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"El país de la infancia", como dice María Elena Walsh, escritora argentina
fallecida a principios de 2011, es una buena forma de iniciar este edito-
rial, esta apertura a una temática que fascina por lo actual, lo múltiple, y
preocupa por lo común, lo gastada, lo compleja. El país de la infancia y la
adolescencia tiene, en este número, unas fronteras marcadas: 8 artículos
que nombran las infancias y las adolescencias, 11 autores y autoras que
marcan rutas, ponen señales, dan indicaciones, que prestan sus palabras
para que, como lupas, miremos a través de ellas a los y las habitantes de
este terruño, a esos habitantes temporales que, a veces, tienen prisa por
abandonar el país; 13 ilustraciones que pasean nuestra vista por paisajes
inciertos, olvidados, conocidos, con un cierto aire de nostalgia. Este país de
la infancia, hecho de letras y preguntas, de reflexiones y afirmaciones, de
constataciones y temores, se declara dependiente de los sujetos que nom-
bra; y, por ello, se afirma en la mirada a niños, niñas y jóvenes. Este país
de la infancia tiene los sonidos que ponen esas letras ordenadas y rigurosas,
esas letras que definen tonos, melodías, susurros o carcajadas sobre las imá-
genes, los imaginarios, las relaciones, las difusiones, las diluciones, las mi-
radas, las formas de nombrar y ver a infantes y adolescentes. Este país de
la infancia, que no es el país de origen, del nuestro, es un país declarado
para permitirnos comprender, hoy, de qué hablamos y qué decimos con
estas palabras: infancia y adolescencia.
Hay infantes y adolescentes famosos que copan las páginas de los libros;
niños, niñas y jóvenes cuentan, a través de las voces de sus autores y auto-
Hay quien podría pensar que resulta fácil hacerse pasar por alguien
con una inteligencia normal [...] Hay que esforzarse mucho por pa-
recer más tonto de lo que se es (Barbery, 2007: 19).
Aquellos niños, niñas y adolescentes, al igual que los de carne y hueso que
transitan este mundo en busca de sí mismos, cargan con gran cantidad
¿Eso serán ellos y ellas? ¿O estas palabras son la manera como las personas
adultas les miramos? ¿O son sus modos de estar en el mundo? Difícil saber-
lo o pensarlo. Ahora somos otros, adultos, diferentes de los y las adolescen-
tes que fuimos. Hemos escapado de esa época, hemos salido (¿triunfantes?)
de allí y no recordamos, muy bien, cómo es eso de ser, de estar construyén-
donos. Por eso, como dice Walter Benjamín:
Las ciudades de papel, esas de los libros y los autores, parecen, a veces, un
espejo de la realidad. En ocasiones, un espejo fiel; en otras, uno de esos que
deforman las imágenes, que presentan una suerte de monstruos o engen-
dros que no reconocemos. Algo así como una imagen grotesca de infantes
y adolescentes que, confrontada con la realidad, a veces parece coincidir, ya
sea por la distorsión exagerada o por la idealización absoluta. Cualquiera
de estos dos estados desconoce, no reconoce, las infancias y las adolescen-
cias por lo que son, sino por lo que el sentido común instala en los discursos
e imágenes que circulan de manera absoluta en cada época, borrando las
particularidades de cada una de ellas. Esto lo muestra el escritor argentino
Martín Kohan en Ciencias morales (2008), cuando regresa al Colegio Nacio-
nal de Buenos Aires, mismo en que Miguel Cañé (2005) describe la vida
de Juvenilia. Cañé en 1884 y Kohan en 2007, dan cuenta de una juventud
irreverente, entristecida, que sufre los dolores de la vida, que participa de
las actividades escolares de diversas maneras: entusiasta, resignada, disci-
plinada.
Los artículos que marcan las fronteras de este país de las infancias y las
adolescencias, muestran el quiebre de las concepciones románticas o fa-
talistas, dan cuenta del agotamiento de las metáforas para nombrar estas
edades, así como de las consecuencias de las intervenciones y las regulacio-
nes que provienen del Estado, de otros organismos o de las familias. Estas
fronteras indican los lugares oscuros, olvidados de niños, niñas y jóvenes educa-
dos/as, protegidos/as, judicializados/as, lanzados/as hacia el cumplimiento
de mandatos y leyes de la calle para ser expulsados/as de las instituciones,
marginados/as de las políticas o beneficiarios/as de planes y programas.
El país de la infancia, este país, es una patria: una que nos da el origen, que
nos constituye; de la que emigramos, en algún momento, para dar cuenta
de lo que fuimos, de lo que conservamos, de lo que somos. A ella regresa-
mos a través de nuestros recuerdos o de la infancia de otros. Pensamos en
nuestra patria.
A veces la vida es así, como Las mil y una noches, o como Los cuatrocien-
tos golpes del diablo, una obra de magia que había visto en el Chátelet,
pero también y cada vez con más frecuencia, como los cuentos de
Andersen más tristes, los menos agradables, y mi padre, cuando nos
llevaba al Bois, hacía sonriendo alusiones a Pulgarcito: "y sobre todo
no olvidéis los guijarros blancos". Para tranquilizarnos, agregaba que
era posible también, que al llegar, y como por obra de magia, encon-
tráramos sobre la mesa una comida mágica y pantagruélica, servida
sobre un mantel bordado en oro y que se podía vender enseguida
(Prévert, 1979: 38).
Referencias bibliográficas
Benjamín, Walter, 1989, Escritos. La literatura infantil, los niños y los jóvenes, Bue-
nos Aires, Nueva Visión.
Cañé, Miguel, 2005, "Juvenilia", Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, [en línea],
disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra/juvenilia-l/, consulta: 9
de agosto de 2011.
Tonucci, Francesco, 2007, Fratto, 40 años con ojos de niño, Barcelona, Grao.