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10 SEPTIEMBRE, 2019
1 C O M E N TA R I O
Por Mgter. Andrés Pallaro, Director del Observatorio del Futuro en Universidad Siglo 21.
Un tema aparece de forma recurrente en todo debate sobre el trabajo del futuro: las nuevas modalidades de
desempeño, más flexibles, independientes y variables. Peca de voluntarismo desligado de las realidades pensar
en el futuro del trabajo humano sin aceptar que debemos imaginar, modelar y construir nuevos formatos para que
muchas más personas puedan generar sus ingresos de forma digna y sustentable. Y que muchos -no todos- de
esos formatos están dentro del ámbito del trabajo independiente o cuentapropista.
Es en esta tendencia donde irrumpe con fuerza el llamado trabajo a través de plataformas, trabajo on demand o
por encargo. El país y el mundo discute hoy cómo organizar las piezas de una dinámica laboral que no para de
generar nuevos actores: los Uber, Cabify, Rappi, Glovo, PedidosYa, TaskRabbit, Upwork, Workana, etc. Lo que
éstas y otras empresas similares tienen en común, es el aprovechamiento de las nuevas tecnologías (software,
mobile, nube, conectividad, inteligencia artificial) para conectar más y mejor a las ofertas y demandas de muchos
mercados.
Todo abordaje del tema debiera considerar: hay necesidades humanas que se
resuelven, hay empresas que se crean para ello, hay miles de personas que
trabajan en estas modalidades y hay miles de negocios que pueden amplificar
sus ventas por estos servicios tecnológicos.
Pero claro, el tema no acaba aquí. Hay mucho para considerar. Y para ello, es fundamental una conversación de
calidad que sea capaz de despojarse de prejuicios ideológicos y conectar con la oportunidad que tenemos ante
nosotros, de organizar nuevas modalidades de trabajo que ya estan aquí y no desaparecerán por oficio de leyes y
decretos. Esto aplica tanto a quienes, por izquierda, plantean que la economía de plataformas es solo una
expresión superior de un capitalismo injusto protagonizado por la voracidad de nuevas startups tecnológicas, como
a quienes por derecha se limitan de alabar las virtudes de las mismas en el marco del “solucionismo tecnológico”,
que poco repara en consecuencias negativas que pueden colarse en procesos de disrupción tecnológica no
reguladas y que proclama que solo sin regulaciones se garantiza la viabilidad económica de estas nuevas
compañías.
Viejas fórmulas de regulación y funcionamiento no pueden encajar bien en nuevas expresiones de innovación
tecnológica y prestación de servicios. Sería frustrar en nombre de anticuadas regulaciones laborales y sistémicas,
lo mejor pueden traernos las nuevas tecnologías: eficiencia en la conexión de oferta y demanda, asignación de
tareas de forma automática para alguien que las necesita y desagregación de tareas complejas en pequeñas
unidades mejor ejecutables.
Ello es posible si salimos de la narrativa que condena estos “trabajos” por independientes y precarios. Un chofer,
repartidor o prestador de servicios en particular que se desempeña en estos modelos no tiene destino inevitable de
precariedad por la naturaleza de parcialidad, inmediatez e intermitencia de las tareas que desempeñan. El mundo
va hacia un mayor espectro de actividades laborales autónomas, y aquellas propias de la economía de plataformas
son elegibles para muchas personas que requieren desempeños flexibles, complementarios a otras actividades, o
bien, porque significan oportunidades de transición hacia otros trabajos alcanzables a futuro.
Dentro de este marco de posibilidades para regular de forma inteligente hay, a mi criterio, dos cuestiones en las
que no debemos transigir, casi como estandartes morales para una sociedad más justa: las empresas de la nueva
economía de plataformas deben tributar como corresponde, sin atajos ni especulaciones. Y, por otro lado, todo
trabajador independiente debiera recibir conjuntamente de parte del Estado y las empresas, oportunidades
constantes de formación y desarrollo de habilidades que habiliten progreso y futuro.