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1.
Este texto, si bien en un primer momento puede parecer denso e inconexo, alberga varias ideas
interesantes en cuanto al empleo del simbolismo y la representación e intencionalidad del arte. Un
punto clave para el argumento de Martel es precisamente éste: la intencionalidad, el fin último de la
representación artística. Nos ofrece varios ejemplos claros de obras de muy diversa índole, en las
que el empleo de simbolismos conduce a diferentes resultados, interpretaciones y en la que es el
espectador el objeto activo del artista, quedando éste en un segundo plano en cuanto al mensaje que
ha dejado en su obra.
Esto es curioso de por sí. Se trata de una quasi personificación del arte, donde éste toma
independencia de por sí, teniendo sentido propio, y convirtiéndose por tanto en un macrosímbolo,
compuesto por otros símbolos más ligeros: pinceladas que pueda dar un pintor o una palabra o frase
destacada en una novela.
Sin embargo, otro planteamiento quizás más rico se puede derivar de esta reflexión: en la primera
parte del texto, Martel nos indica que, ante una canción, desde un primer inicio, se encuentra un
sentimiento, una emoción. Esta emoción no es otra cosa que un mensaje por parte de un sujeto (el
compositor) hacia un objeto en particular (la persona hacia la que se siente ira o amor, etc.). Sin
embargo, al crear la canción, la emoción se convierte en el canal por el que el mensaje llega
(satisfactoriamente o no) al receptor. Para ello, se hace uso de signos, con un significado preciso
(incluso metafórico) que, en el momento en el que se lanza al público la obra de arte, se disuelve en
símbolos abstractos que dejan al espectador la libertad de interpretación del mensaje. De este modo,
la intencionalidad inicial se pierde, o por lo menos se reduce a una de las interpretaciones posibles de
la obra, y se podría incluso pensar que desprestigiaría al creador. Creo que se puede dar una doble
interpretación simultánea al arte, esto es, una doble intencionalidad. Por un lado, el movimiento
simbólico, donde el espectador se convierte en objeto activo del mensaje, tal y como expone Martel,
pero también la vía clásica Emisor-Receptor-Mensaje-Canal, donde la canción, la pintura o en
definitiva cualquier pieza artística sirve para comunicar una emoción, no necesariamente a alguien en
particular, pero sin olvidar el propio valor de los signos empleados. Virginia Wolf no únicamente
expone una novela de la que se derivan varios análisis, sino que su intención (probablemente con
motivos feministas) inicial debe cobrar asimismo importancia.
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