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“BUSCADME,
y viviréis”
Lecciones de los profetas menores

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“Buscadme y viviréis”
Lecciones de los profetas menores
Efraín Velázquez

Diseño: Nelson Espinoza


Ilustración de la tapa: Lars Justinen

Libro de edición argentina


IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición MMXII – 7,7 M

Es propiedad. Copyright de la edición en español © 2012 Asociación Publicadora


Interamericana

© 2012 Asociación Casa Editora Sudamericana. Publicado con permiso del dueño del
copyright.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-700-009-0

Velázquez, Efraín
“Buscadme y viviréis”: Lecciones de los profetas menores / Ilustrado por Lars Justinen – 1ª ed. –
Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2012.

144 p.; 20 x 14 cm.

ISBN 978-987-700-009-0

1. Antiguo Testamento. 2. Vida cristiana. I. Justinen, Lars, ilus. II. Título.

CDD 248.5

Se terminó de imprimir el 03 de enero de 2013 en talleres propios (Av. San Martín 4555,
B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

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CONTENIDO

Introducción .............................................................................................. 6

Capítulo 1: Oseas – 1ª parte ..................................................................... 8

Capítulo 2: Oseas – 2ª parte ................................................................... 18

Capítulo 3: Joel ...................................................................................... 28

Capítulo 4: Amós – 1ª parte .................................................................. 39

Capítulo 5: Amós – 2ª parte .................................................................. 49

Capítulo 6: Jonás ................................................................................... 59

Capítulo 7: Miqueas ............................................................................... 69

Capítulo 8: Habacuc ............................................................................... 79

Capítulo 9: Sofonías y Nahúm ............................................................... 89

Capítulo 10: Hageo .............................................................................. 100

Capítulo 11: Zacarías – 1ª parte ........................................................... 110

Capítulo 12: Zacarías – 2ª parte ........................................................... 121

Capítulo 13: Malaquías ........................................................................ 132

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A la memoria de Lory Alers de Tolentino, una ven-
cedora, cuyo esposo y cuya madre murieron cuan-
do yo comenzaba a escribir estas páginas.

Una mujer que me inspiró con su fe, en medio de


un mundo de contradicciones.

Aunque el cáncer interrumpió su vida de alabanza


a Dios, el día que yo terminaba este libro, su me-
moria queda ensalzada en este estudio.

Sus pequeñas hijas crecerán confiando en el Pa-


dre celestial, de quien su madre tanto les hablaba
con pasión y ternura.

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INTRODUCCIÓN

Los profetas:
Un mundo de contradicciones

N
uestro mundo está lleno de contradicciones, que pueden ser
tan reales y crueles que en algún momento nos hagan cuestio-
narnos el porqué de las experiencias que nos tocan vivir. Sin
embargo, a veces tenemos miedo de preguntar, no queremos que pa-
rezca que estamos “faltos de fe” o que somos irreverentes. No obstante,
conforme conozcamos los escritos de los doce amigos de los cuales ha-
blamos en este libro, nos daremos cuenta de que estamos en buena
compañía.
Al enfrentar el sufrimiento en mi vida personal y en la de los que me
rodean, he sido sacudido por esas contradicciones. Dios promete vida y
salud, pero experimentamos enfermedad y muerte... ¿Por qué?
Algunas inquietantes preguntas a Dios son las que tratan de con-
testar estos profetas que han sido agrupados en el “Libro de los Doce”,
como denominan los judíos a la colección de escritos que los cristianos
equivocadamente han etiquetado como “profetas menores”. Estos doce
profetas vivieron durante algunos de los momentos más cruciales de la
vida del pueblo hebreo, y plantean serias preguntas al Cielo. Fueron
contemporáneos de los “profetas mayores”, pero sus escritos fueron
más breves, aunque no de menor calidad o importancia. Las palabras
de estos profetas son penetrantes y sus preguntas, incómodas. Para la
mayoría es difícil aceptar que estos personajes no siempre ofrezcan
respuestas; aunque siempre nos dejan esperanza. Tanto a ellos como a
nosotros Dios nos invita a buscarlo y vivir.
Para entender a estos profetas, resulta esclarecedor conocer el con-
texto en el que vivieron. Si solo leemos algunos de sus versículos de

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forma aislada, como se ha hecho comúnmente, o si los desligamos de
su realidad política, social, económica y religiosa, obtendremos buena
literatura, pero perderemos la fuerza de sus escritos. Para experimentar
el poder de sus mensajes, debemos abrir las ventanas al mundo de es-
tos profetas. En las siguientes páginas mostraré cómo abrí personal-
mente esas ventanas leyendo a estos profetas durante los meses veni-
deros. Desde Haití, Centroamérica y los Estados Unidos, hasta las ori-
llas de Galilea y Jerusalén. Abriré esas ventanas como arqueólogo, pas-
tor y creyente, cuya fe ha sido sacudida. Eso implicará revivir algunas
de mis experiencias íntimas, así como de personas que están a más de
dos mil años de distancia y en circunstancias muy diferentes de las
nuestras.
Estos profetas vivieron entre el siglo VIII y el siglo V a. C, unos en el
norte (reino de Israel) y otros en el sur (reino de Judá), y responden a
diferentes realidades políticas y económicas. Vivieron tiempos de crisis
con Asiría, Egipto, Babilonia y Persia. Algunos experimentaron prospe-
ridad y decadencia moral, mientras que otros vivieron dificultades
económicas y reavivamiento. Es importante leerlos en el contexto de su
mundo, para poder entender cabalmente sus mensajes. Invito a los lec-
tores a abrir las ventanas al mundo de los profetas y a escucharlos en
medio de la plaza, el burdel, la Corte de justicia, el palacio, el Templo y
en los campos de cultivo. Vamos a adentrarnos en su mundo y a en-
tender un poco del porqué de su “tono”, para saborear su esperanza.
Escuchemos al amante Padre cuya invitación es permanente: “Bus-
cadme y viviréis”.

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CAPÍTULO 1

Oseas – 1ª parte
Prosperidad económica y decadencia
moral

R
esulta evidente que el dinero no es la solución a los problemas
sociales que nos aquejan. Los países más ricos no han logrado
erradicar la ignorancia, el vicio o los males que han plagado a la
humanidad durante milenios. Cada día se escuchan patéticas noticias
de los países “desarrollados”, impropiamente llamados del “primer
mundo”, que ponen de manifiesto que su prosperidad económica no
implica que sean menos corruptos ni que su moral sea mejor que la de
los demás. La promesa de la Ilustración, con todo su entusiasmo sobre
el progreso y la ciencia, no se ha cumplido. Guerras, abusos, desigual-
dades sociales y económicas continúan siendo una realidad en pleno
siglo XXI. Por supuesto, no estamos diciendo que la pobreza sea equi-
valente a virtud, o que la miseria sea beneficiosa. Pero, debemos refle-
xionar un poco respecto de qué creemos sobre la abundancia. Dios nos
ama, independientemente de cuál sea nuestra condición económica.
Además, según las Escrituras, lo que determina la condición del ser
humano no es la cantidad de dinero que posea, sino su relación con
Dios.
Oseas es un profeta que presenta de forma gráfica, y casi obscena,
las contradicciones que existen entre las realidades económicas y las
espirituales. Yahveh había hecho un compromiso con los hebreos: lle-
varlos a una tierra donde fluía “leche y miel”; y esperaba fidelidad al
pacto con el cual se habían comprometido los descendientes de

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Abraham (Génesis 9:12; Éxodo 3:8; Levítico 26). Pero ellos no fueron
fieles; no cumplieron con su compromiso ético. Aun así, a pesar de la
infidelidad al pacto por parte de los israelitas, Dios continuó siendo
fiel. El amor incondicional por parte del Cielo es el tema principal de
Oseas ben-Beeri (hijo de Beeri), el primer profeta del “Libro de los Do-
ce”.
Oseas llama la atención de su audiencia, gente que vivió hace más
de 2.700 años, de una manera cruda y radical. Sin embargo, hay que re-
conocer que el tema que introduce el sufrido profeta es demasiado fa-
miliar: la infidelidad. No cabe la menor duda de que en su libro hay
pasajes que debemos estudiar basándonos en la arqueología, la historia
y la exégesis. 1 Pero para entender la traición... no hay que ser ningún
erudito. Aquellos que hemos visto a nuestros seres amados sumidos en
el dolor que causa la infidelidad matrimonial, sabemos muy bien cuán
profunda es la agonía que provoca. Infidelidad: casi nadie ha podido
escapar de ella. Nos traicionan los amigos, los familiares; hemos sido
traspasados por la lanza de la traición cuando los votos matrimoniales
han quedado quebrantados. Hijos afectados; familiares humillados. Por
todo esto, nos parece inconcebible y contradictorio que sea Dios quien
guíe a Oseas ben-Beeri a casarse con una mujer de dudosa reputación.

Elegida a pesar de…


A través de los siglos, judíos y cristianos han tratado de explicar por
qué Dios le ordenó a un profeta: “Ve, toma por mujer a una prostituta”
(Oseas 1:2). Sin embargo, nadie ha encontrado una respuesta completa-
mente satisfactoria a ese difícil pasaje. En la ley de Moisés, únicamente
los sacerdotes no podían casarse con una prostituta (ver Levítico 21:7).
Pero el hecho de que existiera esta prohibición, implica que no era ex-
traño que esas uniones se realizaran entre los hebreos. 2 Por ejemplo,
Salmón se casó con Rahab, una mujer de mala reputación; quien inclu-
so es mencionada en la genealogía de Jesús (Mateo 1:5). Esto no contra-
dice las leyes levíticas, porque Salmón no era sacerdote.
En el caso de Oseas, lo único que sabemos de su parentela es que fue
uno de los dos únicos profetas del reino del norte que escribieron en la
Biblia. Su tribu y profesión continúan siendo un misterio. Entre los ofi-
cios que se le han atribuido están: panadero, escriba, agricultor o sacer-
dote. Sin embargo, la Biblia no da detalles sobre su vida ni de su enig-
mática esposa. La falta de información ha provocado que Gomer bat-

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Diblaim (hija de Diblaim) y el profeta sean descritos desde varias pers-
pectivas.
Una reconstrucción de eventos, muy completa y plausible, fue escri-
ta por David Vélez, que describe con detalles vividos el posible pasado
de Gomer. 3 Vélez ensambla una biografía de Gomer usando inferen-
cias y material contextual que cuidadosamente ha investigado. Su mi-
sión es enfatizar el perdón, tema principal del libro de Oseas, presen-
tándolo en forma real y clara.
La imagen de Gomer como una prostituta es difícil de aceptar para
quienes prefieren imaginar a Israel como una joven virgen y pura. Pero
la Biblia está llena de pasajes que destacan la condición caída de la hu-
manidad, y cómo Dios acepta y transforma a los que han pecado. No
debe ser difícil de reconocer que Israel, al salir de Egipto, estaba lejos
de ser “virgen” o “pura”. Dios toma a los israelitas precisamente donde
estos se encontraban. Al Israel infiel se le ofrece un pacto matrimonia-
ren el que Yahveh se convierte en su esposo y le promete prosperidad.
Dios garantiza olvidar el pasado de su pueblo y lo toma como si fuera
virgen. Por tanto, nadie tiene derecho a recordar nuestro pasado cuan-
do Dios nos ha garantizado un futuro transformado. Gomer representa
a Israel... a ti y a mí, a quienes Dios extiende su gracia y su ternura. Un
amor que escoge amar a quien no merece ser amado: eso sí que es una
contradicción.

Prosperidad de los elegidos


Se nos asegura que Gomer e Israel recibieron todos los honores de
una “señora” a quien su esposo le ofrece lo mejor. Pero ¿hay evidencias
de que Dios haya cumplido su compromiso con Israel? El libro de Josué
describe a los israelitas estableciéndose en Canaán hace unos tres mil
cuatrocientos años. Sin embargo, su llegada a ese territorio no fue una
conquista devastadora como la que imaginaban algunos arqueólogos
del siglo XX. Muchos críticos se mofaron porque no se encontró ningu-
na evidencia de una invasión masiva de hordas israelitas por todo Ca-
naán, en el período posterior al Éxodo. Sin embargo, el problema no es-
tá en la descripción bíblica o el registro arqueológico; las presuposicio-
nes y las expectativas irreales de los investigadores son las que han
causado tanta confusión. David Merling ha demostrado que las des-
cripciones de Josué no implican una conquista total de Canaán ni la
aniquilación de sus habitantes. Por otro lado, su estudio textual y ar-

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queológico demuestra que los pocos lugares que la Biblia señala como
destruidos tienen extensas proporciones de ceniza. 4 Dios asentó a Is-
rael como una gran nación en una de las zonas más estratégicas del
mundo.
Esa región conecta los continentes con rutas comerciales, y durante
milenios ha sido famosa por su fertilidad. Las grandes cantidades de
prensas de aceite excavadas, la abundante flora, los dulces dátiles y el
ganado demuestran que fueron establecidos en una tierra donde literal-
mente fluía “leche y miel”. Israel había llegado a una tierra próspera,
tal y como se le había prometido al patriarca Abraham. La deforesta-
ción, los cambios climáticos y la erosión que pueden observarse en el
Cercano Oriente no se corresponden con la realidad de hace tres mile-
nios. Gran parte de esa región era boscosa, con abundante fauna, y te-
nía una mayor precipitación pluvial.
En esa etapa inicial de Israel, es evidente que, aun cuando recibió los
beneficios del pacto, no cumplió su parte. A pesar de la riqueza y la
prosperidad de Canaán, ellos se alejaron de su compromiso con Dios,
por eso fueron privados de los beneficios de la protección divina y su-
frieron las consecuencias, como se describe en el libro de los Jueces.
Aun así, siglos más tarde Dios hace un pacto con David, e Israel llega a
disfrutar de riquezas maravillosas. El registro arqueológico muestra es-
tructuras monumentales, sistemas de acueductos, graneros, caballeri-
zas y ciudades que coinciden con las descripciones bíblicas del imperio
davídico.
Esa prosperidad económica no declinó drásticamente después de la
separación de las tribus del norte. El reino de Israel llegó a ser más
próspero que el reino del sur (Judá). 5 Más aún, la época de Gomer fue
una de las más prósperas en la historia de Israel. La nación era rica, y
gozaba de una bonanza económica tan grande como su decadencia mo-
ral. Gomer pudo haber disfrutado de este bienestar económico mien-
tras vivía con Oseas. No hay razones para pensar que Oseas era pobre
y que Gomer tuvo acceso a las riquezas solamente cuando ejercía la
prostitución. Si bien es cierto que algunas mujeres se prostituyen para
salir de la pobreza, ese no siempre es el caso. Siguiendo el patrón bíbli-
co, Oseas debió haber provisto a Gomer de todo lo que necesitaba.
Gomer no vivía en la miseria ni con escasos recursos: vivió cómoda-
mente; y eso hace su caso más paradójico y doloroso.
Gomer llegó a decir descaradamente: “Iré tras mis amantes, que me
dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida” (Oseas

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2:5). Cuando pensamos en la prostitución, no siempre debemos recurrir
a imágenes de una calle oscura donde alguien vende su cuerpo. En la
antigüedad, y en la actualidad, hombres y mujeres han obtenido mu-
chos beneficios al hacer “favores” a cambio de otros “favores”. Comi-
das elegantes, paseos, vacaciones, joyas, ropas lujosas, entrada a círcu-
los exclusivos u oportunidades profesionales son parte del intercambio
que pueden “negociar” hombres o mujeres por su cuerpo. En la actua-
lidad, el sexo es una moneda que se usa o como protección y seguridad
para quien no quiere estar solo, y necesita aceptación y afecto, o como
la “emoción” de hacer algo “prohibido”.
¿Por qué ser infiel? No hay ninguna razón, es un misterio; la infide-
lidad no se determina por clases sociales, estatus económico o educa-
ción. Aun cuando Dios se ha mostrado fiel y benévolo con sus criatu-
ras, constantemente elegimos ser infieles. Elegimos abandonar los be-
neficios del pacto y las promesas divinas, a cambio de momentos de sa-
tisfacción personal o gratificación inmediata. En mayor o menor grado,
hemos recibido dones celestiales en diferentes momentos de nuestras
vidas. A pesar de los beneficios que el Cielo nos ha otorgado, no hemos
sido fieles y no somos mejores que Gomer, que llegó a lo más profundo
de la denigración humana.

Decadencia moral por un “dios”


La caída de Gomer no fue súbita; al contrario, fue un proceso que
paradójicamente estuvo acompañado de justificación “divina”. Es muy
probable que la prostitución de Gomer fuera de naturaleza religiosa. Su
imagen no es de la “profesional” que aguarda en una calleja poco ilu-
minada. Es posible que ella estuviera participando en rituales baalísti-
cos. La “prostitución sagrada” era parte de la religión que se practicaba
en el Antiguo Cercano Oriente (ACO). En la “magia imitativa”, se prac-
ticaban cultos de fertilidad que terminaban en orgías para “bendecir”
las cosechas y el ganado. Gomer estuvo disfrutando de las ganancias
económicas de ese denigrante ritual, que era de alta estima en la socie-
dad levantina.
Según la religión cananea, Baal era el dios de la lluvia. A diferencia
de Mesopotamia (tierra entre ríos) o Egipto (que dependía del Nilo), en
Canaán no se podía depender de inundaciones anuales para asegurar
las cosechas. En los territorios del Creciente Fértil los ríos eran deida-
des principales, pero en Canaán se dependía del “dios de la tormenta”

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para asegurar una buena cosecha. Baal era venerado como el dios de la
lluvia y en Israel llegó a sustituir a Yahveh como divinidad principal.
Gomer eligió venderse por un “dios”, en vez de servir al único y ver-
dadero Dios.
Aquellos que conocían a Oseas podían ver la prosperidad de Gomer
como una evidencia de que el culto a Baal era efectivo. Aunque se en-
contraba bien con Oseas, parecía que ahora estaba “mejor” con los
baales. ¿Qué ocurre en algunas ocasiones cuando hay prosperidad eco-
nómica? No siempre es el caso pero, desgraciadamente, algunos eligen
acomodarse a una vida de vicio e inmoralidad. Yahveh cumplió su
promesa de bendecir la tierra con grano, mosto y aceite (Deuteronomio
7:1-3); pero Israel y Gomer se alejaron de la verdadera fuente de bendi-
ción. La experiencia de Israel nos debe enseñar que la prosperidad no
es un barómetro confiable para identificar la intervención de Dios en
nuestras vidas.
La “teología de la prosperidad” que se practicaba en los días de
Oseas no era exactamente igual a las versiones recientes de ese fenó-
meno sociorreligioso. Sin embargo, de forma similar, proponía que la
abundancia económica era garantizada a aquellos que tenían algún tipo
de “experiencia” o celebraban los ritos correctos. Yahveh mismo había
prometido bendiciones si se cumplían las condiciones del pacto. El én-
fasis en la fidelidad era lo que los israelitas no parecían comprender.
Aun así, “los castigos predichos quedaron suspendidos por un tiempo,
y durante el largo reinado de Jeroboam II los ejércitos de Israel obtuvie-
ron señaladas victorias; pero ese tiempo de prosperidad aparente no
cambió el corazón de los impenitentes” (Profetas y reyes, cap. 23, p. 214).
Los israelitas no supieron aprovechar las bendiciones que Dios les ha-
bía dado. La contradicción es que la bendición se convirtió en maldi-
ción, cuando la prosperidad fue usada de manera errónea. Su decaden-
cia moral estaba fundamentada en el “dios” de su egoísmo.

La “prosperidad” nacional ante Dios


Las contradicciones del libro de Oseas no se quedan con este cuadro
de Gomer. Las imágenes que tenemos de los “grandes hombres” y de
las “grandes naciones” del mundo son diferentes de las presentadas en
las Escrituras. Nuestra época no es la única que reconoce grandes po-
tencias militares y económicas. En la antigüedad, también se exaltaba a
las naciones poderosas y a los gobernantes exitosos. Lo irónico es que,

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después de 2.700 años, la memoria de esos personajes políticos de Israel
se ha ido olvidando y no son familiares para la mayoría de los lectores
modernos.
Por esa razón, se debe mirar por la ventana del pasado para ver
quiénes fueron “grandes” y prósperos.
En la época antigua, el reino de Israel fue más conocido internacio-
nalmente que Judá, aunque en la Biblia se le da mayor atención al reino
del sur. En la mayoría de los pasajes proféticos y las crónicas históricas,
cuando se hace referencia a “Israel” o a “Efraín”, se está describiendo al
reino del norte. El lector tiene que ser consciente de esto al leer el libro
de Oseas y el resto de los doce profetas. El contexto determina a quié-
nes se están refiriendo los profetas; sin embargo, me gustaría sugerir
que, en Oseas, Gomer representaba a la totalidad de las tribus de Israel
(norte y sur). 6 Irónicamente, después de tres mil años el reino que más
se recuerda es Judá, y no el próspero Israel.
¿Y qué podemos decir en cuanto a los gobernantes? Si tuviéramos
que destacar los nombres de los héroes políticos de Israel, deberíamos
poner en primer lugar a Jeroboam I. Jeroboam I fue el primer rey del
reino del norte (Israel), tras la división de las tribus de Israel, que go-
bernó a diez de las tribus. Para los “norteños”, David no era el héroe
principal, sino que Jeroboam I era el mayor orgullo del pueblo (1 Reyes
11:2-6). En Oseas se menciona a Jeroboam II (1:1), que no era descen-
diente del primer Jeroboam sino de Jehú. Jeroboam II adoptó ese famo-
so nombre, aunque vivió más de un siglo después (793-753 a. C.). Entre
los norteños, la figura de Jeroboam era venerada como un “padre de la
patria” y su nombre evocaba recuerdos positivos, como los que inspi-
ran Benito Juárez, José de San Martín o Adolphe Roberts en algunas
partes de América. Sin embargo, es irónico que alguien tan famoso po-
líticamente en Israel fuese recordado en las Escrituras como el que co-
menzó el culto del becerro de oro (1 Reyes 12:2-8). Los reyes israelitas
subsiguientes son condenados porque continuaron el pecado de Jero-
boam, “haciendo pecar a Israel” (cf. 1 Reyes 15:30; 16:1 9, 30; 21:2-12).
Lo que ensalzan las naciones no siempre es lo que ensalza el Cielo; ser
famoso en la tierra no garantiza la codiciada inmortalidad.
¿Hay evidencias históricas de esos “grandes” de la antigüedad? La
arqueología nos demuestra que Jeroboam II pudo disfrutar de uno de
los períodos más prósperos de la historia de Israel. Los grandes pode-
res regionales no estaban ejerciendo un fuerte control sobre esta región.
Hacia el siglo VII a. C. Egipto, desde el sur, trataba de influir política y

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económicamente sobre su puente a Asia. Por otro lado, Asiria, en el no-
reste, quería controlar las caravanas del Lejano Oriente que llegaban
hasta el mar Mediterráneo. Los reinos que no estaban alineados con los
bloques políticos del norte o del sur prosperaban mientras coqueteaban
con ambos imperios.
Las complicadas situaciones políticas en Asiria debilitaron a esa na-
ción, que había ejercido su poder sobre Israel algunas décadas antes.
Jehú, el abuelo de Jeroboam II, se había tenido que humillar ante los
asirios y pagarles tributo. La única imagen arqueológica que tenemos
de un rey de Israel es de Jehú, que aparece esculpido en el Obelisco
Negro de Salmanasar III. Eso explica la actitud negativa de Jonás, que
vivió en el tiempo del padre de Jeroboam II (790 a. C.) y que no sentía
el más mínimo afecto por los asirios. Los problemas internos de Asiria
habían librado a Israel de pagar tributo. Israel vivía en una “época do-
rada” durante el reinado de Jeroboam II. Pero, eso estaba por cambiar
cuando las ambiciones imperiales de Asiria comenzaran a despertar en
el tiempo de Oseas.
Israel, como nación, se había prostituido con las naciones vecinas y
sus respectivos dioses. En vez de recordar quién “los había sacado de
Egipto”, habían sustituido al verdadero Dios por un panteón de dioses
falsos. Las alianzas políticas estaban unidas a alianzas religiosas y, al
igual que Gomer, Israel se había acostado con muchos amantes. Sin
embargo, esos honores temporales no duraron para siempre. Esa pros-
peridad que se había obtenido a costa de la inmoralidad tuvo conse-
cuencias nefastas, e Israel iba a experimentar las consecuencias de sus
elecciones.

Decadencia económica y prosperidad moral


¿Cómo reaccionamos cuando las comodidades se esfuman repenti-
namente? Lo contrario a la abundancia es la pobreza, y cuando llega,
no todo el mundo reacciona igual. Aún tengo un vivo recuerdo de cuán
rápido se deterioró el ambiente en Nueva Orleans tras 48 horas sin elec-
tricidad ni otros servicios. En 2005, me encontraba en esa ciudad cuan-
do la azotó el huracán Katrina. Recuerdo la desesperación en los ros-
tros, las voces angustiadas, la muerte... La anarquía se apoderó de la
ciudad; muchos comenzaron a saquear establecimientos y hubo quién
llegó a matar por agua potable. La miseria arrancó maldiciones de los
labios de la gente, y hay quienes fueron empujados al abismo de rene-

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gar a Dios. Sin embargo, esas mismas experiencias fueron para otros el
acelerador que los acercó al Cielo. Algunos que vivían para sí mismos,
reconocieron al Creador en medio de la tragedia. Muchos se volvieron
al Señor en medio de las dificultades. Hay ocasiones en que la deca-
dencia económica es lo que motiva a algunos a prosperar espiritual-
mente.
A Israel y a Gomer les llegó la tragedia, y vieron cómo sus riquezas
se esfumaban. Asiria invadió el reino del norte; los soldados alardea-
ban sobre sus métodos de tortura brutalmente crueles; eran expertos en
cómo hacer sufrir a sus víctimas. Los israelitas tuvieron que lidiar con
varias campañas asirias hasta que fueron deportados de forma masiva.
Durante esas invasiones, aquellos que vivieron en el lujo y la opulencia
fueron obligados a vivir en las más repugnantes condiciones de degra-
dación humana. De la misma manera, Gomer sucumbió en la más ho-
rrible prostitución. No tenemos detalles de cómo llegó a esa condición,
por deudas, compromisos equivocados o alguna mala jugada que le
hubieran hecho. El resultado es el mismo... era una esclava.
Por otro lado, Gomer no muere como esclava, pues su amante espo-
so va a buscarla y se propone enamorarla. Oseas 2:14 declara: “Por eso
voy a seducirla”; la expresión hebrea implica que ha de “seducirla”,
enamorarla, hablarle como a una novia. Y continúa diciendo: “la llevaré
al desierto y hablaré a su corazón”. La experiencia en el desierto alude
a la época cuando la nube guiaba al pueblo de Israel, en la que había un
contacto diario de Dios con su pueblo. Oseas fue a buscarla, la compró
y la rescató (3:2). Oseas no fue con la actitud de “Te lo dije”, o con la
arrogancia que recuerda los pecados pasados. Esa clase de “perdón”
que echa en cara el pasado conlleva más maldición que estar bajo el
yugo de un esclavo.
Oseas (Yahveh) promete: “Le daré sus viñas desde allí, y haré del
valle de Acor una puerta de esperanza. Y allí cantará, como en los días
de su juventud, como en el día de su subida de la tierra de Egipto”
(2:15). Estos son ecos del Éxodo; la liberación perfuma la conversación
amorosa del profeta, que es considerado como el “Juan del Antiguo
Testamento”. 7 El profeta del amor evangélico habla de redención,
amor y perdón incondicional. Elena de White nos recuerda que: “en los
terribles castigos que cayeron sobre las diez tribus, el Señor tenía un
propósito sabio y misericordioso. Lo que ya no podía lograr por medio
de ellas en la tierra de sus padres, procuraría hacerlo esparciéndolas
entre los paganos” (Profetas y reyes, cap. 23, p. 217). En el caso de Israel,

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la decadencia económica les iba a llevar a la prosperidad moral.
La disciplina divina no tiene como propósito ser punitiva, un simple
castigo o una consecuencia. El plan de Dios era redimir a su pueblo e
incluso a las otras naciones. “Su plan para salvar a todos los que quisie-
ran obtener perdón mediante el Salvador de la familia humana, debía
cumplirse todavía; y en las aflicciones impuestas a Israel estaba prepa-
rando el terreno para que su gloria se revelase a las naciones de la tie-
rra” (Ibíd., cap. 23, pp. 217, 218). El testimonio de aquellos corazones
arrepentidos sería una bendición para los que no habían escuchado ha-
blar de Dios. Muchos en esas tribus “perdidas” llegaron a ser una luz
en medio de las tinieblas; una demostración de que si buscamos a Dios,
viviremos.

Referencias
1 Una introducción profunda y práctica a Oseas es la de J. Dybdahl, Hosea, Micah: a Call
to Radical Reform (Boise, Idaho: Pacific Press, 1996). Para los detalles históricos y arqueo-
lógicos la mejor guía ha sido preparada por P. King, Amos, Hosea, Micah: An Archaeolo-
gical Commentary (Filadelfia: Westminster, 1988). Una monumental exegesis sobre el
texto de Oseas la han producido F. I. Andersen y D. N. Freedman, Hosea: Anchor Bible
(Garden City, NY: Doubleday, 1980).
2 No debe quedar la impresión de que el adulterio era algo de menor importancia entre

las sociedades del Antiguo Cercano Oriente. Eran y continúan siendo culturas basadas
en los conceptos de vergüenza y honor. El adulterio por parte de una mujer era una
afrenta condenable con la muerte en Israel y las naciones vecinas. Ni siquiera había po-
sibilidad de expiar ese pecado en el sistema de sacrificios del santuario hebreo.
3 David Vélez, Una historia de perdón (Mayagüez, PR: Editorial Plaza Mayor, 2005).
4 Ver D. Merling, The Book of Joshua: It’s Theme and Role in Archaeological Discussions (Ber-

rien Springs, MI: Andrews), 1997.


5 Este “Israel” no debe confundirse con la confederación de tribus que habían salido de

Egipto que eran conocidas como “Israel” y así lo reconocían otras naciones (por ejem-
plo, Egipto en la Estela de Mernepta).
6 Esto puede parecer un poco confuso para el lector, ya que Oseas en algunas profecías

parece estar refiriéndose únicamente a las diez tribus y usa a “Efraín” como sinónimo
de Israel.
7 Francisco Clyde y John R. Sampey, Introducción al Antiguo Testamento (El Paso, TX: Ca-

sa Bautista de Publicaciones, 1993), p. 146.

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CAPÍTULO 2

Oseas – 2ª parte
Un Padre que causa dolor

A
ndré Curry, de 21 años, se molestó con su hija de 22 meses
porque ella le devolvió un golpe después de que él le hubiera
pegado para castigarla. André tuvo la brillante idea de ama-
rrarle las extremidades y la boquita con una cinta adhesiva, para des-
pués mostrarlo en Facebook, con un mensaje que explicaba que estas
eran las consecuencias de desobedecer a papi. Este caso parece insólito,
porque a los padres “normales” no se nos ocurre causarle dolor a nues-
tros hijos. A mí me rompe el corazón ver sufrir a mis hijos, ya sea uno
de los tres incansables varones o la tierna princesita. Desde una caída
con la bicicleta hasta ver sus ojos llenos de miedo por estar muy cerca
del peligro, tengo un instinto innato para evitar que sufran.
La mayoría de los padres hacemos todo lo posible para que nuestros
hijos no pasen por dificultades. La aparente contradicción de que sea
un padre el que le provoca dolor a sus hijos, parece incomprensible pa-
ra muchos; en este capítulo abordaremos dicha problemática. Oseas
ilustra las complejas consecuencias del pecado y los esfuerzos paterna-
les que Dios ha realizado para restaurarnos. El primero de los doce pro-
fetas menores vivió en carne propia esta contradicción.

Poca popularidad del padre que disciplina


Sigmund Freud fue uno de los primeros en rechazar que Dios sea
como un padre que disciplina a sus hijos. Las concepciones freudianas
de Dios como Padre estaban influenciadas por los relatos mitológicos
de los egipcios y griegos. Estos relatos presentan a dioses disfunciona-
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les, que se relacionan con sus “hijos” humanos de forma cruel. El mo-
vimiento feminista ha llevado hasta el extremo los excesos de algunos
psicoterapeutas, culpando al modelo patriarcal de ser el responsable de
casi todos los males que afectan a la sociedad moderna. Algunos han
manifestado mucha reticencia al concepto de Dios como Padre debido a
que no lo conciben como un personaje que disciplina, sino como un
consentidor universal.
¿Es Dios como un Padre? La respuesta puede ser problemática. Re-
cuerdo a una joven que había sufrido abusos por parte de su padre... a
quien orar “Padre nuestro” le resultaba muy difícil. Hay padres abusi-
vos con los cuales no queremos identificar a Dios, mientras que, por
otro lado, tenemos la débil caricatura del padre permisivo que no quie-
re saber nada de disciplina.
En medio de tantas ideas opuestas, resulta complicado presentar a
Dios bajo la imagen de un Padre. La paternidad divina ha sido el “talón
de Aquiles” de la teología judeocristiana. En muchos momentos, puede
ser desafiante conciliar la figura de un Dios amoroso con los sufrimien-
tos humanos, el dolor y la muerte. Esas dificultades han llevado a mu-
chos a renunciar a su fe en Dios, mientras otros, que reconocen que es
imposible negar la existencia de un “ser divino”, lo describen como una
fuerza impersonal. Ese cuadro dista mucho de la revelación que Dios
nos ha dado a través de las Escrituras. Oseas es uno de los pocos auto-
res del Antiguo Testamento que enfatiza la paternidad divina.

Dios como Padre en las Escrituras


La figura de Dios como Padre encuentra su mayor expresión en el
Nuevo Testamento, y de ahí que muchos solo seleccionan las partes
“inofensivas” de su carácter. Los prejuicios hacia la Biblia hebrea han
impedido a muchas personas reconocer a Dios como Padre en el Anti-
guo Testamento, como se puede ver en las posiciones antisemitas de
algunos creyentes occidentales durante los primeros siglos del cristia-
nismo. Los marcionistas, por ejemplo, abogaban que el Dios del Anti-
guo Testamento no es el Padre de Jesús del cual se habla en el Nuevo
Testamento. Incluso varios reformadores expresaron ideas negativas
sobre el Padre en sus escritos. La incapacidad de poder reconocer a un
Dios amante culminó en los excesos racionalistas de los siglos XVIII y
XIX. Allí surgieron las semillas que florecieron en el ateísmo y el deís-
mo, que desconectaban a la divinidad de la creación. Los prejuicios ha-

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cia la Biblia hebrea fueron también el génesis del dispensacionalismo,
que artificialmente nos separa del Antiguo Testamento.
¿Puede el Dios Padre de la Biblia ser semejante a los “dioses” del An-
tiguo Cercano Oriente (ACO)? Durante el siglo pasado, los descubri-
mientos arqueológicos nos han dado la oportunidad de estudiar la pa-
ternidad divina en la literatura antigua. Mitos y leyendas cananeos,
egipcios y mesopotámicos se pueden leer nuevamente gracias a los tex-
tos que se han podido descifrar. Se puede escuchar de nuevo la voz del
temible dios Anu de los acadios, el padre de todos los dioses y también
de los demonios, amenazando y condenando a los mortales. La relación
de Anu con los seres humanos es tan disfuncional como la de Zeus en
la mitología griega.
Pero, no se debe asumir que los hebreos simplemente adoptaron
conceptos de Dios como Padre de sus vecinos. Los textos de las nacio-
nes que fueron contemporáneas del pueblo hebreo son muy diferentes
de las enseñanzas bíblicas respecto del tema que nos ocupa. No somos
creados de los despojos de una gran batalla celestial, como plantea el
Enuma Elish. En La épica de Atrahasis, los dioses deciden destruir la tie-
rra con un diluvio porque los seres humanos hacían “demasiado rui-
do”. Sin embargo, la versión bíblica tanto de la Creación como del di-
luvio son muy diferentes a las versiones mesopotámicas.
En las Escrituras, se pueden ver siluetas de Dios como Padre desde
el mismo libro de Génesis. El Dios de Israel es contrastado con las dei-
dades paganas, puesto que es un Dios de amor que tuvo un propósito
en la creación de los seres humanos. Ese cuadro alcanza su clímax en
Juan 3:16, donde se describe al Padre dando a su Hijo unigénito. Los
comentaristas notan que el mensaje de Oseas es evangélico y redentor.
Oseas mantiene viva la imagen de Dios como Padre de todos los seres
humanos.

Dios como Padre en Oseas


¿Se puede reconocer a Dios como Padre en Oseas? Oseas no usa la
palabra “padre” (hebreo ab) para referirse a Yahveh. Sin embargo, el
concepto queda claro desde el capítulo 1, versículo 3, donde se hace re-
ferencia al primer hijo de Oseas, y comenzamos a ver las primeras imá-
genes paternales de Dios. En el resto del capítulo, se alude a esa rela-
ción de Padre e hijo que existe entre Yahveh y los israelitas. La metáfo-
ra matrimonial en la que Gomer es presentada como la nación de Israel,

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implica que los israelitas son los hijos de Yahveh con Israel. Para Oseas,
esto es algo personal: su esposa y sus hijos se han convertido en sermo-
nes vivientes; una representación dramática muy real.
Oseas no podía “librarse” de su función como profeta después de
cumplir sus “ocho horas de trabajo”. Predicar no es algo que él hiciera
solo los fines de semana o cuando estaba en un recinto dedicado a ese
propósito. Esta experiencia es más intensa que la de Ezequiel, quien tu-
vo que ilustrar sus sermones con la muerte de su esposa (24:18). Eze-
quiel tuvo que usar recursos visuales cocinando su pan sobre un fuego
que fue encendido con excremento (4:12). Por otro lado, Miqueas e
Isaías, contemporáneos más jóvenes de Oseas, predicaron desnudos
para ilustrar los horrores del exilio (ver Miqueas 1:8, Isaías 20:2-4). Esos
mensajeros tenían, como misión, demostrar gráficamente el amor pa-
ternal de Dios en medio de la disciplina.
Cada vez que Oseas llamaba a sus hijos por sus nombres, estaba
predicando e impactando a su audiencia, y amonestando a sus hijos. El
nombre del primero era Jezreel, cuyo significado es “Dios esparce”; y
ese es el sentido que tiene en Oseas 1:4. Los israelitas, representados en
Jezreel, serían esparcidos (echados) por los asirios. Según Elena de
White, “lo que ya [Dios] no podía lograr por medio de ellas [las diez
tribus] en la tierra de sus padres, procuraría hacerlo esparciéndolas en-
tre los paganos” (Profetas y reyes, cap. 23, p. 217). Las tribus del norte no
quedaron exactamente “perdidas”, ya que tenemos evidencias de que
algunos se refugiaron en el sur (Judá); otros permanecieron en la zona
de Galilea, por lo que los asirios registran nombres yahvistas en su ca-
ballería de Mesopotamia. Descubrimientos arqueológicos y costumbres
que han sido identificadas en África demuestran que muchos hebreos
terminaron en ese gran continente y mantuvieron la luz del sábado. 1
Al estudiar Oseas 1:4 se observa que la mayoría de los comentaristas
identifican a Jezreel con la dinastía de Jehú. Eso se debe a que el ver-
sículo sentencia: “Porque dentro de poco castigaré a la casa de Jehú a
causa de la sangre derramada en Jezreel, y haré cesar el reinado de la
casa de Israel”. Pero eso sería incoherente, pues los otros dos hijos son
tipos, o figuras, de todos los israelitas; no solo de los reyes de la familia
de Jehú. Si Jezreel fuese solamente la Casa Real a la cual Jeroboam II
pertenecía, eso rompería el flujo del capítulo. Por otro lado, el problema
mayor con Oseas 1:4 es que parecería contradecir a 2 Reyes 10:30, don-
de se celebra que Jehú haya exterminado a la familia de Acab como lo
había predicho Elías (cf. 1 Reyes 19:17; 2 Reyes 10:17).

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Sin embargo, el problema de Jehú no fue solo que ejecutó a la familia
de Acab; ya que se excedió y asesinó a amigos del rey, familiares y mu-
chas otras personas (2 Reyes 10:11). Más aún, en Jezreel hirió mortal-
mente a Ocozias, rey de Judá (9:27), y después eliminó a los príncipes
de Judá (10:1 2-14). Aunque el texto no lo especifica directamente, se
podría sugerir que Jehú tenía intenciones de reinar sobre todas las tri-
bus, norte y sur. ¡Eso supondría anular el pacto davídico que había sido
hecho con la Casa de Isaí! Me atrevo a sugerir que “la sangre” derra-
mada en exceso y su ambición fueron actitudes perpetuadas en sus hi-
jos, quienes continuaron con intenciones de someter a las tribus sure-
ñas bajo su poder.
Esas ideas políticas y de crueldad eran las que evocaban el nombre
“Jezreel”, un valle donde ocurrieron repugnantes sucesos durante el
reinado de Acab (ver 1 Reyes 21). Cada vez que se escuchaba el nombre
del niño, todos recordaban las tragedias de Jezreel. La mente de los
oyentes era transportada a escenas de violencia y muerte; algo así como
escuchar los nombres de ciudades donde se han producido masacres
de carteles narcos en el Caribe o Latinoamérica. Son imágenes que evo-
can escuchar nombres como Hiroshima, Jonestown, o perejil. Sí, pro-
nunciar “Jezreel” era como usar la palabra “perejil” en la Haití de 1940.
A finales de la década anterior, esa palabra fue usada como shibboleth
por sicarios trujillistas que asesinaron a miles en la frontera de las her-
manas naciones que conviven en La Española. Esa fue una época oscu-
ra, cuando dominicanos y haitianos sufrieron bajo el temible régimen
de Trujillo.
Gomer tuvo una hija, a quien Dios le designó otro horrible nombre:
Lo-ruhama (Oseas 1:6). En hebreo Lo expresa negación, y aquí antecede
a ruhama (“compasión” o “amor”). Aquí el término “amor” se usa en
un contexto pactual, y se refiere a la relación que tenía Dios con su
pueblo. Ya no habría más misericordia o amor por Israel. No me puedo
imaginar llamando a mi hija “No amada”; eso sería un castigo para mí
mismo como padre. Se ha demostrado que el vínculo padre-hija es muy
especial, que debe ser cultivado para proveer estabilidad emocional a
esas hermosas criaturas. 2 Pero Oseas estaba condenado a llamar así a
su única hija, algo que debía causarle más dolor al padre que a ella.
El contexto de Oseas 1 da a entender que el tercer hijo de Gomer fue
engendrado por alguno de los hombres con los cuales se había acosta-
do. Dios ordena que al pequeño se le llame Lo-ammi (1:8). Gomer había
llegado a lo más profundo de la inmoralidad. En una sociedad de “ver-

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güenza y honor”, era y es todavía inconcebible que el hombre acepte a
un niño en estas circunstancias. Sin embargo, Oseas ejemplifica el amor
divino al aceptar a aquel niño de dudoso origen; algo digno de admi-
rar. Pero llamarlo por el nombre: “¡No pueblo mío!” era una afrenta pa-
ra él como hombre, y desgarrador como padre. Escuchar a papá llamar-
lo “No eres mío” debió ser muy doloroso para el chico, también. El ni-
ño estaba sufriendo las consecuencias de los pecados de su madre. Pa-
pá le tuvo que explicar tiernamente que él era un hijo especial, pues
habían elegido amarlo por decisión propia. Los hijos no biológicos son
tan queridos precisamente porque sus padres han elegido criarlos,
amarlos y tenerlos en el hogar. Oseas debió ser un papá maravilloso,
que vivió cada palabra de sus sermones sobre lo que es el amor.
Aquellos que se han criado en hogares tradicionales no alcanzan a
entender la gravedad de la situación de Oseas. Es doloroso tener una
madre a la que no le importa si te has lavado los dientes por la noche o
si has comido en todo el día; te sientes “echado” como Jezreel. Quizá
no podemos imaginar lo que es tener a una madre adicta, que no se
preocupa por dónde duermes o con quién estás. Yo he conocido a va-
rias Lo-ruhama, que no saben quién es el padre de su hermano Lo-ammi
y que no han tenido un padre amante como lo fue Oseas.

El Padre amante restaurador


Hay que reconocer que los hijos de Oseas no tenían la culpa de las
acciones de su madre. Su padre no los condena, pero tanto él como los
niños sufren las consecuencias del pecado. Todos sufren la disciplina
del Padre que causa dolor, para que su amada proceda al arrepenti-
miento. La unidad temática hace que esta historia de sufrimiento y
amor sea una de las más conmovedoras del Antiguo Testamento. Al re-
conocer la unidad de los capítulos 1 y 3 podemos disfrutar un poco de
la riqueza de la literatura hebrea. Esa unidad no está basada en el or-
den cronológico o el sistema deductivo al cual estamos acostumbrados
en Occidente. Son una serie de paralelismos y juegos de palabras que
enlazan los capítulos de una manera muy compleja. En Oseas 1:2 al 9 se
describe al matrimonio de Oseas y el nacimiento de sus hijos de forma
negativa. Sin embargo, en el capítulo 2:1 al 3 podemos ver cómo los te-
rribles nombres que tenían los hijos son revertidos a nombres positivos.
La familia pastoral estaba viviendo un nuevo amanecer. La niñita
“No amada” ahora es “Amada” y el pequeño “No eres mío” ahora es

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[pueblo] “Mío” (2:1). Pero, ¿por qué no hay cambio de nombre para
Jezreel? En el ACO, una de las más conocidas técnicas de siembra era
esparcir la semilla. En el artístico e ingenioso juego de palabras que ca-
racteriza a Oseas, Jezreel, “Dios esparce” se convierte en “Dios siem-
bra”. La promesa es que Dios ha de sembrarlos y restaurarlos en la tie-
rra. Solo podemos imaginarnos el gozo en la voz del profeta cuando
pudo llamar a sus hijos de forma diferente. Esta familia pastoral, como
todas, recibía un llamado profético para todos sus miembros. Las fami-
lias pastorales necesitan mucho apoyo; esos hijos que viven en la boca
de todos deben ser amados y protegidos por aquellos que profesan
amar a Dios. Ahora tenían la oportunidad de vivir un nuevo comienzo.
Pero la restauración no es solo para los niños; también se le ofrece a
Gomer una oportunidad de ser redimida (2:13). Antes de que Gomer
llegara a ser vendida como esclava, Oseas envía a sus hijos para que
traten de convencerla de que regrese al hogar. Si leemos el capítulo 2,
vamos a reconocer las palabras de un padre y esposo que le habla a sus
niños antes de dirigirse a la esposa que quiere recuperar. En hebreo,
Oseas 2:2 es un ruego del profeta a sus hijos, para que convenzan a su
madre. No se trata de “pleitear” o “contender” como se ha traducido en
algunas versiones. Aunque la palabra tiene una connotación legal, lo
que en verdad quiere destacar es que Oseas anhela que sus hijos le su-
pliquen a su madre que regrese. Solo aquellos que hemos visto a pa-
dres en situaciones similares, desesperados, haciendo todo lo posible
para que mamá regrese, podemos entender esta escena. Papá está dis-
puesto a hacer cualquier cosa, con tal de que mamá regrese al hogar.
La narrativa es tan personal, que es difícil diferenciar cuándo está
hablando Yahveh y cuándo está hablando Oseas. El esposo espera que
las circunstancias adversas que ha sufrido la esposa la hagan recapaci-
tar y regresar con él (2:9). La actitud del profeta es de contrastes. En al-
gunos momentos es tierno; en otros, vengativo y severo. Mezcla mensa-
jes de juicio y de esperanza. Pero, quienes conocemos los estilos de la li-
teratura hebrea podemos reconocer la intencionalidad del autor al es-
cribir de esta manera. El autor no tiene problemas mentales cuando va
de un extremo al otro al hablar de su esposa o sus hijos. Oseas está de-
sesperado y quiere rescatar a su amada, así como Dios quería rescatar a
Israel. Los versículos 16 al 25 del capítulo 2, trasportan al lector a esa
era edénica cuando la tierra será restaurada; una visión que va más allá
de Gomer o de Israel: la Tierra Nueva.

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Un padre soltero y una madre pródiga
No tenemos detalles sobre la vida de Oseas tras haberse reconciliado
con Gomer, ni de cuánto tiempo estuvo cuidando de sus hijos (3:1-3).
Pero tratemos de imaginarnos un poco más de la vida del profeta. Su
historia nos toca muy de cerca. El ideal de un hogar es que los esposos
se amen hasta que la muerte los separe, y que los hijos crezcan equili-
bradamente y sanos. Pero la triste realidad es que demasiadas veces la
maldición de la infidelidad ha destruido muchos matrimonios. Pero,
eso no tiene por qué ser el final. Hemos sido inspirados por historias de
madres y padres solteros que han luchado para llevar a sus hijos al éxi-
to.
Para mi familia ha sido una inspiración la vida de Sonya Carson,
una joven que estaba casada con un pastor evangélico que, al mismo
tiempo, estaba “casado” con otra mujer. Sonya tuvo que vivir con sus
dos hijos en la pobreza. Su hermosa piel oscura no le abría muchas
puertas en una nación donde hay prejuicio contra la gente de color, pe-
ro eso no le impidió aspirar a conseguir el éxito de sus hijos. La Palabra
de Dios le abrió nuevos horizontes, y conocer al Señor por medio de la
Iglesia Adventista marcó su vida para siempre. Aunque ella no había
recibido una educación formal, exigió que sus hijos leyeran dos libros
por semana desde el quinto grado. Inspirado por esa madre, su hijo
Ben Carson llegó a ser uno de los más famosos neurocirujanos del
mundo. 3
Sin embargo, las madres no son las únicas que han tenido la respon-
sabilidad de criar a los hijos solas. David King ha logrado encarar con
un espíritu emprendedor su papel de padre soltero de cuatro hijos. Eso
no exime de los traumas, problemas y dificultades que puede represen-
tar criar hijos con una sola figura paterna. La sociedad no presta mucha
atención a los padres solteros, aquellos que han decidido asumir la res-
ponsabilidad de criar a sus hijos cuando mamá ha muerto o se ha ido
de casa. Estos padres necesitan apoyo y empatía, no críticas o lástima.
Personalmente, conozco a hombres que han tomado ese reto con valor
y amor. Estar a su lado ha sido una bendición para mí y para mi fami-
lia; sus hijos han llegado a ser una bendición para los míos. Oseas fue
uno de esos hombres, que estuvo dispuesto a criar a sus hijos, que no
tenían culpa por las dificultades de la vida: la enfermedad, la muerte o
las malas decisiones de mamá.
Aunque los hijos no son culpables por las decisiones de sus padres,
siempre sufren por estar en medio de las dificultades del hogar. Lo con-
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tradictorio es que, aunque el padre no quiera causar dolor, se le hace
imposible proteger a los hijos de todos los efectos del pecado. El caso
de Oseas es más complicado por tener una “familia mezclada”; un fe-
nómeno que algunos creen que es reciente, pero que existía en la anti-
güedad. Niños de diferentes padres o madres que viven en el mismo
hogar es algo común en nuestros días, pero desde José con sus herma-
nos hasta la Sagrada Familia, tenemos ejemplos bíblicos de ese tipo de
hogares.
La promesa es que las familias pueden ser restauradas. Oseas pudo
rehacer su hogar y sus hijos pudieron disfrutar de una familia funcio-
nal. La experiencia para los creyentes en Israel fue muy dolorosa, pero
los resultados de la disciplina fueron una bendición. El reino del norte
sufrió el ataque de los asirios en el valle de Jezreel hacia el año 738 a.
C., y perdió su autonomía (1:5). Oseas 2:12 y 13 describe las angustiosas
deportaciones que sufrirían por parte del Imperio Asirio en el 721 a. C.;
Judá también fue atacada por los asirios algunas décadas más tarde, y
sus sufrimientos fueron plasmados por Senaquerib en su palacio; aun-
que fue librada milagrosamente (1:7). Dios promete restaurar a todos
los hijos de Jacob, bajo el mando de un solo rey (1:11). Esa visión de
familia restaurada, que incluía a los gentiles (“No pueblo mío”) es esca-
tológica y va más allá de un reino terrenal (3:5). Es emocionante pensar
que la familia nuevamente llega a ser una; más allá de nociones políti-
cas, del ambicioso norte o el formalista sur, el pueblo llega a ser uno en
la iglesia, bajo la dirección de Jesús, el Rey de reyes.

Tú eres ese hijo


El mensaje de Oseas es tipológico; sus hijos representan a todos los
seres humanos. “La iglesia es el medio señalado por Dios para la salva-
ción de los hombres” (Reflejemos a Jesús, p. 188), nos recuerda Elena de
White. A su vez, Pedro estaba aludiendo a Oseas cuando dice que so-
mos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido”
(1 Pedro 2:9). El apóstol juega con la terminología hebrea, que se pierde
en el griego: “Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois
pueblo de Dios; en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, ahora
habéis alcanzado misericordia” (versículo 10). Este complejo mensaje
de Oseas es para mí, y también para ti.
Leer a Oseas resulta incómodo. No podemos explicar buena parte de
lo que describe el libro. La severidad de los nombres de los hijos, la dis-

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ciplina, la infidelidad, el ser un padre soltero, criar a un niño que no es
suyo, aceptar a una esposa que ha sido infiel y con quien se había casa-
do (posiblemente) sabiendo que era adúltera, son ingredientes que de-
jan a cualquier lector en el filo de su asiento. Este es uno de los propósi-
tos de Oseas: no es una lectura cómoda o que se pueda explicar fácil-
mente. El amor del Padre está en medio de lo que no podemos enten-
der.
A pesar de las limitaciones que podemos tener para entender a
Oseas, la contradicción de un Padre que causa dolor no desanima al
que “conoce” al Padre. No se trata de algo académico o simplemente
cognoscitivo. Ese conocimiento se trata de una vivencia con el Padre.
Oseas, más que ningún otro profeta, usa el íntimo verbo yada, que se
traduce como “conocer”. Él condena a los que “no conocen a Jehová”
(5:4), y explica que “mi pueblo fue destruido, porque le faltó conoci-
miento” (4:6). Oseas finalmente invita a alcanzar “conocimiento de
Dios, más que holocaustos” (6:6). Esa es la experiencia de los que son
hijos; quienes aun en medio del dolor conocen la promesa de restaura-
ción. El Padre celestial nunca quiere causar dolor a sus hijos, por eso los
ayuda con la disciplina. Su amor es constante y eterno.

Referencias
1
Aunque tiene datos que podrían ser revisados, ver Charles Bradford, Sabbath Roots:
The African Connection (Neck City, MO: General Conference, 1999).
2
Recomiendo leer el libro de James Dobson Cómo criar a las hijas (Carol Stream, IL:
Túndale, 2010), que ha sido una bendición para mí.
3
Ver Ben Carson, Piensa en Grande (Grand Rapids: Zondervan Publishing, 1994) y Ma-
nos consagradas (Grand Rapids: Zondervan Publishing, 2009).

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CAPÍTULO 3

Joel
Lluvias de maldición y vientos
de bendición

E
n América sabemos lo que es sufrir bajo lluvias y vientos hu-
racanados. Nadie nos tiene que contar lo espantoso que es un
huracán rugiendo con furia y arrasando todo lo que encuentra
a su paso. Pero la descripción de una tormenta tropical es inconcebible
para alguien que ha crecido en un desierto, donde apenas caen algunos
centímetros o pulgadas de lluvia. Es todo un desafío hacer que un habi-
tante del Antiguo Cercano Oriente (ACO) capte mensaje de Dios a tra-
vés de imágenes de tormentas tropicales. Por el contrario, así de com-
plicado es para algunos de nosotros imaginar una lluvia de saltamontes
o langostas en nuestra casa, pueblo o ciudad. La mayoría de los habi-
tantes del Caribe y Latinoamérica no tiene la menor idea de lo que es
sufrir bajo una plaga de esos insectos.
Eso no significa que en esta zona del mundo no se hayan sentido los
efectos de esa maldición en el territorio americano. Hay registros his-
tóricos que describen terribles plagas de langostas en la península de
Yucatán. La plaga azotó las regiones habitadas por los mayas durante
cinco años consecutivos (1529-1535). Los anales antiguos relatan cómo
esos endemoniados chapulines causaron hambruna y muerte entre las
naciones autóctonas, que ya estaban sufriendo por las enfermedades
que habían traído los europeos. 1 Algunos siglos más tarde, hubo azo-
tes de langostas en Venezuela durante el siglo XIX. 2 Sin embargo, los
recientes desastres sufridos por langostas en Venezuela, Surinam y al-

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gunas zonas del Caribe no se comparan con lo que todavía sucede en
zonas de África, el Cercano Oriente o Australia. En esos lugares, los
ejércitos de cientos de millones (y a millares de millones) de soldaditos
devoradores de todo lo que se encuentra a su paso han dejado miseria,
hambre y muerte.
El próximo amigo que vamos a conocer más profundamente es el
enigmático profeta Joel (“Yahveh es Dios”) ben-Petuel (“hijo de Petuel”).
Joel es el segundo de los doce profetas menores. Este profeta describe
detalladamente cómo una plaga de voraces langostas invadió los culti-
vos de Judá. No estamos del todo seguros de cuándo vivió, pues su li-
bro no nos ofrece suficiente información para indicarnos de forma exac-
ta cuándo fue escrito. Hay muchas posibilidades de que Joel haya sido
contemporáneo de Amos y de Oseas (siglo VIII a. C.), aunque la mayo-
ría de los eruditos se inclina a leerlo como un escrito de la época de los
profetas que sirvieron a Dios cerca del exilio neobabilónico del siglo VII
a. C. 3 La ausencia de referencias a eventos políticos conocidos o perso-
najes históricos hace que sea más complicado señalar una fecha exacta
para el libro. Lo único que resalta en estas profecías es una terrible ca-
tástrofe sufrida por una plaga de langostas, que debió haber' sido tan
impresionante como para ser usada por los habitantes de Judá como
una referencia histórica. “Oíd esto, ancianos, y escuchad, todos los mo-
radores de la tierra. ¿Ha acontecido algo semejante en vuestros días o
en los días de vuestros padres? De esto contaréis a vuestros hijos, y
vuestros hijos a sus hijos, y sus hijos a la siguiente generación” (Joel 1:2,
3). Lo importante para Joel es la tragedia que ha sufrido Judá. Lo con-
tradictorio es que, a pesar de las lluvias de maldición encarnadas en las
langostas, se prometen vientos de bendición del Espíritu Santo para
restaurar lo que se había perdido.

Las malditas langostas


El cuadro presentado por Joel es aterrador. Si leemos todo el libro
pensando literalmente en esos dañinos insectos, podemos hacernos una
idea de lo devastadora que debió haber sido la plaga de langostas que
menciona. Estos animalitos son como diminutas máquinas devoradoras
que parecen insaciables: “Asoló mi vid y descortezó mi higuera; del to-
do la desnudó y derribó; sus ramas quedaron blancas” (1:7). Esos or-
tópteros se comen las plantas, las hojas de los árboles y hasta la corteza
de troncos y las ramas. Joel describe una desolación total, una catástro-

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fe nacional que ha marcado a los habitantes de forma visible. La plaga
es tan terrible que describe cómo “el grano se pudrió debajo de los te-
rrones; los graneros fueron asolado s y los silos destruidos porque se
había secado el trigo” (1:1 7). ¡No hay abastecimientos, graneros, ni na-
da para alimentarse después de su llegada! Se debe tener en mente que
las plagas de langostas no están de paso, no se trata solamente de mi-
llones de hambrientos insectos que comen la misma cantidad que su
peso por día para alejarse después de una semana. Cuando llegan pue-
den permanecer durante semanas en su desenfrenada glotonería y la
catástrofe deja sus efectos incluso varios años después del ataque ini-
cial.
El ciclo de vida de los ortópteros comienza con la destructiva larva
que sale de los huevos que fueron depositados en el suelo después de
la primera vez que llega la nube de estos animalitos. Esas larvas se ali-
mentan en la tierra mientras los agricultores siembran nuevas semillas
en los campos. Luego viene la etapa juvenil de esos saltamontes, que no
causa desastres, pero también es problemática. Sin embargo, cuando las
langostas adultas segregan la feromona que las hace agruparse y trans-
formar su cuerpo, es cuando se convierten en pequeñas fieras. El cam-
bio fisonómico es radical, desarrollan alas y patas más grandes y fuer-
tes, su capacidad de comer aumenta y su comportamiento es gregario.
Se unen pandillas y “maras” que forman una inmensa turba que mar-
cha y vuela como una horda destructiva. El comportamiento gregario
que une a las langostas las hace trágicas, pues su poder está en su nú-
mero; se unen y pueden seguir comiendo en un lugar hasta que un
viento las aleje o de alguna manera se lancen a volar de forma instinti-
va. Pero antes de salir, habrán dejado huevos en el suelo para la próxi-
ma generación de destrucción en el lugar donde crearon caos.
El ciclo ha de repetirse inevitablemente a menos que los huevos o las
larvas sean eliminados, o algún cambio climatológico los afecte. Es po-
sible que Joel esté aludiendo a esas etapas del ciclo de vida de las lan-
gostas con los términos hebreos que son tan difíciles de traducir en el
versículo 4. Allí Joel reseña: “Lo que dejó la oruga se lo comió el saltón;
lo que dejó el saltón se lo comió el revoltón; y la langosta se comió lo
que el revoltón había dejado” (1:4).
Aunque a nosotros se nos hace difícil entender esa terminología
campesina, la audiencia de Joel sabía muy bien de lo que él estaba ha-
blando. En la mayoría de las ocasiones los profetas no trataban de usar
un lenguaje esotérico o complicado, como lo hacen algunos religiosos

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de nuestros días. Jergas cristianas y dialectos de “santos” que solo
comprenden los “entendidos” no son propias ni en el Antiguo Testa-
mento ni en el Nuevo Testamento. Por el contrario, en ellos se usa un
lenguaje común con ilustraciones de su realidad. Ahora bien, esas cate-
gorizaciones de las etapas de la vida de la langosta encuentran una
analogía en nuestra peculiaridad para diferenciar los fenómenos atmos-
féricos. La diferencia entre una depresión, una tormenta tropical y un
huracán de diferentes categorías no es obvio para alguien que ha creci-
do en el Cercano Oriente, pero en América es meridianamente claro.
Es probable que no te sobresaltes si te advierten sobre una lluvia de
langostas que ha de llegar a tu ciudad. Pero si la programación de la
radio se interrumpe para anunciar que se está aproximando un hura-
cán de categoría cinco, probablemente vas a entrar en pánico. Esos
monstruos atmosféricos no atacan a menos de 250 km (156 millas) por
hora, produciendo un efecto devastador y mortal. Por esta razón, en
agosto de 2005 me consternó saber que en dirección al hospital donde
estaba mi madre se estaba acercando la fuerza demoledora de un hura-
cán de esa categoría y fuerza. Había viajado junto con mi padre a la
ciudad de Nueva Orleans, a esperar un trasplante de hígado para mi
madre. Al escuchar que Katrina se acercaba a nosotros, con vientos en-
demoniados que estaban devastando todo lo que quedaba a su paso,
supe de inmediato las implicaciones de esa terminología meteorológica.
No se necesita ser un científico de tecnología espacial o consultar una
enciclopedia para saber que la ciudad de Nueva Orleans, que está bajo
el nivel del mar, iba a quedar inundada si se rompían los diques que la
protegían. Aunque no nos golpeó con la intensidad que esperábamos,
el resultado fue el mayor desastre natural de la historia de los Estados
Unidos.
Al regresar a Nueva Orleans algunos años después, pude dirigirme
a un grupo de creyentes y hacer referencia a ese evento de destrucción.
Yo puedo diferenciar las etapas de esa experiencia: los primeros venta-
rrones, el cruce del ojo, el resto del huracán y las inundaciones poste-
riores. Eso es algo que solo los que hemos pasado por esa situación po-
demos conocer. Con esa autoridad Joel describe en su primer capítulo
la calamidad de las langostas como un tipo, una figura o sombra de lo
que había de acontecer en el Día de Yahveh (1:15; cf. Isaías 13:6).

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El “Día de Yahveh”: lluvias y viento
La extensión de la calamidad causada por la lluvia de langostas en el
Día de Yahveh es total. Un cuadro similar al de la ciudad de Nueva Or-
leans después del paso asesino de Katrina. En el capítulo 1, el profeta
hace un catálogo detallado de los implicados en la tragedia: los borra-
chos, los jóvenes, el clero, la clase trabajadora, la flora y hasta los ani-
males sufren por la devastación. Joel, en la tradición de los videntes del
ACO, incluye a los astros y al resto de la naturaleza en su descripción
del Día de Yahveh (2:10). Aunque Joel está haciendo referencia a un
evento natural de sus días, el mismo tiene connotaciones políticas, ecle-
siológicas y hasta escatológicas.
La alusión a “ejércitos destructores” bien se puede aplicar literal-
mente a las langostas que atacaron las plantaciones de los días de Joel
(ver 1:6; 2:5). La organización de las langostas se ganó la admiración
del sabio Salomón (Proverbios 30:27). Sin embargo, para Joel, su libro
no es simplemente un catálogo de biología sobre la vida silvestre levan-
tina o una crónica de eventos de la vida en Judá, como si fuera un dia-
rio de noticias o una revista de interés temporal. El profeta tenía en
mente hechos políticos e históricos que estaban por acontecer en el
reino de Judá. Hay que tener en cuenta que los profetas clásicos habla-
ron a su audiencia en su contexto. Tenían en mente las problemáticas
de su generación, las necesidades de su época. Una plaga literal de lan-
gostas podía ser una de esas realidades inmediatas. Los profetas eran
relevantes en las sociedades donde vivían; aunque con ojo profético,
ellos apuntaban hacia eventos más allá de sus días. Los emisarios de
Dios nunca pueden desconectarse de su entorno y llegar a ser irrele-
vantes para aquellos con los que conviven.
Joel toma como figura los acontecimientos naturales para impactar
socialmente, aludir a las calamidades políticas y, sobre todo, elevar la
moral y la espiritualidad de su época. La destrucción total de la lluvia
de langostas sirve como plataforma para el profeta, quien sabe que en
medio de las dificultades es cuando muchas personas se encuentran
mejor predispuestas a escuchar los mensajes de parte del Cielo. Pero
según Joel, en medio de las lluvias de maldición, Dios asegura que va a
traer vientos de bendición. ¡Esto es contradictorio!
Después de la espantosa descripción de eventos con dimensiones
cósmicas y estelares, Dios garantiza que ha de derramar su “viento”
(hebreo ruati), su Espíritu, la tercera persona de la Divinidad (2:28, 29).
No hay razón para no reconocer que la promesa: “Después de esto de-
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rramaré mi espíritu sobre todo ser humano, y profetizarán vuestros hi-
jos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóve-
nes verán visiones. También sobre los siervos y las siervas derramaré
mi espíritu en aquellos días”, se hubiera cumplido en los días del profe-
ta Joel. Por otro lado, Joel miraba hacia el futuro a “aquellos días, en
aquel tiempo en que haré volver la cautividad de Judá y de Jerusalén”.
Esto puede referirse a los ataques neoasirios en el siglo VIII o al exilio
neobabilónico del siglo VII a. C.
Hemos de saber que para los autores del Nuevo Testamento, las re-
laciones tipológicas eran uno de los elementos clave a la hora de leer e
interpretar el Antiguo Testamento. 4 Un tipo es un acontecimiento, per-
sona, institución, y a veces hasta un objeto, que Dios designa para pre-
figurar aspectos de la historia de la salvación que han de cumplirse
(inaugurado, apropiado y consumado). 5 Richard Davidson ha sido
elogiado por eruditos no adventistas por identificar principios herme-
néuticos sólidos, que evitan la alegoría fantástica y la deconstrucción
fría de los textos bíblicos. 6 Se debe recordar que la Escritura, y no la
imaginación del predicador, es la que identifica los tipos y su cumpli-
miento antitípico. La experiencia de la plaga de langostas, los ataques
neoasirios del siglo VIII, el cautiverio neobabilónico y la restauración
judía sirven como tipos que serán identificados en el Nuevo Testamen-
to.

Las primeras lluvias


La proclamación de esperanza por boca de Joel debió de causar gran
gozo entre los habitantes de Judá. No era difícil convencerlos de su ne-
cesidad, al ver a su alrededor tanta devastación y tantos problemas.
Habían sufrido por los insectos y, para empeorar la situación, “fuego
consumió los pastos del desierto, la llama abrasó los árboles del cam-
po” (1:19). Sequía y fuegos forestales asolaron Judá, y las noticias de
lluvias eran bien recibidas a los oídos de aquellos que se encontraban
en necesidad. Pero los profetas clásicos trascendían a su audiencia y la
experiencia veterotestamentaria, Pedro reconoce eso al leer la Palabra.
Cuando Jesús y los apóstoles leían las Escrituras, estaban usando la Bi-
blia hebrea (el “Antiguo Testamento”). Pedro recuerda lo que había
leído en el “Libro de los Doce” y, movido por el Espíritu Santo, les ase-
gura a sus oyentes que estaban presenciando el cumplimiento de la
profecía de Joel (Hechos 2:16). A Pedro no le cabe la menor duda de

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que la experiencia de Pentecostés estaba ligada a las profecías que ha-
bía pronunciado el profeta Joel más de medio milenio antes.
Elena de White reconoce ese cumplimiento tipológico cuando seña-
la: “Esta profecía se cumplió parcialmente con el derramamiento del
Espíritu Santo, el día de Pentecostés; pero alcanzará su cumplimiento
completo en las manifestaciones de la gracia divina que han de acom-
pañar la obra final del evangelio” (El conflicto de los siglos, “Introduc-
ción”, p. 12). En un juego de palabras, se presenta que, después de las
lluvias de maldición, llega el viento (Espíritu) de bendición. En el caso
de Pentecostés, esa experiencia de una manifestación del Espíritu Santo
es descrita como la “lluvia temprana”; pero se nos promete una “lluvia
tardía”.
¿Cómo entendían los habitantes de Judá lo de lluvia “temprana” y
“tardía”? La agricultura en Palestina depende de las lluvias. A diferen-
cia de los egipcios o los mesopotámicos, que contaban con caudalosos
ríos que ofrecían crecidas anuales para sus cultivos, en Canaán no su-
cedía lo mismo. Todo depende principalmente de la precipitación que
pudiera caer entre los meses de octubre y marzo. La “lluvia temprana”
cae entre mediados de octubre y noviembre, y era indispensable para
preparar el terreno cultivable. Entre diciembre y febrero puede nevar, y
a veces llueve torrencialmente de forma abrupta. Por otro lado, puede
que la lluvia apenas caiga durante años, como en esta última década en
las modernas naciones de Israel, Cisjordania y Jordania. Las primeras
lluvias son esenciales para que puedan germinar las semillas. Por otro
lado, entre marzo y abril desciende la “lluvia tardía”, que prepara los
frutos para la cosecha.
Los escritores del Nuevo Testamento se reconocen a sí mismos como
protagonistas del cumplimiento de las profecías proclamadas por Joel.
Eso le da autoridad a Santiago para identificar a las lluvias “temprana”
y “tardía” (Santiago 5:7, cf. Joel 2:2 3). El derramamiento del Espíritu de
Joel 2:28 al 32 es citado en varias ocasiones por los escritores apostóli-
cos (ver Hechos 2:17-21,39; 21:9; 22:16; Romanos 10:3; Tito 3:6). Esos
cuadros eran familiares para los judíos e incluso para los gentiles que
habían conocido de los profetas por la traducción de las Escrituras al
griego en la Septuaginta. La experiencia durante Pentecostés ha sido
correctamente identificada como esa “lluvia temprana” que Dios le es-
taba dando al Israel espiritual. Pedro testificó con mucha seguridad que
aquellos acontecimientos estaban conectados con la profecía de Joel.
Aunque la profecía había sido tipificada con el reavivamiento experi-

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mentado en los días de Ezequías y con el regreso de los exilados de Ba-
bilonia, tiene su cumplimento inicial en Pentecostés. Y a pesar de que
durante el siglo I d. C. se estaba experimentando lo vaticinado por el
profeta, en realidad no se cumplieron todos los detalles, pues las des-
cripciones de Joel apuntaban a un cumplimiento de mayor envergadu-
ra.
Elena de White usa la lluvia y el derramamiento del Espíritu Santo
predichos en Joel para describir la experiencia de los reformadores pro-
testantes (Profetas y reyes, cap. 51, p. 461). Según ella, los padres de lo
que hoy conocemos como las iglesias luterana, reformada, presbiteria-
na y bautista gozaron del derramamiento de esas gotas de lluvia tardía.
Al identificar el “día oscuro” del 19 de mayo de 1780 con Joel 2:31, ella
abre una ventana concreta para identificar el cumplimiento de la profe-
cía (El conflicto de los siglos, cap. 18, p. 351). Elena de White asegura que
la experiencia de los milleritas en el siglo XIX se podía ver “como el Se-
ñor lo dispusiera por boca del profeta Joel” (El conflicto de los siglos, cap.
22, p. 452). Sin embargo, ella también señala que el derramamiento to-
tal de la “lluvia tardía” estaba señalando hacia un tiempo futuro.

Las últimas lluvias


Aunque los profetas identificaban eventos políticos de sus días con
el cumplimiento de las profecías sobre el “Día de Yahveh” y todo lo re-
lacionado con el tiempo del fin, eran tipos que tenían elementos que
apuntaban al día final. En el Nuevo Testamento se usa el término grie-
go escatón para el tiempo del fin, una palabra que aparece en algunos
pasajes de la Septuaginta. Pero Joel no usa escatón al referirse a la lluvia
tardía; Pedro lo añade en su sermón para referirse a un cumplimiento
futuro (ver Hechos 2:16). La “lluvia tardía”, la manifestación mayor y
total del poder del Espíritu Santo sobre Israel, está por cumplirse: ti-
pología consumada. “Esta obra será semejante a la que se realizó en el
día de Pentecostés. Como la “lluvia temprana” fue dada en tiempo de
la efusión del Espíritu Santo al principio del ministerio evangélico, para
hacer crecer la preciosa semilla, así la “lluvia tardía” será dada al final
de dicho ministerio para hacer madurar la cosecha” (El conflicto de los
siglos, cap. 39, p. 669).
El Espíritu Santo ha de descender poderosamente antes del fin del
“tiempo de gracia”. El mensaje de Dios habrá de llevarse a “toda na-
ción, tribu, lengua y pueblo” (Apocalipsis 14). No hemos de fijar toda

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nuestra atención en los sucesos políticos, económicos o tecnológicos.
Hemos de concentrar nuestra fuerza en la evangelización de los que no
conocen a Dios. “Pero acerca del fin de la siega de la tierra, se promete
una concesión especial de gracia espiritual, para preparar a la iglesia
para la venida del Hijo del hombre” (Los hechos de los apóstoles, cap. 5, p.
45).
La profecía de Joel tendrá su cumplimiento total, en cuanto a bendi-
ción y también sobre maldición, al final de la historia humana. Los es-
critores del Nuevo Testamento se hacen eco del lenguaje de Joel para
describir las catástrofes que precederán a la venida de Cristo. El mismo
Jesús, en su sermón profético, alude a figuras cósmicas usadas por Joel
(2:10 y Mateo 24:29; Marcos 13:24, 25; cf. Joel 2:31 y Mateo 24:29; cf.
Marcos 13:2 4, 25 y Apocalipsis 6:12) y a su declaración sobre el Día de
Yahveh, que “nunca hubo otro semejante, ni después de él jamás” (cf.
Joel 2:2 y Mateo 24:21). Juan hace referencia a Joel para describir lo que
ha visto en sus visiones. Usa las figuras de Joel para describir los acon-
tecimientos que cronológicamente están relacionados con la venida de
Cristo (cf. Joel 2:10 y Apocalipsis 6:12,13). Juan se hace eco de las devas-
tadoras langostas descritas por Joel (1:6; 2:4, 5), que ahora vienen
acompañadas de fenómenos en los cuerpos celestes y de mayor poder
destructivo (Apocalipsis 9:1-11). Al describir el Día de Yahveh, Joel
pregunta: “¿Quién podrá soportarlo?” (2:11), y Juan plantea el mismo
interrogante para cuando llegue el día de la ira de Dios (Apocalipsis
6:1-7).
Lo que resulta paradójico es que el lenguaje de Joel incluya maldi-
ción y condenación, además de esperanza y bendición. El Día de Yah-
veh es un día de salvación, un día asociado al derramamiento especial
del Espíritu Santo; pero también es un día fatal para los que rechazan
los llamados al arrepentimiento. Joel es capaz de describir lo más glo-
rioso y sublime de los últimos días, al mismo tiempo que se refiere a los
momentos más difíciles de la historia de la Tierra.

Los meteorólogos de hoy


¿Cómo se pueden usar las proclamaciones de Joel en nuestros días?
Hay quienes tienen en su mente la figura de profetas huraños y gruño-
nes que gozaban proclamando mensajes sádicos contra los impeniten-
tes. Debo admitir que he escuchado a predicadores que encarnan ese
estilo acusador, que se sienten llamados a compararse con otros pasto-

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res y elevarse a sí mismos y a sus mensajes por encima de los demás.
Con tono severo y aires de superioridad, señalan los males del Israel de
Dios, su iglesia, de sus dirigentes y de sus miembros. Ellos tendrán que
dar cuenta en el Juicio, por drenar los recursos económicos y las ener-
gías que se deberían usar para la proclamación del evangelio y el de-
rramamiento de la lluvia tardía. No representan a Joel, pues ese no era
el propósito de la predicación del profeta.
Eso no significa que debemos callarnos ante aquellos que necesitan
ser llamados al arrepentimiento. Es deber de todo cristiano dejarse usar
como voz del Cielo para anunciar las invitaciones al reavivamiento y la
reforma. Se nos advierte que “hay muy poca oración entre los ministros
de Cristo, y hay demasiada exaltación de sí mismos. Hay muy poco
llanto entre el pórtico y el altar, y se exclama muy poco: ‘Perdona, oh
Jehová, a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad’ ” (Joel 2:17)”
(El evangelismo, cap. 19, p. 465). Un espíritu humilde es indispensable
para que fluya el Espíritu de Dios. Es fácil pretender imitar los momen-
tos en que Jesús usó un látigo en el Templo, y no los años que pasó
predicando con amor y paciencia. Ahora es cuando tiene mayor rele-
vancia ese llamado tierno y claro de parte de los que esperan ver pron-
to el regreso de Jesús. Elena de White usa frecuentemente a Joel 2:17
para invitar solemne y encarecidamente a la iglesia y los ministros a
una reforma. “Ha llegado el solemne tiempo cuando los ministros de-
ben llorar entre la entrada y el altar”. Y añade: “Es un tiempo en que,
en vez de elevar sus almas con suficiencia propia, los ministros y el
pueblo deben confesar sus pecados delante de Dios y el uno al otro”
(Mensajes selectos, tomo 3, cap. 55, p. 445). Yo reconozco que este mensa-
je es para mí y para quienes han sido puestos bajo mi cuidado.
Debemos orar por el derramamiento especial del Espíritu Santo y la
llegada de la lluvia tardía. Elena de White nos asegura que “mediante
vuestras oraciones fervientes de fe podréis mover el brazo que mueve
al mundo”. Personalmente, me siento concernido por la invitación:
“Podéis enseñar a vuestros hijos a orar efectivamente al estar arrodilla-
dos a vuestro lado. Elevad oraciones al trono de Dios: “Perdona, oh
Jehová, a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad”” (La oración,
APIA, 2006, cap. 6, p. 75). Mis hijos, que oraban por papá cuando me
encontraba bajo la furia del huracán Katrina, no fueron avergonzados.
Nos podemos acercar a Dios de forma especial en medio de las dificul-
tades: él promete vientos de bendición. ¿Estás listo para ellos?

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Referencias
1 Sergio Quezada, “Epidemias, plagas y hambres en Yucatán, México (1520-1700)”, Rev.
Bioméd., 1995, pp. 238-242.
2 José Germán Pacheco, Agricultura, modernización y ciencias agrícolas en Venezuela (Cara-

cas: Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico), p. 253.


3 Comentario bíblico adventista del séptimo día, tomo 4, p. 961. Por otro lado, las sugeren-

cias que lo datan para el período posexílico no tienen fundamento.


4 L. Goppelt, Typos: The Typological Interpretation of the Old Testament in the New Testa-

ment (Grand Rapids: Eerdmans, 1982), p. 198.


5 Ver el estudio hecho por R. Davidson, Typology in Scripture: A Study of Hermeneutical

Typos Structures (Berrien Springs: Andrews University, 1981).


6 Ver W. Edward Glenny, “Typology: A Summary Of The Present Evangelical Discus-

sion” en Journal of the Evangelical Theological Society, (marzo, 1997), 40:4, pp. 627-638.
Puede leer los principios esbozados por Davidson en “Interpreting Scripture: An Her-
meneutical “Decalogue”” en Journal of the Adventist Theological Society 4:2 (1993), pp. 95-
114.

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CAPÍTULO 4

Amós – 1ª parte
Un extranjero condenando a mi nación

A
muchos de nosotros nos gustaría que los problemas sociales y
económicos que afectan a nuestra sociedad ya no existieran. Si
nos encontramos con un ciudadano de nuestro país, es proba-
ble que dialoguemos sobre algunos de esos males, y hasta lleguemos a
entendernos. Pero las cosas son diferentes cuando aparece un “extran-
jero” para sermoneadnos sobre todo lo malo que hay en nuestra patria,
pues nos sabe mal que uno de afuera critique nuestros problemas in-
ternos. Bueno, algo así provocaba la proclamación de Amos, un profeta
del sur (Judá) que fue a predicar al norte (Israel). La contradicción de
un “extranjero condenando a mi nación” me resulta difícil de soportar.
Por otro lado, podemos interpretar la labor de Amos desde otro punto
de vista, ya que se trata de un extranjero que se preocupa por mi na-
ción, alguien que se identifica con los míos hasta tal punto que dedica
su vida en favor de mi tierra. En todos los países hay foráneos que lle-
gan a amarlos tanto que están dispuestos a contribuir como el que más
con la patria de adopción. Hombres y mujeres tan fieles que hasta están
dispuestos a morir por aquellos a quienes consideran suyos.
Uno de esos casos fue Eugenio María de Hostos, un puertorriqueño
que se identificó con diversas causas de América. Hostos fue verdade-
ramente un ciudadano del mundo, capaz de ver más allá de los cons-
tructos nacionalistas y las particularidades raciales. Este prócer se en-
carnó con el pueblo dominicano, hasta el punto de haber pedido que
sus restos permaneciesen en la bella Quisqueya después de su muerte.
Por otro lado, Hostos, al igual que muchos americanos, creía que la

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forma de proveer libertad a los seres humanos era gestando cambios
políticos, educativos y sociales. Sin embargo, en estas tierras se ha de-
rramado mucha tinta y mucha sangre por ideales que no han garanti-
zado verdadera libertad.
La energía y la pasión de los profetas han de estar acompañadas de
un contenido profético para asegurarnos de que la Palabra liberará a
los cautivos de la más abyecta esclavitud, que es el pecado. Amós es
nuestro tercer amigo entre los doce profetas menores, con quien pode-
mos abrir una ventana a su mundo de contradicciones. Amos no guar-
dó silencio ante lo que estaba aconteciendo en su mundo; habló de la
política internacional, de los acontecimientos que se estaban produ-
ciendo. Este profeta vivió en un momento decisivo para el pueblo de
Israel, y sus mensajes son bien concretos.
Hay profetas que no necesitaban ser tan exactos en su cronología y
no ofrecen detalles históricos en sus libros; pero Amós tenía que serlo,
para lograr el impacto que deseaba. El sureño predicaba en el norte,
donde reinaba el poderoso rey Jeroboam II, quien extendió sus fronte-
ras tan lejos como las que tuvo la monarquía unida en tiempos de Sa-
lomón (1:1). Esto sucedió en cumplimiento de las profecías que Jonás
había pronunciado anteriormente (2 Reyes 14:2 5). Al mismo tiempo
que Amos estaba predicando, Oseas estaba viviendo su propia trage-
dia, como vimos en el capítulo anterior. Algunos sugieren que Joel y
Abdías predicaron durante esa época en la tierra de Judá. De todas
formas, Judá sería bendecida con los ministerios de Isaías y Miqueas
durante la última parte del siglo VIII a. C. y con la histórica reforma
llevada a cabo por Ezequías. El mensaje de Amós tuvo un impacto na-
cional e internacional, y tiene mucho que ver con nosotros.

El extranjero y la política
Como cristianos, no podemos permanecer indiferentes o callados
ante las injusticias sociales, las naciones opresoras o los gobiernos co-
rruptos. Los pioneros adventistas, desde el comienzo de la iglesia parti-
ciparon en movimientos a favor de la temperancia y el bienestar social.
Muchos de esos primeros adventistas se pronunciaron en contra de la
esclavitud. Elena de White expresó con mucha claridad: “No hemos de
obedecer la ley de nuestro país que exige la entrega de un esclavo a su
amo; y debemos soportar las consecuencias de su violación. El esclavo
no es propiedad de hombre alguno. Dios es su legítimo dueño, y el

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hombre no tiene derecho de apoderarse de la obra de Dios y llamarla
suya” (Testimonios para la iglesia, tomo 1, p. 185).
Declaraciones como esta motivaron al pastor Leonard Johnson, en
2012, a pronunciarse públicamente en contra de legalizar las apuestas
en las Bahamas. Los cristianos tenemos el deber de concienciar a nues-
tra sociedad, en vez de acomodarnos a los que nos rodean o mantener-
nos encovados en nuestra pequeña zona de seguridad. Esto es cada vez
más desafiante, debido a gobiernos que han trastocado el sistema de
valores, y han hecho que el dinero y la ganancia se conviertan en la
prioridad de la mayoría. Sin embargo, por supuesto, pronunciarnos en
cuanto a los problemas de nuestro mundo no implica que tengamos
que comprometer la misión de proclamar un evangelio y anunciar la
esperanza de un Reino perfecto con el advenimiento de Cristo.
Dios trató de detener el deterioro de su pueblo con la predicación
del evangelio. “El Señor no abandonó a Israel sin hacer primero todo lo
que podía hacerse para que volviera a serle fiel. A través de los largos y
oscuros años, durante los cuales un gobernante tras otro se destacaba
en atrevido desafío del Cielo y hundía cada vez más a Israel en la idola-
tría, Dios mandó mensaje tras mensaje a su pueblo apóstata” (Profetas y
reyes, p. 78). Hubo toda una serie de mensajeros que estuvieron invi-
tándoles a regresar a Dios. Elena de White añade que “mediante sus
profetas, le dio toda oportunidad de detener la marea de la apostasía, y
de regresar a él” (Ibíd.).
No se trataba de beligerante activismo político o militancia ideológi-
ca. El Cielo estaba orquestando la presencia de sus mensajeros en cor-
tes, palacios, plazas y santuarios. Elena de White resume que “durante
los años ulteriores a la división del reino, Elías y Elíseo iban a aparecer
y trabajar, e iban a oírse en la tierra las tiernas súplicas de Oseas, Amós
y Abdías. Nunca iba a ser dejado el reino de Israel sin nobles testigos
del gran poder de Dios para salvar a los hombres del pecado. Aun en
las horas más sombrías, algunos iban a permanecer fieles a su Gober-
nante divino, y en medio de la idolatría vivirían sin mancha a la vista
de un Dios santo. Esos fieles se contaron entre el residuo (remanente)
de los buenos, por medio de quienes iba a cumplirse finalmente el
eterno propósito de Jehová” (Ibíd.).
Esa idolatría es evidente en la cultura material de aquella época. Se
han excavado miles de estatuas de la fertilidad tanto en el norte como
en el sur, hasta hay algunas inscripciones dedicadas a “Yahveh y su
Asera”. 1 La arqueología ilumina algo más que el contexto sociorreli-

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gioso. Es impresionante poder encontrar tanta evidencia arqueológica
sobre la época de Amós y el contenido de su libro. 2 Hemos podido do-
cumentar el reinado de Jeroboam II con su proverbial prosperidad.
También la pala arqueológica ha dado luz sobre la vida del rey Uzías,
de quien hemos descubierto la lápida de su tumba. Otro monarca del
que tenemos pruebas es Hazael, que llegó a ser rey de Siria después de
haber sido ungido por Elíseo. Hay varias inscripciones de este podero-
so rey y de su agresividad contra Israel. La más importante de ellas es
la estela de Tel Dan, donde aparece la referencia más antigua a la Casa
de David. 3
Amós habló sobre política internacional, y la arqueología ha corro-
borado que cada una de las ciudades mencionadas en ese itinerario de
destrucción cayó como lo había predicho el profeta. Algunas no de in-
mediato, pues se debe entender la naturaleza condicional de la profecía
clásica, a diferencia de la incondicionalidad apocalíptica. 4 El cumpli-
miento de estas profecías abarcó unos quinientos años. Los primeros en
caer fueron los sirios, a manos de los asirios (siglo VIII a. C.); los filis-
teos permanecieron hasta los tiempos de Nabucodonosor, aunque los
asirios los llegaron a atacar. Los amonitas, moabitas y edomitas caye-
ron en la época de Nabonido en el siglo VI a. C.; y la caída total de Tiro
ocurrió a manos de Alejandro en el siglo IV a. C.
Podemos estar seguros de que la gente estaba muy atenta a las pala-
bras de Amos mientras condenaba a los vecinos de Israel (1:2-2:3). To-
dos tenían claro el mapa en sus mentes: los enemigos en el norte y el
oeste (Damasco, Tiro, y Gaza) y en el este (Edom, Amón y Moab). Al-
gunos exclamarían: “¡Qué bien!”, “¡Se lo merecen!” Escuchaban al
campesino que hablaba con acento del sur contra las naciones vecinas
(cf. Jueces 12:5, 6). Se oían aplausos y vítores con la mención de cada
una de las naciones enemigas. Mientras se menciona a Judá, en el sur,
nadie llora, pues las relaciones con sus primos eran muy tirantes (2:4,5).
Pero cuando el profeta la emprende contra Israel, entonces la cosa
cambia (2:6-3:15), se produce un silencio profundo durante un largo ra-
to. Entonces comienzan los murmullos y la gente se amotina contra el
pastor de ovejas y recogedor de higos.
Amos les hace saber a los gobernantes de su tiempo quién es el ver-
dadero Soberano del universo. Ellos creían que podían permanecer im-
punes con sus prácticas de opresión y violencia. Pero, en una demanda
del pacto, Yahveh les hace saber que le han fallado y que van a recibir
las consecuencias de haber roto el pacto con su Dios (3:1-15). “Dios lla-

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ma a los hombres que prepararán a un pueblo para estar firme en el
gran día del Señor [...]. Como pueblo [...] tenemos un mensaje que lle-
var: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (4:1 2). [...] Él repro-
chó la iniquidad de los reyes [refiriéndose a Juan]. Y aunque su vida es-
tuvo en peligro, no vaciló en comunicar la Palabra de Dios. Así de fiel
debe ser nuestra obra en este tiempo” (Reflejemos a Jesús, p. 331). Pero,
esto no era solamente un asunto del escenario internacional o de los
gobernantes locales. Amos tiene algo que decirles al resto de la socie-
dad; en forma especial, a la clase aristocrática.

El extranjero y la sociedad
Israel era un pueblo de origen tribal, que estaba acostumbrado a las
dinámicas igualitarias que distinguen a esas sociedades. 5 Sin embargo,
con la abundancia y el crecimiento urbano vino la estratificación social,
por la cual se crean las aristocracias y se separan familias “nobles”. Ese
fenómeno va acompañado muchas veces por abusos y manipulaciones
para mantener el estatus o poder “escalar” en la pirámide social. Amos
criticó los excesos de quienes se enriquecían explotando a los más débi-
les y vulnerables. El problema no era la riqueza en sí misma, pues
Abraham había sido un hombre rico, al igual que Job, Salomón y tantos
otros. Pero, el abuso por parte de quienes no pagaban lo justo a los jor-
naleros, cobraban intereses exagerados, vendían a precios excesivos y
engañaban en los negocios, era totalmente inaceptable ante los ojos de
Yahveh.
La sociedad hedonista que caracterizaba los tiempos de Amos no es
muy diferente de quienes en la actualidad solo buscan su propia com-
placencia. A la hora de negociar, los códigos éticos de muchas personas
se basan en el beneficio propio, sin considerar el costo que eso tenga
para los demás. Son comunes los esquemas piramidales, negocios “gri-
ses”, evadir impuestos, no pagar las deudas y toda una serie de prácti-
cas que demuestran estar lejos del ideal divino. Amos se queja de que
afligís al justo, recibís cohecho y en los tribunales hacéis perder su cau-
sa a los pobres” (5:10,12). No podrá esconderse del ojo divino quien
tome prestado y luego se niegue a pagar sus deudas. Hay crisis que
impiden a algunos cumplir totalmente con lo adeudado, pero la mayo-
ría de los que practican esos esquemas lo hacen con toda intención, y
eso es inmoral. Recordemos que “contra la intensa opresión, la flagran-
te injusticia, el lujo y el despilfarro desmedidos, los desvergonzados

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banquetes y borracheras, la licencia y las orgías de su época, los profe-
tas alzaron la voz” (Profetas y reyes, cap. 23, p. 211). Todos esos males se
encuentran en el mismo nivel y son rechazados por el Cielo.
Algunos han tratado de basar en Amos su retórica para defender la
“justicia social” y la teología de la liberación que han surgido en nues-
tras tierras. 6 Hay que reconocer que este paradigma es una reacción a
décadas de indiferencia, por parte de muchos cristianos, hacia las nece-
sidades de comunidades que han tenido que vivir en extrema pobreza,
y la falta de sensibilidad de muchos a las dificultades de los margina-
dos. Esto ha empujado a muchos cristianos a tomar ese rumbo, pues
han tomado conciencia de las necesidades de otros en una “era de
hambre con cristianos ricos”. 7
El predicho enfriamiento del amor ha llegado a muchos corazones
que duermen tranquilos en la comodidad de la opulencia mientras sus
hermanos en Cristo sufren y perecen. El consejo de Elena de White es:
“Suplid primero las necesidades temporales de los menesterosos, ali-
viad sus menesteres y sufrimientos físicos, y luego hallaréis abierta la
puerta del corazón, donde podréis implantar las buenas semillas de
virtud y religión” (Testimonios para la iglesia, tomo 4, p. 224). Ahora
bien, hemos de dejar bien en claro que Amós no aboga por una revolu-
ción armada ni por ideales políticos que le hagan guerra a ningún go-
bierno. Las corrientes teológicas que se basan en ideologías humanistas
y no en la Palabra de Dios se hallan repletas de “fuego extraño”. La in-
vitación es a buscar a Dios y vivir en paz con él y los demás.

El extranjero y los religiosos


El hecho de que en Israel se adorara a los becerros de oro no signifi-
ca que el respeto al verdadero Dios hubiera desaparecido. Jeroboam II
llamó a su hijo Zacarías (“Yahveh recuerda”), y en los santuarios oficia-
les se adoraba a Yahveh (2 Reyes 15:8). Pero Amos les hace saber que
sus prácticas sincretistas, que mezclaban el paganismo con la adoración
verdadera eran inaceptables. Él les advierte: “No busquéis a Bet-el ni
entréis en Gilgal ni paséis a Beerseba” (5:5). Con diestros juegos de pa-
labras en original hebreo, les hace saber que habrá destrucción en cada
uno de esos lugares de culto. Amós les advierte: “Vi al Señor, que esta-
ba sobre el altar y dijo: ‘Derriba el capitel y estremézcanse las puertas, y
hazlos pedazos sobre la cabeza de todos. Al postrero de ellos mataré a
espada; no habrá de ellos quien huya ni quien escape’ ” (9:1). Eso pro-

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vocó gran enojo a Amasias, el sumo sacerdote de Bet-el (7:10). Ese len-
guaje implica un movimiento sísmico en primer lugar, antes de una
aplicación espiritual. ¿Qué terremoto está profetizando Amós?
Ahora podemos entender la razón por la que Amós es tan preciso en
su introducción cuando señala que su ministerio se produce “dos años
antes del terremoto” (1:1). Amós profetizó un terremoto, cuyo cumpli-
miento hizo que sus profecías fueran respetadas. Ese dato no debe ser
subestimado cuando él hace referencias políticas más adelante en su li-
bro. En ese contexto de juicio a las naciones, él asegura que la tierra
tiembla (8:8), y describe el colapso de las casas. Cuando menciona que
“derribaré la casa de invierno junto con la casa de verano” (3:15), puede
referirse a una casa donde la parte superior se usa durante el verano y
la parte inferior durante el invierno. Pero también puede referirse a las
casas de las montañas que eran usadas en verano por los ricos y a las
mansiones que tenían en los valles para los inviernos. Ese lenguaje de
destrucción telúrica es el que podemos ver gráficamente, al anunciar
que “Jehová mandará, y herirá con hendiduras la casa mayor, y la casa
menor con aberturas” (6:11).
Más de 2.700 años después de ese acontecimiento, podemos ver los
efectos del terremoto anunciado por Amós en varios asentamientos ar-
queológicos a los que llevamos a nuestros estudiantes. Arqueólogos ad-
ventistas han analizado los daños evidentes que dejó un terremoto por
esa época en Tel Gezer. 8 Mientras escribo sobre este terremoto, le
muestro a un grupo de pastores las ruinas de Hazor, donde hay un alto
grado de destrucción datado en el año 750 a. C. 9 El terremoto fue tan
violento que se estima que tuvo que ser de aproximadamente 7 en la
escala de Richter. 10 Esa es la fuerza descomunal que sacudió a Haití en
2010, y he podido comprobar sus horribles efectos de primera mano.
Esa experiencia fue tan traumática en las regiones bíblicas que todavía,
unos 250 años más tarde, Zacarías la recuerda con terror (14:5).
Amos quería sacudir la conciencia de los israelitas, pero Dios tuvo la
idea de hacerlo de forma más gráfica y concreta. Aquel pastor de ovejas
y recogedor de higos llegó a ser un tipo de Cristo, al anunciar el “Día
del Señor”.

Otro extraño
Amós es un tipo geográficamente opuesto a Jesús, quien era un gali-
leo (norteño) que fue a predicar al sur (Judá); como en el caso de Amós,

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“un extranjero que condena a mi nación” no me cae nada bien. Ese pre-
juicio lo entendemos gracias a los escritos de Josefo, un dirigente políti-
co y militar de Galilea durante el primer siglo. A pesar de que Josefo
había peleado contra Roma, se convirtió en historiador tras ser captu-
rado por los romanos. Él nos explica cómo los galileos del norte eran
considerados inferiores por los habitantes de las colinas de Judea en el
sur. 11 Por eso, no nos sorprende que Juan señale la forma despectiva
con que se refieren a los galileos cuando registra en su Evangelio que
los de Jerusalén preguntaban: “¿De Galilea ha de venir el Cristo?”
(7:41). Ese es el mismo escepticismo que tuvo Natanael cuando Felipe
le sugirió seguir a alguien de Nazaret (Juan 1:47, 48).
Amós no solo era un extranjero, sino también provenía de la clase
obrera, no de los círculos eruditos ni académicos. De manera similar,
Jesús estaba dedicado a la carpintería, una profesión humilde que no
formaba parte de las clases sociales que prevalecían en sus tiempos. En
el caso de Amos, al estudiar el término hebreo nakad que se traduce
como “pastor” (1:1), se podría sugerir lingüísticamente que podía haber
sido un comerciante de ovejas, como lo era Mesa, rey de Moab. 12 Pero
como esto no es definitivo, prefiero identificarlo con una profesión
humilde, como es descrito por Elena de White: “¡Cuántos obreros útiles
y honrados en la causa de Dios recibieron su preparación en medio de
los humildes deberes de las más modestas posiciones en la vida! [...].
Gedeón fue tomado de la era para ser un instrumento en las manos de
Dios para librar a los ejércitos de Israel. Eliseo fue llamado a abandonar
el arado y cumplir la orden de Dios. Amos era labrador, cultivador del
suelo, cuando Dios le dio un mensaje que proclamar” (Reflejemos a Je-
sús, p. 268). Hay razones suficientes para creer que Amós era un hom-
bre que se ganaba la vida con sus propias manos.
Eso nos anima a los que procedemos de zonas agrícolas, que no te-
nemos un linaje académico en nuestra familia ni antecedentes ministe-
riales. Entre los doce profetas menores, había algunos que por su len-
guaje demuestran que eran eruditos, algunos trabajaron cerca de la cor-
te real y otros eran gente sencilla. En Jesús están representados todos
los mensajeros que somos “extranjeros” en un mundo hostil al cristia-
nismo. Amos no fue bien recibido: “Ellos aborrecen al que les amonesta
en el tribunal, y abominan al que habla lo recto” (5:10; cf. Profetas y re-
yes, cap. 23, p. 211). Ese fue el mismo trato que recibió Jesús, y hace re-
ferencia a los profetas que fueron rechazados. En el caso del Hijo, los
labradores finalmente lo tomaron y mataron para quedarse con la viña

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(ver Mateo 21:33-42; Marcos 12:1-9; Lucas 20:9-16). Su audiencia sabía
lo que estaba queriendo decirles, y por eso se ofendieron.
Jesús es el extranjero por excelencia, pues él vino a la tierra para
traer un mensaje de justicia y paz. Jesús habla de forma inequívoca a
gobernantes, religiosos y a la sociedad en general. Tiene paciencia para
con nosotros, y ha hecho todo lo posible para que escuchemos su men-
saje. Ese “extranjero” nos trae un mensaje familiar, que él vivió y quiere
que experimentemos. Su mensaje condena, porque convence de juicio,
pero ofrece salvación y redención. Sin embargo, su método es diferente
del de los justicieros alzados en armas. “Solo el método de Cristo será
el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los
hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba compasión,
atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía:
‘Seguidme’ ” (El ministerio de curación, cap. 9, p. 102).

Referencias
1 Una de esas inscripciones fue encontrada en Kuntillet Arjud (al sur de Judá). Ver
Ze’ev Meshel “Did Yahweh Have a Consort?”, en Biblical Archaeology Review (marzo-
abril 1979). William Dever se ha encargado de sugerir que la religión israelita evolucio-
nó del politeísmo de manera lenta, pues no reconoce la revelación mosaica ni el origen
sobrenatural de las Escrituras. Pero su metodología es cuestionable, ya que no admite
que la Biblia presenta y reconoce que hubo sincretismo entre los hebreos. El hecho de
que encontremos inscripciones de esa naturaleza solo corrobora la apostasía que con-
denaban los profetas. Ver a Dever en Did God Have a Wife? Archaeology and Folk Religion
in Ancient Israel (Grand Rapids: Eerdmans, 2005).
2 Ver Philip King, Amos, Hosea, Micah: An Archaeological Commentary, (Louisville, KY:

Westminster/John Knox, 1988).


3 Ver Hallvard Hagelia The Dan debate, of Recent Research in Biblical Studies (Sheffield

Phoenix Press, 2009), tomo 4.


4 Para un breve análisis de la profecía “clásica” y “apocalíptica”, ver el capítulo 9 de es-

te libro.
5 Para más información sobre el fenómeno del tribalismo en Israel, ver Efraín Veláz-

quez II, “La tribu: hacia una eclesiología adventista basada en las Escrituras Hebreas”,
en Pensar la iglesia hoy: hacia una eclesiología adventista, eds. Gerald A. Klingbeil y otros
(Libertador San Martín: Editorial Universidad Adventista del Plata, 2002).
6 Ver David J. Bosch, Witness to the World: The Christian Mission in Theological Perspective

(Atlanta, Georgia: John Knox, 1980).


7 Ver Ronald J. Sider, Rich Christians in an Age of Hunger (Down Grove, IL: InterVarsity

Press, 1984).
8 Ver Randall Younker, “A preliminary report of the 1990 season at Tel Gezer, excava-

tions of the ‘Outer Wall’ and the ‘Solomc’ Gateway” (julio 2-10 de agosto de 1990); An-
drews University Seminary Studies, vol. 29, pp. 19-60.

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9 Ver Yigael Yadin, Hazor, the Rediscovery of a Great Citadel of the Bible (Nueva York:

Random House, 1975).


10 Compare con S. A. Austin, G. W. Franz, y E. G. Frost “Amos’s Earthquake: An ex-

traordinary Middle East seismic event of 750 B.C.”, International Geology Review (42:7),
pp. 657-71.
11 Ver Josefo, Antigüedades de los judíos (Terrassa, España: CLIE, 2009).
12 Algunos autores han notado que Amasias llama a Amos “vidente” y lo consideran

un insulto, pues sugieren que la expresión loani navi, que usualmente se traduce como
“no soy profeta”, se puede interpretar como un enfático “¡No!”, afirmando: “Soy profe-
ta”. Por otro lado, “vidente” es una designación común premonárquica de los mensaje-
ros de Dios. Lo que sí se puede notar es que Amós se distancia de los profetas norteños
y enfatiza que su origen es de labores manuales. Ver T. Cabal, C. O. Brand, E. R.
Clendenen, P. Copan, J. Moreland, y D. Powell, The Apologetics Study Bible: Real Ques-
tions, Straight Answers, Stronger Faith (Nashville, TN: Holman Bible Publishers, 2007).

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CAPÍTULO 5

Amós – 2ª parte
De la independencia a la sumisión

L
as tierras de América han sido escenario de actos de diploma-
cia, protestas, cruentas batallas, masacres y otros acontecimien-
tos históricos que marcaron la autodeterminación de las nacio-
nes que emergieron en el Nuevo Mundo. La próspera colonia de Haití
fue la primera en conseguir su independencia. Los haitianos inspiraron
y apoyaron a uno de los más valientes caudillos latinoamericanos: Si-
món Bolívar. Su indomable determinación lo impulsó a conseguir la
emancipación de grandes territorios de Sudamérica. Ninguna de esas
naciones que se formaron hace menos de dos siglos, las cuales han pa-
gado un precio muy alto por su soberanía, considerarían seriamente
regresar bajo los poderes coloniales que las administraban. Sin embar-
go, esto es lo que pareciera estar sugiriendo Amos, con su mensaje con-
tradictorio que invita al reino del norte (Israel) a someter su indepen-
dencia a la monarquía davídica. ¿Acaso fue así?
El mensaje de Amos parece traicionar lo que los israelitas habían lo-
grado durante casi dos siglos de independencia. La interpretación so-
bre la independencia de una nación está llena de subjetividad; “libera-
ción” puede ser catalogada como “rebelión”; los “caudillos” pueden ser
“terroristas” para otros. Jeroboam I libró a las tribus del norte de los
opresivos impuestos a los que Salomón los había sometido. Hay que
reconocer que muchas veces se nos nubla la “objetividad” cuando es-
tudiamos la vida de Salomón. Seleccionamos de su vida los hechos po-
sitivos, como su humilde pedido de sabiduría al comienzo de su reino
y su sometimiento a la voluntad divina (1 Reyes 3:4-15). Se rememora

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su sabiduría proverbial que atraía a visitantes de lejanas tierras y las
construcciones impresionantes que logró durante su próspero reinado
(2 Crónicas 8; 9). Pero guardamos silencio sobre el costo humano de sus
logros; sobre el sufrimiento de aquellos que hicieron realidad los sue-
ños del monarca.
Cada vez que veo alguna estructura colosal, desde las pirámides de
Egipto hasta el Partenón, no puedo dejar de pensar en las espaldas que
cargaron todos los materiales para construir esos monumentos. Al pa-
sar la mano por esas paredes que han permanecido en pie desde la an-
tigüedad, casi me parece escuchar las voces de los que trabajaron for-
zosamente, el látigo de los capataces y los gemidos de los animales de
carga que eran brutalmente explotados. Mi mente se transporta a aque-
llos obreros anónimos, cuyos nombres no fueron preservados en gran-
des estelas o crónicas antiguas. La historia los olvidó, pero sus manos
fueron las que materializaron los sueños y las obsesiones de megalo-
maníacos, ególatras y visionarios monarcas del pasado.
Salomón tiene a su favor que construyó el Templo de Dios. Pero des-
pués de eso, se dedicó a grandes construcciones por toda la nación. Su
fascinación por la infraestructura monumental no sería igualada en un
milenio, hasta los tiempos de Herodes el Grande. Restos de algunas de
sus entradas reales, murallas, caballerizas, túneles y palacios han que-
dado hasta nuestros días. Sin embargo, el cronista nos clarifica que Sa-
lomón no hizo trabajar a israelitas como esclavos “porque eran hom-
bres de guerra, oficiales, capitanes y comandantes de sus carros, y de
su caballería” (2 Crónicas 8:9). Salomón hizo trabajar forzosamente a
“todo el pueblo que había quedado de los heteos, amorreos, ferezeos,
heveos y jebuseos, que no eran de Israel” (8:7). Por otro lado, Salomón
impuso una carga fiscal a los hebreos que era abrumadora, y por eso las
tribus le pidieron a su sucesor, Roboam, que les concediera un alivio
contributivo.
Hasta ese momento, la monarquía unida tenía el control total sobre
todas las tribus hebreas, “desde Dan hasta Beerseba” (del extremo nor-
te al extremo sur). Las tribus del norte estaban resentidas por los pesa-
dos impuestos y esperaban que el heredero de Salomón fuese más con-
descendiente. Pero la sabiduría no formaba parte del testamento de su
padre y no fue heredada por el inexperto monarca. Roboam les aseguró
a las tribus del norte que habría un incremento en sus contribuciones y
que la carga sería más pesada (2 Crónicas 10:14). Eso fue el detonante
para la revolución, y Jeroboam I logró conseguir la independencia de la

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Casa de David.
El llamado que hace Amós, un extranjero procedente del sur, a los
israelitas del norte es como si un europeo viniera al Nuevo Mundo a in-
vitarnos a estar de nuevo bajo la corona de su país. Una invitación que
no tiene sentido en las monarquías europeas del siglo XXI, pero que
tendría implicaciones políticas radicales. Las emociones que se desper-
tarían crearían efervescencia en personas de todas las inclinaciones
ideológicas. En su época, vemos a Amós predicando un mensaje que
chocaba a quienes lo escuchaban. Después de casi dos siglos de inde-
pendencia, los israelitas no concebían tener que volver a someterse a Je-
rusalén; mucho menos en el tiempo de Jeroboam II, cuando disfrutaban
de uno de los momentos de mayor prosperidad económica. “Volver” o
“regresar” no eran invitaciones bien recibidas en un Israel soberano.

¿Himno de independencia o canto fúnebre?


Desde antes de que la Biblia fuese escrita, la libertad ha sido siempre
celebrada con música en diferentes contextos. Los israelitas celebraron
su libertad con tamboriles y cánticos después del cruce del Mar Rojo
(Éxodo 15:1-21). Débora celebró la victoria de Israel sobre los cananeos
cantando un himno de liberación y júbilo (Jueces 5:1-31). David compu-
so varios salmos que glorificaban el nombre de Dios por sus victorias
sobre los enemigos. Así, cada nación es inspirada con himnos patrióti-
cos que rememoran batallas, logros o personajes relevantes. Pero no
vamos a encontrar entre los hebreos una canción que exalte la vuelta a
Egipto o un himno nacional para volver a ser colonia. Sin embargo,
Amos hace una composición inesperada, que llama la atención de to-
dos.
La música hebrea no está sujeta a las reglas métricas occidentales,
hay más libertad para la improvisación y la naturalidad. Algo así como
los trovadores en Latinoamérica, que lo hacen al son de cuerdas o de
percusión. La cultura africana tiene ese tipo de tradiciones, en las cua-
les alguien puede comenzar a contar una historia o expresar sus senti-
mientos de manera improvisada, al son de algún ritmo característico.
En el Antiguo Cercano Oriente (ACO), la gente se detenía en la plaza o
en la puerta de la ciudad para glorificar a Dios, cantar a su amor, cele-
brar acontecimientos, relatar historias al son de la música o lamentarse.
Amos comienza una nueva sección de su libro con una endecha y usa
la expresión “oíd esta palabra” (5:1; cf. 3:1; 4:1) para dividir esta sección

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literaria. 1 El profeta utiliza una métrica poética hebrea que únicamente
se usa en lamentos o composiciones tristes, el quina hebreo.
La audiencia debió quedar impactada por lo dramático que era
Amos al lamentarse por una jovencita que había muerto siendo todavía
virgen.
Al escuchar a Amos comenzar la sentida nota luctuosa, a manera de
un amargo y triste canto fúnebre, todo el mundo dejó lo que estaba ha-
ciendo para averiguar de quién se trataba. El interés estaba enfocado en
saber quién era la familia a la cual había sucedido esa desgracia (cf. Jue-
ces 11:38). Amós los sorprende, al hacerles saber que se trata de Israel:
la nación estaba siendo comparada con una joven virgen que había
muerto. Él no estaba advirtiendo que fuera a morir, sino que se refería
a Israel como si ya hubiese muerto (5:2).
El tono triste de este pasaje y lo llamativo del lenguaje nos hace reco-
nocer que Amós no se sentía superior a su audiencia israelita. No juzga
a nadie como lo hacen algunos que creen tener “voz profética” en nues-
tros días. Su labor no era criticar ni condenar. Hemos de recordar que
Amós ha admitido sus propios problemas en su tierra natal, el reino de
Judá. Su predicación es sensible, se lamenta porque Israel yace aban-
donada en el camino. La expresión que usa: “postrada quedó sobre su
tierra y no hay quien la levante” (5:2) es muy significativa, pues es un
eco de lo que había sido advertido en la Ley de Moisés.
Los doce profetas menores basan sus predicaciones en el pacto mo-
saico, y Amós usa el lenguaje del pacto en todos los capítulos de su li-
bro. 2 Solo hay que recordar a los rubenitas, gaditas, aseritas, zabuloni-
tas, danitas y neftalinitas en el monte Ebal pronunciando las maldicio-
nes para aquellos que no guardaran el pacto (Josué 8:33, 34; cf. Deute-
ronomio 27:11-14). Leyeron con horror: “Tus cadáveres servirán de co-
mida a todas las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y no habrá
quien las espante” (Deuteronomio 28:26; cf. 2 Reyes 9:10; Jeremías 8:1,
2; 14:16; 16:4-6; 25:33). Amós quiere hacer entender a Israel que iban a
sufrir las consecuencias de violar el pacto, al que como pueblo se ha-
bían comprometido respondiendo en alta voz: “¡Amén!” (Deuterono-
mio 27:11-26). Y así sería, pues Israel iba a desaparecer para siempre
como entidad política después de la caída de Samaria en el año 722 a.C.
Muy lejos de darles material para cantar independencia, les hace saber
que la mano ha escrito sobre la pared su sentencia. Amos tiene la valen-
tía de anunciar en el norte que “ciertamente, los ojos de Jehová, el Se-
ñor, están contra el reino pecador” (9:8). No podemos subestimar las im-

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plicaciones de este mensaje, ya que Amós es el primer profeta en anun-
ciar el fin de Israel como reino.

Final, ¿final?
La monarquía israelita estaba condenada a su extinción. Pero ¿impli-
caba eso una aniquilación total de todos los israelitas? ¡No!, pues donde
se asegura la destrucción de la monarquía del norte también se les re-
cuerda: “Yo lo borraré de la faz de la tierra: mas no destruiré del todo
la casa de Jacob, dice Jehová” (9:8). Amos inaugura, entre los profetas
del siglo VIII a.C., uno de los temas que va a permear los mensajes di-
vinos: el remanente. Los profetas de ese siglo usan cinco de las seis raí-
ces léxicas hebreas traducidas como “remanente”. Amos recurre al
término remanente (3:12; 4:1-3; 5:3; 6:9,10; y 9:1-4) en contextos de juicio.
3 Pero anuncia un juicio acompañado de redención, en el tipo de de-

manda del pacto que usan los profetas para condenar la infidelidad de
los hebreos (hebreo rib, cf. 4:12). 4
Amós les deja saber que hay esperanza para los israelitas: no serán
erradicados totalmente. Aun así, les explica que la población de Israel
sería literalmente diezmada durante las invasiones que tendrían que
soportar (5:3). Esa es otra de las consecuencias de violar el pacto que
había sido ratificado en el monte Ebal: “Y quedaréis solo unos pocos,
en lugar de haber sido tan numerosos como las estrellas del cielo, por
cuanto no obedecisteis a la voz de Jehová, tu Dios” (Deuteronomio
28:62). Se supone que los israelitas estaban familiarizados con lo que les
acontecería si violaban el pacto. Pero después de décadas de ser negli-
gentes en repetir la Torá de forma constante, es muy probable que la
mayoría ya la hubiera olvidado.
Uno puede oír el eco del monte Ebal resonando en la lejanía, advir-
tiendo sobre lo que sucedería si violaban su compromiso con Yahveh.
Unos setecientos años después de haberles advertido sobre las conse-
cuencias de no cumplir con las estipulaciones del pacto, se iba a cum-
plir la amenaza. Pero ellos no habían visto el cumplimiento definitivo
de esas advertencias, que parecía que no iban a cumplirse. “Los casti-
gos predichos quedaron suspendidos por un tiempo [...] ese tiempo de
prosperidad aparente no cambió el corazón de los impenitentes”
(Profetas y reyes, cap. 23, p. 214). El mensaje de Amós parecía imposible
de cumplirse; todo indicaba que la vida iba a continuar como de cos-
tumbre.

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Sin embargo, pronto los ejércitos sirios invadirían los territorios del
norte, y poco después los temibles neoasirios marcharían por todo Is-
rael con sus hordas de terror. El sitio de Samaria sería cruel; el hambre,
las enfermedades y la morbosidad de aquellos que iban a tratar de so-
brevivir sería inhumano. Las advertencias de Amós se cumplirían al
pie de la letra. No obstante, había esperanza para los que se arrepintie-
ran. Como en el tiempo de Elías, todavía había rodillas que no se ha-
bían inclinado ante Baal. Amos usa el término hebreo she’ryt (“resto”,
“remanente”) cuando anuncia que podía haber un “remanente de José”
(5:15). Esto lo hace repitiendo la invitación a “buscar” la salvación y
subrayando la condicionalidad de la profecía clásica. 5
¿Es este el final de Israel? No, hay esperanza en el corazón de las
profecías de Amós. Si leemos el libro estructural y literariamente, po-
demos reconocer que el centro del libro es Amós 5:14, 15. 6 La estructu-
ra quiástica del libro destaca el hecho de que habrá un remanente, de Is-
rael y de Judá, que ha de ser salvo. La mención de José no se limita a
los efrainitas que se hallaban bajo el dominio de las tribus del norte,
sino que es una referencia tipológica a la experiencia de José registrada
en Génesis. La experiencia de José es usada por el profeta como un tipo
de la experiencia del remanente.
Tampoco debemos limitar la mención de Bet-el, Gilgal y Beerseba
puramente al contexto histórico de que esos lugares eran centros de
culto alternativos o en competencia con Jerusalén. Es cierto que Jero-
boam I había establecido un templo yahvista en Bet-el, donde tenía uno
de los becerros de oro. Gilgal fue usado como centro de adoración des-
de tiempos de la conquista (Josué 4:20), y no hay por qué pensar que
fue abandonado. Beerseba era un lugar activo de adoración durante el
tiempo de la monarquía de Judá, como lo demuestra un altar de cuatro
cuernos con piedras labradas (en vez de rústicas, como requiere la ley
levítica) que se ha encontrado. 7 Pero su alusión aquí puede deberse a
que Abraham estableció un lugar de culto en Beerseba en el segundo
milenio (Génesis 21:33). Amós no está pidiendo que se sometan a Jeru-
salén como centro de adoración, como lo haría Isaías unas décadas más
tarde. El profeta menciona esos lugares para evocar las experiencias de
los patriarcas y del pueblo hebreo cuando estaba unido como una sola
nación. Así que, Amós no señala un final total, sino un retorno al ideal
del pacto para un solo pueblo, que se había establecido en Bet-el (ver
Génesis 12 y 28). 8
Amós les hace un llamado a todos, con la energía de un imperativo,

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a “buscar” (hebreo darash). La invitación es tanto para Israel como para
Judá, evocando las narrativas patriarcales en los personajes de Isaac,
Jacob y José. Primero lo hace de forma general en Amós 5:4 y 6, pero
después concreta más y les hace saber que deben buscar “el bien y no el
mal” (5:14), para poder vivir. El profeta les quiere hacer saber que cual-
quier demostración externa de religiosidad sin un cambio de conducta
y una vida justa es inútil. A aquellos que han trastocado su sistema de
valores, llamando a lo bueno malo y a lo malo bueno, Dios los invita a
buscarlo a él y someterse.

A quién hay que someterse


Amos no es un emisario político del sur que quiere imponer un sis-
tema colonial sobre las tribus norteñas. El profeta está invitando tanto
al norte como al sur a buscar a Yahveh para que cambie sus corazones.
Por eso, deja bien claro: “No destruiré del todo la casa de Jacob” (9:8).
El remanente de todos ellos (Israel y Judá) será un pueblo caracterizado
por actos de justicia. Después de rechazar el formalismo religioso, Yah-
veh les pide que “corra el juicio como las aguas y la justicia como arro-
yo impetuoso” (5:24). Pero ese cambio interior solo lo puede hacer
Dios, no está en nuestras manos.
Elena de White nos recuerda: “Toda verdadera obediencia proviene
del corazón. La de Cristo procedía del corazón”. Los seres humanos
somos incapaces de una verdadera obediencia. Dar el paso de buscar a
Dios es posible, únicamente, cuando el Espíritu Santo obra en nuestras
vidas. Ella añade: “Si nosotros consentimos, se identificará de tal mane-
ra con nuestros pensamientos y fines, amoldará de tal manera nuestro
corazón y mente en conformidad con su voluntad, que cuando le obe-
dezcamos estaremos tan solo ejecutando nuestros propios impulsos”
(El Deseado de todas las gentes, cap. 73, p. 621). La única forma de ser ca-
paz de distinguir entre lo bueno y lo malo es que Dios obre en nuestras
vidas, porque no es algo natural. Él es capaz de amoldar nuestros pen-
samientos hasta tal punto que obedezcamos de forma natural.
La cita aludida debería ser recordada por todos aquellos que quieren
experimentar un verdadero reavivamiento y reforma en su vida. Y con-
tinúa: “La voluntad, refinada y santificada, hallará su más alto deleite
en servirle. Cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio co-
nocerlo, nuestra vida será una vida de continua obediencia. Si aprecia-
mos el carácter de Cristo y tenemos comunión con Dios, el pecado lle-

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gará a sernos odioso” (Ibíd.). Se acabó nuestra independencia, hacer lo
que yo quiero. Ahora estamos sometidos al Rey de reyes y Señor de se-
ñores, que controla nuestras vidas.
Esa experiencia es la del remanente que ha quedado después de la
purificación que han experimentado por medio de tantas dificultades.
El libro comienza aludiendo a un terremoto y Amós 9:9 puede ser leído
en ese contexto, como lo estudiamos en el capítulo anterior. Pero el “sa-
cudir” de las naciones tiene también connotaciones agrícolas, pues así
se separaba el grano bueno de la paja en el zarandeo. Si entendemos
que la misión de Amos está enfocada en un Reino que trasciende los in-
tereses geopolíticos de la Tierra, miraremos más allá de Israel o de Ju-
dá. Cuando Yahveh asegura que “en aquel día yo levantaré el taber-
náculo caído de David: cerraré sus portillos, levantaré sus ruinas y lo
edificaré como en el tiempo pasado” (9:11), no se está refiriendo a los
monarcas del sur. Este no es un mensaje de imposición política sobre
los que ya estaban “libres”. Tampoco se trata de la mano de redactores
posteriores que tratan de añadirle palabras al profeta para seguir una
agenda política promonarquía de los daviditas. La monarquía nunca
fue una idea de Dios; sino una desviación del plan divino, que era una
teocracia dirigida por él mismo.
Una vez establecida la monarquía, Dios se señala a sí mismo como el
gran Soberano. Aun cuando se le hace la promesa a David sobre su
“descendiente”, Yahveh se está refiriendo al Mesías prometido, trans-
cendiendo al próximo rey. La promesa fue: “Y cuando tus días se ha-
yan cumplido y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a
uno de tu linaje, el cual saldrá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él
edificará una casa para mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono
de su reino” (2 Samuel 7:12, 13). Esta es una profecía mesiánica que se
habría de cumplir finalmente en Jesús, aunque de forma inmediata se
iba a cumplir en Salomón. David y Salomón son tipos de Cristo, cuyo
reino no iba a ser terrenal sino espiritual. El mismo remanente se con-
vierte en un tipo de Jesús, que “es el remante por excelencia”. 9 Como él
se sometió al Padre, nosotros nos sometemos a Dios (Filipenses 2:5-13)
y perdemos nuestra autodependencia.
Si nos hemos sometido al Rey del universo, entramos a formar parte
de una extensa familia que abarca toda la tierra. Hay quienes fallan en
reconocer las dimensiones del evangelio según los profetas, que no son
exclusivistas o puramente centrípetos en cuanto a su misión. Amos
provee evidencias de que el remanente bíblico va más allá de las fron-

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teras nacionales. Amos reconoce que hay un remanente de Edom y en
“aquellos sobre los cuales es invocado mi nombre” (9:12). Esa declara-
ción tuvo que llenar de gozo a aquellos que se sentían excluidos; y pro-
bablemente no fue bien recibida por aquellos que creían que tenían to-
do asegurado por tener su ácido desoxirribonucleico en común con
Abraham. Ese tipo de declaración inclusiva es únicamente igualada por
Malaquías cuando declara: “Porque desde donde el sol nace hasta
donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar
se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia. Grande es mi nombre
entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos” (1:11).
Todas las naciones se someten al Rey, el gran Soberano, que “no
vino a buscar lo suyo”. Santiago, el hermano de Jesús, reconoce las im-
plicaciones de la profecía de Amós y su cumplimiento tipológico cuan-
do se dirige a los primeros cristianos en el Concilio de Jerusalén. San-
tiago cita a Amós 9:11-15 y la restauración del tabernáculo de David
para incluir a los gentiles en la iglesia cristiana (Hechos 15:13-18). El
hermano de Jesús, que antes había estado en contra de su ministerio,
ahora reconocía la universalidad de la obra de Cristo. “Santiago tam-
bién dio testimonio con decisión, declarando que era el propósito de
Dios conceder a los gentiles los mismos privilegios y bendiciones que
se habían otorgado a los judíos” (Los hechos de los apóstoles, cap. 19, p.
158). En la iglesia, el nuevo Israel, no debía haber espacio para naciona-
lismos, prejuicios, distinciones ni privilegios étnicos. Nosotros somos
herederos de esa profecía, y con la misma seguridad que se apropió
Santiago de esta, debe hacerlo todo cristiano de toda “nación, tribu,
lengua y pueblo”.

Referencias
1 No se deben introducir interpretaciones ajenas al contexto de Amós. Yahveh condena:
“Aborrecí, desprecié vuestras solemnidades [...] no los recibiré, ni miraré las ofrendas
de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues
no escucharé las salmodias de tus instrumentos” (5:2 1-24). No se debe usar para favorecer
instrumentos occidentales sobre los nativos. Se debe hacer un estudio serio de los ins-
trumentos usados en el culto hebreo antes de llegar a conclusiones erróneas. Un estu-
dio serio y equilibrado es el de Lillianne Doukhan, In Tune with God (Hagerstown, MD:
Review and Herald, 2010).
2Las conclusiones sobre este témalas pude sacar de leer directamente el libro, pero
Ganoune Diop ha hecho un estudio más profundo que llega a conclusiones similares.
Ver “The Remnant Concept as Defined by Amos”; Journal of the Adventist Theological So-

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ciety 7/2 (Otoño 1996), p. 68. Ver el trabajo de Gerhard Hasel The Remnant: The History
and Theology of the Remnant Idea from Genesis to Isaiah (Berrien Springs, MI: Andrews
University Press, 1972).
3 Diop, pp. 67, 70.
4Para más información sobre este tipo de demanda del pacto, ver a George Ramsey
“Amos 4:12 A New Perspective”, en Journal of Biblical Literature vol. 89 nº 2 (junio 1970),
pp. 187-191.
5 Las diferencias entre la profecía “clásica” y “apocalíptica” se analizan en el capítulo 9.
6Notado por Francis Andersen y David Noel Freedman en Amos (Nueva York: Dou-
bleday, 1989), p. 53.
7Ver Yohanan Aharoni, “The Horned Altar of Beer-sheba” en The Biblical Archaeologist
vol. 37, nº l (marzo de 1974), pp. 2-6.
8 Su interés no es burlarse de esos lugares que habían sido importantes en la experien-
cia hebrea. Aun cuando juega con las palabras usando paronomasia, y a Bet-el (literal-
mente “casa de Dios”) lo llama Bet-aven (“casa de idolatría o desilusión”, cf. Ose. 4:1 5).
9 Diop, p. 78.

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CAPÍTULO 6

Jonás
Un rencoroso ofreciendo perdón

L
os reinos mayas fueron algunos de los más resistentes a los
avances europeos que incursionaron en sus territorios sobera-
nos desde el siglo XVI d.C. Su avanzada civilización había
dominado los campos de la ciencia, el arte y la arquitectura siglos antes
de las invasiones. Los mayas se vieron amenazados por las hordas de
ambiciosos soldados que “conquistaron” sus tierras. Durante casi dos-
cientos años, algunos de esos reinos sobrevivieron y florecieron desde
lo que hoy conocemos como Guatemala hasta la península de Yucatán.
Para poder entender al profeta Jonás (“paloma” en hebreo), vamos a
imaginarnos a un ficticio chamán maya del siglo XVI, a quien llamare-
mos Uukum (“paloma” en maya). Imaginemos que Uukum recibe ór-
denes, en visión, de Quetzalcóatl (su deidad principal), quien le indica
que debe ir a Madrid para ofrecerles perdón a los habitantes del reino
español; advirtiéndoles de que serían destruidos si no se arrepentían.
Estoy seguro de que nuestro “profeta” no estaría muy inclinado a es-
forzarse por salvar a los ibéricos, después de haber sido testigo de có-
mo los reinos vecinos habían caído ante la superioridad militar de los
europeos.
Uukum ha sobrevivido a las enfermedades traídas por el hombre
blanco, que habían diezmado a la población local. Tiene vividos cua-
dros en su mente de todo lo que habían hecho los “conquistadores” por
saciar su hambre de oro. Es probable que Uukum, de forma prejuiciosa,
hubiese asumido que todos los españoles eran así, sin reconocer que los
soldados que había conocido no representaban a todos los habitantes

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de ese reino cristiano. Aun así, no podemos culpar a Uukum si tomara
un barco en dirección a lo que hoy conocemos como Australia. Si el co-
razón de Uukum estaba lleno de rencor, no podía realmente ofrecer
perdón... ¿O sí?
Ahora tratemos de entender a Jonás ben-Amitai (“hijo de Amitai”),
un profeta del verdadero Dios, Yahveh, el único que puede revelarse
en visiones que son verdaderas y fieles. Jonás era un profeta de éxito en
el reino del norte (Israel), por lo tanto, tenía una buena reputación que
mantener. Aunque algunos han querido datar el libro después del exi-
lio neobabilónico, la evidencia bíblica apunta a que su ministerio tuvo
lugar del 800 al 750 a.C., 1 una época en la cual se miraba con desprecio
al Imperio Asirio, que había causado tanto dolor en esa región. En 2
Reyes 14:2 al 5 se describe cómo se habían cumplido las predicciones
de Jonás sobre la expansión de las fronteras de Israel en los tiempos de
Jeroboam II. Jonás precedió a Amos y a Oseas, siendo el más antiguo de
los profetas literarios del siglo VIII a.C.
Entre las contradicciones que podemos reconocer en la vida de este
profeta, es que su condición ante la sociedad era diferente de la del su-
reño Amos, que no fue apreciado por sus primos del norte; o el desdi-
chado Oseas, que no gozaba de la admiración de todos, debido a su si-
tuación matrimonial. Por el contrario, Jonás era conocido, respetado y
hasta admirado por su discurso de prosperidad nacional. Estamos ha-
blando de un héroe entre los suyos, mientras que los otros dos profetas
que le siguen son despreciados, y hasta acusados, por el sacerdocio y la
monarquía. Pero, irónicamente, hoy admiramos a Oseas y Amos, mien-
tras le advertimos a quienes no escuchan la voz de Dios que no sean
como Jonás”.

Prosperidad en la oportunidad
Las contradicciones del libro de Jonás son de tal magnitud que po-
dríamos clasificar varias de sus partes en el género de la comedia. Si
fue el mismo Jonás quien lo escribió, debió haber tenido un buen senti-
do del humor. La forma en que fue escrito es una narrativa bien trama-
da, que usa juegos de palabras, paralelismos y figuras que lo hacen uno
de los libros más cautivantes de la Biblia hebrea. 2 La traducción en cas-
tellano apenas logra capturar el suspenso y el humor que se puede re-
flejar en el idioma original. Entre las contradicciones de este profeta
rencoroso que es llamado a predicar el perdón, está que a él sí lo escu-

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chan (a diferencia de a Amos y a Oseas). Se trata de un evangelista que
no quería que le escucharan... y ¡sus oyentes se arrepienten! Mientras
que la mayoría de los otros profetas menores son ignorados y hasta
perseguidos. Irónicamente, encontramos que los que aceptan su mensa-
je son marineros gentiles y los odiados asirios, quienes no aparecen po-
sitivamente en el resto de la Biblia.
Hemos estudiado otras referencias a los asirios cuando comentába-
mos el libro de Oseas. 3 Solo la mención del nombre “asirios” resulta
aterradora, ya que son muchas las descripciones sádicas que los asirios
hacen de cómo torturaban a sus enemigos de forma metódica y cruel.
Su propaganda de terror era parte de su forma de intimidar a otros
pueblos y asegurarse su “lealtad”. 4 Sumado a esas descripciones pro-
pias, sus súbditos también los describen con horror. Aunque debemos
reconocer que la memoria de los pueblos muchas veces escoge lo peor
de sus “enemigos” para perpetuarlo en el banco de los recuerdos. Sin
embargo, lo cierto es que los asirios del primer mileno, los “neoasirios”,
también trajeron mucha prosperidad a la mayoría de los lugares donde
ejercieron su hegemonía. 5 La Pax Assyria dio oportunidades para el
comercio internacional y evitó las luchas destructivas que había entre
pequeños reinos rivales. Sin embargo, estos beneficios se producían a
costa de un gran precio: pesados impuestos y humillación nacional. La
economía asiría incluía la opresión de estados más vulnerables, para
poder subsistir.
En muchas ocasiones, la prosperidad de una nación se logra cuando
otras carecen de ella. En América, hemos experimentado esto en dema-
siadas ocasiones. La memoria de hechos políticos o económicos que nos
han afectado queda viva en nuestros pueblos, y a veces se alberga con
un resentimiento. La historia de la política internacional se podría cari-
caturizar y reducir a opresores, oprimidos y oportunistas. La prosperi-
dad de Israel y otros reinos de la zona levantina, en el siglo VIII a. C.,
fue posible gracias a la debilidad de Egipto y los imperios de Mesopo-
tamia durante ese tiempo. Los poderes mesopotámicos (Babilonia y
Asiría) habían perdido su influencia en esa región para mediados del
segundo milenio a.C. 6 El vacío de poder creó las condiciones ideales y
las oportunidades para la prosperidad de los reinos tribales de esa re-
gión durante la Edad del Hierro (primer milenio a.C.).
Israel fue oportunista, y oprimió a los reinos que quedaban al otro
lado del Jordán, entre ellos los amonitas y moabitas. 7 Los filisteos tu-
vieron que pagar impuestos, y algunos de los reinos arameos del norte

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de Israel fueron sometidos atributo de igual manera. Jonás debió sen-
tirse orgulloso de que sus profecías sobre prosperidad se hubieran es-
tado cumpliendo, aunque si somos cuidadosos en la cronología de los
acontecimientos, veremos que la mayoría de esas profecías se cumplie-
ron después de que él regresara de Nínive. Antes de conocer los mejo-
res años de Jonás, hay que profundizar en la vida de este profeta renco-
roso.

La arqueología ilumina a los “malos”


Las inscripciones que hemos descubierto de esta época abren venta-
nas a la historia antigua que tienen muchas conexiones con la historia
bíblica. Eso nos ayuda a entender los viejos rencores que albergaba Jo-
nás en su corazón y por qué su actitud hacia los asirios era tan belige-
rante. A los profetas hay que leerlos en su contexto, analizar quiénes
vivían al mismo tiempo y cómo la arqueología corrobora sus palabras.
Por un lado, en varias inscripciones monumentales y documentos coti-
dianos se puede observar la prosperidad del rey Acab de Israel y su
homólogo Hadad-ezer de Siria (Ben-adad II en 1 Reyes 20:3) durante el
siglo IX a.C., unos cincuenta años antes del ministerio de Jonás. Estos
reyes dirigieron a los doce reyes que formaron la resistencia al avance
de los neoasirios, quienes a su vez eran comandados por Salmanasar
III. Irónicamente, los egipcios sirvieron como tropas de apoyo de Israel
en la famosa Batalla de Karkar (853 a.C.). Sin embargo, Elías profetizó
que las casas reales de Acab y Ben-adad II iban a desaparecer (ver 1
Reyes 19:15). Los anales históricos seculares y 2 Reyes describen cómo
fueron exterminadas sus familias en Israel y Siria respectivamente.
Oseas hace alusión a la aniquilación de la casa de Acab en su libro, un
siglo después de esos acontecimientos.
Al profeta Elías le fue encargado ungir a los nuevos reyes de esas
dos naciones: Hazael para Siria (1 Reyes 19:15) y Jehú para Israel (1 Re-
yes 19:16). Sin embargo, la Biblia no registra que Elías haya cumplido
esa misión, e implica que esa tarea es delegada a su discípulo Elíseo.
Elíseo es quien tiene a su cargo esas labores años más tarde, usando a
su vez a uno de sus discípulos (2 Reyes 9:1). Ambos personajes, Hazael
y Jehú, cometieron magnicidio y tomaron el control de sus naciones. En
ese momento de inestabilidad política en la región levantina, el cruel
Salmanasar III regresó a la región y redujo a Israel a la servidumbre,
como quedó plasmado con Jehú en el “Obelisco Negro”. Allí está el re-

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trato más antiguo de un rey hebreo, besando los pies del monarca
neoasirio.
Pero los hebreos no solo sufrieron bajo el músculo asirio, sino tam-
bién Hazael, de Siria, los atacó y hasta incursionó en el territorio de Ju-
dá. Una inscripción en piedra (una estela) que conmemoraba sus victo-
rias sobre los reyes hebreos fue descubierta hace pocos años en Tel
Dan, al norte de Israel (1993). 8 En esa inscripción está la mención más
clara y antigua al rey David. 9 Hazael se jacta de sus victorias sobre Is-
rael y Judá. En ese contexto, Eliseo profetiza victorias sobre los sirios
cuando bendecía a Joás de Israel (hijo de Jehú); quien, de haber sido
fiel, hubiese recibido mayores bendiciones (2 Reyes 13:14-18). En vez de
confiar en Dios, Joás buscó “ayuda” de los neoasirios, los cuales le hi-
cieron pagar más tributos.
Sin embargo, después de Salmanasar III, los neoasirios no pudieron
mantener su dominio absoluto sobre la zona levantina. Jonás vivió du-
rante un nuevo (y corto) período de decadencia asiria. Su ministerio se
entrecruzó en el tiempo de los descendientes de Salmanasar III y de
Jehú. Los problemas internos de Asiria fueron la oportunidad de Israel,
y le permitieron lucrarse nuevamente de las rutas comerciales del Le-
jano Oriente, como en los días tempranos de Acab. 10 Jonás profetizó
sobre esa prosperidad, y eso debió haber hecho que su audiencia lo tu-
viese en alta estima. No conocemos sus profecías en detalle, como en el
caso de los otros profetas. Solo tenemos una referencia en 2 Reyes y la
narración de una de sus experiencias (que debieron ser muchas). Su fi-
gura sigue a los gigantes Elías y Eliseo, que lo precedieron, pero tam-
poco dejaron sus escritos, solo tenemos narraciones de sus vidas. Jonás
está en la transición entre los profetas llamados “preclásicos” y los “clá-
sicos”. Jonás se convierte en el primer profeta literario de ese período,
si fue él quien escribió el libro que lleva su nombre. No hay razones pa-
ra dudarlo, pero además queda claro que el autor de este libro fue ins-
pirado divinamente.
La arqueología nos ayuda a entender el grado de rencor y odio de
parte de los hebreos contra los asirios. Joás de Israel, hijo de Jehú, o su
sucesor Jeroboam II, no consideraría patriótico hacer nada a favor de
los neoasirios, que habían deshonrado a sus antepasados. Jeroboam II
había logrado librarse de los impuestos y la opresión neoasiria. La hu-
millación que sufrió Jehú estaba tan claramente grabada en su memoria
como lo está en la piedra negra que podemos ver hoy, casi tres mil años
después. 11 No había simpatías para los invasores que habían saqueado

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ciudades y usado su territorio como parte de la red comercial asiria.
Las exitosas profecías de Jonás sobre Israel estaban atadas a la debili-
dad asiria. Por eso, no es de sorprenderse que Jonás se esté preguntan-
do: “¿Por qué tengo que ir a predicarles a los asirios? ¿Por qué Dios se
atreve a pedirme: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y
clama contra ella” (Jonás 1:2) para ver si se arrepienten? La prosperidad
de Asiria significaría problemas y detrimento para Israel. ¿Por qué Dios
ayuda a los “malos”?

Los “malos” son los “buenos”


Después de haber leído a los doce profetas menores no es tan fácil
etiquetar a algunos pueblos como “malos” y a otros como “buenos”.
Los profetas que preceden a Jonás en el canon, han proclamado profe-
cías contra las naciones vecinas. Se pueden escuchar las voces de Amós
y Abdías censurando a los reinos que los rodeaban. No es que Israel y
Judá se hayan librado de advertencias y juicios pero, a pesar de que se
ha condenado a los hebreos, siempre queda la noción de que los que
han hecho un pacto con Yahveh son los “buenos” y deben ser contras-
tados con los “malos”. Pero, en Jonás, los “malos” actúan más favora-
blemente que los “buenos”. Y en otra contradicción, el profeta, quien
debería ser el “bueno” de la narración, se comporta mal.
En el capítulo 4 se nos dice: “Pero Jonás se disgustó en extremo, y se
enojó. Así que oró a Jehová y le dijo: ¡Ah, Jehová!, ¿no es esto lo que yo
decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tar-
sis, porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y piadoso, tardo en
enojarte y de gran misericordia, que te arrepientes del mal” (4:1, 2). En
algunas ocasiones, la gracia y el perdón de Dios pueden ser demasiado
“buenos” para los seres humanos. Recuerdo a una joven cristiana, cuyo
padre se convirtió a Jesús. Ese padre había abusado de ella y de su ma-
dre; el contacto con él había sido mínimo durante varios años. Cuando
su padre comenzó a asistir a la iglesia a la que ella pertenecía, se produ-
jo una crisis en su corazón. La joven decidió apartarse de Dios, porque
sabía que para ser coherente en su relación con el Cielo debía perdonar
a su padre... y eso era algo que ella no estaba dispuesta a hacer. Perdo-
nar a aquel hombre que había sido tan cruel con ella y con su madre le
resultaba totalmente inaceptable. Así que zarpó para Tarsis, se alejó, y
tristemente no ha regresado a la iglesia después de casi veinte años.
Jonás, nuestro rencoroso profeta, entró en un barco que se dirigía

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hacia el oeste, la ruta de los marineros fenicios que colonizaron las cos-
tas de la península ibérica. Hay que señalar que Nínive, el destino de
Jonás, estaba en dirección opuesta al noreste de Israel. Si consultamos
un mapa bíblico, veremos que Nínive no estaba cerca del mar, sino en
el interior de Mesopotamia (hoy se reconoce a ese lugar en las cercanías
de la ciudad de Mosul, Irak). Jonás se embarca hacia lo más lejano, po-
siblemente, en los tiempos bíblicos; como si a Uukum, estando en Yuca-
tán, le fuera ordenado ir a España y navegara hacia las Filipinas. Pero
incluso hasta ese lugar se iba a mostrar el extremo perdón de Dios, que
es el tema central del libro de Jonás.
Otra de las contradicciones del libro es que el estereotipo de maldi-
cientes marineros queda eliminado. En la narración, vemos a esos
hombres orando a sus dioses y buscando salvarse por medios espiritua-
les. Esos “malos” marineros reconocen que el Dios a quien Jonás sirve
es superior a sus dioses. Jonás tenía la oportunidad de pedir a Dios que
lo perdonara, y cumplir la misión divina. Pero Jonás es tan terco que
prefiere morir antes que ofrecer perdón a los ninivitas (Jonás 1:12). Los
“malos” muestran más temor de Yahveh que el “buen” profeta (1:13,
14). Yahveh muestra su misericordia y perdón salvando a los marine-
ros, y también protegiendo al rencoroso Jonás.

Límites de la arqueología para iluminar a los “buenos”


Una vez en Nínive, Jonás predicó el mensaje de perdón y los “ma-
los”, a los que bien se les podría llamar ahora los “buenos”, escucharon
el llamado divino (Jonás 3). Algunos pueden pensar que esa “revolu-
ción” religiosa inspirada por Jonás debió haber conmovido a todo el
mundo antiguo; 12 algo así como lo que sucedió en Egipto en el siglo
XIV a.C. con el mal llamado “monoteísmo” egipcio. Se trata de los
cambios efectuados por Akenatón, al dar preferencia al dios Atón en
Amarna. 13 Se supone que un acontecimiento así en Asiría debería ha-
ber dejado huellas arqueológicas. 14
Es cierto que hay cierta evidencia circunstancial que demuestra al-
gunos cambios religiosos durante el reinado de Adad-nirari III. Se su-
giere que Adad-nirari III reinó a principios del siglo VIII a.C., junto con
su madre, Shammuramat (identificada con la legendaria Semíramis). 15
En esa época cuando el poder asirio se había debilitado, el control des-
de Nínive fue menor que durante los tiempos de Salmanasar III. Los
arqueólogos han encontrado una estatua en la ciudad de Calaj de ese

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tiempo, con la inscripción “confía en Nabu, no confíes en ningún otro
dios”. 16 Sin embargo, esa sustitución del dios principal por Nabu no
significa que era el único adorado, pues había otras dos deidades prin-
cipales. 17 Además, el nombre de “Nabu” no era muy común entre los
asirios, que preferían prestar homenaje a “Adad” (dios de la tormenta)
o “Assur”. La destrucción de los templos en Nínive son difíciles de da-
tar y ocurrió en varias ocasiones, por diversas causas. Eso nos lleva a
concluir que realmente no hay una evidencia arqueológica concluyente
que se pueda relacionar con las reformas inspiradas por Jonás.
La arqueología tiene sus límites, y no se debe tratar de “probar” la
Biblia con sus descubrimientos. Su uso correcto es el de iluminar y con-
textualizar, pues de todas formas los acontecimientos sobrenaturales
escapan al registro arqueológico. La experiencia de Jonás debe ser acep-
tada por fe, y no basándonos en lo que puede ser probado con la pala
del arqueólogo.

¿Vas a Tarsis?
Dios ha mostrado que ama a los que son “difíciles” de amar, porque
su amor es total. Si te sientes como Uukum o Jonás porque hay perso-
nas hacia las cuales tienes resentimiento, recuerda el llamado que tie-
nes a aceptar perdón, y ofrecerlo. El final de la historia de Jonás lo vas a
escribir tú. Aquí queda demostrado que el “Dios del Antiguo Testa-
mento” no es diferente del del Nuevo. No hay una ausencia de misión
en el Antiguo Testamento, como nos ha sugerido el dispensacionalis-
mo. Si leemos cuidadosamente el deseo de Dios por salvar a todas las
naciones, desde el llamado de Abraham hasta los doce profetas meno-
res, reconocemos aun “Dios clemente y piadoso, tardo en enojarse y de
gran misericordia, que se arrepiente del mal” (Jonás 4:2).
Hay que ser muy cuidadosos en etiquetar quiénes son “malos” o
“buenos”. La sierva del Señor claramente advirtió, al explicar la pará-
bola de las ovejas y los cabritos: “Aquellos a quienes Cristo elogia en el
juicio, pueden haber sabido poca teología, pero albergaron sus princi-
pios”. Antes de juzgar duramente a algún Uukum, debemos recordar
que “entre los paganos hay quienes adoran a Dios ignorantemente,
quienes no han recibido jamás la luz por un instrumento humano, y sin
embargo no perecerán. Aunque ignorantes a la ley escrita de Dios, oye-
ron su voz hablarles en la naturaleza e hicieron las cosas que la ley re-
quería. Sus obras son evidencia de que el Espíritu de Dios tocó su cora-

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zón, y son reconocidos como hijos de Dios” (El Deseado de todas las gen-
tes, cap. 70, p. 593).

Referencias
1 Una discusión seria contra argumentos de una fecha tardía para Jonás se encuentra en
el apéndice B de la obra de Gerhard F. Hasel, Jonah, Messenger of the Eleventh Hour (Na-
pa, ID: Pacific Press Pub. Association, 1976), pp.95-98. Un gran grupo de académicos
califican al libro de ficticio; sin embargo, son muchos los especialistas y eruditos que
reconocen la veracidad del libro que fue aceptado por Jesús de Nazaret como factual
(Mateo 12:39-41; 16:4; Lucas 11:29-32).
2 Vea el libro escrito por Jo Ann Davidson, Jonás: el libro visto desde adentro (Miami:

APIA, 2003).
3 Ver capítulos anteriores.
4 Ver Erika Belibtreu, “Grisly Assyrian Record of Torture and Death”, Biblical Archaeo-

logy Review 17:01 (enero-febrero 1991).


5 Lo más correcto es diferenciar entre los asirios del segundo milenio y los neoasirios

del primer milenio a.C.


6 Egipto hizo un último esfuerzo significativo por retener su control (o influencia) sobre

la zona levantina en el siglo X a.C. (2 Crónicas 12:1, 2). Intentó someter a esa región co-
mo lo había hecho durante el segundo milenio a.C. Una estela encontrada en Megido
muestra que, a pesar de que la Biblia no lo menciona, Egipto también atacó al reino de
Israel. Para más información ver Kevin A. Wilson, The Campaign of Pharaoh Shoshenq I
into Palestine (Tubinga: Mohr Siebeck, 2005) y Kenneth Kitchen, On the Reliability of the
Old Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 2003).
7 En 2 Reyes 3:4y 5 se describe cómo los moabitas se rebelaron después de la muerte de

Acab. Una inscripción encontrada en Dibón (en el actual país de Jordania) relata cómo
el rey moabita Mesa se libró de Israel. La misma es conocida popularmente como la
“estela moabita” o “piedra de Mesa”. Para más información, ver Kitchen, On the Relia-
bility of the Old Testament, pp. 13-18.
8 Ver A. Biran y J. Naveh, “An Aramaic Stela Fragment from Tel Dan”, Israel Exploration

Journal 43 (1993), pp. 81-98, y “The Tel Dan Inscription: A New Fragment”, Israel Explo-
ration Journal 45 (1995), pp. 1-18.
9 Se ha argüido que la “estela moabita” tiene una referencia a David que es unas déca-

das anterior a la “estela de Tel Dan”. Ver André Lemaire, “ ‘House of David’ Restored
in Moabite Inscription”, Biblical Archeological Society (Mayo/Junio de 1994), pp. 30-37.
10 Para las fechas más exactas de los reyes hebreos ver Edwin Thiele, The Mysterious

Numbers of the Hebrew Kings, (Nueva York: Macmillan, 1951).


11 El “Obelisco Negro” se exhibe en el Museo Británico de Londres.
12 En esta sección debo dar las gracias a Abelardo Rivas, quien compartió conmigo las

notas de una presentación que realizó en la prestigiosa sociedad arqueológica ASOR en


el 2011 y otros materiales no publicados.
13 Atón era uno de los nombres que se le daba al “dios sol” entre otros nombres tales

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como Ra, Atum, Ra-Atum, Khephre, Ptah, etcétera. A pesar de la preferencia que se le
dio a Atón, hay evidencias de que continuó la adoración de Hator y Thoth entre otras
deidades. No fue un monoteísmo como el que practicaban los hebreos.
14 Ver el Comentario bíblico adventista (Miami, FL: APIA, 1985), tomo 2, p. 62.
15 “Semíramis” es una reina mítica a quien los griegos atribuyen grandes logros políti-

cos, militares, arquitectónicos y religiosos. Desde la antigüedad, Semíramis ha desper-


tado la fascinación e imaginación de paganos, cristianos y musulmanes. A Semíramis
se le han atribuido desde el nacimiento del politeísmo a los jardines colgantes de Babi-
lonia y decenas de monumentos en el Oriente. Algunas de las más famosas composi-
ciones en Occidente son las creaciones de Dante Alighieri en La Divina Comedia (siglo
XIV d.C.) y Alexander Hislop en The Two Babylons (1853). Los materiales de Hislop fue-
ron usados por Ralph Woodrow para publicar en 1966 el libro que conocemos en espa-
ñol como Babilonia, misterio religioso, pero que en 1970 se retractó del mismo por recono-
cer los errores de Hislop. Es interesante observar que Elena de White no escribe nada
sobre “Semíramis” y sus posturas difieren mucho de Hislop y sus seguidores en cuanto
a la “Navidad”. Los puntos relacionados a la conexión de las “diosas madre” de la an-
tigüedad con la mariología se pueden probar con sólida evidencia arqueológica y no
con las fábulas de Hislop u otros predicadores populares.
16 Francesco Pomponio, Nabu il culto e la figura di un dio Pantheon babilonese ed assiro

(Roma: Roma Centro di Studi Semitici, 1978), p. 90.


17 Hay que tener cuidado con argüir que había una “trinidad” mesopotámica, pues eso

sería simplista, y no es correcto. Ni los mesopotámicos ni los egipcios tenían el concep-


to de trinidad bíblica ni tampoco el de monoteísmo como algunos alegan. La revelación
de la trinidad bíblica es única en el Antiguo Cercano Oriente y no tiene paralelismos
reales en el mundo antiguo.

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CAPÍTULO 7

Miqueas
La capital humillada y un pueblecito
exaltado

H
ay gente humilde y sencilla en todos los lugares, independien-
temente de donde vivan y de su estatus económico o social.
Por otro lado, vivir en un centro de poder político y finan-
ciero, como son las capitales del mundo moderno, en ocasiones eleva
su autoestima más de lo normal. Independientemente de su posición
económica, entre algunos que viven en las metrópolis se les crea un ha-
lo de superioridad que los hace muy sensibles a las censuras sobre el
lugar en el que viven. Algunos consideran que su posición privilegiada
los hace diferentes de los que los rodean. Esto no es nuevo, parece que
ha sido así “siempre”, aunque en la antigüedad la situación era más
complicada. En el Antiguo Cercano Oriente (ACO) había leyendas,
poemas e himnos que ensalzaban las ciudades-estado como centros re-
ligiosos e incluso cosmológicos. Había urbanitas que se consideraban
mejores que los habitantes de otras ciudades, pues creían que su ciudad
había sido divinamente elegida. En ese contexto, cualquier crítica hacia
esa ciudad “escogida”, o a sus habitantes, podía ser considerada como
alta traición o blasfemia.
Así que, hay que tener cuidado con hablar mal de la ciudad de Pa-
namá, que es la puerta del mundo, o la hermosa arquitectura de Bue-
nos Aires. Nadie debe cuestionar que el Distrito Federal de México es
más alto y grande que ninguno; ni dudar de la inigualable belleza de
Río de Janeiro durante las navidades. Las ciudades importantes y las

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capitales tienen monumentos icónicos, como son las fortalezas colonia-
les en puertos de Bahía (Brasil), San Cristóbal (Venezuela), Martinica v
Curazao. Cualquier sugerencia de que van a ser demolidas o destrui-
das sería considerado un acto de barbarie. Sin embargo, ¡eso es lo que
hace Miqueas con Jerusalén, en contra de sus edificios políticos y sa-
grados! El mensaje de Miqueas, el sexto de los doce profetas menores,
no debió caer muy bien entre los habitantes de Jerusalén.
Este libro muestra la contradicción de que mientras Jerusalén es hu-
millada y condenada a ser destruida, un pueblecito humilde es exalta-
do como un lugar central en la historia de la salvación. El colmo de las
ironías es posicionar a una insignificante comunidad rural sobre una
capital que estaba destinada a ser cabeza de naciones. ¿Se puede probar
el cumplimiento de esa profecía arqueológicamente? Hay serios deba-
tes sobre el papel de Jerusalén en los tiempos del ACO, pero se pueden
ver restos arqueológicos de estructuras monumentales, murallas colo-
sales y arquitectura sofisticada. Por otro lado, la humilde aldea de Be-
lén no ha dejado muestras de estructuras importantes construidas en la
antigüedad, ni se le podría adjudicar ninguna importancia política o
económica. ¿Cómo fue exaltado el pequeño asentamiento de Belén?
¿Qué podemos aprender de la condicionalidad de las promesas divinas
con esa profecía?
A pesar de que Jerusalén será castigada y los escogidos sufrirán, Mi-
queas les asegura que hay esperanza. Yahveh es un Dios misericordio-
so, que insiste en llamar a sus hijos al arrepentimiento. Puede observar-
se que Miqueas no es arrogante en su tono, al contrario, su angustia
queda patente en sus llamados al arrepentimiento. Su libro es una invi-
tación hecha a quienes han sido negligentes en ser fieles al pacto, ya sea
por infidelidad al ser muy laxos en los sacrificios o por ser simplemente
legalistas en la adoración. Yahveh muestra su paciencia y misericordia
al hacer un llamado a tener una relación con él que se evidenciará en
una vida ética y moral.

Jerusalén, la ciudad escogida


Hay varias ciudades que han incorporado a su folklore o fama el te-
ner las playas más hermosas, una arquitectura envidiable, ciudadanos
muy amables o un clima paradisíaco. Pero las ciudades del ACO iban
un paso más lejos cuando se trataba de demostrar que su ciudad era la
mejor, la más exaltada. En varias ciudades mesopotámicas y del valle

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del Nilo se compusieron relatos sobre los orígenes de la humanidad
que señalaban que en ellas comenzó la creación de los seres vivos. Esos
poemas e himnos presentan a esas ciudades como superiores a las que
las rodeaban, con base teológica en sus complejos rituales politeístas.
En Egipto encontramos varios relatos de la creación: uno narra que el
génesis de la vida ocurrió en Heliópolis, otro relato lo presenta en Men-
fis, y algunos siglos después Tebas es presentada como la ciudad ma-
dre de todas. Sin embargo, ese no es el caso de Jerusalén: no hay un re-
lato que le adjudique ese papel central entre los hebreos. Por eso, el re-
lato de la creación de Génesis 1 y 2 es único entre las culturas del ACO.
Jerusalén no carga con esa tradición pagana que le da carácter santo de
forma intrínseca.
La Biblia hebrea describe cómo Jerusalén fue conquistada unos mil
años antes de Cristo por los ejércitos de David (1 Crónicas 11:4-9).
Aunque desde entonces a Jerusalén se la considera como Sion, ocupan-
do un lugar central en la teología hebrea, no se le atribuyen relatos mí-
ticos sobre su origen. Aun así, Jerusalén se convierte en la ciudad esco-
gida, inspirando salmos en su honor y profecías que la señalan como
capital de las naciones. La importancia de Jerusalén va creciendo des-
pués de la división entre las tribus del norte y las del sur. Sigue siendo
tan importante en la mente de los hebreos que en el norte (Israel) se es-
tablecen dos santuarios oficiales (Dan y Bet-el), para ser rivales de Jeru-
salén (ver 1 Reyes 12). Esos centros de culto estaban separados de la
capital del reino. Eso se nota, ya que Israel cambió de capital en varias
ocasiones, siendo la última de ellas Samaria. En el caso de Judá, Jerusa-
lén se mantuvo como la única capital y centro religioso de las tribus del
sur.
Una de las razones por las cuales Jerusalén fue destacada entre las
tribus israelitas es por su favorable localización geográfica. La zona
montañosa de Judea queda entre las rutas principales que unen los con-
tinentes de África, Asia y Europa. La Vía Horus pasa al oeste de la cor-
dillera de Judea, paralela a la costa del mar Mediterráneo. Esa ruta sube
desde Egipto hasta llegar a Anatolia (hoy Turquía). Al otro lado del río
Jordán, está el Camino Real, que era la arteria principal usada por las ca-
ravanas que traían mercancía desde el Lejano Oriente. La ciudad que
hoy conocemos como Jerusalén, está en una ruta vital que une estas dos
vías internacionales.
Por otro lado, hay ciudades que han preservado y superado su im-
portancia estratégica sobre Jerusalén. Así que, no era tanto su localiza-

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ción geográfica o política lo que le daba a Jerusalén su estatus de ciu-
dad escogida. El Templo era realmente el factor principal para exaltar
la ciudad, ese era el aposento de Dios mismo, quien habitaba en su san-
to Santuario. El hecho de que Yahveh escogiera ese lugar para ser ado-
rado, convertía a Jerusalén en el centro de la vida de los hebreos. Dios
había hecho un pacto con su pueblo, por el que haría de Jerusalén capi-
tal de naciones.

Un pacto quebrantado
Todos los profetas menores enfatizan el lugar que tiene el pacto en-
tre Yahveh y su pueblo. Entre los doce, los profetas canónicamente an-
teriores, preceden cronológicamente a Miqueas. En cuanto a las refe-
rencias sobre el pacto, esos profetas se habían concentrado principal-
mente en Israel y las naciones vecinas (excepto Joel). Por otro lado, Mi-
queas comenzó su ministerio poco después de que Oseas predicara en
Israel. Miqueas enfatiza la importancia del pacto y el papel central de
Judá. Aquí se demuestra claramente que no se debiera llamar a estos
profetas “menores”, ya que Miqueas dejó un impacto impresionante en
su tiempo y en la posteridad. Se le podría atribuir el lugar del primer
gran profeta que tiene propiamente Judá, entre una serie de profetas
que ejercieron su ministerio durante dos siglos. Miqueas influyó sobre
su contemporáneo más joven, Isaías, y fue citado por Jeremías cien
años más tarde (Jeremías 26:18). Miqueas es, sin lugar a dudas, un pro-
feta “mayor”, aun cuando su libro es breve en comparación con otros.
En sus profecías, Miqueas hace referencias futuras a la destrucción
de Samaria (1:5-7), lo que demuestra que comenzó su ministerio antes
del 721 a.C. Por otro lado, Miqueas es conocido por sus amenazas con-
tra Jerusalén y el reino de Judá. Esas profecías de juicio se cumplieron
poco después, cuando los neoasirios invadieron el reino de Judá, des-
truyendo casi todas las ciudades principales a su paso. Sin embargo, su
cumplimiento pleno ocurrió cuando marcharon los ejércitos neobabiló-
nicos sobre las colinas de Judá un siglo más tarde y el venerado Tem-
plo, que había sido cuidadosamente construido por Salomón, quedó en
ruinas.
El mensaje de Miqueas sacudió a la nación y a toda la región, debido
al tenso clima político que se vivía a mediados del siglo VIII a.C. en el
ACO. Los sirios habían estado atacando a Israel en el norte, después de
alianzas esporádicas que los habían llevado a invadir a Judá. Esos pac-

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tos sirio-efrainitas provocaron que Judá buscara hacer un pacto con los
neoasirios para protegerse (2 Reyes 16:7; 2 Crónicas 28:16; cf. Isaías 7,
8). Hasta ese momento, Judá quedaba en la esfera de influencia de su
vecino al sur, Egipto, quien estaba interesado en mantener el control de
la Vía Horus para fines comerciales. Egipto tenía numerosos ejércitos y
una poderosa flota naval, con la cual mantenía en jaque a todos los
reinos costeros del Levante y se ganaba el respeto en la zona.
Sin embargo, el poder que había estado emergiendo de nuevo con
gran fuerza era el Imperio Neoasirio. Los crueles neoasirios buscaban
controlar las caravanas que venían desde Asia hacia el Mediterráneo, y
así comerciar con Occidente. Ellos se beneficiaban de las riñas locales
de los reyes de la región acudiendo a “ayudarles”. Invadieron desde el
norte los territorios levantinos, devastando primero a Siria y los pue-
blos de la Alta Mesopotamia, absorbiéndolos en su hegemonía impe-
rial. Mientras eso sucede en el sur, en el reino de Israel hay toda una se-
rie de golpes de estado y magnicidios, que están asociados a ser fieles a
los pactos con los neoasirios, quienes se han declarado como soberanos
sobre esos vasallos. Irónicamente, esas tensiones internacionales son
muy similares a las que se pueden reconocer en tiempos modernos en
esas latitudes. Los intereses de los imperios externos (en ese tiempo
Egipto y Asiria) técnicamente estaban en una “guerra fría”, mientras
naciones pequeñas, que no se podían poner de acuerdo entre ellas, es-
taban enfrascadas en guerras fratricidas. La fragilidad de los tratados,
pactos, convenios y acuerdos es una realidad hoy, como lo fue hace
más de dos milenios. Los tratados entre las naciones no son una crea-
ción reciente. Los pactos entre países que se firman en nuestros días, y
que muchas veces se quebrantan, son parte de una dinámica muy anti-
gua entre las naciones.
Había varios modelos de pactos “soberano-vasallo” en el ACO des-
de el segundo milenio a.C. Es importante notar que los modelos usados
en el Pentateuco son similares a los pactos comunes en la Edad de
Bronce tardío (cerca del XV a.C.). Por el contrario, los pactos del tiempo
de Miqueas eran diferentes, según los modelos que vemos en la litera-
tura neoasiria del siglo VIII a.C. Eso demuestra la antigüedad de los
primeros cinco libros de la Biblia (Torá). Los pactos registrados por
Moisés no son tardíos, como algunos críticos de la Biblia han querido
sugerir.
Miqueas escribe un milenio más tarde que Moisés, y modela partes
de su libro en forma de un rib, demanda legal que era conocida en los

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juicios de sus días (ver Miqueas 1:2). Por otro lado, cuando Miqueas
presenta a Yahveh haciendo una demanda, va más allá de los tribuna-
les de la época, en los cuales los oyentes eran ancianos tribales o conci-
lios de diputados, otros reyes vasallos, o sacerdotes. Aquí no se invo-
can otros dioses o autoridades humanas: los testigos son la tierra y los
montes. Miqueas describe con lenguaje cósmico la escena donde Dios
reclama a Jacob (incluidos Israel y Judá) el haber quebrantado el pacto.
Yahveh es el gran Soberano, Rey de reyes y Señor de señores, que
merece fidelidad en medio de las tensiones internacionales. Pero sus
vasallos han elegido a los poderes terrenales, en pactos donde se invo-
caban a los dioses nacionales de esos reinos o imperios. Así quedaba
fuera el Dador de la vida, aquel con quienes se habían comprometido al
salir de Egipto el milenio anterior y quien les había prometido un reino
eterno de forma condicional. Los términos legales usados por Miqueas
de “rebelión” e “infidelidad” son iguales a los términos que los escribas
usaban para referirse a la situación política del país, en relación con los
poderes imperiales. Es de lo que se hablaba en los tribunales y en la ca-
lle. Si hubiesen habido medios de comunicación masiva en ese tiempo,
los reporteros y los comentaristas habrían usado ese vocabulario en la
televisión y los periódicos de Judá.
Israel y Judá han quebrantado el pacto con Yahveh, han sido infieles
al someterse a naciones paganas, han adorado a sus dioses y la conduc-
ta de sus ciudadanos ha sido inmoral. Las consecuencias van a ser ne-
fastas para Samaria y Jerusalén, la humillación que se les acerca es ho-
rrible, como la vivida por otros reinos que son descritos en himnos y
poemas asirios, en los que se jactan de cómo torturan a sus víctimas.
Dios le advierte a Samaria que la hará “montones de ruinas”, eco de las
amenazas hechas por Amós y Oseas (Miqueas 1:6). Jerusalén está con-
denada a la misma suerte, si no se arrepiente de su infidelidad al pacto
con su Dios. Así como en el Edén la primera pareja tenía garantizado el
pacto eterno de manera condicional, su pueblo debía entender las con-
secuencias de violar las condiciones del pacto.

Actitud del profeta ante la humillación


¿Cuál fue la actitud del profeta ante su audiencia? ¿Utilizó un tono
acusador contra sus oyentes? ¿Cómo pronunció sus palabras?
Se cuenta de una iglesia conocida como “difícil”, en la cual su pastor
se había jubilado después de varias décadas de ministerio. Su organiza-

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ción envió a la congregación a otro pastor experimentado que pudiese
seguir con el trabajo en esta gran iglesia de ciudad. Antes de que acaba-
ra el mes, llamaron al supervisor de los pastores para que se llevaran a
ese pastor porque los condenaba y los “mandaba al infierno”. El super-
visor decidió enviar a uno de sus mejores pastores para que sirviera en
esta iglesia, que tenía fama de haber tolerado problemas morales en el
pasado. A las pocas semanas se estaban quejando nuevamente, porque
también los “mandaba al infierno”, y no lo querían. Los dirigentes no
sabían qué hacer después del cuarto pastor que rechazaban por las
mismas razones, así que decidieron enviar a un jovencito recién gra-
duado. Pasaron las semanas y los meses, y no había noticias de los an-
cianos locales o de los dirigentes de esa iglesia. El supervisor estaba in-
trigado, y quiso llamar para saber qué estaba sucediendo. Los herma-
nos estaban encantados con el muchacho. Sorprendido y sospechando
que el joven no estaba siendo lo suficientemente firme con la congrega-
ción les preguntó si los “mandaba al infierno”, a lo que ellos respondie-
ron que: “sí, cada domingo; pero lo hace con tanto amor”. Eso los había
impresionado y motivado a reformarse.
Al leer el primer capítulo, podemos ver la conmovedora actitud de
Miqueas cuando presenta la demanda contra Jerusalén. En esos tiem-
pos no había computadoras ni medios modernos para llamar la aten-
ción de las masas. Dios inspiró a los profetas a representar muchos de
sus mensajes, como en el caso de Oseas, a quien hemos estudiado, o el
inigualable Ezequiel del siglo siguiente. Miqueas parece que llegó a
profetizar desnudo (1:8), no porque fuese exhibicionista o por algún
trance profético como en el caso del rey Saúl (1 Samuel 19:24). Miqueas
y, al mismo tiempo, Isaías (32:11), profetizaban desnudos para ilustrar
la humillación que iban a sufrir los habitantes de Judá durante las de-
portaciones neoasirias y neobabilónicas. Eso demuestra el deseo divino
de usar medios visuales y físicos para ilustrar los mensajes del Cielo.
Miqueas no señala de forma agresiva los pecados de su pueblo, su
dolor es como el de alguien que ha perdido a un ser querido. Su len-
guaje es similar al de David cuando se enteró de la muerte de su amigo
Jonatán y del rey Saúl (ver 2 Samuel 1:20). ¿Cómo reaccionas cuando
escuchas que alguien se ha equivocado? ¿Cuáles son tus palabras,
cuando te enteras de que algún dirigente ha caído? Cuando tenemos la
responsabilidad de llamar la atención de alguien sobre alguna falta mo-
ral o algún error, debemos demostrar nuestro dolor y compasión por
los que han caído. Es nuestra responsabilidad tratar con firmeza, pero

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con respeto, a aquellos que han quebrantado su pacto con el Cielo (ver
Mat. 18). Nuestra audiencia tiene la capacidad de sentir lo que le que-
remos transmitir, observando nuestra actitud. Y eso especialmente con
los jóvenes. Debemos comunicar la compasión divina y la gracia celes-
tial. Miqueas usa la expresión “dolorosa destrucción” (2:10). Se ha
comprobado que nuestro lenguaje corporal demuestra mucho más que
el contenido de nuestras palabras. En el caso de Miqueas, mostraba
más de lo que yo me sentiría cómodo en demostrar; pero de alguna
manera debemos exteriorizar nuestros sentimientos en nuestros mensa-
jes.
Es impresionante reconocer que Miqueas estuvo dispuesto a ser hu-
millado para ilustrar de forma vivida y real su mensaje. Únicamente
Cristo fue capaz de ir tan lejos, como lo describe Pablo en Filipenses 2.
Miqueas encarna el espíritu que hubo en Cristo, que trataba a los de-
más como superiores a sí mismo. Nunca se comparaba ni hablaba des-
de un pedestal. Se destaca por sus mensajes envueltos en lágrimas
cuando disciplinaba. Ese es el carácter de un verdadero reformador,
que no está constantemente criticando y condenando, sino que se an-
gustia cuando tiene que pronunciar mensajes de juicio. Sobre todo, las
personas que son verdaderas reformadoras, herederas de los profetas
bíblicos, siempre señalan soluciones a los problemas actuales y extien-
den la gracia del Rey de reyes.

El pueblecito exaltado
Miqueas sorprende a su audiencia al señalar que la restauración que
iba a tener Judá no iba a estar centrada en la cosmopolita ciudad de Je-
rusalén. No eran las mansiones reales las que se convertirían en el cen-
tro de atracción y veneración. La “Simiente”, aquel que había sido pro-
fetizado en el principio como el Libertador del pecado (Génesis 3:15)
provendría de la pequeña aldea de Belén. Un giro que debió haberles
caído como un jarro de agua fría a los arrogantes habitantes de Jerusa-
lén, que consideraban que su estatus de metropolitanos los ponía en
una posición superior a los campesinos del interior. La aldea de Belén
es señalada como el epicentro del acontecimiento más maravilloso de la
historia humana: el nacimiento de Jesús (Miqueas 5:2).
La célebre profecía de Isaías 60:6 que describe que “multitud de ca-
mellos te cubrirá y dromedarios de Madián y de Efa. Vendrán todos los
de Sabá trayendo oro e incienso, y publicarán las alabanzas de Jehová”,

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trasciende a Jerusalén, pues los sabios de oriente llegaron hasta Belén.
Aunque Isaías presenta detalles, en su profecía, que son alusiones a la
Ciudad de David, su cumplimiento fue más allá de Sion y tuvo su rea-
lización antitípica en la aldea de David. Mientras que en Jerusalén se es-
cucharían los ejércitos marchando, en Belén sonaría la música de coros
celestes. Eso ha sido demostrado en la historia: mientras Jerusalén fue
saqueada por persas, musulmanes y cruzados, Belén pudo escapar de
las mayores destrucciones.
Miqueas hace referencia a la humillación y la exaltación del Mesías.
En su profecía mesiánica, Miqueas repite la fatal predicción de Génesis
3:1 5 sobre la Simiente que sería herida, al recordarles que “herirán con
vara en la mejilla al juez de Israel” (5:1). Eso rompía los esquemas de
exaltación que tenían los gobernantes sobre el esperado Mesías. No se
trata del opulento rey que los hebreos estaban esperando, quien los li-
braría de los odiados asirios y alejaría a los egipcios. Aquí se hace refe-
rencia a uno que sería humillado; un cuadro similar al del “Siervo su-
friente” descrito por Isaías (Isaías 53).
Por otro lado, Miqueas señala que, “aunque eres pequeña”, desde
ese pueblecito saldría el “gobernante de Israel”. En visión profética,
Miqueas señala la divinidad de Cristo al señalar hasta la eternidad para
describir el origen de Jesús (Miqueas 5:2). El humilde niño de Belén se-
ría exaltado, y apacentaría “con el poder de Jehová” (5:4). El profeta
mira más allá de Belén o del Calvario, cuando “será engrandecido has-
ta los fines de la tierra”. Miqueas describe al Hijo en el pasado, su mi-
nisterio terrenal, su obra de redención y su glorificación.

Llamado individual
El mensaje de Miqueas no se trata simplemente de señalar cómo un
pueblecito pasa de la oscuridad a un primer plano, por ser la cuna del
Salvador. Su mensaje enfatiza que todos nosotros hemos sido escogidos
con un propósito y que Dios quiere cumplirlo en nuestras vidas. El
llamado del profeta va más allá de puntos geográficos, política interna-
cional o situaciones locales. Su voz trasciende la localización geográfica
de Judá y llega hasta nuestros días.
Por un lado, Yahveh condena a Jerusalén, pues ha sido edificada con
sangre e iniquidad (3:10). El profeta les reprocha tener jueces que juz-
gan por soborno, sacerdotes que enseñan por precio y profetas que
predicen por dinero (3:11). Por otro lado, Miqueas advierte que la reli-

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gión verdadera no es el mero formalismo de traer carneros, aceite y
ofrendas al Templo de forma legalista (6:7). Esa no es la voluntad divi-
na para su pueblo; ninguno de los dos extremos.
Miqueas nos recuerda lo que Dios requiere de cada uno de nosotros.
Yahveh te habla específicamente a ti, de forma personal, para recordar-
te que “solamente” lo que él espera es que hagas justicia, ames la mise-
ricordia y camines humildemente con tu Dios (6:8). Tienes la oportuni-
dad de renovar tu pacto con el Cielo, pues él echa nuestros pecados pa-
sados en las “profundidades del mar” (7:19). Tú tienes la oportunidad
de ser parte del remanente que será salvo (2:12; 7:18), aquellos que han
sido humildes, amables y fieles.

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CAPÍTULO 8

Habacuc
Confiar en Dios cuando los “dioses”
vencen

H
ace unos veinte años que comencé a servir como pastor, y to-
davía recuerdo vívidamente una de las experiencias que mar-
có mi ministerio. Estaba estudiando la Biblia con una bonita
pareja que estaba esperando un bebé. Estaban emocionados, y habían
comprado todo lo que esa niña iba a necesitar. El bebé decidió llegar
antes de lo esperado; por ello, sus pequeños pulmones no estaban bien
desarrollados y su sistema inmunológico estaba débil. Aun así, la pe-
queña luchadora se negaba a darse por vencida, y nos sorprendía con
su manera milagrosa de recuperarse. Las oraciones estaban siendo con-
testadas, a pesar de la difícil situación. Un día fui a visitarla y me enteré
de que aquella débil criatura que había vencido tantos obstáculos había
fallecido esa mañana. La noticia me impresionó profundamente, pues
yo estaba seguro de que Dios había estado haciendo su obra para resta-
blecer a la pequeña.
El día del funeral, aquellos padres me pidieron despedir el sepelio.
Antes de salir, un familiar se acercó al estoico padre, que trataba de di-
simular lo afectado que estaba. El familiar trató de consolarlo, sugi-
riendo que Dios lo había permitido para salvar a la niña de sufrimien-
tos debidos a malas decisiones que pudiera tomar en el futuro. Esto
causó que el volcán entrase en erupción, el padre contestó furioso, con
palabras muy duras que se elevaban como ardiente lava contra el Cielo.
Pero debo admitir que él expresó lo que yo mismo sentía por dentro.

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Ese hombre, a quien tanto aprecio, tuvo el valor de cuestionar al Cielo
como yo hubiese querido hacerlo. Desde entonces, he tenido que des-
pedir a varias de esas “malditas” pequeñas cajas fúnebres. Se supone
que los padres... ¡no entierran a sus hijos! Después de haber experimen-
tado junto a mi esposa la pérdida de dos criaturas que perecieron antes
del parto y la de un bebé que fue como nuestro, ese sufrimiento se con-
vierte en algo muy real.
“¿Hasta cuándo?”, pregunta angustiado Habacuc a Yahveh, el ver-
dadero Dios. Las palabras de este profeta parecen estar llenas de indig-
nación, resentimiento y desesperación. Su eco resuena hasta nuestros
días, cuando muchos continúan preguntándose dónde está Dios cuan-
do las desgracias ocurren. Voces de duda y hasta de rencor nos susu-
rran pensamientos que nos atormentan, especialmente en los momen-
tos de crisis y dolor. Hay algunos creyentes que alegan no pasar nunca
por esas experiencias. Su fe es invariable, y la confianza en el Padre no
da lugar a la duda. Amén por ellos; pero yo no estoy en ese selecto
grupo, y me da paz saber que no estoy solo en mi fragilidad humana.
Los doce profetas menores son lo suficientemente sinceros como para
compartir algunas de esas experiencias con nosotros, que hemos pasa-
do por horas oscuras en nuestro peregrinar espiritual. Sin duda alguna,
Habacuc es el profeta que lo hace de forma más clara, casi pareciendo
irreverente para con la sensibilidad de algunos.
Habacuc tampoco se distancia en una montaña de santidad o trata
de ocultar las luchas que ha tenido en su interior. Su libro es diferente
del de los demás profetas, al llevarnos a su lugar de oración, al permi-
tirnos escuchar sus conversaciones privadas con Dios. Dios mismo le
responde, pero no con promesas de restauración política, nacional o
espiritual. Lo primero que Yahveh le asegura es que los otros “dioses”
los iban a vencer y que ¡se llevarían la gloria para sí! Esta contradicción
es difícil de entender, porque no es lo que Habacuc esperaba. Estamos
acostumbrados a que los buenos siempre ganen, al final. Pero Yahveh
asegura que los neobabilonios iban a ganar y le iban a dar la gloria a
Ea, Anu, Marduk e Istar.
Entre las contradicciones que tiene este libro, podemos observar que
Dios no pretende mantener esta conversación en secreto, sino que exige
al profeta que la haga pública (2:2). Así queda para nuestro beneficio
uno de los libros más desesperantes y esperanzadores de la Biblia he-
brea. Habacuc no es un libro donde aparecen todas las respuestas, pero
tiene algunas de las preguntas más significativas que podemos hacer-

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nos; así como promesas que nos llenan de esperanza.

Petición a Dios de juicio


La mayoría nos ponemos nerviosos si somos citados a acudir ante
un tribunal. A pesar de que los medios de comunicación presentan los
juicios como un entretenimiento y muchos se han convertido en circos
sobre la vida cotidiana, los tribunales siguen imponiendo respeto. En
nuestro diario vivir, la idea de presentarnos ante un juez, el fiscal y un
jurado no es una experiencia a la cual la mayoría se sienta animado a
aventurarse. ¡Pero Habacuc comienza su libro pidiendo precisamente
que se celebre un juicio!
Eso no debería sorprendernos, pues esa petición es bastante común
entre los salmistas, a quienes podemos escuchar en varias ocasiones es-
cribir himnos y poemas que suenan a las peticiones jurídicas de la anti-
güedad. Lo que sucede es que para aquellos que están siendo oprimi-
dos no hay nada mejor que un juicio. Los primeros versículos del libro
de Habacuc están organizados como una petición formal que podría
haberse escuchado en un tribunal del primer milenio a. C. (1:2-4). Los
demandantes son Habacuc y los justos de Judá, frente a los demanda-
dos, que son los infieles habitantes de Judá que han violado el pacto.
Dios, como Juez celestial, escucha la petición de Habacuc y procede
a responderle. Pero no lo hace de la forma en que Habacuc se esperaba.
Yahveh le asegura al profeta que él no va a ser el que ejecute el veredic-
to sobre los infieles de Judá, sino que ha de levantar a los idólatras
“caldeos” para castigar a Judá (1:6). La intervención militar de los neo-
babilonios no es cuestión de casualidad o elementos políticos que sim-
plemente convergen, como lo describirían algunos sociólogos o histo-
riadores. Yahveh demuestra quién es el Soberano del universo, el que
tiene el control de la historia.
¿Quiénes son los “caldeos”? Al abrir las ventanas a estos doce profe-
tas, no habíamos mencionado de forma significativa a Babilonia, el po-
der militar al cual Yahveh hace referencia en Habacuc capítulo uno. En
Habacuc aparece, en el escenario político, un poder que marcaría el fu-
turo de la historia de Judá. La experiencia de Judá con Babilonia esta-
blece un antes y un después en la vida espiritual, política y cultural de
los hebreos. Los castigos que sufrieron en manos de los caldeos definie-
ron la formación futura del judaísmo y purificaron la mayoría de los
elementos paganos del pueblo hebreo. Aunque se habían hecho alusio-

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nes anteriores sobre Babilonia en Isaías, Habacuc está entre los prime-
ros en señalar a los neobabilonios, de toda una serie de grandes profe-
tas que ejercerían su ministerio durante algunos de los capítulos más
oscuros de Judá (siglo VII a.C.). 1 Este es el período en el que Babilonia
estaba emergiendo de nuevo como poder absoluto en el Antiguo Cer-
cano Oriente.
Babilonia había tenido una historia de prosperidad en el segundo
milenio a.C.; en ese entonces, había sido un gran imperio bajo el mando
del famoso rey Hammurabi. Pero su poder había declinado, limitándo-
se a ser una Ciudad-Estado sin mayor influencia sobre la zona levanti-
na durante el comienzo del primer milenio. La situación había llegado
a ser tan crítica y desesperante que su rey tuvo que huir a los pantanos
del sur (cerca del actual Golfo Pérsico) durante el siglo VIII a.C. En ese
tiempo, Babilonia estuvo subyugada por los neoasirios, y es bajo esas
circunstancias que algunos de sus emisarios habían visitado al rey Eze-
quías (ver 2 Reyes 20, 2 Crónicas 32; Isaías 39). En ese entonces Isaías
condenó la actitud soberbia de Ezequías, quien evidentemente era par-
te de aquellos reyes que unían sus fuerzas en contra de Asiría. El profe-
ta advirtió al rey que las riquezas que le había mostrado a esos emisa-
rios caldeos iban a terminar en los palacios de esos “amigos”.
En el tiempo de Isaías, más de medio siglo antes que Habacuc, no
parecía tener sentido profetizar que Babilonia sería un poder mundial.
Ezequías era más poderoso que el rey de Babilonia. Pero el escenario
del mundo político del tiempo de Habacuc es diferente del de los pro-
fetas que ejercieron su ministerio durante el clímax del Imperio Neoasi-
rio (siglo VIII a.C.). En el tiempo de Habacuc, Asiria ya había declinado
y sus territorios estaban siendo invadidos por los aliados neobabilonios
y los medos. Los ejércitos dirigidos por Nabu-apla-usur, mejor conoci-
do por su nombre en griego “Nabopolasar” habían estado destruyendo
a su paso todo reino que se resistiera a sus conquistas (ver 1:6). Yahveh
anuncia: “Mirad entre las naciones, ved y asombraos, porque haré una
obra en vuestros días, que, aun cuando se os contara, no la creeríais”
(1:5). Los acontecimientos internacionales eran sorprendentes, y esta-
ban ocurriendo muy rápido.
Judá había sobrevivido solamente como un reino vasallo que forma-
ba parte de la hegemonía asiria. Se han encontrado registros arqueoló-
gicos que demuestran que el rey Manasés (hijo de Ezequías) le pagaba
tributo a Nínive. Pero al debilitarse el poder de los neoasirios por la
fragilidad de sus últimos emperadores, las crisis internas y las conquis-

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tas neobabilónicas, Judá había logrado tener años de prosperidad e in-
dependencia.
Josías (nieto de Manases) había decidido apoyar a los neobabilonios
(y los medos) tratando de impedir que los ejércitos del faraón Necao II
fueran a auxiliar a los neoasirios (2 Crónicas 35:20). Necao II mató a Jo-
sías en Megido, dejando en el poder al hijo de Josías, con el compromi-
so de serle leal (2 Crónicas 36:1-4). Es interesante señalar que en ese
tiempo el faraón era aliado del emperador neoasirio, mientras que en
tiempos de Isaías los egipcios eran enemigos de Asiria.
Pero la victoria de Babilonia contra Asiria cambió el mapa político
de las regiones levantinas. Tal y como Yahveh describiera a los ejércitos
caldeos: “Sus caballos son más ligeros que leopardos y más feroces que
lobos nocturnos” (1:8). Judá tuvo que alinearse con el emergente poder
que ahora se había impuesto sobre ellos como imperio; algo que los in-
comodaba, después de haber disfrutado de soberanía durante el reina-
do de Josías. Los inquietos habitantes de Judá se iban a rebelar e iban a
quebrantar los pactos hechos con los neobabilonios, y eso les iba a cos-
tar sangrientas invasiones, y finalmente la destrucción de su venerado
Templo. Lo peor es que Yahveh les asegura que los neobabilonios da-
rían la gloria de esas victorias a sus dioses (1:11).
Habacuc quedó espantado con la respuesta de Dios. Eso no es lo que
él se esperaba, sino todo lo contrario, pues tenía esperanza de reden-
ción. El recordaba que los profetas anteriores habían especificado cómo
Yahveh usaría a Asiria para castigar los pecados de Israel y de Judá.
Eso se había cumplido con las invasiones que había sufrido Judá y con
la desaparición de Israel del mapa. Sin embargo, los habitantes de Judá
tenían en mente el recuerdo de cuando Dios liberó a Jerusalén de Sena-
querib de forma milagrosa (2 Crónicas 32:1-21). Habacuc sabía que los
habitantes de Judá se merecían castigos nuevamente, pero no esperaba
que fueran arrasados de una manera tan extensa como la que Dios des-
cribe. ¿No habría oportunidad para otra liberación milagrosa? ¿Estaba
Yahveh siendo justo?
Así que, Habacuc sienta a Yahveh en el banquillo de los acusados.
En Habacuc 1:12 al 17 escuchamos la demanda que hace el profeta en
contra de la Deidad. ¿Por qué los otros “dioses” van a obtener la victo-
ria? ¿Se puede confiar en Yahveh, si es Marduk quien obtiene la victo-
ria? ¿Por qué ocurre esto, Dios mío? En esencia, de eso se trata la
teodicea, cuando los seres humanos tratan de explicar o comprender la
justicia de Dios. El juicio se hace contra Dios, para tratar de entender

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sus acciones (o la ausencia de ellas).

Yahveh ante el tribunal


Habacuc se coloca frente a Yahveh y le asegura: “En mi puesto de
guardia estaré, sobre la fortaleza afirmaré el pie. Velaré para ver lo que
se me dirá y qué he de responder tocante a mi queja” (2:1). Los occiden-
tales tenemos ideas distorsionadas sobre lo que es la reverencia y asu-
mimos que estas son la norma por la cual todo lo demás debe ser eva-
luado. Por ejemplo, si visitamos el Cercano Oriente, vamos a notar que
nadie puede entrar a un recinto sagrado con la cabeza descubierta; mu-
jeres y hombres deben ser reverentes cubriéndose, aunque sea con un
pañuelo. Por el contrario, en las latitudes occidentales cubrirse la cabe-
za, por parte de los hombres, usando un gorro, sombrero o boina es
considerado ofensivo e irreverente.
¿Qué podemos decir en cuanto a cómo le hablamos a Dios? Dirigirse
a Dios en el tono que lo hace Habacuc puede parecer irreverente o ina-
propiado. Pero eso es en nuestro contexto. En América, la religión cris-
tiana ha ejercido un poder totalitario y las decisiones del clero han sido
incuestionables. Aun la arquitectura de las iglesias y la organización de
los sistemas eclesiásticos acentúan la trascendencia de Dios (su supe-
rioridad y distancia). Pero Habacuc nos presenta otra dimensión de la
experiencia que Dios puede tener con sus criaturas. La inmanencia de
Dios debe ser reconocida, cuando el Creador se acerca a sus criaturas.
Algunos lectores de los profetas, que enfatizan únicamente el tipo de
experiencia que tuvo Isaías (6:1-13), pueden sentirse impresionados por
esta escena en Habacuc. Pero la teofanía que vio Isaías no es la única
revelación que tenemos del Padre Eterno. Desde el Génesis, reconoce-
mos a un Dios que forma a los seres humanos con sus manos, dialoga
con ellos, camina con sus criaturas, firma contratos con sus escogidos y
hasta pelea físicamente con los que quiere salvar. Este cuadro está lejos
de la dicotomía que quería imponer la filosofía griega, y que tanto ha
influido en el cristianismo.
Yahveh está dispuesto a ir a juicio, aunque sea sentado como acusa-
do. Eso no es nuevo para los profetas; el primer libro de la Biblia que
fue escrito, Job, nos señala el primer juicio a Dios que tenemos registra-
do. En Job la justicia de Dios fue cuestionada por el enemigo (1:6) en su
propia corte de justicia; y después los amigos de Job tratan de “defen-
derlo” representando equivocadamente al Dios del Cielo. En el juicio

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contra Job, Yahveh también es acusado como culpable en las respuestas
de los “amigos” y las de Job mismo. Hasta que Yahveh mismo se revela
desde el banquillo de los acusados, proponiendo más interrogantes que
respuestas al preguntar a Job una serie de “¿Dónde estabas tú...?” (38-
41). Yahveh no se defiende, solo apela a sus atributos.
En el caso de Habacuc, tampoco encontramos explicaciones sobre
por qué están sucediendo tragedias en Judá, ni se define por qué otras
peores han de acontecer. Yahveh le recuerda a Habacuc cómo ha sido
fiel en el pasado, con vividas alusiones al Éxodo, y señala la retribución
futura de los injustos en el “Día de Yahveh” (2:5-17). Ese día al cual tan-
to se refieren los profetas es cuando realmente vamos a conocer las res-
puestas a muchas de las preguntas que nos hemos hecho a través de
nuestras vidas.

Esos “dioses” no son de fiar


Yahveh le asegura a Habacuc que esos “dioses” que Manasés había
puesto en la casa de Jehová no son nada (2 Crónicas 33:1-9). De forma
sarcástica, Dios pregunta: “¿De qué sirve la escultura que esculpió el
que la hizo, la estatua de fundición que enseña mentira, para que el ar-
tífice confíe en su obra haciendo imágenes mudas? ¡Ay del que dice al
palo: ‘Despiértate’; y a la piedra muda: ‘Levántate’! ¿Podrán acaso en-
señar? Aunque está cubierto de oro y plata, no hay espíritu dentro de
él” (Habacuc 2:18, 19). Así corrige la percepción de Habacuc: “Tratas a
los hombres como a peces del mar, como a reptiles que no tienen due-
ño. A todos los pesca con anzuelo, los recoge con su red, los junta en
sus mallas; por lo cual se alegra y se regocija. Por eso ofrece sacrificios a
su red y quema incienso a sus mallas, porque gracias a ellas su porción
es abundante y sabrosa su comida” (1:14-16). Ni las “redes” ni las “ma-
llas” tienen poder, pues están subordinadas al único y verdadero Dios.
En las religiones del Antiguo Cercano Oriente no había espacio para
la teodicea, no se cuestiona a las deidades. Por otro lado, para los sa-
cerdotes de esas prácticas era más fácil que para los hebreos explicar las
tragedias, el dolor y la muerte. En su caso, se le adjudicaba todo lo ne-
gativo de la vida al “dios malo” o a algún poderoso demonio. La solu-
ción propuesta para las dificultades o los problemas era practicar algún
rito o alguna otra obra que pudiese satisfacer a los “dioses” buenos, o a
los malos. En esos sistemas de creencias, simplemente se explicaban los
eventos desgraciados como parte de la dinámica entre el bien y el mal.

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Pero eso es difícil de explicar en el monoteísmo bíblico, donde hay so-
lamente un Dios. Si ese Dios es omnipotente y omnisapiente, debe ser
responsable de todo lo que ocurre en el mundo.
Pero Yahveh no trata de explicarse a sí mismo ante sus criaturas. En
la mente hebrea no hay énfasis en las respuestas que buscan los occi-
dentales. En Habacuc, escuchamos a Dios haciendo recuentos de su fi-
delidad en el pasado y asegurando la victoria en el futuro. En el pre-
sente: “el justo vivirá por la fe”. Siglos más tarde, Pablo nos recuerda:
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no
se ve” (Hebreos 11:1). Hay que reconocer que el principio de la justifi-
cación por la fe es uno de los elementos más importantes que diferencia
a la religión bíblica de los cultos de los pueblos politeístas.
Los ritos que exigían los “dioses” de las naciones que rodeaban a los
hebreos enfatizaban la capacidad humana de entender, y hasta mani-
pular, el futuro sobre la base a diferentes prácticas. La salvación por
obras llegó a introducirse en la religión bíblica con el legalismo que se
fija en cada detalle de la conducta y subraya todo lo exterior, como lo
había señalado Miqueas (6:6-8). El deseo de diferenciarse basándose en
lo externo llevó a los judíos a los excesos que se observaron más ade-
lante en los días de Jesús. Elena de White dice que “el principio de que
el hombre puede salvarse por sus obras, que es el fundamento de toda
religión pagana, era ya el principio de la religión judaica”. Ella advierte
que “Satanás lo había implantado; y doquiera se lo adopte, los hombres
no tienen defensa contra el pecado” (El Deseado de todas las gentes, cap.
3, p. 26).
La salvación por obras nunca ha sido el método de salvación presen-
tado en las Escrituras. Hay muchas personas que están confundidas
con la dicotomía artificial que presentaron algunos reformadores entre
el “Antiguo Testamento” y “Nuevo” Testamento. A eso se suma el én-
fasis de discontinuidad que asumen los dispensacionalistas. Pero Ha-
bacuc demuestra que la Reforma Protestante no estaba basada en un
concepto que se originó en la Epístola a los Romanos (Romanos 1:17).
“El justo vivirá por la fe” no es una verdad neotestamentaria, fue una
revelación del Antiguo Testamento. Los que son elogiados en Hebreos
11 no tuvieron victorias por sus obras; son los héroes de la fe, y no de
las obras. Dios le asegura a Habacuc que la fe es la garantía de la salva-
ción de los justos (2:4). Ese tipo de relación con las criaturas era la ma-
yor diferencia entre el verdadero Dios y los otros “dioses”.

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Confianza en medio del desconcierto
Habacuc termina su libro con una de las composiciones de poesía
hebrea más elocuentes y hermosas de las Escrituras. Nos podemos
imaginar al profeta tocando su arpa, mirando hacia el horizonte con la
mirada “perdida”, cantando un himno de fe y esperanza en medio del
caos que está por sufrir su nación. Su llamado se centra en enfocar la
atención de sus oyentes hacia la fidelidad a Yahveh... a pesar de lo que
nos esté ocurriendo. Habacuc no recibe una fecha para el retorno de los
habitantes de Judá a la ciudad de Jerusalén, como le fue revelada a su
contemporáneo Jeremías (28:4; 29:10). No tuvo una visión del Templo
restaurado como la recibiría Ezequiel unos años después (40-48). Tam-
poco interpretó sueños que demostraran la victoria del pueblo de Dios
en el fin del mundo como Daniel, a quien posiblemente conoció como
niño en la corte de Judá. En Habacuc, aprendemos de las palabras de
Dios que no escribió, del silencio de Dios.
Yo he tenido que aprender de la lección de Habacuc. Ahora evito
tratar de contestar las preguntas para las que no tengo una respuesta
definitiva. He tenido que callar, abrazar y llorar en silencio con quienes
están pasando por horas oscuras y difíciles. Soy más paciente con los
que son atacados por la duda, y trato de no responder abruptamente a
los que parecen desafiar al Cielo. He atesorado la promesa de que
“aunque la higuera no florezca ni en las vides haya frutos, aunque falte
el producto del olivo y los labrados no den mantenimiento, aunque las
ovejas sean quitadas de la majada y no haya vacas en los corrales, con
todo, yo me alegraré en Jehová, me gozaré en el Dios de mi salvación.
Jehová, el Señor, es mi fortaleza” (3:17-19). 2
Hay historias de liberación, de victoria, sanación y fortaleza. Pero no
siempre son inmediatas o evidentes, como lo fue en el caso de Habacuc.
No siempre que oramos se sanan los enfermos, se restablecen los ma-
trimonios o regresan los “pródigos”. La realidad es que suceden even-
tos en nuestras vidas, como consecuencia de vivir en un mundo corroí-
do por el pecado; otras veces, por decisiones equivocadas que toma-
mos. Hay ocasiones en las que Satanás participa activamente, mientras
que en otros momentos Dios interviene de forma directa. En nuestra
frágil humanidad se nos hace difícil distinguir entre ellas, y es arries-
gado tratar de señalar de forma “segura” lo que no nos ha sido revela-
do. 3
Eso no significa que vamos a pasarnos la vida tristes y deprimidos.
Se nos advierte que “muchos pasan largos años en las tinieblas y la du-
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da, debido a que no se sienten como quieren. Pero el sentimiento no
tiene nada que ver con la fe” (Nuestra elevada vocación, p. 121). Debemos
recordar que el justo vivirá por la fe y que nos debemos alegrar en el
Señor en medio de todas las circunstancias. En esos momentos difíciles,
debemos mirar al Calvario en búsqueda de esperanza. Elena de White
cita frecuentemente un texto que fue clave en el movimiento millerita:
“Aunque la visión tarda en cumplirse, se cumplirá a su tiempo, no fa-
llará. Aunque tarde, espérala, porque sin duda vendrá, no tardará”
(Habacuc 2:3). Ella añade: “La fe que fortaleció a Habacuc y a todos los
santos y justos de aquellos tiempos de prueba intensa, era la misma fe
que sostiene al pueblo de Dios hoy. En las horas sombrías, en las cir-
cunstancias más amedrentadoras, el creyente puede afirmar su alma en
la fuente de toda luz y poder” (Profetas y reyes, cap. 32, p. 285). Miremos
al pasado, y contemplemos hacia el futuro para tener paz y confiar en
el verdadero Dios en un mundo de contradicciones.

1 Es complicado datar a Habacuc de forma precisa porque no hace referencia directa a


cuándo se produjo su profecía en relación a los eventos que estaban por acontecer. Es
probable que haya sido en la última parte del siglo VII a.C. (ver Profetas y reyes, cap. 32,
p. 284). De ser así, es posible que le hayan precedido Sofonías y Nahúm. Es seguro que
pertenece a este período crítico en la historia hebrea en la que tenemos tantos profetas
importantes, en esa época tenemos a Jeremías profetizando en Judá. Dos de sus con-
temporáneos fueron Ezequiel y Daniel, que vivían exiliados en tierras lejanas.
2 Un libro muy estimulante sobre el tema de la fe y cómo entender a ateos y agnósticos

fue escrito por Ruth Tucker, Walking Away from Faith: Unraveling the Mystery of Belief &
Unbelief (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2002).
3 No podemos limitarnos a la inadecuada respuesta de Harold Kushner en Cuando a la

gente buena le pasan cosas malas (Nueva York: Vintage, 2006). Kushner tuvo que ver su-
frir a su pequeño niño que luchaba contra una enfermedad terminal y concluyó que
Dios está limitado en este mundo de dolor. Sin embargo, eso no es lo que podemos
aprender del libro de Habacuc.

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CAPÍTULO 9

Sofonías y Nahúm
Maldiciendo a los que
fueron bendecidos

¿P odemos confiar en alguien que cambia aquello que nos había pro-
metido? ¿Y si fuera Dios? ¿Hay profecías que no se han cumplido
en la Biblia? ¿Cuán absoluta es la bendición o la maldición divina?
¿Qué papel tiene la condicionalidad en las profecías bíblicas? ¿Cuán con-
fiables son los juicios de Dios?
Muchas personas se han confundido al leer los textos de los profetas sin
usar los principios de interpretación adecuados. Eso ha llevado a unos a
aplicaciones equivocadas de textos bíblicos, y a otros a perder su confianza
de forma definitiva en el don profético. Lo cierto es que algunos pasajes de
las Escrituras parecen totalmente contradictorios. Hay textos que parecen
enfatizar la condicionalidad de las profecías y que han sido interpretados
como universalistas, mientras que otros pasajes parecen ser nacionalistas y
subrayan la soberanía divina.
¿Por qué Yahveh maldice a los que una vez bendijo? Las naciones que
rodeaban a Judá ¿eran su campo misionero o enemigos que tenían que ser
erradicados? ¿Son las promesas a la nación de Israel irrevocables? ¿Qué les
sucederá a las demás naciones en el “Día de Yahveh”?
Los profetas hebreos tienen como tema recurrente el “Día de Yahveh”,
para aludir a la liberación de los justos y la retribución de los desobedien-
tes. Los profetas usaban esa expresión para ciertos acontecimientos políti-
cos e históricos que estaban en el cercano futuro, a la vez que aludían al
día escatológico en el que Dios va a restaurar la tierra. Al igual que Jesús
en el sermón profético (Mateo 24,25) donde se refirió al acontecimiento
cercano de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. como el “Día de
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Yahveh” y que servía como un tipo de su Segunda Venida. Sofonías y
Nahúm hacen algo similar, son dos de nuestros amigos entre los doce pro-
fetas menores que describen de forma gráfica ese día deseado y también
temido. Las amenazas proféticas son dirigidas hacia las naciones que ro-
dean a Judá, pero también se hacen en contra de los herederos del pacto.
Se pueden escuchar las palabras de Sofonías: “Calla en la presencia de
Jehová, el Señor, porque el día de Jehová está cercano” (1:7). En un relati-
vismo que se parece al de nuestros días, los habitantes de Judá no creían
que Dios realmente cumpliría sus advertencias o promesas, y habían lle-
gado a la conclusión de que “Jehová ni hará bien ni hará mal” (1:12).
Sin embargo, el Señor les quiere dejar claro quién gobierna sobre las na-
ciones y es el Soberano del universo. Vamos a abrir algunas ventanas a la
historia y la localización geopolítica de las naciones referidas en estos pro-
fetas para poder entenderlos en el siglo XXI, a muchos kilómetros de dis-
tancia de donde escribieron originalmente. Antes de hacer interpretaciones
creativas y aplicaciones alegóricas, hay que usar principios de interpreta-
ción que sean coherentes con la Escritura. En este aspecto, debemos reco-
nocer la diferencia entre la profecía “clásica” (“general”) y la “apocalípti-
ca”. Son dos tipos de literatura sagrada y deben ser estudiados de forma
pertinente. 1 En el Antiguo Testamento, Daniel es el principal exponente
de la profecía apocalíptica y está fuera de los límites de este estudio. Pero
los doce profetas menores son, en su mayoría, profecía clásica y su interés
principal era nacional y étnico. Eso contrasta con la profecía apocalíptica,
que es universal e incondicional. Vamos a tratar de contestar algunas pre-
guntas sobre las profecías de Sofonías y Nahúm, para entender los princi-
pios de interpretación profética a los que hemos aludido en páginas ante-
riores, y el mensaje sobre el “Día de Yahveh”.

Cuándo comenzaron a maldecir


Hasta ahora hemos ido conociendo a la mitad de los doce profetas
“menores”; que han demostrado ser “mayores” en cuanto al impacto que
tuvieron en su época y la herencia que nos han dejado a generaciones futu-
ras. El primero de ellos fue Jonás, quien ejerció su ministerio posiblemente
entre el 800 y el 750 a.C. Las realidades sociopolíticas en el Antiguo Cer-
cano Oriente eran muy diferentes en el tiempo de Jonás de la situación que
les tocó vivir a Sofonías y a Nahúm. Egipto ya no era gobernada por los
poderosos faraones etíopes de la dinastía XXV que habían desafiado a Asi-
ria por controlar la zona levantina (Nahúm 3:9; cf. 2 Reyes 19:9, Isaías 37:9).
Según Nahúm, Asurbanipal II ya había destruido a Tebas (No-Amón) en el
año 663 a.C. y había echado a esos invasores del sur, restaurando la dinas-

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tía local, que ahora eran aliados de Asiria (Nahúm 3:8; cf. 2 Reyes 23:29). 2
Asiria no estaba en crisis política como en el tiempo de Jonás, ni en ascenso
como en el tiempo de Miqueas e Isaías (finales del siglo VIII a.C.). En la
época de Sofonías y Nahúm, Asiria estaba en su clímax de poder y exten-
sión imperial. Sus posesiones se extendían desde parte de lo que conoce-
mos hoy como Irán en el este, hasta parte de la moderna Turquía en el oes-
te y ocupando Egipto en el sur.
Nahúm, aproximadamente en el año 650 a.C., nos relata el resto de la
historia que Jonás nos dejó inconclusa aproximadamente un siglo antes.
Recordamos que los temores de Jonás se habían materializado y Asiria ha-
bía atacado a su nación, deportando a la mayoría de las diez tribus del nor-
te y erradicando al reino de Israel del mapa para siempre. 3 Las promesas
de bendición que les habían sido dadas a estos descendientes de Abraham
eran condicionales, y desaparecieron de las páginas de la historia al sufrir
las maldiciones anunciadas por Oseas y Amós. Habían quebrantado el
pacto y sufrieron las consecuencias de su infidelidad. Judá hubiese expe-
rimentado las mismas consecuencias, de no haber sido por la gracia divina
y la humillación del pueblo. Ezequías formaba parte de los reyes rebeldes
que desafiaron a Asiria. Pero se humilló, y promovió un reavivamiento y
una reforma en Jerusalén. La condicionalidad de las bendiciones y las
maldiciones son evidentes en la experiencia de Jerusalén en el tiempo de
Ezequías, mientras ejercían su ministerio Isaías y Miqueas (ver 2 Crónicas
32:26; 2 Reyes 20:16-19).
La situación social y religiosa en Judá se había deteriorado horrible-
mente después de la muerte del rey Ezequías. Sofonías hace referencia a
ese célebre monarca y su bisnieto Josías, pero no menciona ni a Manasés ni
a Amón, que fueron reyes infieles entre los reinados de esos gobernantes
(1:1). Manasés, a quien Ezequías engendró durante los años que le fueron
añadidos, a pedido suyo, fue el peor de los reyes que tuvo Judá en toda su
historia. Su largo reinado de medio siglo estableció un rumbo nefasto en la
nación, del cual fue imposible recuperarse (2 Crónicas 33:1-11; cf. Profetas y
reyes, cap. 32, p. 281). Aunque Manasés se llegó a arrepentir de sus pecados
y trató de girar el timón espiritual de la nación (2 Crónicas 12-16), la vio-
lencia, la promiscuidad, la degeneración y la lujuria que dominaban la so-
ciedad de Judá demostraban que habían perdido su brújula moral del to-
do.
Ese cuadro de anarquía espiritual me hace recordar una tarde que me
llevaron a caminar por la orilla de la playa, en una de las grandes metrópo-
lis de América. Esa ciudad es conocida por las mismas características que
Sofonías denuncia en Jerusalén. Esta había sido un epicentro de violencia
extrema dos décadas atrás por “razones” raciales, lo cual había costado mi-

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llones de dólares en pérdidas y varias vidas. Al caminar de la mano de mi
esposa y mi hija, quedamos impresionados por la forma abierta en que se
vendía la droga, por la vestimenta de la gente y lo natural que era para
muchos llevar un estilo de vida que es condenado por la Biblia. El fuerte
olor a incienso no venía de altares a Baal, sino de los centros médicos don-
de se vende la marihuana de forma legal para aquellos que “la necesitan”.
Mi visita fue en un lugar público y a la luz del día; no me quiero imaginar
cómo eran las noches en esos barrios o en esas violentas calles.
Casi me puedo imaginar a Sofonías en una de las esquinas de la plaza
predicando: “¡Cercano está el día grande de Jehová! ¡Cercano, muy próxi-
mo! Amargo será el clamor del día de Jehová; hasta el valiente allí gritará.
Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de aso-
lamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebreci-
miento” (1:14,15). O tal vez a su contemporáneo Nahúm, advirtiendo:
“¿Quién puede resistir su ira? ¿Quién quedará en pie ante el ardor de su
enojo? Su ira se derrama como fuego y ante él se quiebran las peñas” (1:6).
Mi corazón se angustiaba, porque para mí no era una escena de repugnan-
cia, sino de compasión y necesidad. Ese era un vivo cuadro de un campo
misionero donde me preguntaba: “¿Y cómo oirán sin haber quien les pre-
dique?” (Romanos 10:14). Aunque estaba estudiando a estos profetas, yo
no tuve el valor de ponerme a predicar y hacer un llamado al arrepenti-
miento.
Citando a Sofonías, se nos recuerda que “era necesario despertar a los
hombres y hacerles sentir su peligro, para inducirlos a que se preparasen
para los solemnes acontecimientos relacionados con el fin del tiempo de
gracia” (El conflicto de los siglos, cap. 18, p. 355). Estos valientes profetas
fueron llamados a ejercer su ministerio en tiempos peligrosos. Ellos tenían
el vivo recuerdo del fiel Isaías, que había sido martirizado por predicar sus
mensajes de juicio unas décadas antes, como muchos otros que fueron ex-
terminados por Manasés. Pero aun así se arriesgaron a proclamar profecías
de destrucción, que no solo se referían a las naciones vecinas sino además
al mismo Judá.
“El testimonio que ellos daban a favor de la verdad y la justicia des-
pertó la ira de Manasés” que lanzó campañas de exterminio de los fieles
(Profetas y reyes, cap. 32, p. 281; cf. 2 Reyes 21:1 6). Eso no quiere decir que
no hubiera profetas durante los 55 años del reinado de Manasés; aunque
tal vez hubo silencio durante algunas décadas. El cronista nos asegura que:
“Los demás hechos de Manasés, su oración a su Dios y las palabras de los
videntes que le hablaron en nombre de Jehová, el Dios de Israel, están es-
critos en las actas de los reyes de Israel” (2 Crónicas 33:18). No me cabe
duda de que aquí el cronista se está refiriendo a Sofonías y a Nahúm, junto

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a algunos pocos que estuvieron dispuestos a mantenerse firmes en mo-
mentos en que no era popular denunciar los males espirituales de la na-
ción. Algunos de los momentos más críticos de Judá se vivieron entre los
años 660 y 612 a.C. Cuando comprendemos lo oscura que era la noche por
la cual estaba pasando Judá, entonces podemos apreciar la luz de aquellos
valientes que estuvieron dispuestos a proclamar la “Palabra del Señor”.
Las ventanas que hemos abierto nos permiten contemplar cuándo co-
menzaron a pronunciar sus aterradoras maldiciones estos hombres, hacia
dónde estaban dirigidas y el porqué de su tono. Sin embargo, debemos
analizar más profundamente las razones por las cuales las bendiciones que
habían sido pronunciadas sobre Nínive y Jerusalén son convertidas en
maldiciones. La experiencia de esas ciudades nos ayuda a entender cómo
interactúan la soberanía y la condicionalidad divinas en la profecía. 4 ¿Por
qué se convirtieron las canciones de alabanza en violentos juicios?
Las Escrituras hebreas no presentan a Yahveh como un “dios nacional”
que solamente se interesaba por los israelitas. A diferencia de otros pue-
blos que trazan su origen a un mítico pasado en el cual ellos son el centro
exclusivo de todo, Israel es presentado como un vehículo por el cual serían
bendecidas todas las naciones (Génesis 12:1-3). Yahveh, y no Israel, es el
originador de todos los pueblos de la tierra y es Soberano sobre ellos, ca-
paz de conocer el futuro (Isaías 46:10; cf. Salmo 96:10). Son muchos los rela-
tos y profecías que demuestran que la nación hebrea no era etnocentrista y
que Yahveh estaba interesado en personas de diferentes orígenes.
El pueblo asirio y el egipcio llegaron a ser llamados “instrumentos di-
vinos”; algunos personajes de esas naciones son protagonistas en los pla-
nes del Cielo. Esos imperios fueron elogiados encarecidamente por Yahveh
como suyos (Isaías 19:25). El interés de Yahveh por Asiria fue la razón que
envió al reticente evangelista Jonás para que se salvaran.
Aunque Jonás dio un mensaje a Nínive, en el cual no ofrecía condicio-
nalidad o posibilidades de cambio (3:4), solo anunciaba la devastación de
la ciudad en cuarenta días. Pero los ninivitas se libraron de la destrucción a
principios del siglo VIII a.C., al arrepentirse (Jonás 3:5-10). Ese mensaje de
destrucción no es una “profecía no cumplida” o que sugiere bipolaridad
divina. “Dios les había enviado a Jonás con un mensaje de amonestación, y
durante un tiempo [los ninivitas] se humillaron delante de Jehová de los
ejércitos, y procuraron su perdón” (Profetas y reyes, cap. 30, p. 268). Sin em-
bargo, el pueblo asirio se volvió a sus dioses falsos y desafiaron al Dios
verdadero. Así como lo anunciaran nuestros amigos los profetas, Asiria su-
frió las consecuencias de su iniquidad casi dos siglos más tarde.
La maldición y los juicios de Dios fueron ejecutados por el de nuevo
emergente poder neobabilonio. Nabu-apla-usur derrotó a los neoasirios en

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varias batallas importantes. Él decidió aliarse con los medos para conquis-
tar la impenetrable ciudad de Nínive. La crónica neobabilónica de la caída
de Nínive describe cómo sitiaron la ciudad en mayo del 612 a.C. Se nos re-
lata sobre el ingenioso desvío de las aguas del río Éufrates para inundar la
ciudad (cf. Nahúm 2:6) después de tres meses de sitio. El saqueo de la ciu-
dad duró hasta agosto y fue desolador (2:9; 3:12-15). La ayuda de los egip-
cios no llegó a tiempo para impedir que se cumplieran las profecías contra
esa orgullosa ciudad que era conocida por su violencia. 5 Nahúm había
descrito a Nínive: “¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, toda llena de mentira y
de pillaje! ¡Tu rapiña no tiene fin!” (3:1). La ciudad que una vez se había
arrepentido y que había sido un ejemplo de éxito de evangelización ahora
sufría por los pecados condenados por el profeta.
Sofonías menciona otras naciones vecinas de Judá que también expe-
rimentarían las consecuencias de no haberse arrepentido. La Biblia no nos
describe a todos los profetas que existieron, ni las diferentes formas en que
Yahveh se dirigió a los otros reinos que rodeaban a Israel; pero hay sufi-
ciente información como para ver el interés divino en esas naciones (ver
Romanos 1, 2). Sofonías menciona profecías contra varias de las ciudades
filisteas de la pentápolis que se encontraba en la costa del Mediterráneo
(2:4-7). Los nombres de Gaza, Ascalón y Ecrón son reconocibles por las ex-
periencias del tiempo de los jueces y la monarquía hebrea temprana (ver 1
Samuel 6:17; 7:14; 17:52; etc.). Estos se describen como desoladas y destrui-
das totalmente “hasta que no quede morador” (Sofonías 2:5).
Después de haber enjuiciado a las naciones al oeste se dirige al este, al
otro lado del Jordán. Sofonías la emprende contra Moab y Amón, hasta el
punto de comparar su perpetua desolación con la que sufrió Sodoma y
Gomorra (2:8, 9). Para ilustrar que no se pueden tener lecturas literalistas
de la profecía clásica, podemos notar que Jeremías da a entender que re-
gresarían cautivos de Moab y Amón (Jeremías 48:47; 49:6). Se ha usado la
arqueología en muchas ocasiones para “probar” la Biblia, al mostrar fotos
de las ruinas de algunas de esas ciudades que no han sido reconstruidas
totalmente hoy (Nínive, Babilonia, Tiro, etc.). Sin embargo, si buscamos
todas las ciudades que han sido condenadas con un lenguaje similarmente
fuerte, nos encontraríamos sorpresas.
Amán, capital de los amonitas, es una ciudad tan próspera que es la ca-
pital del Reino Hachemita de Jordania en el siglo XXI. Gaza no solo está
poblada, sino superpoblada, con más de un millón y medio de habitantes
que coexisten en 360 km2. En la antigua capital moabita hay una ciudad
muy próspera (Karak) que conserva un imponente castillo de la época me-
dieval, lo que demuestra que no quedó como Sodoma. Ascalón es un par-
que nacional, pero tiene ruinas de períodos posteriores al de su destruc-

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ción por los neobabilonios. Ecrón es de la única que no queda básicamente
nada; actualmente es una plantación agrícola. Evidentemente, no se pue-
den seleccionar a conveniencia unas en vez de otras, se debe explicar el fe-
nómeno de forma diferente. Por otro lado, Richard Davidson nos recuerda
que “aun si edificios, o hasta ciudades, son erigidas en este lugar, esto no
necesariamente disminuye la certeza de la predicción, ya que las ciudades
antiguas con su cultura y civilización, han desaparecido para siempre”. 6
Todas las ciudades mencionadas, incluyendo Jerusalén, sufrieron la des-
trucción del “Día de Yahveh” durante las invasiones neobabilónicas. La
arqueología muéstrala intervención de los caldeos y lo devastadoras que
fueron esas destrucciones tal y como
lo habían anunciado los profetas, quienes acentuaban sus profecías
con connotaciones del “Día de Yahveh” al final del tiempo. 7
Esas naciones fueron bendecidas de muchas formas durante siglos y
tuvieron oportunidades de arrepentirse, pero no lo hicieron, al igual que
Judá. Dios no se contradice, y aunque había pronunciado bendiciones so-
bre Jerusalén, su pacto estaba condicionado a su obediencia. Jerusalén ha-
bía recibido mensajes de advertencia por sus pecados e injusticias desde
los días de Amós. La ciudad no recibió su merecido castigo en el tiempo de
Isaías por la gracia divina, ya que Ezequías se humilló de corazón. Aunque
los asirios habían atacado a Judá en el siglo VIII a.C., Dios los había libera-
do milagrosamente (2 Crónicas 32:1-21).
Pero esa liberación fue condicional, Sofonías se queja porque en Jeru-
salén se había reiniciado el culto de Baal, había sacerdotes idólatras, se
postraban en las azoteas ante el ejército de los cielos y juraban por Jehová,
y al mismo tiempo juraban por Moloc (1:4,5). El “Día de Yahveh” sería de
liberación para los oprimidos por las injusticias y de retribución para los
infieles. Ahora no se está haciendo referencia a otras naciones, Sofonías
sentencia que “extenderé mi mano contra Judá y contra todos los habi-
tantes de Jerusalén” (1:4). Ellos vivieron la crueldad de la invasión de los
neobabilonios, que fue traumática y devastadora, pero se hubiesen librado
si se hubiesen humillado también. Jeremías “les rogó que se sometiesen al
rey de Babilonia por el plazo que el Señor había especificado. Citó a los
hombres de Judá las profecías de Oseas, Habacuc, Sofonías y otros cuyos
mensajes de amonestación habían sido similares a los propios” (Profetas y
reyes, cap. 36, p. 327, 328). Pero ellos no lo escucharon, y hoy podemos ver
evidencias de la totalidad de la destrucción.
La actitud de esos profetas era de suplicantes y misericordiosos llama-
dos al arrepentimiento. Casi se puede sentir la angustia en la voz de Sofo-
nías mientras ruega: “Buscad a Jehová todos los humildes de la tierra, los
que pusisteis por obra su juicio; buscad justicia, buscad mansedumbre;

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quizá seréis guardados en el día del enojo de Jehová” (2:3). En esos inten-
tos de motivarlos al arrepentimiento, los profetas hacen frecuentes referen-
cias a un “remanente” que será purificado en medio de las dificultades y
recibirá las bendiciones eternas. Ese remanente no es salvado por sus bue-
nas obras, sino por gracia, como en el caso de los ninivitas y los habitantes
de Judá del tiempo de Ezequías. Solo la actitud de arrepentimiento es el
determinante para gozar de bendición o sufrir maldición. “En la historia
del Antiguo Testamento, la justicia nunca era un prerrequisito para la libe-
ración. La necesidad era la única condición”. 8 Si aceptamos la gracia, po-
demos revertir la condenación para gozar de liberación.

Las bendiciones y las maldiciones hoy


Esta breve introducción a los principios de cómo se deben entender las
profecías clásicas muestra su condicionalidad. Es muy importante enten-
der su contexto histórico y político, para comprender mejor su aplicación y
evitar interpretaciones creativas. Ser alegóricos ni “literalistas” es acepta-
ble en la interpretación bíblica, solo leer de forma literal con información
histórica y gramatical. Hay que comprender que la intención principal de
los profetas era nacional y respondía a las realidades de sus contemporá-
neos. El interés de Dios por todas las naciones ha estado siempre en su co-
razón, y desea que haya salvos de toda nación, tribu, lengua y pueblo. La
condicionalidad de esas promesas y condenas no deben ser olvidadas. Eso
se aplica a los pueblos vecinos y a sus descendientes, y también a los he-
breos, con sus descendientes judíos en el siglo XXI. 9 Las aplicaciones tipo-
lógicas de estas profecías deben ser guiadas por la misma Palabra de Dios
que llega hasta nuestros días
Alguien que continuó profetizando después de Sofonías y Nahúm nos
puede clarificar el dilema que sugiere esta contradicción; es decir, cuando
Dios maldice a los que antes había bendecido. Su nombre es Jeremías, y ci-
ta a Yahveh diciendo: “En un instante hablaré contra naciones y contra
reinos, para arrancar, derribar y destruir. Pero si esas naciones se con-
vierten de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que
había pensado hacerles, y en un instante hablaré de esas naciones y de esos
reinos, para edificar y para plantar. Pero si hacen lo malo delante de mis
ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado
hacerles” (18:7-10). La conversión de los seres humanos es lo que establece
la diferencia, no un decreto totalitario.
No debemos dejar de anunciar la cercanía del “Día de Yahveh”; en
nuestro caso, ya vemos el cumplimiento de profecías apocalípticas que tie-
nen un alcance mundial e irrevocable. “Ante la perspectiva de aquel día, la

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Palabra de Dios exhorta a su pueblo del modo más solemne y expresivo a
que despierte de su letargo espiritual, y a que busque su faz con arrepen-
timiento y humillación” (El conflicto de los siglos, cap. 18, p. 356). Los habi-
tantes de Judá no quisieron escuchar, y sufrieron la destrucción de Jerusa-
lén y su estimado Templo en el año 586 a.C. Dios salvó a un remanente
que regresaría para recibir las bendiciones prometidas. Hoy, Dios quiere
que la maldición que merecen nuestros actos se convierta en una bendición
si aceptamos su gracia.

Referencias
1 Los trabajos de Kenneth Strand son fundamentales en el estudio de las profecías “clá-
sicas” y “apocalípticas”. Tuve la oportunidad de leer sus manuscritos en el Centro Whi-
te de la Universidad Andrews. Esos documentos fueron parcialmente publicados en
“Foundational Principles of Interpretation”, Symposium on Revelation: Introductory and
Exegetical Studies—Book I Daniel and Revelation Committee Series, vol. 6; ed. Frank B.
Holbrook (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 1992), pp. 11-22. Por otro lado,
mi deuda mayor es con Richard Davidson, quien explicó detalladamente esos concep-
tos en sus clases sobre los profetas y escatología que dicta en el Seminario Teológico
Adventista de la Universidad Andrews. Davidson ha publicado el resumen de sus in-
vestigaciones en “Interpreting Old Testament Prophecy”, Understanding Scripture: An
Adventist Approach, Biblical Research Institute Studies, volumen 1; ed. George Reid (Sil-
ver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2006), pp. 183-204.
2 Algunos han debatido la identificación de No-Amón con Tebas por las variantes en la

Septuaginta y la Vulgata, sin embargo la evidencia del topónimo en el texto hebreo


apunta a Tebas. Ver John Huddlestun, “Nahum, Niniveh, and the Nile: The Descrip-
tion of Thebes in Nahum 3:8-9”, en Journal of Near Eastern Studies, 62:2 (abril de 2003),
pp. 97-110.
3 Desde hace siglos se han tratado de identificar las “tribus perdidas” e n diferentes lu-

gares geográficos, desde el Lejano Oriente, el Oriente Medio (zona de Afganistán) hasta
África (tan lejos como Zimbabue en el sur). Algunos occidentales han sugerido que las
tribus llegaron hasta las islas británicas (para justificar su imperialismo como herencia
de Dios) mientras que otros las localizaron en el Nuevo Mundo (como Joseph Smith y
sus fantasiosas sugerencias sobre las tribus en Meso-américa). Por otro lado, se han po-
dido encontrar nombres yahvistas en registros asirios de Mesopotamia y arqueológi-
camente se pueden hacer sugerencias que tienen sentido. Las evidencias apuntan a que
esas tribus fueron dispersas dentro del Imperio Asirio y no se “perdieron” de la forma
en que algunos han sugerido. Eso es lo que explica Elena G. de White cuando señala
que los asirios “dispersaron las diez tribus entre las muchas provincias del reino asirio”
(Profetas y reyes, cap. 30, p. 260; cf. Ibíd., p. 283).
4 Una experiencia similar a la de los amorreos según Génesis 15:16 (cf. Éxodo 12:41;

13:5; Deuteronomio 7:1 -5; Josué 3:10; 6:1 7-19).


5 Necao II llegó después para asistir a los asirios que se defendían desde Harán. Josías

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trató de impedir que los egipcios llegaran a atacar a los neobabilonios, y su impruden-
cia le costó la vida.
6 Richard Davidson, “Biblical Principles for Interpreting Old Testament Classical Prop-

hecy”, presentación en un Retiro de Ministros en Michigan en otoño de 2006, p. 19.


7 Algunos eruditos han tratado de negar el impacto de las invasiones neobabilónicas y

lo llaman el “mito de tierra vacía. Un estudio cabal que analiza esos argumentos sobre
bases arqueológicas fue escrito por Efraín Velázquez II, “The Persian Period and the
Origins of Israel: Beyond the “Myths” en Critical Issues in Early Israelite History” (ed.
Richard Hess, Gerald Klingbeil, and Paul Ray Jr.; BBRSup 3; Winona Lake, IN: Eisen-
brauns, 2008).
8 Jon Dybdahl, A Strange Place for Grace: Discovering a Loving God in the Old Testament

(Pacific Press, 2006), p. 38.


9 Las profecías clásicas que se hicieron al Israel político y fueron cumplidas tipológica-

mente en Jesús quien es el Israel antitípico junto a su pueblo que incluye todas las et-
nias.

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CAPÍTULO 10

Hageo
Las prioridades para el final

¿C uáles son tus principales necesidades? ¿Son estas tus priorida-


des? Agua, comida y un techo donde resguardarse son necesi-
dades básicas para todo ser humano. Se asume que estas deben
ser satisfechas antes de poder ocuparnos de otras. Eso ha llevado a algu-
nas personas a argumentar que no podemos satisfacer totalmente nuestras
necesidades espirituales si las necesidades “básicas” no han sido cubiertas.
Por ello, la mayoría cree que debemos cubrir las necesidades físicas de las
personas antes que las espirituales. De forma redundante, podríamos con-
cluir que esas “prioridades” deben ocupar el primer lugar. Esa presuposi-
ción ha influido en las últimas décadas sobre la política gubernamental,
los sistemas educativos, los programas de desarrollo, y de forma especial
en el mundo de los negocios. Durante el siglo XX se realizaron cientos de
investigaciones con el objetivo de ser exactos y precisos sobre lo que la
gente quiere. Muchas compañías invierten millones de dólares en estudios
de necesidad, para determinar cómo satisfacer lo que las personas no tie-
nen. Algunos de esos estudios son útiles para las iglesias, en su búsqueda
de ser relevantes e impactar a las comunidades en las que sirven.
Los argumentos sobre un orden para las prioridades humanas son ló-
gicos y están apoyados por cientos de investigaciones que se populari-
zaron después de 1940. El responsable principal de originar esa tendencia
fue Abraham Maslow, un psicólogo estadounidense que reaccionó en su
tiempo a los excesos del determinismo que sugerían las teorías freudianas
sobre la conducta. Maslow realizó un estudio sobre la vida de personas de
éxito que cumplían con el estándar de autorrealización. Con los resultados
de sus estudios, Maslow preparó una pirámide donde establecía la jerar-

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quía de las necesidades humanas. 1 Según Maslow, la base de nuestras ne-
cesidades son las fisiológicas, tales como respiración, alimentación, des-
canso y sexo. En segundo lugar está la necesidad de seguridad, después la
de afiliación, le sigue la necesidad de reconocimiento y, en último lugar, la
de autorrealización. Maslow no incluyó la etiqueta de “necesidades espiri-
tuales”, pero es en la punta de la pirámide donde algunos las han ubicado.
La presuposición es que debemos satisfacer las necesidades “básicas” an-
tes de llegar a las necesidades más “abstractas”. Esa teoría se ha aplicado a
los negocios para poder vender, también a la educación para promover
mejoras en planteles escolares, y ha llegado a la literatura cristiana, hasta
el punto de aceptarse casi como una ley incuestionable. 2
Pero uno de nuestros doce profetas contradice estas presuposiciones. Su
predicación sugiere que esas “prioridades” se deben dejar para el final.
Evidentemente, 2.500 años antes de Maslow ya había personas que estaban
aplicando esos principios de la “pirámide” de necesidades. Para el rema-
nente que regresó del exilio neobabilónico junto a aquellos que habían
quedado en las montañas de Judá, los principios de supervivencia que ob-
serva y categoriza Maslow eran un hecho. Hageo profetizó a ese grupo que
vivía en lo que había sido el reino de Judá y ahora eran una colonia bajo el
Imperio Persa. El profeta cuestiona las prioridades de los que se suponía
que iban a recibir las bendiciones divinas. El Templo, que había sido el co-
razón del pueblo hebreo, estaba en ruinas, mientras que la gente estaba
ocupada sembrando para proveer para sus familias y construyendo casas
para albergarse (1:4-6) en ellas. Una lectura del libro sugeriría que ellos
eran buenos discípulos de Maslow, ya que se centraron en las necesidades
“básicas” y dejaron el Templo para más tarde. Hageo proclama un mensaje
contradictorio, asegurando que lo primero debe ser lo último, y que lo que
se estaba dejando para lo último, debería ser lo primero.

Lo que llevamos con nosotros


Nunca he estado en una situación desesperada de supervivencia, pero
una de las experiencias más traumáticas para mí, fue precisamente lo vi-
vido durante el huracán Katrina. En Nueva Orleans, junto a mi padre, tu-
vimos que tomar decisiones sobre cuáles eran nuestras prioridades, a la
hora de salir de la asolada ciudad. En el hospital donde estábamos refu-
giados, nos encontrábamos un pequeño grupo de hispanos que nos con-
vertimos en familia en cuestión de horas. Entre ellos, había tres personas
que habían entrado en los Estados Unidos de forma no convencional y no
tenían documentos oficiales; además de cuatro familiares de enfermos
que estaban en el hospital. Como teníamos un espacio limitado en el mi-

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crobús que era propiedad de mi padre y solo había otro automóvil dispo-
nible, teníamos que tomar decisiones sobre qué íbamos a necesitar. Lo
primero que quedó claro es que no íbamos a dejar a nadie allí por llevar-
nos el equipaje, pues las personas eran más importantes que las posesio-
nes materiales. Pero había que decidir qué íbamos a llevar con nosotros,
nuestras prioridades. Los que teníamos familiares en el hospital, había-
mos equipado nuestros apartamentos hacía pocas semanas con todo lo
necesario para vivir un año en ese lugar, así que teníamos que escoger
qué nos llevábamos.
¿Qué era indispensable y qué se podía quedar? Nos parecía una eter-
nidad caminar hasta donde estaba el apartamento y cargar con aquello
que considerábamos esencial. Era una sensación muy rara; algo que uno
solo ve en las películas y parece surrealista. Atrás quedaron hornos mi-
croondas y otros enseres eléctricos de cocina, vajillas, televisores, lám-
paras, ropa de cama y decoraciones. Lo importante era llevar agua, comi-
da, medicamentos y, por supuesto, mi computadora. Habíamos llevado
nuestras Biblias al refugio, donde habían sido nuestra fuente de fortaleza
y esperanza. El alimento espiritual estaba a la cabeza de la lista de prio-
ridades. Así nos lanzamos los nueve refugiados por calles fantasmales y
semitransitables, siguiendo las instrucciones de los soldados que nos es-
coltaban hasta la puerta de no detenernos por ninguna razón en el ca-
mino, debido a lo peligrosa que era la situación en esa jungla de cemento
(y agua). En la ciudad reinaba la anarquía, con gente armada saqueando
todo a su paso y buscando satisfacer sus necesidades básicas. Aquellos
fueron días intensos, en los que se puso en evidencia la importancia de las
prioridades, pues es en la prosperidad o en la necesidad donde revelamos
quiénes somos realmente.
Al abrir nuestra ventana hacia más de dos milenios atrás, pregunté-
monos: ¿Qué habrían llevado consigo aquellos que salieron de Babilonia
para regresar a Jerusalén? Evidentemente, no cargaron con ídolos ni para-
fernalia religiosa. Los profetas que ejercieron su ministerio antes del exilio
neobabilónico siempre tenían que amonestar a los hebreos sobre la vene-
ración a ídolos. El sincretismo y la idolatría fueron precisamente lo que les
costó el exilio. Pero después del retorno, los hebreos ya se habían “cura-
do” de esas formas de adoración. Ningún profeta tiene que volver a repe-
tir esas mismas amenazas o hacer llamados a cambiar prácticas idólatras.
En el registro arqueológico del territorio de las colinas de Judá, después
del siglo VII a.C., no se encuentran expresiones icónicas significativas en
contextos yahvistas, como las de antes del exilio. 3 Eso no significa que el
culto fuera anicónico o que no hubiera expresiones de arte, como las que
fueron suprimidas en el judaísmo medieval y en la actualidad. Es peligro-

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so mirar al judaísmo que emergió en la época persa con los lentes del siglo
XXI. 4 Por otro lado, es evidente que esos paquetes de la mudanza habían
quedado atrás y que se había realizado un esfuerzo exitoso por deshacer-
se de los ídolos.
En Esdras, se describe a los que regresaban, llevándose como priori-
dad los muebles del Templo de Jerusalén y los utensilios sagrados de los
que se había apoderado Nabucodonosor. Los refugiados tomaron consigo
metales preciosos para restaurar el Santuario sagrado y restablecer los
servicios de forma normal (Esdras 1:1-11). Al salir de Mesopotamia, esco-
gieron lo mejor para su Rey; estaban centrados en su misión de recons-
truir la propiedad de la Casa de Yahveh. El reducido grupo que regresa
con Zorobabel ben-Salatiel (Sesbasar en Esdras 1:8) tenía claro que lo im-
portante no era la supervivencia material, sino hacer la voluntad divina.
Ellos reconocieron, en cumplimiento de la profecía de Jeremías (29:1 0),
que debían regresar para restablecer el culto en Jerusalén. Esdras describe
al grupo que decide regresar como “aquellos a quienes Dios puso en su
corazón subir a edificar la casa de Jehová” (1:5).
La emoción de formar parte de la historia y del cumplimiento de la
profecía debía haber llenado de gozo el corazón de los que regresaban. El
mismo Daniel demuestra su expectativa del regreso de los hebreos a Je-
rusalén, aun cuando él era ya muy anciano para hacer ese arduo viaje de
regreso. Pero irónicamente, ahora que no había un faraón que les impi-
diese ese regreso ni ejércitos que los persiguieran, los hebreos no vuelven
masivamente a la tierra prometida. El grupo que regresa es reducido, en
comparación con los que se quedan en Mesopotamia.
Pero ¿cuál era la situación de los hebreos en Mesopotamia? Aclaremos
este punto. Los patéticos cuadros de los guetos donde aislaban a los ju-
díos en la Europa del siglo XX o las horrendas imágenes de los campos de
concentración nazis no deben prejuiciar nuestra lectura sobre la vida de
los hebreos en Mesopotamia. Ni siquiera las imágenes de los asirios em-
palando a los habitantes de Judá, como son presentados vívidamente en
las paredes del palacio de Salmanasar III, deben hacernos tener una idea
equivocada. Lo cierto es que hay muestras textuales de recibos comercia-
les en Mesopotamia que demuestran que había muchos exiliados yahvis-
tas que eran económicamente prósperos. 5 En la literatura cuneiforme
hemos encontrado habitantes de Judá que eran prestamistas, propietarios
de tierras, y algunos que trabajaban en el gobierno, como fue el caso de
Daniel. Para muchos de ellos, sus prioridades de alimento, techo, estabi-
lidad económica y política eran lo más importante. Salir de las metrópolis
de Mesopotamia a una tierra que había sido desolada por la guerra, y que
estaba plagada de enemigos, no resultaba nada halagüeño para la mayo-

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ría.
Pero antes de juzgarlos, debemos recordar que muchos de nosotros
hemos tenido que ir a tierras más prósperas a trabajar o estudiar, y solo
algunos regresamos a nuestros terruños a servir en lugares menos acomo-
dados. El ideal de casi todos es regresar, y muchos idealizan ese día en el
que estarán de vuelta con sus seres amados, en la patria que han dejado
atrás. Pero como el triste borincano se lamentan: “Pero el tiempo pasó y el
destino burló mi terrible nostalgia”, sin regresar a vivir a las tierras que se
despidieron con un “adiós”. Hijos, enfermedad, compromisos y diferentes
factores, pueden impedir nuestro regreso. Así que, tampoco debemos juz-
gar a nuestros compatriotas en el “exilio”. Parece ser que las necesidades
son un denominador común entre los que se quedan atrás. La mayor dife-
rencia es que ahora no somos llamados a aferramos a ningún país, como
si en la tierra estuviera nuestra patria definitiva. No somos ni de “aquí” ni
de “allá”; al ser ciudadanos del Reino, pertenecemos a un pueblo que vie-
ne de todas las partes del mundo, un pueblo de peregrinos y advenedizos
que tienen la esperanza de habitar en la ciudad celestial. No hay lugar pa-
ra patriotismos ni etnocentrismos en el remanente de las naciones. Esta-
mos a punto de salir de todos los pueblos, y lo único que podemos llevar
es nuestro carácter.
Pero en cierto sentido, nuestra experiencia parece más fácil que la vi-
vida por los hebreos. Nosotros siempre hablamos del futuro, y hay varios
escenarios posibles. Pero las esperanzas en un reino mesiánico para los
hebreos estaban basadas en lo que veían, y eso no era nada halagüeño.
Llevar a sus familias a un lugar donde la situación económica era pre-
caria, donde había inseguridad para sus vidas entre pueblos hostiles, y
donde faltaban recursos para los suyos no parece ser responsable. A fin de
cuentas, ¿qué les esperaba a los que habían regresado de Mesopotamia?

¿A dónde vamos?
Tratar de explicar a los niños qué les espera o los beneficios del lugar a
donde vamos a llegar no siempre resulta tarea fácil. Cuanto más desa-
fiante o largo es el camino, las descripciones deben ser más detalladas y
positivas. Pero ¿qué podían contestar los padres a los pequeños hebreos
que estaban cruzando zonas desérticas bajo un calor infernal, en rutas in-
fectadas por bandidos? Solo les quedaba suspirar profundamente mien-
tras repetían el Salmo 122 con la esperanza de que las promesas sobre Je-
rusalén se cumplieran. Aquellos que estaban regresando, probablemente
habían escuchado noticias sobre las precarias condiciones en las que vi-
vían los que se habían quedado en las montañas de Judá. 6 Tenía que ser

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difícil animar a los niños ante el cuadro patético que sabían que les espe-
raba al llegar a su destino.
El enclave hebreo que vivía en el territorio que antes ocupaba el reino
de Judá era solo una pequeña colonia controlada por los persas. En esta
ocasión, no hubo milagros impresionantes que marcaran la salida del re-
manente, ni un mar para ser abierto; no los acompañó una nube para pro-
tegerlos del sol durante el día, ni una columna de fuego por la noche; su
sed no fue calmada por agua de una roca, y no había maná para buscar
cada mañana. La “tierra prometida” ahora estaba dirigida desde Mizpa
por un gobernador marioneta, que recibía órdenes desde Persia. El reino
de Judá ahora era la colonia de “Yehud” y ellos eran simples “yehuditas”.
Su territorio no era desde el Éufrates hasta el Nilo, sino apenas la zona
montañosa de las colinas de Benjamín y Judá. Jerusalén estaba escasamen-
te habitada, las murallas destruidas... y el Templo permanecía en ruinas.
Los que regresaban se encontraban a los descendientes de los “pobres
de la tierra”, que habían sido dejados por los neobabilonios (Jeremías
52:15, 16). Entre ellos se encontraban algunos que se habían escapado de
los ejércitos invasores, y otros que habían aceptado pasarse de bando an-
tes de que Jerusalén cayera, y que se libraron de las penas en el territorio
de Benjamín. Un grupo de ellos se marchó a Egipto (Jeremías 43:1-7),
donde la mayoría pereció o fueron absorbidos. 7 Pero no todos emigraron
al sur con Azarías; hay pruebas de que hubo una población en Mizpa así
como hay tumbas de este período en la región de Jerusalén. Los que re-
gresaban se encontraron a una población desanimada y que no tenía mu-
chas esperanzas de que la situación fuera a mejorar.
Pero Esdras, casi un siglo después, nos describe el fervor de los que re-
gresaban y su visión e interés en cumplir las promesas de restauración.
Dedicaron el altar para el Templo y comenzaron a trabajar en este, bajo las
órdenes de su gobernador: Zorobabel (Esdras 1-3; Hageo 1:2). Pero pronto
comenzaron las amenazas de los samaritanos y las “necesidades” inme-
diatas se hicieron imperiosas.
El sistema agrícola en esa región, donde hay montañas rocosas, tiene
que ser por terrazas, que son construidas al lado de las laderas para sem-
brar. Tuvieron que restaurar las que habían sido destruidas y arrancar los
matorrales que habían crecido en terrenos cultivables, así como restaurar
las casas y construir otras nuevas. Las cisternas se habían roto en algunos
casos, y en esa región se depende del almacenamiento del agua; así que
debían reparar las antiguas y construir nuevas. El ánimo fue disminu-
yendo por tanto trabajo y las prioridades espirituales comenzaron a ser
sustituidas por las “básicas”.
“Tales eran las condiciones durante la primera parte del reinado de Da-

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río Histaspes. Tanto espiritual como temporalmente, los israelitas estaban
en una situación lastimosa. Tanto tiempo habían murmurado y dudado;
tanto tiempo habían dado la preferencia a sus intereses personales mien-
tras miraban con apatía el Templo del Señor en ruinas, que habían perdido
de vista el propósito que había tenido Dios al hacerlos volver a Judea y de-
cían: ‘No es aún venido el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea
reedificada’ ” (Profetas y reyes, cap. 46, p. 420).

Las “prioridades” se deben dejar para el final


En aquella situación, Dios envía a Hageo para hacerles reconocer que
estaban equivocados al poner sus necesidades “básicas” como prioridad
principal. Hageo les reclama que han reconstruido sus casas mientras que
la casa de Jehová estaba en ruinas (1:4). Nosotros debemos reconocer que
la opulencia o el derroche no deben caracterizar a las entidades que sirven
a aquellos que se encuentran en mayor necesidad. Sin embargo, no se de-
be ser mezquino con lo que le ofrecemos a Dios. Dios se merece lo mejor,
y las instituciones que son dedicadas al Cielo deberían ser representativas
del Dios a quien deseamos honrar por medio de ellas. Es irónico que se
pueda invertir en una propiedad privada, comodidades en el hogar y
otras “necesidades”, pero a la hora de construir las iglesias, escuelas u ofi-
cinas denominacionales se pretenda ser simplista. Los habitantes de
Yehud no podían invertir al mismo nivel que Salomón, pero tenían que
ser generosos y dar a Dios lo mejor a su alcance (ver Consejos sobre mayor-
domía cristiana, cap. 51, p. 275).
La comunidad de la restauración estaba emulando los pasos del Éxodo
y Dios quería habitar entre ellos. El Santuario hebreo fue establecido por
Dios mismo para “habitar” con su pueblo (Éxodo 25:8). El deseo de Yah-
veh después del Éxodo era hacerles entender a los israelitas que él no es-
taría lejos en su Trono celestial, ni iba a permanecer en la cima de una
montaña, sino que iba a habitar entre ellos. Pero en Jerusalén, el símbolo
de la presencia divina, el lugar que por su arquitectura, mobiliario y festi-
vales representaba el plan de la salvación, estaba desolado. Así demostra-
ban que habían perdido su identidad como pueblo remanente y su misión
en la Tierra.
Pero en vez de avanzar más y mejorar económicamente, al prestar
atención a las necesidades “básicas” de alimento, alojamiento y agua, el
pueblo estaba sufriendo necesidad. Las consecuencias de ser negligentes
sobre el cuidado que debían tener del Templo fueron evidentes al hundir-
se la población en pobreza y miseria. “Los profetas Hageo y Zacarías fue-
ron suscitados para hacer frente a la crisis. En sus testimonios conmove-

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dores, esos mensajeros revelaron al pueblo la causa de sus dificultades.
Declararon que la falta de prosperidad temporal se debía a que no se ha-
bía dado el primer lugar a los intereses de Dios [...] su prosperidad tem-
poral y espiritual dependía de que obedeciesen fielmente a los manda-
mientos de Dios” (Profetas y reyes, cap. 46, p. 420).
No se trata de una forma de “evangelio de la prosperidad”, pues la
bendición recibida por el pueblo no fue por la presencia de un edificio,
como si se tratara de un talismán que garantizaba las bendiciones del Cie-
lo. Lo maravilloso de esta experiencia fue que ellos obedecieron la Pala-
bra. El regreso del remanente de Judá después de setenta años era una se-
ñal para restablecer el Santuario del Dios viviente. Al igual que poco más
de medio siglo más tarde sería el momento indicado para reconstruir las
murallas de Jerusalén. Después del 457 a.C., Jerusalén es restablecida y se
convierte en la capital de Yehud (cf. Daniel 9:2 5). Ellos cumplieron con el
propósito divino y cosecharon las bendiciones que habían sido prometi-
das.
El Templo fue reconstruido, y la gloria del segundo Templo fue mayor
que la del primero, porque en este entraría el “Deseado de todas las gen-
tes” (Hageo 2:9). 8 Jesús, el antitipo y verdadero cumplimento de todos los
símbolos y las fiestas, entraría en ese Templo. El pueblo hebreo pudo reci-
bir las bendiciones prometidas cuando establecieron sus prioridades de
forma correcta. Hoy, la mayor necesidad del mundo sigue siendo Cristo, y
la mayor misión de la iglesia es proclamar ese mensaje de salvación. 9 No
debemos enfocarnos primordialmente en nuestras carreras académicas, ca-
sas, automóviles, lujos y el sostén material. Nuestra prioridad debe ser re-
construir el Templo de Dios en nuestros corazones. El énfasis de esta pro-
fecía ya no está en piedra y madera, sino en la reconstrucción de su imagen
en nosotros. Pablo nos recuerda que somos “templo del Espíritu Santo” y
nos invita a glorificarlo en nuestras vidas (1 Corintios 6:19, 20).

Referencias
1 Ver Abraham Maslow, Motivation and Personality (NY: Harper, 1954) y The Psychology
of Science: A Reconnaissance (Chapel Hill, NC: Maurice Bassett Publishing, 2002). No se
deben minimizar las contribuciones de Sigmund Freud al estudio del comportamiento
humano, pero ese no es el tema de este estudio.
2 Abraham Maslow, Motivation and Personality (NY: Harper, 1954); Maslow on Manage-

ment (NY: Wiley, 1998); Religions, Values and Peak Experiences (NY: Penguin Books,
1964). Por otro lado, debemos diferenciar entre lo que es prioritario para nosotros y
cómo hemos de cumplir nuestra misión. Volvemos a recordar el consejo: “Suplid pri-
mero las necesidades temporales de los menesterosos, aliviad sus menesteres y sufri-

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mientos físicos, y luego hallaréis abierta la puerta del corazón, donde podréis implantar
las buenas semillas de virtud y religión” (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 224).
3 Ver Ephraim Stern, Archaeology of the Land of the Bible, Vol. II: The Assyrian, Babylonian,

and Persian Periods (732-332 BCE) (New York: Doubleday, 2001) y “What Happened to
the Cult Figurines? Israelite Religion Purified after the Exile” en Biblical Archaeology Re-
view 15: 04 (2001).
4 Prefiero usar el término “judaísmo”, pero puede consultar John Berquist, Judaism in

Persia’s Shadow: A Social and Historical Approach (Minneapolis: Fortress, 1995).


5 Ver Ran Zadok, “Some Issues in the History of the Israelites and Judeans in Pre-

Hellenistic Mesopotamia” en Studies in the History of the Jews in Babylonia, eds. Z. Yehu-
da y Y. Avishur (Israel: Babylonian Jewry Heritage Center, 2002), pp. 247-271. “The
Representations of Foreigners in Neo- and Late-Babylonian Legal Documents (Eight
through Second Centuries B.C.E.)” en Judah and the Judeans in the Neo-Babylonian Period,
eds. O. Lipschitz and J. Blenkinsopp. Winona Lake, IN: Eisenbrauns, 2003), pp. 471-589.
6 Ver Efraín Velazquez II, “The Persian Period and the Origins of Israel: Beyond the

‘Myth’ ”, en Critical Issues in Early Israelite History (ed. Richard Hess, Gerald Klingbeil,
and Paul Ray Jr.; BBRSup 3; Winona Lake, IN: Eisenbrauns, 2008).
7 Una comunidad de hebreos sobrevivió y floreció en Elefantina, Egipto, donde llega-

ron a levantar un templo a Yahveh en Egipto durante el período persa.


8 Eso no quiere decir que el recinto al cual entró Jesús fuera patético o paupérrimo. El

“templo de Zorobabel” fue restaurado en varias ocasiones después de los tiempos de


Hageo. Una restauración mayor tuvo lugar en la época de los macabeos, después de la
destructiva y blasfema ocupación de Antíoco Epífanes. Sin embargo, la restauración
mayor tuvo lugar durante la época de Herodes el Grande. Herodes transformó el Tem-
plo de Jerusalén en una de las maravillas del mundo antiguo; casi lo podemos llamar el
“tercer templo”. Jesús enseñó en un templo impresionante, pero la gloria de Jesús era
mayor (ver El conflicto de los siglos, cap. 1, pp. 25,26).
9 Esto no significa que vamos a ser indiferentes a las necesidades físicas de quienes nos

rodean. Hay que ser sensibles a la extrema pobreza y hay que velar por las personas
marginadas. Debemos hacer conscientes a los cristianos de las necesidades de otros en
una “era de hambre con cristianos ricos”. Ver Ronald J. Sider, Rich Christians in an Age
of Hunger (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1984). El tema de las profecías de
Hageo no es nuestra misión, sino las prioridades de los que profesan tener a Cristo en
sus corazones.

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CAPÍTULO 11
Zacarías - Ia parte

Esperanza en un mundo desesperado

Patrick Greene era un activista ateo que protestaba por cualquier iniciativa que tomaran los
cristianos de su comunidad. En una ocasión, Patrick había demandado a la alcaldía de su
pueblo en Texas, Estados Unidos, por tener una escena de la natividad en propiedad del
Estado. Durante los meses que precedían al juicio que tenía en contra del Gobierno
municipal, sucedió algo dramático en su vida. Hacía tiempo que Patrick tenía problemas de
visión, pero ahora las cataratas de sus ojos empeoraron hasta el punto de que casi no podía
ver. Eso le impidió continuar con su trabajo de taxista, y tuvo que dejar de conducir.
Entonces las deudas comenzaron a amontonarse y su situación comenzó a ser precaria.
Estaba desesperado, pues no tenía nada sobre lo cual poner sus esperanzas. ¿Hay esperanza
sin Dios?
Aunque sea difícil de creer para muchos cristianos, uno de los grupos "religiosos" de mayor
crecimiento en nuestros días es el de los ateos. Sus posturas son tan diversas como las
estrellas del cielo. El espectro es amplio, pues hay personas que creen que hay alguna
fuerza superior, un "ser supremo" o algún "dios" imposible de conocer; mientras que hay
otros que no creen en nada, quienes sostienen que somos fruto de la casualidad y que la
vida termina de forma insignificante.1 Hay desde teístas morales, humanistas agnósticos y
existencialistas; hasta ateos radicales y nihilistas hundidos en el pesimismo. No es correcto
hacer una caricatura de ellos; es un cuadro variado y complejo. Entre ellos hay gente que
parece muy feliz, mientras que hay otros que se muestran deprimidos y amargados.2 Aun
así, el denominador común en todos ellos es la ausencia de una esperanza concreta después
de la muerte. Se han desarrollado sistemas para darle sentido a la vida, pero el fin es
similar, la paz es tan elusiva como la esperanza en un mundo de desesperación.
El período posexílico, cuando los hebreos regresaron de Mesopotamia en el siglo VI a.C.,
estaba caracterizado por esa lóbrega atmósfera. Eran evidentes el cinismo y la apatía de
muchos de los que habían regresado. A ese mundo de contradicciones se enfrenta el profeta
Zacarías, que debe predicar esperanza a gente que la había perdido. Zacarías comienza su
ministerio veinte años después de regresar de Mesopotamia, mientras el Templo
permanecía en ruinas. La situación no era nada fácil para el profeta, que se une a uno de
nuestros amigos que ya conocemos: Hageo. Ambos formaron un gran equipo, en el cual sus
ministerios se apoyaron y complementaron.
El éxito de su trabajo es particular, pues hemos estudiado a varios profetas que fueron
contemporáneos y ejercieron su ministerio en proximidad geográfica, pero no tenemos
pruebas de que hayan trabajado juntos. Recordamos en el siglo VIII a.C. a Oseas y a Amos
en el reino del norte (Israel). En Judá, estuvieron profetizando al mismo tiempo Miqueas e
Isaías durante los reinados de Jotam, Acaz y Ezequías, pero no parece que actuaban en
equipo (algunos sugieren que Joel y Abdías vivieron en esta época). El caso de Nahúm y
Sofonías es similar, ayudaron a sacar a Judá de las tinieblas del tiempo de Manasés, pero no
sabemos si lo hicieron juntos. En esa misma época de reformas, sabemos que Jeremías y
Habacuc proclamaron sus profecías, pero no parece que haya habido contacto entre ellos.
Alguna correspondencia hubo con Ezequiel en el exilio y Daniel conoce de las profecías de
Jeremías; pero los profetas que vivían en Mesopotamia trabajaban de forma independiente.
Ese no es el caso de Zacarías y Hageo. "Las fervientes súplicas y palabras de aliento dadas
por medio de Hageo fueron recalcadas y ampliadas por Zacarías, a quien Dios suscitó al
lado de aquel para que también instara a Israel a cumplir la orden de levantarse y edificar"
(Profetas y reyes, cap. 46, p. 422). Estos compañeros en el ministerio lucharon codo con
codo, para impartir esperanza en Yehud.

La falta de esperanza en Yehud

Lo cierto es que ni el presente ni el futuro eran nada halagüeños para los habitantes de
Yehud. En su memoria estaba el edicto proclamado por Ciro, que permitió el regreso a sus
tierras a los procedentes de Judá en el año 539 a.C., y autorizó que el Templo fuese
reconstruido. Esdras, casi un siglo más tarde, cita las órdenes de Ciro, que había sido
profetizado por Isaías como un "ungido" (mesías). Por otro lado, algunos críticos de la
Biblia dudaban de que un documento como el descrito en Esdras se hubiese promulgado.
Cuando los arqueólogos encontraron el "Cilindro de Ciro", con un lenguaje muy similar,
tuvieron que aceptar la veracidad del relato bíblico. Aunque en el Cilindro de Ciro no se
menciona a Judá, y en vez de a Yahveh se le da la gloria a Marduk, podemos reconocer
cómo la profecía de Isaías (45:1-7) se cumplió en este astuto político.3 Aun así, no se
cumplió completamente y el Templo no fue edificado de forma inmediata. Encontramos a
un Daniel afligido porque la profecía no se cumplía como él esperaba;4 una aflicción que
debió haber invadido a muchos en el exilio, que querían ver las profecías cumplidas en su
totalidad. Lo peor es que no todos tuvieron el privilegio que tuvo Daniel de ver detrás del
telón y entender los poderes cósmicos que estaban en lucha (Dan. 9).
En esa búsqueda de esperanza, casi nos podemos imaginar a algunos yehuditas haciendo
rollos y tablas proféticas con los cumplimientos de los acontecimientos políticos y
proféticos, mientras estaban tratando de determinar de forma exacta cuál sería el próximo
paso en el cuadro de la profecía. Para el desaliento de muchos, no se reconstruyó en el
tiempo de Ciro, y su ambicioso hijo Cambises ocupó el trono. Cambises pasó cerca de
Yehud por la Vía Horus mientras marchaba hacia el sur, para conquistar Egipto. La
presencia del emperador en esa región pudo haber llenado a los yehuditas de esperanza,
pues podían presentar su caso delante del monarca para que se hiciese valer el edicto de
Ciro. Algunos "expertos" tal vez aseguraron que ahora sí se cumpliría la profecía, basados
sobre sus cálculos.
Sin embargo, los planes expansionistas de Cambises estaban enfocados en subyugar a
Egipto, y no tenía tiempo para atender problemas "menores". Eso hizo que desde el año 530
hasta el 522 a.C. no sucediera nada en el templo, y Cambises ni siquiera es mencionado de
forma directa en las Escrituras hebreas. La súbita muerte del monarca en su regreso de
Egipto desencadenó una guerra civil en el imperio, donde el "falso" Esmerdis trató de
usurpar el trono persa, mientras Darío luchaba por coronarse como emperador.5 Darío fue
capaz de consolidarse como monarca y celebró su victoria en la inscripción monumental de
Behistún. En ella, Darío se proclama protector de los templos y lugares de culto: buenas
noticias para Yehud.
Los confusos acontecimientos políticos e históricos deberían haber sido identificados de
forma precisa por aquellos que querían fechas exactas y trataban de afinar los detalles de la
profecía. Los acontecimientos eran impresionantes, el "sacudir de las naciones", aludido en
Hageo, no termina ahí, sino que los griegos comenzaban a amenazar a los persas en el
oeste. Las intervenciones de los atenienses en Anatolia y los puertos al Mediterráneo
crearon una tensión increíble, que desencadenaría en la primera lucha "mundial" entre
Occidente y Oriente; una pugna que terminaría cambiando el curso de la historia. Además,
Egipto, en el sur, amenazaba con rebelarse; y la frontera este, en lo que hoy conocemos
como Afganistán, estaba tan inestable como hoy. Aquellos eran momentos clave que
estaban cambiando el mundo como había sido conocido durante milenios. El ambiente
resultaba asfixiante. La pequeña y pobre comunidad de Yehud no parecía tener mucho
porvenir, solo podía especular sobre su futuro.
"Pero aun en esa hora sombría había esperanza para los que confiaban en Dios. Los
profetas Hageo y Zacarías fueron suscitados para hacer frente a la crisis" (Profetas y reyes,
cap. 46, p. 420). El relato de Esdras, décadas más tarde, trata de resumir los
acontecimientos de casi un siglo,culminando en el 457 a.C. con el cumplimiento de la
profecía de Daniel para comenzar las setenta semanas (Dan. 9:25). En la narración de
Esdras, el orden de los reyes y de los acontecimientos puede resultar confuso para el lector
superficial; pero si se estudia cuidadosamente con la historia, se puede entender la
secuencia de los hechos y el orden de los monarcas. La arqueología ha podido constatar
estos acontecimientos y la cronología bíblica, sin que haya lugar para confusiones.6 Entre
todos esos sucesos, queda claro que no podemos condenar a los yehuditas por estar tan
desanimados y tristes. Ninguna "predicción" exacta del orden de los acontecimientos
hubiese sido prudente para los hebreos.
Para tener una idea de cómo se sentían, solo hay que observar a algunos de los miles de
judíos del siglo XXI que lloran diariamente por el Templo destruido frente al "Muro de los
Lamentos" en Jerusalén. Aunque para muchos el también llamado "Muro Occidental" es
motivo de celebración y de júbilo, son miles los que se lamentan porque el Templo
continúa en ruinas y sus esperanzas no se han cumplido. Eso ha movido a la mayoría en
Israel a dudar de esas promesas, e incluso de la existencia de Dios. El escepticismo y el
agnosticismo reinan sobre la mayor parte de la población israelí, que en su mayoría no cree
realmente en Dios o en su capacidad para restaurar lo que se había prometido en las
Escrituras.

"¿Hasta cuándo?"

Antes de criticar la actitud de muchos de los israelíes de la actualidad, o de los yehuditas


del tiempo de Zacarías, debemos reconocer las tragedias que han tenido que sufrir durante
siglos. Cuando preguntan "¿Hasta cuándo?", no se trata de la infantil petición de nuestros
niños: "¿Llegamos ya?" Esto es algo serio, se trata de la Palabra de Dios, sus promesas, su
honor. El giro sorprendente, para algunos, en Zacarías es que quien pregunta no es el
profeta, sino el "ángel de Jehová" (1:1 2): "¿Hasta cuándo no tendrás piedad de
Jerusalén?"7 Esta pregunta parece un eco de la petición de un "santo", quien le pregunta a
otro de los "santos": "¿Hasta cuándo durará la visión del continuo, la prevaricación
asoladora y la entrega del santuario y el ejército para ser pisoteados?" (Dan. 8:13). Esa
fórmula de petición, "¿Hasta cuándo?" (heb. 'ad matay), aparece en Daniel 12:6.8
Las preguntas presentadas en Zacarías hay que entenderlas en el contexto cultural donde
fueron escritas. Uno debe notar que la noción del tiempo en el Cercano Oriente es
"diferente" de la de Occidente. En Occidente, estamos atados a citas por horas, días
concretos, y agendas que nos comprometen y casi controlan nuestras vidas. Las culturas de
esa región, aun en la actualidad, son más flexibles sobre cuándo deben ocurrir los
acontecimientos. La expresión en castellano "ojalá" tiene su raíz en la máxima árabe:
insha'Allah ("si Dios lo permite"). Esta idea permite que lo dicho pueda ser una posibilidad
y le da un espacio de tiempo, a veces indeterminado, para cumplir lo esperado. En las
culturas originales de América y África también se pone un mayor énfasis en las personas y
las relaciones que en los hechos. No es bueno caricaturizar pero, en general, las relaciones
personales son elevadas como más importantes que los compromisos generales.
Por otro lado, aunque la mente hebrea está enraizada en ese contexto, donde el énfasis no es
la "puntualidad" como se entiende en Occidente, se espera que se cumpla con lo prometido.
No se debe olvidar que en la Biblia, las profecías de tiempo tienen interés en cronología, y
las profecías de naturaleza apocalíptica no están condicionadas a los seres humanos. Sin
embargo, no podemos reducir estas expresiones a nuestra manera de razonar actual, la cual
está muy influenciada por el pensamiento griego.
Aquí no debemos poner nuestra atención en las fechas, porque el pasaje en Zacarías no está
subrayando acontecimientos con un calendario estricto o una lista de cotejo.
He aquí otro concepto oriental muy relevante en estos textos y que determina dónde está el
énfasis. Las culturas de Oriente valoran mucho la "vergüenza" y el "honor"; ahí es donde
está el corazón de la pregunta del ángel del Señor. El punto central del pasaje es el honor de
Yahveh de los ejércitos, el cual está siendo cuestionado. La pregunta "¿Hasta cuándo?" está
poniendo a prueba el honor de Dios. Las otras naciones han interpretado que el Dios de
Israel ha sido vencido, y aun los mismos hebreos se preguntan si realmente su deidad es
honorable y si va a cumplir su palabra. Los otros profetas aluden al tema del honor de Dios
cuando discuten temas de teodicea y de justicia social. Los descendientes de quienes so-
brevivieron al exilio, tanto como los israelíes de hoy que tienen todavía en su memoria el
Holocausto, tienen que contestar si realmente vale la pena honrar a Yahveh y darle gloria.
Contestar a la pregunta "¿Hasta cuándo?" implica devolver la honra al nombre divino al
restaurar Jerusalén.

Dios restaura Jerusalén ante las naciones

En la tercera visión que tiene Zacarías, descrita en su segundo capítulo, el profeta ve más
allá de las murallas rotas, las ruinas del templo y la ciudad en escombros. Hay que recordar
la fecha de estas visiones (520 a. C.); estas se dan antes de los éxitos que hemos descrito al
estudiar a Hageo en el año 519 a.C. Tampoco podemos dejar de enfatizar que las visiones
de Zacarías tienen lugar setenta años antes que Esdras y Nehemías.® Aun así, los ojos del
profeta se trasladan a una Jerusalén que sería centro de las naciones, donde el nombre de
Yahveh sería honrado y venerado. En el siglo XXI, hay personas que llegan a Jerusalén
procedentes de todas direcciones para buscar el rostro de Dios, en respuesta a un llamado a
venir. Esa visión demuestra que Yahveh nunca tuvo la intención de ser exclusivista o
etnocentrista; su corazón va tras los pueblos de la Tierra. En Abraham, Jonás, Elíseo y
otros, vemos la iniciativa de ir en pos de los que no conocen a Yahveh. Dios siempre quiso
ser una bendición para todas la naciones (Gén. 12:1-3). Tanto en ir como en el venir,
muestran cómo el carácter y el honor de Dios debía ser vindicado ante el universo.

Pablo predica basándose en el Antiguo Testamento, cuando registra en sus cartas cómo se
cumplieron esas promesas de bendecir a todas la naciones para unirse en alabanza al Dios
verdadero (ver Rom. 15:9-18; Efe. 3:1-8). Zacarías quiere ampliar la visión de sus
compatriotas, para hacerles reconocer su papel en el Imperio Persa y en el mundo entero.
Jerusalén es un tipo de Jesús y, más adelante, de su iglesia, medios por los cuales todos los
pueblos serían unidos bajo las bendiciones del pacto (Rom. 9-10). Después de haber leído
profecías de retribución y destrucción contra naciones en otros profetas, podemos observar
que en Zacarías el énfasis es la restauración (2:8). Zacarías les ofrece esperanza a sus
compatriotas y deja un legado para los creyentes de todas las edades. Esa es la razón por la
cual los escritores del Nuevo Testamento lo citan y aluden tan frecuentemente. Más aún,
Zacarías sigue siendo relevante hoy y tiene mensajes para el siglo XXI, cuando Dios tiene
un mensaje para todas las naciones.
¿Qué mensaje central tiene Zacarías para nuestros días? ¿Podría ser político, un "sionismo"
para el siglo XXI? ¿Se va a convertir la iglesia en un grupo exclusivista? Muchos lectores
modernos usan a Zacarías en especulaciones proféticas, por no tener claros los principios
hermenéuticos de cómo leer las profecías clásicas y apocalípticas. Las visiones de Zacarías
han despertado la imaginación de muchos; son frecuentemente usadas en diversos
escenarios proféticos. Hay muchos predicadores populares que diseminan interpretaciones
creativas en esquemas tan diversos como son las diferentes iglesias que los patrocinan.
Algo así sucede con el libro de Apocalipsis, el cual ha sido objeto de variadas
interpretaciones por "expertos" que pretenden delinear de forma exacta los "mapas" o
"tablas" del fin del tiempo.
En el caso de Apocalipsis, el mensaje de los tres ángeles en el capítulo 14 es central para
nuestra experiencia adventista. Sin embargo, algunos solo enfatizan el "temed a Dios" o las
amenazas contra Babilonia, haciendo caso omiso del mensaje central de ese capítulo. En
Zacarías 2:7 aparece una advertencia similar a la de Juan, contra permanecer en Babilonia,
donde se habían quedado cómodamente muchos de los de Judá. La historia nos confirma
que ellos sufrirían dos terribles conflagraciones en esa ciudad, durante el tiempo de Darío.
Unos dos mil quinientos años después, el vidente de Patmos tenía a Zacarías en mente
cuando registra advertencias similares en Apocalipsis 14 y 18 sobre salir de Babilonia. Juan
les hace saber a los seres humanos de la inminente caída de la Babilonia profética. Ahí y en
muchas partes de Apocalipsis el apóstol usa el lenguaje de Zacarías con el significado del
fin del tiempo, aplicándolo a la profecía apocalíptica.10
Pero la caída de Babilonia tampoco es el mensaje central del profeta. El capítulo 3 es, sin
lugar a dudas, el corazón del libro de Zacarías. Ahí está el sacerdote Josué, siendo acusado
por Satanás por sus ropas sucias e indignas (3:1). No sé si alguna vez has sido acusado de
algo, pero es una sensación muy desagradable. Solo he estado una vez acusado ante la corte
de justicia por haberme pasado un semáforo en rojo; aunque había parado y mirado antes de
continuar, eso no me libró de la multa. También he sido acusado falsamente por terroristas
cibernéticos, de esos que se esconden detrás del anonimato para destruir a los dirigentes,
como lo hacen los cobardes con bombas escondidas, rifles con mira telescópica o desde
sofisticados aparatos. Pero, gracias a Dios por nuestro Abogado celestial, el cual me ha
asegurado estar conmigo en todo momento. Todos los acusadores encapuchados que sirven
al acusador tendrán que enfrentarse con el Abogado algún día.
Lo cierto es que soy culpable de cualquier acusación como pecador. En el caso de Josué,
"no puede defenderse a sí mismo ni a su pueblo de las acusaciones de Satanás [...]. En sus
andrajos sucios, que simbolizan los pecados del pueblo, que él lleva como su representante"
{Profetas y reyes, cap. 47, p. 428). Hay que señalar que el sacerdote no trata de justificarse,
acepta que es merecedor del castigo ya que lo es; un pecador injustificable. Aquí se puede
ver un marcado contraste con la actitud laodicense de autojustificación y falsa noción de
inocencia (Apoc. 3:15-17). Sin embargo, Josué está "confesando su culpa, señalando su
arrepentimiento y humillación y fiando en la misericordia de un Redentor que perdona el
pecado. Con fe se aferra a las promesas de Dios" (ibíd.). Josué se aferraba tenazmente de lo
prometido por el Cielo, como nosotros debemos hacer hoy.
El ángel del Señor, que es Jesús mismo, ordena que las ropas sucias sean quitadas y le sean
otorgadas vestiduras nuevas (3:5; cf Apoc. 3:18). Ese es el mensaje que Dios quería que los
pecadores yehuditas tuvieran en claro. Aunque eran pecadores y las acusaciones de Satanás
eran reales, Jesús mismo les aseguraba justificación por medio de la fe. No me explico
cómo hay personas que no pueden reconocer el mensaje evangélico en el Antiguo
Testamento. El Antiguo Testamento no es legalista ni frío; desde el Génesis hasta el final
está lleno de mensajes de gracia, perdón y evangelio. La conexión con Apocalipsis
continúa, al estar aludido el tema de Zacarías capítulo 3 en al mensaje de los tres ángeles.
Ese mensaje de Apocalipsis no es de miedo ni de acusación, sino el mismo que Zacarías:
justificación por la fe. Elena de White asegura: "Varios me han escrito preguntándome si el
mensaje de la justificación por la fe es el mensaje del tercer ángel, y he contestado: 'Es el
mensaje del tercer ángel en verdad'" (Mensajes selectos, 1.1, p. 437).
El mensaje de salvación únicamente por la fe es el que ha de atraer a las naciones a Jesús y
a su iglesia, libres de escenarios paranoicos que cambian tan frecuentemente como las
noticias en Internet, ni acusaciones o juicios como los que inspira el gran acusador.
Laodicea necesita "vestiduras blancas" de justicia y oro refinado para nuestra pobreza
(Apoc. 3:1 8). Esas fueron las buenas nuevas de esperanza que Zacarías dio a su
desesperanzada audiencia.

¿Hay esperanza, después de todo?

Para algunos, la esperanza es solo una utopía; se sienten chasqueados como los yehuditas
del tiempo de Zacarías. Han escuchado de muchas escenas del fin del mundo por parte de
religiosos, políticos y ahora hasta ecólogos, que tienen una escatología naturalista, por la
cual el fin del mundo se producirá por el calentamiento global o una catástrofe cósmica. El
prominente ateo Richard Dawkins sugiere que "el universo que observamos tiene
precisamente las propiedades que podríamos esperar si hubiese al fondo, ningún diseño,
ningún propósito, ningún mal, ningún bien; nada, sino indiferencia ciega y lastimera".11
Pero, los creyentes en la Biblia tenemos un mensaje de esperanza y de significado en la
vida.
Jessica Crye, una cristiana de Texas, se enteró de los problemas financieros de Patrick,
nuestro amigo ateo que estaba enfermo de sus ojos. Jessica conocía la beligerancia de
Patrick contra los cristianos, pero quiso, junto con otras personas, ayudar financieramente
al amargado hombre. Patrick quedó tan impactado por la generosidad de los cristianos que
dejó de luchar para demandar a la alcaldía, y más adelante entregó su vida a Jesús. Reco-
noció que había esperanza en un mundo de desesperación, que Cristo puede cambiar las
cosas; y actualmente quiere convertirse en pastor. El mensaje de la justificación por la fe
sigue transformando vidas y corazones. Cuando este evangelio sea predicado... entonces
vendrá el fin.

_____________________________________
Referencias
1. Ver por ejemplo C. Richard Dawkins, The Blind Watchmaker: Why the Evidence
ofEvolution Reveáis a Universe without Design (New York: W. W. Norton and Co.,
1989).
2. No puedo dejar de recomendar el libro escrito por Ruth Tucker Wal-
kingAwayfromFaith: Unraveling the Mystery ofBelief& Unbelief(Dow- ners Grove,
IL: InterVarsity, 2002).
3. Para más información ver A. Kuhrt, "The Cyrus Cylinder and Achae- menid
Imperial Policy", en Journalfor the Study of the Oíd Testament, 25:83-97 (1983).
4. Daniel usaba el año 605 a.C., cuando él fue llevado cautivo a Babilonia, como punto
de partida para la profecía de los setenta años (de Jeremías) y reconocía que el
edicto de Ciro era la señal indicada para regresar a Jerusalén y que el templo fuera
restaurado. Daniel vio cómo el primer grupo de exiliados regresaron a la tierra
prometida. Si Zacarías usa la destrucción del templo en el 589 a.C. como punto de
partida para la profecía de los setenta años debió identificar al 519 a.C. como clave
para ese proyecto de restauración. Aquí no vamos a detallar las diferencias entre las
cronologías hebreas y babilonias sobre años de ascensión de los reyes o el uso del
verano u otoño para medir el tiempo.
5. No se confunda con "Darío el medo", que reinó sobre la ciudad de Babilonia
mientras Ciro era emperador. Sobre el "pseudo-Esmerdis" hay algunos eruditos que
sugieren que era realmente Esmerdis, hijo de Ciro y que Darío se encargó de
hacerlo ver como usurpador para tomar él el poder de Persia. Ver entre otros a
Pierre Briant, From Cyrus toAlexan- der: A History ofthe Persian Empire (Winona
Lake, IN: Eisenbrauns, 2002), pp. 100-106.
6. Para más detalles ver Efraín Velázquez II,AnArchaeologicalReading ofMalachi.
Tesis doctoral, Universidad Andrews, (2008). La descripción de Profetas y reyes es
bien exacta y confiable al compararlo con los anales históricos.
7. David J. Clark y Howard Hatton sugieren que además de Jerusalén se debe incluir a
las "ciudades de Judá" en la traducción, sin embargo no creo que haya que
enmendar el texto pues la preocupación aquí está íntimamente relacionada al
templo. A Handbook onZechariah, UBS Handbook Series (New York: United Bible
Societies, 2002), p. 91.
8. Agradezco a Pedro Martínez por sus notas de estudio sobre Zacarías.
9. No se puede subestimar la importancia de tener claras las fechas de varios libros de
la Biblia, ya que es difícil entender su contenido sin un cuadro sobre su contexto
histórico; aunque esto no siempre es posible. El período postexílico es uno de los
más violentados en interpretaciones y sermones. El orden de los monarcas, los
acontecimientos y los personajes son invertidos o alterados por muchos lectores
superficiales.
10. Paul Lamarche reconoce que aparte de Ezequiel, Zacarías es el profeta que más
influye en Juan para escribir el Apocalipsis. Zacharie IX- XIV: Structure littéraire et
messianisme (Paris: Gabalda, 1961), pp. 8, 9.
11. Richard Dawkins, A River Out ofEden (Nueva York: Basic Books, 1995), p. 133.
CAPÍTULO 12
Zacarías - IIa parte

Un rey sin reino terrenal

Los reyes terrenales se han encargado de perpetuar sus memorias con palacios
extravagantes, inscripciones monumentales y otros medios de autopropaganda. Las
gigantescas piedras que se usaron para construir las pirámides de Guiza todavía nos dejan
impresionados. Aunque sabemos cómo se construyeron, todavía nos sorprendemos por lo
excéntricos que fueron los faraones, que sometieron a sus súbditos para hacer semejantes
obras de vanagloria para sus reinos terrenales. En la tierra de Judá también tenemos
muestras de cómo varios monarcas intentaron perpetuarse en la historia. Uno de los más
recordados, y despreciados, fue Herodes el Grande. A pesar de los aspectos negativos que
han sido preservados en la historia, no podemos negar que fue un genio megaconstructor.
Su obsesión con lo grandioso y colosal dejó restos de algunos de los monumentos más
impresionantes que sobreviven en el Cercano Oriente.1
Herodes patrocinó más de una docena de proyectos a través del Imperio Romano. En el
territorio que antes pertenecía a la monarquía unida de Israel, construyó acueductos,
carreteras, ciudades, teatros, hipódromos, templos, fortalezas y centros administrativos. Sus
lujosos palacios todavía nos dejan impresionados por sus hermosos detalles en
decoraciones labradas en piedra y estuco, coloridos frescos, complicados mosaicos e
ingeniosa arquitectura. Herodes deseaba ser inmortalizado en su reino terrenal, y dejar
saber a todos cuál era su territorio. Se podría deducir que Herodes creía que era el Mesías
prometido; que de alguna manera estaba cumpliendo las profecías acerca del "Deseado de
todas las gentes". Sin embargo, Zacarías nos presenta al verdadero Mesías como herido, y
no solo como un rey triunfante (13:7); Zacarías incluye un Reino celestial, y no meramente
un territorio local. Esa fue la respuesta que le dio Jesús a Pilato: "Mi Reino no es de este
mundo; si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera
entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Juan 18:36). Sobre este Rey de
contradicciones, uno que no enfatiza un reino terrenal, predicaba Zacarías en la segunda
parte de su enigmático libro.2

El reino terrenal de los hebreos

Antes de interpretar a los profetas hebreos con los lentes del Nuevo Testamento,
nuevamente abramos una ventana al contexto donde se dieron esas profecías originalmente.
El lector moderno debe observar que los hebreos de la antigüedad tenían en mente un reino
político. Dios mismo, en su revelación, da a entender eso en varias de sus manifestaciones
de la profecía clásica.3 No ha de sorprendernos que las sectas del judaismo que se
empiezan a formar en el período persa, el tiempo de Zacarías y Hageo, esperaran que el
Mesías prometido restaurara a Israel como nación. Esos grupos interpretaban y gravitaban
en derredor de ideologías políticas sobre el establecimiento de la monarquía davídica (o
levítica), y eso los llevó a diversos extremos político-religiosos.
Por un lado, estaban los que enfatizaban la santidad y la pureza de carácter del pueblo para
la llegada del Mesías. Sus ideas germinarían un par de siglos más tarde en los sacerdotes
que se separaron de los "hijos de las tinieblas" en Jerusalén, para ir a su aislado
asentamiento, donde fueron conocidos como los esenios. Su comunidad vivía en el desierto
de Judea esperando a dos mesías, uno político y otro religioso. Los esenios se consideraban
superiores a los demás, y por eso se aislaron para proteger su pureza como "hijos de la luz".
Por otro lado, se formaría un grupo conocido como los zelotes. Estos buscarían una
solución violenta para restablecer el reino de Israel. El acto brutal de Ismael ben-Netatías,
que usó la espada para establecer el reino terrenal después de la destrucción de Jerusalén, es
el ejemplo de lo que yo llamaría un "protozelote" (ver Jer.41). Para algunos, los zelotes
eran héroes nacionales o "luchadores por la libertad"; mientras que otros los consideraban
terroristas, los que se inmortalizarían como "sicarios". En medio de esos dos extremos
existían varias sectas judías; algunos formarían los estrictos fariseos, con su énfasis en la
religión exterior y, por otro lado, los "liberales" saduceos, que adoptaban la filosofía y la
cultura griega en sus vidas.4 A pesar de sus grandes diferencias, lo que tenían en común
todos esos grupos era el cumplimiento literal y político de la profecía sobre el reino terrenal
del Mesías.
La profecía clásica, género literario al cual pertenecen los doce profetas menores, enfatiza
el reino terrenal de Israel. Estos profetas escribieron en un sentido literal, siendo la
revelación relevante para la situación so- ciopolítica en la cual ellos vivían. Eso no significa
que en sus mentes no estuviera la luz cristocéntrica que iba más allá de lo inmediato, sino
que su énfasis principal era local y actual. Ellos aludían a naciones vecinas, catástrofes
nacionales, problemas de justicia social y de corrupción que afectaban a las comunidades
en las que ellos ejercían su ministerio.5
Por otro lado, la lectura de Zacarías es un poco más compleja que la del resto de los doce
profetas. Zacarías se distingue de ellos porque incluye visiones apocalípticas, de forma
especial en la segunda parte de su libro. Ya en la primera parte, los capítulos 1 al 8, se
puede ver la diferencia con Hageo, pues se refiere a visiones que recibió del Cielo. Zacarías
no solo predica a sus oyentes, sino también escribe las notas de sus sermones y hace
descripciones históricas. En los capítulos 1 al 6, Zacarías describe ocho visiones que le
fueron dadas en una noche (1:7). Sus visiones incluyen toda la tierra, y no solo alude a la
situación local. En la segunda parte del libro, el lenguaje se vuelve más complejo.
Algunos eruditos han sugerido que las profecías de la segunda parte del libro de Zacarías
provienen de la mano de otro autor. Pero, si prestamos atención a los detalles lingüísticos y
los motivos temáticos, podemos reconocer que salen de la misma pluma. La unidad de
Zacarías es reconocible; las diferencias de la segunda parte las podemos comparar con los
cambios literarios que ocurren en Isaías o Daniel. Esos cambios literarios no equivalen a
multiplicidad de autores, como han sugerido algunos. Las teorías artificiales sobre
redacción y revisión del texto bíblico han probado ser subjetivas y contradecirse entre ellas
mismas.6
Aun así, los autores bíblicos elevan sus profecías más allá de su contexto, pues se
proyectaban hacia al Mesías y su Reino universal. Jesucristo es el mensaje central de las
Escrituras, y las profecías todas deben ser leídas sobre la base de la encarnación, el
sacrificio, la redención y la consumación. Otra particularidad de Zacarías, en contraste con
los otros doce, es que es un profeta principalmente mesiánico. Sus profecías deben ser
leídas a la luz de la vida de Cristo. En sus profecías, Zacarías hace algo similar a lo que
Jesús hizo en su sermón profético (ver Mat. 24). Jesús no hizo una clara distinción entre
eventos políticos próximos y los escatológicos, que tendrían lugar más tarde. Jesús
combinó la explicación de la caída de Jerusalén, que sería un tipo para su Segunda Venida,
con elementos del fin del mundo.
En el caso de Zacarías, la situación de los hebreos entre las naciones, el estatus de Jerusalén
y la condición económica de sus días, son aludidas en las profecías, pero el énfasis del
profeta es en el Mesías prometido. Zacarías nos hace recordar que habría de venir Uno que
tendría un Reino mayor que cualquier reino terrenal. Ese Reino tendría a su iglesia como
Jerusalén, hacia donde todas las naciones vendrían para conocer más de Dios (14:9).
Zacarías hace un giro en su libro para tratar de dirigir la mirada de sus oyentes a un reino
futuro, y a un Mesías venidero que no les habría de fallar. Jesús y su iglesia se convierten
en el antitipo tanto de las profecías incondicionales como de las condicionales, que no
resultaron apropiadas por los receptores originales.

El Reino universal de los creyentes

En Zacarías reconocemos la misma amplitud de las promesas hechas por medio de Isaías y
Miqueas sobre multitudes de personas subiendo a Jerusalén a buscar el conocimiento de
Dios (Zac. 14). Los profetas, en primera instancia, miraban a la pequeña capital de Judá
como el centro del universo. Pero, su visión tenía implicaciones mayores que las que aluden
los Evangelistas, quienes reconocen el cumplimento de esas profecías en la vida de Jesús de
Nazaret (Juan 12:32). Según los autores del Nuevo Testamento, Cristo es el antitipo, el
cumplimiento de las profecías sobre el Israel o la Jerusalén terrenales. Según ellos, Sion no
estaba atada a una posición geográfica o un reino político adonde todos tienen que venir.
Jesús les ordena ir, y se hace accesible a toda nación, tribu, lengua y pueblo (Mat. 28:18-
20). Por medio del Espíritu Santo y de su iglesia, el Reino se hace accesible a todas las
personas, hasta los confines de la Tierra.
Sin embargo, hoy son millones los que peregrinan a la Jerusalén política, creyendo que
debe haber un cumplimiento literalista de las profecías veterotestamentarias. Hay personas
que invierten todos sus ahorros o se endeudan más allá de sus posibilidades para hacer un
viaje a Jerusalén. Mientras escribo desde Jerusalén, tengo en mi mente los rostros de per-
sonas de muchas naciones, llenos de emoción y gozo por las experiencias que han tenido en
esta ciudad milenaria. El júbilo se puede ver en los ojos de los peregrinos, los relatos que
me cuentan con emoción y a veces con lágrimas, por las experiencias vividas. Pero, más
allá de las escenas que se relacionan con la historia bíblica, las alabanzas, los olores,
sabores y personajes que nos recuerdan el texto sagrado está la cruda realidad política de
una ciudad en conflicto, que nos hace reconocer que Sion debe estar en otro lugar.
Hoy Jerusalén es una ciudad dividida entre religiones, ideologías e intereses. Las cicatrices
de las guerras que ha sufrido están presentes en cada lugar que se visite. La "ciudad de paz"
nunca ha vivido según sus expectativas. Yo he tenido la oportunidad de entrar decenas de
veces por esos viejos muros, he caminado por sus calles, he entrado en los lugares
venerados por judíos, cristianos y musulmanes. He tenido la oportunidad de relacionarme
con muchos de los visitantes y los habitantes de la Sion terrenal. Aunque hay momentos
que atesoro y de los que conservo recuerdos memorables, tengo que admitir que ninguno de
ellos me ha hecho sentir una pulgada más cerca de Dios de lo que he podido experimentar
en otros lugares con la presencia de Cristo.
He tenido que reconocer que no hay un lugar intrínsecamente santo aquí, en la Tierra. Ni en
el Monte del Templo, ni en Getsemaní o donde fue crucificado Jesús; ni siquiera en su
tumba vacía. La presencia de Dios no es mayor en esos lugares que cuando he estado al
lado de un enfermo en el Ingenio Quisqueya, en la casas de culto de La Habana o este
verano, en las calles de Puerto Príncipe. La presencia divina ha estado conmigo en
reuniones de jóvenes en Bahamas, junto con los niños de Atitlán, Guatemala; y en las
atestadas calles de Gamarra, en Lima (Rep. del Perú). Los pasos del Maestro me han
acompañado en humildes y grandes congregaciones de Venezuela y Costa Rica, al igual
que en la "Vía Dolorosa" de la Jerusalén terrenal.
Jesús es Israel, es Sion, hacia donde levanto mis ojos y encuentro socorro. No se trata de
algún punto geográfico en el Oriente, ni significa que para "leer la Biblia verdaderamente"
tengo que viajar miles de millas hacia el este. Según Pablo, su iglesia es llamada el "Israel
de Dios" (Gál. 6:16) y eso me hace ciudadano de ese Reino aquí, donde estoy hoy. Israel
está muy cerca de mí, no necesito visa para poder entrar ante la presencia de Sion. En la
Jerusalén política he sido detenido y registrado, se me ha exigido mi pasaporte y tratado
con sospecha, y a veces hasta con despreció. Pero, en la iglesia tengo papeles que vienen
del Cielo; nunca estoy indocumentado, ni tengo que evitar a los guardias. La iglesia es el
lugar donde son bienvenidos los que vienen de todas las naciones, no importa si en su
cartera tienen libras, bolívares, pesos, colones, dólares, euros o quetzales; pueden entrar en
la familia de Dios como miembros comprados por la sangre de Cristo.
La iglesia y Jesús no aspiran a un poder político, como lo hicieron muchos cristianos en la
Jerusalén del Cercano Oriente durante las horribles "Cruzadas" de la época medieval. Me
da vergüenza pensar que el símbolo de la cruz fue usado en Jerusalén para cometer
atrocidades y genocidio. El lenguaje de la espada usado por "cristianos" fue uno de los
factores que hizo que muchos de los cristianos que vivían en esa región del mundo se
convirtieran al islam. En el lugar donde nació el cristianismo, donde su iglesia fue fundada,
casi se ha borrado la presencia de los seguidores de Jesús. Ambiciones comerciales, intrigas
políticas, traición y asesinato caracterizaron a los reinos "cristianos" que izaron la bandera
de la cruz sobre Jerusalén en la Edad Media. Esa es una de las razones por las cuales hoy en
la región los cristianos son una pequeña minoría, que se sigue haciendo cada vez más
pequeña ante las presiones de musulmanes e israelíes.
El Rey de paz, humilde y sencillo, no entró montado sobre un poderoso corcel de los que se
usaban para las guerras. Jesús llegó a Jerusalén con el símbolo de la realeza más humilde
que pudiese encontrar: un borriquillo, hijo de asna (Zac. 9:9). Pero no pudo evitar que las
personas confundieran su entrada con la declaración de independencia de Roma y el
establecimiento de un reino terrenal. "La multitud estaba convencida de que la hora de su
emancipación estaba cerca. En su imaginación, veía a los ejércitos romanos expulsados de
Jerusalén, y a Israel convertido una vez más en una nación independiente" (El Deseado de
todas las gentes, cap. 63, p. 524). Jesús lloró entre aquella multitud jubilosa que creía que
sus ideales de un reino terrenal en Sion se iban a cumplir con el Maestro de Galilea; pero él
era un rey sin reino terrenal.

Cuando tenemos expectativas equivocadas

Dios nunca nos falla, somos nosotros, los seres humanos, los que creamos expectativas
personales que no siempre se cumplen como queremos. Es entonces cuando viene la
decepción y se le reclama al Cielo: "¿Por qué Dios 'nos ha fallado'?" Pero no se trata de una
injusticia divina el que no se cumplan nuestros deseos, "necesidades" o caprichos. Aun
cuando creamos que lo que esperamos es "indispensable", no conocemos el fin desde el
principio y carecemos de visión suficiente para conocer lo que es mejor para nuestras vidas.
Las expectativas equivocadas fueron las que causaron tanta desilusión entre los hebreos y
en el resto de la humanidad, a través de los siglos.
No hemos de subestimar el revuelo político que había en Yehud durante la última parte el
siglo VI a.C. Los eventos históricos protagonizados por el Imperio Aqueménida (conocido
como "Medo-Persa") estaban reescri- biendo el destino de muchos pueblos. Esa
inestabilidad internacional debió de levantar las esperanzas entre los yehuditas que
esperaban el cumplimiento de las profecías mesiánicas. Seguramente había "expertos"
leyendo sobre los acontecimientos políticos de sus días, y tratando de ver cómo encajaban
en su interpretación de las profecías. Las esperanzas mesiánicas fueron puestas en
Zorobabel, quien era de linaje real y heredero del pacto davídico. Los hebreos, teniendo en
mente un reino terrenal, miraban cómo todo parecía encajar en sus interpretaciones
proféticas. La reconstrucción del Templo en sus días fue posiblemente conectada con las
visiones de Daniel 9. Según los "expertos", el "Día de Yahveh" debería estar cercano, y es
posible que se hayan establecido fechas exactas para el cumplimiento de la profecía. Sin
embargo, el cronograma del Cielo no es necesariamente paralelo al que los humanos
inventamos aquí, en la Tierra. Los persas controlarían el Antiguo Cercano Oriente (ACO)
durante los próximos tres siglos, el Mesías nacería medio milenio más tarde y la profecía de
los "dos mil trescientos" años no había comenzado... Qué decepción. Cuando los "expertos"
se equivocan y aquellos que pretenden saber todo sobre el tiempo del fin fallan, solo queda
la desilusión entre los que quieren precisar fechas para los acontecimientos.

La naturaleza del Reino del Mesías

Todos nos hemos desilusionado en algún momento de nuestra experiencia. Hay ocasiones
en que los seres humanos, aun siendo profetas, no entienden completamente lo que están
recibiendo de parte del Cielo. Abraham no comprendía el tiempo en el que se habría de
cumplir el plan de Dios para su vida. Moisés "aceleró" el plan divino; Samuel veía las cosas
diferentes que Dios, Natán se adelantó al Padre, y David casi siempre anduvo desenfocado.
Los registros de las vidas de Elías, Eliseo, Jonás y el resto de los profetas no son de
personas que entendían cabalmente los planes del Creador. Además, sus audiencias, en la
mayoría de las ocasiones, no tenían en claro el cumplimiento de la profecía hasta después
de que esta tuviera lugar.
Ni siquiera los discípulos, que anduvieron tres años con Jesús, pudieron comprender las
profecías mesiánicas hasta después del cumplimiento de lo que había sido vaticinado. La
naturaleza del Reino del Mesías ha sido aludida en el Antiguo Testamento con tipos en
forma de acontecimientos, personajes y ceremonias. Pero los seres humanos no
comprendieron el antitipo, el cumplimiento de aquellas en la persona de Jesús, quien en su
primera venida padecería sufrimiento y muerte.
Sin estar seguros de si Zacarías entendía algo de lo que estaba pronunciando, él describe a
Yahveh siendo "traspasado" (12:10). Este es un pasaje difícil en hebreo, por aspectos
técnicos del manuscrito, pero lo que lo hace más complejo es que implica que Yahveh es
asesinado. A nosotros se nos hace familiar el cuadro mental de un Mesías crucificado y
traspasado por una lanza romana. Pero debemos ponernos en el lugar de los profetas
hebreos o incluso de los discípulos. La idea de que el Rey de reyes fuera herido, más aun
muerto, eso es algo inconcebible para aquellos que esperan una restauración física del
reino. Ningún "experto" podría haber podido reconocer la naturaleza precisa del reino
mesiánico en el siglo I d.C.
Únicamente después de los acontecimientos del Calvario, Juan reconoció el cumplimiento
de la profecía de Zacarías en la experiencia de Jesús (Juan 19:37). Aludiendo a la
"resurrección especial" que ha de tener lugar poco antes del regreso de Jesús, Juan alude al
lenguaje de Zacarías cuando recuerda a sus lectores que los que lo "traspasaron" han de ver
el regreso de Cristo en el "Día de Yahveh" (Apoc. 1:7, cf. Dan. 12:2). Es indispensable
subrayar que ni Juan ni el resto de los escritores del Nuevo Testamento imponen
interpretaciones sobre la Biblia hebrea. Ellos identifican tipos y alusiones que los escritores
anteriores hacían sobre la primera y la segunda venida del Mesías. Sus principios
hermenéuticos no están basados en alegorías ni tratan de violentar el contexto original. El
Espíritu Santo, que reveló las profecías a los videntes del Antiguo Testamento, es capaz de
dirigir a los autores del Nuevo Testamento para identificar el cumplimiento profético. La
naturaleza del reino mesiánico era contracultural con respecto a lo que esperaban los
hebreos.
Por otro lado, si el deber del lector moderno es comprender el contexto original dado en la
profecía, sin imponer sus criterios e interpretaciones, parece haber un serio problema en
Zacarías capítulo 13. Este pasaje ha sido usado por teólogos dispensacionalistas que
pretenden dar un papel profético al estado moderno de Israel.7 Sin embargo, este rico texto
está compuesto con un lenguaje poético cargado de las referencias pastoriles usadas en el
capítulo 11. Estructuralmente, son paralelismos quiásticos y deben ser leídos como
unidades que se reflejan como un espejo. También es importante señalar la unidad
estructural en hebreo de Zacarías 12:10 al 13:1 con el 13:7 al 9, como referencias al pastor
mesiánico. Ese es el mismo rey mesiánico aludido en el capítulo 9:9-10 que había sido
rechazado en el capítulo 11:4 al 17.
La figura del pastor es una de las favoritas de Zacarías, y es conocida en las Escrituras
hebreas para referirse a Yahveh. En el ACO se usaba la imagen del pastor para las deidades
y para los reyes. En Israel, los monarcas, los sacerdotes y los dirigentes son asociados con
representaciones pastoriles. En Zacarías 13:2 y 5 se describen las impurezas de culto de los
dirigentes hebreos con sus profetas infieles, quienes reciben sus castigos. Algunas
traducciones en nuestros idiomas dan a entender que hay una unidad entre los versículos 5
y 6 del capítulo 13. ¿Serán la misma persona? Pero en el original no hay una partícula de
condicionalidad "y si..." ni el "alguien", como en algunas versiones en español o inglés. No
es necesario enmendar el texto para aclararlo, porque hay una transición en el pasaje. Se
puede reconocer que quien hace la pregunta es el profeta infiel del versículo 5, al buen
pastor del versículo 7-
La identidad del "buen pastor" es identificable de forma textual. Richard Davidson señala
que la unidad de los versículos 6 y 7, con sinónimos y paralelismos verbales en hebreo, es
impresionante. Hay varios paralelismos, pero no hay espacio para analizarlos aquí; uno de
ellos es la palabra traducida como "heridas" (heb. makkot) cuya raíz es el verbo nakah
("hiere"). En el versículo 6 tenemos el sustantivo y en el 7 la forma verbal. Ese es el
lenguaje del pacto del cual hemos estudiado cuando escuchamos las maldiciones hacia
aquellos que lo violan (ver Deut. 28:22, 27, 28, 35, 59, 61; cf. Lev. 26:21, 24). Isaías les
recuerda a los habitantes de Judá que ellos ya estaban recibiendo "heridas" (makkot) por
fallar al pacto (1:6). Sin embargo, presenta al Mesías siendo "herido" (verbo nakah) y
llevando las "heridas" (makkot) en nuestro lugar, al cargar las maldiciones por violar el
pacto (53:4). El mismo Isaías señala la era mesiánica: "El día cuando vende Jehová la
herida de su pueblo" (30:26).8 El Reino del Mesías va más allá de las ambiciones de
monarcas
terrenales, él promete un reino de sanación que trasciende lo pasajero.
Este difícil pasaje de Zacarías 13 ha sido explicado de diversas formas, con la mayoría de
los comentaristas que alegan que el personaje principal es el "mal pastor".9 Pero si lo
leemos a la luz de su contexto estructural y reconocemos las claves en el lenguaje original,
podremos reconocer al pastor de los versículos 6 y 7 como un tipo de Jesús. Jesús mismo se
identifica con el pastor que sería herido, y reclama que es una referencia a él (Mat. 26:31;
Mar. 14:27). Este no es un uso "proverbial", como hacían algunos rabinos del siglo I d.C.,
aquí Jesús hizo exégesis a la luz de la tipología. Elena de White hace la misma conexión
que algunos han leído como homilética en Los hechos de los apóstoles, cap. 22, pág. 184.
Sin embargo, este es otro ejemplo donde la evidencia textual y los argumentos de eruditos
seculares que estudian los idiomas originales concluyen lo mismo que Elena G. de White
ha dejado expresado en sus escritos.
Jesús es un Rey que nunca trató de ocupar un reino terrenal; pero ha dejado un legado
eterno. El se vació a sí mismo para hacerse uno con nosotros, y demostrar que la ley de
abnegación y humildad es por la cual se gobierna su reino (Fil. 2:1-13). Al contemplarle, su
sacrificio y lo que ha prometido hacer, llegamos a ser más humildes al leer la profecía (El
Deseado de todas las gentes, cap. 48, p. 407). El ha de regresar a restablecer su Reino sobre
la Tierra, no apoyándose en los países actuales, ni en escenarios que salen de las páginas de
los periódicos o de Internet. Los detalles precisos del cumplimiento de la profecía los
hemos de conocer después de que se hayan cumplido y eso nos llena de reverencia y
humildad. Nuestro deber es estudiarlas de forma abnegada diariamente, y estar listos hoy
para su regreso.

--------------------------------------------------
Referencias

1. Para más información ver Efraín Velázquez II, "Reyes y recuerdos: la arqueología
de un gran rey de Jerusalén", en Festschrift a Roberto Badenas (será publicado en
2013); Ehud Netzer, TheArchitecture ofHerod the Great Builder (Grand Rapids,
Baker, 2008). Netzer era el máximo erudito como especialista en arqueología
herodiana.
2. La interpretación del libro de Zacarías ha sido un desafío para judíos y cristianos
durante siglos. Jerónimo lo etiquetó como el más "oscuro" de los profetas. J.
Steinmann, Saint Jerome, trad. por R. Matthews (London: Geoffrey Chapman,
1950), p. 298. Ver Ralph L. Smith, Micah-Malachi, Word Biblical Commentary
(Dallas: Word, 1998).

3 Ver capítulo 9.
* Paramas información ver A. Rofé, "The Onset of Sects in Postexilic Ju- daism: Neglected
Evidence from the Septuagint, Trito-Isaiah, Ben Sira, and J. Malachi", en The Social World
ofFormative Christianity andJudaism: Essays in Tribute to Howard Clark Kee, eds. J.
Neusner et. al. (Filadelfia: Fortress, 1988), pp. 42,45,46. W. Rose "Messianic Expectations
in the Early Postexilic Period", en Yahwism after the Exile: Perspectives on Israelite
Religión in the Persian Period, eds. D. Albertz and B. Becking (Assen: Van Gorcum,
2003), pp. 168-185.
sVer Kenneth Strand, "Foundational Principies of Interpretation"; Richard Davidson,
"Interpreting Oíd Testament Prophecy" y el capítulo 9 del presente estudio.
1. Cf. J. G. Baldwin, Haggai, Zechariah, Malachi (Downers Grove, IL: Inter- Varsity,
1972); R. Masón, TheBooks of Haggai,Zechariah, andMalachi (Nueva York:
Cambridge University, 1977); D. L. Petersen, Zechariah9-14 andMalachi
(Louisville, KY: Westminster/John Knox, 1995).
2. Hay que reconocer que el Israel moderno es un país secular, con maravillosos
habitantes, pero no es el Israel bíblico. Jesús se proclamó como el cumplimento de
las profecías de Israel y dejó a su pueblo como su representante. Las profecías
deben ser entendidas en su cumplimiento cristocéntrico y eclesiocéntrico en vez de
escenarios políticos terrenales como los que querían encontrar los contemporáneos
de Jesús en un reino terrenal. Para una interpretación dispensacionalista ver, por
ejemplo, J. F. Walvoord y R. B. Zuck,
TheBibleKnowledgeCommentarysAnexpositionoftheScriptures (Wheaton, IL:
Victor Books, 1983).
3. Agradezco a Richard Davidson por compartir sus notas y a las contribuciones de
William Shea sobre este complicado pasaje que fueron muy iluminadoras para mí.
El, para esclarecer este texto, me remitió a las contribuciones ofrecidas por Paul
Lamarche, Zacharie IX-XIV: Structure littéraire et messianisme (París: Gabalda,
1961). Ver evidencias de la unidad de Zacarías 13:6 y 7 refiriéndose al Mesías por
Philip G. Samaan, Portraits ofthe Messiah in Zechariah (Hagerstown, MD: Review
and Herald, 1989), pp. 117,118.
4. Cf. J. G. Baldwin, Haggai, Zechariah, Malachi (Downers Grove, IL: Inter-Varsity,
1972); R. Masón, The Books of Haggai, Zechariah, and Malachi (NuevaYork:
Cambridge University, 1977); D. L. Petersen,Zechariah 9-14 and Malachi
(LomsviWe, KY: Westminster/John Knox, 1995).
CAPÍTULO 13

Malaquías
Hijos que se olvidan de su Padre

E
ntrar en una casita pobre, donde vive una anciana sólita, acurruca-
da en su cama, es una escena más común de lo que nos sentimos
cómodos en admitir. Si la ancianita está hinchada debido a que está
reteniendo líquidos, si sus pies están llenos de llagas, su espalda con úlce-
ras supurantes y desprende un olor muy desagradable, se convierte en una
tortura el mirarla. Pero, así viven muchos padres y madres... olvidados por
sus seres amados, en condiciones lamentables; mientras sus hijos están
“demasiado ocupados” en la vida. ¿Puede ser una contradicción que los
hijos se olviden de sus padres? ¿Cuál es el último mensaje que nos traen
nuestros doce amigos en el llamado “Libro de los Doce”?
El mensaje nos llega de la mano de un hombre que se llama “men-
sajero”. Ese es el significado del nombre hebreo “Malaquías” (en griego
angelos), que pudiera ser una contracción de “mensajero de Dios”. Este es
el mensajero que trae un “mensaje” (hebreo massá) de esperanza en medio
de las contradicciones (1:1). Sin embargo, vamos a tener que admitir que la
audiencia de Malaquías se parece mucho a los que vivimos en el siglo XXI.
Los oyentes de Malaquías son cínicos, malcriados y escépticos. Podemos
leer cómo Dios les habla en seis ocasiones y cómo ellos le responden beli-
gerantemente. Este es un diálogo disfuncional entre un padre y sus hijos,
con el cual tristemente nos podemos identificar en esta época. Malaquías
les recuerda a sus compatriotas, que han olvidado a su Padre celestial, que
el pacto que habían hecho con él ha sido quebrantado. Aun así, el profeta
les recuerda que todavía hay tiempo para regresar al Padre.
La ubicación que tenemos hoy del libro de Malaquías en el “Antiguo
Testamento” es algo significativo, al concluir el estudio de estos doce pro-

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fetas. La Biblia hebrea (Tanaj) termina con el libro de Crónicas, en la sec-
ción de Escritos (Ketuvim). Crónicas fue el último libro en ser escrito del
Antiguo Testamento, y así aparece en la Biblia hebrea. Ese orden enfatiza
la intención del cronista en explicar las razones del exilio. Pero los cristia-
nos usamos el orden de la Septuaginta, traducción griega usada por mu-
chos de los primeros cristianos. En la Septuaginta, el “Antiguo Testa-
mento” termina con el libro de Malaquías. En ese orden, hay un énfasis en
el último capítulo, donde se menciona al mensajero que anunciaría al ángel
del pacto (en hebreo mensajero del pacto). El Nuevo Testamento comienza
identificando a ese mensajero (Juan el Bautista), anunciando al Mensajero
del pacto (Jesús, el nazareno). 1 Juan es el último profeta del Antiguo Tes-
tamento, según lo presenta Malaquías, y al mismo tiempo es el primer pro-
feta del Nuevo Testamento.

Un Padre que expresa su amor


El libro de Malaquías comienza con estas palabras de Dios a sus hijos:
Yo os he amado”; a lo que ellos replican: “¿En qué nos amaste?” (1:2). Este
libro es diferente de los anteriores once profetas. En vez de profecías o vi-
siones como las que hemos estudiado, el libro parece ser el diálogo entre
un adolescente malcriado y su padre amante. No voy a describir lo que me
habría pasado a mí si les hubiese respondido así a mis padres, pero puedo
asegurar que no habría pasado inadvertido. Los yehuditas 2 parecen muy
sensibles a las palabras de Dios; son reacios a las promesas divinas y a la
seguridad que Dios les da de su amor. Necesitan ver más pruebas del cui-
dado y el afecto divino.
Pero ¿por qué reaccionan de esa manera? Aunque no podemos justificar
ese tipo de respuesta, podemos entender algo de la frustración que debían
sentir en ese momento de la historia. En los anteriores libros, hemos escu-
chado las voces angustiadas de aquellos que han estado esperando ver el
cumplimiento de las profecías. Nos encontramos con los últimos, como no-
sotros, en el ocaso de la era profética. Los yehuditas del tiempo de Mala-
quías están resentidos con Yahveh por la aparente tardanza de las prome-
sas que habían escuchado en tantas ocasiones. Han llegado al límite de ese
sentimiento de impotencia por la noción de que no había una luz al final
del túnel. Sentían que su Padre los había olvidado, y ya no valía la pena
recordarlo.
¿Cuándo les expresa el Padre esas palabras de amor? Esto es signifi-
cativo para poder entender su reacción. Ya estudiamos a nuestro amigo
Zacarías, quien ejerció su ministerio en el año 520 a.C., fecha que podemos
señalar con exactitud por los detalles precisos que deja el profeta en el con-

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tenido de su libro. Pero ese no es el caso de Malaquías, que no ha dejado
ninguna indicación clara sobre la fecha en la que sirvió como profeta. Eso
complica un poco el poder describir por qué ellos reaccionaron de esa ma-
nera. Andrew Hill señala que “la fecha del libro de Malaquías y su relación
con otros escritos bíblicos han sido sujetas a investigación y debate por
mucho tiempo en el campo de la erudición bíblica”. 3 Sin embargo, se pue-
den encontrar evidencias textuales, arqueológicas, históricas, temáticas y
lingüísticas que conectan al libro con el principio del siglo V a.C. 4 Eso sig-
nifica que Malaquías ejerció su ministerio unas pocas décadas después de
Hageo y Zacarías, unos 35 a 50 años más tarde.
Hay hechos aludidos en el libro que podrían conectar el contenido de
las profecías con el año 480 a.C. El libro parece reflejar algunos cambios en
las pólizas económicas y en el ambiente internacional, los cuales son simi-
lares a lo que estaba sucediendo en el Cercano Oriente durante el tiempo
de Jerjes (hijo de Darío el Grande). Si esa datación es correcta, se podría si-
tuar al profeta poco antes del tiempo de la sabia joven Hadasa, quien es me-
jor conocida por el nombre de Ishtar o el hebraísmo “Ester”. Su esposo es
mejor conocido como Jerjes, como equivocadamente lo pronunciaban los
griegos; entre los hebreos, se le conoce como Asuero (más cercano al persa
antiguo). La realidad de que hubo un potencial exterminio de los hebreos
que vivían en todo el Imperio Persa nos abre una ventana a lo peligroso
que era creer en Yahveh en aquellos tiempos.
La audiencia de Malaquías había escuchado del amor de Dios, pero vi-
vían en una época potencialmente frustrante, pues era un tiempo de com-
pás de espera. Algo así como el “tiempo muerto” que conocemos los que
nos hemos criado cerca de las plantaciones de caña de azúcar; entre la “za-
fra” (cosecha de la caña dulce) y la siembra, la hora de espera entre impor-
tantes acontecimientos o experiencias. Unas décadas antes, se había re-
construido el Templo, inspirados por la predicación de Hageo y Zacarías.
Aquel había sido un tiempo de emoción y júbilo entre los yehuditas. Si mi-
ramos por una ventana hacia el futuro, vemos la liberación de Purim, y al-
gunas décadas después podemos observar la restauración de las murallas
de Jerusalén y la recuperación de la importancia política de la ciudad. Pe-
ro, si regresamos al presente de Malaquías, no ocurre nada espectacular; es
el momento de esperar.

Esperando con incertidumbre


¿Dónde están las evidencias del amor de Dios? Aquellos a los que les
gusta enfocarse en lo negativo habrán notado que, en esta ocasión, para la
inauguración del Templo de Jerusalén, no hubo nube de humo, ni voz au-

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dible, ni fuego del Cielo. Zorobabel no había cumplido con las expectativas
mesiánicas que algunos tenían para él y lo que habían interpretado de los
profetas. El Mesías no había aparecido después de que se sacudieran las
naciones, y quien tenían como dirigente político era algún débil goberna-
dor nombrado por los persas. Si Dios es su Padre, parece que se ha olvida-
do de sus hijos. ¿Por qué razón ellos deberían acordarse de él? Después de
ver tantas tablas de profecías y escenarios no cumplidos, no hay que sor-
prenderse de que ellos tomaran la actitud del siervo que dijo en su cora-
zón: “Mi Señor tarda en venir” (ver Mateo 24:48).
Ellos necesitan evidencias del amor paternal de Yahveh, y Dios les va a
revelar cómo ha demostrado su amor por sus hijos. Yahveh les recuerda
que ha “amado” a Jacob, mientras que ha “odiado” a Esaú. Ese concepto
de “amor” y “odio” debe ser clarificado antes de llegar a conclusiones
equivocadas. El “odio” al cual se refiere Malaquías no es un sentimiento
despectivo como se puede interpretar en nuestras lenguas occidentales. La
palabra hebrea sane, que ha sido traducida como “odio” en Malaquías 1:2,
tiene amplias connotaciones en hebreo. Se puede referir a alguien menos
favorecido, como el caso de Lea, o no preferido (Génesis 29:31, 33; cf. Deu-
teronomio 21:15-17). Pero, en el contexto amplio del “Libro de los Doce”, y
de forma específica de Malaquías, se trata de odio del Pacto, igual que el
“amor” expresado por Yahveh que está ligado al pacto.
Esaú decidió olvidarse de su pacto con el Dios de Abraham, su relación
con Yahveh fue cortada y vemos que en ese territorio se adopta la adora-
ción al “dios” Qos. Hemos encontrado decenas de lugares de culto, cientos
de nombres asociados a esa divinidad edomita y miles de piezas de sus
ídolos. 5 El pueblo descendiente de Esaú, los edomitas, sufrieron opresión,
destrucción y asimilación, con lo que recibieron las consecuencias de sus
decisiones. Esaú es odiado, ya no es favorecido en el contexto del Pacto,
por haber quebrantado su compromiso con Yahveh. Por el contrario, a pe-
sar de que muchos de los descendientes de Jacob se habían alejado del Pac-
to, todavía hay un remanente fiel por el cual el Pacto continúa ratificándo-
se, y este remanente se beneficia por las promesas del Pacto.
Con el paso del tiempo, podemos ver las cosas más “claras”, pero la si-
tuación no era evidente en el tiempo de Malaquías: sus “primos”, los edo-
mitas, todavía se burlaban de ellos, y eso sacudía su escasa fe. La relación
con los edomitas nunca había sido muy agradable. En la época patriarcal,
podemos imaginarnos que Esaú debió escuchar acerca de la profecía que
Dios le había dado a Rebeca cuando estaba desesperada debido a su com-
plicado embarazo. Yahveh le había asegurado: “Dos naciones hay en tu
seno, dos pueblos divididos desde tus entrañas. Un pueblo será más fuerte
que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor” (Génesis 25:23). Por ello,
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los hermanos tuvieron una relación tirante desde el principio (ver Génesis
36).
Cuando salieron de Egipto, los israelitas quisieron cruzar por el terri-
torio de Edom, pero los edomitas les negaron el paso (Números 20:1 4-22).
Los edomitas continuaron teniendo relaciones difíciles con Judá durante la
época de la monarquía. Edom quedó como vasallo de los hebreos al esta-
blecerse el reino israelita (2 Samuel 8:14). Sin embargo, siempre buscaron
oportunidades para su autodeterminación y son presentados de forma ne-
gativa por los profetas (ver Abdías 8-14). El registro arqueológico demues-
tra que los edomitas habían estado invadiendo la parte sur de Judá desde
el siglo VII a.C. Una dramática carta encontrada en Arad testifica de esa
crisis: “¡[Lleva] hombres a Elías! ¡Antes de que Edom llegue aquí!” Al ex-
cavar, encontramos que en el nivel anterior a la carta había una extensa
capa de ceniza, lo que sugiere una destrucción edomita después de llegada
la carta. 6 Para colmo de males, los edomitas se habían gozado en la des-
trucción de Jerusalén y el fin de la monarquía davídica (ver Salmo 137:7;
Lamentaciones 4:21, 22; Ezequiel 25:12-14).
Sin embargo, la satisfacción no les duró mucho: las profecías que ha-
bían pronunciado los profetas contra Edom se cumplieron y su territorio
llegó a ser invadido. Nabonido usó el “camino real” que atravesaba los
reinos de Amón, Moab y Edom cuando descendió a Teima y destruyó al
reino edomita. El territorio les fue otorgado a los árabes quedaritas, quie-
nes controlaban las rutas de especias que venían desde Oriente. Los edo-
mitas, que en ese momento vivían al otro lado del Arabá, aseguraban que
volverían a “reconstruir”. Pero Yahveh les dice: “Ellos edificarán y yo des-
truiré” (Malaquías 1:4).
Malaquías alude a la destrucción efectuada por los ejércitos de Naboni-
do y las tribus quedaritas en el pasado como evidencia histórica de la con-
fiable mano divina. Por otro lado, el profeta les asegura a los yehuditas
que habrá más destrucción; eso vendría a manos de los nabateos, relacio-
nados con los quedaritas, quienes borrarían el recuerdo de Esaú en ese te-
rritorio. Los hábiles nabateos, literalmente, esculpirían su reino en Petra, el
corazón comercial de lo que había sido el reino de Edom. Ese territorio lle-
gó a ser ocupado por tribus árabes desde el siglo VI a.C., los “chacales del
desierto” de los cuales habla el profeta (1:3). A través de acontecimientos
políticos, como es común en la profecía clásica, Dios les demostraba su
amor paternal a los hebreos como pueblo.

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¿Cómo habían demostrado que se habían olvidado de su
Padre?
A pesar de esas demostraciones providenciales, los yehuditas no reco-
nocían cómo Dios los había preservado de manera milagrosa. Debieron
haberse dado cuenta cuando tantos pueblos y naciones habían desapareci-
do durante el paso de los neoasirios, los neobabilonios y los persas. Pero,
de todas esas naciones de la antigüedad, los hebreos sobrevivieron, gracias
a las Escrituras, la revelación de su Padre. Sin embargo, en el tiempo de
Malaquías, después de que el Templo había sido reconstruido, comenza-
ron a comprometer la calidad de su adoración. En su insensibilidad, per-
dieron la capacidad de diferenciar entre lo santo y lo profano. Los hebreos
comenzaron a traer al Templo sacrificios inaceptables, en un culto medio-
cre.
El primer paso en la dirección equivocada se produce cuando nuestra
relación con Dios se deteriora. Los hebreos fallaron en su vida devocional
y en su adoración personal hacia el Creador. Malaquías los describe:
“Cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿acaso no es nulo?
Asimismo, cuando ofrecéis el cojo o el enfermo” (1:8). Debemos entender
que esos sacrificios no eran un mero formulismo o ritual. Esto era un refle-
jo de su relación personal con Dios, debían ofrendar para agradecer a Dios
por sus bendiciones, por la paz y por el perdón de sus pecados. El sistema
de sacrificios era su expresión de alabanza y adoración ni Cielo, no méritos
que les aseguraban el favor divino. Cada uno de esos sacrificios era un tipo
del Mesías, aunque no todos así lo comprendieran. Pero, lo que estaba cla-
ro para todos era que un sacrificio de calidad inferior era una muestra de
desprecio hacia su Padre.
Una vez que olvidamos nuestro pacto con el Cielo, el resto de nuestras
relaciones se va deteriorando inevitablemente. En el capítulo 2, Malaquías
denuncia la desintegración de las relaciones familiares. He trabajado con
muchos matrimonios, y siempre he tenido que admitir que la raíz de los
problemas de la pareja no está en la cama ni en la cuenta del banco, sino en
su vida espiritual. Los consejeros matrimoniales y las terapias son muy va-
liosos, pero secundarios al restablecimiento del pacto con el Cielo y con el
cónyuge. Ese tipo de terapia solo la puede hacer Dios mediante su Santo
Espíritu, pues los seres humanos carecemos de esa capacidad.
Malaquías cita a Dios denunciando a los yehuditas por haber traicio-
nado a “la mujer de tu juventud” (2:14). Eso resuena más profundamente
en nuestros días, cuando el matrimonio parece ser una comodidad
desechable. Malaquías es uno de los pocos autores bíblicos que enfatiza
que el matrimonio es un pacto. Los occidentales no alcanzan a comprender

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la profundidad e importancia que tiene un pacto en la mente semita. En
Occidente, el matrimonio se ha convertido en un simple contrato entre
“socios”, un arreglo legal, un estatus ante la sociedad, con implicaciones
económicas y sociales. Pero, en la cosmovisión hebrea, el matrimonio es un
pacto, una alianza con Dios y con tu cónyuge. Por eso, Dios dice con toda
autoridad y dolor: “Yo aborrezco el divorcio” (2:16, NVI). El divorcio es
repugnante ante Dios y no es natural en el plan divino. No debemos olvi-
dar que aquí no dice: “Yo odio a los divorciados”, pues tal insinuación no
es menos que una blasfemia. Dios ama a las personas que han tenido que
pasar por la dolorosa experiencia del divorcio. Hay situaciones de abuso y
negligencia que hacen imposible que la pareja continúe junta. ¡Nadie tiene
derecho a juzgarlos!; pero eso es doloroso para todos los implicados y para
el Cielo. Por otro lado, hoy se toma de forma demasiado liviana el divorcio
y no se reconoce la dimensión divina en la mayoría de las ocasiones.
¿En qué otra forma los hijos demuestran que se han olvidado de su Pa-
dre? Cuando los hijos del Creador se olvidan de quién los ha sostenido, se
refleja por primera vez en la vida devocional y la relación personal que
hemos descrito. Sin embargo, uno de los primeros ámbitos donde los hijos
demuestran su “independencia” del Padre es en las finanzas. En el diálogo
que tiene Dios con sus hijos, les pregunta: “¿Robará el hombre a Dios?
¡Pues vosotros me habéis robado! Pero decís: ¿En qué te hemos robado?
¡En los diezmos y en las ofrendas!” (3:8). Hoy, son muchas las personas
que pretenden “controlar” los diezmos. Nunca sobran ideas “creativas” de
cómo usar los diezmos para buenas obras y otras menos nobles. Algunos
pretenden ejercer “presión” sobre su iglesia local, o el campo al que per-
tenecen, con los diezmos. Una especie de chantaje, como algunas parejas
usan las finanzas o el sexo. Pero Dios les recuerda que le han robado al
Dueño de la plata y el oro.
Hay otros sinceramente piadosos que deciden usarlo para ayudar a al-
gunas personas específicas, o para financiar proyectos que se han pro-
puesto para la iglesia, misiones, comprar materiales para una construcción,
o “ayudar” al pastor. Sin embargo, cuando se retienen los diezmos, o se
usan según mi voluntad, estamos tomando el camino del bienintencionado
de Caín. Así, nos exponemos a las consecuencias de quebrar el pacto fi-
nanciero con el Dueño de todo y Sustentador del universo. La iglesia tiene
un sistema ordenado por Dios para el uso de los diezmos y las ofrendas;
los pastores deben ser sostenidos únicamente con lo que se les provee, y
los diezmos no deben usarse de forma “creativa”. Cualquier ministro o
ministerio que participa en el quebrantamiento de ese pacto se expone a
serias consecuencias divinas.
Aunque personalmente me incomoda que a Malaquías se lo use casi ex-

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clusivamente para el tema de los diezmos y las ofrendas, reconozco que es-
te asunto es muy relevante, especialmente en una época cuando un gran
tanto por ciento de los fieles está siendo infiel en este aspecto de la mayor-
domía. La cita de Elena de White es más importante hoy que en sus días:
“Dios pide que su diezmo sea llevado a su tesorería. Devuélvase esa parte
en forma estricta, honrada y fiel. Además de esto, él pide vuestros donati-
vos y ofrendas. A nadie se obliga a presentar delante de Dios sus diezmos,
donativos u ofrendas. Pero, con la misma seguridad con la que se nos ha
dado la Palabra de Dios, él requerirá lo suyo con interés de la mano de ca-
da ser humano” (Consejos sobre mayordomía cristiana, cap. 17, p. 87). Aunque
no creo que haya que devolver los diezmos para garantizarnos bendicio-
nes o evitar maldiciones, tampoco puedo negar que he visto y experimen-
tado que las consecuencias descritas en este pasaje de Malaquías se han
cumplido fielmente.

“¿Dónde está el Dios de justicia?”


Los yehuditas se han estado excusando cada vez que Dios les recuerda
que se han olvidado de él. En el corazón del libro, Malaquías verbaliza una
de las principales razones por las cuales algunos se han “olvidado” de
Dios. Malaquías les reclama: “Habéis hecho cansar a Jehová con vuestras
palabras”. A lo que ellos responden: “Cualquiera que hace mal, agrada a
Jehová; en los tales se complace”; o si no: “¿Dónde está el Dios de justicia?”
(2:17). Aquí reaparece el tema persistente en los doce profetas menores so-
bre la justicia de Dios. Muchos se preguntan: ¿Dónde está Dios cuando nos
azota la tragedia? Así pude leerlo en los mensajes de unas pancartas al pie
de la carretera en Denver, Colorado. Hace una semana, un joven disparó
indiscriminadamente a un centenar de personas en una sala de cine. Mató
a una docena e hirió a cincuenta personas, y todos se preguntan: “¿Por
qué?” Debo admitir que he sido sacudido por preguntas como la de Mala-
quías 2:17 al caminar por las calles destrozadas de Puerto Príncipe, junto a
la cama de algún paciente de cáncer, o al acompañar a padres que cargan a
su criaturita hacia la tumba. De la misma manera, confieso que he encon-
trado paz y seguridad en mi Amigo fiel. Al final del “Libro de los Doce”,
también se enfatiza que únicamente en Jesús podemos encontrar la res-
puesta a nuestras preguntas sobre la justicia.
El mismo texto de Malaquías nos lleva a Jesús; debemos recordar que
los capítulos y los versículos son conveniencias posteriores que no estaban
en el original y en ocasiones violentan el flujo de algunos pasajes. 7 La pe-
rícopa que comienza con la pregunta: “¿En qué lo hemos cansado?” (2:17)
tiene su respuesta en Malaquías 3:1 y 2. El juego de palabras en hebreo es

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hermoso y se pierde en las traducciones occidentales. Ahí se explica que
Malaquías, el mensajero, trae un mensaje en el que anuncia: “He aquí yo
envío mi mensajero”. Ese mensajero era Juan el Bautista, “el cual preparará
el camino delante de mí”. Algo así como los mensajeros del sistema postal
persa que se hicieron famosos en esa época, y los heraldos que anunciaban
la llegada de los sátrapas y los monarcas. El mensaje es: “Y vendrá súbita-
mente a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el ángel [mensaje-
ro] del pacto, a quien deseáis vosotros” (3:1); el mensajero (Malaquías) que
trae un mensaje de otro mensajero (Juan el Bautista), quien va a traer el
mensaje de que el Mensajero del Pacto (Jesús) ha de venir. ¡Qué maravillo-
so mensaje!
En el contenido de ese mensaje, encontramos una promesa de unión
con el Creador, una vida devocional restaurada (3:16-18) y unas relaciones
familiares restablecidas. Así sucede cuando Dios llega al corazón de los
miembros de la familia (4:6). El mensaje nos asegura que el único capaz de
convertir el corazón de los hijos hacia los padres es Dios. “El Salvador del
mundo ofrece el don de la vida eterna a los descarriados. Con una compa-
sión aún mayor que la de un padre terrenal que perdona a su hijo desca-
rriado, arrepentido y sufriente, Jesús busca una respuesta a sus ofrecimien-
tos de amor y perdón. Clama a los errantes: ‘Volveos a mí, y yo me volveré
a vosotros’ (Malaquías 3:7)” (Testimonios para la iglesia, tomo 4, p. 205).
La palabra hebrea para “volver” es shuv; físicamente, es regresar. Es el
mismo término para “arrepentimiento”. Cuando nos volvemos a Dios,
somos capacitados para estar en paz frente a la justicia de Dios. Jesús ya ha
volcado todo el Cielo a nuestro favor; la gracia es siempre iniciativa divina,
y ahora espera nuestra respuesta. Aunque parece contradictorio, es Dios
quien se vuelve a nosotros, pues él es el Creador, el Mensajero que vino a
este mundo a morir por los hijos rebeldes. Aunque nos hemos olvidado del
Padre, él nunca se olvida de nosotros. En este mundo de contradicciones,
los seres humanos podemos ver la mano divina. Tenemos la promesa de
que “en el día que yo preparo, ha dicho Jehová de los ejércitos, ellos serán
para mí un especial tesoro. Seré compasivo con ellos, como es compasivo
el hombre con su hijo que le sirve” (Malaquías 3:17). Ahora estamos en un
compás de espera, pero el Día de Yahveh será glorioso y está próximo. Po-
dremos estar junto al Salvador para escuchar las respuestas que no tuvi-
mos en la seguridad de un mundo sin fin. Allí no habrá contradicciones y,
aunque creo que siempre habrá lugar para el silencio y lo desconocido...
para eso tendremos la eternidad.

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Referencias
1
No hay pruebas de que Jesús fuera “nazareo” (ver estipulaciones en Números 6:1-8;
30). Mateo nos recuerda que Jesús vivía en Nazaret (Mateo 2:2 3), cuyo gentilicio es
“nazareno”. A diferencia de la profecía que identifica a Belén (ver capítulo sobre Mi-
queas), no hay ninguna que mencione a Nazaret. La palabra “Nazaret” significa “reto-
ño”; no se debe olvidar la profecía de Zacarías donde presenta al Mesías como un reto-
ño (3:8; 6:1, 2-13; cf. Isaías 11:1; Jeremías 23:5). Mateo debió de haber tenido esa tipolo-
gía en mente y no solo la ciudad donde Jesús vivía.
2
Este es el gentilicio de los habitantes de Yehud.
3
Andrew Hill, “Dating the Book of Malachi: A Linguistic Reexamination” en The Word
of the Lord Shall Go Forth: Essays in Honor of David Noel Freedman in Celebration of His Six-
tieth Birthday, editado por C. L. Meyers, M. O’Connory D. N. Freedman (Winona Lake,
IN: Eisenbrauns, 1983), p. 77- Hill ha escrito extensamente sobre Malaquías, su comen-
tario es uno de los mejores sobre este profeta, puede ver Andrew Hill, Malachi (Nueva
York: Doubleday, 1998).
4
Para más información sobre fechas alternativas y el apoyo para datar al profeta para
principios del siglo V a.C. puede leer a Efraín Velázquez II, An Archaeological Reading of
Malachi, pp. 18-28.
5
Para información sobre instalaciones ver J. R. Bartlett, “Edomites and Idumeans” en
Palestine Exploration Quarterly (1999) 131:1 02-14; para inscripciones ver André Lemaire,
Nouvelles inscriptions araméenes d’Idumée. Collections Moussaief, Jeselsohn, Welch et divers,
Supplemént a Transeuphratene 9 (París: Gabalda, 2002).
6
No sabemos si llegaron los refuerzos a tiempo. Ver Y. y M. Aharoni, The Archaeology
of the Land of Israel: From the Prehistoric Beginnings to the End of the First Temple Period
(Filadelfia: Westminster, 1982), p. 279. Los edomitas se quedaron en el Néguev y llegó a
ser conocida esa región como Idumea. Herodes, que llegó a gobernar a los judíos era un
idumeo descendiente de Esaú.
7
En la Septuaginta, al igual que en el Tanaj, se divide a Malaquías en tres capítulos. La
mayoría de las traducciones modernas, en lenguajes occidentales, usan la división de
cuatro capítulos de la Vulgata.

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