico (García Fernández, 1975) “escenario común de vivos y muertos, lugar de reunión de
miradas sin tiempo” (Ortega y Gasset, 1967).

Los paisajes fluviales poseen rasgos culturales propios y valores diferenciales respecto a otros debido a su
intensa y antigua ocupación, especialmente en territorios caracterizados por una escasa y desigual distribución
de los recursos hídricos. En efecto, la fertilidad de los suelos de vega y sobre todo la presencia de agua, son
posiblemente los elementos naturales más influyentes en las formas de ocupación del territorio (Horden y
Purcell, 2001), como bien puede observarse en numerosas civilizaciones antiguas y culturas tradicionales
(Granero, 2008; Laureano, 2005).

Contienen en efecto tramas y configuraciones territoriales propias de los diversos tipos de aprovechamientos y
usos que ha acogido y un valioso patrimonio inmaterial plasmado en textos literarios, nombres de lugar,
imágenes, composiciones musicales y saberes de las culturas populares ribereñas que los cargan de
significados, porque “la huella del hombre en la Tierra que lo acoge es paisaje a través de la historia” (Martínez
de Pisón, 2010).

3.4. Valor de uso: ocio y recreación

Finalmente, conviene señalar la importancia de los paisajes fluviales por su valor de uso. El valor de las riberas
como espacios de ocio y recreación es especialmente notable en territorios de clima mediterráneo, como la
mayor parte de España centro-meridional. En el caso particular de la Comunidad de Madrid, todos los tramos
fluviales, incluso algunos con mala calidad de agua, sufren una intensa presión humana, especialmente durante
la primavera y el verano por el elevado número de visitantes que acogen. De las 99 áreas recreativas públicas
existentes en esta región 47 están directamente emplazadas en riberas fluviales y zonas húmedas (Consejería
de Medio Ambiente, 2015); si bien, el uso informal de espacios fluviales como áreas recreativas se extiende
más allá de los ámbitos identificados como zonas de ocio.

La presión sobre estos espacios es tal que, en algunos casos, la Administración ha intervenido para limitar los
accesos o impedir su uso. Muy recientemente, precisamente por este motivo, la Consejería de Medio Ambiente
de la Comunidad de Madrid ha declarado La Pedriza, espacio situado en el Parque Regional de la Cuenca Alta
del Manzanares y en el Parque Nacional de la Sierra del Guadarrama, zona no apta para el baño.

4. Situación actual y evolución de los paisajes fluviales

4.1. La degradación de los paisajes fluviales ibéricos: la caída de la última frontera verde

El valor de los espacios fluviales como conectores naturales y culturales se debe a su relación con los territorios
que forman sus cuencas vertientes y, por este motivo, en ellos se concentran como en ningún otro espacio las
tensiones de sus respectivas cuencas vertientes. Estas presiones en ocasiones proceden de alteraciones
ejercidas directamente sobre el espacio fluvial, como ocupaciones o cambios de usos del suelo; y, en otros
casos, son debidas a actividades que afectan de forma indirecta al río y su ribera, modificando las condiciones
que permiten el buen estado ecológico de las masas de agua y de sus ecosistemas asociados (Casimiro et al.,
2004).

Por otro lado, los bosques aluviales constituyen la última frontera forestal en muchos territorios europeos,
principalmente en áreas intensamente transformadas por la actividad agraria o por procesos vinculados a la
urbanización. De tal forma que las presiones ejercidas sobre los espacios fluviales los exponen a un franco
riesgo de degradación y, con ella, a una pérdida de riqueza y diversidad irreparable para amplias regiones
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europeas en general, e ibéricas en particular, donde la capacidad de regeneración de sus bosques,


especialmente los esclerófilos de la región mediterránea, es muy limitada.

La alternativa a las políticas intervencionistas sobre los cauces mediantes las denominadas prácticas duras
(presas, canalizaciones, desvíos, cortas, etc.) es una ordenación territorial sostenible y racional que reconozca y
preserve el espacio de libertad fluvial y que evalúe seriamente las implicaciones, positivas y negativas, de la
regulación de ríos en cada caso y en su conjunto.

4.2. El impacto de la regulación hidrológica en la desaparición de paisajes fluviales

La regulación hidrológica de las cuencas fluviales ejerce una de las presiones más importantes y generalizadas
sobre los espacios fluviales en los países desarrollados de todo el mundo, y en particular en la península ibérica,
donde las condiciones climáticas han favorecido la construcción de grandes obras hidráulicas.

La regulación hidrológica mediante presas modifica profundamente las condiciones hidrodinámicas del cauce,
reduciendo la disponibilidad de agua en el río y modificando su distribución anual. En efecto, la aportación en
cauce de un río regulado es, lógicamente, inferior a la del río en condiciones naturales. La presa tiene una
función almacenadora y eso implica la retención de una parte importante de los caudales, líquidos y sólidos
circulantes. Durante décadas, en buena parte de los principales ríos peninsulares, los caudales corrientes aguas
debajo de las obras de retención han sido exiguos volúmenes que apenas permitían satisfacer las más básicas
demandas ecológicas del sistema fluvial (Baeza et al., 2005). Estos caudales aportados por la presas a menudo
se han calculado sin considerar los ciclos biológicos de las especies riparias, ni sus requerimientos hídricos en
cada periodo y se han limitado a definirlos como un porcentaje del caudal medio anual o, a lo sumo, del
mensual. Esta simplificación altera profundamente el funcionamiento ecológico del río, ya que la biocenosis
acuática ha evolucionado adaptándose a las pautas históricas de distribución de estiajes y crecidas (González
del Tánago & García de Jalón, 1995)

Asimismo, la capacidad laminadora de los embalses implica la práctica eliminación de los eventos
extraordinarios de avenidas, y con ellos, la desaparición de los procesos de regeneración natural del cauce y de
intercambio de materia y energía.

Figura 5. Desaparición del bosque de ribera en los ríos Jarama y Tajo en el entorno de Aranjuez. La secuencia (de izquierda a
derecha y de arriba abajo) ofrece la situación en los años 1865, previa al proceso desamortizador del bosque-cazadero real,
1880, 1936, 1975 y 1999. El gráfico muestra el descenso del espacio forestado en este periodo en más de un 90% de su
superficie original. Fuente: Berrocal Menárguez, A. B., 2013.

El descenso de caudales punta, además, favorece la aparición de nuevas actividades consumidoras de suelo en
ámbitos cada vez más próximos al cauce. En efecto, la actividad agrícola expande su frontera a costa de los
bosques de galería, y a menudo, también del propio lecho del cauce, alterando completamente su morfología.
Otras actividades antrópicas avanzan hacia ámbitos cada vez más próximos al río, como las graveras, que
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buscan y explotan los depósitos de gravas de origen fluvial, dejando importantísimas oquedades en la llanura
aluvial.

La pérdida de dinamismo de los cauces, además, supone un empobrecimiento de las estructuras naturales del
espacio fluvial y un descenso muy notable de sus valores de riqueza y biodiversidad.

5. Los paisajes fluviales en la normativa y en la planificación

5.1. Conservación de la naturaleza y política de aguas

Los espacios fluviales han sido ámbitos de atención preferente en la Normativa de conservación de la
naturaleza. Muchos están incluidos en la Red Natura 2000, por mantener hábitats del Anexo I o especies
mencionadas en el Anexo II de la Directiva 92/43/CE. Existen además figuras específicas de protección en la
normativa sectorial en algunas comunidades autónomas, como Castilla-La Mancha, que incluye la figura
Reserva fluvial (Art. 44) en la Ley 9/1999, de 26 de mayo, de Conservación de la Naturaleza. Según este texto,
estos ámbitos protegidos son “aquellos espacios naturales de carácter lineal que contienen ecosistemas
dependientes de ríos o arroyos, de régimen permanente o estacional, que se considera necesario proteger por
el grado de conservación, la singularidad o la importancia global de su biocenosis, o bien por la presencia
notable de especies de fauna o flora amenazadas o de hábitats raros.” Cabe destacar, tal y como se especifica
en el artículo 48 Zonas periféricas de protección, que en el caso de las Reservas fluviales “la zona de influencia
comprenderá la parte de cuenca hidrográfica donde deban regularse los usos generadores de impactos
negativos, debiendo acordarse con el organismo de cuenca correspondiente las actuaciones que procedan en lo
que se refiera al dominio público hidráulico”.

Desde la normativa de aguas también aparece la figura de Reserva fluvial, en cumplimiento de lo dispuesto en
la Directiva Marco del Agua (Directiva 2000/60/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 23 de octubre de
2000, por la que se establece un marco comunitario de actuación en el ámbito de la política de aguas). La Ley
11/2005, de 22 de junio, por la que se modifica la Ley 10/2001, de 5 de julio, del Plan Hidrológico Nacional,
que recoge las exigencias de la anterior Directiva, en su artículo 42 señala que se crean las reservas naturales
fluviales, “con la finalidad de preservar, sin alteraciones, aquellos tramos de ríos con escasa o nula intervención
humana. Estas reservas se circunscribirán estrictamente a los bienes de dominio público hidráulico”.

A finales de 2015, el Consejo de Ministros, a propuesta del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio
Ambiente, declaró 82 reservas naturales fluviales (1.775 km) en las demarcaciones hidrográficas Cantábrico
Occidental, Cantábrico Oriental, Duero, Ebro, Guadalquivir, Guadiana, Júcar, Miño-Sil, Segura y Tajo
(Resolución de 2 de diciembre de 2015, de la Dirección General del Agua, por la que se publica el Acuerdo del
Consejo de Ministros de 20 de noviembre de 2015, por el que se declaran determinadas reservas naturales
fluviales).

En realidad, para la protección del territorio fluvial bastaría con aplicar lo dispuesto en las disposiciones
relativas al Dominio Público Hidráulico contempladas en el Real Decreto Legislativo 1/2001 , de 20 de julio, por
el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley de Aguas y en el Reglamento del Dominio Público Hidráulico,
aprobado por el Real Decreto 849/1986, de 11 de abril (modificado por el Decreto 9/2008, de 11 de enero, por
el que se modifica el Reglamento del Dominio Público Hidráulico). En este sentido, el artículo 92 del Real
Decreto Legislativo 1/2001, indica como objetivos de la protección del dominio público hidráulico:

a) Prevenir el deterioro del estado ecológico y la contaminación de las aguas para alcanzar un buen
estado general.

b) Establecer programas de control de calidad en cada cuenca hidrográfica.

c) Impedir la acumulación de compuestos tóxicos o peligrosos en el subsuelo, capaces de contaminar


las aguas subterráneas.

d) Evitar cualquier otra acumulación que pueda ser causa de degradación del dominio público
hidráulico.

e) Recuperar los sistemas acuáticos asociados al dominio público hidráulico.

Reglamentariamente, se establecerán los niveles de calidad correspondientes a los estados indicados


en el párrafo a) y los plazos para alcanzarlos.
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Según el Texto Refundido de la Ley de Aguas, constituyen el Dominio Público Hidráulico, entre otros ámbitos,
los cauces de corrientes naturales, continuas o discontinuas. El artículo 1 del Reglamento del Dominio Público
Hidráulico define como cauces:

1. Álveo o cauce natural de una corriente continua o discontinua es el terreno cubierto por las aguas
en las máximas crecidas ordinarias (artículo 4 del texto refundido de la Ley de Aguas). La
determinación de ese terreno se realizará atendiendo a sus características geomorfológicas, ecológicas
y teniendo en cuenta las informaciones hidrológicas, hidráulicas, fotográficas y cartográficas que
existan, así como las referencias históricas disponibles.

2. Se considerará como caudal de la máxima crecida ordinaria la media de los máximos caudales
anuales, en su régimen natural producidos durante diez años consecutivos, que sean representativos
del comportamiento hidráulico de la corriente y que tengan en cuenta lo establecido en el apartado 1.

En este mismo sentido cabe destacar como algunas comunidades autónomas han considerado la protección del
paisaje y el medio ambiente fluvial en su normativa de aguas. Es el caso de Andalucía que en el artículo 21
(Reservas fluviales) de la Ley 9/2010 de Aguas.

Existen además intervenciones sectoriales en el territorio fluvial, relacionadas con la protección de la


naturaleza, con rango estatal, autonómico o local. Es el caso de algunas actuaciones extensas ya desarrollados,
de pretendida vocación ambiental, como el Proyecto Cauce en la Comunidad de Madrid, que derivó en
intervenciones estructurales en cauces y riberas, generando más daño que alivio en los paisajes fluviales de
esta provincia. Otras actuaciones, como la Estrategia Nacional de Restauración de Ríos promovida por el
Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino, han sido devaluadas en su forma y alcance. En sentido contrario,
hay buenos ejemplos de actuaciones a escala local, entre otras, la Estrategia para la conservación de la
biodiversidad del municipio de Vitoria-Gasteiz (DMAEP, 2014), que otorga especial valor a los cursos fluviales
de este extenso término municipal, del norte de España por ser “el principal elemento ecológico conector de los
ecosistemas municipales”. Se entiende en esta estrategia local que las riberas posibilitan “un adecuado flujo
ecológico entre los principales elementos clave para la preservación de la biodiversidad” y que “la
permeabilidad del medio urbano pasa por el fomento de medios estratégicos lineales como las riberas fluviales
intraurbanas”.

5.2. Paisajes fluviales, planificación territorial y planeamiento urbano. Algunas


consideraciones y casos.

Como han indicado Vadillo y Molina (2011), en España, la escasa vinculación existente entre ríos, territorio y
comunidad se ha manifestado en el descuido generalizado y extendida degradación de los espacios fluviales.
Las intervenciones realizadas en estos medios, especialmente en áreas urbanas, excepto en contadas
ocasiones, han causado una fuerte pérdida de valores naturales, paisajísticos y estéticos. Aún en la actualidad,
muchas intervenciones estructurales desarrolladas en cauces, con amplio uso de hormigón, son denominadas
por la administración hidráulica estatal (Confederaciones Hidrográficas) o local (ayuntamientos),
acondicionamiento o recuperación ambiental, mostrando, cuando menos, un uso doloso y perverso del
lenguaje. Estas obras, en realidad, no son más que actuaciones de alto impacto ambiental, estético y
paisajístico, que aniquilan ríos y riberas y dan noticia del desinterés y sensibilidad mineral de quien las
promueve y de la comunidad que las acepta.

Los ejemplos existentes en España son numerosos: abruptas canalizaciones como la del río Guadarrama en
Collado Villalba o arroyos desparecidos en la reciente expansión urbana de Colmenar Viejo (Comunidad de
Madrid), duros tratamientos estructurales como los del río Tajo en Talavera de la Reina (Toledo), ásperas
escolleras como las del río Ebro en Miranda (Burgos) o ajardinamientos “amacetados” ajenos al río como los del
Manzanares en la ciudad de Madrid, en un proyecto en el que la única vinculación establecida entre el río y la
ciudad es la de su título “Madrid Río”. Soluciones en definitiva que en ningún caso entienden la importancia,
características, dinámicas, valores y potencialidades de los paisajes fluviales. El concurso, en muchos casos, de
prestigiosos profesionales en busca de actuaciones con firma por parte de la administración no evita los daños
derivados de la falta de entendimiento de los paisajes fluviales ibéricos, tan agotados como maltrechos, tan
ignorados como maltratados. Son actuaciones tan desconectadas de los paisajes fluviales en los que se
inscriben, como ajenas las lluvias al estío mediterráneo del centro ibérico.

Las políticas de ordenación del territorio consideran frecuentemente los espacios fluviales como ámbitos de
atención preferente. En Andalucía, por ejemplo, muchos planes subrregionales prestan atención a estos
espacios, entre otros, el Plan de Ordenación del Territorio de la Aglomeración Urbana de Granada. Este plan
considera que los espacios fluviales deben formar parte del Sistema de Espacios Libres, conservando así sus
características ambientales y paisajísticas al quedar al margen de las transformaciones urbanísticas (Consejería
de Obras Públicas y Transporte, 2005). En realidad, lo dispuesto en este plan enlaza con lo especificado en el
Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía (Decreto 206/2006, de 28 de noviembre de 2006).
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Posee mucho interés también la Estrategia de Paisaje de Andalucía, que incluye una línea estratégica específica
(Línea estratégica 12. Cursos fluviales, humedales e infraestructuras hidráulicas) vinculada al primer objetivo
de calidad de la misma (Objetivo 1. Impulsar la recuperación y mejora paisajística del patrimonio natural). En
particular, esta línea estratégica se apoya en planes ambientales generales y específicos (Plan de Medio
Ambiente de Andalucía, Plan Andaluz de Humedales, Plan Director de Riberas de Andalucía, Planes de
Ordenación del Territorio: identificación de paisajes fluviales relevantes para la ordenación del territorio,
Planificación de espacios naturales), en la inclusión de aspectos paisajísticos en la Estrategia Andaluza de
Restauración de Ríos y en la incorporación de espacios fluviales con criterios paisajísticos al Inventario de
Espacios Fluviales Sobresalientes de Andalucía.

6. Conclusión

Los paisajes fluviales son clave para el sostenimiento de la biodiversidad en el planeta. También han jugado un
papel relevante como acumuladores históricos, como condensadores de actividad, al proporcionar un recurso
esencial para el ser humano y como puente y frontera entre territorios.

La singularidad y complejidad de su funcionamiento y de su estructura a menudo ha derivado en una mala


gestión del espacio fluvial. Un sinfín de presiones que han arrasado con buena parte de sus bosques naturales,
han mermado sus caudales y han modificado irreparablemente su morfología y su dinámica.

Sólo recientemente el interés por la conservación de los espacios fluviales se ha abierto camino estimulada por
las directivas europeas de conservación de la biodiversidad y de gestión hídrica. Esto ha supuesto un cambio
esencial en la manera de entender la relación de las sociedades con los espacios fluviales. A pesar de ello,
existe aún una inercia arrolladora de prácticas lesivas sobre estos paisajes, frágiles y fascinantes, de los cuales
el sostenimiento del ser humano como especie, depende más que lo que probablemente seamos capaces de
comprender.

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i
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Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones.

ii
Servicios del ecosistema, o servicios ecosistémicos, son recursos o procesos de ecosistemas naturales que
benefician a los seres humanos. Incluye productos como agua potable y procesos tales como la descomposición
de desechos.

iii
La Infraestructura verde ayuda a conectar entre sí zonas naturales y a mejorar la calidad ecológica general
del territorio en sentido amplio (http://ec.europa.eu/environment/pubs/pdf/factsheets/green_infra/es.pdf).

iv
Conectividad: capacidad que tiene una población o conjunto de poblaciones de seres vivos para relacionarse
con elementos de otras poblaciones; también, la capacidad de conexión física existente entre ecosistemas,
paisajes o territorios.

v
Permeabilidad: propiedad general del paisaje referida al mantenimiento de la conectividad para el conjunto de
las diferentes especies que lo habitan (De Lucio et al., 2003)

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