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La pieza faltante en la Transición Política Mexicana: Apuntes para una defensa de la

Democracia Sustantiva
Laura Nelly Medellín Mendoza

Introducción

El presente documento pretende mostrar brevemente de manera teórica, así como de forma empírica para el caso
mexicano, las insuficiencias de la aplicación de una democracia procedimental; es decir, aquélla que promueve la
perfección de las reglas del juego electoral. Se piensa que dado el actual proceso de transición política del régimen, es más
conveniente para la gobernabilidad y para la consolidación de la democracia, promover la democracia sustantiva, que
significa ampliar los valores democráticos a las diversas esferas de acción social. Por lo tanto, la participación ciudadana la
suscribimos a este ámbito teórico.

En el apartado I ¿Qué democracia? se establece teóricamente las diferencias entre la democracia sustantiva y la
procedimental. De manera inductiva, se señala la preeminencia de la democracia sustantiva al concretar las posibles
consecuencias en la aplicación del criterio electoralista. Se introduce el término falacia del electoralismo, como el puente
explicativo que ayudará a considerar las insuficiencias del criterio procedimental para la consolidación de la democracia,
si es la intención del régimen en transición llegar a este objetivo. En el apartado II ¿Qué participación ciudadana? se indica
concretamente el tipo de participación ciudadana que estudiaremos para el caso mexicano. Bajo esta interpretación,
suscribimos que hay una creciente y activa sociedad civil que ha ayudado a la transición política del régimen anteriormente
autoritario. Sin embargo, el régimen en momentos estratégicos, ha aplicado una política de competitividad para el sistema
de partidos: nos referimos a las reformas electorales de 1977 y 1996 que mejoraron las condiciones de los partidos
políticos en etapas en que la sociedad civil presentaba una capacidad de influencia importante. En el apartado III, El riesgo
del régimen en transición, se señala el imperativo de considerar para el caso mexicano a la democracia sustantiva ( a
diferencia del criterio electoralista) pues tiende más puentes de diálogo para sostener una gobernabilidad y en el largo
plazo la consolidación democrática. Se considera importante lo anterior, dadas las recientes apariciones de movimientos
guerrilleros que deslegitiman tanto el mecanismo representativo como a las organizaciones civiles que ofrecen alternativas
de cambio político y social. Por lo tanto, se piensa que al incentivar de manera formal los mecanismos de representación
ciudadana, se fortalecería el entramado institucional del régimen en transición.

I ¿Qué Democracia?

La teórica democrática estará suscrita en este ensayo en torno a dos visiones importantes en la discusión contemporánea:
aquellos que propugnan la democracia electoral, también llamada procedimental o minimalista, y por otra parte los que
conciben el proyecto democrático en las diversas esferas de acción social en las que participe el ciudadano.

¿Por qué la necesidad de esta discusión? porque los gobiernos que atraviesan una transición política como es la del caso
mexicano, necesitan de una ampliación de su perspectiva democrática, para sostener en primer plano su gobernabilidad y
construir el nuevo entramado institucional que sustituya el antiguo régimen de partida. [1] Por lo tanto, en este apartado
se procede a presentar esquemáticamente estas dos posiciones sostenidas en el debate de la ciencia política
contemporánea.

Consideremos en principio que la teoría democrática se refiere estrictamente al ámbito normativo de una particular forma
de gobierno en que la soberanía y el fundamento del poder político emanan y residen conjuntamente en el pueblo. Señala
Cisneros (2000: 759) que los elementos constitutivos de la teoría democrática son, además de la soberanía popular y el
Estado de Derecho, los criterios de la igualdad y la libertad de los integrantes de la comunidad política. Señala además
que en su larga trayectoria histórica, la teoría democrática ha conjuntado tanto motivos de método como motivos ideales.
Es decir, por un lado, la democracia ha sido considerada como valor y como ideal igualitario; y por el otro, la democracia
como método, es decir como un conjunto de principios que sólo se pueden realizar a través de la voluntad general. Se
entiende entonces que la teoría democrática constituye una reflexión sistemática tanto en el plano normativo, y que refiere
el conjunto de ideales, normas y preceptos, así como en el plano empírico, que señala una especificidad en la estructura
institucional y en la forma de gobierno. La teoría democrática es la teoría política de la igualdad de los ciudadanos
respecto a la ley.

Sin embargo, en el desenvolvimiento teórico, se ha concebido bajo distintos modelos la organización de los ciudadanos en
la comunidad política para el establecimiento de la democracia.

Concretamente Del Aguila, (1997: 140-49) señala tres modelos que se han desarrollado en torno a la democracia. El
primero es el liberal-protector, en el cual el sistema político prepondera la protección de las garantías individuales de los
ciudadanos, frente a acciones de otros particulares y frente a la acción del Estado. El segundo modelo es el democrático-
participativo. En él, lo que se busca es garantizar la participación de todos los ciudadanos en los asuntos públicos. Aquí, se
tendría que formalizar el autogobierno colectivo e incentivar la formación de una ciudadanía informada y comprometida
con los asuntos públicos. El tercer modelo es el pluralista-competitivo. En este modelo, los ciudadanos son llamados a
ejercer su capacidad de elección entre varias acciones de gobierno, sin que sea necesaria ampliar su participación política.

Nuestra discusión se concentra en señalar que el triunfo de la teoría pluralista-competitiva en la mayoría de los Estados
modernos, deja una estela de incógnitas sobre los resultados que arroja en términos de mejoría social y de participación
inclusiva para los ciudadanos. Claramente, el pragmatismo del método procedimental deja campos abiertos de acción
social, en donde no se promueve la regulación democrática.

En la democracia electoral, el enfoque de los sistemas políticos que la promueven buscan tener órganos electorales
autónomos; especificidad en los derechos y obligaciones de los partidos políticos; cumplimiento irrestricto de elecciones
libres y competitivas además de cultivar bajos índices de abstencionismo. Es el enfoque pluralista-competitivo. Por el lado
de la democracia sustantiva, se encuentran los regímenes políticos que buscan acercarse al ideal del gobierno para el
pueblo. Aquí se promociona una política participativa e incluyente; el fortalecimiento del Estado de Derecho; se
garantizan los mecanismos del plebiscito; la iniciativa popular y referéndum; la revocación de mandato y la reglamentación
de rendición de cuentas de la clase gobernante, así como las condiciones sociales que minimicen la desigualdad; en suma,
la profundización de la cultura democrática. Es el enfoque democrático-participativo.

La democracia procedimental

Schumpeter (1950) se considera como uno de los primeros teóricos que equiparó la democracia con la realización de
elecciones. Más tarde, Huntington (1991:19-23) justifica la concepción netamente procedimental de la democracia porque
esto permite usar herramientas analíticas precisas. [2] Señala que a finales de los años ochenta, el criterio de democracia
basado en elecciones libres se hizo más habitual por el control ejercido por parte de los grupos internacionales que
proclaman por elecciones limpias y creíbles. Esto le ha permitido señalar que están dentro de la tercera ola democrática a
países que presentan avances democráticos en el método procedimental, tomando como punto de arranque el caso de
Portugal en 1974. La tercera ola democrática de Huntington se refiere concretamente al periodo histórico en el cual los
gobiernos autoritarios fueron suplantados por democráticos (bajo este criterio) en aproximadamente treinta países, en
Europa, Asia, Latinoamérica y en alguna medida Africa.

Señala Huntington que los indicadores de la falta de democratización en términos procedimentalistas para un régimen
sería, la negación de participación electoral para una parte de la sociedad violando con esto la reglamentación comicial
que la permite; el no permitir la oposición en las elecciones o si ésta es presionada o censurada para que desista en sus
pretensiones y en donde los votos son censurados o mal contados.

En el pragmatismo de Huntington se disculpa a los gobiernos si son ineficientes, corruptos o incapaces de hacer efectivas
las políticas públicas. Admite que se les puede calificar de indeseables pero no de gobiernos no democráticos. Esta posición
(que no es privativa sólo a Huntington) es criticada por otros autores que la denominan como la falacia del electoralismo
que consiste en privilegiar la competencia electoral sobre otras dimensiones de la democracia, es decir, ignorar que grupos
importantes de la población expongan sus intereses y los defiendan efectivamente. El término de falacia del electoralismo
fue acuñado por Karl y Schmitter(1991) y retomada después por otros autores como Diamond (1997: 6). [3]

Este último autor concretamente señala que la tercera ola democratizadora de Huntington se ha hecho superficial e
insostenible en el largo plazo. Sin embargo, el extendimiento y la popularidad de la tercera ola democrática han sido
auspiciadas (para concretarse tan sólo a los países de América Latina y del Caribe) por Estados Unidos y la comunidad
internacional a cambio de reconocimientos y recompensas económicas, sin que les preocupe en demasía, el cuidado de
los derechos humanos y el imperio de la ley.

De acuerdo a Diamond, el sostenimiento de la democracia procedimental se ve amenazada, cuando un Estado no respete


los derechos políticos, y las libertades civiles. Bajo esta interpretación, la consolidación democrática se ve negada por
definición por la misma democracia procedimental.

En busca de superar la Falacia del Electoralismo

Es indispensable contar con elecciones limpias y plausibles. No se pretende desvalorizar los avances institucionales que se
hacen en nombre de ella, y más aún en un país como el nuestro que contaba con una añeja tradición de subdesarrollo en
la competencia electoral.

El mismo perfeccionamiento de las técnicas de competencia electoral es un elemento básico de las democracias
constitucionales. Más sin embargo, los distintos expedientes abiertos de una sociedad y los conflictos generados por los
mismos requieren de una regulación democrática. La democracia no se establece por decreto, sino que es sostenida y
mantenida por los actores que se comprometen con ella.

Es la superación del criterio electoralista el que se pretende mostrar, al abrir el concepto de democracia a otras esferas de
acción social, siguiendo a Karl y Schmitter (1991) y Diamond (1997). En ese sentido, nos situamos inmediatamente en el
ámbito normativo que revela la posibilidad de cubrir con valores democráticos, esferas de acción social que incidan en el
mejoramiento del bienestar de los ciudadanos, en términos políticos y sociales.

Por lo tanto, la discusión que se plantea es muy sencilla: la democracia electoral no resuelve problemáticas sociales y por
lo tanto no promueve en términos sustanciales las promesas de la democracia; es decir lograr hacer realidad
conjuntamente tanto la igualdad política y el mejoramiento social de los ciudadanos. La participación ciudadana desde el
ámbito sustantivo, por supuesto que no queda suscrita sólo al acto de votar.
La democracia debe traducirse en la determinación del régimen de darle cumplimiento a los llamados derechos
ciudadanos a partir del respeto a la constitución. Debe de permitirse, dentro de un marco democrático, que los
ciudadanos cuenten con la garantía de deliberar públicamente, además de sus manifestaciones partidistas, la
participación autónoma en asuntos estrictamente civiles y reivindicar mejoría social partiendo de una conciencia política
democrática.

Argumentos sustantivos

La necesidad de contar con argumentos que se muevan en el enfoque sustantivo de la democracia nos mueve a
acercarnos a autores como O´Donnell (1997: 293-94) quien advierte que el acto de votar sea identificado con la
democracia per se. Señala el autor que algunos países considerados democráticos” pagan un homenaje al poder, buscando
un manto de legitimidad a través de las elecciones. Por lo tanto, al conceder todas las bonanzas de la democracia a
países que mantienen elecciones plausibles, la victoria del Ejecutivo le permite conducirse de manera imperiosa sobre el
poder legislativo y el poder judicial. A lo anterior, el autor lo denomina como la democracia delegativa. En este concepto de
O´Donnell, el presidente es considerado como la encarnación de la nación y el principal articulador de sus intereses. En ese
sentido, el ejecutivo se ven a sí mismos como una figura muy por encima de los partidos políticos o de los intereses
organizados. Instancias como tribunales de justicia y legislaturas, son consideradas como estorbos que desgraciadamente
acompañan a las ventajas de haber sido elegido presidente democráticamente bajo reglas previamente sancionadas. Otro
de los autores influyentes en esta perspectiva es Touraine (1998) quien afirma que no hay que conceder a una nación el
carácter de democrática solamente porque procede a efectuar elecciones competitivas, sin preocuparse por incentivar el
respeto a los derechos humanos fundamentales, sin representación de los intereses de la mayoría y sin ciudadanía. El
argumento principal de Touraine descansa sobre el actor ciudadano. Lo central en su discusión, es que el sujeto se
interese por la cosa pública. Es decir, sin un sentido de responsabilidad hacia la sociedad donde vive, no brotará la
conciencia política, tan necesaria para el establecimiento de la democracia. Aboga por el nacimiento de la conciencia
política democrática a partir del ciudadano.

Por nuestra parte consideramos que la sedimentación de la savia democrática debe prevalecer por ambas vías, es decir,
por parte de los actores políticos y sociales. Sólo entonces la transición política se puede considerar en camino para que la
consolidación democrática sea un hecho, y el riesgo de regresiones autoritarias (o a cualquier otro modelo de régimen de
partida no democrático) se reduzca al mínimo.

La cultura cívica democrática, es al final de cuentas, la que ofrecerá mayores rendimientos a un régimen que pretenda ser
consolidado en su democracia.

El punto vulnerable de un régimen llamado democrático es que no pueda ser sostenido por los ciudadanos y por los
representantes en la arena política con la práctica de sus valores cívicos. Como sostienen Linz y Stepan (1996:15) para
considerar a un régimen como consolidado democráticamente los actores políticos y sociales deben de considerar a la
democracia como el único juego de la ciudad. Señalan que conductualmente la democracia llega a ser el único juego de la
ciudad cuando ningún grupo político relevante intente revertir el orden democrático. Actitudinalmente, un régimen
democrático es consolidado cuando una fuerte mayoría de la opinión pública mantiene la creencia de que las instituciones
democráticas son los más apropiadas para gobernar la sociedad. [4]

De otra forma, es sumamente sencillo y que no requiere grandes complicaciones, reducir el concepto democrático a
criterios de voto; la garantía de un ciudadano, un voto. Ante el triunfo del modelo pluralista-competitivo, los ciudadanos
requieren más que nunca que sus derechos ciudadanos sean garantizados. El Estado de derecho, debe ser una realidad
que garantice el cumplimiento de la ley en defensa de los intereses ciudadanos.

La garantía de que la ciudadanía cuente con mecanismos institucionales para la mejor defensa de sus intereses como lo
son el plebiscito, la iniciativa popular y el referéndum, también se hace indispensable en la mayoría de los Estados que
persigan la modernidad política y la consolidación de su democracia.

En el camino por superar la falacia del electoralismo se pueden ofrecer más argumentaciones teóricas. Si lo que se busca
es ofrecer respuestas desde las ciencias sociales a los ciudadanos sobre su mejoramiento en su calidad de vida, a partir de
un discurso democrático, se debe partir de aquéllos argumentos que abarquen varias esferas de acción social. En este
sentido, el juego democrático desde la perspectiva sustantiva, ofrece mayores respuestas posibles a los Estados inmersos
en un proceso de transición política.

Si nos conformamos con una sola respuesta, (la electoral) el resultado se empobrece y se corren los riesgos de pasar por
alto el respeto a los derechos humanos, los intereses de la mayoría y de la ciudadanía (Touraine, 1998) o en conducir a
un régimen a la llamada democracia delegativa (O´Donnell, 1997).

II ¿Qué participación ciudadana?

La teoría dice que por participación ciudadana debemos entender el proceso por el cual los sujetos en lo individual o
colectivo desarrollan una acción tendiente a vincular una expectativa con el ámbito público o político. Se señala que si la
acción se orienta al espacio público, esta participación ciudadana adquiere modalidades de movimiento social o de
organización de grupos de interés; mientras que si la expectativa se refiere a lo estrictamente político, desemboca en
adquirir una militancia partidista o bien de la participación en los procesos electorales por el derecho de votar o ser
votado. (Constantino, 2000: 509) Dada la justificación teórica que le hemos impreso a este estudio, es decir, no suscribir
la democracia sólo a contextos electorales, se prepondera la participación ciudadana que se orienta al ámbito público. [5]

Por lo tanto, en este apartado, se describe brevemente el tipo de régimen político que prevaleció por décadas y su
particular relación con la sociedad, que aunque inhibió desde un inicio los canales de expresión autónomos de la misma,
pudo surgir una participación ciudadana por fuera de los canales corporativos, que sin embargo, se ha enfrentando a
obstáculos que han limitado su autonomía como actor colectivo.

La emergente ciudadanía mexicana

El rasgo autoritario del sistema mexicano se institucionalizó en un complejo sistema de representación de intereses que
se orientaban bajo la égida del corporativismo y en un subsistema de partidos producto de elecciones no competitivas. Por
lo anterior, el ciudadano mexicano contaba con pocas instancias de participación política por fuera de los canales
corporativos y del antiguo partido hegemónico. Una característica clásica del régimen político mexicano, de perfil
autoritario, ha sido la inclusión social dentro de un esquema corporativo dado el proyecto del nacionalismo revolucionario.
Por lo tanto, los primeros pasos de la sociedad civil se da en un esquema en donde el Estado lleva la batuta en su
relación con la sociedad. (Whitehead, 1999: 36) (Cansino, 2000:95). El rasgo autoritario del sistema mexicano se
institucionalizó en un complejo sistema de representación de intereses que se orientaban bajo la égida del corporativismo.

Sin embargo, pese a esta restricción sistémica del régimen, la llamada sociedad civil tiene en su haber, los primeros
intentos de mostrarse como un actor social independiente. Este proceso en la que la misma sociedad civil se fue ganando
el espacio, fue gracias a un proceso de industrialización y secularización de la cultura que fueron conformando los años del
desarrollismo mexicano. El proceso de urbanización de la sociedad mexicana que dejó atrás al carácter rural, fue un
catalizador para abandonar una sociedad patrimonialista y cerrada. Al ir sentando las bases para la apertura a una
sociedad urbanizada que demanda mayor participación e información, se abrían caminos para el establecimiento de la
emergente sociedad civil mexicana. (Flores Olea, 1997:112)

En efecto, mayores niveles de alfabetización y de movilidad social tuvieron una repercusión importante para que la
sociedad organizada tuviera un papel de interlocución ante el Estado, y gradualmente la conformación de actores sociales
que iniciarían el surco de la autonomía.

Bajo esta interpretación, especialistas coinciden en señalar que el movimiento de 1968, es clave para entender la
movilización ciudadana por fuera de los márgenes autoritarios. (Morales Gil de laTorre, 1996: 25) (Zermeño, 1996: 14-
15).

Fue el primer paso hacia la implantación del modelo pluralista y el desplazamiento gradual del corporativismo, dado que su
tema central fue la defensa de las garantías individuales de la Constitución.

Visto en retrospectiva, el movimiento de 1968 se enfrenta con el adversario más temido del autoritarismo mexicano como
es el poder presidencial. En esto consiste la importancia política del movimiento al proponerse erradicar esta característica
del régimen. Ninguna de las banderas del movimiento es cumplida en lo inmediato (y peor aún, su trágico desenlace, será
recordado como una de las etapas más sangrientas del régimen) pero a larga, el legado del movimiento de 1968, logra
transforma el conjunto de las relaciones Estado-sociedad.

Hay especialistas que señalan que otra etapa importante respecto a la autonomía de la sociedad civil se puede fechar a
partir del sismo de la ciudad de México en 1985. (Cordera, 1991:309) (Villamil, 1998:188). La incapacidad de las
autoridades gubernamentales para hacer frente al desastre producido por el terremoto que cobró inmensas pérdidas
materiales y humanas, produjo que surgiera la solidaridad humana para hacer frente a la emergencia. A partir de esta
fecha simbólica se incrementa un auge en las organizaciones civiles urbanas.

A la administración de Miguel de la Madrid (1982-88) le toca enfrentar esta catástrofe natural; pero justamente ocurre en
su gobierno el cambio de paradigma económico del Estado: se produce la salida lenta y gradual del Estado de los servicios
asistenciales de seguridad a raíz de las políticas de ajuste estructural que restringen el gasto público. De esta manera, el
matiz principal de las organizaciones civiles de los años ochenta y noventa, serán de reivindicaciones económicas y
sociales.

Las cifras actuales del crecimiento cuantitativo que tienen las organizaciones civiles según datos de Indesol-Sios señalan
que el 51% de las organizaciones que hoy existen surgieron en la última década del siglo pasado. [6] En lo que respecta
al año de fundación antes de 1950, señala el estudio que había un 6% de organizaciones. Entre 1951 y 1980 aumentó a
un 16%. Entre 1981 y 1990 la cifra se disparó a 27% que es justamente el periodo en la ciudadanía sufre los primeros
efectos negativos del ajuste estructural a la economía.

Las reformas de 1977 y 1996

Si bien es dentro de un contexto de régimen autoritario en la que se debe de valorar todo el trabajo desarrollado por los
actores sociales para abrirle el paso a la transición política, se han presentado condicionantes coyunturales que han
retrasado su consolidación como actores plenamente autónomos. Se pueden mencionar dos momentos en que la fuerza
organizativa de la sociedad civil ha sido desplazada en el plano político por el Estado para favorecer a los actores de la
sociedad política (es decir, a los partidos políticos). Tanto la reforma política de 1977 como la 1996, si bien esclarecieron
los caminos para la competitividad partidaria, tuvieron como efectos colaterales que las organizaciones ciudadanas fueran
disminuidas en su potencialidad como ente colectivo.

Así es como en la década de los setenta ocurre una alteración importante para el entramado social que iba construyendo
la insurgencia ciudadana. De acuerdo a Zermeño (1996: 18-21) durante la administración de López Portillo (1976-1982) y
aún con Miguel de la Madrid (1982-88) dado el respaldo legítimo que ganó la reforma electoral de Reyes Heroles en
1977, se planteó inevitablemente la necesidad de desplazarse desde los movimientos locales, hacia la forma de partido.
Por poner un ejemplo relevante, Zermeño señala que la CONAMUP, Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano-
Popular, (uno de los frentes más importantes en la época en que aparecen en demasía los frentes, las coaliciones, las
alianzas y las coordinadoras) se desarticula y prácticamente desaparece en la década de los ochenta en el que se
constituía el ambiente propicio para trasladarse a la arena de la sociedad política, que garantizaban mayores prerrogativas
a los partidos, sobre todo al espectro de la izquierda. [7]

Este desplazamiento del entramado social - abunda Zermeño - fue también propiciado por el mismo auge cardenista que
incentivó la participación político-electoral en 1988, y la oferta política que representó en su momento la formación del
Partido del Trabajo, que atrajo a los movimientos sociales de línea maoísta.

La segunda coyuntura importante, ocurre en el sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000). Aunque por primera vez, se le da
reconocimiento oficial a la labor social que sustentaban estas organizaciones en el Plan Nacional de Desarrollo 1995-2000,
no fructificó en más compromiso del gobierno que el pronunciamiento oficial.

Pero el reconocimiento a su propia fuerza y su respectiva carta de naturalización llegaría por otra vía. Dado el amplio
crecimiento en todos los órdenes a lo largo y ancho del país, la emergente sociedad civil tuvo un importante encuentro
histórico en 1995. De esta reunión surgió la redacción de una Carta de Derechos Ciudadanos. Este paso fue importante
para reconocer la capacidad de interlocución y de la creciente expansión de la sociedad civil.

La agenda de la reforma del Estado de abril de 1994, discutida por los principales partidos políticos, quedó dividida en
cuatro capítulos importantes para avanzar en la reforma del Estado: reforma electoral, reforma de los poderes públicos,
federalismo, medios de comunicación y participación ciudadana (González Sandoval, 1997: 145). Sin embargo, la mesa
del diálogo para la reforma política, acaparó la temática electoral, lo que desembocó en la reforma sobre la materia en
1996. [8] Se congelaron así, las iniciativas para legislar candidaturas independientes, referéndum, plebiscito e iniciativa
popular. Se repite bajo otras circunstancias, el impacto de la reforma política de 1977: el desplazamiento de los actores de
la sociedad civil al mejorar el entorno de los actores de la sociedad política.

III El riesgo del régimen en transición

La consolidación democrática necesita invariablemente que tanto los actores políticos y sociales se comprometan a jugar
las reglas de la democracia como el único juego de la ciudad.

Sin embargo, para el caso mexicano, se ha mostrado en el apartado anterior que se ha dado primacía al criterio
electoralista al fortalecer al sistema de partidos, sin que se refuerce conjuntamente a la arena de la sociedad civil que ha
dado muestras de crecer autónomamente.

Es necesario considerar que ante la ausencia de un pacto democrático nacional entre los principales actores políticos y
sociales, proceso indispensable en cualquier transición política, un escenario de ingobernabilidad puede tornarse no muy
lejano. Por lo tanto, traemos a consideración brevemente un posible riesgo para la actual transición política.

Las opciones no institucionales

Evidentemente que la sociedad civil que ha permanecido como un cordón autónomo ante los embates de una política de
Estado que ha preponderado al sistema de partidos, fortalece las vías de la transición política al constituir opciones de
organización para los ciudadanos que no les interesa participar vía partidos políticos. Sin embargo, esto no ha impedido
que también surjan opciones no institucionales de manera creciente en el contexto mexicano.

Entendemos por opciones no institucionales, cuando los individuos de una colectividad recurren al método de la violencia
para afrontar demandas sociales y políticas ante el Estado. Bajo esta interpretación, las instituciones representativas de
una nación, como son los partidos políticos y congresos, se consideran inútiles para resolver las demandas de un
determinado grupo social.

A las organizaciones civiles que se mueven bajo canales pacíficos son vistas como incapaces de promover reivindicaciones
ciudadanas, dado de carecer medios idóneos para fortalecer sus iniciativas en defensa del bienestar social. En este
sentido, un grupo de ciudadanos establece la vía armada como la única opción legítima para reivindicar necesidades
políticas o sociales.
Para el caso mexicano, las opciones no institucionales se pueden estudiar de manera reciente con el surgimiento de
organizaciones guerrilleras en los años setenta y finalmente la aparición del EZLN y otras organizaciones guerrilleras en
los años noventa del siglo XX.

Ante un escenario donde se privilegia a los partidos políticos y donde se retrasa institucionalmente la plena autonomía de
la sociedad civil, la ciudadanía en condiciones económicamente vulnerables y con un alto grado de concientización
política, es más recurrente a optar por acciones armadas.

Por supuesto que ante este postulado de señalar que dado una política del fortalecimiento del sistema de partidos, se
acrecientan las insurrecciones armadas, necesita de más variables para poder constituirse, por lo menos en una hipótesis
de trabajo investigativo. [9]

Sin embargo, esta incidencia de movimientos armados que últimamente han hecho apariciones públicas, no son meras
notas periodísticas que pierdan relevancia por sí solas. Son expresiones evidentes de ciudadanos mexicanos que no están
de acuerdo con el régimen político en turno, ni con las instituciones representativas que prevalecen, ni con una
participación ciudadana pacífica. Ante la incidencia guerrillera, el Estado mexicano preocupado por un escenario de
ingobernabilidad, pone en práctica una política de contrainsurgencia para destrabar las acciones guerrilleras que pongan en
riesgo la seguridad nacional. [10]

Tan sólo en el estado de Guerrero, uno de los estados sureños con altos índices de marginación económica proliferan
alrededor de 20 grupos armados, aunque sólo seis han realizado apariciones públicas y acciones armadas. [11]

La Procuraduría General de la República reconoce oficialmente que en siete estados (Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Estado de
México, Distrito Federal, Morelos y Puebla) se realizan actividades guerrilleras. [12]

Resumiendo, el extendimiento de la opción guerrillera por una parte de la ciudadanía mexicana, genera tres impactos
institucionales:

· Deslegitima el mecanismo de representación política tradicional como son los partidos políticos.

· Desvirtúa a las organizaciones civiles en su capacidad de ofrecer resultados concretos para la atención de
demandas.

· Potencia el riesgo de ingobernabilidad en el proceso de transición del régimen al no estar consolidadas las
prácticas democráticas entre los actores políticos y sociales, además de acrecentar el riesgo de una práctica
autoritaria por parte del Estado.

Los pendientes en la agenda ciudadana ( a manera de conclusión)

La participación ciudadana que se promueva en un Estado debe de garantizar que las demandas de determinados grupos
sociales tengan un canal efectivo para su atención.

A diferencia de países en democracias consolidadas, para el caso mexicano, no existe todavía una ley federal de
participación ciudadana, a excepción de las promovidas en el ámbito estatal. [13]

Tampoco hasta la fecha las mismas organizaciones civiles cuentan con un marco jurídico que promueva y regule su
existencia. Sin embargo ¿por dónde empezar a construir un entramado institucional acorde las necesidades de la
participación ciudadana?

Una respuesta parece obvia. La principal tarea es diseñar marcos legales que respeten la autonomía y mecanismos de
acción para las organizaciones civiles dentro de una perspectiva democratizadora. Esta es una tarea que le corresponde
a la sociedad política, al ser los partidos con representación legislativa los facultados constitucionalmente de aprobar
iniciativas de ley.

Sin embargo, la resolución de esta tarea, dependerá de la correlación de fuerzas, del timing político y los consensos que se
logren hacer en el entorno legislativo.

La segunda respuesta que se piensa se antoja difícil y que cae en el entorno estructural del país. La voy a traducir en
una pregunta ¿ cómo convencer a los ciudadanos que optan por la vía armada, a encauzar su demanda en una
participación ciudadana que respete el orden constitucional del país?
El EZLN, aunque más bien ha lanzado más comunicados que balas, por ejemplo, aún en condiciones de diálogo con
legisladores y representantes de la sociedad civil, no ha abandonado la vía armada, ni hay señales que grupos armados
como el EPR o los de reciente movilización abandonen su radicalización. Podrán ser reducidos en su capacidad de lucha
combativa, sin embargo, las condiciones estructurales que los hicieron aparecer no han sido eliminadas. [14] El problema
añejo de injusticia social, se refuerza ante la aplicación de políticas económicas que reducen el marco de acción del Estado
para atender necesidades de los grupos más vulnerables económicamente. [15]

Aplaudamos el triunfo de la democracia electoral, fue una condición sine qua non para la transición por la vía de la
alternancia partidista en este país. Bien por los esfuerzos gubernamentales y de partidos para alcanzar esta
competitividad. Sin embargo, la política comparativa nos dice que este criterio es insostenible a largo plazo y puede
volverse en contra de los avances logrados en materia democrática. Dada la fragilidad de las instituciones
gubernamentales por digerir el conflicto social por la vía de la democracia minimalista, se pueden potenciar regresiones al
autoritarismo.

Los demócratas procedimentalistas sólo les llega a preocupar el no respeto al sufragio y de contar con niveles altos de
abstencionismo. Vivir en la falacia del electoralismo puede estar bien para los estrategas de políticas, pero la realidad
siempre confronta y los grupos subversivos se encargan de acrecentar la fragilidad de la transición política del país.

Ante lo anterior, por supuesto que la generación de políticas públicas que fortalezcan la participación ciudadana en el
ámbito federal, estatal y municipal se vuelve una necesidad inaplazable en la discusión de la reforma del Estado.

Como hemos señalado, para la consolidación democrática se necesita que tanto los actores políticos y sociales ejerzan los
valores y prácticas democráticas de manera rutinaria, como el único juego de la ciudad.

Pero como se ha demostrado esquemáticamente, el Estado mexicano ha preponderado mejorar las reglas formales para
los partidos políticos, en aras de asegurar la democracia en este terreno. No obstante las mismas organizaciones civiles
han mostrado una creciente autonomía, a pesar de no contar con los mecanismos formales para una participación
democrática (plebiscito, referéndum e iniciativa popular) no sólo para ellas, sino para la ciudadanía en general. Sin
embargo, como se he mencionado, hay actores sociales que ven en las opciones no institucionales, la forma adecuada para
dinamizar el cambio político y social, razón para preocuparse por el curso pacífico de la transición política.

Mientras no se generen políticas inclusivas y de efectiva participación democrática para actores sociales y sobre todo de
atención a las demandas de injusticia social, seguiremos potenciando la fragilidad de la democracia procedimental y
dinamitando los puentes para un entendimiento nacional, por lo menos desde la ciudadanía que no abandona la opción
armada y que no acepta el diálogo ni la concertación con el régimen de la alternancia, aún proviniendo éste de unas
elecciones de la mayor competitividad en la historia del país. Por último, conviene recordar las advertencias de O´Donnell
de que un régimen se adentre en los terrenos de la democracia delegativa. No podemos desdeñar esta posibilidad de
escenario para el caso mexicano. A pesar del fortalecimiento institucional del poder legislativo y judicial, en una correlación
de fuerzas identificables con la ingobernabilidad, el presidente puede tomar decisiones unilaterales en aras de salvaguardar
el interés nacional. Sin embargo, mucho se lamentaría que antes no se activara un acuerdo nacional democrático y que la
transición política experimente una involución hacia historias de autoritarismo ya muy conocidas entre los mexicanos.
Ante este posible riesgo, el incentivo institucional a la participación ciudadana democrática tiene mucho que ofrecer para
fortalecer no sólo políticamente a la alternancia en el país, que bien puede ser una estrategia de la clase política en el
poder como uno de los instrumentos para neutralizar un escenario de ingobernabilidad. Este bien puede ser un criterio de
mediano plazo. La transición a la democracia consolidada, sin embargo, requiere un compromiso de largo plazo.
[1] Véase para el tema de gobernabilidad a Camou (1997: 133-152)

[2] Desarrolla su argumentación: Para algunas personas, la democracia debe o debería tener connotaciones
movilizadoras o más idealistas. Para ellos, la verdadera democracia” significa liberté, egalité, fraternité, un efectivo
control ciudadano sobre las políticas, gobierno responsable, honestidad y apertura política, deliberación informada y
racional, iguales cantidades de poder y participación y otras virtudes cívicas.. Haciéndolo así, sin embargo, aparecen
todos los problemas que han acabado con las definiciones de democracia por la fuente o por los objetivos. Las normas
borrosas no permiten análisis útiles. Elecciones, apertura, libertad y juego limpio son la esencia de la democracia, el
inexcusable sine qua non.” (1991:22)

[3] Véase también la crítica a la tesis de Huntington en Rose y Chull (2001: 331-354). Señalan concretamente que en la
tercera ola democratizadora se han introducido elecciones competitivas antes que establecer las instituciones básicas de un
Estado moderno tales como el Estado de derecho, instituciones de la sociedad civil y la responsabilidad de los
gobernantes.

[4] Trad. propia.

[5] Para ahondar en la participación ciudadana desde este ámbito véase a Merino (1997), Sáchica (1985), Baño (1998) y
Prud´homme (1997). Véase también el interesante debate sobre la democracia representativa y directa en Brennan y
Hamlin (1999:109-127)

[6] Los datos sobre el crecimiento de la sociedad civil están basados en un estudio de Indesol-Sios. El Indesol es una
dependencia de la Sedesol al igual que el Sios (Sistema de Información sobre Organizaciones de la Sociedad Civil). En
este último organismo participan directamente en su elaboración el CEDIOC (Centro de Información sobre las
Organizaciones Civiles) que depende de la UAM-Iztapalapa, FAM (Foro de Apoyo Mutuo) y el CEMEFI (Centro Mexicano
para la Filantropía.

[7] Zermeño (1996:18) concreta: Coordinadoras ( CONAMUP, CNTE, CNPA, COSINA), movimientos nacionales y regionales
(MRP, MAUS, Movimiento de Pueblos y Colonias del sur del DF),centrales (CIOAC)asociaciones(AGG, ANCR); uniones
(UPREZ, ULR, UCEZ, UIC), frentes (FNAP, FNCR, FNDSCAC, etc.

[8] Sin embargo, otra reforma que abriría paso a una verdadera división de poderes sería la del poder judicial en
diciembre de 1994.

[9] Por ejemplo, índices de pobreza y marginación en las entidades donde surge un movimiento guerrillero, número de
organizaciones civiles locales y su capacidad de influencia política y social, niveles de votación, tipo de cultura política que
prevalece en la región, niveles de institucionalización de los partidos políticos locales, etc.

[10] En la política antiguerrillera del actual régimen están involucradas la Sección Segunda del Estado Mayor de la
Secretaría de la Defensa Nacional, el grupo antiterrorrista de la Policía Federal Preventiva, el CISEN, y la Unidad
Especializada Contra la Delincuencia Organizada de la PGR. Además la misma Secretaría de Marina integra su propio
equipo de contrainteligencia. Listo el nuevo aparato antisubersivo”, Proceso 1296, 2-sep-01, pp.38-41.

[11] Véase El Financiero, 20-agosto-01, p.80, En Guerrero al menos 20 grupos armados”. Los que han realizado
apariciones públicas son el EPR (Ejército Popular Revolucionario)ERPI(EjércitoRevolucionario del Pueblo Insurgente), FARP
(Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo), el Comité Clandestino Comando Justiciero 28 de junio, el Ejército Justiciero
del Pueblo Indefenso y el Ejército Villista Revolucionario.
[12] Preocupan a PGR crímenes en la frontera”, Véase La Jornada, 24-agosto-01, p.17. Las recientes acciones terroristas
de las FARP y de la Coordinadora Guerrillera Nacional José María Morelos y Pavón, expuestas en lugares y fechas
estratégicas evidencian que están lejos de abandonar su radicalización armada.

[13] A reserva de que en algunas entidades esté pendiente de aprobación una ley de participación ciudadana, de los
estados de los cuales tenemos el conocimiento que ya cuentan con la misma, están los estados de Nuevo León, Jalisco,
Guanajuato, San Luis Potosí , Veracruz y Distrito Federal.

[14] Nótese la radicalización de esta postura en un reciente comunicado del EPR: No se puede aceptar un diálogo mientras no sean
resueltas las causas que nos dieron origen, no dialogaremos con un gobierno corrupto, represor y neoliberal que pretende destruir la historia
de nuestro pueblo para imponer una ideo-

logía de derecha” , Rechaza EPR tener diálogo con el gobierno”, El Norte,5 de septiembre de 2001, p.3.

[15] El titular de la SEDENA reconoce que el surgimiento de grupos guerrilleros responden a las condiciones económicas y sociales que
padecen diversas regiones del país. Cualquier grupo armado es peligroso, dice a diputados , titular de SEDENA”, La Jornada, 28 de agosto
de 2001, p.3
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Consultas en informes, periódicos y revistas

Indesol-Sios (página web), La Jornada, El Financiero, El Norte y Proceso.

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