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El nuevo río Leteo o la enfermedad del olvido: Alzheimer

H. Gabriel Maya S.
Prof. del Departamento de Humanidades. Preparatoria ITESM-Hidalgo
hmaya@itesm.mx

Si celebramos eufóricamente el “Bicentenario” (de la Revolución de Independencia como


la llama el filósofo Luis Villoro),1 así como festejaremos con emoción, en pocas semanas,
el “Centenario” (de lo que podría llamarse nuestra auténtica Guerra Civil de
Independencia, como la han llamado otros historiadores) es porque existe una memoria
histórica viva. Leyendas, testimonios y narraciones volvieron a tocar nuestras fibras
sensibles porque somos capaces de evocarlos todavía. Pero, ¿qué pasaría si dentro de veinte
o treinta años cada uno de nosotros no fuéramos capaces de recordar alguno de esos héroes
o cómo celebramos estos hechos? ¿Cómo nos sentiríamos si también se nos olvidaran los
nombres de aquellos familiares, amigos o vecinos con quienes compartimos los festejos? El
objetivo de este ensayo es dar vuelta al espejo de la memoria y reflexionar sobre una de las
enfermedades del olvido. Considero que la salud de una nación también depende de seguir
construyendo la memoria histórica así como de luchar contra el olvido de nuestras raíces.
Todos los días pequeñas fallas de memoria nos acechan. Por fortuna para la
mayoría, esos olvidos son pasajeros; en algún momento recordamos esa palabra, ese
nombre o eso que queríamos decir y lo pospusimos para mejor ocasión. Uno de los
capítulos más “memorables” de Cien años de soledad (por cierto, inolvidable novela) trata
paradójicamente de una “epidemia de olvido”. Los habitantes de “Macondo” empiezan a
ser incapaces de recordar nombres de objetos, por lo tanto colocan etiquetas con el nombre
de todo aquello que consideran importante; de pronto tienen que escribir también cómo
funciona o cómo se usa tal o cual objeto y colocan esa otra etiqueta encima de la primera.
Le epidemia los hace olvidar progresivamente no sólo cosas simples sino personas, lugares,
acciones, es decir, absolutamente todo, hasta el grado de que son incapaces de recordar qué
son esos pedazos de papel encimados y cómo funciona el mecanismo que supuestamente
los haría recordar, es decir, lo escrito. No es un secreto que la Literatura ayuda de muchas
maneras a no olvidar, individual o socialmente hablando, porque activan la reflexión y la
1
Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia. México: UNAM, 1953.
imaginación, o si se prefieren las metáforas científicas, impulsa constantemente la actividad
neurológica del cerebro y, por ende, de la sociedad.
Por ello me propongo recordar, haciendo sinapsis2 desde la memoria de cada uno,
justo entre las dos magnas celebraciones, que hay entre nosotros personas que sufren
realmente esa enfermedad del olvido, pero trágicamente de manera irreversible, a diferencia
de los personajes ficticios de Macondo quienes al final del capítulo recobran
paulatinamente la memoria.

“Así actúa la enfermedad de Alzheimer: como un ladrón de memoria que en


pocos años sume al paciente en una tremenda oscuridad y le va privando
progresivamente de todas sus capacidades mentales. En primer lugar la
enfermedad le roba la memoria del día a día; a continuación va minando su
capacidad de razonar, conocer, hablar y actuar.”3

Esta enfermedad ocupa el cuarto lugar entre los problemas de salud mundial. Entre
el cinco y el diez por ciento de los ancianos mayores de 65 años ha sido diagnosticado con
este mal o está en vías de serlo. Si de pronto, uno de ellos ha olvidado quien fue el padre
Hidalgo, tal fallo se puede atribuir al simple envejecimiento; pero, si posteriormente ha
olvidado el nombre de alguno de sus nietos con el que, tal vez, tiene una cercana
convivencia, la perspectiva cambia. Incluso, el paciente llega al extremo olvido de sí mismo
en el sentido de que no recuerda automáticamente las más básicas funciones vitales, por
ello, se olvida de comer, dormir, caminar; sufre una especie de muerte en vida. Los
problemas clínicos como problemas sociales no son exclusivos de la medicina, como
tampoco la memoria histórica es privativa de historiadores o filósofos. Y menos aún, la
Historia de la sociedad mexicana es sólo responsabilidad de los gobernantes (como sí es,
recordemos, su responsabilidad la impartición de la justicia en todos los niveles).

2
En términos generales la sinapsis son las conexiones bioquímicas entre las neuronas o células del cerebro.
“A pesar de las diversidad de causas que pueden generar la enfermedad de Alzheimer, múltiples estudios
ponen en evidencia la activación de una cascada de acontecimientos bioquímicos que conducen a una
alteración de las células cerebrales, a la pérdida de sus conexiones (las sinapsis) y a su muerte.” Jordi Peña-
Casanova, La enfermedad de Alzheimer. Del diagnóstico a la terapia: conceptos y hechos. Barcelona:
Fundación “la-Caixa”, 1999. (Proyecto: Activemos la mente) p. 16.
3
Op. cit. p. 1.
En la antigüedad el mito explicaba fenómenos físicos o de la naturaleza, en la
actualidad la clínica puede apoyarse en los mitos clásico-literarios para entender
enfermedades recientes y crear conciencia de su impacto social y familiar. Los griegos
concibieron un río llamado Leteo. Las almas de los fallecidos, antes de ingresar al Hades (o
el inframundo, lugar de los muertos) bebían de sus aguas para olvidar su vida pasada y no
sufrir por los recuerdos. Justo antes de la entrada final estaban las regiones del Llanto, de la
Angustia, de las Enfermedades y de Geras (o la vejez; de ahí la el término “geriatra” o
“geriatría”, la especialidad médica que trata a los ancianos). Entre el mundo de los vivos y
los muertos se interponían esas aguas.
Si el Alzheimer es como ese terrible río del olvido, sucede que el enfermo no llega a
él sino que el río sutilmente llega al paciente en plena vida. Son las aguas quien lo bebe
poco a poco. “La historia clínica –comenta el doctor Arnold Kraus– suele ser la biografía
de una persona… Si quien cuenta lo hace a partir de la enfermedad, el tono y las metas de
la historia variarán dependiendo de los dolores del afectado y de la sociedad del escucha”. 4
Pero, llegará el día en que el enfermo al perder todas sus capacidades mentales no podrá
hablar de sí mismo, no será capaz de contarnos su historia y menos su historia clínica,
entonces necesitará forzosamente que alguien lo haga por él. Eso implica ofrecerle parte de
la vida personal.
Finalmente, la literatura como síntoma de salud histórica puede ayudar a erradicar
esa otra enfermedad del olvido social: nuestros valiosos ancianos y sus padecimientos. La
información puede ayudar a entenderlos, puede contribuir a recordar que hay enfermos que
saben su estado y lo pueden decir, pero que con el paso del tiempo no sabrán que esas
pérdidas de memoria que afectarán las capacidades de trabajo, que les impedirán realizar
las tareas más familiares, se llaman Alzheimer, porque ya habrán bebido demasiado de las
aguas del moderno río Leteo. No olvidemos que también son México, hoy y siempre.

4
Arnold Kraus, Una lectura de la vida. Artículos sobre la enfermedad y sus caminos. México: Cal y Arena,
2002. p. 194.

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