Está en la página 1de 416

Una aparente perfección

Los hijos de Bermont X

Sofía Durán
Derechos de autor © 2022 Sofía Durán

© Una aparente perfección

Todos los derechos reservados


Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de
cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

Editado: Sofía Durán.


Copyrigth 2022 ©Sofía Durán
Código de registro: 2207181596850
Fecha de registro: 09 de agosto 2022
ISBN: 9798845874832
Sello: Independently published

Primera edición.
Una apariencia perfecta no es necesaria cuando estás con la persona adecuada ni tampoco con los
seres que amas.
Contenido

Página del título


Derechos de autor
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Prólogo

La felicidad era un concepto del cual Jason renegaba para esos momentos
de su vida. Claro, experimentó el sentimiento en algún momento, pero con
el tiempo comprendió que fue debido a ello que el dolor posterior fue tan
grande y duradero. La idealización de la felicidad fue lo que ocasionó la
pérdida, la perspectiva de tenerla por siempre creó la insatisfacción. Sin
saberlo estaba dando pasos vertiginosos hacia la desolación y la
incomprensión del término.
Sin embargo, fue feliz, pese a que encontró de una forma muy particular
a la persona que fue su mujer y el resultado fue agradable. Annelise, siendo
hija de duques y hermana de uno, estaba acostumbrada a que su carácter
caprichoso fuera aceptado sin renegar, ser el centro de atención era la
historia de su vida y obtener todo lo que quería en cuanto lo quería, su
habitual. Jason comprendía la razón de ser de Annelise, fue una persona
solitaria, creció en medio de adversidades y un hermano ausente hasta la
muerte de sus padres.
Se encaprichó con él y arriesgaron todo al tener una relación a
escondidas, sobrepasando los límites socialmente aceptables, asunto que se
hizo notorio cuando el duque los encontró desnudos y en una cama de su
propiedad. Tuvo suerte al no morir a manos de un hombre como John
Ainsworth, incluso se consideraba afortunado por poderse casar con esa
jovencita revoltosa.
Los años pasaron y la pareja era clasificada como una de las más estables
y felices; sonreían, eran cariñosos y no había noche en la que no salieran de
casa, inmersos en la sociedad, en la diversión y el descontrol; eran el dúo
que a ninguna fiesta debía faltarle para pasar a ser legendaria, no había
anfitrión que no deseara que los Seymour atendieran su invitación.
Hasta que de pronto un día, la pareja perfecta perdió color.
Fue notorio el cambio en la actitud chispeante y alegre de la joven y el
carácter liviano y amistoso del caballero. Lentamente fueron privando su
presencia de las reuniones y veladas, hasta que, de un momento a otro,
simplemente desaparecieron.
Muchos pensaron que tomaron la decisión de mudarse debido al mal
estado en el que se vio a lady Annelise en sus últimas apariciones, quizá la
pareja necesitaba un tiempo para ellos mismos, pensaron que eventualmente
reaparecerían, pero cuando el momento llegó, lord Seymour fue el único
que hizo acto de presencia y pese a que la curiosidad general ansiaba
preguntar por la desaparición de lady Annelise, la actitud del heredero de
los Seymour impidió cualquier cuestionamiento con referencia al tema.
Por mucho tiempo, el cambio extremoso en la personalidad del caballero
dio de qué hablar: no se veía en él ni una sonrisa, tampoco una
conversación alegre o ligera, su rostro permanecía sin expresión y en su
mirar se podía percibir que su cabeza se encontraba hundida en el mar de
los recuerdos poco placenteros.
El nombre de Annelise fue vedado en presencia del heredero de los
Seymour, y aunque las dudas surgían de cuando en cuando, de los labios de
Jason no se volvió a escuchar el nombre de su mujer y entre su familia y
amigos, nunca más se habló de ella o de lo que le sucedió.
Capítulo 1

Situada a cuarenta minutos de la capital del Reino Unido, una suntuosa


estructura de ladrillo de tres pisos de altura se alzaba en medio de un césped
pulcramente cuidado y recortado, arbustos alineados y transformados con
esmero en figuras geométricas que dieran composición y lineamiento a las
plantas que rodeaban la propiedad creada en el siglo diecisiete y conservada
perfectamente gracias a los actuales dueños: los duques de Lauderdale.
Era normal que, durante la temporada de calor, los duques se movieran
de la ciudad para disfrutar de los beneficios del campo, las gracias de no
estar ante el ojo público y la libertad de invitar a quienes les placiera en
caso de sufrir aburrimiento en aquel retiro solariego que la pareja hacía
como parte fundamental para desprenderse de la bruma capitalina.
Aún faltaba al menos media hora para llegar a los senderos que
conducirían directamente a la casa, sin embargo, las dos jovencitas que
acompañaban a la pareja de duques se entusiasmaban contra la ventana de
la carroza que avanzaba lenta pero constantemente hacia el destino al cual
fueron invitadas.
—Es implacable el olor dulzón que se mezcla con el viento, tía ¿se puede
saber qué tipo de flores son?
—En realidad, querida, son plantas —explicó felizmente la duquesa,
quien siempre fuese alabada por dicho aroma—. Plantas trepadoras que
verás en cuestión de minutos, se llaman wisterias.
—¡Oh, pero qué maravilloso aroma tienen! Por poco y las confundo con
el de las gardenias, es tan dulce y deleitante que bien pareciera que las
trajéramos en esta carroza ¿No lo crees tú, Daira?
Los duques miraron con respeto a la dama sentada junto a su sobrina,
aquella mujer pareciese más una estatua que un ser humano capaz de mover
las extremidades. De hecho, los duques no recordaban haberla oído hablar
ni una sola vez, conservaba una postura erecta y señorial, se movía con
pasmosa calma y ni siquiera dormitaba, pese al largo viaje.
—Es un olor exquisito en verdad. —Dicho aquello, la mujer volvió la
mirada hacia el pasar de los árboles, abstrayéndose de la conversación
nuevamente.
Podría parecer antipática ante su corta contestación, pero los duques
lograron percibir una mirada fascinada cada vez que la joven desviaba sus
ojos a la ventana; era obvio que su verdadero interés estaba en el exterior de
la carroza. Admiraba el camino con el asombro de quien viese por primera
vez árboles, montañas y ciervos.
—Ham House tiene mucho que ofrecer para una amante de las plantas —
fue el duque quién dio pie una nueva conversación, mostrando orgullo en su
voz—. Encontrarás nuestro invernadero encantador y poco sufriremos de
calor gracias a la casa de hielo.
—¿Tienen casa de hielo y todo? —se extasió la joven parlanchina, quien
no hubiese cerrado la boca exceptuando el tiempo que durmió de camino a
Richmond—. ¡Estoy ansiosa por llegar y verlo todo!
El entusiasmo de la joven dama caía en gracia de los duques, puesto que
a sus cuarenta años no habían perdido ni un gramo de vivacidad y eran
compatibles con ella. Se alegraban de haber ofrecido a su sobrina pasar una
temporada con ellos en Londres, era una felicidad que la pareja necesitaba
al estar procesando las recientes malas noticias dichas por su médico de
cabecera: tal parecía que existían grandes posibilidades de que jamás
engendraran hijos.
Pese al contratiempo que representaba que una mujer no pudiera dar hijos
a un noble, el duque de Lauderdale amaba a su esposa, eran una de las
pocas parejas que se casaron totalmente enamorados y aquello no era más
que un obstáculo que tendrían que superar, sobre todo la duquesa, quien se
hacía mayor y cada vez que sufría un aborto o tenía sus ciclos femeninos, se
entristecía un poco más.
Esa era la razón principal por la cual Pridwen estaba ahí. Esa
impertinente y espontánea muchachita era la única que hacía reír sin reparos
a la duquesa, se divertían juntas pese a la diferencia de edad y, aunque el
duque no disfrutaba ser el centro de sus burlas, permitía con una sonrisa que
ambas intentaran hacer jugarretas en su contra.
—Tía, he escuchado decir que en Ham House se ve un espíritu, ¿Es acaso
verdad? —los vivaces ojos verdes se mostraron deleitados con la idea, poco
le faltó para caerse del asiento, únicamente siendo rescatada por la mano
amiga de su dama de compañía.
—¡Ah, Pridwen, siempre con ideas locas en la cabeza! —quitó
importancia la tía—. He venido aquí durante años y te aseguro que jamás he
visto ni a la duquesa ni a su perro.
—Mmm… no es lo que dicen por ahí.
—Te aseguro que es la verdad. —La mujer negó hacia su sobrina, quien
fuese alegre e inocente, para después enfocarse en la figura retraída que
permanecía en un silencio prudencial—. ¿Usted qué opina, señorita Fiore?
Con desesperante calma, el cuello de la señorita Fiore hizo su trabajo
para mover la cabeza garbosa, atrayendo su atención de la ventana hasta la
conversación.
—No soy especialmente creyente de cosas que no puedo ver mi lady,
lamento no compartir el entusiasmo. —Dejó salir una sonrisa apretada que
inmediatamente desapareció, haciendo evidente que no había sido una
gesticulación sincera, sino más bien de cortesía.
La duquesa de Lauderdale suspiró. En ocasiones no podía creer que esa
jovencita y su sobrina fueran tan buenas amigas, pese a que no despreciaba
a la señorita Fiore, su carácter y el de Pridwen eran más dispares que un
zapato azul y uno verde. Sin embargo, parecían llevarse bien y Pridwen
insistía en llevarla a todas partes, adjudicándole el título de dama de
compañía.
—Agh Daira, ¡eres siempre tan aburrida! —Pridwen la aventó
ligeramente con su hombro—. ¡Vamos, un poco de creatividad, mujer!
Debes de tener uno que otro sueño, aunque de repente se frustren o no se
cumplan.
—No presiones a la señorita Fiore, querida —pidió el duque, viendo a la
hermosa mujer que rápidamente apartó la mirada—. Cada quien puede
pensar lo que guste.
—Bueno, en todo caso, hemos llegado —expuso la duquesa.
La primera en dar un brinco desde la carroza fue Pridwen, quien,
tomando como precaución su sombrero, miraba a los alrededores con
deleite. Había visto muchos lugares hermosos a lo largo de su vida, pero
jamás se sintió tan feliz como en ese momento.
—¡Daira, vamos, vamos! —pidió a base de gritos y exagerados
ademanes de manos que la hacían parecer fuera de sus cabales.
Al ser una persona de menor categoría, la señorita Fiore se veía obligada
a esperar a que tanto el duque como la duquesa bajaran de la carroza, de
hecho, el que le permitiesen ir en el interior de la misma se debía
únicamente a la testarudez de Pridwen.
Una vez alcanzó el acelerado andar de la entusiasta rubia, Daira Fiore
esbozó una pequeña sonrisa y escuchó con ternura las múltiples
exclamaciones de asombro de la mujer que se empeñaba en señalar que
eran amigas y no una señora con su subordinada.
—Me parece que Pridwen tiene una relación insana con esa muchacha —
dictaminó la duquesa, mirando a su esposo quien tampoco quitaba la mirada
de las dos damitas bajo su cuidado.
—Creo que le hace bien, Pridwen jamás ha sido de muchas amigas y el
que una de ellas se la persona que se encarga de cuidarla es una forma de
asegurarse su lealtad y presencia.
—¡Oh, a veces puedes ser tan cruel, Fernando! —La duquesa lo codeó
con gracia—. Pero tienes razón, es la primera vez que la veo realmente
contenta con alguien a su lado.
—Dejémosla estar, si sus padres lo permiten, no veo porqué nosotros nos
hemos de interponer.
—Me pregunto si la debo mandar con los criados o darle una habitación
de huéspedes —la mujer se mostró conflictuada y buscó ayuda en su
marido—. ¿Tú qué dices?
—No lo sé. Imagino que Pridwen pondrá el grito en el cielo si es que la
mandamos con los criados, será mejor ponerlas juntas.
—¡¿En la misma habitación?!
—Sí, nos ahorraremos problemas.
—Pero nuestros invitados lo cuestionarán, seguro lo harán.
Fernando miró a su duquesa, inclinándose de hombros como toda
contestación. Adoraba a su esposa, pero no comprendía por qué organizó
toda una festividad en honor a Pridwen cuando era más que obvio que a su
sobrina no le gustaban esas faramallas. Sin mencionar que se fueron a Ham
House precisamente para alejarse de los dolorosos cuchicheos de Londres
sobre la falta de niños entre los duques de Lauderdale, culpando, por
supuesto, a la duquesa por ello.

«Vale la pena vivir, quieres vivir, no deseas la muerte, tienes razones por
las cuales seguir, la vida es buena, la vida es agradable, la vida se disfruta,
la vida se celebra.»
Eran palabras dolorosas, demasiado dolorosas para quién ha perdido toda
esperanza, para aquel que se ha dado por vencido, que vive en el dolor y, al
mismo tiempo, no puede rendirse ante los deseos de su propia consciencia,
ante la suplica de su cerebro, de su corazón y de todo su cuerpo.
Desde hacía tiempo que Jason sentía que una nube gris había bloqueado
por completo su vida, dejándolo permanentemente depresivo, gris, sin
entusiasmo. Recordaba con melancolía el tiempo en el que la felicidad era
parte de su vida, las preocupaciones no existían y la calma reinaba dentro
de su alma. Era increíble lo que el amor era capaz de destruir; lo solitario,
desmoralizado y frustrado que podía llegar a sentirse la persona que se
quedaba atrás.
Había perdido mucho en cuestión de unos cuantos años, propiciando el
sentimiento de senectud prematura. Sabía bien que, en un determinado
momento, incluso el hombre más vivaz y con libido implacable se cansaba
debido a la edad, un daño irreparable del cual ningún hombre había podido
escapar pese a que ansiara con todas sus ganas volver a estar entre el calor
de una mujer.
Pese a que él conservara su virilidad intacta al tener poco más de una
veintena de años, su deseo por el placer, la gloria y la ventura se habían
desvanecido. Lucca, su más afecto primo, disfrutaba en decirle que no era
más que un muerto en vida, uno que tomaba mujeres pero que no sentía ni
el más mínimo deseo al momento de hacerlo, quizá lo hacía simplemente
para zacear un impulso que no estaba tan muerto como lo estaba el resto de
su alma.
Eso precisamente fue lo que lo había llevado hasta los brazos de aquella
mujer. Que, aunque era mucho mayor de lo que era él, seguía conservando
una beldad despampanante; era madura y sabía muy bien como complacer a
un hombre.
Una amante ideal al ser despreciada por su esposo y por lo cual se
dedicaba a recibir placer de dónde se le ofrecía. Su nombre era Lina, Lina
Melbrook, casada con un distinguido conde, muy rico y muy mayor al cual
casi nunca veía, se decía que sólo visitaba Londres con la estricta intensión
de verificar que su esposa no engendrara ilegítimos, después se marchaba
indefinidamente en compañía de sus conocidas amantes y muchos hijos
bastardos.
A lo que Jason sabía, el conde la abandonó desde un inicio y a partir de
que ella cumplió los treinta y siete, comenzó con su largo desfile de
amantes, preferiblemente más jóvenes que ella. Aunque jamás había tenido
uno de la categoría de Jason, un heredero a un marquesado era especial, y
no sólo por el título, sino por la muy atractiva riqueza que había en la
familia de dicho caballero, quien tendría para mantener como reyes a
muchas generaciones venideras.
Se sabía que los Seymour eran cuidadosos en su forma de gastar, jamás
se les veía alardeando y mucho menos siendo extravagantes, eran más bien
modestos pero elegantes, bondadosos, pero no extremistas. Sabían manejar
su riqueza y esta tendía a incrementar gracias a la administración del
marqués y, por lo que se escuchaba en las calles, por su heredero, el actual
conde.
Jason despertó en la alcoba de Lina Melbrook sintiéndose extraño al
momento de darse cuenta que había perdurado la noche, usualmente
escapaba antes de que llegase el amanecer, pero era obvio que había
quedado lo suficientemente extenuado como para hacer caso omiso a su
reloj interno que normalmente le indicaba la hora adecuada para abandonar
la propiedad de una mujer casada.
Se separó del cuerpo cálido y comenzó a vestirse rápidamente y sin mirar
en ninguna ocasión hacia Lina, quien iba despertando, haciendo sonidos
gozosos de estiramiento mañanero tras una noche de extremo placer y un
delicioso descanso.
—Jason… —ronroneó—. Sabes que no tienes que irte.
—Sí, tengo qué.
—¿Por qué estás tan serio? ¿Es que acaso no lo disfrutaste?
Jason sonrió. Le estaba dando la espalda a la mujer, por lo cual no pudo
verlo, pero de alguna manera, Lina Melbrook sabía que aquella respuesta no
podía ser otra cosa más que afirmativa. Jason disfrutaba en su cama y ella lo
hacía aún más.
El cuerpo de un joven era gratificante para Lina Melbrook, solía
acostarse con hombres maduros e incluso algo pasados de la edad de la
madurez. Pero Jason… Jason le resultaba delicioso; era enérgico,
corpulento, apasionado y muy buen amante. Lina se delineó el labio inferior
con la lengua, incluso verlo vestir era un acto que estaba cargado del más
puro erotismo y seducción.
—Jason… no te he oído contestar.
—Quizá porque no hace falta que lo haga —dijo, metiendo su camisa en
sus pantalones.
Lina sonrió conforme y se recostó en las almohadas, moviéndose entre
las sábanas con poses satisfechas y una faz llena de placer y falta de
entusiasmo por ponerse de pie. De hecho, agradecía que no tuviera la
necesidad de hacerlo ya que tenía la libertad de quedarse en cama,
esperando porque él regresara a sus brazos.
—¿Volverás esta noche?
—No. —dijo con rapidez, tomando su reloj de oro y colocándolo a salvo
en su chaleco.
—¿Por qué no? —se levantó sobre sus codos.
—Tengo cosas qué hacer.
—¿Así me delegas? ¿Como alguien a quien puedes dar una patada
cuando no quieres tener sexo?
Jason frunció el rostro al percibir la réplica en aquel tono chillón que
tanto le molestaba de las mujeres remilgosas. Era como escuchar a una niña
pelear por un caramelo que su madre no le quería dar.
—¿Esperabas que viniera nada más a dormir?
—No me molestaría.
—Tengo mi propia cama para eso —dijo sin más, mirándose en el espejo
y alisando su cabello revoltoso.
Lina Melbrook sonrió de nuevo de forma seductora, dejando sus pechos
al aire para que fueran notorios para el hombre que le ponía poca o nada de
atención. La mujer frunció el ceño. ¿Es que toda pasión había desaparecido
de su sistema? ¿Ni siquiera su cuerpo desnudo llegaría a tentarlo en lo más
mínimo?
—Nos vemos —dijo sin mirarla, saliendo por aquella puerta y cerrando
pese a que escuchó la clara maldición salir de los labios hermosos de la
mujer que acababa de dejar desnuda en la cama.
Jason inhaló hasta llenar por completo sus pulmones con el aire fresco.
No pasarían de las seis de la mañana, por lo que no tenía preocupación por
encontrarse a algún conocido, sin embargo, muchos empleados y
comerciantes iniciaban sus labores y sería igual de peligroso que lo vieran
saliendo de esa casa.
Empezó a caminar, primero sin dirección alguna y después, dirigiéndose
hacia el mercado. Las horas tempranas siempre le resultaron sumamente
reconfortantes; le era agradable el viento fresco acariciando sus mejillas, el
aroma a pan recién horneado, los despojos de agua que se almacenaban en
las calles después de la lluvia y las nubes grises que lentamente abrían paso
al sol.
Al llegar a la calle destinada para el comercio de toda clase, Jason sonrió
y comenzó a saludar, para ese momento, era normal encontrarlo ahí,
muchos lo conocían de sobra y algunos hasta podían hacerse llamar sus
amigos. El heredero de los Seymour era distinguido por tener un carácter
extrovertido, jovial y amable para con todos. Jamás se escuchó de él ni una
queja, nadie se podría hacer llamar su enemigo, por el contrario, era
respetado y querido.
—¡Mi lord Seymour! —saludó efusivamente el señor Ratle, dueño de
una panadería que Jason frecuentaba—. ¡Tengo su encargo de siempre! ¡Lo
tengo listo!
—Me sorprende señor Ratle, apenas estará calentando los hornos, ¿Es
que tiene medido el tiempo que demoro en llegar aquí?
—Debo admitir que en esta ocasión ha madrugado, mi lord.
—Me encontraba más cerca de lo usual —sonrió el hombre.
Jason esperó pacientemente a que el señor Ratle colocara el listón rosado
que envolvería la caja para evitar que esta se abriera de camino; ya en
alguna ocasión ocurrió el accidente de que los deliciosos bollos de queso
terminaran en el suelo. Aquello cayó mal al orgullo del panadero, quien
desde entonces colocaba listones en las cajas de todos sus clientes como
mera precaución.
—Listo, mi lord, aquí tiene.
El panadero extendió la caja hacia el extraño lord que amablemente
compraba todos los días en una tienda que no fuese ni la más prestigiosa ni
la más reconocida de Londres, pero que, sin dudas, tenía el mejor pan.
Jason lo había descubierto por casualidad, pero desde entonces, era la tienda
a la que sus empleados eran enviados a comprar para abastecer las
necesidades de su hogar.
—Gracias, señor Ratle, le debo una —Jason tendió el dinero y, como de
costumbre, dejó mucho más de lo necesario para comprar diez bollos de
queso.
En un inicio, el señor Ratle se molestó por ese hecho, pero con el tiempo
descubrió que no era más que otra forma en la que el noble demostraba lo
mucho que disfrutaba de su pan y sin lugar a dudas, el dinero extra era bien
recibido para una panadería que apenas y se mantenía a flote.
Siguió con su camino, ahora con el calor que le trasmitía la caja de bollos
directamente contra sus manos. Jamás le diría al panadero que a él en
realidad no le gustaba el pan, mucho menos algo como un bollo de queso.
Solía regalarlos a los niños que pasaban por sus lados, metiendo manos
indiscretas en sus bolsillos para sacar las monedas que él previamente
colocaba para ellos, quedándose únicamente con un bollo para cuando
llegara a casa.
—¡Llegué! ¿Dónde están todos? —gritó en cuanto abrió la puerta de su
propiedad en la calle Pimlico.
—Mi señor, buenos días, le informo que lady…
—¡Papá!
Capítulo 2

Los niños pequeños debían ser escandalosos, hacer travesuras y, aunque


se les entendiera poco, era agradable escucharlos hablar sin parar. Sin
embargo, ese no era al caso del pequeño Jackson, único hijo de Jason
Seymour, sucesor del título de su abuelo y de su padre cuando estos
estuvieran incapacitados para llevar a cabo las obligaciones que les
correspondían como marqués de Kent.
Sobre los hombros de ese niño recaían tierras, empleados, arrendatarios y
un asiento en la cámara de lores. Jason no podía más que preocuparse, pese
a que adoraba a su hijo, conocía sus limitaciones, y por el momento, eran
enormes. Iniciando por su renuencia a hablar con nadie que no fuese él y a
base de susurros directamente dirigidos a su oído. En ocasiones gritaba,
como lo hizo al verlo llegar, pero después se ensimismaba en un cauteloso
silencio que era siempre acompañado por unos perspicaces ojos grises que
seguían sin compasión a su interlocutor.
—Jack, ¿Qué has aprendido el día de hoy? —Jason se agachó y tomó a
su hijo en brazos—. ¿Terminaste tus deberes?
La boca del pequeño se acercó hasta el oído de su padre y explicó su
avance en las lecturas. La voz de su hijo era tierna y serena, pero tan baja
que estaba claro que sólo era dirigida para una persona.
—¿Has hablado con la señorita Dylan? —El niño meneó la cabeza en
negación—. ¿Por qué? Pensé que te agradaba, estabas brincando de alegría
hasta hace unos días. —Jack negó nuevamente con la cabeza, mostrándose
enfurruñado—. ¿Sucedió algo?
—Le aseguro que todo va bien, mi lord —se adelantó la señorita Dylan
—. Lo que sucede es que el niño Jackson lo echó de menos.
—Lo dudo. —Los ojos grises de Jason se endurecieron ante la
perspectiva de que su hijo sufriera, no sería la primera tutora que despidiera
debido al maltrato. Ya en una ocasión ocurrió que el pequeño soportó por
mucho tiempo el abuso por parte de alguno de sus instructores. Era un error
que pensaba no volver a repetir—. Hable con el señor Coleman,
agradecemos sus servicios, pero no serán necesarios de ahora en más.
—Pero, mi señor, le juro que…
—Mi hijo no miente, señorita Dylan —irrumpió cualquier excusa—. Si
se queja es porque algo verdaderamente malo le sucedió bajo su cuidado.
De ser así, no la necesitamos más.
—Es normal en los niños intentar deshacerse de las personas que lo
riñen, pero es fundamental para su educación.
—No quiero esa clase de educación —reiteró—. Jackson no necesita
regaños para aprender, es un chico listo que gusta de estudiar, no veo razón
de que lo reprendan.
—Mi lord, con todo respeto, el niño no habla si no es con usted —la
mujer elevó las cejas—. Es un problema grave al cual se le debe de poner
toda la atención.
—Lo tomaré en cuenta. —Y no era algo que Jason ignorara—. Por el
momento, sería mejor que busque sus cosas, Oscar se encargará de llevarla
a donde deseé pasar la noche.
Ofendida, la mujer elevó aún más la cabeza y giró airosa en dirección a
su recámara para desalojarla. Era de conocimiento público lo duro que
podía llegar a ser lord Seymour con la educación de su hijo, pero jamás
imaginó que la echarían porque el pequeño se quejara. En opinión de la
señorita Dylan, el chico no era más que un perfecto inútil, incapaz de hablar
y mucho menos de enorgullecer a su padre, no le veía un futuro brillante, ni
posibles progresos.
—Hijo —Jason llamó la atención del niño en sus brazos—. Sabes bien
que cuando algo anda mal, debes ir inmediatamente con el señor Coleman o
la señora Merkel.
—Lo sé —susurró a su oído.
—¿Qué era lo que te hacía la señorita Dylan? —El niño, después de una
ligera duda, mostró sus palmas enrojecidas—. ¿Te golpeaba?
Un asentimiento de cabeza fue la contestación que obtuvo del pequeño
rubio.
—Jack malo, Jack malo —imitó el regaño.
—No creas nada de lo que te haya dicho, de ahora en más, estaré
presente en tus lecciones, por muy largas que sean.
—Mi lord. —El señor Coleman llegó oportunamente hasta el recibidor,
donde padre e hijo seguían con una conversación susurrante—. Me ha
informado la señorita Dylan sobre su dimisión.
—Dale una buena compensación Coleman, pero la quiero fuera de esta
casa —dijo el hombre y tomó la mano de su hijo —. ¿Acaso esto se te hace
un trato normal hacia un niño?
El mayordomo en jefe cerró los ojos con lentitud y negó con la cabeza, a
sabiendas que el descuido también formaría parte de su historial al pasar
por alto algo que afectase de esa forma al hijo del futuro marqués de Kent.
—No mi señor, lo siento.
—¿La señora Merkel no vigilaba sus clases?
—Me temo que el día de hoy no lo hizo, mi señor.
—¿Por qué motivo?
—Creo que ha sido mi culpa, hermano.
Para ese momento, lo único que podía hacer Jason era maldecir su suerte.
Claramente no había escapatoria para la intervención que su hermana
planeaba hacer con su presencia. Micaela no vivía en Londres y, si estaba
en el lugar, seguramente era con un propósito maquiavélico en su contra.
—No tengo tiempo Micaela, tengo una mujer que amonestar y un niño al
qué colocar ungüento en las manos.
—La señora Merkel puede ocuparse de ello —Micaela lanzó una mirada
hacia la mujer que permanecía unos pasos atrás de ella.
El ama de llaves se adelantó lentamente hasta el niño que, al verla, se
aferró con más fuerza al cuello de su padre, negando repetidas veces y
abrazando sus piernas alrededor de la cintura esbelta del hombre que le dio
la vida.
—Vamos Jack, es la señora Merkel, la conoces bien —pidió su tía con un
tono dulcificado—. Papá tiene que hablar conmigo.
—Sabes bien que no le gusta que lo toquen, Micaela —reclamó Jason,
abrazando más a su hijo.
—Pero se deja curar por la señora Merkel, ya lo he visto en otras
ocasiones cuando se raspa las rodillas junto con Antonella y Aurora.
Los ojos grises de los varones se encontraron, el pequeño dando el
asentimiento que su padre necesitaba para dejarlo ir sin su supervisión.
Jason era extremadamente protector con él y se reprochaba por haberse
quedado dormido en la casa de esa mujer, descuidando a lo único que lo
mantenía con vida.
Micaela tuvo la prudencia de esperar hasta que la señora Merkel se
alejara lo suficiente como para que no escuchara la conversación que estaba
por entablar con su hermano mayor.
—Sea lo que sea, la respuesta es no —se adelantó Jason.
La mujer dejó salir un fuerte suspiro, sus facciones se deformaron
rápidamente hacia la molestia.
—He aceptado en tu nombre la invitación de los duques de Lauderdale,
todos vamos a ir y no veo razón por la cual no asistas.
—Tengo un hijo, trabajo y…
—Todos tenemos obligaciones e igualmente vamos a asistir.
—Me alegro por ustedes, pero me veo en la necesidad de faltar a tu
mentirosa aceptación, lo siento.
—Será una buena distracción —trató la mujer—, lo que haces no es sano,
sobrevivir no es lo mismo que vivir, Jason.
El hombre dio media vuelta, introduciéndose a un salón donde sabía que
encontraría un buen coñac dispuesto en una licorera.
—Soy funcional, Micaela, con eso me basta de momento.
—Tú hijo tiene cuatro años y es incapaz de hablar. —La mano de la
joven detuvo el proceso de su hermano para servirse un vaso de licor—.
¿No crees que es reflejo de lo que vive?
—¿Te atreves a culparme cuando sabes que hago todo lo que puedo para
que lo supere? —entrecerró los ojos—. Jackson hablará cuando se sienta
listo para hacerlo, no quiero presionarlo.
—No te estoy culpando. —Apartó la mano—. Pero debes sacarlo, que
esté en otro entorno, que juegue y se vea en la necesidad de actuar
diferente. Sin tu constante protección, él se obligará a salir adelante.
—Conozco a mi propio hijo.
—Bien, no discutiré sobre esto contigo —levantó las manos en rendición
—. Pero asistirás, si te niegas, vendremos todos para obligarte a hacerlo.
—¿Quiénes son todos?
—Me refiero a todos. —Micaela alzó una ceja amenazadora.
Al escuchar esas palabras, la mano de Jason apretó con fuerza el cristal
del vaso de coñac, sabía que su hermana podía persuadir a sus primos de ir
a su casa y sacarlo cargando si es que fuera necesario. Entendía la
preocupación que sentían por él, pero se encontraba bien, mucho mejor de
lo que estuvo hace dos años.
—Lo pensaré.
—Será mejor que tengas listos tus baúles para cuando toque esa puerta de
nuevo —advirtió—. Será bueno para ti, lo prometo.
—Es lo que quieres creer.
Una sonrisa trémula se posó en los labios de la hermosa mujer,
acercándose lentamente hasta lograr posar un beso en la mejilla del hombre
que colocó de pronto un muro hecho enteramente de hielo. A Micaela
siempre le pareció espeluznante la forma en la que Jason podía pasar de un
carácter afable y dulce, a un completo desconocido, uno ensimismado y
distante.
—Te quiero Jason, lo sabes ¿verdad?
—Lo sé —asintió levemente—. Pero el que me obligues a hacer lo que te
place no me es muestra de tu afecto.
—Quizá ahora lo repudies, pero verás que tiene una razón de ser.
Cuando volvió a sentir la presencia de la soledad, Jason pudo respirar
tranquilamente, dejando de lado la actuación a la que normalmente se
sometía para evitar esa clase de preocupaciones. Era mucho más fácil fingir
que todo estaba bien a explicar la complejidad de lo que estaba sintiendo en
su interior. Una sonrisa poco sincera y una risa fingida era suficiente para
que el mundo supusiera su felicidad, cuando en su interior podría estar
desbaratándose, una máscara de alegría cubría toda huella de dolor.

Los jardines de Ham House estaban siendo arreglados bajo el obsesivo


ojo de la duquesa Lauderdale, tal parecía que el evento que estaba
organizando requería de la más precisa perfección, de lo contrario, Daira
estaba segura que a la duquesa se le detendría el corazón de un momento a
otro.
Estaba por demás decir que prescindió rápidamente de la ayuda de su
sobrina, a quién poco le interesaba estar envuelta en festividades y
preparativos, seleccionando inmediatamente después a aquella que no podía
negársele, puesto que no era más que una dama de compañía. La duquesa
descubrió en el camino que, de hecho, la prefería. Pese a que la señorita
Fiore fuera en esencia un alma contenida y mayormente reservada, era
buena para tomar decisiones, tenía buen gusto, un paladar refinado y un ojo
exquisito para los detalles. Poco le faltaba para rogarle a su sobrina que la
dejase a su lado, estaba claro para la duquesa que ella la necesitaba más.
—Mi querida Daira, esos arreglos tuyos son magníficos, no entiendo la
funcionalidad de tu cabeza al combinarlas de esa forma, pero no habrá
quién no las enaltezca al final del día.
—Lo agradezco, lady Lauderdale.
—¡Oh, muchacha testaruda! ¿Cuántas veces he de pedirte que me llames
Lucille?
La joven no contestó, y sin embargo sonrió, continuando con su tarea de
acomodar los floreros que estarían decorando las mesas que se dispondrían
en el jardín como bienvenida para los invitados.
—¿Sabes en donde se ha metido esa sobrina mía?
—La vi irse con lord Lauderdale a caballo, mi lady.
—Ya decía yo —negó—, esa muchacha siempre haciendo lo que no es
debido para una dama.
Daira disimuló una sonrisa, para la categoría que tenía Pridwen, ella
podía hacer lo que se le viniera en gana, pero su tía tenía una mentalidad
arcaica y era mejor no arremeter contra ella sacando a luz pensamientos que
fueran meramente feministas y nada aceptados por unas cuantas damas de
alta sociedad.
—¿Dónde he de poner este arreglo, mi lady?
—No te atrevas a cargarlo tú —indicó la dama, buscando en la lejanía a
alguno de los mozos—. Dios sabe que puedes lastimarte.
—Está bien, no es pesado —tomó el florero en brazos y caminó con él
hacia una de las mesas.
—Diantre de muchacha, a tu manera, eres igual que Pridwen.
Lady Lauderdale llamó a gritos a un mozo que rápidamente se acercó
hasta la mujer que consideraba un desperdicio el hacer que otra persona se
encargara de algo tan sencillo como llevar un florero de un sitio a otro.
—Permítame señorita Fiore —se acercó el mozo—. La duquesa puede
matarme si le admito dar un paso más.
—Es usted muy amable, pero cuando mucho me falta un metro —dijo,
empecinada con su tarea.
—Ya lo tengo —el hombre pasó sus manos por el jarrón, rozando
ligeramente la mano de la joven, quien rápidamente se apartó, provocando
que el florero cayera sobre el césped.
—¡Santo cielo, muchacho! —se escuchó el grito de la duquesa a la
lejanía—. ¡Pero qué haces!
—Ha sido mi culpa, duquesa —Daira se apuró a inclinarse.
El muchacho hizo lo propio, tratando de recolectar las flores esparcidas
por el césped y el jarrón que por fortuna no sufrió daños.
—Lo siento —se apuró a decir el muchacho.
—No te preocupes, la que lo soltó fui yo —quitó importancia la señorita
Fiore—. Lo arreglaré en un minuto.
—No me lo parece —sonrió el galante mozo—. Era un complejo arreglo
a mi ver. —El halago pasó inadvertido a los oídos de Daira, quien continuó
con su trabajo sin miramientos. No dirigió ni un asentimiento de cabeza al
hombre que buscaba su mirada con empecinada galantería—. ¿Le he
molestado de alguna manera?
—¿Por qué lo dice?
—No me ha contestado.
El azulado océano que la joven tenía capturado en su mirada se fijó en la
pesadumbre del hombre que se esforzaba por agradarle.
—Lamento si le parezco descortés, pero los invitados están por llegar y
tenemos poco tiempo para terminar.
—Entiendo —asintió el mozo, recordando lo que se decía de dicha dama
—. Venga, lo llevo yo.
En esa ocasión, Daira apartó las manos antes de que las del hombre se
insinuaran a las de ella. Se puso en pie rápidamente y asintió ante el
ofrecimiento, marchándose a paso acelerado y enfilando hacia la mujer que
la llamaba a gritos.
—Daira —la duquesa tiró de sus manos para atraerla rápidamente y
susurrar presurosa—. No estoy lista, parece que han llegado los primeros
invitados. Dios me ampare, parece que son los Bermont ¡Todos ellos!
Tienes que recibirlos mientras me acicalo… ¡ah! Y manda buscar a lord
Lauderdale y a mi sobrina ¡Pero pronto!
—Sí, mi lady.
La muchacha tomó el encargo con toda la entereza que era capaz de
acumular. Jamás estuvo en una situación similar, el recibimiento de los
nobles era una tarea que daba inicio a la festividad y el rumbo que esta
tomaría, por lo cual debía ser perfecta. Hacer esperar a un noble se podía
categorizar como una terrible falta de respeto y, por como la duquesa
mencionaba el apellido de los recién llegados, Daira juzgaba que su
presencia era semejante a la de la realeza.
Para su gran consternación, no parecía una estirada familia de modales
estrictos y caras alzadas que se jactaban de su poderío y riqueza. Todo lo
contrario, lo que se encontró en el recibidor de Ham House fue a un tumulto
de personas de todas las edades; ruidosos, alegres y despreocupados;
bromeaban, se empujaban y reían sin contemplaciones, era una imagen
fascinante y fuera de lo común.
—¡Basta todos! Nos están haciendo quedar como una familia
desarrapada y sin modales —se quejaba una dama.
—¡Si eres tú la que has empujado primero!
—Pero ustedes fueron los que comenzaron a correr como locos.
—Hablando de ello, me debes dinero.
—No pagaré, ¿no te has dado cuenta? ¡Me has tirado al suelo!
—Ganar es ganar.
Daira se vio en la necesidad de aclararse la garganta un par de veces,
siendo ignorada completamente hasta que uno de ellos notó su presencia
que intentaba por todos los medios llamarles la atención.
—Ey, esa mujer ha intentado hablar en más de tres ocasiones.
—¡Hagan silencio! —pidió otro caballero.
Fue entonces cuando toda una gama de colores oculares se posó sobre
ella. Para la gran mayoría, aquello hubiese sido lo suficientemente
intimidante como para dejar sin voz, sin embargo, Daira estaba tranquila e
imperturbable, esperando a que todos pusieran atención para entonces
comenzar a hablar.
—Bienvenidos a Ham House, mis señores —se inclinó respetuosamente
—. Esperamos que tuvieran un viaje agradable.
—¿Agradable? ¿Con todos estos locos de por medio? —se adelantó una
mujer de larga cabellera negra y ojos verdes—. ¿Sabe lo que es ir de
camino con un montón de cabezas asomándose por las ventanas para
dictaminar carreras imposibles de ganar?
—Bueno, eh…
—No te apabulles querida —se adelantó otra elegante dama—. Blake
está enojada porque llegó al último —la mujer cubrió su sonrisa detrás de
un abanico.
—Tú cállate Sophia, por poco nos avientas del camino.
—Sus señorías —interrumpió entonces la dama que nada tenía que ver
con la familia—. Parece que ha sido un largo viaje, ¿gustan que les
indiquen sus habitaciones? O quizá prefieran un refrigerio.
—Las habitaciones estarán bien —se adelantó un corpulento hombre con
una amenazadora mirada ambarina.
—Por supuesto, mi lord —se inclinó Daira.
Debía agradecer que la duquesa tuviera previsto esa clase de
aglomeración, puesto que, en cuestión de segundos, varias doncellas se
encontraban enfiladas, listas para recibir sus órdenes.
—Lleven a sus señorías a sus respectivas habitaciones.
—Sus señorías —sonrió una mujer—. Es raro ser llamados así.
—Compórtate Micaela.
Aquello salió de los labios del caballero a su lado, quien cargaba a dos
pequeñas, una dormida en su hombro y la otra, mirando con fascinación el
estilo de las cortes de Carlos I y Carlos II que Ham House exhibía, aunque
dudaba que la pequeña lo supiera.
La respiración de Daira volvió a la normalidad cuando las voces alegres
se alejaron por la gran escalera, dejándola en la soledad del recibidor con
una sensación de contagiosa alegría. Daira meneó la cabeza con intenciones
de enfocarse en sus tareas y caminó hasta la puerta principal, topándose de
pronto con un rezagado de la familia.
—Oh, lo siento mi lord —reverenció con apremio.
—Tranquila, no hace falta que te agaches de esa manera —la voz
agradable y amable del hombre la obligó a levantar la cabeza.
Parado frente a ella se encontraba un hombre de cabellos rubios, sonrisa
amplia y ojos platinados. De él emanaba un aura calmosa y amigable que
encajaban perfectamente con su garbosa apariencia. En uno de sus brazos
mantenía sentado a un niño idéntico a él, quien la miraba con los mismos
ojos penetrantes que los de su padre.
—Viene usted con la familia Bermont. —No preguntó, más bien lo
afirmó, puesto que le parecía correcto emparentar aquellos modales
relajados—. ¿Gusta que le enseñe sus habitaciones?
La sonrisa amigable del caballero la puso nerviosa.
—Supongo que es a donde mandaron al resto de la familia —asintió
divertido—. Dígame señorita, ¿causaron mucha algarabía?
—Son personas que se dan a notar.
—De eso seguro —asintió el caballero—. No hace falta que me enseñe
las habitaciones, si no es molestia, avanzaré hacia el jardín antes de pasar a
refrescarme.
—Por supuesto, mi lord —Daira se hizo a un lado para dejarle pasar y
por poco le hace otra reverencia.
El caballero dio dos pasos alargados antes de detenerse por completo,
volviendo ligeramente la cabeza antes de hablar.
—¿Cuál es su nombre?
—Oh, Daira, mi lord, para lo que necesite. —Al notar su error, la joven
se sonrojó notoriamente y negó—. Soy la señorita Fiore.
—Se lo agradezco… Daira —Jason elevó una ceja y siguió con su
camino hacia el jardín que estaba terminando de ser arreglado.
Para ese momento, la joven sentía que jamás lograría superar aquella
primera vergüenza. No podía creer que le hubiese dicho su nombre de pila
como si a él le interesara en lo más mínimo. Era una desvergonzada, de eso
no había duda. Y, sin embargo, él la llamó con su nombre sin ningún recelo.
—¡Daira! —la tomaron inesperadamente de los hombros—. Mi tía me
matará, han llegado los invitados y… ¿Qué sucede? ¿Por qué tienes las
mejillas sonrojadas? ¡Ajá! No me digas que alguno de los invitados se robó
tu corazón.
—No hay posibilidades de que tengas razón —contestó con seriedad—.
Vamos, tienes que arreglarte.
—¿Quién ha sido? ¿Cómo se llama?
—Como si yo pudiera pedir los nombres de los nobles —negó la mujer
—. Por favor Pridwen, tu tía…
—Los únicos que han llegado son los Bermont… ¿no es así?
Daira rodó los ojos, sabía que su amiga no dejaría el tema, pero ella
podía actuar como si no la escuchara y eso sería justo lo que haría.
Capítulo 3

Ya era lo suficientemente malo el haber tenido que asistir a esas


festividades, pero le parecía insoportable que su familia se empeñara en
emparejarlo con absolutamente cualquier persona que estuviera soltera.
Claramente aquellas damas -junto con sus madres-, no necesitaban de la
ayuda de sus primas, pero la aceptaban de buen agrado, puesto que Jason, al
volver a estar soltero, era un candidato agraciado, con dinero y título;
posicionándose como uno de los mejores partidos de la fiesta.
Derivando a que el caballero buscara la única escapatoria factible:
inmiscuirse en cada una de las actividades masculinas que se propusieran.
Por supuesto que jamás llegaría a la prodigiosa condición de Adrien, quién
fuese un auténtico atleta, pero prefería con creces los golpes del rugbi a una
conversación superflua con alguna damisela que buscara sus favores.
Debía agradecer que sus primas se ofrecieran voluntarias a todo
momento para cuidar del pequeño Jackson quien, para sorpresa de todos, se
mostraba entusiasmado de jugar con el grupo de primos que en su mayoría
desconocía.
—¿No te has cansado de perder, Jason? —Adrien se acercó a trote,
galante y con una sonrisa inquebrantable—. Tal parece que el polo tampoco
es un juego para ti.
—Lo que sea con tal de mantenerme alejado de esas mujeres —apuntó
con la mirada al grupo de señoritas solteras que victoreaban a los jugadores
con auténtica coquetería.
—¡Qué dices! —se acercó Declan Ballester, uno de los mejores amigos
de Adrien—, es la razón por la cual hacemos esto.
—No en mi caso.
—Te has vuelto apático Jason —se acercó otro hombre a caballo—. Esas
muchachas se deslumbran con sólo verte.
—Déjenlo en paz —pidió Adrien, a sabiendas que Jason soportaría
bromas de su parte, pero de nadie más—. Si no quiere, no quiere. Ahora,
sigamos pateándole el trasero.
Al terminar el juego, el marcador se inclinó a favor de Adrien y sus
siempre vencedores amigos: un total de cinco libertinos enriquecidos,
respetados y deseados por todo cuanto los conocían. Mientras ellos
vitoreaban su triunfo, rodeados de mujeres que no hacían más que
aprovechar para ser vistas, Jason tomó el desorden como ventaja para
alejarse discretamente hasta desaparecer.
Observó a lo lejos, tratando de encontrar a Jackson y sintiendo que su
corazón se paralizaba al comprender que el niño no se encontraba entre sus
sobrinos, los cuales jugueteaban bajo la supervisión de algunos de sus
primos. No creía posible que pasara desapercibida la ausencia de su hijo,
pero por más que lo buscó, Jason no lo encontró por ninguna parte.
No se detuvo a preguntar y simplemente corrió por el lugar, gritando el
nombre de su hijo, era una lástima que no pudiera esperar contestación,
puesto que Jackson jamás respondería debido a su extrema timidez. Maldijo
a lo bajo, introduciéndose a la mansión que igualmente estuviera repleta de
personas que disfrutaban de comidas que pasaban volando en bandejas de
plata y bebidas que aparecían mágicamente en sus manos.
—¡Jackson! —gritó sin importar ser el centro de atención.
—Mi lord —alguien tocó su hombro—. ¿Es ese Jackson un niñito rubio
que no le gusta hablar y te mata con su mirada gris?
Los ojos desesperados del padre enfocaron a una preciosa rubia de ojos
revolcados entre el verde y el ámbar. No la había visto en su vida, pero
estaba dándole la descripción que necesitaba.
—Sí, es mi hijo.
—Venga conmigo, sé dónde está.
La mujer lo tomó de la muñeca sin ninguna clase de remilgo y lo jaló
entre la gente que no apartaba la mirada de la unión. En definitiva, era un
comportamiento reprobatorio, pero poco le importaba a Jason lo que la
gente pudiera pensar de ese desastroso proceder y a la dama tampoco
parecía afectarle en demasía.
—Lo encontramos llorando, pero no dejaba que nadie lo tocara —
explicaba la joven—. La señora Rinaldi parecía muy alterada, pero cuando
Daira comenzó a cantarle, el niño se tranquilizó de inmediato.
—¿Quién, disculpe?
—Daira. Ah, supongo que no la conoce —le quitó importancia y siguió
jalándolo—, pero venga, venga a verlos.
El hombre frunció el ceño, no tenía idea que una forma de calmar a su
hijo cuando le daban ataques ansiosos era cantándole, sería una información
que se grabaría a partir de ese momento.
Caminaron escaleras arriba en medio de una conversación unilateral
interminable. Jason se tranquilizó al saber que su hijo estaba bien, pero
hubiese preferido el silencio en lugar de ser atiborrado con un tumulto de
preguntas que ciertamente no iba a contestar a una desconocida como lo era
la mujer que lo llevaba por los pasillos como si se tratara de un niño.
Mientras más caminaban, más audible se hacía la dulce voz que entonaba
una canción de cuna tan hipnótica, que incluso Jason sintió que su corazón
se oprimía mientras su piel sufría escalofríos.
—Es una voz preciosa… —exteriorizó su sentir.
—Sí —la mujer parecía más que complacida.
Fue ella quien abrió la puerta para el lord a su merced, mostrando a una
joven muchacha, la cual Jason reconoció como la misma que le dio la
bienvenida a ese hogar. Pero aquello no era lo impresionante, lo que en
verdad lo dejó boquiabierto fue que su pequeño y retraído hijo se mostrara
tan cómodo de estar entre los brazos que lo acunaban y mecían mientras le
cantaban.
—No lo puedo creer… —susurró sin pensar.
Ante la voz conocida, el niño distrajo toda su atención de la mujer que le
cantaba y se enfocó en su padre, a quien de inmediato le tendió los brazos
en busca de un acercamiento con él. Jason no dudó y lo cargó,
estrechándolo con fuerza al pensarlo perdido.
—Está bien —volvió a decir la rubia—. La señora Micaela se mostró
igual de impactada que usted.
—¿Cómo es que…? —Jason miró el parado elegante de la mujer que
hacía unos segundos mantenía a su hijo en un abrazo—. Estoy agradecido,
no ha de asustarse, pero me parece sorprendente que le permitiera tocarlo.
La mujer, impávida como una estatua, permaneció en silencio y postura
pese a que era una obviedad que se dirigían a ella.
—Daira, el señor… —Pridwen frunció el ceño y dirigió su siguiente
pregunta al caballero—: ¿Quién dice que es usted?
—Lord Seymour —inclinó su cabeza a modo de presentación.
—Claro, lord… ¡Oh por Dios! —la rubia sonrió de forma caricaturesca
—. Si es usted, no me puedo creer que no lo reconociera, si lo he visto
incontables veces en fotografía.
—¿Disculpe?
—Lady Pridwen disfruta de las revistas amarillistas, mi lord, a eso se
refiere con ver su foto —explicó la dama con un tono modulado de voz,
muy diferente al que utilizaba para cantar.
—¡No me ventiles frente a él! —exigió la joven y apuntó con la mirada
al caballero—. ¿No ves que es lord Seymour?
—No se mortifique, mi lady —trató de tranquilizar el hombre, pero sin
apartar la mirada de la figura de la otra mujer—. Conozco a más de un
caballero respetable que las disfruta, no veo por qué no ha de hacerlo una
mujer.
—¡Es usted tan agradable como se dice! —victoreó la joven—. Yo soy
lady Pridwen —se presentó a sí misma—. Y ella es mi dama de compañía:
la señorita Daira Fiore.
Era una mujer correcta, de carácter sublime y una belleza que llegaba a
incomodar a los que se atrevieran a mirarla. Lady Fiore, era
considerablemente hermosa, propensa a recibir halagos por parte de los
caballeros, los cuales nunca parecían caer en gracia en la dama que se
asemejaba más un ídolo romano que una persona.
Así pues, la mujer, con una cara hecha de nieve y la apariencia de una
escultura tallada por un viejo enamorado, dejaba en libertad sus cabellos
largos para que cayeran como cascadas castañas sobre sus hombros
pequeños y redondos. Pero lo que era un acuerdo común entre los
caballeros que osaran admirarla por más tiempo del debido al ser una
doncella, era que sus ojos pasaban a ser lo más sublime y vivo que se
pudiera ver en esa mujer tallada en marfil. Tal parecía que en esos cuencos
oculares se planeó atrapar parte de los océanos, con toda la rebeldía, el
poder y la fuerza que éste tenía en un día de tormenta con mareas altas y
peligrosas.
—Sí, ya nos habíamos presentado con anterioridad.
—Pero claro, fue ella quien los recibió. —Pridwen no cabía en su
entusiasmo y aquello era más que notorio.
Daira dirigió una mirada cansada a su amiga y se enfocó en el lord.
—Lamento haberlo apartado de su vista, pero parecía incómodo.
—Es verdad, le incomoda cuando hay mucha gente —asintió el hombre
—. Le agradezco su intervención. —Apretó sus labios—. ¿Qué canción era
la que le cantaba?
—Oh… es de cuando era niña, aunque no es en su idioma.
—Era preciosa, me gustaría que la escribiera para mí.
La incredulidad acompañada la duda reflejada en el rostro de la joven
causó ternura en el hombre que la observaba. Por primera vez en mucho
tiempo, dejó salir una carcajada que le fuera natural.
—Está claro que no lograré cantarla igual que usted, pero parece que
tranquiliza a mi hijo.
—No creo que sea la canción, mi lord.
—¿Ah no? ¿Entonces a qué se ha debido tal hazaña?
—Bueno… —ella se removió en su lugar, por primera vez mostrándose
incómoda—, quizá sea el acercamiento.
—Le soy cercano.
—Sí —el rostro mortalmente pálido de la mujer se volvió de un inestable
verdoso que daba crédito a su malestar—. No quise insultarlo. Lo que
quiero decir es que…
—Es diferente el cariño que puede profesar una mujer —esclareció
Pridwen, tomando el mando de la conversación al notar que se comenzaba a
malinterpretar—. Un niño siempre se sentirá más seguro en los brazos de su
madre.
—No me refería a eso —Daira frunció el ceño hacia su amiga, pidiendo
su silencio—. Se puede tener un acercamiento especial sea o no la madre.
—Claro, así como lo has hecho tú —argumentó Pridwen.
Daira cerró los ojos con parsimonia.
—Creo que no me estoy dando a entender.
—Entonces, explíquese —exigió Jason.
—A lo que me refiero, es que estuve ahí en un momento de
vulnerabilidad y eso creó el ambiente propicio.
Jason la observó sin decir ni una sola palabra, no pudo apartar la mirada
de esa mujer por un buen rato, tal parecía que tenía una especie de
magnetismo que lo obligaba admirarla, tratando de encontrar algún error en
esa preciosa cara y perfecta postura, algo que la hiciera real a la vista.
—Reitero mi petición de la canción. —Ante la dureza de su tono, el
hombre sonrió y suspiró—. Se lo pido como un favor.
—Por supuesto, mi lord, no debí contradecirle.
El hombre simplemente asintió y salió de la habitación, dejando a ambas
jóvenes en el interior.
—¡Oh por Dios! ¿Le has visto?
—Has sido extremadamente descarada Pridwen —acusó—. ¿Cómo se te
ocurre decir tantas sandeces? Es un hombre que perdió a la mujer que
amaba, ¿recuerdas? Todas esas insinuaciones que has…
—Oh, vamos, eso fue hace años, él parece haberlo superado.
—El que dé esa apariencia no quiere decir nada. Si en realidad lo hubiese
superado, ya estaría casado.
—Es porque no ha encontrado a la mujer correcta.
Daira volvió el rostro hacia su amiga, reconociendo la implacable mirada
enloquecida de una casamentera aficionada, exaltando todas las alarmas en
la cabeza de la dama de compañía quien conocía de sobra la mente
maquiavélica de su amiga, seguro estaría imaginando algo que claramente
era imposible que sucediera.
—No te hagas quimeras en la cabeza, eso es inadmisible por dos simples
razones: la primera, a él jamás podría interesarle, y la segunda, él tampoco
me interesa a mí.
—Eso dices ahora…
—No. —Daira se mostró determinada, acentuándolo con un movimiento
de su mano—. Eso no pasará, jamás me pasará, no tengo interés en los
hombres, ni tampoco deseo tener ninguna inclinación amorosa,
simplemente no.
La boca entreabierta de Pridwen se cerró de pronto al ver el brillo
enfurecido en la mirada de su amiga, uno que jamás había visto pese a que
la conocía desde hacía más de cuatro años.
—¿Qué sucede Daira? ¿Por qué nunca me has contado la razón por la
cual repudias todo lo relacionado con el amor?
—No tengo nada contra el amor —la miró de soslayo—. Te amo a ti,
pero no deseo romance, me es suficiente con tenerte como amiga.
—¿Por siempre? —preguntó incrédula—. ¿Te seré suficiente para el resto
de tu vida?
—Te cuidaré hasta el final de tus días, igual que a tus hijos.
Pridwen no podía imaginar un destino más triste que ese, pese a que
Daira se mostrara inamovible con aquella decisión, sabía perfectamente que
detrás de toda aquella muralla reforzada, existía una razón muy triste por la
cual Daira se negara a algo tan precioso como el cariño de una pareja.
—Está bien, si es tu deseo, entonces lo agradezco.
—No hablemos más sobre el tema y regresemos a la fiesta.
—¡Oh! —Pridwen se mostró preocupada—. Santo cielo, mi tía va a
matarme, traje a lord Seymour hasta mi habitación y todo el mundo me vio
tirando de él.
—En verdad que no tienes mucho cerebro.
—¿Qué te digo? Soy espontánea.
Mientras que las amigas regresaban a las festividades en medio de
sonrisas y cuchicheos cómplices, Jason se encaminaba con un semblante
sombrío hasta el círculo de amigos con el que su hermana entablaba una
conversación.
—Micaela —la llamó con potencia—. ¿Unas palabras?
—Mmm… ya decía yo que tendría problemas. —Conservando su
sonrisa, la mujer se acercó al niño en los brazos de su hermano y trató de
acariciarle la mejilla, siendo rápidamente detenida por la mano de Jason a
pesar de que claramente no hubiese logrado tocarlo puesto que el pequeño
se apartó en seguida—. Ya veo que no ha cambiado, algo bueno debe tener
esa mujer como para lograr tocar a Jack.
—No te permito que lo molestes Micaela, ¿cómo pudiste dejarlo con una
desconocida?
—Esa mujer es mágica, por si no te diste cuenta, logró hacer que tu hijo
se tranquilizara, incluso le permitió besarlo.
—Eso no quiere decir nada, está claro que tenía miedo.
—Quizá —aceptó—. Pero aún con miedo no me permitió acercarme ni
un centímetro.
—No es justificación para que lo dejes solo con esa mujer.
—¿Esa mujer? Pero qué despectivo suenas.
Al notar la verdad en las palabras de su hermana, Jason se arrepintió en
seguida, jamás había sido clasista, simplemente estaba nervioso y algo
enervado con la situación. Estaba siendo injusto sobre todo con la señorita
Fiore, quien actuó sólo para el bien de su hijo.
—Bien, tienes razón, pero no quiero que vuelva a suceder.
—Como lo ordene, capitán. —La joven mujer hizo un saludo militar y
elevó una ceja sarcástica, mirando en un punto a las espaldas de su hermano
—. Parece ser que tendrás mucha diversión en esta recepción, hermano
querido, tu amante viene hacia nosotros con la sonrisa más deslumbrante
que haya visto en la tierra.
—No digas tonterías frente a Jackson.
—Entonces, quizá no deberías hacerlas.
La mencionada dama terminó de acercarse justo en ese momento, con
aquel peinado rimbombante y meneo de caderas. Micaela no podía negar su
belleza, que era mucha, sin embargo, no justificaba el comportamiento de
su hermano.
—¡Lord Seymour, señora Rinaldi! Es bueno ver caras conocidas en una
festividad tan grande como esta.
—Sí, seguro que la de mi hermano le es aún más conocida —Jason volcó
una mirada enervada a su hermana. La joven alzó un hombro y configuró
una cara de suficiencia antes de agregar—: luce usted preciosa, lady
Melbrook, como siempre.
—Muchas gracias. —Los maliciosos ojos de lady Melbrook recorrieron a
la mujer frente a ella—. Se conserva usted con las mismas gracias de
cuando era soltera, aunque aún me parece arte de magia la concepción de
sus hijas ¡Ni siquiera nos dimos cuenta que el señor Rinaldi tenía alguna
inclinación hacia usted!
—Le aseguro que mi marido puede dar crédito de que no ha sido por arte
de magia, lady Melbrook.
Ante el comentario desvergonzado, Jason se vio en la necesidad de toser
ligeramente para desviar la atención y aprovechó tener los ojos de Micaela
sobre él para reclamar con la mirada aquella fechoría. Aunque sabía
perfectamente que poco se arrepentía de haberlo hecho.
—Creo que tu esposo está llamando por ti, Micaela —indicó Jason con
voz amenazadora y mandíbula apretada.
—Yo no escucho nada —se cruzó de brazos la susodicha.
—Micaela. —Repitió el hombre, acentuando su mirada peligrosa.
—Bien, iré a cerciorarme de que mi marido no me esté hablando —
Micaela sonrió con picardía, ladeando la cabeza ligeramente antes de hablar
con lástima hacia la mujer frente a ella—. ¿No será que su marido también
la está buscando, lady Melbrook?
Los labios de Lina se entreabrieron con determinación de contestar a tal
agravio, viéndose frustrada al notar que la señora Rinaldi había
desaparecido en cuestión de segundos.
—Sigue siendo igual que siempre —se quejó la condesa.
—Jackson —la voz dulcificada de Jason interrumpió los pensamientos de
lady Melbrook, quien se volvió para observar como el padre colocaba su
hijo en el suelo y se agachaba para quedar a su altura—. Ve con tu tía
Blake, no te separes de ella, quiero verte ir en línea recta, la estoy viendo
justo ahora.
El niño negó con determinación, tomándose del pantalón de su padre en
cuanto tuvo oportunidad y metió un dedo entre sus labios como defensa
extra para no hablar.
—Vamos pequeño —Lina se agachó para quedar a la altura del precioso
rubio—. Tus primos te invitarán a jugar, ¿no te gustaría?
El ceño del infante se frunció aún más ante la cercanía de la mujer y
apretó con más fuerza el pantalón del que se sostenía, escondiendo la mitad
de su cuerpo detrás del hombre que le diera la vida.
—Jackson, no lo volveré a repetir —advirtió el padre, quien sintió como
suavemente el niño lo soltaba e iba corriendo hasta aferrarse al vestido de
su tía, quién de inmediato sonrió y le dejó en su hacer.
Con ese problema resuelto, Jason se vio en la libertad de volverse hacia
su amante con la molestia impresa en cada facción de su rostro.
—¿En qué pensabas al hablarle a mi hermana de esa manera?
—Pero ¿qué…? —dio un paso hacia atrás—. ¿Te quejas de mí?
—No sé qué atribuciones piensas que tienes, pero de oír otro insulto de tu
parte hacia su persona, te aseguro que no me quedaría callado —dijo
enervado—. En esta ocasión lo consideré prudente por el lugar en dónde
estamos, pero quedas advertida.
—Jason —Lina tomó su brazo antes de que se alejara lo suficiente de ella
—. Lo lamento, no me di cuenta de lo que decía.
—Creo que lo sabías muy bien Lina —Los ojos grises recorrieron
lentamente el rostro de la hermosa mujer frente a él—. Creo que sería mejor
que dejáramos de vernos.
—¡No! —pidió con un toque de desesperación—. Por favor, no me hagas
esto, ambas dijimos cosas sin pensar.
—La diferencia es, Lina, que ella es mi familia.
—¿Y qué yo soy? —dijo ofendida—. ¿Acaso soy prescindible?
—No dije eso —cerró los ojos—. Simplemente era incorrecto lo que
hacíamos y es mejor parar.
—Si ofendí a tu hermana, pido disculpas —retomó la compostura—,
pero tanto tú como yo sabemos que nos necesitamos.
En el interior de la cabeza de Jason, vino casi de forma instantánea la
negación a esa aseveración. No la necesitaba a ella esencialmente, pero
decírselo lo convertiría en un barbaján y se consideraba un caballero como
para insultar a una mujer, mucho menos a una con la que llegó a intimar.
Encontraba ridículo al hombre que se atreviera a ridiculizar a una dama por
satisfacer una necesidad al que el varón también recurría, pero sin ser
enjuiciado.
—Veamos esta separación como oportuna, Lina. —Suavizó su voz—.
Tengo entendido que tu esposo está invitado a esta fiesta.
—No vendrá, nunca viene —negó con tristeza.
—Como precaución, pararemos esto.
—Lo usas como una mera excusa.
—Quizá. Pero hemos llamado suficiente la atención en este momento, así
que nos es conveniente una separación.
—Bien —el rostro de la mujer temblaba ligeramente—. Si eso es lo que
quieres, perfecto, pero no vuelvas a mi cuando estés solo y sin nadie con
quien hablar de tus tonterías, ¿sabes? Hasta te encuentro aburrido, no eres
tan bueno como imaginas que eres, te tengo lástima.
Jason tuvo la decencia de no contestar, la sabía enojada y comprendía que
tuviera arrebatos de dolor, insultarlo era una forma de intentar parar la
sangre que brotaba de una herida recién efectuada. No era su intensión
hacerla sufrir, nunca pensó que estaría tan afectada como se mostraba en la
realidad. Tal parecía que Lina Melbrook cometió el error de enamorarse de
él.
—Lo siento Lina —dijo como toda contestación, se inclinó ligeramente y
se marchó dejando a la mujer refunfuñando en su rabia.
Era el destino que les esperaba a todas las mujeres que osaran encariñarse
con Jason Seymour. Se debía ser consciente desde antes que, pese al respeto
y cariño que él pudiera mostrar para con la amante con la que estuviera
pasando sus noches, no había cabida para el amor, ni siquiera para un
efímero enamoramiento. Se sabía que estaba prendado eternamente por la
mujer que nadie mencionaba en su presencia, ni siquiera por el propio
hermano de la dama.
Nadie sabía del todo lo que ocurrió, tan sólo dejaron de verla de un
momento a otro, al igual que al heredero de Kent y, cuando reapareció, el
hombre vestía de negro en cuerpo y alma; su vivacidad y alegría se vio
truncada por varios años, su porte elegante y correcto se esfumaban de su
cuerpo cuando alguien se acercaba con intenciones de hacer las preguntas
que albergaban los corazones curiosos de toda la sociedad.
Hasta que, después de muchos intentos fallidos, las preguntas se dejaron
de hacer en voz alta y simplemente se especulaba sobre lo ocurrido: «¿Será
que murió?» «¿Lo habrá dejado?» «¿Acaso fue una discusión que terminó
en asesinato?». Las teorías eran variadas y en ocasiones absurdas, pero era
lo que se tenía, ya que se daba por hecho que jamás habría una respuesta
por más que se buscara, incluso el tema era insondable entre los primos y
familiares.
Jason se sabía el centro de las miradas, era más que obvio que la sociedad
ahí reunida se percató de la pequeña discusión con lady Melbrook, el tema
correría a todas prisas por Ham House y pronto vendría alguno de sus
primos a preguntar sobre su estado emocional, porque irremediablemente,
el tema de Annelise saldría a la luz, como una sombra de la cual jamás
podría escapar y, si no se cuidaba, lo arrastraría hasta un callejón sin salida
y en soledad.
Dio pasos hacia atrás, como quien no quiere ser notado mientras
lentamente se pierde de vista, llegando al punto en el que nadie se percató
de su ausencia. Fue entonces cuando pudo volverse e internarse en el
bosque que abrazaba la propiedad, separándola del resto de las casas de
Richmond. Siempre le fue reconfortante la soledad, y debía aceptar que el
bosque era mucho mejor que una habitación vacía en donde nada se movía.
Al ir por veredas que no conocía y esquivando inclemencias de la
naturaleza; ningún otro pensamiento se filtraba, era necesaria la
concentración para orientarse y no caer al fango que se trepaba por los
zapatos.
Se brindó unos segundos de paz al cerrar los ojos para escuchar a las aves
escondidas que cantaban armoniosas, los árboles que bailaban al son del
viento, el cantar del arroyo cercano y los animales silvestres que le daban la
bienvenida a un mundo donde cualquier pensamiento dañino sobre su
pasado o acontecimientos a futuro no existía más que en su cabeza. Era una
lástima que la sensación le hubiese sido arrebatada en cuestión de segundos
por un intruso inesperado en su camino de soledad.
Abrió los ojos abruptamente y miró de un lado a otro un tanto
confundido. No alcanzaba a comprender la insensatez de la mujer que se
internaría en soledad a un bosque, sobre todo porque era notorio que no
estaba en una cita de amor. No. Aquella voz se entonaba y conjugaba para
formar una melodiosa canción que le calentó el alma.
—¿Señorita Fiore? —reconoció en seguida. La voz se detuvo con
prontitud que lo dejó deseando haber interrumpido un poco después, al
menos para terminar de escuchar la canción—. ¿Es usted, señorita?
Fue ese prolongado silencio el que le dio la respuesta afirmativa. Las
acciones de la señorita Fiore estaban mal en todos los sentidos y el hecho de
que él estuviera en el mismo lugar podía dar pie a malas interpretaciones, si
es que alguien los llegase a ver.
—¡Deje de correr, es peligroso! —pidió Jason al escuchar las ramas
rompiéndose bajo los pies de alguien que, en su desesperación, trataba de
huir—. ¡No vengo a hacerle daño!
Naturalmente, la joven no se detuvo y él tampoco lo hizo. Por un impulso
que desconocía, la persiguió hasta que logró darle alcance, tomándola
fuertemente del brazo para que detuviera sus presurosos y ágiles pasos
hacia un lugar incierto.
—¡No! ¡Suélteme!
—Bien, lo haré —accedió, aún sin soltarla—, si promete no volver a
correr de mí.
—¿Qué planea? —los ojos de la joven recorrían a su captor con el temor
y el valor entremezclados, curioso al parecer de Jason.
—Tan sólo ayudarla a salir, ¿qué está haciendo aquí?
—No pienso responder mientras me tenga capturada como si fuese un
animal que ha cazado, mi lord —dijo con una determinación poco común
en una muchacha que estuviera destinada a obedecer.
—¿Correrá de nuevo? —La osadía en el rostro de la joven le dio la
respuesta: lo haría, aunque le dijera lo contrario—. He dicho que no le haré
nada, ¿puede confiar en mí?
—No. Sería tonto hacerlo.
—¿Puedo saber la razón?
—¿Para qué buscaría un señor a una sirvienta sino es para abusar de ella?
—habló con desprecio, tratando de zafarse—. Incluso me ha correteado
como a un ciervo aterrorizado.
—No pienso hacer tal barbarie, se lo digo, es más, se lo juro por el hijo
que sabe que tengo.
Los redondeados ojos de la mujer se entrecerraron con sospecha, algo en
ella comenzaba a ceder, por lo que Jason aligeró el agarre sobre su brazo,
tratando de hacerla comprender que pensaba soltarla si salía de sus labios la
promesa que esperaba.
—No correré —dijo con voz recelosa—. ¿Me soltará?
Jason elevó ambas manos, dejándola en libertad, incluso se alejó unos
cuantos pasos para salir de su espacio personal.
—Listo. ¿Está tranquila?
—Por supuesto que no, pero dígame, ¿por qué me ha seguido?
—No la he seguido hasta aquí, si es lo que piensa. —Miró a su alrededor
—. Caminaba y escuché su voz, la reconocí en seguida.
—Sé que no me siguió hasta aquí, llevo demasiado tiempo internada en
el bosque —confirmó—. Ahora, ¿qué desea?
—Saber la razón de que esté aquí.
—Necesitaba un momento para aclarar mis ideas —se cruzó de brazos de
forma defensiva—. Por cierto —rebuscó algo entre sus ropas y extendió un
papel doblado hacia el próximo marqués de Kent—, le escribí la canción
que me pidió.
Jason tomó el papel entre sus manos y lo abrió, evaluando la delicada
caligrafía de la mujer que cada vez le parecía menos de la servidumbre y
más una señorita de familia.
—Escribe usted muy bien.
—Soy dama de compañía de lady Pridwen, mi lord, no una simple
campesina —dijo sin más—. Además, fui institutriz.
—Ya decía yo que una muchacha del servicio no podía ser tan arrogante
como lo es usted —sonrió sin mirarla, aún concentrado en el papel que
contenía una canción de la cual ya no recordaba el tono.
—No soy arrogante.
Jason enfocó una divertida mirada en ella.
—Por supuesto que lo es, no he conocido mujer que me haya dado una
impresión tan ceremoniosa como lo ha hecho usted.
—El que sea educada no me hace engreída.
—No. Seguramente eso es cosa suya —adjudicó y dobló el papel de
nuevo—. Tendrá que ir a mi habitación más tarde.
—¿Disculpe? —la mujer dio unos pasos hacia atrás, cubriendo sus
pechos con sus brazos a pesar de estar completamente vestida.
—No la estoy citando para tener amores —rio ligeramente y elevó la
nota hecha por ella misma—. No recuerdo cómo iba la canción, así que
deberá ir a cantársela a Jackson esta noche.
—Bien puedo cantarla aquí para que se la aprenda, no tengo por qué ir a
su recámara.
—¿Te niegas a una petición que te hace un invitado de esta casa? —elevó
una ceja burlesca—. ¿Qué clase de servicio brindas a la familia que te ha
recibido con tan buenos tratos?
—Es usted un embustero —entrecerró los ojos de nuevo, pero suspiró
derrotada—: iré si es su deseo, lamento haber sido tan…
—¿Grosera, altanera, mal pensada?
Ella apretó con fuerza su quijada y sus manos, pero asintió.
—Sí, todo lo que ha dicho.
Jason dejó salir una carcajada.
—Bien, la esperaré con ansias —Los ojos grises vagaron por el conjunto
de árboles iguales—. ¿Tiene idea de cómo salir de aquí?
—Siga el sendero de allá —apuntó la joven—. Llegará en diez minutos al
jardín principal.
—Veo que hace esto con constancia.
—Desde el día de hoy, ya no lo haré más.
—Me parece bien, es peligroso que venga sola —la advirtió—. Esta
ocasión tuvo la suerte de que fuera yo, pero hay una gran posibilidad de que
otro no se detendría ante una oportunidad igual.
—Agradezco su preocupación. —El semblante de la dama se había
desprovisto de toda expresión y en ella sólo había palidez y distinguidos
modos.
Jason sonrió ante el cambio de actitud, aceptando con regocijo las
múltiples facetas que podía tener una mujer como esa. No muchas veces se
lograba despertar un verdadero interés en él, mucho menos proviniendo de
una mujer. Era curioso que ni siquiera pensara en ella de forma romántica, a
pesar de las connotaciones intimas que se trataron en la conversación, no la
vio en ningún momento como un bocadillo que podría disfrutar en una
noche, no pensaría de la señorita Fiore de esa manera jamás.
Quizá fuera por la renuencia que demostró hacia él o porque en realidad
no despertaba en su persona un interés de esa índole; no importaba lo
hermosa que fuera, la respetaba lo suficiente como para no faltarle el
respeto buscando insinuársele cuando claramente ella lo despreciaría de
inmediato.
Jason asintió al llegar a esa conclusión. Sí, era eso, la respetó al momento
de conocerla, y eso era sorprendente.
Capítulo 4

Los invitados pasaban del comedor -donde habían disfrutado de un


agradable banquete-, al gran salón, famoso por su distintivo suelo de tablero
de ajedrez hecho de mármol blanco y negro, el cual se cree que data de la
construcción original de la casa. Las altas paredes de la estancia redonda
estaban revestidas por distintivas pinturas de grandes tamaños que tenían
como objetivo principal el deleitar a los invitados, a su vez, servía como
zona de entretenimiento, donde solían beberse los digestivos después de una
deliciosa comida.
Normalmente, los huéspedes se quedaban hasta tarde en esa estancia,
divirtiéndose entre juegos de mesa y conversaciones que pronto pasaban a
las tonterías debido al vino y la champaña que no dejaba de llegar a sus
manos. Sin embargo, la mayoría de los Bermont habían pasado a sus
cámaras, esperando poder dormir a sus hijos después de un excitante día
entre juegos y comidas que normalmente no les eran permitidas en casa.
Aunque Daira vio partir a lord Seymour hacía un buen rato, decidió que
no se movería de su lugar. Si es que el hombre recordaba su petición,
seguro la mandaría llamar y ella podía argumentar un olvido debido a que
estaba siendo chaperona de Pridwen, el cual fuera su trabajo original y al
que debía poner toda su atención.
—¿Qué te sucede esta noche Daira? —sonrió Pridwen, quien lanzaba
miradas coquetas a un caballero.
—Nada.
—Oh, por favor —la muchacha se volvió hacia ella—. Todo mundo sabe
que lord Seymour se trae algo contigo.
—Son tonterías que inventa la gente —negó con rotundidad.
—He escuchado el rumor de que se peleó con su amante ocasional, tal
parece que ha terminado su relación indecorosa —susurró divertida—.
¿Será que se ha enamorado de alguien más? —la codeó con complicidad.
—O quizá se hartó de un cuerpo y piensa pasar a otro.
—Pero qué malvada eres. No puedo creer que quiera tanto a alguien que
tiene una mente tan perversa como la tuya.
—No es necesario que me quieras Pridwen, si es mejor para ti no hacerlo,
entonces te lo recomiendo.
—No eres nada divertida —los ojos analíticos de la joven noble se
fijaron nuevamente en el nerviosismo de su amiga—. ¿Es que esperas a
alguien? ¿Por qué pareces tan alterada?
—Estoy vigilando, nada más.
—¿Qué cosa necesitaría que tuvieras tus ojos de águila sobre ello?
—Quizá todos los caballeros a los cuales les has lanzado miradas
esperanzadoras, más de uno tiene la intensión de acercarse, eso es seguro.
—Era verdad lo que decía, pero no estaba poniendo especial atención a ello.
—Poco me importan, el único que ha llamado mi atención se ha ido con
otra —refunfuñó—. Es horrible no ser correspondida.
—¿Te refieres a que tienes una verdadera inclinación por alguien? —
aquello fue dicho con impresión—. ¿Quién?
—Así como tú me ocultas cosas, yo hago lo mismo —se cruzó de brazos
—. Y no es una inclinación, tan sólo me llama la atención.
—Sigue siendo sorprendente.
—Hablas como si jamás me hubiese enamorado, sabes que no es verdad
—la miró con tristeza por un segundo, pero después meneó la cabeza y
sonrió—. Tonterías del pasado, este hombre es mejor.
—Si tú lo dices…
—Lo digo y lo confirmo, ahora, ¿dónde se habrá metido?
—Si dices que se ha ido con otra, no es conveniente que los busques —
aconsejó.
—Me gustaría interrumpir, si no es mucha molestia.
—Para mí no. Aunque te aseguro que él no estará contento cuando lo
hagas. A los hombres… les fastidia esa clase de intromisiones.
—Poco me importa, me haré la loca.
—¿Entiendes que estoy aquí para impedirlo?
—Sí —ella sonrió—. Pero estoy segura de que vienen a alejarte de mí
justo ahora.
—¿Qué dices?
—¿Señorita Fiore? —le tocaron el hombro con delicadeza. Daira se
volvió con el ceño fruncido y miró a la doncella que parecía sentirse
nerviosa al estar en medio de la festividad—. El… El señor Seymour dice
que ha estado esperando por usted.
—Mmm… no me digas —sonrió Pridwen.
—Por favor —Daira miró a su amiga con amenaza—. Bien, iré en
seguida, mencione a mi lord que había olvidado que me hizo una petición
con antelación.
—Sí, señorita.
La doncella se inclinó y se marchó presurosa.
—Tal parece que no podrás cuidar de mí —sonrió Pridwen, dando un
paso hacia el lado opuesto que Daira tendría que tomar—. ¡Nos vemos en la
habitación a las doce!
—¡Estaré desocupada mucho antes! —la siguió unos pasos—. ¡Vendré a
buscarte si no estás en la habitación a las once!
—¡Lo que digas! —La rubia alzó una mano como despedida y siguió con
su atolondrado caminar.
Daira dejó salir un suspiro cansado y, al darse cuenta que alzó la voz en
medio de la festividad, se mostró avergonzada, obligándose a mirar de un
lado a otro para asegurarse de que nadie la estuviese mirando. Al no ser así,
reacomodó su vestido y alzó la cabeza para caminar a la salida. No era
intencional la forma en la que sus pasos parecían ralentizarse a medida que
se acercaba al pasillo, era más una acción que su cuerpo tomó como
iniciativa para su salud mental. Estar cerca de lord Seymour le encrespaba
los nervios.
—¡Ah, señorita Fiore! ¿Qué hace sola en medio de esta oscuridad?
No se percató de que había detenido sus pasos hasta ese momento,
cuando de pronto alguien hizo hincapié en su extraño actuar.
—Lord Lauderdale —se inclinó presurosa ante el duque—. Estoy en
medio de una encomienda.
—¿Parada en medio del pasillo? —alzó una ceja a son de burla.
—Mis pensamientos me retuvieron momentáneamente, pero gracias a
usted, puedo continuar con mi tarea.
—No deberías esforzarte tanto —le cerró el paso, poniendo su cuerpo
como barrera.
Se puso nerviosa al instante, el duque era un hombre corpulento,
agraciado en rostro y carácter, tal parecía que las facciones y las ligeras
arrugas que venían con sus cuarenta décadas lo hacían más atractivo, pero
para Daira, tan sólo le era amenazador.
—En realidad, no es problema.
—Debes recordar que eres dama de compañía, no doncella.
—Lo sé, mi lord, agradezco su preocupación.
Los pies de Daira seguían alejándose gradualmente del hombre que se
acercaba a ella con una sonrisa amigable. El nerviosismo aumentó en su
cuerpo cuando la mano del duque se alzó en dirección a su rostro; sin saber
cómo reaccionar y con la resistencia de su cuerpo para hacer algo, cerró los
ojos, sintiendo con mayor nitidez las yemas de los dedos que recorrieron su
mejilla hasta arrastrar un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja.
—Trata de no dormirte tarde.
Dicho esto, el hombre siguió con su camino hacia las escaleras. Daira
llevó la mano hasta su pecho, tratando de controlar su desbocado corazón y
errática respiración. El duque podía ocultar ese comportamiento
reprochable con una fachada de sincera preocupación por la que era la dama
de compañía de su sobrina; cualquiera le creería, nadie dudaría de la
veracidad de sus palabras, mucho menos si era una mujer como ella la que
alzaba la voz.
Tomó una larga y profunda respiración, limpió el despojo de lágrimas
que quedaron atoradas en sus ojos y siguió caminando. No era la primera
ocasión que algo así le sucedía, para ese momento sentía que tenía una
maldición de la cual no podía deshacerse por más que lo intentara. Trató de
ocultar su belleza vistiendo de forma recatada y triste; intentó hacerse
indeseable con un carácter duro, recto y aburrido; demostró verdadero
repudio por los hombres, incluso descortesía…y, aun así, nada funcionaba,
nada le evitaría esos encuentros que le resultaban asquerosos y detestables.
—¿Quién lo diría? —Daira sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Reconocería aquella voz viperina en cualquier lugar—. Parece que tus
malos hábitos no se han quitado, por mucho que pase el tiempo, la que es
una cualquiera, siempre lo será —la mujer salió de entre la oscuridad en la
que se escondía—. No importa qué tan refinada quieras parecer, siempre
serás vista como una ramera.
—Lady Melbrook —se inclinó—. Debo irme.
—¿Piensas robar otro marido? —la siguió por el pasillo—. ¿No te das
por bien servida con los favores de un conde? No, pero qué va, las
trepadoras como tú necesitan cada vez más, ahora vas por un duque, ¡Por
Dios! No tienes decencia, ¿qué no ves que lady Lauderdale te abrió los
brazos de la misma manera que lo hizo con su sobrina?
—Jamás pensaría en faltarle a lady Lauderdale —se defendió.
—Pero si ya lo haces —la nariz de lady Melbrook tembló, demostrando
lo frustrada y enervada que estaba de volverla a ver—. Te robas la mirada
de su marido, enciendes sus deseos y lo haces tu maldito lacayo de por vida,
¿no te parece que eres cruel?
—No hago tal cosa —Daira sentía una fuerte opresión en su corazón—.
Jamás lo he deseado, nunca…
—Es el resultado que obtienes —dijo Lina, recorriéndola con una mirada
de desagrado—. Deberías detestarte a ti misma.
La joven bajó la mirada.
—Yo no tengo la culpa.
—No, por supuesto que no —sonrió sarcástica, odiando cada pulgada de
la belleza de esa mujer, que fuera la razón de su desolación—. Deberías
encerrarte en algún convento para dejar de provocar que los hombres a tu
alrededor pequen, ¿Qué digo? Seguro que tentarías a los monjes.
—¡Basta! —Daira levantó la mirada con fuerzas renovadas—. Pese a lo
que diga, no tengo la culpa de lo que sucedió, no la he tenido nunca y si
algo odio en esta vida, es ser yo, tener este rostro y este cuerpo ha sido mi
maldición desde que me convertí en mujer —dijo con voz trémula—. Puede
odiarme todo lo que quiera, pero ahórrese sus comentarios blasfemos,
carcómase en su propia desdicha, así como lo hago yo.
—Le diré a lady Lauderdale lo que he visto hoy —advirtió Lina cuando
le vio las intenciones de partir.
Daira detuvo sus pasos y se volvió con gracia.
—Inténtelo, seguro el duque se mostrará ofendido.
—Y la duquesa te echará en seguida para no preocuparse por las
posibilidades —la miró furiosa—. Es lo que debí hacer yo.
—No sabe cuánto lo ansiaba —dijo Daira casi en un reclamo—. Todos
los días esperaba porque tomara valor y al fin me corriera… pero no lo hizo
y él jamás se lo hubiese permitido, ya ve lo que sucedió cuando al fin
escapé.
—¡Eres una maldita bruja! ¡Una hechicera de deseos! —la apuntó—.
Corrompes a todo cuanto ves.
Daira no estaba dispuesta a seguir escuchándola, así que siguió con su
camino, intentando mantenerse derecha, con la cabeza bien en alto y las
lágrimas detrás de sus ojos, lejos de sus mejillas. Caminó hasta la
habitación y levantó la mano para tocar, cuando entonces la puerta fue
abierta por la mano del conde.
—Ah, ya decía yo que vendría en algún momento —sonrió Jason,
frunciendo el ceño al ver el rostro desmejorado de la joven—. ¿Se
encuentra bien?
—Sí, perfecta, ¿se ha dormido ya el niño Jack?
—No, pareciera que espera por usted. —El hombre abrió más la puerta
para dejarle ver al pequeño que permanecía sentado en la cama, alegre y sin
un atisbo de sueño.
Una sonrisa cariñosa se asomó en el rostro de Daira al ver la inocencia
del niño. Ojalá los hombres jamás perdieran aquel rostro infantil, lleno de
ilusiones y sueños, lejos de las pasiones, el poder y las mujeres que creían a
su disposición. La joven cerró los ojos. Ese niño crecería para ser parte de
esa clase opresora, de aquellos que se creían merecedores del mundo y todo
lo que existía en él.
—¿Piensa quedarse mientras le canto? —inquirió sin mirarlo.
—Si le es inconveniente, no.
—Preferiría estar a solas —exigió, sintiéndose incapaz de tolerar una
presencia masculina—. Me iré en cuanto se quede dormido, usted puede
volver a la fiesta, el niño estará en buenas manos.
—No lo dudo, pero él…
—Le aseguro que no lo echará de menos —interrumpió ansiosa,
nuevamente sin mirarlo—, de lo contrario lo llevaré a su encuentro.
Jason se removió dubitativo, no le agradaba dejar a Jackson en manos de
personas desconocidas. Sin embargo, la señorita en cuestión se mantenía
inflexible con su petición de hacerlo salir y su hijo estaba más que feliz de
volver a verla.
Suspiró y asintió un par de veces, la señorita Fiore no lo había mirado
desde el momento en el que entró, estaba recelosa y claramente alterada, era
una obviedad que algo la perturbó de camino. Aunque existía la posibilidad
de que estuviera enojada por tener que acudir a su llamado cuando estaba
disfrutando de la fiesta.
—Muy bien, lo dejo a su cuidado.
Recibió un asentimiento de cabeza como toda respuesta. La mujer
caminó hasta la cama, alzó los brazos y el niño saltó a ella como si la
conociera de toda la vida. Era extraña aquella aceptación, pero dejó al padre
más tranquilo al momento de dejar la habitación.
—¡Ey! Pero si eres tú. Pensé que ya estarías dormido —sonrió Adrien,
tomando a su primo por los hombros—. ¿Vuelves a la velada?
—Sí, ¿Y tú qué haces tan temprano en las habitaciones…? —Jason
inmediatamente negó con la cabeza—. Olvídalo, no contestes.
El heredero de Wellington dejó salir una profunda carcajada, y golpeó
con fuerza el pecho de su primo con la palma abierta, provocando un sonido
sordo.
—Hablando de amoríos, vi a lady Melbrook más enervada que nunca
antes —lo miró de soslayo—. ¿No te parece una tontería terminar esa
relación cuando estás atrapado en este lugar?
—Era conveniente, comenzaba a cometer acciones que indicaban que sus
pensamientos se desviaban hacia otro rumbo.
—No me digas, ¿la palabra prohibida? —Adrien elevó ambas cejas,
francamente divertido, sus labios siendo enmarcados por dos finas líneas
que acentuaban su fuerte mentón—. ¿Se atrevió a tanto?
—No pienso ser fuente de tus burlas.
—Está bien, ya. —Lo retuvo a su lado—. Consigamos a otra, no pasa
nada, mujeres hay muchas.
—No digas tonterías.
—Ah, pero si he visto a una muchachita entrar a tu recámara —volvió la
cara—, ¿es que la has dejado abandonada ahí?
—Esa muchacha es la dama de compañía de lady Pridwen.
—¡Oh, es verdad! —el asombro apareció a través de los ojos de Adrien
—. Es una preciosidad, en verdad roba el aliento.
—Está cuidando de Jackson, ha ido a la habitación por eso.
—¿Y por qué haría algo así? ¿Qué no cuida de la mocosa esa?
—Bueno… —Jason frunció el ceño—. ¿Mocosa?
—Agh, me persigue por doquier, es intensa y decidida, comienza a
cansarme, pero francamente me es divertida… a veces.
—Es una niña a comparación tuya, deberías dejarla en paz.
—Creo que tiene la misma edad que la chiquilla que está en tu recámara,
primito —lo empujó Adrien.
—¿De qué chiquilla hablan?
Los encontró en el pasillo Lina Melbrook.
—Ups, problemas hermano, problemas.
—De nadie, señora Melbrook —zanjó Jason—. Con su permiso.
—¿Habla de la señorita Fiore? —Lina sabía la respuesta a su propio
cuestionamiento, puesto que siguió a Daira hasta la habitación,
desquiciándose al comprender que no iba tras el duque, sino tras el hombre
del que ella se enamoró—. ¿Esa ramera?
—¡Eh! Pero ¡qué diablos! —se rio Adrien, cubriendo su boca para
ocultar la emoción de su interior—. ¿Qué le sabe, lady Melbrook?
—Es una trepadora, una cualquiera, debí imaginar que caerías en sus
redes al igual que el resto de los hombres —dijo enervada, mirando a Jason
con furia—. ¡Lo sabré yo! ¡Sería la segunda vez!
—¿De qué hablas? —El hombre se adelantó.
—¿Te asusta saber con quién has dejado a tu hijo? —sonrió—. Me
alegra, porque esa vil mujer sólo lo maltratará.
—Bah, está celosa —le quitó importancia Adrien—. No debería
mostrarse tan obvia. Entiendo que la señorita Fiore vaya sembrando
inseguridades, pero esto de que es una cualquiera sobrepasa los límites. —
El heredero de Wellington miró a su primo—. Haz favor de no hacer caso a
tantas tonterías Jason.
—¡Le digo que no! Sé quién es ella, sé qué es ella.
—Si eso fuera verdad —intervino nuevamente Adrien—. Lady
Pridwen no la tendría como dama de compañía.
—¡Por favor! Esas dos son tal para cual, ¿ha visto lo coqueta que es esa
chiquilla? Lanza miradas indiscretas a todo ser viviente.
—¿En verdad? —Jason rodó los ojos ante el impactado tono de su primo,
quien prosiguió con una conversación que fuera más para sí mismo que
para alguien más—. Endemoniada muchacha, y yo que creía que sólo
pensaba en mí —sonrió—. Habrá que darle una lección, mira que es buena
en el juego, pero Dios sabe que no mejor que yo, jamás mejor que yo.
Adrien no se despidió, simplemente dio media vuelta para llegar lo antes
posible al salón, seguramente con la intensión de perseguir a lady Pridwen,
una delicada y juguetona jovencita que cometió el error de picarle el orgullo
a Adrien Collingwood.
—¿Y bien? —El pie de Lina Melbrook se batía contra el suelo en una
clara señal de molestia—. ¿Me dejaste por esa malnacida?
—No te abandoné por nadie y te agradecería que dejaras de montar
escenas enfrente de mi familia, claramente es vergonzoso. —la miró
enojado—. No quiero volver a discutir contigo de lo mismo.
Lina abrió la boca para protestar, pero el hombre se marchó sin
concederle ni una palabra más, ni siquiera la miró. «No volverá a ganar,
definitivamente no lo permitiré de nuevo» se dijo a sí misma.
Capítulo 5

El conde vagó por el gran salón junto a sus primos, bebió e incluso bailó
con algunas de sus primas y hermana. Su familia siempre fue una buena
distracción para Jason, lo hacían reír, aligerando cualquier ambiente, sobre
todo uno ocasionado por lady Melbrook, quien seguro ya estaría dando
rienda suelta a su boca viperina muy conocida por sus antiguos amantes,
quienes siempre resultaban ser unos mal nacidos, bárbaros y desgraciados
que no hacían más que lastimarla.
Para ese momento, la gente se tomaba con gracia los múltiples desamores
de la pobre mujer que fue renegada hasta por su propio marido, el conde era
conocido por necesitar a más de una mujer a su lado, y en ocasiones, al
mismo tiempo. Ese hombre era la muestra viviente de la osciocidad y
hedonismo, superando incluso a Adrien, quien afirmaba no lograr ser tan
miserable como para meter a dos mujeres a la misma cama, mucho menos
al mismo tiempo.
Dos horas pasaron desde que Jason abandonó la habitación que ocuparía
junto a su hijo. Conocía a Jackson, tardaba en dormirse, pero una vez que lo
hacía, tenía la gracia y la calma mental como para no volver a despertarse
en toda la noche. Aún si la señorita Fiore se marchó, el niño seguramente
seguiría en medio de sus sueños.
Abrió la puerta con cuidado, tratando de hacer el menor ruido. La luz de
la recámara estaba encendida, al igual que la chimenea que brindaba un
calor que le pareció sofocante al hombre que regresaba de un salón atestado
de gente que sudaba y no paraba de bailar. «La apagaré en seguida» se
ordenó a sí mismo, yendo por los polvos para aplacar el fuego infernal.
Realizó su tarea en total silencio, abrió la ventana y fue hacia el baño,
siendo incapaz de notar la anomalía que residía en su cama, junto a su hijo
dormido. Para cuando se dio cuenta de que había una intrusa en la
habitación, ya se había cambiado de ropas y poco le faltó para meterse a la
cama a su lado. Por poco se atraganta con la imagen de la señorita Fiore
recostada incómodamente al llevar puesta toda la indumentaria femenina.
Era una mujer tan pequeña que bien la pudo confundir con los grandes
almohadones que flanqueban la cama para que el niño no cayera al suelo,
formando un pequeño nido, siendo el centro un eterno abrazo entre mujer e
infante.
Le fue sumamente extraño comprender la situación, aunque era una
obviedad que la señorita Fiore se quedó dormida mientras cuidaba de
Jackson, no la notó tan cansada cuando la dejó, aunque quizá era la razón
por la que se encontraba tan irritada. Jason se sintió culpable por su petición
egoísta, puesto que mientras la señorita Fiore intentaba dormir a un hijo que
ni siquiera le pertenecía, él bebía, bailaba y reía con sus primos, no parecía
justo de ninguna manera.
Se acercó a la cama y removió ligeramente su hombro, buscando que
despertara, pero ella simplemente se reacomodó en la cama, abrazándose
más al niño que ya de por sí estaba encima de ella. Sería imposible
despertarla sin hacer lo mismo con Jackson, y de suceder eso, estaba seguro
que el niño no volvería a dormir hasta dentro de muchas horas. Sería mejor
dejarlos en paz, él podía dormir en otra parte, incluso en el suelo.
Cuando los rayos del sol entraron por la ventana al día siguiente, el aire
matutino se colaba por la ventana, causando escalofríos al cuerpo mal
acomodado en la cama. Daira se preguntó, aún a medio despertar, por qué
razón Pridwen habría apagado el fuego, claramente no estaba encendido, y
era una locura abrir la ventana con esos vientos fríos del inicio del otoño.
—Prid… cierra la ventana —pidió la joven sin recibir contestación—.
Prid, cierra la ventana —repitió, alargando la mano para tocar el cuerpo que
usualmente dormía a su lado.
Cuando su palma cayó de golpe sobre un almohadón, la joven
comprendió que no estaba en su habitación, de hecho, todo a su alrededor
debió indicarle el error de su situación: iniciando por el niño dormido sobre
ella y terminando con el hombre sentado en una silla, colocada a los pies de
la cama.
Un calor intenso se focalizó en las mejillas de la joven, no sólo
tornándolas rojas, sino moradas. ¡Había dormido en la habitación de un
hombre! Y no sólo eso, sino que el hombre estaba ahí también.
«Dios santo, estoy perdida» pensó la joven.
Miró de un lado a otro, tratando de deshacerse de los pequeños brazos
que la rodeaban, le costó trabajo, pero logró dejarlo en la cama, aún lo
suficientemente dormido como para que lloriqueara poco. Apartó la manta
que no recordaba haberse colocado y miró con cautela al hombre que seguía
dormido de forma incómoda en la silla estilo Tudor. Por unos segundos, la
joven no pudo evitar notar el fuerte brazo que le sostenía la cabeza, con los
antebrazos expuestos al haberse doblado la manga hasta los codos; su
respiración constante provocaba tensión en los botones que permanecían
atados sobre su pecho; sus largas piernas permanecían cruzadas por la parte
de los tobillos y apoyadas sobre el baúl a los pies de la cama.
Era una pose desinteresada y relajada, pero a Daira le pareció que nadie
podría lucir tan apuesto en un estado similar. Lord Seymour era en realidad
muy atractivo y varonil.
—¿Piensa seguir observándome por mucho tiempo señorita Fiore, o
piensa escabullirse pronto de la habitación?
Daira se puso en pie de un salto, intentando arreglar sus ropas, su rostro y
su cabello, todo en una sucesión errática que la hacía lucir aún más
desastrosa. Una risa varonil y agradable salió de la garganta del hombre que
había intentado mantener a raya sus burlas.
—¿Por qué no me ha despertado? Es terriblemente inapropiado que me
quedara aquí, ¿Qué pasa si alguien me vio entrar, pero no salir? —dijo
preocupada, calzándose las zapatillas.
—Seguro creerían que soy un padre desnaturalizado si hubiera hecho lo
que está pensando con mi hijo presente —elevó las cejas.
—¡Dios mío, estoy arruinada!
—Tranquilice su moral, nadie lo sabe hasta el momento, sólo tenemos
que sacarla de aquí sin que nadie la vea.
—Bien, ¿y qué hago?
—Espere aquí, permita que verifique el pasillo.
—Hágalo, hágalo —apuró, olvidando su posición de servicio.
Jason abrió la puerta quedamente y asomó su cabeza, maldiciendo a lo
bajo al notar que, inesperadamente, había gente en los pasillos. El hombre
no sabía si eran personas que apenas iban a descansar o los que recién
despertaban con la idea de un nuevo día de actividades.
—Bien, se quedará aquí por un buen rato.
—¿Qué? —su voz sonaba mortificada.
—Hay personas afuera, se darían cuenta de su salida.
—¡Ay Dios, ay por Dios, esto me pasa por buena gente!
—Me está impacientando y si sube aún más su voz, despertará a Jackson
y eso sería un verdadero problema.
Los ojos de la mujer se volcaron hacia el pequeño que se removía
incómodo en la cama ante el ajetreo. Consideró sensato el guardar silencio,
pero nada pudo impedir que sus pies se movieran de un lado a otro,
nerviosa e incontrolable, manteniendo una mano sobre su barbilla mientras
pensaba.
—Muy bien, los nobles son flojos…
—Se lo agradezco.
—Por lo cual, esta gente está subiendo y no bajando —prosiguió pese a
la interrupción—. En una o dos horas, todos ellos estarán dormidos y no
despertarán hasta las diez u once de la mañana.
—Tal parece que lo tenía previsto.
—¿Cree que tenía previsto algo de esto? —lo miró impacientada.
—Bien, si no le molesta, iré a dormir a mi cama —la recorrió con una
mirada alegre al notar su sonrojo.
—No pensará hacerlo estando yo presente, ¿o sí? —recriminó.
—¿Por qué no? —se acomodó en la cama—. Usted lo hacía hace unos
momentos, es mi turno de tener una siesta agradable.
—Es usted demasiado despreocupado —frunció el ceño y fue hacia la
ventana, considerando seriamente aventarse por ella.
—Olvídelo, se haría daño —dictaminó Jason con ojos cerrados.
—Al menos busco formas de salir.
—Deje de hacerlo, alguien puede verla asomándose por ahí y será lo
mismo que si saliera por esa puerta.
—Bien —cerró la ventana e incluso la cortina—. ¿Qué hago?
—¿Por qué no me canta?
—¿Está usted loco? Lo que quiero es que no me descubran, mi voz me
delataría en seguida.
—Vaya que es engreída —se acomodó en la cabecera, mirándola con
ojos brillantes—. ¿Cómo sabe que la reconocerían? Jamás la han escuchado
cantar, podría ser cualquiera.
—No —dijo cada vez más enojada—. Si cantara después, lo sabrían y no
correré ningún riesgo.
—Lo cual quiere decir que quiere cantar frente al público —se sentó,
arrastrándose hasta los pies de la cama—. ¿Es por eso que se metió al
bosque? ¿Para practicar?
—¿No dijo que iría a dormir?
—Sí, pero usted no deja de hablar y para mí es igual a ver una comedia
en el teatro, me resulta entretenida.
—No soy su bufón —se cruzó de brazos—. Cierre los ojos y vaya a
dormir de una vez, no tengo otra opción más que vigilar su sueño.
—Bien —el hombre se recostó de nuevo y acomodó a su hijo cerca de sí,
envolviéndolo en un abrazo cariñoso que sacó una sonrisa de la joven,
olvidando por un momento los problemas en los que se encontraba—. De
todas formas, ya me vigilaba desde que estaba en la silla. Dígame señorita,
¿le parezco muy atractivo?
—En realidad, lo que noté es que babea cuando duerme.
Daira luchó contra su risa cuando el hombre de ojos grises la enfocó con
una clara sorpresa y algo de vergüenza. Era una tontería que le creyera,
puesto que cuando alguien tenía la tendencia de salivar en su inconsciencia,
le era imposible no notarlo. Daira lo sabía muy bien, puesto que dormía con
Pridwen y ella tenía ese problema.
—Pero qué mentirosa es señorita Fiore, por un momento me ha
engañado, para su desgracia, resulta que he dormido con otras personas
antes y jamás he tenido ese problema.
—Quizá no se lo decían por vergüenza.
—Una esposa es capaz de decir muchas cosas, algunas que ni siquiera
son ciertas, sobre todo cuando se enojan. —Aquello lo había dicho sin
pensar y se apesadumbró en cuanto se percató de ello.
—Me quedaré callada a partir de este momento —sentenció la joven—,
considérelo una tregua.
—Más bien se refiere a que ha sentido lástima.
—No veo por qué he de tenérsela —lo miró con una ceja arqueada y una
mirada petulante—. Es usted un hombre rico, apuesto y bien posicionado,
tiene al mundo a sus pies y lo sabe.
—Le agradezco el intento que ha hecho, dormiré ahora si no le molesta
seguir refunfuñando en soledad.
—Ni un poco, estoy acostumbrada a hacerlo de esa manera.
En el fondo, el hombre agradecía la táctica usada por esa mujer: en un
inicio mostrándose comprensiva ante su dolor y al segundo siguiente,
despreciándolo por el mismo, manejando sobre su persona el sentimiento
vergonzoso que cualquiera debía sentir al estar dramatizando una situación,
sobre todo -como ella mencionó tan elocuentemente-, cuando se tenía un
buen nombre, posición y, aparentemente, un rostro prometedor.
Se durmió con una sonrisa en el rostro al lograr rememorar con
integridad la conversación con la señorita Fiore, hubiese querido verla al
despertar, pero como era de esperarse, la mujer desapareció en cuanto
encontró la oportunidad de salir sin ser vista.
Capítulo 6

Las festividades que los duques de Lauderdale estaban dando eran


correctas, divertidas y variadas. Nadie se quejaría de la comida, la selección
de vino o los invitados. Sobre todo, cuando un par de ellos estaban dando
tanto de qué hablar.
Sin duda los más indiscretos eran la pareja del heredero al ducado de
Wellington y la sobrina del duque Lauderdale, quienes pasaron de un
intenso coqueteo por parte de la dama, a una frialdad absoluta por parte de
la misma, intercambiando lugares con el caballero caracterizado por tener a
las mujeres en la palma de su mano. Tal parecía que era una circunstancia
que ambos les divertía y era más un juego de amigos que de amantes.
Aquella unión satisfacía enormemente a la duquesa y tía de aquella
jovencita que estuviera en edad casadera desde hacía un buen tiempo. La
mujer se regocijaba con su triunfo, aún si este parecía muy lejano, ya podía
escuchar los agradecimientos de sus padres por lograr lo impensable, puesto
que Pridwen, pese a ser una dama hermosa, era despreciada por toda la
sociedad de la que provenía de nacimiento y eso era debido a su
atolondrado carácter.
Aunque no todo podía ser felicidad. Ya que el tema predilecto de las
bocas viperinas seguía siendo el de Lord Seymour y la señorita Fiore,
arruinando por completo el plan de tener una celebración tranquila,
rememorada únicamente con la posible boda de en sueño protagonizada por
su sobrina y el muchacho Wellington.
La duquesa apenas y se podía creer que un hombre de la categoría de un
futuro marqués pudiera caer bajo los encantos de una simple dama de
compañía, estaba claro que era hermosa, pero no dejaba de ser una unión
dispareja y escandalosa. La alta sociedad buscó por todos los medios dar
fundamentos a sus especulaciones sobre la pareja, pero por más que se
intentara encontrarlos en situaciones comprometedoras, la señorita Fiore y
el conde sólo se dejaban ver en ocasiones esporádicas, tratándose con
respeto, amabilidad y estrictos modales. Se pensaba que, si no fuera por la
cantidad de rumores que los rodeaban, aquello pasaría a ser una mera
cortesía de un caballero educado hacia una muchacha que se veía envuelta
en un ambiente al cual no pertenecía.
La situación no dejaba de ser un espectáculo para disfrute de los
invitados, creando una espera ansiosa día tras día. Sin embargo, para la
señorita Fiore la situación comenzaba a rozar con lo ridículo, muy a su
opinión, lord Seymour no hacía nada extraordinario para que se dijese que
tenía una inclinación por ella. Era educado, amable y puntual. Simplemente
se veían en la necesidad de charlar cuando el pequeño Jack se escapaba de
los brazos de su padre e iba a parar a los de la señorita Fiore, de ahí en más,
se mantenían en sus asuntos.
Quizá todas esas teorías se debían a la sonrisa permanente que se
vislumbraban en lord Seymour cuando estaba con ella. Desde que se le
volvió a ver en sociedad, el hombre no había vuelto a sonreír, al menos, no
con la sinceridad como lo hacía con la señorita Fiore, incluso se le
escapaban carcajadas imposibles de falsificar.
Lo que la mayoría de las personas no sabía, era que el lord no se reía con
la señorita Fiore, se reía de la señorita Fiore, irritándola sobremanera.
Resultaba ser que Jason encontraba sumamente divertida la actitud severa,
puritana e intolerante que la joven mujer mantenía, sobre todo en su
presencia, tal parecía que estuviese en una batalla campal contra los
hombres del mundo y dictaminó que, entre todos, Jason podría ser
clasificado como uno de los peores debido a su reputación de mujeriego y
jugador.
—Señorita Fiore.
Poco le faltó a la joven para correr lejos de aquella voz, pero se obligó a
detenerse y volverse con una sonrisa.
—¿Llamaba usted, mi lord?
—Pero qué educada —se burló Jason—. Sí, la llamaba, necesito de su
ayuda nuevamente, Jackson…
—Bien, iré en seguida a la guardería, no debe preocuparse más por ello
—zanjó la joven, deseando apartarse de su presencia.
—¿Alguna razón en especial para que desee evitarme con tan poco
disimulo? —la alcanzó en su caminar solitario por el jardín.
—Mi lord, si no se ha dado cuenta, somos fuente de horribles habladurías
que nos arruinan a ambos por igual.
—Señorita, no son más que tonterías de una muchedumbre aburrida de
beber y jugar cartas, no debe ponerle la menor atención.
—No es lo que opina lady Melbrook.
—¿Quién? —sonrió con gracia, provocando que sus pícaros hoyuelos
desfilaran por sus mejillas. Ella entrecerró los ojos con molestia y siguió
con su camino—. Vamos, no sé de quién me habla, al menos debería
esclarecer sus quejas.
—La mujer con la que usted…
—¿Sí? —la animó a continuar con una sonrisa.
Ella chistó con la lengua y decidió ignorar sus burlas y sus insinuaciones.
Era una obviedad que el conde no podría olvidar a la mujer con la que
estableció una relación íntima, lo hacía a posta de la vergüenza que
ocasionaría en ella el tratar de decirlo. Con el paso de los días, Daira se
acostumbró a que ese hombre la siguiera y la hiciera rabiar, para después
desaparecer el resto del día, en ocasiones se lo encontró charlando e incluso
coqueteando con otras damas.
«Es un casanova… pero ¿a mí qué me ve a importar? No me importa en
lo más mínimo.» Se decía a sí misma «Pero tenía entendido que a él no le
gustaba pasar el tiempo con mujeres, al menos no para a hablar con ellas»
Daira negó profundamente.
La joven llegó a atribuir su interés a un orgullo malentendido de varón.
Como ella lo rechazaba constantemente, el conde más le buscaba la
condición. Aquello la hacía pensar: si acaso actuaba como alguna de las
muchachitas que se arrastraban a sus pies, ¿la dejaría en paz? De ser así, lo
haría, porque no encontraba cosa más humillante que lidiar con un hombre
que la perseguía por el simple hecho de que ella lo repudiaba, ¿por qué eran
así los hombres? Debían sentirse muy especiales para que incluso un
rechazo los ofendiera y tentara. Aunque si lo reflexionaba, el señor
Seymour jamás le hizo ninguna proposición que ella tuviera que rechazar.
—Debido a que nuevamente se ha metido en sus escabrosos
pensamientos, me adelantaré a su línea de cavilaciones y le diré que no, no
tengo ningún interés en usted, pero me es agradable charlar con alguien que
no busca mi posición o dinero.
La joven volvió la mirada con asombro.
—¿Es por eso que me persigue por doquier?
—No la persigo, da la casualidad de que me la encuentro, quizá sea
porque los dos escapamos de las mismas cosas, dirigiéndonos sin querer
hacia el mismo sitio.
—Quizá sea eso —asintió, sintiéndose repentinamente más relajada al
saber la razón—. Espere, ¿ha dicho que no le gusto?
Jason empujó su cabeza hacia atrás en una clara sorpresa, tal parecía que
ella no podía concebir que alguien no estuviera prendado de su belleza.
Aunque el tono que utilizó la señorita Fiore no parecía ofendido, sino más
bien estaba emocionada por el hecho.
—Supongo que no es algo que escuche a diario —ironizó.
—¡Oh, no quería sonar petulante! —se lamentó—. Tan sólo… olvídelo,
he dicho algo muy vergonzoso.
—Tal pareciera que le alegrara que fuera así.
—Debo admitir que también me es refrescante.
—¿Sufre porque la encuentran hermosa? —Jason frunció el ceño—. No
me parece normal, debería aprovechar sus virtudes.
—La belleza no es lo único que tengo —lo miró molesta— y como habrá
podido constatar, tengo un carácter endemoniado.
—Finge tenerlo —corrigió—. Pero lo hace muy bien, así que sí, su
personalidad es bastante fea e irritante, si su intención es alejar a los
hombres, ha cumplido su misión con medalla de oro.
Por primera vez, la señorita Fiore permitió que una dulce carcajada
escapara de su garganta, concordando perfectamente con su voz melodiosa.
Jason quedó ligeramente encantado, pero finalmente sonrió al igual que
ella, parecía ser que las barreras habían caído desde el momento en el que le
dijo que no la encontraba atractiva. «¡Vaya muchacha!» pensó el conde.
Caminaron juntos hasta la guardería, el pequeño Jackson se encontraba
sentado en una esquina lejana, pasando las páginas de un libro con dibujos.
Mantenía un dedo dentro de su boca y se negaba a jugar con el resto de los
niños que estaban correteando por el lugar, acaparando la atención de las
doncellas destinadas a cuidarlos.
Daira sonrió tranquila y caminó hasta el niño, todo bajo la atenta mirada
del padre, quien optó por quedarse en el umbral de la puerta para ver la
reacción que su hijo tendría ante la llegada de una intrusa que casi no
conocía. Aunque debía admitir que no se sorprendió cuando Jackson sonrió
con apertura hacia la señorita Fiore, quien recargó su espalda en la pared y
se resbaló hasta quedar sentada junto a él, acariciando su cabello rubio e
incluso tomando el libro para comenzar a leerlo, haciendo graciosas
expresiones y exagerados movimientos de manos que sacaban sonrisas y
miradas ilusionadas por parte del infante que mantenía su entera atención
sobre ella.
—Parece que tiene una habilidad especial con Jack.
Jason jaló el aire y cerró los ojos lentamente al escuchar la voz de su
prima Sophia, quien estuviera casada con el hermano de Annelise, la mujer
de la que se había enamorado profundamente y por la cual seguía sufriendo
día con día.
—Sí, tal parece que le agrada. —Asintió el hombre—. Me deja
sorprendido que le permita acercarse tanto, incluso la abraza y besa.
—Dicen que los niños tienen buen ojo para las personas.
Un pesado suspiro salió de entre los labios de Jason.
—¿Qué intentas decirme, Sophia?
—Nada —sonrió la joven—. Por cierto, John vendrá el día de hoy, se
encuentra entusiasmado de verte a ti y a Jackson.
—Me alegra que te haga compañía.
—Jason…
—Iré con ellos —se excusó rápidamente—. Con permiso.
—Jason —le tomó el brazo con determinación—. Sabes que John sólo
quiere hacer las cosas llevaderas, trata de entenderle, así como él trata de
entenderte a ti.
—No tengo nada en contra de John, de hecho, le tengo un gran aprecio y
respeto —aseguró—. Pero no me agrada la situación.
Sophia dejó salir el aire contenido en sus pulmones, observando como su
primo se alejaba de su alcance. No podía creer que, en algún tiempo, Jason
había sido el primo al que se sentía más cercano y ahora… pareciese que
existía un muro cada vez que trataba de hablar con él. Negó sutilmente con
la cabeza, sintiendo una profunda tristeza que incluso le causaba espasmos
en el cuerpo.
—¿Le has dicho que viene John? —Blake se colocó a unos pasos de su
prima, viéndola asentir como respuesta a su pregunta—. ¿Cómo se lo ha
tomado?
—Como lo hace siempre, con una fingida indiferencia que oculta su
desazón —suspiró—. Pero mira eso —apuntó con la cabeza hacia la pareja
sentada a cada lado de Jack—, parece que esa muchacha tiene una habilidad
para con los chicos Seymour, ¿no lo crees?
—No es la única que ha sacado provecho de sus virtudes, sé de otro tonto
que está siendo conquistado sin darse cuenta.
—¿Hablas de Adrien? —Sophia volvió el rostro sonriente hacia su prima
—. Pero qué tontería, ¿por qué los hombres son tan ciegos y torpes con
estos temas?
—Bueno, mira quién lo dice, ¿no fuiste tú la que hizo todo un
espectáculo cuando te diste cuenta que amabas a tu esposo?
—Mi vida entera es un espectáculo Blake —dijo a modo de defensa—.
En todo caso, pienso que Jason será el más difícil, además, la chica que
parece tenerlo cautivado no es más que una dama de compañía, muy por
debajo de su categoría.
Blake expresó su desconcierto con un excesivo abrir de ojos.
—Jamás pensé escuchar clasismo en tus labios.
—Si no lo digo porque lo consecuente —le quitó importancia la
muchacha, regresando la vista a la guardería—. Si Jason se vuelve a casar,
seguro lo hará por obligación, actuará por lo que se espera de él, no por lo
que desea en realidad.
—¿Dices que despreciaría el amor por el deber?
—Puede ser que ya no sepa identificar el amor —Sophia se inclinó de
hombros—. El dolor entumece los sentidos: uno se encuentra en la
desesperación de no sentir, desorientado al no poder ver, adormecido al no
querer escuchar, desanimado al no degustar una caricia verdadera, perdido
al no poder oler una esencia conocida.
—Eso es…
—Es triste —negó con rotundidad—. Jason se ha perdido a sí mismo y
ha optado por caracterizar al hombre que debería ser, lo que se espera de él
como hombre, como hermano, primo o padre.
Blake le dio la razón, todos sus familiares sabían lo destruido que se
encontraba ese hombre en su interior. Lograba confundir con aquel carácter
bonachón, agradable y alegre. Él siempre estaba dispuesto a ayudar a los
demás, su preocupación por cuanto lo rodeaba era una de las razones por el
que las personas ansiaban hacerlo sentir mejor, tratando de hacer
desaparecer sus tristezas.
—¿Cómo podemos ayudarlo? ¿Qué podemos hacer?
—Nada —suspiró—. Estar para él, apoyarlo en lo que necesite.
—No parece mucho.
—Pero en ocasiones, lo es todo.
Las damas se marcharon, dando una última mirada a la mujer que parecía
no darse cuenta del verdadero poder que tenía en sus manos. Si acaso
jugaba bien sus cartas, podría pasar a ser una marquesa en lugar de una
simple dama de compañía.
—¡Oh, no pueden dejarme fuera siempre! —se quejaba la joven con una
sonrisa—. Vamos ¿qué ha dicho a su padre, mi señor?
El pequeño reía divertido, abrazando con fuerza el cuello del hombre que
lo sostenía, susurrando cosas que en ocasiones no eran más que burucas,
dichas con la única intención de molestar a la dama frente a ellos.
—¡Ya verá! —dijo la mujer, haciendo movimientos con sus dedos antes
de hacerle cosquillas al niño que se revolvía en los brazos de su padre—.
¿Va a seguir jugando conmigo, mi señor?
La sonrisa del padre y el hijo eran extremadamente parecidas cuando
ambos lo hacían con naturalidad y desde el corazón. De alguna forma, sus
ojos grises brillaban con la intensidad de la luna y sus rostros se iluminaban
con alegría y tranquilidad. Jason podía notarlo en su hijo y se preguntaba si
él se vería igual de feliz, había llegado a acostumbrarse tanto a su desdicha,
que incluso desconocía su propia risa y sus facciones se quejaban ante la
normal gesticulación de una sonrisa que perduraba a las risas.
Estaba claro que ese ambiente se propiciaba gracias a la dama que
bromeaba, sonreía y los hacía reír; tanto el niño como el adulto lograban
sentir esa exquisita paz, ese sentimiento de seguridad, de una plena
confianza y relajación. ¿Era eso posible? ¿Una persona podía ocasionar
tantos sentimientos y emociones en tan corto tiempo?
Las doncellas miraban a la pareja con estupor y rechazo, provocando que
una de ellas tomara la decisión de llamar a su señora, no podían aceptar un
comportamiento tan desvergonzado; no por sí mismas, sino por sus
patrones, que tanto se empeñaban en mantener a la casa de los Lauderdale
como intachable, honrosa y respetable. Ninguna de ellas quería que una
forastera ensuciara el buen nombre que la generalidad de los empleados se
empeñaba en conservar.
—¡Se puede saber qué está haciendo, señorita Fiore! —la voz chillona
y exaltada de la duquesa resonó por toda la guardería, exigiendo el máximo
silencio, aún en los niños—. ¿Qué se supone que hace en este lugar? No
está en su jurisdicción cuidar de niños.
Las piernas de Daira reaccionaron como resortes, se puso en pie y bajó la
mirada, apenada con la mujer que anteriormente se había comportado tan
bien con ella, inclusive amenazando a Pridwen para que la dejara bajo sus
cuidados. Arruinó su oportunidad, nuevamente.
—Lo lamento, mi señora, no pensé que…
—¡Exactamente! —contrapuso aún en medio de alaridos—. No pensó en
lo más mínimo, ¿Qué se supone que he de decir ante tal escándalo? ¿Cómo
se atreve a tomarse atribuciones que…?
—Fue una petición hecha expresamente por mí, lady Lauderdale —Jason
se puso en pie con parsimonia, dejando a su hijo en el suelo, con el dedo en
la boca y tomado con fuerza de su pantalón—. Mi hijo tiene una
predilección por esta señorita y cometí la insensatez de no informarla a
usted de mis intensiones. Le pido de favor que no regañe a lady Fiore por
mis errores.
—Oh… mi lord —negó apenada, sus pestañas revoloteando
ansiosamente—. No pensé que usted estuviera de acuerdo, sé bien que el
cuidado de vuestro hijo es algo que no delega a nadie.
—Estando yo aquí, no podía ser algo que no aprobara —dijo obvio—.
Por lo referente a la señorita Fiore, no hizo más que seguir indicaciones, a
menos que encuentre una petición mía como muestra de insubordinación,
en cuyo caso me haré responsable.
—No, no. —La mujer miró con molestia a la doncella que informó a
medias la situación. De estar enterada de que el hombre se encontraba
conforme con los servicios, jamás habría hecho tal escándalo—. Me alegra
que Daira cumpla con sus expectativas.
La mujer siguió murmurando disculpas inentendibles, para después
abandonar la habitación en medio de una corrida. Daira apretó sus labios
para no dejar salir una carcajada, notando que el hombre a su lado se
encontraba igual.
—Agradezco su intervención —se inclinó ante él—. Me ha salvado de un
destierro seguro.
—No diga tonterías, de ser así, yo mismo la habría acogido en mi hogar
—dijo sin pensar—. Hubiese sido totalmente irracional de su parte echarla
de la propiedad por una tontería.
—Aun así, se lo agradezco.
El hombre asintió, tomó a su hijo en brazos y salió de la habitación sin
dirigirle ni una palabra más. Daira se mostró ligeramente sorprendida por
aquella evasión tan evidente, pero al notar que eran el centro de las miradas
de las doncellas y algunas personas que pasaban por el lugar, comprendió el
escape de lord Seymour, sobre todo porque acababa de ofrecerle su hogar si
en determinado momento la duquesa terminaba por decidir que debía
marcharse debido a su comportamiento reprochable; claramente la gente
pensaría que Daira buscaba embaucar al caballero Seymour.
Con toda la seguridad que fue capaz de recolectar, la joven elevó la
cabeza y salió de la guardería, tratando de hacer caso omiso a los múltiples
susurros que buscaban herirla de todas las formas imaginables. En su
interior, su corazón se apretaba cada vez que escuchaba las voces de esas
mujeres llamándola de maneras despectivas como: «Es una trepadora»,
«Había escuchado de ella, dicen que siempre va en busca del hombre más
rico», «Parece que lady Melbrook decía la verdad, quiere robarse a los
hombres».
La joven contuvo las lágrimas todo lo que pudo, alejándose en lo que le
fuera posible de las voces y de las mujeres venenosas que gustaban en
destruir la frágil autoestima de una muchacha. Pero eventualmente le
pareció insoportable, así que corrió, cubriendo sus labios con una mano
para no dejar salir quejidos, tratando de salir de la casa de forma rápida y
sin llamar la atención, deseando internarse en lo más profundo del bosque y
quizá perderse para nunca regresar.
Al momento de salir de la casa, se topó con el desafortunado escenario de
una sociedad reunida y a la espera de una actividad en el jardín. Maldijo su
suerte y pasó entre la gente, intentando recuperar la compostura. Sin
embargo, era cada vez más notorio que la apuntaban con desdén al enterarse
de lo ocurrido en la guardería, esto gracias a que las damas que lo
presenciaron pasaban la información a las que esperaban en el jardín.
—¿Daira? —Pridwen apartó la mirada de lord Wellington para enfocar a
su amiga, quien corría sin miramientos hacia el bosque.
—No, no —la retuvo Adrien al notar que pensaba salir corriendo detrás
de ella—. Alguien ya ha pensado lo mismo que usted.
—Pero ella no lo querrá a él, no querrá a nadie más que a mí.
—Es usted muy presuntuosa lady Pridwen, mi primo es un auténtico
caballero, encantador en todos los sentidos, le aseguro que su amiga
agradecerá su presencia más que la de usted.
—Es que no la conoce de nada —la joven regresó una mirada
preocupada hacia el bosque.
—De todas formas, es tarde, no puede seguirla y si lo intenta, se perdería
de forma irremediable. Lo mejor que puede hacer es esperar.
—Es usted un maldito, ¡Debió dejarme ir tras ella!
—Le digo que no.
Pridwen dejó salir una maldición a lo bajo, ignorando la carcajada del
hombre a su lado. No despegaría su vista de ese bosque hasta que viera a
esos dos salir ilesos de ahí. Conocía a Daira mejor que nadie en ese lugar,
no querría a un hombre, incluso Pridwen sabía que tampoco la querría a
ella, Daira no querría a nadie en lo absoluto.
Los pasos veloces y conocedores del terreno se apresuraron hacia el claro
en el que normalmente se derrumbaba para admirar la belleza del bosque, le
gustaba cantar junto a los pájaros, junto al viento y el arroyo, era su lugar
preferido, era su zona segura, de soledad y tranquilidad al estar alejada de
todos.
En cuanto reconoció las flores y el césped con la huella de su cuerpo, se
dejó caer y lloró sin consuelo, sintiéndose desdichada por ser acusada de
tales barbaries en cualquier lugar a donde iba. No había forma de que ella
fuera categorizada como una mujer decente, por mucho que se esforzara,
terminaban por atribuirle los peores males de la raza humana; su belleza era
el peor atributo que le podrían haber dado, se odiaba, le gustaría poderse
quemar la cara y acabar con ese sufrimiento, así por lo menos la respetarían,
verían que hay mucho más en ella que sólo facciones y un cuerpo tentativo.
—Detesto ver a una dama llorar —dijeron de pronto—. Sobre todo, a una
con tantos atributos como usted, señorita Fiore.
Los ojos hinchados de la joven se abrieron de pronto, levantó la cara de
entre los brazos cruzados y se volvió ligeramente para ver al apuesto
hombre que estaba parado a sus pies, viéndola allí recostada e indefensa.
Las facciones de Daira se configuraron para mostrar confusión y un
pensamiento pavoroso la inundó casi de inmediato: ¿La había seguido?
¿Por qué razón?
Capítulo 7

Los ojos del hombre recorrían el cuerpo a medio recostar de la


atemorizada mujer, quien se sentó y comenzó arrastrarse lejos de él, en ese
momento, no parecía del todo amenazante, pero lentamente, el brillo en su
mirada se tornó sombrío al sentir la lánguida caricia del deseo recorrerle las
venas del cuerpo, hechizándolo, desenfocando su sentido de cordura y
embraveciendo su ser normalmente calmo, olvidando por completo el amor
y la fidelidad que le debía a su mujer.
—Mi lord, debería marcharse —pidió entonces la mujer que había
logrado ponerse de pie y daba pasos defensivos hacia atrás.
—¿Qué ha venido a hacer aquí, señorita? —el hombre la siguió con
pausados movimientos, a sabiendas de la ventaja que tenía sobre un cuerpo
más débil y posiblemente más lento que el suyo—. ¿Es acaso que ha
quedado aquí con algún pobretón que anhela de sus caricias provenientes de
sus hermosos labios?
—No —la voz le tembló pese a que trató de sonar segura—. Suelo venir
aquí a cantar. A estar en soledad.
—¿Le apetece un poco de compañía? Serán mis ojos los que juzgarán si
estás faltando a la hospitalidad que te hemos dado.
Unas lágrimas silenciosas brotaron de los ojos bien abiertos de la joven,
goteando hasta su barbilla al no ser contenidas por las manos. Sabía que, si
quería salir bien librada de ese encuentro, no podía perder el tiempo
limpiando sus lamentos, mucho menos cerrando los ojos, todo le daría al
duque una oportunidad y ella debía evitarlo.
—Por favor, mi lord, es usted un hombre bueno, que ama a su mujer,
usted mismo me lo ha dicho en tantas ocasiones…
—¡Silencio! —pidió con fuerza—. No te atrevas a comparar lo que
sucederá ahora con el cariño que le tengo a mi esposa.
—Mi lord, esto le remorderá la consciencia, lo sé, usted quiere a su
esposa, es un hombre fiel.
—Por favor, chiquilla —se burló el hombre—. No serías la primera con
la que falto a mi juramento de lealtad.
Al comprender que no había manera de que el duque entrara en razón, se
echó a correr, para ese momento, se había acercado lo suficiente a un
conjunto de árboles como para lograr perderle el rastro, al menos,
despistarle lo suficiente como para salir del bosque.
—¡Por favor, ayuda! —gritó desesperada.
—¡De nada te servirá! —le respondió el duque a sus espaldas, corriendo
muy tranquilo, como quien sabe hacia donde se dirige—. Nadie te
escuchará y nadie conoce este bosque mejor que yo.
Con la frase en mente, Daira pensó que su mejor oportunidad dependía
de lo imprevisible de sus movimientos, así que se dedicó a cambiar de
dirección cada sesenta segundos, tratando de dificultar la persecución del
hombre que parecía únicamente divertido. Estaba claro que confiaba en sí
mismo para alcanzarla y esto se vio comprobado cuando súbitamente la
joven se vio tirada en el suelo divido al brutal agarre que detuvo su huida.
Se supo perdida cuando el duque no la soltó incluso aunque se arrastró
entre las hojas secas y el lodo. La mirada perversa y brutal le dio a entender
que no importaba cuanto se esforzara por estar sucia y detestable, porque
para lo que ocurriría no habría remedio alguno.
La respiración de la joven se aceleró al punto del colapso, no lo
permitiría, no dejaría que ese hombre se saliera con la suya; pero le
resultaba imposible luchar contra su fuerza. Era impresionante la facilidad
con la que logró acercarla a su cuerpo con un simple movimiento que por
poco le rompe la muñeca. La pegó con fuerza a un árbol cercano y la
aprisionó contra él, arrancando ropas y forzando sus caricias contra su
cuerpo.
—¡Basta! —gritaba con lágrimas en los ojos, removiéndose y
dificultándole su hacer—. ¡Por favor, deténgase!
El terror floreció en su interior cuando sintió que el hombre levantaba sus
faldas de un impulso, al tiempo que desabrochaba su pantalón. Tenía que
hacer algo, debía tener una oportunidad. Miró desesperada de un lado a
otro, percatándose que estaban en lo que parecía una colina, si acaso
pudiera…
—¡Deja de moverte, maldita sea! —la golpeó con fuerza, mandándola al
suelo hecha un grito dolorido.
—¡¿Señorita Fiore?! —se escuchó una voz a la lejanía.
—Maldición —masculló el duque que, en vez de asustarse y dejarla,
apresuró sus movimientos.
El golpe en la cabeza la dejó cerca de la inconsciencia, pero estaba en el
suelo y era lo que necesitaba. Pateó al hombre que estaba por ceñirse sobre
ella y giró hasta hacerse rodar por la colina.
—¡Señorita Fiore! —gritó Jason al reconocerla mientras caía y gritaba
dolorida, golpeándose como última instancia contra un roble que escupió un
montón de hojas sueltas gracias a la temporada de otoño—. ¿Qué sucedió?
¿Dónde le duele?
—¡Por favor, ayúdeme! —Daira levantó una mano y se aferró de él por
un momento, pero al comprender que era otro varón, dio un grito lleno de
terror y se arrastró lejos—. No, no. Aléjese de mí, déjeme sola. ¡Que se
vaya, le digo!
—¿Qué fue lo que sucedió? —cuestionó, agachándose para tomarla en
brazos, sin comprender que la asustaba aún más.
—¡He dicho que no se me acerque! —pidió dolorida, tomando con fuerza
su costado—. No me toque —tembló y comenzó a llorar suavemente,
congestionando su nariz.
Jason levantó la mirada hacia un conjunto de árboles en la colina por
donde la señorita Fiore había descendido, estaba seguro de haber visto una
figura que rápidamente se escondió para no ser visto. Estaba claro que la
mujer aterrorizada tuvo mucha suerte, podía estar golpeada, pero al menos
no fue agredida por un hombre esclavizado por sus más bajos instintos.
—¿Daira? —cerró los ojos con una sensación amarga—. ¿Hay alguna
parte de ti que pueda recuperar la calma?
Ella levantó la mirada, mostrándose enojada e indignada.
—Estoy bien, no necesito de su ayuda. —Intentó ponerse en pie, pero
bufó de dolor y apretó aún más su costado.
—No podrá ponerse en pie, se ha lastimado, permita que la ayude. —
Hizo ademán de acercarse, pero ella cerró los ojos y tembló, no sabía si de
furia o de terror—. Míreme señorita, vea todos mis movimientos, se dará
cuenta que lo último que deseo es lastimarla…
—¿Cómo puedo confiar en usted… en alguno de ustedes?
—Si quisiera hacerle daño, le aseguro que ya se lo hubiera hecho, está
malherida y no tendría escapatoria.
Daira dejó salir lágrimas silenciosas y estiró una de sus manos en
aceptación, permitiendo que el caballero se agachara, tomara uno de los
brazos magullados y lo colocara alrededor de su cuello, alzándola al vilo.
Ella se quejó y se atragantó con el dolor al morder sus labios.
—¿Se encuentra bien? —giró su cabeza para mirarla.
—Sí, sí. —Intentó acomodarse entre los brazos fuertes que la rodeaban
—. Vámonos, por favor.
—Bien, si no tolera el dolor, pida que pare de inmediato.
—Gracias por ayudarme, es usted muy amable.
—¿De qué corría? ¿Qué la hizo despistarse de tal forma del camino que
provocó tan estrepitosa caída?
—Yo… no lo recuerdo.
—No existe razón suficiente para proteger a su acosador, está claro que
esa persona quería hacerle daño.
—Por favor, mi lord … dejemos el tema.
—Así que es alguien a quien usted le debe un respeto.
—Todo hombre o mujer en esta velada merece mi respeto, mi silencio y
veneración ¿recuerda, mi lord? —dijo con odio—. Sólo soy la dama de
compañía de lady Pridwen, una sirvienta.
—Sea como sea, usted no estaba de acuerdo con lo que estaba pasando y
por eso corría —la miró molesto ante sus palabras—. Usted también merece
respeto, señorita, no lo olvide.
—Es difícil recordarlo cuando es más que obvio que no se nos trata de
esa forma, somos objetos para ustedes.
—¿Quería abusar de usted? ¿Es eso lo que está diciendo?
—Yo no he dicho nada.
El hombre permaneció en silencio por un largo momento, pensando
detenidamente en el cuestionamiento que había hecho a la mujer malherida
en sus brazos. ¿A quién protegería a pesar de estar presa del pánico por lo
que estuvo por pasarle? Lo pensó por varios minutos hasta que de pronto su
mirada se iluminó cuando llegó a una suposición, se volvió hacia ella y
elevó una ceja inquisidora.
—¿El duque? —culminó sus pensamientos con impresión—. ¿Ha sido el
duque de Lauderdale?
—¡N-No!
—Por Dios, y yo que lo creía tan sensato y enamorado.
—¡He dicho que no!
—No hace falta que grite, lo he descubierto y es una tontería que lo
niegue, puesto que lo veo en su mirada atemorizada.
—¿Temor? No le tengo miedo, ¿Cree acaso que es la primera vez que
algo así me pasa? —negó—. Los hombres son unos…
—No todos abusamos de nuestra fuerza o poder, señorita.
—Eso aparentan, hasta que tienen una oportunidad.
—¿No se me concede ni siquiera la duda? —soslayó la mirada—. La
estoy llevando en brazos, sana y salva para que la atiendan.
Los dientes blancos de Daira se presionaron contra su labio inferior, no
quería aceptar la verdad en esas palabras, así que decidió mantenerse
callada, apretando con fuerza el hombro de lord Seymour para no dejar salir
un alarido.
—Lord Seymour —gimió—, ¿cree que tenga roto un hueso?
—Lo dudo mucho. —La reacomodó en sus brazos—. Pese a que está
magullada, no soportaría el dolor si tuviera algo roto.
—Me siento mal, en verdad muy mal.
—Pero no está en un lamento, estoy moviéndome lo suficiente como para
que no pudiera resistirlo, por mucho que lo intentara.
—Eso me alegra, no puedo quedarme en cama.
—¿Por qué el duque la acosaría?
—¡Basta de sandeces! —pidió molesta y nerviosa pese a que nadie los
escuchaba—. No debe alzar falsos con esa seguridad suya.
—Sé lo que vi en la cima de esa colina y sé lo que veo en sus ojos
cuando lo menciono —elevó una ceja, soslayando la mirada para posar sus
ojos grises sobre ella—. ¿Estoy errado?
—Y si no se equivocara ¿qué cambiaría? —echó en cara con el furor de
la exasperación, la humillación y el abatimiento—. Exacto, no podría hacer
nada, porque yo no soy nadie de importancia.
—Es usted una persona, una mujer que…
—Que no es su mujer —terminó tajantemente—. Le agradezco su
preocupación, lo clasifica como un verdadero caballero, pero dejemos el
tema por la paz, ese hombre al que enjuicia es aquel al que le debo mi
sustento y el techo en donde vivo.
—¡Pamplinas!
—Eso mismo digo yo, pero ¿qué opción me queda?
Salieron de la espesura del bosque con el caer del sol, siendo rápidamente
interceptados por una preocupada Pridwen, quien no dejaba de parlotear en
medio de su desenfrenado nerviosismo, dando vueltas alrededor del
aristócrata que llevaba con sumo cuidado a su muy querida amiga: «¡Dios
santo, Dios santo! —repetía una y otra vez—. ¿Pero qué le ha hecho?».
Adrien se adelantó ante los arrebatos sin sentido de la rubia, deteniéndola
en su alborotado proceder y llevándola consigo para buscar a Publio.
Bajo la atenta mirada de la sociedad, Jason Seymour llevó a la dama de
compañía de lady Pridwen hasta su habitación, dejándola suavemente sobre
la cama e incluso acomodando las almohadas para que fueran confortables
para el cuerpo magullado.
—Señor Seymour —de alguna forma, Daira se las arregló para tomar su
muñeca—. No dirá nada, ¿verdad?
—Me temo que no está en mi jurisdicción hacerlo, aunque debería…
pero usted no quiere, así que no lo haré.
—Se lo agradezco.
—¿Está acaso loca? ¿Cómo puede preferir seguir en las mismas
condiciones que hasta ahora? —explotó de pronto, dejando de lado su voz
serena y despejada por unos instantes—. Seguro ya lo había intentado antes
¿o me equivoco? Por supuesto que no me equivoco.
La joven dejó salir una risilla que terminó en quejido.
—Y yo que pensaba que la única que hablaba de esa manera locuaz y
atolondrada era Micaela Rinaldi.
—Habla de mi hermana, señorita —elevó una ceja—. Como verá, la
lengua parlanchina puede ser de familia.
—Lo dudo, usted habla muy poco.
Callaron al oír los pasos presurosos que se acercaban por el pasillo, la
voz de Pridwen se hacía oír incluso desde el jardín, indicando la situación al
médico, aunque Jason y Daira dudaban que supiera con veracidad las
generalidades de las heridas.
—Bien, ¿qué sucedió? —esa fue la primera pregunta que hizo Publio
Hamilton al entrar en la habitación.
—Resbalé —se apresuró a contestar la joven.
Los ojos profundos e indescriptiblemente azules de aquel hombre se
posaron sobre la figura de su primo, buscando corroborar las palabras,
como si desde el primer instante la creyera una mentirosa.
—Es verdad, cayó de una colina.
—¿Por qué cayó? —eran preguntas distractorias, Publio solía hacerlas
para alcanzar a prepararse sin desesperar a su paciente.
—Como dije: resbalé. —Se inclinó de hombros—. Me descuidé.
—¡Eso no es común en ti! —negó Pridwen y miró al médico—. Se sabe
ese bosque de memoria, siempre va sola y por horas.
—No lo conozco todo y caminaba distraída —objetó Daira.
—Bien, haré una inspección —Publio no estaba realmente interesado en
las circunstancias de la caída, él se ocuparía del cuerpo de la mujer, lo
demás, era asunto de los amigos—. Diga cuando duele.
—Y-Yo preferiría que no lo hiciera —se alejó de él, mostrando dolor en
su semblante—. Estoy bien, en serio.
—Claramente eso no es verdad —la miró de arriba hacia abajo.
—Por favor, no hagan de esto algo tan grande, no hay nada mal.
—Señorita —Jason comprendió la índole de su renuencia—. El médico
no está solo con usted, incluso está lady Pridwen.
—¡Oh, no hagas tonterías Daira! —se acercó su amiga—. No seas
mojigata, él es doctor, es su trabajo, no está aprovechando su condición,
¿verdad que no? —miró a Publio.
—La pregunta me es absurda e insultante —el erudito miró a Daira con
determinación—. ¿Puedo acercarme, señorita?
Daira dudó todavía un poco, pero al final aceptó, teniendo que recurrir a
cerrar los ojos para contener las lágrimas. Las manos del hombre palparon
con profesionalismo el cuerpo de la joven, apretando ligeramente de vez en
cuando, revisando que los huesos no se encontraran fuera de lugar.
—Parece que no hay nada roto —dijo al fin—. Pero tiene una increíble
cantidad de hematomas por todo el cuerpo.
—¿Qué es eso? ¿Qué es eso? —preguntó una mortificada Pridwen.
—Cardenales —simplificó el médico—, se irán solos, pero dolerán, los
vendará y untará un ungüento que le entregará mi mujer.
—Gracias, mi lord —trató de inclinar la cabeza, pero el cuello le dolió,
viéndose en la necesidad de llevar una mano a la zona.
—Estará dolorida —se acercó Publio y tocó con tiento—. Masajeé la
zona por un buen rato.
—Lo haré yo misma —se adelantó Pridwen, sentándose junto a su amiga
y le tomó la mano en muestra de su preocupación.
—Bien, con eso resuelto, me retiro.
—¡Mi lord! —Daira se avergonzó—. Por sus servicios yo…
—No hace falta —Publio levantó una mano—, recupérese pronto.
Con eso dicho, el hombre salió de la habitación junto con Jason, quien no
se despidió de la joven que salvó al encontrarse enfrascado en una
conversación con su primo. A los pocos minutos, una mujer de cabello
desalineado y ropas manchadas se acercó con un frasquito de vidrio, el cual
tendió a Pridwen, explicando la forma de aplicarlo.
—Espero que se encuentre mejor, señorita —dijo la amable mujer—. Mi
marido puede ser tajante, pero es un excelente médico.
—Ha sido muy amable conmigo, ambos lo han sido.
Gwyneth sonrió, le apretó una mano a la dolorida muchacha y salió del
lugar, tomando a una pequeña rubia que no apartaba la mirada de ellas, pero
sin decir ni una palabra.
—Ellos… —pujó de dolor al querer enderezarse por su cuenta,
recibiendo la ayuda de Pridwen en seguida—. Son muy amables.
—Los Bermont son fantásticos —asintió sin darle mucha importancia—.
Ahora quiero que me cuentes lo que pasó en verdad.
—Prid…
—No. No Daira, no. Te conozco, no resbalaste, algo te hizo caer en todo
caso —la joven se mordió los labios y bajó la mirada—. ¿Fue culpa del
señor Jason? Lo vi correr detrás de ti hacia el bosque.
—¿Eso hizo? —frunció el ceño—. ¿Por qué?
—Adrien aseguró que te consolaría, no que te tiraría por una colina —
dijo enojada—, de haberlo sabido, le habría dado una patada para que me
dejara ir tras de ti.
Daira se alegraba que no lo hubiese hecho, se habría llevado una terrible
sorpresa de haber encontrado a su tío con tal falta de cordura, queriéndose
aprovechar de una mujer desvalida y llorosa.
—No ha sido culpa de lord Seymour, me asusté y resbalé.
—Así que no piensas decírmelo —dijo enojada—. Bien, en ese caso me
veo en la necesidad de preguntárselo a él.
—¡No! —la retuvo a su lado—. Por favor no.
—Entonces dímelo.
—El señor Seymour… él… —Daira buscaba una mentira creíble, al
menos una que distrajera a Pridwen—. Intentó besarme.
—¡¿Qué?! —Su amiga se puso en pie—. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Ya decía
yo que se traían algo raro, ¡Oh, cuéntamelo todo!
Estaba mal mentir, lo sabía perfectamente, sobre todo con algo tan
escandaloso como un beso, pero no encontró otra forma de hacer que
Pridwen dejara de preguntar. Tan sólo esperaba que jamás llegara a oídos
del señor Seymour, porque de ser así, moriría de vergüenza.
Capítulo 8

Poco o nada le faltó para quererse enterrar a sí misma el día que se


enteró que el señor Seymour había escuchado la conversación que tuvo con
Pridwen, aquella en la que se inventó toda una historia sobre él
pretendiéndola hasta el punto de querer robarle un beso. Desde ese
momento y por ocho largos días, se negó a dar la cara al público y, con la
excusa de sus heridas, nadie la cuestionó, ni siquiera Pridwen, quien
descaradamente le llevaba todos los días noticias de su mejoría a lord
Seymour, a quién seguramente poco le interesaba.
Aunque el hombre que la salvó no le dedicó ni una sola visita, el hijo del
mismo prácticamente vivía en la habitación de la dama, pasando a ser su
más fiel compañía. Eso no significaba que nadie más la visitaba, algunos de
los Bermont se habían tomado la molestia de pasar a saludar a la enferma,
sobre todo los dos que fuesen médicos. Otra que tampoco se desprendía por
mucho tiempo del lado de su amiga era Pridwen, ocasionando la presencia
de lord Wellington; tal parecía que esos dos se habían vuelto cercanos,
aunque si se lo preguntaban a Daira, se asemejaban más a ser amigos que
amantes.
Esa tarde, mientras los invitados pasaban el día dando caza de un tesoro
en las profundidades del bosque, Daira se atrevió por primera vez a bajar
las escaleras, acompañada únicamente del pequeño Jack.
—Mi querido niño, ¿no le hubiera gustado ir con su padre al bosque para
perseguir el tesoro? Sé que sus primos están allá. —El niño negó con
rotundidad, tomando con más fuerza el vestido de Daira—. ¿El que se meta
el dedo a la boca quiere decir que no desea entablar conversación conmigo?
—Si quiero —el dulce susurro por poco pasó inadvertido por la joven,
quien de pronto se volvió con los ojos muy abiertos y sonrió.
—¿Podría repetirme? —Daira se agachó con esfuerzo, pero logró quedar
acuclillada a la altura del niño—. ¿Qué fue lo que dijo?
—Hablar —susurró de nuevo el niño—. Si quiero.
—Ya veo —trató de no mostrarse eufórica y lo abrazó—. Me alegra saber
que quiera hablar conmigo.
—¡Aprieta! —pujó el niño, tratando de alejarse de ella.
—Lo siento, lo siento —lo tomó de los hombros y sonrió enloquecida—.
Dime, ¿te animarás a hablar con otras personas?
El niño quitó la sonrisa de su rostro y negó con efusividad.
—¿Por qué no?
—No quiero.
—¿No quieres? Pero si eso haría muy feliz a tu papá.
—No —dijo con firmeza acompañada por una mirada intensa y
determinada—. No quiero, no.
—Está bien —levantó las manos a modo de rendición—. Lo siento, no
debí insistir de esa manera.
—¡Agh! —el sonido de disgusto vino desde las espaldas de la joven
inclinada—. Debí prever que con todos fuera de vista, te animarías a salir
de tu confinamiento, ¿es que no tienes vergüenza? ¿Qué harías si alguien
regresa antes de los bosques?
—Lady Melbrook —Daira se puso en pie lentamente, adolorida por los
muchos hematomas regados por su cuerpo—. Buenos días.
—¿Qué haces con el hijo de Jason? —los ojos claros de Lina Melbrook
se fijaron en la pequeña criatura que se escondía entre el vestido de la mujer
frente a ella—. ¿Es acaso que lo has robado de la guardería de nuevo? Te
acusaré, ¿lo sabes?
—Su padre le permite estar a mi lado.
—¡Por favor! —chistó la mujer—. Su padre no podría estar más apenado
con la situación en la que lo has puesto, ¿o es que el aislamiento te hizo
perder la memoria? ¿Cómo osas inventarte una historia semejante? Pobre
Jason, que error cometió al ser amable.
El corazón de Daira palpitó con fuerza al recordar el episodio que intentó
reprimir en las profundidades de su mente para no sentir la inmensa
vergüenza que le ponía las mejillas coloradas y la incitaban al deseo de
aventarse por una ventana.
—No tengo tiempo de hablar con usted, lady Melbrook, lo lamento
mucho. —Daira acarició los cabellos dorados del niño aferrado a sus
piernas y lo incitó a caminar.
—En verdad eres una arpía, escalando clases sociales y hombres ricos —
negó—. ¿Pero sabes? Sé perfectamente quién puede detenerte y por tu
expresión, tú también lo sabes.
—No… —de pronto sintió que se desmayaría—. No quieres traerlo aquí,
yo lo sé, odias que él…
—Resulta, querida Daira, que ya no me importa lo que él piense, te estás
metiendo con la persona que me interesa ahora —elevó una ceja—. No te
permitiré ganar otra vez.
—Jamás sentí que ganaba —la miró con repulsión, pero su voz seguía
calma—. Lo odié a cada instante y usted lo sabía.
El niño comenzó a jalar la tela del vestido del cual se sujetaba, pero la
señorita Fiore no podía ponerle atención, lo único que hacía para calmarlo,
era tocar su suave cabellera rizada, pegándolo inconscientemente a su
cuerpo, tratando de protegerlo incluso de las palabras de esa horrible mujer.
—¡Eres una sucia! Siempre lo supe, desde que te vi por primera vez
percibí que serías un peso para cualquier persona que tuviera compasión por
ti y te aceptara bajo su techo.
—¿Puede detenerse? —pidió con calma—. Hay un niño presente.
—No me interesa ese mocoso —dijo presa del odio y el rencor
acumulado—, no importa que escuche todo esto, es totalmente incapaz de
hablar ¿no lo sabías? Creo que realmente es tonto.
La sangre de Daira hirvió repentinamente, no podía creer que se atreviera
a decir esas cosas de un niño que claramente sufría a diario por no poder
hablar, al menos, no en voz alta.
—Puede decir lo que quiera de mí, pero no meta a un niño en esto.
—No me digas, ahora resulta que tu caracterización de ángel caído del
cielo se hizo realidad y en realidad aprecias al patético niño.
—No tiene corazón, ¿Por qué insiste en molestarlo? Déjelo en paz.
—¿Eso hago? —la mujer rio y se acercó al infante, quien tenía los ojos
vidriosos y llenos de temor—. ¿Qué dices cariño? ¿Te estoy molestando?
¿Acaso le dirás a tu papá lo que dije de ti?
—No hace falta que me lo diga. —La voz llegó como una avalancha de
nieve. Era un tono duro, frío y claramente irascible—. Señorita Fiore,
¿podría hacerme el favor de llevar a Jason a su habitación? Tengo que
hablar con lady Melbrook.
—Por supuesto —Daira rebuscó la mano del niño en su vestido y la tomó
con cariño, obligándolo a caminar aun cuando este se negó, queriendo
correr a los brazos de su furioso padre—. Vamos, le daré chocolate ¿qué le
parece?
El niño hizo una señal con su mano para que ella se agachara, susurrando
a su oído con suavidad para no ser escuchado por nadie más, como
inicialmente hiciera sólo con su padre.
—Mi lord —la mujer se enderezó y miró a un impresionado Jason
Seymour—. Vuestro hijo pide permiso para comer helado también.
—¿Jackson habla con usted? —negó Jason—. Eso es imposible.
—¡Seguro lo está inventando! —se adelantó lady Melbrook.
La señal hecha por el infante apareció de nuevo, pidiendo a lady Fiore
que volviera a inclinarse y escuchar el susurro de sus labios. En esa ocasión,
la mujer sonrió hacia el niño, le tomó la pequeña mano y se la llevó a sus
labios con ternura.
—Con su permiso —se inclinó la joven y se marchó.
En última instancia, Daira decidió llevar en brazos al pequeño Jack,
sintiendo su cariño a través de las extremidades que le rodeaban el cuello y
la cabeza recostada en su hombro.
—¿Papá se enojó? — el niño preguntó con su voz susurrante.
—Sí, pero no con usted.
—Jack —dijo el niño.
—¿Jack? —frunció el ceño la mujer—. ¿A qué se refiere?
—Me llamo Jack.
—Eso lo sé —aseguró la joven—. No lo olvidaría.
—Dime Jack.
La muchacha negó con suavidad.
—Es impropio que lo llame por su nombre, usted es hijo de un futuro
marqués, heredero de un título muy importante, no puede ser tratado por mí
como un igual. —El niño ladeó la cabeza, claramente no había entendido la
naturaleza de la negación, así que Daira suspiró—. Su padre me regañaría
de llamarlo de esa forma.
—¡Jack! —dijo un poco más alto—. Soy Jack.
Un suspiró alegre salió de entre los labios de la señorita Fiore, abrazó al
niño y a su inocencia, en poco tiempo dejaría de ser el pequeño inclusivo
para ser un noble, con las distinciones que le correspondían por su título,
posición y dinero.
Logró entretenerlo por un buen rato, le permitió correr por la habitación,
subirse a los muebles y esconderse bajo la cama. Ella reía de las bufonadas
del nene, mientras que él, en silencio, se emocionaba ante las sonrisas y la
forma en la que esa mujer lo miraba con cariño. Jack era capaz de sentir el
afecto de parte de la señorita Fiore, como no lo había sentido con nadie
además de su padre.
Después de lo que pareció mucho tiempo, el niño estaba cansado,
recostado sobre la cama, escuchando una bella canción de los labios de la
mujer a la cual no le soltaba la mano, como si fuera un amuleto de buena
suerte, una almohada protectora o un cobertor cálido que quitaba cualquier
malestar y lo llevaba lento, pero sin demora hacia un sueño profundo y
pacífico.
—¿Se ha dormido ya?
Daira volvió la cabeza de inmediato, resintiendo un poco en sus lesiones,
pero ese dolor pasó a segundo plano al estar en presencia de lord Seymour,
de quien se había estado escondiendo hasta entonces.
—Mi lord, le debo una disculpa.
—¿En serio? —Jason pasó a la habitación, tocando la cabeza de su hijo
—. Creía que el que debía una disculpa era yo.
—¿Usted, mi lord? —se sorprendió.
—Sí. Fue mi culpa que todos esos chismes fluyeran en su contra, no me
di cuenta del daño que hacía a su reputación al pedirle que cuidase a
Jackson. —El caballero apretó los labios—. ¿Fue la razón de que corriera al
bosque? Mi descuido casi ocasiona una catástrofe.
Con la cabeza gacha, ella negó.
—Eso hubiese sucedido tarde o temprano —se inclinó de hombros—, y
eventualmente esas mujeres encontrarían la forma de expresar lo que
realmente guardaban en sus corazones.
—¿Envidia?
Daira levantó la mirada ante ese cuestionamiento.
—Eso es una forma agradable de ver las cosas. —Asintió la joven y
mordió sus labios ante lo que tendría que decir—: con referencia a lo que le
inventé… no tengo perdón, no debí utilizar un recurso tan indecoroso.
Ocasioné su incomodidad, sé que Pridwen lo acosaba.
—Debo admitir que es una amiga leal, aunque quizá demasiado
determinada en su actuar —sonrió con diversión ante un recuerdo de esa
mujer—. Un día casi me acorrala para que viniera a visitarla.
—¡Oh, Pridwen! —se quejó, sonrojándose vistosamente.
—No tiene importancia, en todo caso, entiendo la razón por la cual
inventó esa historia —los ojos de Daira se fijaron en la faz estoica del lord
frente a ella—. Supongo que lady Pridwen hubiera tomado muy mal el
hecho de que su tío fuera un presunto violador.
—¡Mi lord, por favor…!
—Lo sé, sé que no quiere decirlo por miedo.
—Así es. —Acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja y lo miró
avergonzada—. Supongo que usted ya habrá esclarecido la situación de lo
que sucedió y… lo que no sucedió entre nosotros.
—Sí, se podría decir que esclarecí algunas dudas.
—¿Es que les dijo a todos que mentí? —agachó la mirada.
—De hecho —sonrió satisfecho—, hice todo lo contrario.
Capítulo 9

Daira desconocía el tiempo que llevaba sentada en esa silla, sola,


abrumada y llena de dudas. Tenía sujeta la cabeza entre sus manos, los
codos sobre sus rodillas en una posición de derrota o desesperación. Trataba
por todos los medios procesar la conversación que tuvo lugar hace unos
momentos, cuando lord Seymour aún se encontraba en la habitación con el
pequeño Jack en sus brazos.
—¡Daira! Al fin te encuentro, te he buscado por todas partes.
—Considerando que no he salido de la habitación en ocho días, debiste
imaginar que estaría aquí —sonrió dulcemente a su amiga.
—Pero es que todos hablan de la pelea entre Jason Seymour y lady
Melbrook —le dijo sin comprender—. Dicen que tú estabas ahí junto con el
hijo del señor Seymour.
—Ah… no sabía que alguien me había visto —suspiró—, fue un error
salir de esta recámara, debí quedarme.
—¡Qué dices! —negó fascinada—. ¡El señor Seymour te defendió! ¿Es
que no lo sabes?
—Lo único que sé, es que escuchó como insultaban a su hijo, era de
esperarse que se molestara.
—Oh, pero la gente está diciendo toda clase de cosas —Pridwen tomó
distraídamente una tela sobre la cama.
—¿Qué se supone que dicen?
—Bueno, que están prometidos.
Los colores recurrieron nuevamente a las mejillas de Daira ante el
bochorno que sentía al escuchar esa noticia nuevamente.
—¡Dios mío! —Daira se puso en pie y caminó por la habitación como
una fiera encerrada—. Todo es mi culpa, lo arrinconé y no tuvo más
opciones que aceptar.
—¿De qué…?
—¡El beso! —Ella lanzó la frase como si con ello su amiga entendiera a
lo que se refería—. ¡Lo inventé! Todo lo que te dije fue un invento, así que
tus acciones posteriores sólo me dejaron mal parada ante él y ante todos.
—¡¿Qué?! ¿Por qué no me lo dijiste? —se mostró ofendida—. ¿Por qué
mentiste con algo así?
—Quería protegerte de la verdad.
—¿Cuál es la verdad? —frunció el ceño.
Daira cerró los ojos y negó.
—No puedo decírtelo.
—Si no lo haces, consideraré el fin de esta amistad, no puedo pensar que
me mientes en la cara todo el tiempo.
—No lo hago… —Daira mordió sus labios. En realidad, sí lo hacía,
siempre estaba mintiendo—. Prid, eres mi mejor amiga, la primera y puede
ser que la única, te aprecio más que a nadie.
—Entonces, dime la verdad —exigió, cruzándose de brazos.
—Corría de alguien, pero no era del señor Seymour —dijo en una voz
susurrante, casi inaudible.
—¿De quién entonces?
—Si he dicho que quería protegerte, ¿de quién te imaginas que hablaba?
—trató de esquivar la pregunta.
—Sé que no es de lord Wellington, porque estaba conmigo.
—¿Eso te lastimaría? —sonrió perversa, mirando a su amiga con
suficiencia al saber que no se había equivocado en sus suposiciones.
—No cambies el tema —demandó y frunció el ceño, tratando de
encontrar la respuesta a la pregunta anterior—. ¿Alguien que me heriría de
saber que ha hecho algo imperdonable? —Pridwen sintió un gran horror y
alzó la mirada—. ¿Mi tío?
—Creo que no estaba en todos sus cabales.
—¿Mi tío? —negó—. No, él no. Quiere a mi tía, lo sé, se nota.
Aquella duda en la voz de Pridwen fue una puñalada contra el corazón de
Daira. Era la misma actitud que tomaría cualquiera, terminaría por culparla
a ella, porque eso era más fácil a creer que su tío podía ser una amenaza
contra las mujeres, peor aún, contra una tan allegada a su sobrina como lo
era ella. Estaba claro que Pridwen quería seguir llevando la venda sobre sus
ojos y era entendible.
Pese al dolor, Daira permaneció calma, sin hablar, sin mover un músculo
del cuerpo mortalmente erguido o del rostro inmutable, pálido y sereno. Sus
ojos eran parecidos a la más espantosa tempestad marítima, tal parecía que
la fuerza de las olas estuviese encerrada en aquella mirada poderosa que
haría dudar hasta al más valiente. Entendía a Pridwen, pero eso no evitaba
el dolor. Tan sólo esperaba que no la insultara, que no dijera las mismas
palabras que salieron de bocas de otras mujeres malvadas en tantas otras
ocasiones.
—Pridwen…
—Tengo que… —ella cerró los ojos y negó ligeramente, sintiéndose
increíblemente confundida—. Tengo que irme.
—Por favor, Pridwen…
—No. —Ella se detuvo en su andar hacia la puerta, pero no se volvió—.
Por favor, necesito pensar.
Daira asintió ligeramente, al menos no la estaba acusando, pero en cuanto
esa puerta se cerró, lo hicieron todas las oportunidades que tenía, si Pridwen
decidía que ya no la quería a su lado, no tendría opciones, sin mencionar la
amenaza de lady Melbrook, si acaso ese hombre volvía a su vida y ella se
encontraba sin protección…
No se lo podía permitir, no controlarían su vida nuevamente. Con una
actitud totalmente decidida, la joven salió de la habitación, siendo centro de
las miradas que ella ignoró con un talento adquirido por los años. Bajó las
grandes escaleras, sus pasos resonaron por el recibidor y después el gran
salón, desde dónde podía ver la cabellera dorada de lord Seymour, rodeado
por el resto de sus primos, riendo y disfrutando de la fiesta.
Se acercó lentamente, siendo empujada por gente que bailaba o
trastabillaba en ebriedad. Aquellos golpes cometidos por error en su contra,
hicieron que se pusiera a la defensiva con las heridas de su cuerpo,
obteniendo como resultado una mirada aún más amenazante que la de hace
unos momentos. No apartó la vista de su objetivo, de hecho, ni siquiera
notó que Pridwen se encontraba en el mismo grupo, discutiendo a base de
susurros con lord Wellington.
—Lord Seymour —Daira tocó ligeramente el hombro del caballero y
cuando tuvo sobre ella sus ojos tormentosos, continuó con seguridad—:
¿Me permite unos minutos de su tiempo?
El resto de los Bermont mantuvieron una mirada inquisidora sobre la
figura de la dama que no parecía amedrentada pese a que era natural que
tuviera conocimiento sobre ellos, reconocidos como mujeres y hombres
temibles e importantes no sólo para la sociedad londinense, sino para la de
muchos otros países que requerían de ellos para la formación de negocios,
tratado de tierras, política o dinero.
—Por supuesto —asintió Jason, tendiendo su copa de vino a la mujer que
se encontraba a su lado. Daira la recordaba como lady Sophia, una duquesa
—. ¿Le gustaría salir al jardín?
—Sí, preferiría la privacidad.
El hombre tendió su brazo para que ella lo tomara con libertad. Para ese
momento, que la gente hablara sobre ellos ya no resultaba chocante, de
hecho, lo consideraban un pormenor, estarían a punto de darles de qué
hablar para todo un año, si es que llegaban a un acuerdo.
Salieron al jardín siendo conscientes de que muchos charlatanes del salón
les habían seguido los pasos, mientras que otros, un poco más discretos con
sus intenciones, se pegaron a las ventanas que daban buena vista de la
pareja que se alejaba con la intensión de perderse de vista, deseando
mantener esa conversación en secreto.
—Supongo que viene con una resolución a lo que hablamos.
—Tengo algunas dudas.
—Dígame.
—¿Por qué? —Lo miró de soslayo—. Es un hombre apuesto, amable y
rico, cualquier mujer estaría feliz de desposarlo.
—Como dije antes, no es mi deseo casarme y de hacerlo con cualquiera
de esas señoritas que me persiguen por doquier, me vería obligado a
cumplir con ellas. Mi propuesta hacia usted nos deja con vidas
independientes, libres y sin restricciones —Jason paró en seco y
desprotegió la mano que ella mantuvo posada en su antebrazo—. Usted
tampoco quiere un matrimonio, pero ansía la protección de uno, casarse
conmigo le brindaría eso y más, nadie la molestaría siendo una Seymour.
—Si no desea casarse, entonces no lo haga y listo —solucionó.
—No es tan simple, mi familia desea verme feliz y piensan que una
mujer logrará cubrir ese aspecto —recorrió el rostro hermoso de Daira con
deleite—, pero no es algo que quiera, no quiero mujeres que puedan
meterse en mis decisiones y mi vida.
» Lo que le digo es sensato —continuó muy seguro—. Gracias a Dios
tengo un hijo, uno varón, por lo cual ni siquiera necesito casarme para tener
un heredero. Pero Jackson necesita una madre y parece tenerle cariño a
usted, así que es la solución más simple.
—¿Se casará conmigo únicamente para que sea la madre de Jackson? —
entrecerró los ojos con dudas.
—Sí. Es mí única intensión. —Se cruzó de brazos—. Usted tendría las
mismas labores que tenía cuando cuidaba de lady Pridwen, con la única
diferencia de que estaría bajo la protección de un Seymour. Será un
matrimonio que la hará marquesa, se despreocupará de la vida, no volverá a
tener miedo y será muy rica.
Daira se molestó por la insinuación de que ella podía ceder ante la
expectativa de un título y riquezas, pero en esos momentos no valía la pena
esclarecer su personalidad. De hecho, dudaba que en algún momento
aquello fuera necesario, porque Jason Seymour estaba dejando todo muy
claro: se casarían para que ella fuera la madre de Jackson y nada más. No
tendrían amores, no habría relación, no era necesario conocerse, apoyarse o
siquiera verse.
Podría sonar como un acuerdo terrible, pero Daira no podía sentirse más
feliz con la expectativa. Sería libre, no sentiría miedo nunca más, sabría lo
que significaba estar tranquila en una casa que, además, sería la suya.
—De acuerdo.
Capítulo 10

Fue en un día lluvioso y fresco cuando se hizo el anuncio oficial de que


el joven lord Seymour se casaría con una simple dama de compañía.
Aunque muchos de los invitados de las festividades de los duques de
Lauderdale ya sabían de antemano la noticia, no les importó fingir un poco
de sorpresa, incluso llegando a escandalizarse y cuchichear junto con los
que recibían por primera vez el informe.
Tal parecía que los asistentes de la icónica festividad se volvieron
populares de un momento a otro, la sociedad entera deseaba hablar con
ellos para conocer detalles sobre la nueva pareja.
Fueron tiempos difíciles para Daira, quien se despidió de la casa de los
Lauderdale con suma tristeza al no recibir ni una mirada por parte de su
amiga y mucho menos por los duques, quienes no la bajaban de trepadora
social e interesada. Aseguraban que los había avergonzado de la forma más
ruin, puesto que le abrieron las puertas de su casa y confiaron en ella.
«¿Todo para qué?» había dicho la duquesa «Para qué se subiera el vestido
ante el mejor postor y lo hechizara sin remedio alguno, ¡Pobre señor
Seymour! Qué vergüenza se llevará al tener una esposa de tan baja
categoría».
—Daira… Ey Daira, Daira… ¡Vamos, chica, tienes que ponerme
atención en algún momento!
La recién nombrada levantó la cabeza y sonrió en disculpas. Estaba
rodeada por un grupo de elegantes, respetadas y hermosas mujeres que
fueran parientes de su futuro marido.
—Oh —se sonrojó—. ¿Es que me hablaban a mí?
—Por Dios, tienes la cabeza en otro mundo.
—Lo lamento, la verdad me siento un poco incómoda.
La joven se sentó adecuadamente en su silla, mirando a su alrededor para
cerciorarse que nadie hubiese visto la escena. Para su desgracia, al estar en
Le Rouse, uno de los restaurantes más elegantes y prestigiosos de Londres,
su presencia era centro de atención, sobre todo porque parecía ser que las
Bermont aceptaban tranquilamente a la que sería su nueva prima política,
pese a que esta fuera de una categoría inferior a todos ellos.
—Deja de preocuparte por estas gárgolas —se adelantó Blake, tomando
la mano de la intimidada muchacha—. Son ellas las que se mueren de celos
por tu suerte —elevó una ceja—. Disfrútalo.
Parte del acuerdo con lord Seymour era mantener en secreto la
generalidad de su relación, nadie además de ellos debía saber que todo sería
falso, que no se amaban, gustaban o siquiera conocían.
—Claro, estoy feliz, pero un tanto atemorizada, esta sociedad con la que
ustedes están acostumbradas a lidiar y convivir, eran a los que yo tenía que
servir anteriormente.
—Bueno, eso no es verdad —aseguró Micaela—. Tú eras una dama de
compañía, no tenías que servir a todos los demás, sólo a la mujer que
necesitara de tus servicios, en este caso Pridwen.
—Sí —oír el nombre de su amiga la hizo decaer—. Así era.
—Lamento que las cosas no fueran bien con ella —se adelantó Sophia—.
Dale tiempo, ya verás que superará esto.
—¿A qué se refieren? —Daira las miró con el ceño fruncido.
—Bueno, todos saben que lady Pridwen se molestó porque no logró salir
comprometida con ninguno de los buenos partidos que estuvieron presentes
en la fiesta de sus tíos. —Explicó Micaela.
—¡Oh, no! —Daira negó con espanto—. Nada de eso, Pridwen no quería
a lord Seymour para ella, ni tampoco se ha disgustado por no tener un
compromiso al terminar las festividades. Se ha enojado conmigo por algo
completamente diferente.
—¿Es tan grave? —inquirió Sophia—. Las pensé inseparables.
—Descubrió algo que no quería.
—¿Sobre usted? —insistió Grace.
—Sobre alguien cercano a ella —sonrió la joven y quitó importancia con
un movimiento de su mano—. Bueno, esto está delicioso señora Rinaldi, he
de felicitar a usted y a su esposo.
—Somos exigentes con todo lo que hacemos —asintió Micaela con
satisfacción—. ¿Y ya tienen fecha para la boda, querida?
—Bueno, el señor Seymour…
—¡Oh! Pero ¡qué ceremonioso se escucha eso! —se burló Gwyneth—.
Se van a casar, ¿verdad? Deberías tutearlo cuanto antes.
—Me será complicado, puesto que no nos conocemos mucho y él es
tan… —se mostró nerviosa cuando todas las miradas se posaron sobre ella
—. Digo, claro que lo conozco, pero no para tutearlo.
Estaba claro que esa reunión con las primas de Bermont no era
simplemente para acercarse entre ellas, sino que estaban investigando las
verdaderas razones de su primo para acceder de buena gana a un
matrimonio, sobre todo cuando se había rehusado terminantemente en el
pasado. Aquello era simplemente sospechoso.
—De hecho, lo considero presuroso —aceptó Sophia—. Jason siempre
fue impulsivo, pero desde que tuvo a Jackson, todo cambió.
—Creo que eso tiene mucho que ver en su decisión —Daira tomó la
oportunidad que se le brindaba—. El que Jackson esté tan tranquilo a mi
lado debió ser una de las razones por las cual él aceptó.
—¿Aceptó? —Blake frunció el ceño—. ¿Cómo si usted se lo hubiese
propuesto?
—No le pedí que se casara conmigo, lady Hillemburg, se lo aseguro. —
Aunque Daira sentía que lo obligó a que se lo propusiera con todas las
mentiras que se inventó sobre ellos.
—No es un interrogatorio —amenizó Gwyneth—, estamos felices de que
Jason decidiera rehacer su vida.
A partir de esa intervención, la conversación derivó a temas agradables, y
conforme se fueron conociendo, las bromas y las risas se hicieron sonar por
todo el lugar, tal parecía que se llevaban de maravilla y eso alegró a Daira.
Sin embargo, existía una duda persistente en su cabeza y no encontraba la
forma de preguntarle a ninguna de las damas con las que pasó gran parte de
la tarde; y es que el tema de la antigua esposa de Jason era un misterio que
ella quería al menos conocer antes de inmiscuirse con ese hombre.
Daira sabía lo mismo que todos, simplemente un día la pareja perfecta
desapareció del ojo público y cuando Jason Seymour reapareció, lo hizo de
negro, alejado de toda mujer y con un hijo pequeño, siempre cuidado por
nanas que fueran seleccionadas por el heredero en persona para los
momentos en los que se ausentara.
Decidió que quizá, más entradas en confianza y con el alcohol que
estaban ingiriendo, podría preguntarle a alguna de ellas. Pero, o tenían una
resistencia espectacular, o pensaban hacer lo mismo para con ella, puesto
que ninguna cedía su cordura. Sobre todo, las mayores: Blake y Sophia,
cuyas miradas penetrantes jamás se apartaban de la muchacha que trataba
de simular relajación. Daira sabía perfectamente que la duquesa de
Westminster era la esposa del hermano de Annelise, la antigua mujer de
Jason, así que tenía un mayor interés en hacer que Sophia perdiera sus
cabales cuanto antes.
«¿Acaso me está poniendo a prueba?» se preguntaba cada cierto tiempo,
enervada y a la vez, interesada.
—Con qué aquí es donde se habían metido —la voz sedante de un
hombre rozó suavemente los oídos de las chicas en la mesa.
—¡Mi amor! —sonrió Micaela, quién fuese la que más había perdido la
consciencia junto con Grace—. ¡Llegaste por mí!
—En realidad no —sonrió el hombre, acercándose lo suficiente para que
su esposa lograra tocarlo—. Teníamos una cita aquí —elevó ambas cejas—,
pero veo que tendremos que cancelar.
—¿Cancelar? No, no. Puedo con la reunión.
—Sí, claro —sonrió abiertamente, acariciándole el hombro—. ¿Podrás
con una reunión con Carson Crowel?
—¡Oh, no! —decayó la mujer—. ¿Era hoy esa cita?
—Ya no más.
—¿Ashlyn está en Londres? —se emocionó Blake, dando paso a su
sonrisa—. ¿Dónde? ¿Ya están en su casa?
—Mmm… ¿de nuevo contra el vino tinto, preciosa? —se burló Calder,
deteniendo el andar de su mujer.
—Vamos ustedes dos —pidió Terry a su esposa y cuñada—. Gwyneth, te
llevaré a casa en seguida, seguro a Publio no le agradará ver esas mejillas
sonrojadas por el exceso de alcohol.
—¡No le digas! —sonrió lánguidamente—. Por favor, no le digas.
Con poco o nada de trabajo, los hombres lograron poner en pie a sus
correspondientes esposas, Terry siendo el único que también tomaría
consigo a la esposa de su hermano, dejando solas a Sophia y a Daira, ambas
en plena consciencia y miradas escudriñadoras.
—Parece que nos hemos quedado solas —inició Sophia.
—Creo que era su plan desde un inicio, lady Ainsworth.
—No me llames por el apellido de mi marido, tampoco por su título —
pidió cortés—. Me es ligeramente desagradable.
Daira frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—¿Alguna razón en específico?
—Detesto la idea de perder mi apellido en el momento en el que fui de
él, es una tontería en realidad, amo a mi marido, pero me gustaría seguir
siendo independiente de él.
—Dudo que alguien sea lo suficientemente tonto como para delegarla a
ser sólo una esposa, mi lady.
—Sophia, sólo Sophia. —En esa ocasión, lo pidió con más autoridad—.
Ahora, es verdad que propicié este encuentro y creo que comprende la
razón.
—Claro que sí, aunque no creo que debamos de hablar de ello.
Al menos, Daira no quería hablarlo con ella. Se sentía sumamente
incómoda al ser ella la esposa del hermano de la susodicha.
—¿No tienes curiosidad sobre ella?
—No —Daira se mantenía segura, sin bajar la mirada u intimidarse por la
situación—, considero que es un tema pasado y si lord Seymour ha decidido
casarse de nuevo, piensa lo mismo.
—Esa respuesta me hace sospechar aún más.
—Lo hace por su hijo más que nada —explicó Daira—. Se dio cuenta
que me llevo bien con el pequeño Jack y supongo que él no me encuentra
tan monstruosa como a las otras chicas.
—Así que sabes sobre eso —elevó una ceja—. Has de saber que se
negaba a casarse por esa misma razón; sólo puede pensar que las mujeres
son mentirosas, interesadas o trepadoras sociales.
Los ojos azules de Daira se cerraron lentamente.
—Le aseguro que él no me acuña ninguna de esas apelaciones, parece
que le agrado y le es relajante pasar tiempo conmigo.
—No creas que te desapruebo, por el contrario, me alegra que al fin esté
buscando reconstruir su vida. Dios sabe que es un buen hombre, pero ha
sufrido mucho y las barreras que formó a su alrededor las creía
impenetrables.
—¿Por qué se preocupa tanto por él?
—Seguro que es porque lo vi sufriendo, estuve ahí.
—Entiendo, agradezco su preocupación lady Sophia, pero sigo pensando
que seremos un buen matrimonio y creo que la gente lo aceptará al ver el
ejemplo que hacen los Bermont por estar a mi lado.
—Si no es nada contra ti, me agradas, eres una chica inteligente, segura
de ti, hermosa, pero quizá demasiado orgullosa, por eso quiero que sepas
que Jason no es un hombre fácil, pese a que lo parezca… —Sophia alargó
la mano y tomó el brazo de su futura prima—. Sé que podrás conquistar su
corazón destruido.
Daira sonrió, no era su plan, ni tampoco era el de lord Seymour, pero
tendría que fingir tener algún interés en él si deseaba continuar con toda esa
farsa que se habían impuesto.
—¡Sophia Pemberton! —La voz llena de reconvención crespó los nervios
de ambas damas en la mesa.
—Demonios, debí irme antes —se apesadumbró la joven.
Daira sonrió pese a que entendía poco la reacción de la dama hacia su
madre. Así que esperó con impaciencia a que la mujer de cabellos rubios y
ojos grises se acercara a ellas para dar su resolución.
—Madre mía Sophia, tu marido te ha buscado por doquier.
—Es su turno de quedarse con las niñas —se inclinó de hombros—,
también merezco unos momentos de relajación.
—Al menos le hubieras dicho… —los ojos de Elizabeth se fijaron de
pronto en la mujer desconocida—. Oh, ¿es usted la señorita Fiore?
Fue una lástima para la muchacha que la conversación pasara tan
rápidamente a ella: “la intrusa que estaba por hacerse de un título que no le
correspondía al no tener el grado de nobleza necesaria”.
—Sí, su señoría —Daira dio una ligera inclinación de cabeza como
muestra de respeto.
—¡Esto es genial! —gritó la mujer, llamando la atención del resto de los
comensales—. ¡Marinett! ¡Mira con quien está comiendo Sophia! Nome lo
vas a creer.
Una mujer de cabellera estrictamente recogida de un color negro canoso
se acercaba con tal vehemencia que lograba poner los pelos en punta de la
que sería su futura nuera. Seguía siendo una mujer hermosa pese a que las
líneas de expresión daban indicios de su edad, parecía una persona regia, de
carácter y aplomo. Intimidante al no tener una expresión escrita en sus
facciones.
—Señorita Fiore —habló con voz modulada—. Estaba esperando este
encuentro, aunque no contaba con que fuera hoy y en este lugar.
—Lady Seymour —Daira se puso en pie con respeto—. Es un honor al
fin conocerla, he escuchado mucho de usted.
—¡Ja! ¿no ha sido un honor conocerme a mí también? —se ofendió la
madre de Sophia, pero la réplica fue ignorada por todas las damas presentes
en la mesa.
—¿Podemos acompañarlas? —cuestionó la marquesa, tomando en su
mano la silla y sentándose sin aprobación.
Un inclemente silencio se instaló por largos momentos, derivando a una
disputa de miradas que Daira soportó con gracia y prudencia que terminó
por agradar a la madre de Jason.
—Eres una mujer de carácter, puedo verlo —dijo Marinett después de
unos momentos—. Aunque me desconcierta que mi hijo no tuviera la
decencia de presentarla como es debido ante nosotros.
—Estoy segura que estará esperando al mejor momento, mi lady.
—Seguro. —El tono de Marinett mostraba la poca credibilidad que
adjudicaba a las palabras benevolentes de su futura nuera—. Fue un amor
rápido a mi parecer, se creería que Ham House hizo magia.
—Ambos creemos que un cariño inicial puede derivar al amor. —Daira
habló con una seguridad que reconfortó a Marinett—, aunque me temo que
ninguno ha llegado hasta ese punto tan deseado.
—¿No hay amor? —se extrañó Elizabeth.
—Le tengo un gran cariño y respeto, el amor llegará, lo sé y a mi parecer,
son contados los matrimonios que inician con amor —apuntó con
elocuencia—. Y nosotros estamos bien encaminados.
—Entiendo. —Marinett entrecerró los ojos—. Ya que lo afirma con tanta
seguridad, confiaré en que hacen esto con la idea del amor en la cabeza. —
Marinett aceptó la taza de café que un mesero llevó a su mesa sin siquiera
pedirlo—. Dígame, ¿Quiénes son sus familiares?
—No los tengo.
—¡Válgame Dios! —Elizabeth se abanicó con sus manos—. ¿Nada
querida? ¿Ni siquiera parientes lejanos?
—No, señora.
Para las damas de sociedad, era un requisito fundamental tener por lo
menos un familiar, aunque este fuera lejano. Era la norma prioritaria para
cualquier familia burguesa de mediano estatus, la dinastía de las casas debía
ser lo suficientemente fuerte como para poder subsistir a los años. Pero esa
cuestión no salió a la luz debido a la firmeza con la que la señorita Fiore
zanjó el asunto.
—¿Y de dónde es usted, en ese caso?
—De todas partes, mi lady, gran parte de mi vida la llevé entre barcos,
trenes y carrozas, aprendiendo entre las cortes y maestros.
—¿Es usted estudiada?
—Sí, fui dama de compañía incluso de reinas, pero también he sido
institutriz por bastante tiempo.
—Eso será bueno para Jackson —trató de salvar Sophia—. Todas
sabemos que necesita la ayuda de alguien como ella.
—Sin duda una de las razones más fuertes por las que Jason decidió el
matrimonio —Elizabeth tapó su boca en muestra de vergüenza—. ¡Oh!
Pero no me malentienda, por supuesto que usted es una mujer hermosa y de
virtudes.
—No me molesta saber que un hombre antepone a su hijo a sus
necesidades personales, por el contrario, me enorgullece esa parte de él —
aseguró la joven con tranquilidad.
—Entiendo que se ha encariñado con Jackson —dijo entonces Marinett
—. Pero ¿qué hay de mi hijo? ¿Qué fue lo que lo llamó hasta él como para
aceptar su proposición?
El silencio de Daira hizo evidente que ella no tenía una respuesta
formulada para esa cuestión. Mas, con pasmosa calma, permaneció callada
mientras pensaba y llegaba a una conclusión.
—Creo que ha sido su bondad, sus modales igualitarios y amor hacia su
hijo. Cualquier mujer se cautivaría con él viéndolo actuar de esa forma; da
esperanza a un futuro apacible, respetuoso y cariñoso.
Sophia sonrió y miró a las enmudecidas mujeres.
—Creo que ella es lo suficientemente buena como para hacer que ustedes
dos se queden sin palabras —dijo triunfal—. Si no les importa, señoras,
podríamos derivar la plática a cuestiones de la boda.
—Claro. Pero antes quisiera saber en dónde se está quedando —inquirió
la madre de Jason—, al no tener familia, dudo que haya una casa donde
usted esté siendo hospedada correctamente.
—Sugerí un hotel —las mujeres se escandalizaron—. Pero Lord
Wellington ofreció hospedarme en una de sus casas desocupadas.
—Mi sobrino no tiene casas desocupadas —hizo ver Elizabeth, dudando
de la integridad de la mujer—. No hablará de su casa de soltero ¿verdad,
lady Fiore?
—Mamá, actualmente Adrien vive con los tíos, así que la casa está
desocupada y sin peligros para ella.
—No me agrada —dictaminó Marinett—. Esa casa, pese a estar
desocupada, tiene visitas indecorosas para una dama que está por casarse,
despertará habladurías.
Daira pensó en las muchas veces que los amigos de dicho lord llegaron a
altas horas de la madrugada, tocando sin cesar para entrar con mujeres que
claramente estarían ahí por toda una noche. Eran hombres divertidos y se
mostraban aún más alegres al verla a ella ahí, en bata y con el desconcierto
impreso en su mirada. Jamás se quedaban, pero hacían muchas burlas a
causa de ello.
—Micaela no pudo ofrecer su casa debido a que estarían por moverse y
nosotros nos vamos mañana —argumentó Sophia.
—¿Blake? ¿Qué hay de Blake? —miró Elizabeth a su hija.
—Los Hillemburg se irán a Francia en dos días.
—Es inadmisible que se quede ahí —la voz imperativa de la marquesa no
dejó escapatoria—. No me parece una opción que se quede en el castillo
Seymour debido a que Jason está ahí, pero desapruebo la opción hasta ahora
establecida.
—¿Qué me dicen de Ashlyn? —propuso Elizabeth—, por lo que sé, han
regresado de viaje y podría ser una opción.
—¡Ashlyn! Por supuesto, Matteo ha mencionado que tendrán una
reunión con el señor Crowel, eso quiere decir que Ashlyn está en casa —
aplaudió Sophia—. Yo misma haré la petición.
—En realidad, yo preferiría un hotel, no es nada fuera de lo que estoy
acostumbrada. —Para ese momento, Daira estaba suplicando.
—Querida —La voz de Marinett se hizo más dura—. Creo que no
entiendes la generalidad de lo que te está pasando, ahora serás una condesa
y futura marquesa, no te puedes prestar a habladurías.
—Más de las que ya hay —apuntó Elizabeth.
—Mamá, por favor…
—Ashlyn estará feliz de recibirte —continuó Marinett con apabullante
determinación—, fin de la discusión.
Los nervios subieron por todo el cuerpo de la joven prometida, los
Crowel eran personas conocidas por todo el mundo, su banco era uno de los
más seguros y fructíferos del momento, trabajaban con cientos de personas,
incluso con ese hombre al que ella tanto temía. Si acaso la reconocían,
podría llegar a ser su perdición. Pero dadas las circunstancias, no había
forma de negar la invitación.
«Ser una marquesa suena… complicado» se dijo a sí misma. Estaría bajo
el ojo público y llevaba toda una vida tratando de pasar desapercibida, era
un giro desagradable para su vida de incógnita.
Capítulo 11

El otoño seguía en su apogeo y las ventiscas arrastraban cada vez más


cerca el frío del invierno hacia Londres. Hasta el momento, las cosechas
estaban superando las expectativas y eso creaba un ambiente alegre entre
los campesinos, pero también entre los nobles, compartiendo veladas y
festivales junto con las personas del pueblo.
Aunque estaba claro que el acontecimiento que se esperaba con ansias
era la boda de lord Seymour. Aun con unos meses para los preparativos,
desde el primer instante se había acordado que sería una ceremonia
pequeña, sin muchos invitados y poco espaviento, esto a petición del mismo
Jason, ya que serían sus segundas nupcias y no era de su especial interés
celebrarlo con el resto del mundo. Daira no podía estar más de acuerdo,
pese a que el acontecimiento de su boda debía ser tomado con interés y
alegría, ella prefería mantener un perfil bajo, tan bajo como le fuera posible.
Por lo cual resultaba propicio vivir con los Crowel. Pese a que en un
inicio el quedarse con ellos le pareció intimidante, el miedo pasó
rápidamente al percatarse que el señor Crowel pasaba poco tiempo en casa
y, al no tener hijos, la señora podía hacer lo que se le placiera. Para Daira,
esa mujer le parecía irreal, no podía creer que existiera una persona que
pudiera estar siempre alegre y positiva, nunca parecía tener un mal día y
resultaba irrefutable el hecho de que la dama prefería la compañía de los
aldeanos que de los nobles.
Y gracias a que Daira se encontraba con la mujer más alegre del mundo,
era notorio el contraste que se tenía con su actitud que parecía más bien
decaída y lúgubre. Muchos decían que esa actitud se debía al desinterés del
novio por estar con ella y se daba por entendido que el amor que se dijo que
existía no era más que una falacia. Para esos momentos se enaltecía a lord
Seymour por su bondad al desear salvar a una hermosa mujer de su vida de
doncella, mientras que a ella se la juzgaba de oportunista y escaladora
social.
Tampoco era algo nuevo y pese a que su prometido no se hiciera
presente, recibía visitas constantes del pequeño Jack, el único indicio de que
el padre se sentía lo suficientemente conforme y confiado con la unión
como para ceder el cuidado de su tan amado heredero y estaba claro que no
necesitaba otro. Eso hacía de la mujer con la que se casaría un mero adorno
para deshacerse de los constantes asaltos de las madres que, con esperanza
de una ruptura, seguían ofreciendo a sus hijas hermosas y en edades
casaderas.
En ese momento, Daira caminaba junto a su anfitriona por los enormes y
bien cuidados jardines de la propiedad. Ya no le era nuevo las rutinas de la
señora Crowel, se acostumbró a sus despertares matutinos y desayunos
tardíos, era imprescindible para ella salir a admirar lo hermoso de la vida y
la felicidad que nacía de un compromiso hecho con uno mismo. Ashlyn
aseguraba que era el primer paso para la felicidad y Daira no podía
contradecirla porque esa mujer era la prueba viviente de la alegría.
—Dígame Daira, ¿le gustan las fiestas?
—No tengo nada en contra de ellas.
—Una respuesta ambigua de nuevo —sonrió la pelirroja—. Bueno, me
alegra que no le disgusten, iremos a una esta noche.
—¿Sin el señor Crowel?
—Oh, será mucho más divertida sin él.
La mujer pestañeó un par de veces y la miró mientras caminaban por el
jardín de tulipanes.
—¿No se disgustará por que asista sin él?
—Seguro lo preferirá —aseguró maliciosa—. Aunque hemos de regresar
antes de que se dé cuenta o estaremos en graves problemas.
—¿No sería mejor no ir?
—¡Pamplinas! —negó la muchacha—. No puedo faltar, aseguré mi
asistencia y es una descortesía.
Daira pensó en todos los nobles que estarían oficiando una velada esa
noche y ninguno de los nombres fue de su agrado. Aunque dadas sus
circunstancias, ella no sería bien recibida ni siquiera en las veladas de la
media burguesía.
—Si insiste en ir, es mi deber acompañarla.
—No es tu deber, por Dios ¡Qué formal eres! —la empujó un poco—.
¿Cuándo me considerarás una amiga?
—La considero una amiga.
—Entonces llámame Ashlyn de una vez y vámonos —la agarró con
excitación—, se nos hará tarde si no nos arreglamos.
Los ojos de Daira se volvieron hacia el cielo, no sería más de medio día.
A lo que ella sabía las veladas comenzaban en la noche, como cualquier
noble de buena cuna haría para exhibir aún más su opulencia y plenitud
económica. No comprendía las prisas, pero se dejó llevar por la mano que
se aferró con fuerza a su muñeca, jalándola hacia el interior.
—Te será una fiesta completamente nueva, te encantará lo sé, te aseguro
que jamás te vas a divertir igual.
Daira no podía creer en la promesa, asistió a varios bailes, invitada más
que nada por las primas de su futuro marido, pero jamás las disfrutó, mucho
menos se divirtió estando en ellas. Siempre fue centro de críticas y
señalamientos que la hacían sentir una extraña, una persona no deseada.
El hecho de que el señor Seymour nunca asistiera o, si lo hacía, jamás se
le acercara, potencializaba su desazón y el incremento de las habladurías en
su contra. Entendía perfectamente que ellos no se habían jurado amor
eterno, mucho menos condescendencia, pero al menos deberían fingir un
poco de cariño o al menos anhelo.
Cada una se encerró en sus habitaciones para cambiarse, dejando a Daira
con su usual sentimiento de no tener nada que ponerse. Sus vestidos eran
simples, adecuados para una dama de compañía que no debe llamar la
atención más que la mujer a la que escoltaba. Eran sosos, con brocados
hasta el cuello, de colores apagados, pasados de moda y sin dejar a lucir sus
atributos.
Suspiró.
Era lo que tenía y sería lo que usaría, ¿qué más daba? No había forma de
que usando algo diferente, las personas pensaran mejor de ella. Tomó uno
de sus usuales vestidos y los colocó sola, con la experiencia de quien lo ha
hecho toda su vida. Los sirvientes no se inclinaban a complacerla, así que ni
siquiera hacía por pedírselos.
Salió de su habitación y fue a tocar a la principal, desde dónde se
escuchaban gritos y risas por parte de la señora de la casa.
—¿Señora Crowel?
—¡Dije que me llamaras Ashlyn! —gritaron desde el interior—. ¡Sólo
Ashlyn! ¡Y pasa, mujer, pasa de una vez!
Daira giró la perilla de la puerta y se encontró con una escena que la
desconcertó. Si pensaba que su vestido era inadecuado para una fiesta de
gala, el atuendo de la señora Crowel era mucho más desatinado, por no
decir que una locura.
—Pero… ¿qué hace? —inquirió extrañada.
—¡Ay, no! —La pelirroja se carcajeó al ver a su amiga parada en la
puerta con esa expresión de horror—. No podrías estar más inadecuada
Daira, venga, toma uno de mis vestidos.
—Pero esos… —negó—. No son adecuados para usted.
—¡Claro que sí! Ven, toma este, resaltará el color de tus ojos.
La mujer tendió una tela fresca, con un corsé que no parecía tan riguroso
como lo acostumbraba, sin crinolina, sin joyería y sin absolutamente nada
que la hiciera parecer una señorita de categoría.
—Mi lady, he de preguntar a dónde vamos, está claro que no será una
velada oficiada por algún noble u rico comerciante.
—Iremos a una fiesta de los trabajadores, para trabajadores.
—¡Qué dice! No puede ir a un lugar así.
—Lo hago siempre —se inclinó de hombros—. Verás como son más
amigables que todos esos estirados de las veladas de alcurnia.
—Pero…
—Vamos, vamos —apuró, dándole la vuelta para desabotonar el vestido
que Daira llevaba—. Vamos tarde, increíblemente tarde.
La joven prometida mostró resistencia la mayor parte del tiempo, pero
permitió que se le colocara una falda holgada, una blusa fajada, botines y
que le soltara su larga cabellera castaña, permitiendo que sus risos
enmarcaran su rostro, únicamente prendiendo la mitad de su melena,
exaltando una vivacidad a su rostro que de pronto se mostró mucho más
joven y alegre.
—Pero qué bonita eres —Ashlyn sonrió satisfecha—. Si no fuera yo tan
bonita también, me pondría celosa de ti. ¡Pero vamos, vamos!
Ashlyn Crowel la llevó a rastras durante todo el trayecto, mientras le iba
contando las cosas fantásticas que pasaban en las veladas de los
trabajadores del lugar. Aseguró que todos los hombres eran caballerosos y
las damas, siempre amables y amenas, no había alma que no disfrutara de la
velada, todo era armonía y felicidad.
Cuando al fin el granero se vio a la lejanía, arrojando música, luz y gritos
de gozo, Daira tironeó ligeramente de la mano que la jalaba, tratando de
encontrar coherencia en Ashlyn, pero la Bermont simplemente la tiró de
nuevo y la introdujo a ese lugar que, pese a tener puertas y ventanas
abiertas, el calor humano sobrecogía y quedaba bien quitarse los abrigos
que eran arrojados sobre una mesa de madera, donde seguramente se
perderían para siempre.
—¡Vamos! —sonrió Ashlyn.
La felicidad que emanaba el lugar era contagiosa, el recibimiento,
caluroso; sin pedirlo, las obligaron a beber algo como inauguración a su
entrada, entonándolas rápidamente con el ambiente festivo. Por primera
vez, Daira se sintió feliz, rio, jugó y bailó con todo aquel que se lo pidió,
fuera hombro o mujer.
Eran bailes sin sentido, la gente se equivocaba y pisaba, brincaban de un
lado a otro, giraban hasta que las faldas dejaban ver sus tobillos y el sudor
provocaba que sus cabellos se mojaran y se les pegaran en la nuca y en su
cara. Era liberador y adictivo, las horas perdían sentido y uno simplemente
era feliz.
Ashlyn se acercó corriendo a Daira, tomándola de las manos y
brincoteando mientras daban vueltas al sonar de la música proveniente de
un desafinado violín y un entusiasta acordeón.
—¿Te estás divirtiendo? —Ashlyn le gritó por encima de las risas y la
música que las envolvía.
—¡Jamás me había divertido así! —devolvió en medio de su felicidad y
la deliciosa sensación del vino subiendo por sus venas.
—¡Ashlyn Crowel! —gritó de pronto una voz escalofriante que provocó
que todo el lugar se apagara en cuestión de segundos.
Ashlyn soltó las manos de Daira a pesar de que estaban girando,
provocando que la última se tambaleara y cayera en los brazos de un
atinado hombre que logró detener su caída libre hacia el suelo.
—Carson… —susurró Ashlyn ligeramente asustada, el alcohol ayudaba a
que no digiriera la situación—. ¿Has venido a la fiesta?
—¿Sabes qué hora es? —se acercó el intimidante hombre.
—¿Las once? —quiso pensar.
—Las dos de la mañana —corrigió, agarrando uno de sus brazos para
equilibrarla—. Eres la mujer más irresponsable que conozco.
—Pensé que llegarías más tarde.
—¿Te parece una excusa? —miró a las personas apabulladas a su
alrededor, quienes daban pasos hacia atrás. El acaudalado hombre suspiró y
habló—: lo lamento, pueden proseguir con su celebración.
Sin embargo, la música y las personas seguían paralizadas, no renovarían
la fiesta hasta que el señor Crowel se fuera, le tenían el suficiente miedo y
respeto como para no hacerlo antes.
—Señorita Fiore. —La joven sintió que un escalofrío recorría su cuerpo
al escuchar su nombre salir de esa voz fría y atemorizante—. Creo que hay
alguien que igualmente busca velar por su seguridad y puede que esté muy
irritado. La está esperando afuera.
El señor Crowel tomó a su mujer en brazos y la sacó de esa forma del
granero. Daira frunció el ceño, nadie podría estar esperándola, estaba sola
en el mundo y lo que pudiera hacer de su vida pasaba sin ningún interés
para todos los demás.
—¿Quiere que la acompañe, señorita? —ofreció el hombre que seguía
sosteniéndola para que no cayera—. Me parece que le es imposible caminar
en soledad.
Daira le dio la razón, aquellas vueltas, ese alcohol sospechoso y las largas
horas de beberlo deberían estar pasando factura.
—Tiene razón, ¿sería mucha molestia que me ayudara a salir?
—Ninguna molestia, está segura conmigo, venga, apóyese en mí.
Daira dudaba que algún hombre lograra hacerla sentir segura, pero en ese
momento, aquel mozo era su mejor opción, sobre todo por la desazón que
sentía al escuchar decir al señor Crowel que alguien esperaba por ella a las
afueras del lugar. Temía en mucha medida que se refiriera al hombre al que
más le temía, aquel con la que lady Melbrook la amenazó en el pasado.
Hizo su mayor esfuerzo para mantenerse erguida y caminar derecho, sin
embargo, sus piernas trastabillaban incansablemente, ocasionando que el
hombre buscara estabilizarla al sostenerla por el brazo, tratando de no
incordiarla.
Al ver la escena, el caballero que la esperaba en la salida tiró el cigarro
del cual fumaba y se adelantó hacia la tambaleante mujer para llevarse la
tarea de no dejarla caer al suelo.
—Gracias por traerla. —Agradeció James Seymour con una sonrisa
amistosa—. Me haré cargo a partir de este momento.
El mozo lo miró con ciertas dudas, no dejaría a una mujer en estado
inconveniente con un desconocido, mucho menos uno tan bien vestido
como ese, el cual seguro podría abusar de la inferioridad de categoría de la
dama, así como su falta de dominio en sus sentidos.
—Lo siento, mi lord, ¿quién es usted?
—Mi nombre es Jason Seymour —dijo tranquilo y estirando las manos
hacia ella—. Y la dama en cuestión es mi prometida.
—¿Es eso verdad, Daira? —corroboró el hombre.
—Sí —cerró los ojos la joven—. Está bien Evan, me iré con él.
El hombre de espeso bigote, manos rugosas y una edad mucho mayor que
la de ambos, se mostró poco convencido, pero al final, entregó a la señorita
al hombre que se decía ser su novio, mirándolos con escepticismo mientras
Daira era tomada en brazos para ser llevada de regreso a la mansión de los
Crowel.
—¿Qué hace aquí, lord Seymour?
—Me gustaría dirigirle la misma pregunta a usted —le dijo divertido—.
No creí que fuera de la clase de mujer que se escapa a una jerga de los
trabajadores.
—Lady Ashlyn me convenció, en un inicio ni siquiera lo sabía.
—Debí suponerlo —negó sonriente—. ¿Se ha divertido?
—Lo suficiente como para tener un mareo persistente y una sonrisa
inquebrantable —elevó una ceja—. ¿Se encuentra molesto?
—Considerando que no había forma de evitarlo al estar usted hospedada
con mi prima, la molestia estaría injustificada.
—Me siento muy avergonzada.
—Debo admitir que me agradó verla bailar con esa soltura, normalmente
está tan rígida que la creí incapaz de moverse así.
Deseando no seguir con el tema, la joven pataleó ligeramente y se
removió, pidiendo de esa forma que la volviera a colocar sobre el suelo.
Jason lo hizo con cuidado, tomándola de la cintura con delicadeza cuando
se percató que estaba por caerse de nuevo.
—¿A qué ha venido, mi lord? —Daira colocó las manos en el pecho de
su prometido para distanciarlo—. No lo había visto en días.
—Lamento no haber hecho las visitas ordinarias de un novio, pero resulta
que estaba ocupado con negocios. —Elevó una ceja ante la cara de
incredulidad de su prometida—. Estaba con el señor Crowel.
—Así que por eso el señor Crowel no llegaba a casa—comprendió,
tambaleándose por el camino, siendo capaz de sentir las manos que volaban
hacia su cintura para evitar que cayera.
—Digamos que esta velada fue la revancha de mi prima por sus
constantes llegadas tarde —la miró directo a los ojos—. Dígame, ¿Hará lo
mismo una vez que estemos casados?
—No. No tengo derecho a reclamarle nada.
Jason pasó sus manos entre sus cabellos rubios, alborotándolo al punto de
liberarlos de su prisión recatada que llevaba en el día. Por sus movimientos
desesperados era claro que estaba arrepentido.
—Lamento todo lo que ha tenido que escuchar hasta ahora.
—No es su culpa.
—Lo es. Me he comportado desinteresado con la mujer que aseguré amar
y que dentro de poco será mi esposa.
—Yo lo entiendo —aseguró.
—Pero el resto de las personas no —sus labios se curvaron hacia un lado
—. Supongo que te habrá sido difícil lidiar con esas mujeres.
—Sé lidiar con tontos insultos, no debe preocuparse por mí.
—De ahora en más, tendremos que poner todo nuestro empeño en fingir
ser una pareja feliz ante las nupcias.
—Puedo hacerlo, soy buena mintiendo.
—Ya lo creo. —Su voz sonaba a burla, pero sus facciones seguían siendo
encantadoras y cariñosas—. ¿Está segura que puede andar?
—Sí —miró a sus pies, para después fruncir el ceño—. Dudo que vuelva
a salir con lady Ashlyn de esta forma, es peligrosa.
—Crowel no se lo permitirá tampoco, no debe preocuparse.
Caminaron lentamente hacia la propiedad, la fresca noche provocó que el
estado de embriagues de Daira se acentuara, pero se hizo de todos los
medios para que esto no se notara. Sin embargo, Jason conocía bien lo que
era pasarse de copas y cuando ella corrió hacia unos arbustos y vomitó, él
ya se lo estaba esperando, así que fue detrás de ella y sostuvo su cabello
hasta que se sintió mejor.
—¡Qué vergüenza! —cerró los ojos con fuerza.
—Tranquila, a todos nos ha pasado en alguna ocasión.
—Seguro a una dama de alcurnia no… ¡Qué digo! Yo no soy una dama
de alcurnia, por lo cual está bien lo que pasó.
—No digas tonterías, he sostenido el cabello de más de una de mis
primas cuando se pasan de diversión.
—¿En verdad? —lo miró esperanzada.
—Sí, en verdad —Jason rebuscó en su chaleco y tendió un pañuelo
limpio—. Vamos, tenemos que seguir, cada vez está más fresco y no quiero
que se enferme.
Daira no supo si era por el aturdimiento del vino o por el hombre a su
lado, pero algo dentro de ella se derritió cuando la trató de hacer sentir
mejor. Limpió sus labios con el pañuelo y lo apretó entre sus manos,
decidida a no devolvérselo sucio.
—Lo lavaré.
—Tranquila, no es de gran importancia.
—Lo devolveré limpio, se lo aseguro.
—Bien, esperaré por ello.
La ayudó a ponerse en pie y la dejó caminar por delante de él, cuidando
cada paso para que no trastabillara. Daira podía sentir el sutil toque de las
manos de su prometido cuando de pronto quería equilibrarla; sus dedos
volaban discretamente de un lado a otro de su cuerpo, en ocasiones la
tomaba con fuerza de un codo cuando tropezaba y una vez, la envolvió en
sus brazos para alejarla de una brecha, permaneciendo en esa posición por
varios segundos; Daira mirándolo con sorpresa y vergüenza, mientras que
Jason la recorría con una mirada penetrante, seductora y muy compleja.
Sólo después de un largo momento, ella se dio cuenta que era necesario
separarse y forzándose a salir de su ensoñación, se apartó de él. Daira bajó
la mirada, acomodó un poco su cabello y miró de un lado a otro con el
corazón golpeando contra su pecho. Se vio en la necesidad de morder sus
labios para obligarse a darle las gracias y seguir caminando con la poca
dignidad que le quedaba.
«Es testaruda, eso sí» se decía Jason, siguiéndola con una sonrisa.
Cuando al fin divisaron la casa Crowel, la joven dejó salir un suspiro de
alivio, había logrado llegar ahí por sus propios pies y se sentía orgullosa de
ello. Subió las escaleras del pórtico con una sonrisa, sin apenas recordar que
su prometido debía marcharse y, por tanto, ella debía despedirle. Jason,
notando su despiste, alargó el brazo y logró entrelazar sus dedos con los de
ella, deteniendo su andar decidido hacia el interior de la casa.
Los ojos brillantes de la joven se fijaron en la unión de sus manos por
unos segundos, para después levantarse con extrañeza hasta el rostro de su
prometido. Como toda respuesta, Jason acarició con su pulgar el dorso
suave y pálido de la mano de su prometida, llevándosela a los labios para
suavemente besarle los dedos en una casta despedida muy propia de unos
prometidos.
Daira adjudicó el revolcón de su estómago a sus excesos con el alcohol,
pero el sonrojo repentino no podía ser por nada más que el beso sedante y
dulce que provocaba una sonrisa enternecida por parte de su prometido.
Motivado por su respuesta, Jason subió los escalones que le faltaban para
quedar a su altura, le tomó el rostro con cariño y le besó los labios
impetuosamente, obligándole a abrazarse a su cuerpo para no caer a sus pies
por la debilidad de sus piernas.
Estaba claro que esa mujer sabía besar, quizá fuera instinto, quizá lo
hubiese hecho antes, pero de la forma que fuera, Jason sintió que su cuerpo
reaccionaba al de ella. La envolvió con sus brazos, acercándola hasta que
entre sus cuerpos no existía distancia alguna. Era una tentación o tal vez
una perdición la forma en la que Daira podía desinhibirse y entregarse sin
restricciones o recelos, aunque estaba claro que no era así en su normalidad,
estaba ebria y Jason se recordó que no debía aprovecharse de ello.
El conde se separó de ella con una sonrisa que apenas contenía una
carcajada y susurró suavemente cerca de su oído:
—Deberías lavarte los dientes antes de dormir, preciosa.
La vergüenza acudió a las mejillas de la joven y se cubrió los labios,
mirando sin comprender al hombre que no le importó besarla pese a que la
vio vomitar. Jason rio un poco y siguió bajando las escaleras con diversión,
inclinándose ante ella antes de marcharse.
—¡Usted no debió besarme! —se defendió.
—Ve a dormir Daira, trata de tomar agua.
Le guiñó el ojo y se marchó, dejándola con la vergüenza de haberlo
besado en ese estado tan inconveniente.
Capítulo 12

Estuvieron confinadas en la casa Crowel durante toda una semana como


castigo a su peligroso actuar. Daira no conocía del todo al hombre con el
que su amiga se había casado, pero tan sólo verle provocaba la sensación de
querer correr, erizaba la piel y se sentía una cierta inseguridad que parecía
no afectar a la mujer que fuera su esposa, quien tendía a desobedecerle cada
que podía.
—¡Es un tirano, eso es lo que es! —se quejaba la pelirroja, esposa de
aquel hombre—. ¡Nos hemos perdido de tantas cosas!
—Considerando que tus malestares dudaron dos días Ashlyn, creo que
tenía razón en impedirnos ir a más veladas parecidas.
—¡Pero están por acabarse! —gruñó la joven e hizo una voz de fastidio
—. Ahora nos veremos obligadas a asistir a bobas y ceremoniosas veladas
con todas esas mujeres de la alta sociedad.
—Podemos simplemente no asistir.
—Como si pudiéramos, mi marido es un hombre importante y tú —negó
—. ¡Bah! Tú serás una marquesa, así que tienes que ganarte a esta gente de
una forma u otra.
—Lo veo imposible —dijo Daira con tranquilidad.
—¡Ni que necesitáramos a todas esas arpías!
—Puede ser que no, pero sería una vergüenza para nuestros maridos que
fuéramos rechazadas sociales.
—A Carson ni siquiera le importan las fiestas.
—Pero hace negocios ahí, ¿cierto?
—Si bueno, en cierta parte tienes razón, pero nada le da derecho a
encerrarme aquí de por vida.
—No lo ha logrado, de todas formas.
La pelirroja sonrió, volcando su mirada hacia la mujer que hacía entrada
al salón, con aquella mirada enfurruñada y nariz alzada en clara
desaprobación hacia la que fuera su señora.
—¿Sí? ¿Qué es lo que pasa ahora?
—El señor Seymour está aquí.
—¿Jason? —se sorprendió Ashlyn—. ¿Ha venido Jason?
—No, señora —la mujer sonrió con burla hacia Daira, quien sin darse
cuenta se enderezó ante la perspectiva de que su prometido hubiese ido a
visitarla—. El niño Jack, ha llegado sólo él.
—Oh —el tono decaído de Ashlyn le fue mucho más irritante que el de
burla que empleó el ama de llaves—. Claro, que venga hasta aquí cuanto
antes, ¿quién lo ha traído hasta aquí?
—El señor Seymour, mi lady, pero se ha marchado en seguida.
—Claro —Ashlyn miró con disculpas hacia su próxima prima y sonrió
—. No le tomes en cuenta el descuido, está muy ocupado al igual que
Carson. Como ves, mi esposo nunca está en casa tampoco.
—No me causa ninguna tristeza y, si he de ser sincera, extrañaba a Jack,
hacía días que no lo veía y le he tenido que guardar un regalo por mucho
tiempo, sé que le va a encantar.
Daira tomó su sombrero con entusiasmo y salió al encuentro del
pequeño, quien al verla no dudó en echársele en brazos y susurrar cosas a su
oído, abrazándola con cariño y ternura. La joven pelirroja se puso en pie,
acercándose a la ventana para admirar la escena entre su sobrino y Daira.
Le resultaba fascinante la forma en la que esa mujer le devolvió su infancia
y felicidad a ese pequeño que durante mucho tiempo se sumió en la
seriedad y no permitía que nadie se inmiscuyera en el interior de su cabeza
o que le tocaran siquiera.
—Hola, mi amor —Carson la sorprendió cuando la envolvió con sus
brazos y la besó—. ¿Has tenido un buen día?
—No pensé que llegarías tan temprano —giró entre sus brazos y se
abrazó a su pecho—. ¿Has estado con Jason?
—Lo dejé con los Rinaldi, estamos a punto de cerrar el trato —recorrió el
rostro con su mirada—. ¿Por qué?
—Ha llegado Jackson y pensé que estaría contigo.
—Está ocupado ahora —el hombre mantuvo sus manos en la cintura de
su mujer al momento de volver la vista hacia las voces a las afueras de la
casa—. Parece que ha hecho una buena elección para la futura madre del
niño, se ven cómodos juntos.
—Eso creo también, aunque me preocupa que esa sea su única
motivación —suspiró, atrayendo la mirada de su marido hacia ella—¿Crees
que serán felices? Dime, ¿ha vuelto a ver a esa mujer?
—Cariño —suspiró, alejándose de ella—. No me he hagas decir cosas
que te serán desagradables.
—Eso quiere decir que sí. —las facciones de Ashlyn se deformaron—.
Dime que no es la horrenda de lady Melbrook.
—No —Carson se sentó en un sofá—, al menos sé que no es ella.
—Me alegro, esa arpía del mal…
—Aunque no quita el hecho de que se esté viendo con otras mujeres
cuando está comprometido.
—Es tan vergonzoso, aún más porque parece que Daira no se da cuenta
de ello o simplemente lo deja pasar por la vergüenza —se cubrió el rostro
con ambas manos—. Me siento tan culpable de no poder hablar con ella
claramente sobre el tema. ¿Por qué simplemente no le reclama o lo deja?
—Empeora sólo un poco cuando se sabe que no la viene a ver, ni siquiera
teniendo la oportunidad —Carson invitó a su esposa a sentarse en su regazo
—. ¿No crees que hay algo extraño en todo esto?
—Sí… —la pelirroja frunció el ceño—. ¿Y sabes qué? No me parece que
a ella le importe ser ignorada, tan sólo piensa en Jackson y si le pregunto
por Jason, ella simplemente parece desinteresada.
—¿Qué se traerán esos dos?
Al sentir las constantes miradas de los familiares del señor Seymour, la
joven prometida decidió llevar al parque al pequeño, quien demostraba su
entusiasmo en cada una de sus expresiones faciales, incluso había sacado el
dedo de su boca y sonreía abiertamente, apuntando de un lado a otro con
alegría incontenible.
Iban tomados de la mano, comiendo un helado, cuando de pronto, la
joven se vio en la necesidad de detener sus pasos, tomar al niño en brazos y
esconderse detrás de un árbol. Escondió la cabeza del pequeño en el hueco
de su hombro, agradeciendo que a Jack no gustase de hablar, mucho menos
gritar, porque lo que ella necesitaba, era silencio para pasar desapercibida.
Sin embargo, el pequeño heredero era muy capaz de demostrar sus
sentires mediante sus expresiones y en esos momentos la miraba con dudas,
tal parecía que la juzgaba loca.
—Tranquilo nene, no pasa nada —susurró, al mismo tiempo que
asomaba su cabeza, viendo a la pareja de esposos pasar frente a ellos.
Daira rodeó el árbol con la espalda pegada al tronco, alejándose del
campo de visión de la pareja. Reconocía esos trajes estrambóticos, con
sombreros altos y extraños, abrigos brumosos y peludos, eran personas que
resultaban llamativas incluso a la distancia.
Ese hombre solía decirle con mucho orgullo que imponía la moda,
aunque para Daira no era más que un mono cilindrero; torpe, absurdo y
lamentable. Era una desgracia que existiera gente que lo imitara gracias a su
increíble seguridad. Los detestaba, pero sobre todo al hombre, no podía
creer que lo estuviera viendo de tan cerca, con lo mucho que trabajó para
que no la encontrara… y ahora estaban en la misma ciudad y era necesario
que no se encontraran.
«De saber que lady Melbrook iba a estar aquí, jamás habría venido» se
dijo a sí misma, castigando su torpeza.
—¿Qué pasa? —susurró el niño a su oído, rodeando sus labios con ambas
manos—. ¿Es gente mala?
—No, no. —Daira se maldijo por asustarlo—. Lo lamento Jack, tan sólo
creí ver un feo insecto.
—¡Me gustan los insectos!
—Sí, pero espero que te guste más tu regalo.
—Oh, sí, regalo —recordó el pequeño, aceptando volver a ser puesto en
el suelo, recuperando entonces su mutismo.
Los ojos de la joven regresaron un par de veces más hacia la pareja que
caminaba en dirección contraria, aturdidos por los halagos y
suficientemente distraídos como para no notar su presencia. Aprovechó la
oportunidad, tomando al niño con fuerza de la mano y prácticamente
jalándolo por las veredas del parque, forzándolo a correr hasta que se volvió
a sentir segura.
Jack de pronto soltó su mano de un tirón y miró ceñudo hacia la mujer
que lo sometió a tal esfuerzo sin razón aparente. Se cruzó de brazos y
estuvo por llorar, aunque Daira no sabía si de enojo o de tristeza; como
fuese, estaba haciendo llorar a un niño que ni siquiera era suyo, sino del
hombre con el que se casaría, el cual, por cierto, se comprometió con ella
únicamente porque la veía como una buena madre sustituta. Quizá se
equivocó al juzgarla tan rápido.
—Lo siento, lo siento nene —se acuclilló frente a él—. No era mi
intensión lastimarte, ¿te lastimé? —El niño negó, pero seguía con el ceño
fruncido y las lágrimas nublando ligeramente su mirada grisácea—. Bien,
iremos por tu sorpresa, no llores más.
Daira tomó la pequeña mano y reanudó su caminar, en esa ocasión,
cantando, haciéndolo brincar e inventándole una historia llena de fantasías
para que el camino a pie no le resultara largo y tedioso. Ella estaba
acostumbrada a caminar largos trayectos, no siempre disponía del dinero
para alquilar un carruaje y en ocasiones, las familias para las que trabajaba
tampoco se lo proporcionaban. Sin embargo, era obvio que un hijo de noble
no tendría por qué luchar con nimiedades como el no tener carruaje o en
dado caso, unos brazos que lo cargaran cuando se cansaba. Ella podía
hacerlo, pero Jack tenía cuatro años y era pesado para llevarlo todo el
camino de esa forma.
El niño disfrutó tanto del camino, que la desilusión cayó en su rostro
cuando se le dijo que habían llegado al objetivo. Si por él fuera, seguiría
hablando con árboles que tenían rostro, pájaros que avisaban de una
emboscada y ardillas que los atacaban. Sin embargo, se distrajo
rápidamente al comprender que estaban en una panadería y con lo mucho
que le agradaba el pan dulce, no pudo más que sentir hambre, colocando
ambas manos sobre el cristal que resguardaba las delicias que su boca ya
saboreaba.
—No, no, Jack, no venimos a comprar pan —negó la joven, volviendo a
tomar su mano y caminando hacia los hornos—. ¡Hola señor Ratle! ¿Cómo
ha estado el día de hoy?
—¡Señorita! —sonrió el pastelero, cubierto por harina y un poco de masa
pegada a sus dedos—. Me alegra verla y… ¡Ah! ¿Quién es este muchachito
tan apuesto que viene con usted?
Instantáneamente, el niño se escondió detrás de ella, aferrándose al
vestido y asomando únicamente la mitad de su rostro.
—Vamos Jack, tan sólo te están saludando —Daira tomó la cabeza rubia
del pequeño, atrayéndolo hacia adelante—. Es Jackson Seymour, señor
Ratle.
—¿Seymour? —frunció el ceño—. ¿Es que ahora cuidas de este pequeño
en lugar de lady Pridwen?
—No —la joven se sonrojó notoriamente—. En realidad…
—Buenos días señor Ratle, ¿tiene mi encargo?
La puerta de la panadería se había abierto de nuevo, el tintineo de la
campanilla distrajo al panadero, quien enfocó al cliente con una sonrisa que
repentinamente se paralizó en su semblante.
—Eh… claro lord Seymour, lo tengo listo, como siempre.
Daira se mostró nerviosa cuando el señor Ratle tomó camino hacia el
lugar cerrado donde guardaba el pan que ya tenía dueño. La joven tomó una
fuerte respiración antes de volverse sobre sus pies y mirar al hombre con un
aplomo digno de la realeza, siendo consciente que el niño pegado a sus
piernas corrió lejos de ella al reconocer a su padre, quien logró atraparlo
efectivamente después de un brinco.
—Señorita Fiore, no sabía que Jackson estuviera con usted el día de hoy
—Jason frunció el ceño, sospechando de las atribuciones que la mujer
comenzaba a desarrollar aún sin estar casados.
—¿No lo sabía? Pero si se nos ha informado que fue usted mismo quien
lo dejó en casa del señor Crowel.
—¿Yo? Pero si no he regresado a casa desde… —Jason decidió que era
mejor mantener la boca cerrada y no esclarecer dónde había pasado la
noche—. Supongo que habrá sido cosa de mi madre.
El niño negó tiernamente y susurró al oído de su padre.
—¿Qué dijo? —inquirió nerviosa al ver que el padre reclamaba con la
mirada a su hijo sonriente.
—Hizo berrinche hasta que lo llevaron —declaró en medio de un suspiro
—. Lamento si ha sido una molestia para usted.
—Nada de eso, estaba a punto de darle el regalo que le había estado
guardando —aseguró la joven.
Al recordar esa parte, el pequeño Jack pataleó, buscando ser colocado en
el suelo de nuevo, pero los brazos de su padre apretaron el agarre,
reacomodándolo contra su pecho.
—Ya he venido yo a llevarle los bollos que tanto le gustan.
—Oh, no venimos por pan, mi lord —negó la joven con una sonrisa—.
Le conseguí un amigo.
—¿Disculpe? —el hombre se mostró ofendido y, el niño, confundido—.
¿Qué insinúa?
—Insinúo que le conseguí un amigo —dijo obvia—. Ven Jack, te llevaré
con él, ¿quieres conocerlo?
El pequeño asintió con ganas, volviendo a su tarea de patalear y
removerse cual gusano para que su padre lo colocara en el suelo. Cuando al
fin lo logró, el niño estiró la mano y tomó el vestido de Daira, esperando a
que ella comenzara a caminar para seguirla.
—Mi señor Seymour, aquí está su encargo de siempre —tendió el
panadero, esperando que aquel tenso ambiente se fuera de su tienda de una
buena vez.
—Gracias, acompañaré a la señorita Fiore a dónde sea que esté pensando
dirigirse.
—¡Ah! —el hombre asintió embolado—. ¡Claro, claro! Lo he cuidado
muy bien señorita, es tremendo, Dios sabe que sí, mi hija se ha encariñado
con él, pero se lo dije desde el principio, que no era de ella y se tendría que
entregar.
—Lamento haberle hecho algo tan cruel a su hija —aseguró la dama con
una sonrisa lastimera—, dígale que le conseguiré otro en cuanto vuelva a
haber camada.
—Espere, ¿camada? —Jason se detuvo, comprendiendo la conversación
—. ¿Habla de perros?
—De cachorros —esclareció la joven, justo en el momento en el que el
panadero abría una puerta y la pequeña cría salía corriendo cual bólido
hacia los brazos del niño.
Jackson se mostró asustado por el efusivo correteo y lengüeteo que el
perro hacía a sus alrededores, pero una vez que hubo comprendido que el
animal estaba feliz por verle, el niño se contagió del mismo estado,
sonriendo y corriendo de un lado a otro con la cabeza vuelta hacia su nueva
mascota que no dejaba de perseguirlo.
—¿Considera una buena idea lo que acaba de hacer? —Jason se colocó a
su lado.
—¿Por qué no? Mire qué feliz se ve. —Daira se acercó al niño, lo tomó
en brazos al mismo tiempo que al inquieto cachorro—. Vamos, tenemos que
ir a casa, pero antes debes ponerle un nombre.
El niño se acercó al cachorro con un mayor entusiasmo tomándole el
rostro para verlo mejor, tratando de resolver el dilema mientras lo
acariciaba y le permitía lamerle la cara.
—Sabe bien que él no puede…
—Bond —solucionó el niño, hablando en voz alta sin importar que
estuviera ahí el señor Ratle, Daira y su padre.
—¿Qué has dicho hijo? —se sorprendió Jason, adelantándose hasta
quedar tan cerca de Daira, que la joven sintió que le saltaba el corazón—.
¿Cómo se llama el perrito?
—Bond —repitió y abrazó al animal.
—¡Oh, es un nombre precioso! —expuso la mujer, codeando ligeramente
al enmudecido hombre que era su prometido—. ¿Cierto, señor Seymour?
¿No es un nombre hermoso?
—En verdad lo es —su voz aún sonaba cargada de impresión.
—Gracias señor Ratle, le debo una.
—No hay cuidado, preciosa, sólo recuerda no venir sola por aquí, esos
malnacidos pueden querer hacerte algo de nuevo.
Jason volvió una mirada inquisitiva hacia su prometida, quien
permanecía con una sonrisa tranquila, ignorándolo y quitándole importancia
con un movimiento de manos, para después reconfigurar su postura con el
niño y el cachorro en sus brazos.
—¿A qué se refería el señor Ratle con que la molestan?
—Nada de importancia mi lord —era obvio que mentía.
—En ese caso, permita que le ayude con él —se ofreció Jason.
—¡No! —el niño se aferró al hombro de la mujer y escondió la cabeza—.
¡Quiero a Bond!
—Su padre ha permitido que se quede con Bond, Jack, no tiene de qué
temer ¿De acuerdo?
El niño miró con recelo al hombre que seguía tendiéndole las manos,
cediendo al final de cuentas, pero vigilando a la mujer que cargaba con el
cachorro que no dejaba de morderle los dedos sin ocasionar ningún daño
debido a la debilidad de su mandíbula.
Caminaban por las calles en medio de un silencio entre ellos, pero la
sociedad se encargó de rellenar el vacío, puesto que los murmullos
descarados eran incluso visibles por las marcadas gesticulaciones.
—Parece que tienen mucho que decir.
Fue Jason quien mostró la apertura para iniciar una conversación.
—Es normal, después de todo, es la primera vez que se nos ve pasando
un tiempo juntos, como una pareja normal.
—Lo lamento, debí ser más cuidadoso. Sé que dije que debíamos
comenzar a mostrar que esta relación es funcional, pero resulta que…
—No se preocupe por eso —se inclinó de hombros—. Poco me importa
lo que haga o con quien pase sus noches. —Ella se detuvo y giró su cuerpo
hacia él, obligándolo a detenerse—. Aunque si le pediría que fuera un poco
más discreto en sus aventuras nocturnas.
—No era mi intensión herirte Daira, te juro…
—Los hombres no tienen palabra, mi lord —ella inclinó un poco su
cabeza sin apartar su mirada con aquel brillo amenazador—, incluso si lo
intentan, la rompen, así que no me dé su palabra.
—Bien, no daré mi palabra si tiene tan poca validez ante usted —aceptó
—, pero permita que mi comportamiento demuestre lo arrepentido que me
siento por haber cometido aquella estupidez.
—¿Qué quiere decir?
—Vaya al baile que darán los Collingwood.
—No iré —dijo con seguridad—. Pridwen estará ahí y no deseo
incomodarla en lo más mínimo.
—Ha sido ella la que la insultó y aun así ¿pretende protegerla?
—Quizá me estoy protegiendo a mí misma, no soportaría que ella se
uniera a todas estas mujeres que no hacen más que insultarme.
Jason soltó un suspiro derrotado, se acercó a ella y le tomó la mano con
delicadeza, llevándola a sus labios de forma sutil, presionando un beso tan
ligero que lanzó un escalofrío por el cuerpo impoluto de la joven prometida.
—Vaya a la fiesta, la compensaré, lo prometo.
La delicada mano se apartó con rapidez, agarrando al cachorro con
mayor ímpetu e intensificando la dureza de su mirada.
—No me trate como a una de sus conquistas, mi lord —dictaminó—.
Pese a que es usted muy apuesto y claramente sabe cómo tratar a una mujer,
no caeré en sus engaños tan fácilmente. He de aceptar que la vez pasada
estaba desprevenida y fuera de consciencia, pero ahora no hay razón para
permitirle tales libertades.
Una sonrisa burlesca apareció en los labios de Jason Seymour. Estaba
claro que cometió una equivocación, esa mujer tenía razón, no había forma
de conquistarla con falsedades, quería que al menos sus mejillas se
sonrojaran ligeramente como la vez pasada, pero consiguió lo contrario,
sólo la enfureció más de lo que ya estaba.
—Bien, me disculpo nuevamente.
—No le estoy pidiendo que me trate como a una amante, sé que, así
como a mí no me gusta, usted tampoco siente atracción alguna, pero al
menos merezco respeto y es lo único que pido a su persona.
—Tiene todo mi respeto, lo aseguro.
—Esa parte me gustaría que lo demostrara.
—Bien, lo haré, pero no rechace la invitación, se lo pido.
La mujer ladeó la cabeza, notando entonces que eran nuevamente el
centro de atención. Con lo poco que a ella le agradaba que la miraran. Su
única escapatoria fue aceptar la petición e irse cuanto antes, entregando al
cachorro y despidiéndose del niño.
—Papá, ¿Por qué se ha ido? —dijo un muy entristecido Jack.
—Tranquilo, dentro de poco estarás con ella todo el tiempo.
—¿En verdad?
—Sí, ella aceptó irse a la casa con nosotros y cuidar de ti.
—¿Y de ti también papá?
Jason levantó la mirada, atrapando a la dama en su presuroso caminar
que siempre fuera observado y criticado por cuanta persona la viera. Debía
admitir que no se había portado bien con ella, la dejó nadando sola en
medio de los murmullos viperinos, las miradas maliciosas y los rumores
que destruían más que nada, la reputación de ella. Y aunque era consciente
que el único que podía hacer que eso se detuviera era él mismo, su cuerpo y
mente se negaban a obedecerle cuando tenía las intenciones de ir a visitarla
o siquiera acercársele en alguna de las veladas en las que coincidían. Se
alejaba de ella sin razón e incluso faltaba a las normas de etiqueta al ser su
prometida. Merecía un respeto y ella no debería siquiera pedirlo.
—¿Papá?
—Sí hijo, ella cuidará bien de los dos.
—¡Qué bueno! —Jackson acarició al cachorro en sus brazos—. Así
también tú te ríes y sonríes de verdad.
Los ojos del padre se dirigieron hacia el niño que besaba a su mascota.
No podía creer que Jackson estuviera preocupado por su felicidad, ni
siquiera sabía que se daba cuenta de que sus sonrisas y risas eran falsas, a
excepción de cuando estaban con Daira.
Capítulo 13

Jason bajó a su hijo en cuanto llegó a casa de su primo Adrien, dónde


una aglomeración de personas lo atrapó en seguida. El pequeño,
acostumbrado a los amigos de su tío, corrió felizmente con el cachorro mal
sujetado para enseñárselos como si se tratara de un diamante de tamaño
monumental.
—¡Eh, Jason! —sonrió Adrien, acariciando la cabeza de su sobrino antes
de llegar a su primo—. ¿Dónde te habías metido?
—No lo preguntes.
—Ya. Así que caíste en los brazos de una mujerzuela.
—Eso no es lo peor —negó Jason—. Mi prometida parece no ser tan
inocente como lo creíamos.
—¿La señorita Fiore? —se burló Nil, uno de los amigos de Adrien,
logrando zafarse del agarre del pequeño Jack—. ¡Claro que no tiene ni un
pelo de tonta! Intenté cortejarla en Ham House y por poco me escupe en la
cara.
—Por cortejarla, él se refiere a llevársela a la cama —esclareció Declan,
otro de los chicos que se encontraba en el suelo, jugando con el recién
llegado cachorro.
—¿Qué le has dicho Jason? —inquirió North, con brazos cruzados y
lejos del pequeño desastre provocado por el niño.
—Bueno, decirle algo en realidad no, tan sólo intenté ser amable con ella
—se inclinó de hombros.
—¿Amable en el sentido de… amistoso? —jugueteó Lance.
Jason lanzó una mirada mortal hacia su amigo, obligándolo a lanzar una
risotada y cerrar la boca, entreteniéndose nuevamente con el cachorro y el
bebé que no paraba de dar vueltas de un lado a otro.
—Bien, así que la doncella te rechazó —sonrió Adrien, metiéndose un
puro a la boca—. Vaya sorpresa, primito, los veía tan acaramelados en Ham
House qué pensaba que lo tenías todo bajo control, ¿te ha golpeado?
—Por supuesto que no, pero se mostró ofendida y hasta me dijo que yo
no le gusto en lo más mínimo.
—¿Qué? —soltó Declan—, ¿Qué a alguien no le gusta Jason Seymour?
Eso es una novedad para la historia.
—Tal vez logró ver el interior oscuro detrás de la sonrisa falsa —echó en
cara Nil, levantando un cojín para que Bond no lo mordiera.
—Ella no puede saberlo —negó Jason, dejándose caer en uno de los
sofás desocupados—. Es una jovencita inocente, que ha sido doncella toda
su vida y que debería estar agradecida por…
—¿Por qué el gran marqués ha venido a salvarla? —Bufó Adrien—. Por
lo que dice Pridwen, ella no quería ser salvada por nadie, mucho menos por
un hombre, es más, creo que lo que quería era alejarse de nosotros en todo
lo que le fuera posible.
—Pridwen… —Jason miró hacia su primo—. ¿Dónde está ella?
—¡Esa loca! —se quejó Lance—. Cómo la detesto, siempre se pavonea
de más cuando gana en algún juego, ¡Pero llegará el día…!
—Está en la casa de Londres de los Lauderdale —irrumpió North—. Se
le ve bastante decaída desde que se separó de la señorita Fiore, ni siquiera
Adrien y Lance la hacen reír.
—¿Le explicaste lo que pasó? —Jason miró a Adrien.
—Sí, claro que se lo eché en cara —asintió el hombre—, pero creo que la
puso peor, quizá hasta se siente culpable.
—¿Irá a la velada de tus padres?
—Claro, si voy yo, ella irá —contestó vanidoso.
—Puede ser la oportunidad de que se reconcilien —comprendió Declan
—. Pero qué considerado.
—Nada de eso, quiero preguntarle sobre la señorita Fiore —explicó
Jason—. Si me voy a casar con ella, al menos quiero saber si hay algo de su
pasado que haga mal al futuro de mi hijo.
—Debí suponerlo —negó Adrien—. Oye, es una mujer hermosa,
inteligente, educada y debo decir que les cae bien a las locas de nuestras
primas, eso tiene que significar algo.
—Significa que todos están ansiosos por meterse en mi vida de la forma
en la que les sea posible, pero eso me interesa poco —elevó una ceja rubia
—, lo único que quiero es lo mejor para Jackson.
—Pero claro —Lance levantó al cachorro que estaba siendo atosigado
por el chiquillo—. ¿A ella le debemos el nuevo amigo?
—Sí —dijo Jason con horror—, jamás he sido muy afecto a los animales,
pero mira que darle un perro…
—¡Me alegra que alguien lo pensara! —alabó Declan—. Un perro es el
mejor amigo de cualquiera. —El hombre agarró la cabeza del niño y
provocó que lo mirara—. Para que te haga caso deberás hablarle Jack, ¿lo
sabes?
El niño apartó la mano enorme del hombre y lo miró fastidiado,
corriendo de nuevo hacia Lance, quien seguía alzando al cachorrito para
mantenerlo fuera de su alcance.
—Puede que sea una buena idea —aceptó Jason—, no se me hubiera
ocurrido usarlo como un incentivo para que hablara.
—Es algo obvio… al menos para una mujer a la que le interesa —echó
en cara North.
—¡Agh! Como sea, nos vemos al rato para la fiesta —Jason se puso en
pie de un salto—. ¡Jackson, trae a Bond! Vamos a bañarte.
El niño se despegó de los amigos de su tío y tomó al cachorro, dejándole
medio cuerpo colgado y las patitas delanteras tiesas. Jason se apuró a quitar
de su martirio al animal, cargándolo por su hijo hasta la habitación que
ocupaban en la casa de Adrien Collingwood. Había desocupado su otra casa
por si su prometida quería usarla, pero su madre se lo impidió, y ella era
otra de las razones por las cuales no estaba quedándose en Kent Palace, le
era fundamental evitar a la mujer que lo juzgaría con una mirada y se
defraudaría de él.
—Ven hijo, deja a Bond.
—No me quiero bañar —negó el pequeño, demasiado enfrascado en el
cachorro como para atender algo más.
—Tienes qué, dormirás mejor de esa forma.
—¿Me quedaré solo?
—Claro que no, estarás con la señora Debart, te gusta la señora Debart,
¿no es así?
—Me gusta más mami.
Jason se petrificó con esas palabras.
—¿Mami? —trató de mostrarse desinteresado, quitándole la camisa de
botones que traía puesta—. ¿Recuerdas a mami?
—Sí —dijo con obviedad.
—¿En serio? —el hombre soslayó la mirada—. ¿La extrañas?
—Sí, mucho, quiero que esté aquí ahora.
—Bueno hijo… las cosas no siempre…
—¡Me regaló a Bond y amo a Bond!
Los labios del hombre se abrieron y se cerraron repentinamente.
—Oh, hablas de la señorita Fiore.
—¡Mami!
—Jackson ella no es… —Jason cerró los ojos—. ¿A ella le gusta que le
digas de esa forma?
—No. Le hablo poquito.
—¿Pero crees que es mami?
—Ella es mami —dijo muy seguro—. Dijiste que mami me quería, y
ahora quiere estar siempre conmigo y yo con ella.
—Así que la quieres mucho —Jason cargó a su hijo ahora desnudo y lo
metió a la tina caliente.
—¿Mami me dará baños?
—Sí, seguro que sí.
—¿Pero sabe cómo me gusta el agua?
—Claro, ella lo sabe.
—¿Y le gusta mucho estar conmigo?
—Le encanta.
—A mí también me gusta —sonrió el pequeño, jugando con el perro que
intentaba por todos los medios escalar el artefacto de porcelana—. ¡Bond
tiene sed!
—Le daremos agua y comida cuando termines de bañarte.
—¿Cuándo vendrá mami?
—Pronto, te lo prometo.
—¿Dormiré con ella?
—Sí, todo lo que tú quieras.
—Papi estará muy feliz entonces.
—Claro, a mí me encanta verte feliz hijo.
—No —chapoteó en el agua, quitándose el jabón que resbalaba hacia sus
ojos—. Papi está feliz porque mami volvió, ¿Verdad?
Era imposible que un niño lograra enmudecerlo tantas veces en una
conversación, pero a veces su hijo lo sorprendía. Le encantaría que el resto
del mundo pudiera escucharlo, que sintiera la confianza de hablar con otros,
de jugar, de brincar y reír, pero Jackson no lo hacía, ni siquiera con gente
que conocía de toda su vida. El privilegio era único y exclusivo para él y
claro, para la señorita Fiore.
Era una necesidad el casarse con ella pronto, Jackson era su prioridad y si
esa había sido su selección, no había vuelta de hoja. Tenía que aprovechar
que la señorita Fiore estuviera tan dispuesta en esos momentos,
conociéndola, podía cambiar de opinión.

Se sentía extraña enfundada en aquellas ropas elegantes que, además, no
fuesen suyas. Ashlyn aseguraba que se veía perfecta, incluso aseguraba que
la diferencia de tallas era apenas perceptible, pero era una mentira, la dueña
del vestido era sin dudas de una talla exquisita: de caderas ligeras, de
cintura perfecta y busto acorde.
El de Daira, por el contrario, era vulgar. Esa era la definición que todas
las damas le dijeron en su momento; murmuraban que tenía de sobra en
varias partes de su cuerpo y resultaba aún más notorio con ese vestido,
sobre todo en la parte del busto, caderas y postrero, los cuales resultaban
excesivos. No tenía la figura ideal de una señorita de sociedad, ella era lo
que se clasificaría como un cuerpo de cortesana: deseoso, tentativo e
hilarante para los ojos masculinos. Se avergonzaba de su cuerpo, quisiera
ser flacucha y sin ningún atractivo que los hombres buscaran en los
burdeles.
—¡Dios santo! ¡Eres la mujer más hermosa de este planeta! —gritó
Daira, quien abría la puerta de la habitación—. ¡Mira nada más esos
pechos! ¿Crees que pueda tocarlos?
Como toda respuesta, Daira colocó ambas manos sobre sus senos
expuestos y negó, sonrojándose hasta los tobillos.
—Creo que me pondré uno de mis vestidos.
—¡Tonterías! —negó—. Tardé años en encontrar uno que te quedara,
además te ves hermosa, no hay razón para quitártelo.
—Pero esto… —apartó las manos—, es demasiado, ¡Demasiado!
—Los hombres alucinan con tu tipo de cuerpo ¿de qué te acongojas?
Deberías aprovecharte de ello.
—Por favor —se cubrió el rostro—. No digas más.
—Agh, eres demasiado insegura, ¡Carson! ¡Carson mira ven!
—¿Qué haces Ashlyn? —Daira se mostró horrorizada.
—¡Te digo que vengas, Carson! —ordenó la joven, obligando al dueño
de la casa a entrar a una habitación que fuera de una invitada.
—¿Qué ocurre?
—Mira, ¿no crees que se ve hermosa?
Los ojos grises del hombre recorrieron sin interés el cuerpo de la mujer
frente a ella. Asintió sin tomarle demasiada importancia y salió de nuevo de
la habitación.
—¡Eso ha sido descuidado! —la acusó la joven prometida—. ¿No te das
cuenta que es tu marido y…?
—Un marido que me quiere —sonrió—. Confió en él.
«Ilusa» pensó la joven, «todos los hombres engañan».
—Bueno, sólo falta que Carson esté listo y partimos —sonrió la alocada
pelirroja—. Iré a apresurarlo.
En cuanto Daira se sintió nuevamente en soledad, se volvió hacia el
espejo, encontrando todas las fallas que le gritaba su cabeza. No podía dejar
de decirse cosas como: «Notarán demasiado tus pechos», «Sería mejor que
desajustaras un poco el corsé», «mejor quítate ese vestido y ponte uno de
los tuyos». Estaba por hacer lo último cuando dos toques en su puerta la
distrajeron.
—¿Sí? —inquirió sin abrir.
—Hay una mujer abajo buscándola —la voz de la doncella era
desagradable y fastidiada al tener que servirla—. ¿Qué le digo?
—Bajaré en seguida.
Estaba acostumbrada a ignorar los malos tratos, por supuesto que estos
sólo ocurrían cuando no había nadie cerca, si acaso alguno de los Crowel
escuchara, seguro reñirían a muerte a la desvergonzada. Daira miró una vez
más hacia el espejo, dictaminó que se cambiaría en cuanto despachara a su
visita y bajó las escaleras.
—¡Daira! —gritó una mujer—. ¡Oh, Daira! ¡te ves tan hermosa!
—¿Pridwen? —se paralizó en las escaleras—. Pero qué…
—¡Oh, Daira! —la rubia subió las escaleras que a ella le faltaban por
bajar—. ¡Lo siento tanto, lo lamento! Soy una tonta testaruda, no debí
hacerlo, no debí dudar, tú siempre has sido tan buena y tan honesta
conmigo, ¿cómo pude hacerte eso? ¡Ese tío mío! ¡Qué vergüenza me da lo
que te hizo! Te creo Daira, te creí en ese momento, pero estaba tan ofuscada
que no supe reaccionar.
—Pridwen, ¿Estás loca? ¿Has venido sola?
—Sí, me robé el carruaje de lord Wellington, lo echará en falta en unas
horas, así que perdóname rápido, permite que sea tu amiga.
—Oh, gran tonta —la abrazó—, claro que te perdono, eres mi mejor
amiga y comprendo lo que sentiste.
—¡No lo pongas tan sencillo Daira! ¡Te hice pasar un infierno! —la
despegó de sí—. Incluso te obligué a aceptar un matrimonio que odias. No
hace falta, nos iremos, nada nos retiene en Londres, regresaremos a
Dinamarca, lejos del tío y de todos los que te han lastimado con sus lenguas
ponzoñosas —negó—. Siempre te defendí, incluso le tiré pastel a lady
Pepermont con tal de que cerrara el pico.
—¿A qué te refieres con volver a Dinamarca? ¿Lo dices en serio?
—Sí, nada me importa más que tú —aseguró—, y si estarás más
tranquila, bien puedo conseguir esposo allá, ¿qué más da? A mis padres
poco les importa lo que haga o deje de hacer.
—Pero Pridwen, pensé que estabas enamorada de lord Wellington —la
miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué quisieras irte?
—No estoy enamorada de él —palmeó el aire, divertida—, somos buenos
amigos… más bien, nos convertimos en buenos amigos. Ese cabeza de
chorlito jamás podría llegar a gustarme.
—¿Estás segura de eso?
—Sí, no permitiré que te cases con alguien a quien no quieres por temor
a quedar desprotegida —le tomó las manos—. Te lo dije, estaremos siempre
juntas, siempre.
—Pero… su familia ya sabe del compromiso.
—Pero las amonestaciones no se han corrido, no tienen fecha.
—Hablamos de una, pero…
—Cambiaste de opinión —solucionó—, argumentaré que no concibo mi
vida sin ti y no permito que te cases con nadie, se supone que yo tengo que
dar mi aprobación ¿no? Pues la niego.
La sonrisa de Daira se amplió, alcanzando lo inhumano.
—¡Oh, Pridwen! —la abrazó—. ¡Te lo agradezco tanto!
—Usaremos la velada de hoy para que se lo digas a lord Seymour ¿de
acuerdo? En cuanto lo hagas, nos iremos.
—¿Hoy mismo?
—Compraremos boletos para el tren y veremos en qué puerto hay una
salida próxima hacia Francia, ¿te parece?
—Sí —un gran alivio se instaló en Daira—. Estoy feliz de volverte a
tener como amiga Pridwen.
—Y yo también —los ojos de Pridwen desfilaron por el cuerpo de su
amiga y sonrió—. Eres toda una beldad Daira, ¿lo sabías?
—¡Oh, eres una aduladora!
—Ah, lady Pridwen —sonrió Ashlyn, quien bajaba del brazo de su
marido—. No sabía que esperábamos su visita.
—Debo admitir que vine sin invitación, señora Crowel —se inclinó ante
ambos—. He de marcharme para regresar lo robado.
—¿Lo robado? —frunció el ceño el señor Crowel.
—Será mejor para ustedes no indagar en el tema —se excusó la joven
rubia—. Los veo a todos en la velada, ¡Hasta pronto!
Con la revoltosa partida de su amiga, Daira sintió que el mundo volvía a
girar a su favor. No tendría que casarse, se iría pronto de Londres, no
volvería a ver a lady Melbrook y a su horroroso marido que llegó para
atormentarla. Se escaparía de todos de nuevo, vagaría con Pridwen hasta
llegar a Dinamarca y seguro que nadie podría seguirles la pista, porque esa
chica que se hacía llamar su amiga era tan impredecible como una tormenta.
—Te ves de mejor humor, Daira —observó la señora Crowel.
—Lo estoy —asintió, resintiendo el hecho de que perdería la amistad de
Ashlyn—. Recuperé a Pridwen, lo cual me hace feliz.
—Ya veo… —la voz de la mujer era indagadora y sus palabras,
inteligentes—: supongo que otra de las razones es que verá a mi primo,
seguro que se anuncia su compromiso esta noche.
Daira sintió un nudo en la garganta, el tener que decirle a lord Seymour
que rechazaba su oferta a matrimonio sería horrible y muy vergonzoso.
Debía mentalizarse a que sería un trago amargo que duraría apenas unos
momentos, además, al no haber amor de ninguna de las partes, el asunto
podría solucionarse rápidamente.
La joven cerró los ojos y suspiró, lord Seymour había sido muy amable al
ofrecer su protección, pero así como todo inició, podía acabar, aquello no
era más que un acuerdo del cual una de las partes había perdido el interés.
El conde debía ser capaz de comprender, incluso un compromiso hecho
por amor se podía romper ¿Por qué no hacerlo con uno que no tenía que ver
con los sentimientos? Y si lo que él quería era una madre para Jackson,
seguro habría más de una jovencita de alcurnia totalmente dispuesta a
hacerse cargo del pequeño con tal de convertirse en la esposa de un futuro
marqués.
Capítulo 14

Los duques de Wellington eran una familia adinerada, respetada y


admirada por muchos. Sus veladas eran escasas, pero cuando se abrían las
puertas de la elegante casona, no había noble en Londres que no desease
recibir una invitación. Las personas hablaban de ello por meses, sobre todo
al ser una ocasión tan especial, en la cual se celebraba el cumpleaños del
mismísimo duque, aquel hombre que incluso los reyes respetaban.
Naturalmente, la asistencia era exclusiva y cuidadosamente seleccionada
por la duquesa, quien se encargaba de que los invitados estuvieran a la
altura de su marido tanto en clase, intereses e inteligencia. Era del
conocimiento público que en esa velada los invitados podían codearse con
las personas más importantes de todo el país, inclsuo de otros lugares del
mundo, siendo una ocasión perfecta para hacer conexiones de negocio o
simplemente sociales.
Ante esa expectativa hacía entrada una jovencita que nada tenía que ver
con toda esa opulencia y clase. Siendo criada en una lejana casa de campo,
sin apenas sociabilizar y teniendo que escapar de casa, Daira llamaba la
atención más de la cuenta y, aunque ella lo atribuyera a su falta de grados de
sangre azul, en realidad era por su exorbitante belleza que resaltaba mucho
más al estar enfundada en un vestido de gala tan exquisito como el que
llevaba puesto.
—Me siento observada —susurró más para sí que para Ashlyn, pero esta
última lo escuchó perfectamente.
—Es normal, te ves preciosa —la mujer dio un apretón a la mano de su
acompañante, tratando de infundirle seguridad y prosiguió con su camino
colgada del brazo de su marido.
Tenía que dar gracias que Pridwen tuviera una buena visión, en cuanto la
vio entrar, fue hasta ella y la abrazó con efusividad, como si no se acabasen
de ver hacía unas horas.
—El señor Seymour está con Adrien justo ahora.
—¿Te reclamó por el robo de su coche?
—¿Quién? —dijo desinteresada, guiándola por entre la gente.
—El señor Wellington, por supuesto.
—Ah —manoteó el aire—, apenas y se dio cuenta.
En ese momento, ambas llegaban al círculo social de los Bermont, todas
esas personalidades imponentes resultaban lo suficientemente apabullantes
como para que ningún intruso hiciera ademán de entrometerse y hasta ese
momento, nadie lo había hecho.
—Señor Seymour, mi querida Daira tiene que hablar de urgencia con
usted —Pridwen entorpeció la conversación sin darle importancia a lo que
se decía o a quien estuviese interrumpiendo.
Las miradas cayeron rápidamente sobre la joven que poco le faltó para
agacharse al suelo y hacerse un ovillo; pero aquello no mostró nada, en
apariencia, la joven seguía en su estado garboso, segura y con un semblante
tan pálido e inmutable, que se pensaría que no necesitaba del empujón que
Pridwen le propició.
—¿Es así, señorita? —Jason la miró.
—Sí —aseguró—. ¿Le importaría ir a un lugar privado?
—Privado no —se introdujo la madre de Jason—, no es bien visto que
una señorita abandone el salón junto con un caballero.
—Claro —sonrió Jason y miró a la joven frente a él—. ¿Me permite
entonces un baile, señorita? —el hombre arqueó una ceja hacia su
progenitora—. ¿Está eso permitido, madre?
Marinett aprontó la quijada, pero asintió sin más, siendo consciente de las
burlas de su hijo. Jason alargó el brazo para que la dama que lo
acompañaría colocara su mano sobre él. La escoltó con ligereza y una
sonrisa, debía admitir que se veía preciosa, casi podía imaginar lo fascinado
que estaría Jackson si la viera.
—Debo decir que Bond ha sido un regalo extraordinario —fue él quien
abrió la conversación, acercándola lentamente hasta lograr pasarle una
mano por la cintura—. Incluso se ha dormido con él.
—Me alegra —Daira agachó la mirada.
Aquello le pareció muy poco común a Jason, quien ya en otras ocasiones
había buscado avergonzarla, algunas veces teniendo éxito, pero ella jamás
bajó la mirada como en ese momento.
—¿Ocurre algo?
—Sí, de hecho, sí.
—Bien, entonces dígalo antes de que se acabe la música.
—Es complicado —mordió el interior de su mejilla—. Lo que pasa es
que quiero terminar con el compromiso.
—¿Disculpe? —Jason detuvo todo movimiento, provocando que el resto
de las parejas volviera el rostro hacia ellos.
La joven miró de un lado a otro, tomó las manos de su pareja y lo
acomodó para que siguieran danzando al son de la música, tratando de
simular que nada había pasado.
—Pridwen se ha disculpado conmigo, ha dicho que nos marcharemos de
aquí, así que ya no requiero de protección ni de…
—¿Es acaso una broma cruel? —sonrió con incredulidad—.
Prácticamente conoce a toda mi familia y ellos…
—No me aceptan —terminó—. Estoy segura que no mostrarán aflicción
porque finalice la relación. Consentían porque lo creían feliz, pero
desconfiaban, hacían preguntas que dejaban entrever sus dudas. Así que
terminemos esto y sigamos con nuestras vidas.
—Está aligerando la situación, estas personas saben que estamos
comprometidos, aunque no se haya dado la noticia oficial.
—Bien podemos decir que fueron rumores.
—No lo creo —el hombre parecía confundido—. ¿En serio el poderse ir
del país le hizo cambiar de opinión? ¿No sabe los beneficios que tendría al
estar casada conmigo?
Ella lo miró enervada.
—Tendrá muy claro ahora que para mí no era ninguna motivación nada
de lo que pudiera ofrecerme además de su protección.
—No quise insultarla, lo siento si se entendió así, pero… —negó con
rotundidad—. Será lo mismo más adelante, lady Pridwen se casará y usted
estará desprotegida.
—No me haría eso.
—Ya pasó una vez. —Daira sintió que su corazón se estrujaba al
escuchar aquella verdad—. ¿Qué tal si la siguiente vez no es un tío, sino el
mismo marido de lady Pridwen? ¿Opinará lo mismo que ahora? ¿La
protegerá sobre su propio bienestar?
—Es usted muy cruel —susurró lánguidamente, bajando su mirada—.
Me atormenta al decirme algo como eso. Da por hecho que pasará y haré
que otro hombre quiera serle infiel a su mujer.
—Si no es su culpa, ellos no deberían aprovecharse.
—Por Dios… a usted ni siquiera le importa, lo único que quiere es que
sea una madre para Jackson —lo acusó, luchando con sus lágrimas—. A
nadie le interesa. Pridwen… ella por lo menos me quiere, le importo. Lo
que usted propone es francamente horroroso.
—Cuando lo aceptó no le parecía tan horroroso, ¿es que ahora quiere un
juramento de amor eterno?
Ella sonrió mientras negaba con desilusión.
—Su máscara es muy buena, mi lord, pero una vez que se le cae, no
queda más que un ser despreciable —se alejó unos pasos de él—. ¿Acaso
no se dio cuenta de lo desesperada que estaba en ese momento? Tenía
miedo de lo que pudiera pasarme si acaso algún hombre llegase a cumplir
su cometido. Creía que estaría a salvo con usted… debí darme cuenta que
me estaba metiendo con alguien peor.
—¿Disculpe? —Jason se mostró cada vez más enojado—. Yo no intenté
abusar de usted, todo lo contrario, le ofrecí bienestar.
—¡Me trató como una meretriz, al igual que todos! —lo apartó con
fuerza al sentir que él la volvía a tomar de la cintura para seguir simulando
que bailaban—. Me propuso ponerme un hogar, una fachada y libertad, ¿no
es lo mismo que les pasa a esas pobres?
—Le di la categoría de mi esposa, le aseguro que con ninguna de esas
mujeres podría llegar a tanto.
—¿En serio? —dijo aún más ofendida—. Quién sabe, quizá sería mejor
que lo probara, ellas y yo tenemos la desesperación en común y hay muchas
mucho más hermosas e inteligentes que yo, bien podrían jugar el papel que
usted ofrece.
—No la entiendo, por Dios, ¿Qué se le ha metido?
—¡El orgullo! —ella calló y resintió el dolor en su interior—. Y ahora sé
con absoluta certeza que siempre estaré sola en el mundo, protegiéndome
con uñas y dientes de gente que se quiere aprovechar de la desolación de
una mujer sin nadie a su lado.
Daira se soltó de sus brazos y salió del salón de baile, dejándolo a la
mitad de la pista, en medio de las miradas y los susurros que Daira tuvo que
escuchar desde el momento en el que se comprometieron. Vergüenza que él
jamás experimentó al ser el supuesto salvador de una cualquiera. Jason ni
siquiera se había tomado la molestia de acallantarlos, pensó que esa mujer
era lo suficientemente fuerte como para ignorarlos. Ahora se percataba que
fue descuidado, incluso lo empeoró al cometer la estupidez de acostarse con
otra mujer cuando el rumor de su compromiso estaba por todo Londres.
—¡Maldición!
—¿Y a qué esperas? —se quejó Ashlyn, quien también interrumpió el
baile con su marido—. ¡Ve por ella gran tonto!
Ante la voz imperativa, el hombre logró enfocarse de nuevo y seguir los
pasos de la mujer que parecía haberse vuelto loca de un momento a otro. No
había dicho nada para herirla, le dijo la más pura verdad, quizá su franqueza
fue la última pedrada que ella necesitaba para dejarse llevar por la locura.

Se salió de control, lo sabía mejor que nadie, a lo largo de su vida,
aprendió que la mejor forma de pelear contra el mundo era dominando sus
emociones, no habría alguien más fuerte que ella mientras lograra
mantenerse con esa fachada de absoluta tranquilidad ante lo que fuese que
aconteciera en su vida. Pero las palabras de lord Seymour habían sido tan
certeras, tan directas y bien razonadas, que no le quedó de otra más que
aceptarlas como ciertas. Era una realidad que tenía que afrontar, siempre
estaría sola, no podía luchar contra el mundo, mucho menos siendo mujer.
Cerró los ojos con fuerza, recostó su espalda contra la pared más cercana
en aquel solitario pasillo y permitió que su cuerpo perdiera fuerza,
resbalándose hasta quedar sentada, hecha un ovillo lloroso y lleno de
amargura. Esa posición le era conocida, asquerosamente conocida, siempre
la misma, siempre en una circunstancia parecida. Se detestaba, quisiera
acabar con todo, pero era cobarde para hacerlo por sí misma, ojalá alguien
más lo hiciera por ella, eso sería mucho más sencillo, anhelaba la sensación
de dejar de luchar.
Trató de calmarse, repitiendo las frases que siempre se decía para volver
a la actitud que lograba mantenerla cuerda, se balanceó ligeramente de
adelante hacia atrás hasta que logró reconfortarse.
—¿Oye, te encuentras bien? —le tocaron ligeramente el hombro.
—Sí —se limpió la nariz con el dorso de su mano—. Sólo necesitaba…
—levantó la mirada, sintiendo cómo su cuerpo entraba en estado catatónico
y sus labios temblaban al hablar—. No… no.
—Hola Daira —sonrió un caballero—. Me da tanto gusto al fin
encontrarte, niña tonta, ¿Cómo pudiste escaparte por tanto tiempo?
—Tú no tendrías por qué estar aquí —negó la mujer, poniéndose
inmediatamente de pie y tomando sus distancias, decidida a correr.
—Demos gracias a Lina por darme aviso, te llevo buscando años, ¿o
creíste que simplemente desistiría? Eres mi responsabilidad.
Era un hombre alto, fornido, de mirada amable y voz tierna. Nadie
dudaría que le tenía un extremo cariño a la muchacha que no hacía más que
temblar en su presencia.
—Eso se acabó, soy mayor ahora.
—Vamos Daira, tenemos que volver a casa —suplicó.
—¡No me toques! —se alejó de un salto, golpeando la mano que hizo
ademán por tocarla.
—Bien —levantó las palmas—. Lo siento, no quise asustarte, vamos
Daira, no intento hacerte daño y lo sabes, es por tu propio bien.
—Jamás ha sido por mi bien.
Las lágrimas se acumulaban en los ojos de Daira, su voz temblaba y su
cuerpo era incapaz de mantenerse, cada vez que intentaba dar un paso, su
cuerpo se tambaleaba, amenazando con mandarla al suelo.
—Daira, deja de decir tonterías, siempre he querido lo mejor para ti, poco
entiendo la razón por la cual te marchaste —la miró con detenimiento—.
Por el amor de Dios, ¿qué llevas puesto?
—No es asunto tuyo —trató de decirlo con una voz firme.
—Todo lo concerniente a ti es asunto mío, como dije, eres mi
responsabilidad y, a mis ojos, eres una niña que necesita orientación —lord
Melbrook sonrió calmo, no había dado ni un paso invasor hacia ella, pero
eso no evitaba que Daira temblara.
—¡Dije que no! ¡No! —tembló—. Estoy comprometida ahora, me casaré,
todo el mundo lo sabe, tu esposa lo sabe también.
—¿Qué has dicho?
—S-Sí —dijo segura—. Me casaré.
El hombre apretó sus labios, creyéndolo una mentira.
—Ah ¿sí? ¿Quién es el afortunado al que debo dar mi permiso?
—No necesito tu permiso —escupió.
El hombre negó con una sonrisa e iba a hablar nuevamente, cuando de
pronto unos pasos cercanos vinieron acompañados por una voz varonil y
gruesa, imponente aún a la distancia.
—¡Señorita Fiore! —Daira escuchó la voz de lord Seymour como si se
tratara de un ángel—. ¡Señorita Fiore, por favor conteste!
—¡Lord Seymour! —gritó desesperada la joven—. ¡Por aquí!
En cuanto la melena rubia estuvo en su campo de visión, Daira corrió con
desesperación, lanzándose a sus brazos y enterrando la cabeza en el hueco
de su cuello, temblando ligeramente sin lograr sentir ningún consuelo en
aquel cariño que fue inmediatamente correspondido por la sorpresa.
—¿Se encuentra bien? —trató de buscar su mirada.
—Yo… —ella volvió la vista hacia dónde había estado lord Melbrook,
pero este ya no se encontraba ahí. Sintió que un nuevo estremecimiento
azotaba su cuerpo, así que volvió al abrazo—. Lo siento, si quiero casarme
con usted, fui una tonta orgullosa al rechazarlo, quiero hacerlo, quiero
casarme.
—Está totalmente alterada, incluso tiembla —Jason rebuscó con la
mirada por el desolado pasillo—. ¿Estaba con alguien?
—No, no —tiritó—. Sola, estaba sola. Reflexioné, eso es todo.
—Muy bien, déjeme verla —el hombre tomó el rostro lloroso de la dama
y lo inspeccionó—. Esto no parece normal.
—Me siento avergonzada por abandonarlo a la mitad del baile, eso es
todo, lamento haber montado una escena, ¿está muy enojado?
Jason recorrió el rostro de la mujer con la mirada y suspiró.
—Supongo que no me contará lo que sucedió ¿o sí?
—No ha pasado nada. ¿Se casará conmigo o no?
El hombre dejó salir un bufido divertido y asintió.
—No tengo opciones, Jackson parece haberse enamorado de usted —ella
soltó una risa nerviosa y llena de lágrimas—. Me alegra verla sonreír, pero
volvamos, anunciemos de una vez el compromiso.
—¿Ahora? ¿Pese a todo lo que hice? —se limpió el rostro.
—Dirán que nos reconciliamos y es todo —le tomó la mano y la
encaminó de regreso a la velada, pero de pronto se detuvo—. Quiero decir
otra cosa, si me lo permites.
Jason pidió autorización con la mirada, aquellos increíbles orbes grises
mantenían encerrados un brillo singular que sólo se equipararía con el de la
mismísima luna.
—Sí, por supuesto.
—No eres una meretriz —inició—. Lamento haberte hecho sentir de esa
forma, entiendo que no quieras estar conmigo por todo lo que puedo darte,
pero sé que tienes miedo de algo y si puedo protegerte de ello, te lo juro, lo
haré con mi vida, como mi esposa que serás —sonrió y limpió una lágrima
de su mejilla—. Lamento todo lo que te he hecho pasar hasta hora, por
dejarte sola y por estas lágrimas, en serio lo siento, trataré de no hacerte
infeliz.
Ella sonrió dulcemente y apretó el agarre de su prometido.
—Se lo agradezco en serio.
Quizá Jason Seymour estuviera hablando por hablar, pero para ella, esa
promesa lo valía todo, porque estaba a punto de necesitarlo. Con ese
hombre cerca, no había forma de que volviera a sentirse a salvo, ni siquiera
con la protección de Pridwen sería suficiente.
Ahora que lady Melbrook sabía de su amistad, bien podrían adivinar sus
movimientos y sería arriesgar a Pridwen, era mejor de esa forma, al menos
Jason era un hombre que se sentiría con derecho sobre ella, aunque todo
fuera a ser más que una simulación, el honor de un hombre lo era todo y si
éste se dañaba, no importaba que la esposa fuera poco querida o una
malnacida, el hombre defendería su honor si este se veía afectado.
Capítulo 15

Era un día acogedor pese a que estaban a mediados de octubre, el


invierno ya comenzaba a hacer sonar su cántico helado, dando aviso de las
próximas heladas que tomarían lugar de un momento a otro. Sin embargo,
no en esos momentos, cuando los colores ocres seguían decorando los
árboles y las hojas caían entre los suspiros del viento.
Los habitantes de Londres solían aprovechar al máximo la oportunidad
de salir y tener conexiones sociales antes de ser confinados a los hogares
debido a las grandes nevadas que traía el invierno; debido a la expectativa
del encierro fue que se propició ese día deportivo. Para los caballeros era
una forma de mantenerse ocupados, fuertes y relajados, al mismo tiempo
que para las damas era una ocasión para ser vistas, pero también para
admirar sin temor a ser sancionadas a los apuestos caballeros que
disputaban su triunfo sobre aquellos gobernables corceles.
Resultaba impactante para las damas de la alta sociedad, que la
prometida de lord Seymour se mostrara tan desinteresada en el partido que
se tenía lugar. Daira, en lugar de ver a su novio jugar, se entretenía con el
hijo del mismo, ambos sentados sobre el césped, recolectando florecillas de
forma despreocupada pese a las miradas desaprobatorias que iban en contra
de la hermosa mujer.
A Jason poco le importaba la actitud de su prometida, todo lo contrario,
encontraba encantador y mucho más hipnotizante el verla sentada junto a
Jackson, sacándole sonrisas dulces. El conocido caballero bajó del caballo
que le había hecho compañía durante el partido de polo y se acercó a la que
sería su familia con una mirada cálida, un cabello dorado que resplandeció
con el sol al deshacerse del casco protector que llevaba.
—¿Se divierten? —Jason recostó ambos brazos sobre las bandas de
protección—. ¿Qué es lo que hacen?
El niño sonrió a su padre y se apuró a susurrar al oído de la mujer que se
inclinaba un poco hacia él para escuchar mejor.
—Me hace una corona —explicó la dama.
—Ya veo, ¿Crees que la señorita Fiore merece una corona hijo? —el niño
asintió con ganas—. ¿Y qué tal yo? Acabo de ganar mi partido, ¿qué harás
para mí?
El pequeño pareció pensarlo, rebuscó a su alrededor con su par de ojos
grises y encontró una piedra, tendiéndosela a su padre como si aquello
significara lo mismo que un trofeo.
—Bueno, te lo agradezco Jackson —sonrió el hombre.
—¡Oh, lord Seymour! —se acercó una dama a trote, con una sombrilla
para que el sol no le quemar el rostro. Levantaba su vestido hasta sus
tobillos—. ¡Ha estado usted esplendoroso!
—Se lo agradezco lady Marshall, aunque dudo que logremos triunfar
ante el equipo de mi primo.
—Agh, el equipo de Adrien tiene muchos huecos, yo se los puedo decir
si gusta —se acercó una enfurruñada Pridwen, su mal humor tenía una
persistencia de días.
—Se lo agradecería lady Pridwen, al menos así tendríamos una
oportunidad —bromeó el hombre.
—¡Ja! Si me dejaran dirigirlos, yo los llevaría a la victoria.
Lady Marshall se escandalizó por tal sugerencia, pero Jason lo tomó a
bien, sabía que esa chiquilla había propuesto lo mismo a su primo y su
negativa era lo que la tenía de tan mal humor.
—No le veo inconveniente.
—¿Lo dice en serio? —se sorprendió por un segundo, para después
fruncir el ceño—. Mire que si me engaña…
—No. Lo digo en serio, creo en su capacidad.
—¡Genial! Haré planes para derrotar a esos soquetes.
—¡Lady Pridwen! —la pobre lady Marshall estaba por desmayarse—.
Pero qué boca, niña, ¿no se da cuenta que está actuando sumamente
maleducada?
—Claro, como sea —rodó los ojos—. Usted acompañará a Daira a casa
de los Rinaldi, ¿cierto lord Seymour?
—Sí, no hay problema con ello —asintió el hombre.
—En ese caso, he de marcharme.
La rubia corrió, feliz como nunca antes, posiblemente con la expectativa
de poder vencer a Adrien en un juego en el cual se sabía que estaba bajo su
completo control, eran los campeones invictos.
—Si sabe que es imposible que le ganemos, ¿Cierto? —susurró el
hombre hacia su prometida.
Ella se inclinó de hombros y se levantó con todo y niño.
—Es una persona perseverante y positiva, espero que entienda en lo que
se ha metido al convertirla en jefa de su equipo.
—No recuerdo eso.
—Ella lo tomará así —sonrió la mujer, acomodando al pequeño Jack en
sus brazos.
—Me cambiaré y entonces la acompañaré a casa de mi hermana.
—Gracias.
—¡De ninguna manera irán solos! —se negó lady Marshall, tomándose
atribuciones—. Es mal visto, son prometidos y ella necesita un chaperón.
—No se preocupe lady Marshall, de eso me encargaré yo.
La voz de lady Melbrook heló la sangre de Daira y enfureció la de Jason,
quien no comprendía su intromisión. La hermosa mujer miró primero a la
dama con el niño, y después sonrió hacia su antiguo amante con ambas
cejas levantadas.
—A menos que tengan algún inconveniente, mi casa queda de camino a
comparación de la de lady Marshall.
—Oh, es verdad, sería mucho mejor ahorrarme ese viaje, no lo soportaría
mi corazón.
Daira le dio la razón a la mujer, tenía sobrepeso y eran de conocimiento
público sus problemas cardiacos, pero prefería cargar con lady Marshall a
soportar a lady Melbrook.
—Vamos señor Seymour —incentivó Lina—, lo esperaré aquí con su
prometida mientras se va a cambiar.
Jason se mostró dubitativo, pero entonces uno de sus compañeros de
equipo colocó un brazo sobre sus hombros y se lo llevó, sin querer,
dejándola sola con una de las peores personas que podían existir.
—¿Qué desea, lady Melbrook? Supongo que trae un mensaje para mí,
pero mi prometido…
—Sí, sí —dijo con odio—. No te sientas tan orgullosa con ese hecho, es
obvio que no te quiere.
—Eso es entre nosotros.
—Como sea, vengo a darte el mensaje de mi marido —se cruzó de
brazos—. Al parecer está más que complacido de que te cases con Jason
Seymour y desea que asegures cuanto antes tu posición.
—¿De qué habla? —Daira colocó a Jackson detrás de ella—. Yo a
ustedes no les debo nada en lo absoluto, no pueden venir aquí a darme
ordenes o hacer peticiones.
—¿Segura, Daira? —la mujer ladeó la cabeza con lástima—. Ahora que
te has hecho amigos, tienes muchos lugares donde un golpe sería mortal, sin
mencionar que te hemos encontrado y no pensamos dejarte ir nunca más.
—Están locos, si lo que quieren es que me case, haré todo lo contrario,
me iré, me iré sola.
—Sabes que te encontraremos, tenemos ahora ojos sobre ti e irte sola
sería estúpido considerando que podemos atraparte.
—Pensaba que lo que el asqueroso de su marido quería era que yo
continuara siendo la pequeña que alguna vez tuvo que cuidar.
—Sí, en cierta parte le repudia el hecho de que tengas que cumplir con
las estipulaciones del matrimonio —se inclinó de hombros—, pero todos
sabemos que Jason cumplirá y no lo volverá a intentar, no necesita un
heredero, pero podemos fingir uno, te aseguro que mi marido está más que
dispuesto a ayudar.
—¡Son asquerosos! ¡Los detesto a ambos! Jamás, nunca los ayudaré, si
ese cerdo que tiene por esposo está cediendo, seguramente es porque ya no
tienen dinero —sonrió con satisfacción—. De mi mano no obtendrán nada,
no los mantendré.
—¿En serio? —se cruzó de brazos—. ¿Qué pasaría si nosotros le
dijéramos la verdad?
Daira apretó los labios con fuerza.
—No me interesa, yo no tuve la culpa de nada, fui una víctima.
—¿Por qué has escapado entonces? ¿Por qué ansías casarte si no te
interesa la protección que te puede brindar Jason? —echó en cara.
—Es verdad —Daira se acercó a lady Melbrook—. Me he cansado de
correr, pero a mi prometido no le importa mi pasado y ustedes no pueden
chantajearme.
—Podemos —sonrió malvada—. Mi esposo sabe cómo hacerlo y no creo
que dude en usar métodos que te disgusten para recordarte el lugar al que
perteneces y del cual escapaste.
—¡Jackson! —gritó la voz varonil del futuro marqués de Kent—
¡Señorita Fiore, es hora de irnos!
Daira volvió la vista hacia el hombre que alzaba la mano, indicando que
fueran hacia él. El pequeño Jack obedeció de inmediato, dejando a ambas
mujeres atrás.
—No hace falta que venga, su amenaza quedó grabada en mi cabeza,
pero como he dicho, no tiene importancia alguna.
—Eso quieres hacerte pensar —sonrió—. Te conozco y veo tu linda
carita llena de preocupación.
Los océanos que Daira tenía por ojos se volvieron turbulentos,
tormentosos, como si dos tifones amenazaran con llevarse a las
profundidades del mar a lady Melbrook.
—Ustedes nunca volverán a hacerme daño.
Con eso dicho, la joven corrió detrás del niño, alcanzándolo y tomándolo
en brazos con una sonrisa, llegando hasta el padre que disimuladamente
deslizó una mano sobre la cintura de la mujer que pronto se volvería su
esposa, pero la apartó rápidamente al recordarse que estaba en público y
sería mal visto.
—¿Qué tanto te decía esa mujer?
—Tonterías sobre su relación pasada con usted —mintió la joven, quién
conocía de sobra los rumores sobre lady Melbrook y su ahora prometido—.
Me sorprende sus gustos en mujeres.
Jason la miró con un tanto de vergüenza, pero logró recomponerse en
cuestión de segundos, tomando la mano de su hijo.
—No diría que me gustaba.
—Peor aún, la utilizaba, ¿es que los hombres nos ven como pedazos de
carne con los que pueden sentir placer?
—Una forma muy vulgar de pensar las cosas. Es verdad, los hombres
somos idiotas, pero las mujeres tampoco son santas.
—Si no me quejo del placer buscado, sino de la elección que hizo para
encontrarlo —lo miró divertida—. ¿En serio? Entre todas las mujeres que lo
persiguen ¿escogió a lady Melbrook?
—Pensé que al estar enamorada de su marido me quitaría de encima el
sentimentalismo, creí que la lastimaría menos.
—Fue un error —Daira frunció el ceño— ¿Cómo sabe que ama a su
marido? Ella siempre le ha engañado.
—Creo que ha sido algo mutuo, son un matrimonio sin amor.
—Como el nuestro.
—El error fue que uno se enamoró.
—Es verdad —negó la joven—, pobre ilusa, ¿cómo pudo enamorarse de
un hombre tan asqueroso como él?
—¿Es que lo conoce de primera mano?
Daira se puso inmediatamente nerviosa.
—No, no. Es lo que se dice, sólo sé lo que se dice.
Jason entrecerró los ojos, dudando de aquella respuesta trémula y
presurosa, pero se vieron interrumpidos por la presencia de Sophia, quien
desgraciadamente para Jason, no venía en soledad.
—¡Ah, querido primo! No intentes escapar de nosotros, por favor.
—No lo haría —afirmó Jason—. Señorita Fiore, ellos son los duques de
Westminster. Mi prima Sophia, a quién ya conoce, y su marido, John
Ainsworth.
—Es bueno volver a verla, lady Sophia.
Daira se inclinó con una sonrisa respetuosa, pero al momento de intentar
hacer lo mismo con el esposo de la mujer, se enfrentó a una fría mirada,
poderosa y paralizante. Parecía estarla analizando desde la punta de sus pies
hasta el cabello sobre su cabeza. Algo en él la llenó de temor, se sintió
insegura y con las suficientes ganas de correr, incluso dio un paso atrás,
siendo detenida únicamente por la mano de Jason, la cual se colocó
ágilmente sobre su brazo.
—Es usted tan bella como dicen los rumores, señorita —dijo el hombre
después de un largo análisis.
—Lo agradezco, mi lord —se inclinó la joven.
—Íbamos a comer algo, ¿gustan acompañarnos? —invitó el mismo
caballero—. Me hace gran ilusión conocerla a fondo, señorita.
—No podemos —cortó Jason—. Lo siento John, será en otra ocasión,
Jackson tiene que ir a dormir pronto, está cayendo de sueño.
—Por favor Jason, al menos acepta una cena —pidió Sophia.
—No sé si la señorita Fiore tenga tiempo y yo tendría que…
—Insisto Jason —la voz terminante de John no dejaba opción más que
aceptar—. Los veremos en nuestra casa a las ocho.
—John, no seas tan imperativo —trató Sophia y miró a su primo y a su
novia—. Será divertido e invitaré a más personas.
—Naturalmente que lo harás —refunfuñó Jason—. Bien, ya que no nos
dejan opción aceptaremos.
—¡Oh, es genial! —sonrió Sophia.
—Pero después de la boda.
—¿Qué? —la esposa del duque miró a su marido con temor—. Jason,
sería mejor que fuera antes, ya sabes, para conocernos más.
—No. He decidido que esta mujer es perfecta para ser mi esposa y la
madre de Jackson, no necesito que nadie dé su autorización.
Los ojos de John rivalizaron con los de Jason por varios segundos. Daira
permaneció en calma, poco le importaban las disputas que existieran entre
los importantes caballeros; si ella era capaz de llevar su vida normal, bien
se podrían matar y no le haría mella. Como indicó su prometido con
anterioridad, su único trabajo era cuidar a Jackson y era excelente en ello,
no necesitaba más filtros que el de la aceptación del padre, así que, si su
prometido quería salvarla de una velada donde sería enjuiciada, qué mejor.
—¿Jason, estás pensando en ti o en Jackson? —preguntó John
directamente, siendo pellizcado por su mujer.
—Creo que siempre he visto por el bienestar de mi hijo, por no decir que
fui el único en tener ese interés.
—Por favor, caballeros —se introdujo Sophia—. Estamos en la calle y
comenzamos a llamar la atención, sin mencionar que incomodamos a la
señorita Fiore.
Jason volvió el rostro hacia la imperturbable mujer que permanecía unos
pasos atrás, desinteresada del asunto, luciendo hermosa e inalcanzable para
todos los ojos que se desviaban hacia ella. Parada ahí, en medio de los
árboles del parque, parecía una escultura más, una hermosa, pálida,
orgullosa y recta mujer que sabía con toda certeza que era superior a los
demás.
—Es verdad, pensaba tener un agradable paseo con mi prometida, así
que, si nos disculpan, nos retiramos.
—Jason —la voz suplicante de su prima lo detuvo—. La invitación a
cenar sigue en pie, no importa que sea después de la boda, es importante
para John conocerla.
—Sí, como sea, ya veremos después.
El hombre siguió caminando, dejando atrás a la joven que fuera a ser su
esposa, quien no se permitió mostrarse intimidada y miró al duque con
tranquilidad, pese a su impresión inicial, Daira consideraba que el esposo de
Sophia no podía ser malo, simplemente resultaba intimidante debido a su
estatura y estructura.
—¿Es que hay algún problema del cual deba estar consciente, mi lord?
—inquirió la joven con pasmosa calma.
—No, no, querida —se introdujo Sophia—. Tan sólo queremos conocerte
mejor, sobre todo John.
La joven dirigió la mirada hacia el hombre impenetrable que no paraba
de recorrerla de arriba hacia abajo, claramente juzgándola.
—¿Alguna razón en particular?
—Serás la madre del hijo de mi hermana —dijo el hombre como toda
explicación— y mi heredero.
Sophia bajó la mirada, sintiendo un revoltijo incómodo al escuchar esas
palabras. John, como toda respuesta, pasó una mano por la cintura de su
esposa, acercándola más a él, en un despliegue de cariño que Daira no
comprendió, pero tampoco cuestionó. Se sabía que la duquesa dio a luz a
dos hijas, unas mellizas, no tenía idea por qué se daba por hecho que
Jackson sería su heredero.
—Pero…
—Es todo lo que necesita saber —tajó el hombre—. Espero que pueda
convencer a Jason de acudir a la cena.
—Creo que lo terminará decidiendo él —se inclinó ante ellos—. Con su
permiso, excelencias.
Los Westminster parecían pegados al piso, mirando a la jovencita correr
detrás del que sería su prometido, quien ya la esperaba a unos metros, con
el pequeño Jack queriendo subir a un árbol. John suspiró, apartó la mirada y
tomó a su esposa en brazos, presionando un beso en sus labios pese a estar
en público y siendo el centro de miradas.
—¡John! —sonrió la joven, colocando una mano en el pecho de su
esposo, mirando de un lado a otro—. ¿Y esto por qué ha sido?
—Lamento haber mencionado el hecho de que Jack es mi heredero —le
acarició la mejilla—. Odio que te haga sentir mal.
—Es una lástima que no pueda darte un heredero —se mordió
ligeramente el labio—. Pero nada puedo hacer, parece ser que es lo que me
tocó y agradezco a mis hijas.
—Esas personas te hicieron tanto daño… jamás podré perdonarme por
ello —la abrazó—. Te amo Sophia.
—John, no seas tonto, no pasa nada mi amor —lo abrazó de regreso—.
Las cosas son así, espero que las niñas puedan entenderlo.
—Por eso quiero que Jack se haga cercano a ellas, quiero que le quieran
y él las quiera también. No pienso dejar a mis propias hijas desprotegidas,
haría mucho más fácil mi muerte el saber que su primo velará por ellas
también.
—¡No hables de muerte John Ainsworth!
—Lo siento, amor, lo siento —sonrió el hombre, volviendo su mirada
hacia la pareja que seguía alejándose—. ¿Qué opinas de ellos?
—Bueno, no puedo cuestionarlos, el inicio de nuestro matrimonio
tampoco fue el mejor ¿no crees?
—En eso tienes razón, pero creo que lo de ellos es peor. —Sophia lo
miró con dudas—. Cuando acordamos nuestro compromiso, ambos
sabíamos que seríamos un matrimonio en toda la regla, esperaba de ti hijos
y fidelidad. En cambio, ellos…
—Sí, creo lo mismo, pero al final de cuentas, no es asunto nuestro.
—Sólo espero lo mejor para el pequeño Jackson.
—Yo creo que Jason está pensando exactamente lo mismo.

Jason caminaba con un ímpetu que Daira apenas podía seguir, incluso el
pequeño Jack tenía que dar uno que otro salto para lograr seguirle el paso a
ambos adultos.
—¡Señor Seymour! —pidió la mujer—. ¡Señor Seymour por favor
espere! Jackson apenas y nos puede seguir el paso.
Al escuchar lo último, Jason se detuvo en seco y se volvió hacia ellos, su
cara mostraba la frustración y el enojo que aún sentía.
—Lo siento, no tenías por qué escuchar algo así.
—Comprendo la preocupación de lord Westminster, aunque no
comprendo por qué habla con tanta seguridad sobre su heredero.
—Mi prima no puede tener más hijos —terminó el hombre—. Por
desgracia, el heredero a ese ducado será Jackson.
—¿Desgracia? —Daira frunció el ceño, tomó al niño en brazos y siguió
los pasos de su prometido—. ¿Qué no es eso algo bueno entre los de su
clase social?
—No cuando se toman atribuciones, mi hijo heredará mi título, pero al
ser el único heredero factible para el ducado del hermano de su madre, tiene
una presión que no le correspondía.
—Claro, entiendo que sea una presión, pero aprenderá, usted lo dirigirá
correctamente y lord Westminster…
—¡El padre de Jackson soy yo! —gritó, haciendo callar inmediatamente
a la mujer—. ¡Maldición! Lo siento Daira.
—Está bien, no creo que él desee quitárselo, estoy inclinada a pensar que
está preocupado por la mujer que está seleccionando para ser su madre
sustituta, nada más.
—Es meterse en mi vida —dijo aún más disgustado—. No debería
importarle la elección que haga. Esa maldita cena no será otra cosa más que
una prueba para usted.
—Entonces la superaré, no tengo temor a ello.
Los ojos grises de aquel hombre se suavizaron, mostrando un brillo
diferente al que Daira había visto cuando enfocaba a su hijo. Quizá era un
poco de admiración hacia su persona.
—Eres una mujer… —frunció el ceño y negó—. Extraña.
—Lo agradezco… creo.
—En realidad, el verdadero problema es que no parecemos una pareja —
comprendió Jason—. Ni siquiera se siente una atracción entre nosotros y
eso crea dudas en mi familia, se preocupan.
La mujer asintió, ya desde hacía tiempo se lo había insinuado. Daira
suponía que, para ese momento, muchos estarían pensando que el señor
Seymour se casaba por su hijo, lo cual era una realidad, pero eso no dejaba
de ser insultante para las damas que proponían a jovencitas de buena cuna
dispuestas a ser madres sustitutas del niño.
—¿Qué sugiere? La boda es dentro de poco, nadie creerá que es por
conveniencia porque yo no tengo nada que ofrecer y dudo que sus parientes
dejen de molestarnos si no ven amor entre nosotros.
—Bien, creo que podemos hacerlo.
—Claro, pero… —ella lo miró dubitativa—. ¿Cómo lo haremos?
—Acudamos a la velada de esta noche, tratemos de estar juntos y
aprendamos un poco el uno del otro.
—Creo que podría ser un inicio —asintió la joven.
—¡Daira! ¡Daira, Daira, Daira! —La alocada rubia corría
atolondradamente hacia la pareja—. Tienes que venir conmigo… hola de
nuevo Jason, ¿Puedo robármela por un rato? —sonrió angelicalmente—. Es
urgente, en serio.
—No lo dudo. —Jason enfocó a su novia—. Con cuidado.
—Conociéndola, no será nada de gravedad.
—De todas formas, busquen no meterse en problemas.
Jason estiró las manos para que su prometida le pasara a su hijo. Y en
cuanto estuvo libre del niño, Pridwen se apropió de una de sus manos,
sonriendo jactanciosa hacia el conde. Jason rodó los ojos con diversión, se
inclinó ligeramente hacia su novia y presionó un beso en su mejilla como
despedida. La joven sonrió dulcemente, sus ojos se iluminaron y sus
mejillas tomaron un suave color rosado; después se marchó junto con su
mejor amiga, ambas llenas de alegría y cuchicheos. Él jamás la veía sonreír
de esa manera cuando estaba a su lado en varias ocasiones se había
preguntado si se estarían equivocando al casarse de esa forma tan
maquiavélica. Estaba claro que para él era conveniente, fingir interés
tampoco le significaría mucho, pero ¿qué pasaba con ella? ¿por qué le era
tan fácil aceptar que no habría amor o siquiera cariño en su matrimonio?
—Ah, lord Seymour, al fin lo conozco en persona.
Jason se volvió lentamente hacia la voz, frunciendo el ceño ante el
hombre que tenía enfrente.
—¿Nos conocemos de algún sitio?
—Me temo que no, ustedes son visibles en las revistas amarillistas, pero
creo que un conde en ruina no es tan atractivo.
—¿Está interesado en hacer negocios? —frunció el ceño—. Estoy con mi
hijo ahora, así que tendríamos que postergarlo a…
—No vengo por eso, resulta ser que conozco muy bien a la señorita con
la que piensa desposarse. —Jason permaneció en su pose imperturbable,
esperando a que el hombre continuara—. Soy lord Melbrook, conocerá a mi
esposa, ella vino a Londres mucho antes de que yo le siguiera los pasos.
—Ah, por supuesto —Jason equilibró a su hijo en un brazo y tendió la
mano al hombre—. Es un gusto.
—El gusto es todo mío.
La sonrisa retorcida del conde dejaba en claro que su presencia acarrearía
problemas y el que se presentara como alguien que conocía a su prometida
lo era aún más. Por lo que sabía, la señorita Fiore no era de por ahí y nunca
mencionó conocer a lady Melbrook, con quien en más de una ocasión se vio
en conflicto. Tal parecía que Daira Fiore tenía sus propios secretos y estos
pretendían presentarse antes de que ella estuviera dispuesta a contarlos.
Capítulo 16

La casa de soltero de Jason solía encontrarse desocupada debido a que él


prefería residir en la que heredaría de sus padres. Pese a ello, el hogar se
encontraba en buenas condiciones, no estaba descuidada o abandonada,
todo lo contrario, los empleados vivían preparados para recibir inesperadas
visitas, como en ese momento, cuando su señor llegó con un gallardo
caballero y el pequeño Jackson en brazos.
—Llévenlo a recostar, por favor —pidió el hombre, entregando a su hijo
medio dormido a una de las doncellas, para después volcar su mirada al
caballero que esperaba tranquilo, quitando su sombrero y dejando su
elegante bastón—. ¿Gusta algo de tomar?
—Lo que guste ofrecerme estará bien —asintió el elegante hombre, quien
no pareciera un noble empobrecido.
Jason lanzó una mirada a uno de los mozos que esperaba por órdenes y
pidió al caballero que entrara a uno de los salones de la casa. Lo único que
delataba a ese hombre de su falta de riqueza, era la mirada avariciosa que
dirigía a cada esquina de aquella ostentosa mansión en el centro de Londres.
—Tome asiento, lord Melbrook, si se ha tomado la molestia de
interceptarme, será porque algo tiene que decirme.
—Creo que el que debió buscarme es usted, lord Seymour, aunque
comprendo el hecho de que Daira omitiera mi existencia.
—No sabía que se conocieran siquiera.
—Por supuesto —negó alegre—, esa niña ha sido tan testaruda.
—Para no entrar en un error, me gustaría saber la relación que existe
entre mi prometida y usted, lord Melbrook.
—¿Relación? —el hombre sonrió—. Soy su hermano, ella es mi
responsabilidad. La he buscado desde que decidió escapar de casa.
—¿Una Melbrook? —negó el hombre, claramente asombrado—. ¿Me
dice usted que ella es hija de condes?
—Bueno —sonrió de lado—. En parte, es hija de mi padre, pero de otra
madre, soy su medio hermano.
—Entiendo. —Jason frunció el ceño—. ¿Por qué esconderlo?
—Creo que tiene encarnecida la idea de deshacerse de los grados de
nobleza que existen en su sangre.
—Eso… es poco usual, pero conozco a gente igual.
—Mi hermana es testaruda, quedó huérfana de madre al momento de
nacer y cuando mi padre murió, me hice cargo de ella, aunque supongo que
Daira piensa que no me correspondía darle ordenes, educarla o dirigirla y
fue la razón por la cual escapó.
Jason permaneció en un silencio pensativo. No tenía nada que decir ante
la conclusión a la que había llegado el conde, no le correspondía y no
conocía lo suficiente a su prometida como para decir algo diferente. Sin
embargo, no le agradaba que el conde hablara de alguien que no podía
defenderse al no estar presente.
Por largos momentos se miraron sin hablar enfrascados en una rivalidad
perdurable entre la madurez del conde de Melbrook, contra el vigor de
Jason, quien confiaba en su juventud, conexiones y riqueza. Fue el conde
quién suspiró tranquilo y apartó la mirada, concediéndole la victoria, lo cual
molestó sobre manera a Jason.
—¿Ha venido para dar su desaprobación al compromiso?
—No creo que ella permita tal cosa y lo que quiero es acercarme, es la
única familia que me queda, en verdad la aprecio.
Los ojos grises se entrecerraron.
—Ha dicho usted que es un noble empobrecido, ¿es eso a lo que ha
venido? ¿Quiere una compensación por no tomarlo en cuenta?
—Yo le tenía un compromiso hecho allá en casa, no pensé que me
desobedecería hasta este punto, pero no, no vengo a pedirle dinero —dijo
orgulloso—. Quería conocerlo ahora que se hará cargo de ella.
—No tiendo a maltratar mujeres y si he decidido casarme, será para
tratarla como le corresponde.
—Me alegra saberlo. —Asintió, aceptando en ese momento otra copa de
vino que se le ofrecía de la mano de un mozo con manos enguantadas—.
Ahora, me gustaría conocer su apertura a que los visitemos, como dije,
quiero estar cerca, mostrarle que soy su hermano y en realidad su única
familia.
—No tengo problema con que ella reciba visitas, si es su deseo.
—Ese sería el problema, me culpa de muchas de las desgracias de su
vida, me odió cuando le hablé del compromiso, pensaba en su seguridad por
si algo me sucedía, pero Daira no lo tomó así.
—Ella no me parece una persona irracional.
—Soy su hermano, prácticamente su padre, quizá sea capricho o
simplemente rebeldía de una muchachita a la cual siempre se le cumplieron
sus deseos.
Jason cambió el rostro, mostrándose mortalmente serio, su cabeza trajo
de repente recuerdos sobre lo que parecía una vida pasada.
—Comprendo. Permitiré cualquier acercamiento que usted proponga lord
Melbrook, le aseguro que ella entrará en razón, aunque dudo que esté feliz
con esa decisión.
—No tendremos que decirle que usted aceptó, odiaría ocasionarle
problemas, me acercaré lentamente a ella, ganaré su confianza de nuevo y
seremos familia, como debe ser.
Aquello sacó una sonrisa por parte de Jason.
—Parece determinado. Me sorprende que aprecie tanto a su hermana,
pero lo apoyo terminantemente, la idea de una familia es algo que aprecio y
que pretendo enseñarle a mi hijo.
—Gracias mi lord —el caballero se puso en pie—. No tengo más que
decir, aunque lamento informar que no asistiré a la boda, no deseo
estropearle ese momento de dicha.
—Es usted bienvenido si desea hacerlo —Jason se puso en pie también
—. Lo invito yo mismo.
—No. Mejor así, lo tomaría a mal, se lo aseguro —sonrió de lado—.
Nuevamente gracias y espero que no sea la última vez que nos veamos, lord
Seymour.
—No lo será —afirmó el hombre, tomando con determinación la mano
que se le ofrecía.
Lord Melbrook asintió y se dedicó a salir, volviendo a pasar sus ojos por
la exuberante riqueza que se posaba de forma elegante sobre cada pared en
esa casa, sonriendo a su suerte.
Jason, por su parte, no podía creer que un hombre como aquel fuera
rechazado por su prometida, estaba claro que la apreciaba, incluso la
amaba. Hasta llegó a sentirse culpable por haber sido amante de su mujer.
Se prometió en ese momento jamás volver a caer tan bajo como para
hacerle eso a un caballero que podría respetar al momento de conocerlo.

Al caer la noche, Jason se colocó su traje de gala y esperó a las afueras
de la casa Hamilton para que su prometida llegase en la carroza que seguro
vendría compartiendo con su hermana Micaela y su cuñado, que era donde
se quedaba actualmente. Se sentía un tanto inquieto por la farsa que
tendrían que montar y era el motivo principal de que estuviese fumando.
—Hola Jason —su alegre hermana lo saludó con un par de besos y un
abrazo afectuoso—. Me encanta la idea de que pasen la noche juntos…
¡Digo no en ese sentido! Me refiero a como pareja en un baile, aunque lo
otro no tardará en llegar, pero suena a indiscreción en este momento
¿verdad?
—Querida —Matteo la tomó de la cintura—, sería mejor que pasáramos,
dejemos que ellos enfrenten las miradas solos.
—¿Seguro? Son tan patéticos que indudablemente lo arruinarán.
Faltó poco para que Daira cometiera la indiscreción de soltar una
carcajada ante el conjunto de palabrerías dichas por parte de su futura
cuñada. Pensó que su prometido se encontraría en sintonía con ella, pero al
ver su rostro grave y mirada recriminatoria, la joven curveó una ceja
dubitativa, alzó una mano hasta posarla en el hombro de su novio,
obligándolo a agacharse para poder susurrar a su oído.
—¿Ocurre algo, mi lord?
—No lo sé, mi lady —remarcó el honorifico—. ¿Cuándo esperaba
decirme que en realidad eres hija de familia noble?
—¿De qué habla? —ella frunció el ceño y se alejó.
—Su hermano me hizo una visita el día de hoy —explicó con suma
molestia—, ¿no te das cuenta en qué posición me has dejado al no haber
pedido su permiso para casarme contigo?
—¿Mi hermano?
—Lord Melbrook.
Los ojos de la joven se abrieron de par en par, oscilando entre la
impresión y el horror.
—Dice que él fue hasta su casa —trató de comprender.
—Me lo encontré de camino.
—Dios mío, jamás me dejará tranquila —dijo para sí misma.
—Me parece que eres malagradecida con él, se nota que te aprecia
sobremanera, te ha buscado por todas partes desde que te fugaste.
—Ya me imagino que sí —dijo molesta, caminando hacia la fiesta—.
¿Qué fue lo que le dijo?
—Preferiría pasar esa conversación a otro momento, por ahora me
gustaría saber la razón de su mentira.
—Ninguna mentira, soy la señorita Fiore, no Melbrook.
—Su padre era el conde, ¿me equivoco?
—No —apretó los dientes—. Pero no quiero volver a hablar del tema,
este matrimonio no está basado en nosotros, por lo cual no es relevante lo
que sea o no sea yo.
—¿Sabe que sería mucho más sencillo si dijese la verdad?
—¡No! —exigió ella, mirándolo determinada—. No puede obligarme, yo
sé lo que hago con mi vida.
—Si tampoco pensaba obligarla —frunció el ceño—. ¿Huyó de casa
porque no quería el matrimonio concertado por su hermano?
—Creí decir que no hablaría más de esto y no lo haré.
La joven tomó sus faldas, introduciéndose al opulento salón atestado de
personas elegantes que detuvieron sus conversaciones para mirarla de pies a
cabeza, juzgándola desde el mismo instante en el que pisó aquellas baldosas
de mármol.
Daira miró de un lado a otro, buscando el rostro conocido de su única
amiga para poder escapar de las preguntas insistentes de su prometido. Pero
antes de poder hacerlo, se topó con el rostro sonriente y bondadoso de una
mujer de cabellos castaños y ojos verdes, que caminaba con los brazos
abiertos, siendo una invitación a un abrazo. A su lado, un caballero alto,
ligeramente canoso y con una mirada escalofriante que hacía sentir a Daira
un alfeñique.
—¡Me alegra que al fin llegaran! —la mujer la saludó afectuosamente—.
Soy Annabella, y él es mi esposo Thomas.
El hombre se inclinó respetuosamente y sonrió al hablar:
—Un placer, lady Melbrook. —Daira tembló ante la mención del
apellido, pero estaba imrpesionada y fue capaz de pasar su irritación a
segundo plano—. Ha de saber que los Hamilton estamos muy bien
informados, sobre todo de las personas que nos rodearán.
—Es un comentario atemorizante, lord Hamilton, pero mi apellido es
Fiore y siempre lo será.
Ante aquella afirmación, los ojos de Thomas Hamilton relampaguearon
con algo parecido a la diversión y al entusiasmo.
—Entiendo. Lamento la confusión, señorita Fiore.
—Tío —se acercó Jason—. Pensé que estaba en Dinamarca.
—Regresé hace unos días, es bueno verte muchacho.
Después del recibimiento adecuado, la pareja pasó al salón, siendo
rápidamente interceptados por primos y familiares de Jason, quienes
notaban la hostilidad en incremento de la pareja.
—Parecen peor que antes, ¿se han disgustado? —inquirió Ashlyn.
—Nada de eso —sonrió la joven—. Es sólo que a su primo le gusta
deducir cosas al azar sin importar cuan equivocado esté.
—¿Disculpa? —Jason le lanzó una mirada enojada.
—Con su permiso, he visto a Pridwen, quisiera saludarla.
La mujer tomó su vestido y se alejó rápidamente del grupo social donde
Jason siempre sería el beneficiado, quería estar con Pridwen, quería hacerla
sentir mejor ante las malas noticias que había recibido hacía tan poco
tiempo.
—¿Qué pasa con ella? —se acercó Héctor, el hermano menor de Jason
quien regresaba de su viaje por Italia—. Pareciera que te odia, lo cual
entiendo, pero ¿por qué razón?
—A las embusteras no les gusta que descubran sus falacias.
—¿De qué hablas? —se adelantó Micaela—. ¿En qué ha mentido?
—Nada. Iré con ella.
Jason tomó camino hacia su prometida, siendo consciente de que ella
huía de forma evidente, convirtiéndose rápidamente en el entretenimiento
de la velada. El conde no podía creer lo fácil que le resultaba a Daira
incluirse efectivamente en cualquier circulo social, entablando largas
conversaciones, logrando frenar el avance de su prometido, quien buscaba
evitar preguntas incómodas o indiscretas.
Ella sabía que no podría escapar por siempre, así que no se sorprendió
cuando de un momento a otro Jason logró tomarla del brazo con
determinación, arrastrándola con una sonrisa fingida hasta sacarla a un
balcón alejado y solitario, ideal para la discusión que tomaría lugar entre la
pareja.
—¿Qué? —ella apartó su brazo con desdén.
—¿Quieres hacernos el hazmerreír de la velada? —la recorrió con la
mirada—. Desista en su empresa de escapar, se suponía que esta noche
estaríamos fingiendo que había algo más que sólo frialdad, estás haciendo
evidente que no nos soportamos.
—Lo lamento mi lord, no tenía idea que no me soportaba.
—Cada vez menos —admitió—. Ahora, no me importa tu vida, fue un
error preguntarte sobre ella. ¡Maldición! Me importa una mierda si naciste
de una vaca o si tu madre era una puta, lo que quiero es que este
matrimonio sea creíble para toda esta bola de idiotas.
Se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca, tenía una
sensación desagradable en su lengua, como si acabara de comer algo
sumamente amargo. Jason jamás era grosero, mucho menos con una mujer
que estaba cortejando, pero Daira logró hacerlo perder el control, tiró abajo
su fachada alegre, amable y siempre contenida. Estaba claro que la había
ofendido, quiso disculparse, pero la mirada de Daira se lo impidió. No
parecía querer llorar, todo lo contrario, si no se equivocaba, lo que quería
era asesinarlo.
Jason pensó que le gritaría, que lo golpearía, pero cuando ella habló, su
voz era calma, controlada, incluso parecía cargada de lástima. Eso lo dejaba
en ridículo. Sin embargo, su mirada seguía plagada de furia, sus ojos
podrían arrasar con el valor de cualquier hombre, y aquello demostraba lo
capacitada que estaba para dominar sus emociones. Eso la convertía en una
persona sumamente peligrosa.
—Se dice un caballero, pero no se limitó a insultar a todo un conjunto de
mujeres con esas palabras —dijo en un tono de superioridad—. No me
importaría haber nacido de una “puta” como usted dice, seguro que aun así
sería mejor que usted.
—Yo jamás… —Jason aprontó la quijada—. ¡Maldición! ¡Jamás he
menospreciado a nadie! No sé por qué dije eso, pero no es lo que pienso —
negó y caminó de un lado a otro—. ¡Es usted! ¡Me saca de quicio! ¡Me
vuelve loco y me llevó al extremo de ser grosero!
—¿Yo? —se indignó—. Apenas he dicho palabra desde que me jaloneó
hasta este lugar.
—De acuerdo, lo mejor será guardar silencio, cuando ninguno habla las
cosas van bien; hasta me parecía ligeramente atractiva.
—¡Oh, gracias! —se llevó las manos al pecho en un total melodrama—.
¡No sabe qué halagada me siento!
—¡Basta! —levantó ambas manos—. Basta, no podemos seguir
discutiendo, la gente se dará cuenta.
La mujer dejó salir un bufido y se cruzó de brazos, ocultando de esa
forma que temblaba de rabia.
—Es usted un monstruo con cara de cordero, se esconde efectivamente
del mundo, pero le digo algo —se acercó hasta poder golpear el pecho
masculino con la punta de uno de sus dedos—. Puedo ver lo podrido que
está por dentro, ahí no hay nada rescatable, es una linda portada que no
contiene más que basura en su interior.
—¿En serio? —le tomó la muñeca para que dejara de picotearlo— ¿Qué
hay de usted? Es toda belleza y elegancia, pero detrás de la linda portada no
hay más que amargura y una personalidad asquerosa. Estoy seguro que si
no se casa conmigo, no lo hará con nadie, sólo un loco le haría una
propuesta sin ser por conveniencia.
El corazón de Daira se estrujó con fuerza y sus facciones cedieron ante el
dolor de su interior. Él parecía arrepentido por sus palabras, pero no decía
nada para remediarlas. Pasado el segundo de debilidad, apartó su mano de
la de él de golpe y lo miró intensamente, incluso su nariz temblaba al tratar
de contener su rabia.
—¡Es usted un grosero! ¡Un maldito y un malvado! —apretó sus puños
mientras hablaba—. ¿Cómo puede decirme esas cosas cuando no he sido
más que amable y comprensiva?
—¿Es que yo no he hecho lo mismo? —la miró enfurecido—. ¿Debo
permitir que me diga lo que quiera porque es mujer?
—¿He de recordarle que usted fue el que empezó a insultar?
Jason se quedó callado momentáneamente al recordar que, de hecho,
había sido él quien insultó primero a la mujer, pero fue gracias a que ella se
colocó en esa postura orgullosa y dominante que lo obligó a perseguirla
como un idiota por todo el salón.
—¡Por Dios! —Jason se alejó de ella cuando notó que estaban demasiado
cerca—. ¡Esto es una locura! Me será imposible soportar estos arrebatos por
el resto de mi vida.
—Por favor —la mujer chasqueó la lengua con vanidad—. Lo puedo
hacer tragarse esas palabras en menos de dos minutos.
—¿Qué demonios quieres decir con…?
Antes de que Jason pudiera terminar la frase, Daira se adelantó con
seguridad hacia él, tomándolo por las solapas del traje para atraerlo hasta
sus labios entreabiertos, comenzando con un beso suave que aumentaba
progresivamente en intensidad y efervescencia, llegando al punto en el que
el cuerpo entero del conde se estremeció ante la caricia que no parecía
provenir de una joven impoluta.
Daira era capaz de provocar en los varones toda clase de sensaciones con
una mirada ligeramente provocativa, por lo que sus labios resultaban lo más
parecido a un veneno peligroso que podía dejar sin voluntad a quien los
tocara. Sólo hasta esos momentos Jason comprendió que su prometida no
necesitó de palabras para ponerlo en su lugar, ese beso era más que
suficiente para dejarlo mal parado.
Daira no se conformó con sentir que su prometido casi se arrodillaba ante
la caricia, quería hacerlo sufrir más, así que se acercó hasta abrazarse a él,
acariciando sus hombros, enredando sus dedos en la cabellera rubia,
provocando que se entusiasmara aún más contra sus labios. Sentía sus
manos desesperadas vagando desde lo alto de su espalda hasta sus caderas,
buscando acercarla más, abrazándola con ímpetu que le sacaba gemidos que
daban indicio que el hombre estaba perdiendo la razón por la necesidad de
sentir cada parte de su cuerpo contra el suyo.
La joven sonrió victoriosa.
Fue hasta el momento en el que su prometido estaba rozando la línea del
goce y se encontraba completamente a su merced cuando la joven se alejó,
provocando un escandaloso sonido de separación. Jason se mostró
confundido y buscó los labios de su prometida, pero ella se retiró aún más,
esta vez dando unos pasos hacia atrás, con el rostro pálido imperturbable y
sin una emoción en su mirar.
—¿Lo ve? —sonrió triunfal, notando el deseo en la mirada del hombre
que mantenía alejado de ella—. Cualquier hombre quisiera tenerme a su
lado y la única que lo impide soy yo. Así que no dé por sentado nada, mi
lord, le aseguro que seguiré siendo asediada y más de algún loco se
arrastraría a mis pies con tal de que lo besara de la forma en la que acabo de
besarlo a usted.
Ella sonrió de lado, recorriendo con su mirada satisfecha el rostro
encantado del hombre que no hacía más que tratar de modular el deseo que
lo arrastraba en dirección al cuerpo vanidoso de la mujer que se alejaba
dando pasos jactanciosos hacia atrás.
—¡Maldición! —se quejó cuando la vio desaparecer—. Me va a matar, sé
que lo hará.
Capítulo 17

Aquella boda no era más que una formalidad insignificante para la


nueva pareja. No fue una gran recepción, tan sólo la familia cercana de
Jason, y Pridwen por el lado de la novia. No se hizo un gran espaviento,
únicamente fue una cena en la cual se profesó la calidez y aceptación de los
Bermont y en la cual Daira sintió un especial afecto por su suegro,
considerándolo un santo por aguantar a una mujer como lo era la marquesa,
quien desde el primer momento se encargó de vigilar los movimientos de su
futura nuera y por la cual estaban metidos en el lio de vivir en la mansión
Kent junto con ellos.
Del beso que compartieron en el balcón no se volvió a hablar, tampoco
de la familia de Daira. Los condes no habían hecho acto de presencia en
ninguna velada, pero se podía considerar lo adecuado debido a que apenas
tenían unas semanas de matrimonio y lo usual era dejarlos tranquilos y,
aunque muchos esperaban un viaje de bodas, ambos negaron todas las
sugerencias hechas por los primos y decidieron afrontar la realidad de sus
vidas desde el primer momento.
En ese punto, ambos estaban acostumbrados a estar cerca del otro,
dormían en habitaciones conectadas pero la puerta entre ellas jamás se
abría, esporádicamente se encontraban en el baño que compartían las
habitaciones y era el lugar donde se tenían las conversaciones más largas,
normalmente basadas en Jackson, invitaciones a veladas o ajustes de la
farsa, para nada más.
Esa noche Daira estaba tomando un baño cuando Jason entró sin tocar.
Por unos segundos ella se mostró ofuscada, pero al estar detrás de un
biombo que apenas y permitía ver algo además del hermoso decorado de
flores, se relajó y prosiguió con su hacer.
—Deberías llevarte mejor con mi madre —recomendó Jason, quien se
cambiaba en el baño que también ocupaba su esposa—. Si ella llega a
descubrir la índole de nuestro matrimonio, es capaz de ir a terminarlo por
sus propios medios.
—Es ella quién se muestra de lo más intransigente.
—Podría decir lo mismo de ti —Jason lavó sus brazos y rostro en el
palanganero con agua tibia—. ¿Tienes el jabón ahí dentro?
—Sí —ella se arrastró por un lado de la tina y extendió su mano fuera del
biombo con la barra dispuesta para él—. Además, quiere meterse en todo lo
que hago.
Tocar la mano húmeda y cálida de su esposa mandó un profundo
escalofrío a lo largo del cuerpo de Jason, aunque para ese momento, tenía
identificado el impulso de llevársela a la cama y sabía controlarlo. Daira era
una mujer tentativa, lo dejó en claro aquella noche en casa de los Hamilton,
pero nada más, no pasaba de ser una mujer hermosa y de cuerpo exquisito,
podría ser vista como conquista de una noche. Sin embargo, al ser su
esposa, todo aquel delirio se complicaba, no quería hijos de ella, ni siquiera
quería intimar o acercarse demasiado emocionalmente, ese había sido el
trato.
—Intenta enseñarte, ella piensa que no eres una noble y cree que no
podrás entrar en sociedad.
—Siendo sólo una dama de compañía lo he hecho perfectamente.
—Las personas te odian —simplificó.
—Qué fácil es hablar —rodó los ojos—. Ellas me odian porque piensan
que me meteré en la cama de sus esposos y ellos lo hacen porque no
permito que siquiera me hablen. ¿Me pasarías una toalla?
Jason tomó la tela y se la tendió sin prestar demasiada atención.
—Sea como sea, tienes que ganarte a la sociedad —se colocó la ropa de
dormir—, empezando por mi madre.
—A tu padre le caigo bien.
—A mi padre le cae bien todo el mundo.
—¿No te es suficiente?
—¿Te lo estaría diciendo si lo fuera?
—Bien —ella salió detrás del biombo con la tela enredada en su cuerpo
de marfil, escurriendo gotas de agua que mojaban el suelo—. Lo intentaré si
es lo que quieres.
—Es lo que pido. —Jason miró hacia los pies de la mujer,
encontrándolos igual de perfectos que el resto de su cuerpo—. Ponte
zapatillas, resbalarás.
Ella rodó los ojos y fue hacia el espejo empañado del baño, mirando su
rostro pálido y cabello enredado.
—¿Has pedido que cambien a Jack para dormir?
—No puedes seguirlo durmiendo contigo —Jason se volvió hacia ella—.
El niño tiene que aprender a estar en su habitación.
—Tiene cuatro años —lo miró a través del espejo—. Si quiere dormir
conmigo, dejaré que lo haga, apenas comienza a tenerme confianza, no le
quitaré el entusiasmo.
—¿Ya habla más contigo?
—Sí, me ha contado algunas cosas divertidas que le gusta hacer.
—Espero que lo estés ayudando a comunicárselo a los demás y no
únicamente a ti —elevó una ceja.
—Es un niño que necesita de cariño —lo encaró—, confianza y que le
tengan un poco de fe, eventualmente hablará con los demás.
—Le tengo fe, es mi hijo.
—No, duda que sea capaz de dirigir el imperio que le será heredado, lo
veo en sus ojos y Jack también lo nota.
—Como has dicho tú misma —se acercó a ella al punto de rozar sus
narices y elevó una ceja sardónica—. Tiene cuatro años.
—Eso no quita el problema —lo apartó—, no confía en él.
—¡Mi hijo no habla, Daira! —le gritó de pronto—. Claro que tengo
miedo de que no pueda desenvolverse.
La joven apretó los labios y los puños al mismo tiempo.
—Si habla —dijo con voz queda—, pero tiene tanto miedo a equivocarse
que debe hacerlo a base de susurros y con personas que él piensa que no lo
van a juzgar.
—No sé qué insinúas —la apuntó—. Amo a mi hijo.
—Entonces demuéstrelo, no sólo abrazándolo y besándolo, sino dándole
ánimos, presentándolo ante sus colegas y sintiéndose orgulloso de lo que es,
tenga fe en él. —El hombre negó fastidiado y se quitó la camisa de dormir
—. ¿Qué hace?
—¿Qué parece?
Ella arrastró su mirada por el cuerpo tentativo de su marido.
—¿De nuevo irá a ver a una mujer? —inquirió despectiva.
—A lo que sé, nadie te ha molestado con ello, lo cual quiere decir que
estoy siendo cuidadoso como para no avergonzarte, ¿no es así?
Jason salió del baño y fue a colocarse una camisa limpia, a sabiendas que
ella lo seguiría hasta ahí para seguirlo amonestando.
—El hecho de que no me lo digan no quiere decir que los rumores no
estén ahí. Todo Londres lo sabe y se burla a mis espaldas.
—¿Es que te molesta? —sonrió sin volverse hacia ella.
—Es humillante.
—Pensé que sabías en lo que te estabas metiendo, hiciste todo para quitar
la máscara que quise poner ante ti, este soy yo en realidad.
—No lo creo —lo recorrió con una mirada llena de tristeza—. Es otra de
sus fachadas. Esta es para herirme. Pero con esto no sólo da a entender que
me odia, sino que daña su imagen y la de su propio hijo.
—Tonterías. Nos vemos mañana.
Los labios de Daira se cerraron suavemente al verlo marchar. Dejó salir
un suspiro y fue a su habitación a terminar de cambiarse y posiblemente a
dejar que el pequeño Jack le desenredara el cabello, como gustase hacerlo
desde hace tiempo.
Por su parte, Jason bajaba las escaleras de la casa de forma estrepitosa,
importándole poco ser escuchado por los sirvientes o sus padres. Fueron los
últimos los que se tomaron la molestia de salir a su encuentro, tratando de
detenerlo.
—Hijo —su padre lo tomó de los hombros—. ¿Qué es lo que te propones
con esto? Tu matrimonio acaba de comenzar.
—Relájate padre, no hay nada por lo que preocuparse, ahora, si me
disculpas, tengo una cita importante que atender.
—¿A estas horas? —Marinett levantó una ceja inquisidora—. Tu mujer
estará esperándote junto con el pequeño Jack.
—Ya le he informado que tendré que salir, y si me permiten decirlo, me
ha hecho menos problemas que ustedes dos.
—Es tan sólo una niña a comparación, Jason —se interpuso nuevamente
su padre—. No deberías lastimarla de esta manera.
—Te aseguro que es tan dura como un pedazo de mármol. —El hombre
sonrió ante la comparativa, puesto que Daira tenía aquella apariencia de un
vanidoso ídolo romano—. Si me disculpan.
—Hijo…
Marinett se quedó con la mano abierta al no alcanzar a retenerlo. Jason
salió de la casa y tomó el coche que lo estaba esperando desde hacía un
buen tiempo. La madre de aquel muchacho se volvió hacia su marido con la
preocupación marcada en las arrugas de su rostro.
—Lo sé, cariño —James acogió a su esposa—, pero nada podemos hacer,
es su vida y si lo presionamos demasiado, los llevará lejos, donde ni
siquiera podremos ver a nuestro nieto y cuidar de esa pobre chiquilla que
tiene por esposa.
—Es una mujer testaruda —negó Marinett—. Tiene un carácter fuerte,
sabe controlar sus emociones, pero algo me dice que no le interesa lo que
haga Jason. Nunca la he visto entristecida, molesta o siquiera avergonzada
por lo que hace nuestro hijo.
—Quizá sea su forma de afrontar la situación.
—Oh, James, sabes bien que ellos jamás actuaron enamorados, dudo
mucho que siquiera consumaran el matrimonio.
El marqués dejó salir un suspiro cansado y llevó una mano a su cabello
rubio, mostrando su desesperación al no poder hacer nada.
—Esperemos que tenga el carácter suficiente como para controlar a Jason
—finalizó el padre—. Es lo único a lo que podemos aspirar.

El viento helado de la noche de Londres provocaba el sonrojo en las
mejillas y las narices de los hombres que, con manos enguantadas y dentro
de los bolsillos de sus gruesas gabardinas, daban largas zancadas hacia el
conocido club de Athenaeum. Era un centro de reunión para caballeros,
donde Jason había quedado de verse con algunos de sus amigos y primos.
—Te habrás enterado ya Jason —le golpearon de pronto el hombro con
una fuerza que le era conocida.
—Héctor —dijo el mayor con desgana, alejándose de los golpes—. ¿De
qué se supone que me he enterado?
—De que no tienes amante por el momento, bueno, me refiero a que no
podrás verla por mucho tiempo.
—¿Acaso comparto cama contigo? —soslayó la mirada—. Y no sé si lo
recuerdas, pero me he casado.
—¡Esa boda es una fachada! —sonrió el menor—. A la que me refiero es
a lady Melbrook, obviamente.
Jason apenas le prestaba atención.
—Mm-hm. Ya veo.
—Deja de ignorarme, te lo digo para que no cometas la estupidez de
colarte en la casa. El conde está presente en Londres y se dice que no piensa
marcharse en mucho tiempo. —Informó sonriente.
—Vale, lo tomaré en cuenta, gracias Héctor.
—¿Es que piensas cambiar de amante prontamente?
—Si no lo sabías, hace meses que no me acuesto con lady Melbrook, eso
acabó mucho antes de que su marido volviera.
—Bueno, sin mencionar que ahora tienes una buena distracción —sonrió
el menor—. Tu nueva esposa es malditamente hermosa, tiene una carita
tan… y unos pechos que son… ¡Y ese trasero!
—Si has dejado de imaginar que te acuestas con mi esposa, podemos
pasar al club, hace un frío del demonio y quisiera sentarme —Jason
acomodó su gabardina y siguió con su camino.
—Estás de mal humor, ¿Es que acaso la princesita no funciona como
debe hacerlo? ¿Es mojigata? Las mojigatas son las mejores.
—Cállate Héctor.
—Te molesta… ¡Ajá! ¿entonces es mejor de lo que pensaste?
—Daré el tema por terminado, ¿por qué no mejor nos enfocamos en las
mujeres en las que tú tienes interés? Dime ¿hay un nuevo hijo al cual deba
incluir en la contabilidad?
—No por el momento, pese a mi riqueza, quiero comenzar a ahorrar, con
las mujeres que mantengo me es suficiente de momento. Gracias a Dios que
no han vuelto a salir preñadas, es una lástima que Nadia perdiera al otro
niño.
—Deberías aprender a mantener los pantalones en su lugar.
—¿Qué te digo? —dijo simplón—. Soy hombre y tengo mis necesidades
enlistadas por orden.
—¿El sexo en primer lugar?
—Y en segundo y tercero —asintió—. ¿Hacia dónde vas? ¿Irás al club
con el resto o te desviarás a la casa de citas de Macarena?
—No tengo tiempo para tonterías y ahora que sé que estarás en el club,
he perdido apetito por acompañarlos —sonrió Jason.
—¡Vamos! Te dije que lady Melbrook está ocupada con su marido —dijo
malicioso—. A lo que sé, tú tampoco puedes estar mucho tiempo sin mujer
que caliente tu cama y ya que no te llama la atención con la que te has
casado…
—La respuesta sigue siendo negativa Héctor, iré a otro sitio.
—Vamos, Jason, irán Terry, Adrien y creo que hasta Matteo, Archie y
Publio. Todos acudirán a Athenaeum esta noche.
—Me sorprende que lo sepas, pensé que tú estarías con Macarena.
—Resulta que prefiero estar con ustedes esta noche.
Jason no se mostraba del todo persuadido, pero asintió más para quitarse
a su hermano de encima que por otra razón. Héctor tomo eso como un signo
de aceptación y le pasó un brazo alrededor de los hombros con alegría, en
esos tiempos era difícil hacer que Jason hiciera algo de lo que no estaba
convencido.
Ambos tuvieron que esperar frente al club en la calle Pall Mall número
107, para ese momento, el hombre que resguardaba la puerta los había
reconocido y los miraba ansioso para déjalos pasar, pero los hermanos
preferían esperar al resto de sus primos antes de tomar mesa y dejarse llevar
por la charla de la gente importante que habría en el interior de aquel
reconocido lugar.
De hecho, estaban bastante cómodos fumando un puro de excelente
calidad, cuando de pronto un caballero se les acercó con una sonrisa de
reconocimiento. Jason frunció el ceño, pero se irguió para la inminente
llegada de aquel imponente hombre.
—Supongo que es Jason Seymour.
—Lo soy —aceptó el apretón de manos—. Me temo que no lo recuerdo,
señor, he de pedir con vergüenza que me repita su nombre.
—Por supuesto que no me recuerdas, si eras apenas un muchacho cuando
te conocí junto a tu padre, tendrías apenas doce años. —Jason no agregó
nada más y siguió esperando el nombre del sujeto—. Soy el vizconde de
Darring lord Jonan Valcop.
Jason agradeció el estar fumando para poder esconder su sorpresa detrás
de una larga calada a su cigarro. No recordaba haber conocido a ese
hombre, pero reconocía el nombre de ese viejo; era famoso por ser un
sádico y un transgresor forastero que solía pasar largas temporadas en
Inglaterra, atormentando mujeres y buscando alguna desafortunada que se
viera tentada por la cuantiosa fortuna que acompañaba a ese hombre ya
envejecido, pero con un cuerpo fuerte e imponente, mirada brillante y
cargada de lascivia que conjugaban con sus labios partidos, resecos por la
saliva que solía utilizar para humedecerlos después de ver a una mujer
hermosa que fuera dueña de sus deseos carnales momentáneos.
Había estado casado en varias ocasiones. El viejo Valcop las golpeaba,
amarraba y torturaba tanto en el acto amoroso, como fuera de él. Esas
pobres chicas solían morir de causas desconocidas, haciendo viudo una y
otra vez a ese hombre asombrosamente deseado por algunas madres
desesperadas.
Estaba claro que las féminas tenían una aversión por su persona, pero
entre los caballeros se tenía la clara opinión de tolerar su presencia debido a
sus excelentes conexiones y negocios.
—Claro, es un placer recordarlo, ha de disculpar la memoria de un niño,
señor, no volverá a pasar.
—Sé bien que no.
La voz de aquel hombre parecía afable, pero algo en su mirada le hacía
comprender a Jason que era más una amenaza.
—Bien, con su permiso vizconde, he de marcharme.
—¿Es que ha llegado su compañía? —el hombre miró a sus lados,
observando únicamente al hermano de Jason, quien se había alejado de
ellos con un rostro de claro repudio.
—Mis primos vienen en camino y seguro que esperarán que tengamos
una mesa a su disposición si hemos llegado antes.
—Por supuesto, ya que he venido solo, espero que no le importune que
los acompañe por unos momentos.
Le hubiera gustado negarse, pero sabía que tenían negocios en común y
no deseaba afectar su relación por una descortesía, así que se vio en la
necesidad de aceptar la inoportuna proposición.
—Sería un honor, señor, sea bienvenido.
Para un hombre de la edad de lord Valcop, esos chicos eran tan
transparentes como un vaso de cristal. Era claro que les desagradaba su
presencia, sobre todo al menor de los Seymour, quien al momento de
reconocer su nombre hizo una mueca y se alejó.
Sin embargo, era de vital importancia conocer al hombre que había
robado a la más hermosa de sus joyas, aquella con la que soñó y a la que
deseó desde el momento en el que su hermano se la propuso como su futura
esposa. Estaba por demás decir que dedicó cuerpo y alma en encontrarla y
cuando lo logró, se llevó la terrible sorpresa de que se había casado con un
respetado noble de Londres, siendo aún más importante y acaudalado de lo
que él jamás llegaría a ser. Para colmo de sus males, al ver de frente a lord
Seymour, no le pareció una sorpresa el ser desplazado en los afectos de la
beldad que fuese su prometida, puesto que ese era un joven apuesto, amable
y rico al que seguro las damas perseguían antes de que tomara mujer.
En más de una ocasión lord Valcop trató de interceptarlo, pero resultaba
ser que el muchacho estaba siempre en compañía de su padre o de alguna
otra personalidad importante que logró postergar esa conversación hasta ese
día y siendo una mera casualidad.
Tomaron asiento en una mesa alargada, dispuesta para muchos
comensales. El señor Valcop se volvió hacia el joven Seymour y sonrió,
viéndolo conservar la calma, aunque era notorio que le incomodaba su
presencia. Eso era bueno, al menos se avergonzaba de tomar a la mujer
destinada a otro, quizá eso significaba que no era algo que hiciera con
naturalidad, al menos esperaba que esa desvergonzada le hubiese hablado
de su anterior compromiso.
—He de felicitarlo Seymour —aquello atrajo la mirada de ambos
hombres que portaban el mismo apellido—, me he enterado que
recientemente se ha vuelto a casar.
Héctor se desentendió de la plática al notar que no tenían asuntos con él y
pidió que le trajesen algo de beber. Debía pasar el trago amargo de ver a ese
hombre y la mejor manera era embriagarse.
—Así es, me he casado hace poco y agradezco sus felicitaciones —
asintió escuetamente, deseando cambiar el tema de su mujer al notar el
brillo en la mirada del vizconde.
—Me alegra que decidiera continuar con su vida —asintió, ordenando un
coñac—. Dime muchacho, ¿Qué edad tienes ahora?
—Veintiocho.
—Vaya, ya eres mayor en verdad, por lo que sé, tu esposa es mucho más
joven, ¿es eso verdad?
—Me considero en medio de mi pubertad —bromeó y empinó su propio
licor de un trago—. Pero tiene razón, mi esposa es más joven.
—Aunque tampoco eres mayor —aceptó—. Supongo que tener a una
mujer menor es beneficio de los afortunados, como lo somos nosotros,
incluso si ya antes hemos estado casados. De hecho, eso importa poco y le
aseguro que cada vez se consiguen menores.
Jason se puso muy serio, quizá mucho más taciturno de lo que nadie lo
vería si no se mencionaba el tema que lord Valcop había tocado de forma
tan osada y despreocupada a la vez.
—No era mi plan principal, eso lo aseguro. —Lo miró con advertencia
—. Soy hombre que no piensa en futuros fatídicos.
El señor Valcop dejó salir una potente carcajada y golpeó la mesa con
estruendo, llamando la atención de los caballeros sentados a sus
alrededores, quienes iban con la intensión de conversar de forma racional y
no con aquellos desplantes de locura y charlatanería.
—Me imagino que así es.
Jason miró con desagrado al vizconde, quien parecía satisfecho al verlo
importunado. Estaba claro que al joven heredero le molestaba la pedantería
y el desmedido anhelo por llamar la atención. Por lo tanto, lo irritaban los
golpes o gritos al hablar o gesticular.
—Supongo que hay algo en concreto que desea decirme, lord Valcop,
¿por qué no vamos a ello de una vez?
Para Jason resultaba imprescindible deshacerse de él, su presencia
comenzaba a fastidiarlo, sobre todo al notar que el caballero en cuestión
tenía una fascinación por el tema de su nueva mujer.
—Ya que parece tener tanta prisa en deshacerse de mí lord Seymour,
expondré mi desconcierto por no recibir sus disculpas.
—¿Disculpas? —Héctor volvió su atención al hombre—. ¿Por qué mi
hermano le debería una disculpa a un hombre como usted?
—Es lo que se debe hacer cuando se toma una mujer ajena.
Un pesado silencio se instaló en la mesa y casi al mismo tiempo una fiera
batalla de intensas miradas tomó lugar. El aire se volvió brumoso, casi
irrespirable, la tensión en el cuerpo de ambos caballeros provocaba un
ambiente hostil y desagradable, dando indicio de que cualquier movimiento
desembocaría en una pelea.
—¿De qué habla? —la voz de Jason era pausada y amenazadora.
—¿Es que ella no se lo dijo?
—Hable de una buena vez —dijo Héctor—. ¿Le ha hecho algo?
—Creo que su hermano lo puede decir mejor que yo —sonrió lord
Valcop conociendo de antemano los rumores sobre la pareja.
—Mi mujer no tiene defecto alguno —dijo seguro, inclinándose sobre la
mesa—. No veo a qué se pueda referir.
El señor Valcop apretó los puños sobre la mesa y lo miró con rabia
contenida en sus enrojecidos ojos, posiblemente por la bebida que ya desde
hacía rato venía ingiriendo o por algún otro alucinógeno.
—¡Melbrook me la prometió a mí!
Al hablar, el hombre escupía, pero Jason no se movió de su lugar.
—Lástima.
—No crea que me sorprende, lord Seymour, podrá tener dinero, pero yo
también lo tengo y no concibo que alguien se me adelante con una mujer
que considero mía —amenazó—. Esa muchacha tenía que ser mía y seguiré
pensando eso al final de mis días.
—¿Es acaso que desea retarme a duelo? —La burla de Jason era notoria
—. Tal parece que habla sin sentido, ¿por qué razón? ¿Por casarme con una
mujer que me aceptó al igual que su hermano? —se puso en pie,
acercándose a él con una peligrosa mirada—. Si ha de quejarse con alguien,
hable entonces con lord Melbrook y por lo referente a mi esposa, le pido
que se mantenga alejado de ella.
El vizconde lo miró por un prolongado momento, meditando si era
necesario recurrir a las armas en esos momentos y en ese lugar, pero al ver
la llegada de los caballeros con destino a esa misma mesa, decidió que no
era la mejor forma de vengarse de ese maldito. Se puso en pie, empinó el
vino que sobraba en su vaso y aventó unas monedas que brincaron por la
mesa hasta caer tintineando.
—No acepto amenazas de alguien que ni siquiera la aprecia como se
debe. Le aconsejo que se quite de en medio y me la devuelva.
—No podría hacer algo así cuando es más que obvio que esa mujer es mi
esposa ahora —sonrió con suficiencia—, una que no tuvo la necesidad de
escapar a la hora de hacer el compromiso.
—Quizá no huyó en ese momento —el vizconde enderezó su cuerpo,
alejándose de la mesa donde había estado apoyado para amenazar a su rival
—, pero ahora podría hacerlo, la gente habla condesito y habla muy mal, la
terminará hartando.
—La diferencia aquí, es que ella es mía —Jason sonrió para sus adentros,
si alguna de sus primas lo escuchaba, seguro lo golpearía por decir algo así
—. Y lo será hasta el final de sus días.
—Siga así de confiado, puede que me ayude para cavar su tumba.
Jason vio marchar a lord Valcop en medio de un flujo de pensamientos.
Percibía las miradas sobre él, pero ninguno de sus primos se atrevió a
interrumpir sus meditaciones, permitiéndole llegar a la conclusión de que se
adelantó al pensar que el conde se interesaba por su hermana. Nadie en su
sano juicio aceptaría por marido para un ser querido a un hombre como lord
Valcop.
Ahora encontraba con sentido el que Daira huyera de casa, la idea de
casarse con un hombre como aquel debía ser suficiente para que una mujer
sintiera terror. No era un secreto las tendencias de ese hombre, el sufrir de
las mujeres, los gritos que se hacían oír y las misteriosas muertes. Su mujer
fue valiente al escapar de ello.
—No me digas —dijo Adrien—. ¿Te ha retado a duelo?
—¿Por qué razón lo haría? —dijo Publio, bebiendo de su vaso.
—¿A qué ha venido entonces? —frunció el ceño Terry.
—Creo que desea a Daira —contestó asqueado—. Tal parece que el
conde Melbrook la había prometido en matrimonio con él.
—Vaya. —Bufó Héctor y negó con rotundidad—. Eso es deplorable,
nadie debería estar cerca de esa alimaña.
—Seguro que por esa razón se ocultó por tanto tiempo, huir de su casa
fue la mejor opción —dijo Archie.
—Ella no me lo dijo, pero estoy de acuerdo con Archie —Jason empinó
otro trago—. Aunque siendo sincero, me gustaría que ese bastardo me
hubiera retado a duelo para matarlo de una buena vez.
—El vizconde Valcop es un reconocido cobarde —informó Adrien—.
Jamás se atrevería a retarte Jason, pero no por eso estará fuera de tu vista,
seguro trae algo entre manos.
—No me extrañaría que fuera tras tu esposa —advirtió Archivald—. Aún
más si dices que muestra obsesión con ella.
—Pienso igual, deberías cuidar más a tu esposa —Adrien reprochó con la
mirada—. Está sola demasiado tiempo y seguro que, en cuanto sepa que ese
hombre regresó, querrá correr de nuevo.
—Como sea, he dejado las cosas claras con él —aseguró Jason,
levantando la mano para llamar al mesero—. ¿Vamos a comer algo?
Los primos se miraron entre sí y siguieron la conversación.
—¿Por qué haces esto? —argumentó Terry—. Está claro que no has
traicionado a tu mujer desde que te casaste, pero parece que quieres que
todo el mundo piense que lo haces.
—Es una mujer agraciada para tener hijos, seguro serán partos
verdaderamente sencillos —apuntó Publio, mirando el menú.
—Tiene unas curvas encantadoras —se incluyó Adrien—. Tentadora a
desnudarla con una mirada.
—Lo que en verdad queremos decir —irrumpió Archie—, es que es una
mujer agradable, dulce y hermosa que además quiere a tu hijo, ¿Te es tan
difícil darle una oportunidad?
—Me regañas porque digo que es hermosa y luego tú dices que es
hermosa —se quejó Adrien.
—Es verdad Jason, además, ni siquiera le has dado una oportunidad, la
dejas sola todo el tiempo —incriminó Héctor.
Las miradas de sus primos se fijaron en el rubio que los miraba sin
prestar demasiada atención a las palabras y consejos que le daban.
—Sé lo que hacen y no funciona. —Advirtió Jason y decidió mentir—:
somos una pareja, si es lo que temen, ella sabe lo que hago y yo sé lo que
hace, no necesitamos más. Ahora, como han dicho, no la engaño y el hecho
de que existan rumores no es mi problema.
—¿No te das cuenta que podrías lastimarla? —Héctor frunció el ceño—.
Ella merece más que eso, no puedes vivir abrazado a un fantasma,
ignorando lo bueno que te pasa.
—No vivo en ningún pasado Héctor —replicó Jason—. Y si tan
interesado estás en hacerla menos miserable, bien puedes ser su amigo, en
casa tú también la ignoras.
—Agh —suspiró Adrien—. Quizá sea mejor para ella sentir ese rechazo,
así no se hará ilusiones con este bastardo y hará su vida de la mejor forma.
Quién sabe y sea ella quien busque un amante.
Los primos sonrieron ante la mirada sorprendida de Jason y decidieron
cambiar de tema, sabían que, si presionaban en demasía, él simplemente se
pondría de pie y se marcharía. Al fin habían conseguido que saliera con
ellos nuevamente sin estar Lucca presente, quien fuera su mejor amigo, así
que no desperdiciarían la oportunidad de ayudarlo mientras el francés
estuviera en su país.
Capítulo 18

Jason se encontraba trabajando en su despacho particular, hacía unos días


que había vuelto de Kent con su padre. Duraron no más de dos semanas
revisando tierras y arrendatarios, entrevistándose con contadores y visitando
las casas de los empleados de uno a uno.
Inspeccionaron los hospitales, mercados, suministros, orfelinatos y
demás instancias importantes, esperando que todo marchase en orden
mientras la familia estaba en la capital. Pese a que Londres era su lugar
predilecto para pasar los días, ni el marqués ni el conde dejaban de lado sus
responsabilidades y solían viajar constantemente hasta el pueblo donde eran
requeridos.
Finalmente había sido un viaje exhaustivo, pero reconfortante al notar
que las propiedades marchaban a la perfección y no habían perdido las
cosechas pese al mal tiempo que azotó Londres en la pasada temporada de
lluvias.
El hombre, cansado de hacer cuentas y revisar papeles, se recostó sobre
su asiento y miró a su alrededor: su despacho era de un tamaño
considerable, había repisas con libros, una chimenea, algunos sofás
orejones y el escritorio lleno de papeles y libros contables que debía revisar.
Suspiró. Apreciaba el silencio mientras duraba, porque si permanecía
mucho tiempo en soledad, la voz… su voz volvía a resonar entre los
escombros de su mente, el corazón se le apretaba y sus entrañas se
carcomían entre sí, ansiando que todo terminara.
Le pasaba por las noches, usualmente lo amortiguaba con el agotamiento
después de estar con una mujer. Con sus gritos de placer y con su propio
goce, le era fácil despegarse de la realidad, al menos por unos momentos,
unos preciosos instantes. Pero ya no era un remedio que pudiese utilizar,
estaba casado y le debía un respeto a la mujer que se empeñaba en cuidar de
su hijo día y noche. Debía aceptar que estaba cansado de llevar una vida tan
vacía, pero, al mismo tiempo, no podía salir de ella, había sido una promesa
que hizo para sí y era fundamental para su salud mental.
Así que fue en busca del único remedio que le quedaba para no perderse
en la desazón de su aceptada soledad: el alcohol almacenado en su licorera.
Se sirvió un vaso y lo empinó, haciendo un gesto por el intenso calor que le
recorrió el esófago con el paso del alcohol y salió del despacho con
intenciones de ir a descansar.
Subió las largas escaleras de la casa y entró a su habitación, aquella que
fuera designada para un matrimonio, puesto que estaba conectada con la
que fuera de su mujer y un baño en común. Solía encontrársela ahí,
desenredando su cabello, cambiándose o dentro de la tina de porcelana.
Daira era pudorosa, pero tampoco le parecía una mojigata, jamás la vio
alterada por escucharlo entrar, no gritaba o se avergonzaba, tan sólo se
tensaba y en muchas ocasiones era culpa de él, puesto que no tardaba en
enfurecerla.
De hecho, lo hacía constantemente, pese a que su carácter fuera más bien
amigable, tierno y bondadoso; con ella procuraba sacar la peor parte de sí,
era como si al verla algo podrido dentro de él tomara el control de su cuerpo
y su mente, obligándolo a lastimarla, insultarla o simplemente ignorarla.
Era aún peor cuando ella lo miraba con lástima, como si fuera a un cachorro
desvalido al cual podía patear con facilidad para sacárselo de encima. Jamás
se mostraba herida, todo lo contrario, lo trataba con tiento y hasta parecía
compadecerlo.
«¡Maldita mujer desesperante!» solía decirse cuando ella salía airosa de
una conversación que él intentó que acabara en discusión.
Lavó con afán sus brazos, cara y torso; cambió sus ropas rápidamente y
abrió la puerta que conectaba con la habitación de su esposa. En esas
cámaras siempre se experimentaba una calidez atosigante, Daira era una
mujer friolenta y solía tener la estufa prendida durante gran parte del día. A
comparación de él, quien prefería el fresco y solía dormir con las ventanas
abiertas pese a que noviembre entró y estacionó su mes con fuertes
ventiscas heladas.
El olor floral era otra de los aditamentos que jamás faltaban en la
habitación de su mujer, incluso en la de él. Daira se inmiscuía con
determinación en poner floreros con arreglos por toda la casa, aquello fuera
una de sus pasiones en conjunto con su canto, el cual se dejaba oír por
todos, menos por él.
Se acercó a la cama, donde un bulto grande se abrazaba a uno pequeño.
Su pobre hijo no paraba de sudar, se había desabrigado y tenía un pie fuera
de la cama, en busca del suelo frío. Estaba claro su incomodidad por el
calor, pero no por ello soltaba el cuerpo perfecto de la mujer que sonreía al
tenerlo prácticamente atado a ella.
El padre negó un par de veces, agachándose para tomar al niño en brazos,
pretendiendo llevarlo a su habitación, donde estaría más cómodo, por no
mencionar que debía comenzar a acostumbrarse a permanecer allá. En
cuanto comenzó a moverlo, Jackson se quejó, abrazándose más al cuerpo
femenino que terminó por despertar, mirando acusador al hombre que se
petrificó ante la fiera mirada azulada, similar a dos océanos embravecidos.
—Lo llevaré a su recámara —dictaminó el hombre.
—No —susurró la mujer, apretando al infante contra ella—. Déjelo aquí,
¿no ve que está dormido?
—Lo estás matando de calor, está sudando horrores.
—Si lo saca al frío mientras está sudando, seguro se enfermará.
—Bien —soltó el pequeño cuerpo y la miró molesto—. Apague la
condenada estufa, parece el infierno aquí.
—Es mi recámara —frunció el ceño.
—Es mi hijo el que se cocina aquí.
—Es usted quien lo deja a mi merced ¿culpa de quién termina siendo? —
Elevó ambas cejas de forma triunfal.
—Bien, es suficiente, lo llevaré a su habitación —Jason tomó a su hijo en
brazos, colocándolo tiernamente sobre su hombro.
La mujer en la cama se puso de pie, develando sus formas femeninas
acentuadas por aquel ligero camisón que portaba. Parecía realmente
molesta, pero no dijo ni una sola palabra, simplemente tomó una cobija a
los pies de la cama y la colocó sobre el cuerpo del pequeño, quien
dormitaba tranquilo en el hombro de su padre.
—Que no le dé aire en la cara, procure que respire dentro de las cobijas
para que no sienta el cambio brusco.
—Sé cuidar de mi propio hijo.
—Al parecer no cuando su orgullo se pone de por medio, con el único
deseo de quererme llevar la contraria, lo aleja de mi lado, cuando es obvio
que está feliz de estar conmigo.
—Quiero que aprenda a estar en su recámara.
—Bien —apretó los labios—. Como quiera. Me adelantaré para prender
la estufa en la habitación de Jack.
—Se llama Jackson y lo llevó ahí para salvarlo de este horno, no para
molestarla a usted.
—A él le gusta que le diga así ¿No lo sabía? —frunció el ceño—. No
pienso repetir de nuevo sobre los cambios de temperatura, tápelo
adecuadamente. Con su permiso, me adelanto.
Ella no tomó zapatillas ni bata, salió con el ligero camisón, el cabello
revuelto y la mirada decidida. Jason negó con fastidio, acomodando a su
hijo sobre su hombro, dándole un beso cariñoso sobre la mata de pelo rubio
que casi le cubría la frente.
—No sé cómo la toleras hijo.
Para cuando llegó a la habitación, su esposa ya tenía encendida la estufa,
la cama estaba dispuesta para que metiera al niño en ella y lo esperaba con
esa mirada encendida, pero siempre contenida, como lo era toda su persona.
Jason encontraba desesperante esa parte de ella, nunca parecía que
estuvieran teniendo una pelea, aparentemente su esposa lo encontraba como
una persona poco capacitada para argumentar en contra de ella, al menos,
de esa forma lo hacía sentir.
El pequeño se quedó tranquilo en su cama, de hecho y muy para molestia
de Daira, se veía mucho más confortable en una habitación menos cálida
que la de ella, se quejaba mucho menos y no se movía de su sitio. La mujer
trató de ignorar en lo posible la sonrisa triunfal de su marido, besó la cabeza
durmiente de Jack y salió de ahí sin dirigirle la mirada al hombre que la
seguía.
—Espera Daira —la llamó quedamente—. Me ha informado mi madre
del concurso de flores al que has decidido entrar.
—¿Hay algún problema con ello? —lo miró—. Muchas damas de
sociedad estarán presentes, no me he rebajado al concursar.
—No he dicho eso.
—Entonces, ¿para qué lo saca a la luz?
—Como tu esposo, lo menos que se espera es que asista, ¿no te parece?
—elevó una ceja—. Debes decirme esta clase de cosas, recuerda que somos
un matrimonio.
—Claro, lo olvido siempre, yo y mis olvidos —rodó los ojos—. Es en
tres semanas, lady Annabella es quien dirige el evento, por lo cual será en la
casa Sutherland.
—Me parece bien, ¿a qué hora exactamente?
—Inicia a las doce, creo recordar.
La joven dio media vuelta y siguió con su camino, tratando de ocultar el
frío que recorría su cuerpo al haber salido de su recámara de una manera tan
despreocupada. Jason sonrió, seguro que la que se enfermaba era ella, pero
habría que ver, todo en esa mujer era fortaleza, quizá ni los virus pudiesen
entrar a ese sistema infalible.
Regresó a su alcoba y abrió la ventana, dejando pasar el aire fresco que lo
reconfortó en seguida. Cambió su atuendo por uno para dormir, quedando
sin camisa, pero con el pantalón de seda pertinente. Fue a sacar una bata al
armario cercano a la puerta que conectaba con la habitación de su mujer,
notando hasta ese momento que ella había deslizado algo por debajo.
Se inclinó y tomó la bonita invitación decorada con flores y un elegante
listón, en el interior informaba sobre la participación de su esposa en el
concurso de flores, así como la fecha y hora del evento. Además, había una
nota hecha del puño y letra de su esposa, pidiendo que asistiera en su
compañía. Jason sonrió. Ahora entendía la forma sarcástica de hablar de su
mujer, ella lo había informado y pensó que la ignoró. Muy en lo personal,
Jason consideraba que no era la mejor forma de mantenerlo al pendiente de
sus necesidades, aunque desde ese momento en adelante, los ojos del
hombre siempre se fijarían en aquella parte de la habitación, esperando a
que su esposa se comunicara con él de esa forma tan peculiar.

A la mañana siguiente, Jason abrió los ojos debido al escandaloso


proceder de su hijo y esposa. A pesar de que Jackson no hablara, se las
arreglaba para volverlos locos: le gustaba dar brincos por doquier, tocar las
puertas, hacer música con las copas y jarrones usando cubiertos para
hacerlos tintinar. Era evidente cuando el niño estaba despierto y era aún
peor cuando Daira le seguía la corriente, puesto que incluso acompañaba
aquel desastre con cantos y tarareos.
—¡Por todos los santos! —Héctor abrió la puerta de su hermano con una
cara de fastidio—. ¡Vamos, haz algo ahora!
—¿Qué quieres que haga? —dijo el mayor, quien mantenía la cabeza
debajo de una almohada.
—¡Cállalos! Ella es tu esposa y él tu hijo, tienes alguna autoridad sobre
esos dos, ¡Ahora! ¡Son las seis de la mañana, por Dios!
—Bien. —Jason se levantó perezoso—. ¿Dónde están?
—¡A saber! ¡Sigue el maldito desastre!
El hombre rubio colocó una bata sobre su torso desnudo y bajó las
escaleras con cara desenfadada, no estaba particularmente molesto, le
gustaba escuchar alegría en su hijo para variar. Sin embargo, su hermano
tenía razón, era temprano como para que toda la casa estuviera en medio de
semejante revolución.
—Señor Coleman —detuvo al elegante mayordomo que se paseaba con
un jarrón roto—. ¿Se puede saber dónde están esos dos?
—Actualmente mudaron su desastre al jardín, mi lord, la señora Daira
insiste en ir a cantarle a las rosas —rodó los ojos—. Siento que cada día
pierde más la cordura, mi lord, en serio.
—Relájese Coleman —Jason le quitó importancia a sabiendas que la
servidumbre estaba en contra de su mujer debido a que desconocían la
naturaleza de nacimiento nobiliario—. Ella está bien.
Aunque Jason lo dudara, tenía que ser él quien la defendiera.
Obedeciendo las indicaciones de su hermano y el mayordomo, siguió las
voces que lentamente lo llevaron hasta su hijo y su mujer. Ambos parecían
poseídos, bailoteaban y cantaban alrededor de un jardín de margaritas, era
obvio que se divertían mientras la voz armoniosa de esa mujer pondría a
bailar incluso a las flores que la escuchaban.
—¡Más alto mamá! —gritó de pronto el niño, impresionando al hombre
que no pudo más que abrir los labios—. ¡Más alto!
—Ayúdame a cantar Jack, mi voz no llegará a todas las plantas que
necesitan de nuestra ayuda para crecer —decía la mujer, tomando las
pequeñas manitas para dar vueltas—. Te sabes la canción, vamos.
El niño asintió y comenzó a cantar a toda voz junto a la mujer que
parecía faltarle el aire debido a que se encargaba de dar vueltas al niño, de
cantar y reír al mismo tiempo. De pronto se derrumbaron sobre el césped,
soltando tales carcajadas que incluso Jason hizo a un lado su preocupación
al verlos caer y sonrió.
—¡Papa! —gritó el niño, soltándose de los brazos de la joven y corriendo
hacia el hombre que lo atrapó en medio de su pequeño salto—. ¿Has venido
a cantar tú también?
—Me temo que no lo hago tan bien como ustedes dos.
Jason volcó su mirada sobre la joven que había quitado la sonrisa y ahora
se ponía de pie con solemnes movimientos hasta quedar erecta, con las
manos cruzadas frente a su cuerpo y un semblante serio, rectado y sin
emociones. Así era siempre que él estaba presente. Aunque estaba
justificada, seguramente recordaba cuando él dio salida de la casa,
dejándola con la desazón de sentir que pasaría la noche en los brazos de
otra mujer, avergonzándola de nuevo.
—Buenos días, mi lord.
Daira tuvo la necesidad de toser un poco y reacomodar su tono de voz, tal
parecía que estaba cayendo enferma.
—En serio que eres dramática Daira —negó Jason con una sonrisa,
acomodando al niño en sus brazos—. Estoy orgulloso de ti Jackson, ¿sabes
por qué? —El pequeño negó con curiosidad—. Porque me di cuenta que
dormiste en tu habitación ayer.
—¡Oh! —el niño se avergonzó, puesto que en realidad no sabía cómo es
que había llegado hasta su recámara—. Yo dormía con…
—Agradece Jack, ha sido todo un logro que no tuvieras pesadillas —
sonrió Daira a sabiendas que sería algo que Jason desconocía.
—¿Has tenido pesadillas, hijo? —El infante asintió un par de veces,
limpiando sus ojos con el dorso de su mano, indicando que volvía a tener
sueño—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Soy valiente —aseguró, mostrándose nervioso.
—Claro, yo lo sé, pero incluso a mí me asustan las pesadillas —aseguró
Jason—. Cuando las tengo, no puedo volver a dormir.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.
—¿Y te vas a dormir con mamá también?
—Bueno hijo, soy algo grande para ir con mi madre, pero…
—Mamá es buena quitando las pesadillas —apuntó a Daira—. Ella canta
y me hace así en la nariz —el pequeño índice se acercó a la recta nariz del
hombre y lo acarició continuamente—. ¿Verdad que funciona? Siempre me
duermo.
—Sí, es un buen truco —aceptó el hombre, mirando a la mujer que
permanecía impasible en medio del jardín de margaritas—. Me gustó oírte
cantar Jack, lo hiciste muy alto esta vez.
—Es que, si no lo hago, no me escucharán todas las flores.
—Es verdad —sonrió Jason, besando la cabeza de su hijo—. ¿Por qué no
vas a lavarte? Dile a la señora Lourdes que te limpie las manos.
—Bueno —se inclinó de hombros, pero no se movió. Miró a la joven y
estiró una mano hacia ella—. ¿Vienes mamá?
Daira dio un paso para alcanzar la mano del pequeño, pero Jason se
interpuso ligeramente.
—Ve hijo, necesito hablar con… con tu mamá.
—Mmm… vale, pero sólo te la presto un ratito.
Ambos esperaron a que el niño llegara con bien hasta la casa y no se
distrajera en el camino, desviándose en una dirección en la cual pudiera
hacerse daño.
—Me sorprende lo mucho que has avanzado con él.
Ella no respondió por un largo tiempo.
—¿Qué ocurre? —lo miró intransigente, con la misma postura en la que
se colocó desde que lo vio—. ¿He hecho algo mal? De otra forma no
entiendo por qué me ha separado de Jackson.
No pudo evitar sentir un poco de vergüenza ante las palabras de su
esposa. Jason debía admitir que siempre que hablaba con ella, las cosas
terminaban en una discusión que normalmente Daira no continuaba.
Pareciese que, con solo verla, algo dentro de él se enervaba y provocaba
una pelea sin sentido y por tonterías.
—Quería agradecerte por lo que haces por mi hijo.
—Creía que ese era el trato inicial.
—Sí, pero te has superado, ahora incluso canta.
—De nada. Ahora si me disculpa…—ella iba a pasar de largo, cuando de
pronto su nariz le picó y tuvo que estornudar no una, sino tres veces—.
¡Agh! ¡Dios!
—Creo que debiste aplicarte el regaño que me diste ayer por querer sacar
a Jackson al frío después de estar en ese infierno. —Jason rebuscó entre sus
ropas, sacando un pañuelo—. Toma.
—Gracias, creo que no debí salir tan temprano el día de hoy.
—Así que te niegas a admitir que fue a causa de anoche —negó el
hombre—, incluso saliste descalza de tu habitación.
—Estoy bien —su voz sonaba ligeramente mormada—. Sólo necesito un
tónico para la cabeza y podré llevar un día normal.
—Así que también te duele la cabeza, es impresionante que estuvieras
bailoteando y cantando hace unos momentos. Aunque ahora entiendo la
razón de que te faltara el aire.
—Si sólo piensa burlarse de mí, entonces me voy, me hace daño estar en
el fresco ¿es que no lo ve?
—Claro que sí —Jason se acercó a ella y rodeó sus hombros, acercándola
al calor de su cuerpo—. Le prestaría mi bata, pero he de decir que duermo
sin camisa y no quiero enfermarme yo también.
—¡N-No hace falta! —dijo nerviosa, tratando de alejarlo.
—No seas remilgosa, vamos, hace un viento espantoso.
La pareja discutió todo el camino hacia la casa, él seguía intentando
protegerla mientras las palmas frías de su mujer se pegaban a su pecho
constantemente cuando trataba de empujarlo. Al final, Daira aceptó la
preocupación de su marido hasta que se internó en el calor de la propiedad,
donde una doncella la esperaba con un abrigo que fuese pedido por su
suegra, quien aguardaba en la entrada con brazos cruzados y una cara
desaprobatoria.
—De verdad muchacha, no tienes remedio alguno —Marinett tomó en
sus manos el abrigo y ayudó a su nuera a colocárselo—. Has hecho lo
pertinente para que Jackson no se enfermara, pero ¿de qué servirá si tú te la
pasas en cama?
—Lo siento, salió corriendo y no me dio tiempo de tomar un abrigo para
mí —se explicó, volviendo a estornudar.
—Será mejor que te recuestes, llamaré al médico.
—Oh, le aseguro que estaré bien para el desayuno.
—¡Tonterías! —negó la madre—. Jason, lleva a esta pobre chica a la
cama, no saldrá de ahí hasta estar totalmente recuperada.
—Pero señora, pensé que quería que la ayudara con las sábanas y ropas
que piensa arreglar antes de donarlas a la beneficencia.
—No sacrificaría tu salud, querida, hay más gente en esta casa —dijo
obvia—. Claro que es un buen incentivo que vean lo mucho que nos
interesa la gente necesitada, pero no tengo porqué torturarte. Anda, obedece
y ve a tu habitación.
Por unos segundos, Daira no se movió, no comprendía lo que su suegra
acababa de decir, ¿la estaba anteponiendo a algo? ¿pensaba que su salud era
más importante que el trabajo que pudiera desempeñar? No lo podía creer,
ella jamás había sido cuidada de esa forma, su madre murió dándola a luz y
lo que ella comprendía como cariño comenzó con su relación de amistad
con Pridwen.
—Vamos Daira, haz caso a mi madre —Jason pasó nuevamente el brazo
por los hombros de la chica, pegándola a su pecho cálido y reconfortante de
nuevo—. Pediré que te lleven un té caliente, ayudará con la resequedad de
tu garganta.
—Gracias… —habló en un tono de asombro, dejándose llevar por su
marido escaleras arriba.
Jason encontraba divertida la actitud asombrada de su mujer, tal parecía
que nadie en el pasado le hubiese ofrecido ayuda. Se dedicó a ayudarla a
cambiar, apartando sus ropas y dejándolas caer sobre el suelo sin que Daira
hiciera amago alguno para recogerlas o quejarse por el actuar de su marido.
Era más que evidente que estaba distraída, pero no por eso debía quedarse
en paños menores eternamente.
—¿Podrías decirme dónde están los camisones? —dijo fastidiado,
cansado de esculcar cajones y que ella no hiciera amago por ayudarlo.
—¿Qué cosa? —ella pestañeó desorientada y lo miró con el ceño
fruncido—. ¿Qué quieres?
—Camisón —la apuntó—. Para cubrirte.
Las cejas de Daira se fruncieron ante la incomprensión, no fue hasta que
bajó la mirada y se sorprendió casi desnuda que soltó un grito inesperado,
estremeciendo a su enfurruñado marido, quien la miraba sin comprender su
reacción. Ya en otras ocasiones habían estado juntos en estados mucho más
inconvenientes, como lo era saliendo de la tina del baño, en bata o a la hora
de dormir; sin embargo, la comprendía, Jason podía dar crédito a que no
existía cosa más tentadora y excitante que quitarle la ropa a una mujer,
sobre todo a una como Daira. Para ese momento, le era prácticamente
imposible ocultar sus pupilas dilatadas en un deseo apenas controlado por
su cerebro siempre despierto que acataba la orden de alejarse de ella.
—¿Se puede saber por qué gritas? —intentó mostrar sorpresa.
—¡Estoy casi desnuda! —dijo nerviosa, tratando de cubrirse.
—Eso lo sé, te he quitado la ropa yo mismo y debo recordarte que me
dejaste hacerlo con toda libertad —le dijo extrañado.
—¡No me di cuenta! —le gritó enrojecida—. ¡Abusivo!
—¿Qué? —se mostró ofendido—. Pretendía ayudarte.
—¿Desnudándome? —se alejó de él.
—No sé qué demonios te pasa —dijo molesto, encontrando un camisón
que no fuese tan cálido, pero funcionaría para que estuviera más cómoda—,
pero no todo el mundo quiere hacerte daño, Daira.
Jason suspiró cuando la vio dar un brinco a la cama, alejándose
lentamente mientras él se acercaba con determinación, tomándola de los
tobillos para sentarla de golpe y jalándola a la orilla para que pudiera
colocarle el dichoso camisón, aunque fuera a la fuerza. Poco le importó que
ella gritara y se removiera como si estuviera intentando quemarla en lugar
de vestirla y no la soltó hasta lograrlo.
—¡Ya! —Jason levantó las manos—. Listo, estás cambiada ¿ves?
Sentada a la orilla de la cama y muy cerca de su marido, Daira luchaba
contra las lágrimas que deseaban salir, se mantuvo con la mirada fija en el
espacio que había entre sus pies y los de Jason, limpiando su nariz
congestionada y sufriendo temblores debido a la fiebre que comenzaba a
subir por su cuerpo. Por unos momentos tuvo terror al pensar que Jason
pretendía hacerle daño. Era verdad que quiso ayudarla, pero no era
necesario que la forzara a aceptarlo.
—¿Por qué? —La joven dejó que las lágrimas salieran disparadas hacia
sus mejillas enardecidas—. ¿Por qué quiso ponérmelo a pesar de que era
obvia mi renuencia?
—Lamento haberte forzado —Jason se sentó a su lado y sacó un pañuelo
con el que limpió suavemente las mejillas mojadas de su esposa—, pero
quiero que entiendas que no soy tu enemigo Daira, no quiero hacerte daño y
si es necesario, puedo cuidarte y protegerte.
Los ojos brillantes de Daira convulsionaron el interior de Jason, quien se
vio en la necesidad de alejarse de inmediato y pasó una mano por sus
cabellos rubios, despeinándose, como cada vez que se ponía nervioso o no
sabía qué hacer.
¿Qué significaba esa mirada llena de ilusión y agradecimiento? Actuó
como lo habría hecho cualquier otra persona al verla en un estado de
necesidad. Estaba enferma, desprotegida y débil, así que dijo y actuó como
lo haría con cualquier mujer que se hiciera llamar su esposa, ¿por qué ella
lo tomaba con tanto asombro? ¿Es que acaso nadie se había interesado por
ella en el pasado? ¿Nadie la cuidó?
El ruido de la puerta los distrajo, Daira elevó los pies y se metió debajo
de las sábanas, cubriéndose hasta el pecho antes de aceptar a que alguien
pasara. La doncella que entró, se mostró respetuosa ante el hombre que
seguía paralizado en medio de la habitación y mostró su desdén hacía Daira,
acto que no pasó desapercibido para Jason.
—¿Hay algún problema Becky?
—No mi lord —se apuró a contestar la mujer.
—Te he visto gesticular, debe ser por alguna razón.
—Para nada mi señor —se inclinó—. Me retiro.
—Que preparen sopa para mi esposa —pidió—. Y en cuanto llegue el
médico, indíquenle que suba.
—Oh, por favor no mi lord —Daira miraba fijamente hacia la taza de té,
jugueteando con sus bordes—. Me encuentro bien, médicos no.
—Es ridículo lo que pides —desestimó el hombre y se volvió hacia la
doncella—: haz lo que te dije Becky, manda llamar a Publio.
—¡Mi lord! —la súplica en su voz lo desconcertó—. Por favor… que sea
lady Gwyneth, por favor, que sea ella.
Su marido la miró por varios segundos, comprendiendo entonces su
súplica y asintiendo hacia la doncella, quien esperó a la orden.
—Que sea Gwyneth entonces. —La doncella salió presurosa, dándole la
oportunidad a Jason de volver la mirada hacia su mujer, quien se
reacomodaba en las almohadas con movimientos pesados y lentos—. Te
advierto que Publio vendrá con ella de todas formas.
—Lo sé —tosió un poco y después estornudó de forma estrepitosa—.
Pero le agradezco que me complaciera.
—Se que desconfías de los hombres —Jason lo comprendía aún más
desde que conoció a su antiguo prometido—, pero Publio ya te ha revisado
antes, es mi primo y es de fiar.
—Eso no quita que fuera para mí una tortura —aseguró—, no veo por
qué sufrir si puede hacerlo una mujer en su lugar.
—De acuerdo, pero Gwyneth es más bien científica que médica.
—No me importa, sabe lo que hace.
—Está bien, no se puede discutir contigo, descansa un poco.
—Mi lord… —su voz fue tan pequeña, que por poco pasa desapercibida,
ella incluso lo hubiera deseado, pero los ojos tormentosos de ese hombre la
enfocaron en seguida—. Gracias.
—No hay de qué —asintió y salió de la habitación.
Publio Hamilton y su mujer llegaron pasadas las once de la mañana,
habían hecho todo lo posible para desocuparse antes, pero resultaba ser que
la mujer de Jason no era la única que cayó enferma ante los helados vientos
de finales de otoño e inicios de invierno. Para cuando lograron verla, la
mujer había sucumbido a la fiebre, estornudaba, tosía, le dolía la cabeza, el
cuerpo y lagrimeaba. Era un conjunto de síntomas que se simplificaban en
un resfriado común.
—¿Alguna razón en especial para pedir que fuera Gwyneth?
Jason miró a su primo, si Publio preguntaba algo, era porque ya sabía la
respuesta y sólo quería ser cortés con la otra persona.
—No tiene mucha fe en los hombres.
—Desde la vez pasada lo noté, es un comportamiento de alguien que fue
abusada sexualmente —Publio miró a su primo con una postura
desinteresada—. ¿Acaso notaste algo en la noche de bodas?
—No. —Y aunque Jason se hubiera percatado de algo, jamás lo diría, por
respeto a su mujer y la tortura que debió sufrir. Dudaba que Daira se
entregara a un hombre de forma voluntaria, y si acaso lo hizo, aquello debió
ocasionarle mucho más dolor si es que fue abandonada por el susodicho—.
Era impoluta cuando consumé el matrimonio.
—Me parece extraño —Publio se inclinó de hombros y prosiguió—.
Como sea, es un resfriado, necesitará descanso y en caso de que suba la
fiebre, le dan la medicina. No debe pasar a más.
—Perfecto, te lo agradezco.
—Queda esperar a que salga Gwyneth, no sé por qué tarda tanto.
Jason sonrió y miró hacia la puerta cerrada de la habitación.
—Son mujeres, estarán hablando de algo.
—Seguro que sí —Publio se cruzó de brazos—. ¿Qué me dices de ella?
No pensé que fuera el tipo de mujer que fuera de tu agrado.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, se nota que tiene sus emociones más que dominadas.
—¿Y eso qué?
—A ti te encanta el descontrol; lo irritante, dramático y llorón. Luchas
contra la paz —explicó Publio con diversión—. Pensé que la encontrarías
aburrida o que buscarías pelear con ella todo el tiempo.
—Yo no… —Jason se sorprendió al comprender algo—. Vaya, sí que lo
hago, por Dios, soy un masoquista.
—Lo pensamos todos —sonrió su primo—. Ella te hará bien, si la
valoras bien, seguro te dará una paz que se transformará en felicidad.
—Paz igual a felicidad ¿eh? —Jason elevó una ceja—. No va mucho con
tu estilo de vida Publio.
—Quizá no con mi trabajo, pero cuando llego a casa y veo a mi familia,
todas las tensiones se esfuman de pronto y sí, siento paz.
—Listo —salió Gwyneth, mirando a su marido y después a su primo
político—. Estará bien. Es descanso, líquidos y comer bien.
La pareja de médicos se marchó, dejando a Jason paralizado en su lugar,
pensativo, mirando hacia la puerta cerrada de su esposa. ¿Acaso luchaba
constantemente contra ella porque la encontraba demasiado pacífica?
Frunció el ceño. ¿Qué tan loco debía estar como para buscar torturarse? Era
verdad, las mujeres que buscaba siempre eran un descontrol emocional y
Daira desentonaba en demasía, pero quizá debía probar algo diferente en
esa ocasión.
Se obligó a volver a la habitación y sonrió con ternura al ver la poderosa
presencia de su mujer desvigorizada, era la primera vez que la veía
indefensa y debía aceptar que le era mucho más fácil acercarse cuando no
estaba en su máximo esplendor de fortaleza. Despertó de su ensoñación
cuando ella comenzó a estornudar repetidamente.
—¿Cómo te sientes? —se acercó, tendiéndole un nuevo pañuelo.
—Muy mal —dijo con voz mormada y ojos hinchados—, procure que
Jack no se acerque a la habitación, no quisiera contagiarlo.
—Lo haré —Jason tomó una silla y la acercó hasta la cama de su mujer,
quien lo miraba extrañada—. Quiero hablar contigo.
—No creo que sea momento para que me dé indicaciones sobre…
—Quería disculparme —la interrumpió, obteniendo como respuesta una
mirada patidifusa—. Por todo lo que he hecho o dicho para hacerte sentir
mal, claramente no lo merecías.
—Creo que usted también tiene fiebre, esto no es normal.
—No, hablo en serio —sonrió, estirándose un poco para lograr tomar la
mano que se aferraba a un pañuelo—. No sé por qué lo hacía, pero buscaba
alejarme de ti y por eso peleaba contigo.
—¿Qué cambió? —ella se soltó y llevó el pañuelo a su nariz.
—Quiero que todo cambie Daira —se acercó más a la cama, aunque
seguía sentado en la silla—. Quiero conocerte e intentar que esta relación
funcione, no deseo discutir eternamente, serás mi esposa hasta el final de
mis días y creo que lo menos que podemos hacer es intentar llevarnos bien,
¿no lo piensas también?
Ella agachó la cabeza y negó ligeramente a sus palabras.
—Ya antes me lo había dicho y siempre acaba siendo lo mismo —dijo en
un susurro entristecido—. Termina buscando humillarme o lastimarme —
ella mantenía la cabeza agachada y aprovechó su enfermedad para encubrir
las lágrimas que fluían por sus mejillas—. No quiero volver a ser el
hazmerreír de todos cuando vuelva a los brazos de otra mujer justo después
de que actuemos frente a la sociedad como si nos apreciáramos, y sólo por
hacerme rabiar.
—Perdóname Daira —en esa ocasión, Jason se sentó en la cama y le
tomó la barbilla, levantándola para que lo mirara a los ojos—. Debes saber
que desde que nos casamos no he estado con ninguna mujer —ella apartó el
rostro y encubrió nuevamente sus lágrimas—. Te lo juro por lo más
preciado que tengo que es mi hijo.
—No lo haga, por favor, no meta al niño en esto.
—Una última oportunidad Daira, permite que me acerque a ti y te
demuestre que puedo cambiar —le apretó la mano—. Juro que lo daré todo
de mí, quiero que funcione, en verdad lo deseo, ¿Qué dices?
Apretó sus labios y cerró los ojos, no quería caer en su juego de nuevo,
pero prefería ser una tonta positiva a sucumbir al pesimismo.
Capítulo 19

Faltaba un día para el concurso en casa de los Hamilton. Para ese


momento, Daira estaba completamente recuperada y Jackson no perdía
oportunidad de estar con ella, puesto que, durante toda su enfermedad, se le
fue negado entrar a visitarla. Desde la perspectiva del niño, aquello fue
totalmente injusto, puesto que su padre entraba y salía a su gusto. ¿Por qué
a él no le decían que se enfermaría?
—Jack, trae una maceta para esta orquídea, de las pequeñas de allá —
apuntó la mujer hacia una estantería en aquel hermoso invernadero de
vidrio.
—¿Es esta, mamá?
—Sí, esa —asintió la joven—. Ven aquí, le pondremos tierra y sólo un
poquitín de agua, ¿te parece?
—¿Traigo la regadera?
—Pero qué listo eres, anda, pídele al señor Jenkins que la llene.
—¡Señor Jenkins! —gritó el niño, quien, al estar con su madre, liberaba
su voz de vez en cuando, sobre todo, en medio de su incontenible
entusiasmo—. ¡Necesitamos agua!
—Se dice por favor, hijo.
Daira dio un pequeño salto en su lugar y se volvió al escuchar la voz de
su marido a sus espaldas.
—Jason —se llevó una mano al pecho—. Me has asustado, ¿Qué estás
haciendo aquí? Pensaba que estarías con tu padre.
Debía admitir que Jason estaba cumpliendo con su promesa. A partir de
que la hizo y ella la aceptó, fue diligente durante su enfermedad. No sólo se
preocupaba porque tomara sus medicinas, sino que la cuidaba por las
noches por si subía la fiebre y a partir de que se alivió, la seguía a donde
quiera que fuera. Era gentil, cariñoso y atento. La ayudaba sin cuestionar,
no ponía réplica a las enseñanzas que dirigía a Jack, ya no discutía por todo
y, si de alguna forma se enojaban, solía alejarse para no llegar a los gritos o
los insultos.
—Me tomé un descanso para verlos. —Se acercó un poco más a ella y
miró la larga mesa de madera con interés—. ¿Qué haces?
—Estoy preparándome para mañana.
—Ah, claro, el concurso —la observó de soslayo, sonriendo ante su
sonrojo—. ¿Estás segura de que ya te sientes bien?
—Sí, estoy totalmente curada —trató de ignorar el hecho de que casi
podía sentir el pecho de su marido rozando contra su espalda.
Ahora la que se sentía extraña con la situación era ella, le era difícil
comprender el cambio radical en el actuar de Jason y no podía creer que así
de la nada él fuera capaz de transformar las partes ruines que la hacían
sufrir por unas que lo hicieran el esposo ideal.
Daira limpió sus manos en el mandil que traía puesto y alargó el brazo
para alcanzar una maceta alejada y vacía, siendo consciente del roce sin
intención que provocó al cuerpo masculino que se encontraba a centímetros
de distancia. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando la respiración de su
marido acarició sutilmente su cuello, tal parecía que observaba sus
movimientos por encima de su hombro, interesado y en silencio. ¿Estaba
buscando incomodarla a propósito?
—¿Necesitas ayuda? —susurró cerca de su oído.
Ella pegó la oreja a su hombro, tratando de parar el cosquilleo
ocasionado por el aliento cálido y la voz gruesa que mandó un profundo
revolcón a sus entrañas. Daira volvió la cara ligeramente, con una mirada
extrañada y un ceño muy fruncido.
—¿Se quiere burlar de mí?
—No, estoy ofreciéndome en serio.
—Bueno —ella se removió incómoda al seguir atrapada entre su cuerpo
y la mesa—. Puede poner tierra a esta maceta mientras yo traigo más flores
para trasplantar.
—Puedo hacerlo —dijo alegre.
—Está bien —ella dio un paso hacia un lado, dejándole espacio a él y
alejándose rápidamente.
«¿Cuántas máscaras tiene este hombre?» negó la mujer, caminando
decidida hacia las flores que debía seleccionar.
Jason sonrió complacido, no podía decir que era un avance, pero al
menos Daira no lo había empujado o dado una patada. Era una obviedad
que estaba sorprendida, pero era normal, se habían tratado como perro y
gato, el cambio que él proponía era repentino, pero necesario, no pensaba
vivir toda su vida peleando con ella, sobre todo cuando se dio cuenta que
era su patrón destructivo.
—¡Mamá! ¡Jack trajo el agua!
Pese a que se alegraba de que su hijo lograra hablar, no terminaba de
acostumbrarse a que él se hubiera hecho a la idea de llamar “mamá” a Daira
con esa facilidad.
—Ha ido por unas flores, ¿por qué no me ayudas a mí?
El niño frunció el ceño, dejando la regadera de metal sobre el suelo y
colocando las manos sobre sus caderas.
—Papá, ¿Por qué quieres robarte a mamá?
—No quiero robármela, ¿Qué dices? —lo miró divertido.
—Antes no la querías y ahora sí, mamá es de Jack, papá, no la presto, es
mía —dijo testarudo.
—Claro, pero resulta ser que la tendremos que compartir un poco, porque
también es mi esposa.
El infante hizo tal mueca de enfado, que el padre no pudo resistirlo y dejó
salir una carcajada. Jason se agachó hasta quedar a su altura para poderlo
tomar por los hombros.
—Algún día Jackson, encontrarás a alguien como… como mamá, y será
solamente tuya, lo prometo.
—Pero a mí me gusta esta mamá, ¿Por qué cambiarla?
—Bueno…
—¿Y bueno ustedes dos? —sonrió Daira, poniendo sus manos en jarras
—. Ya veo lo mucho que trabajan.
—¡Es culpa de papá! —acusó con un dedo.
—¿Cómo te atreves, bribón? —sonrió el padre, cargando al pequeño y
haciéndolo reír al ser elevado y besado.
Aquella escena sacó una sonrisa de los labios de Daira, quien
repentinamente experimentó lo que se sentía tener una familia.
—Mamá —el niño la trajo a la realidad al jalarle el vestido—. Papá me
ha dicho que tendré una mamá para mí solo.
—¿En verdad? —Daira frunció el ceño hacia su esposo.
—No era a lo que me refería, pero él entiende lo que quiere — Jason se
inclinó de hombros, continuando con su tarea.
La familia se enfrascó en un momento agradable, rieron, se ayudaron e
incluso hubo una pequeña pelea de tierra antes de que Marinett se diera
cuenta de lo que hacían y se llevara al pequeño Jack para que fuera
acicalado correctamente. La mujer incluso regañó a los desubicados padres
por permitir tal comportamiento, pero en cuanto se dio vuelta con todo y
niño, ambos rieron de nuevo.
—Tu madre nunca terminará de aceptarme si continuo así —dijo la
joven, pasando un paño mojado sobre su rostro.
—Le agradas, te lo aseguro, de ser diferente, también te hubiera llevado a
ti a bañar, al menos te respeta como para no ordenarte.
—Bueno sí —Daira rio alegremente.
—Espera, tienes tierra aquí —Jason se acercó a su esposa, presionando la
tela en sus manos contra el cuello perfilado, cayendo rápidamente en cuenta
de lo que hacía y, al notar que ella no ponía resistencia, bajó gradualmente
hasta su clavícula, acercándose lentamente a ella—. Creo que si deberías
tomar un baño también.
—Sí —sonrió dulcemente, recorriendo el rostro de su marido con
detenimiento—. Estamos hechos un desastre.
—No te muevas ¿de acuerdo? —ella lo miró con interés, mientras él se
dedicaba a quitar tierra de sus oídos, cuello y mejillas.
Descarados escalofríos recorrían el cuerpo de la joven que permanecía
inmóvil ante las caricias suaves de su esposo. Buscaba su mirada, pero él
parecía concentrado en limpiarla hasta que, de un momento a otro, Jason
encajó su mirada en ella, mandando un espasmo que le recorrió el cuerpo
entero, sobre todo cuando de pronto su marido había dejado de enfocar sus
ojos y se encontraba embelesado por sus labios, los cuales tocó sutilmente
con un par de dedos para que estos se entreabrieran. Una necesidad extraña
se instaló en el cuerpo de Daira, mandando órdenes para que abriera los
labios y dejara salir un sutil y casi inaudible suspiro.
Podría besarla en ese momento, Jason deseaba hacerlo, pero ella… ¿ella
qué haría? Su cercanía era reciente, podría rechazarlo.
—¡Hijo! —La voz inesperada de James los hizo dar un salto en
direcciones opuestas—. Ah, con que aquí estaban, los buscan en casa.
—¿A ambos? —Daira frunció el ceño.
—Sí, parece que sí, dicen que son parientes tuyos querida —explicó el
marqués—. De haberlo sabido antes, los hubiéramos invitado a quedarse
unos días para que estuvieran presentes en la boda, ¿Por qué no dijiste
nada?
—¿P-Parientes? —negó la joven—. Yo no…
—Gracias papá, iremos en seguida —irrumpió Jason.
—Claro, ahora resulta que soy el mandadero porque tu madre piensa que
debo caminar más, ¿pueden creerlo? —rodó los ojos—. ¿Qué haría yo sin
esa mujer? Bueno, iré de regreso, les diré que tardarán un rato, están tan
sucios que podrían venir de los chiqueros.
El marqués se alejó con paso lento pero seguro, disfrutando de su
caminata obligatoria, distrayéndose con empleados o simplemente
admirando lo bello del jardín. Totalmente inconsciente del estrés en el que
había dejado a la pareja en el interior del invernadero.
—No, no. —Daira caminaba de un lado a otro—. ¿Pero qué hace aquí?
Es que no tiene remedio, de verdad que no.
—Ey —la tomó de los hombros—. Cálmate, ¿quieres?
—Estoy calmada —lo miró con rencor—. Sé que piensa que él es un
santo, pero he de decirle que no lo conoce y no debería…
—Relájate, veamos qué es lo que quieren.
El conde ofreció su brazo y ella -muy a fuerzas- resbaló su mano hasta
dejarla presa entre el antebrazo y la parte posterior del codo de su marido.
Daira lo apretó ligeramente, mostrando un nerviosismo que no demostraba
en ninguna otra parte de su cuerpo, ni siquiera en su rostro. Debían pasar a
sus cámaras primero para arreglarse, pero en cuanto lo hicieran, se
enfrentarían a la pareja de los condes y familiares de la nueva mujer de
Kent.
Los condes de Melbrook eran descarados en cuanto a su asombro por la
riqueza que se mostraba en la casa de los Seymour. Hombre y mujer
levantaban jarrones, tocaban paredes e incluso se guardaban objetos de
menor tamaño, pero no menor valor, siendo esto último advertido tanto por
las doncellas como por la pareja que recién entraba en la habitación. Daira
hizo ademán de dar un paso al frente, posiblemente con la intensión de
acusarlos, pero fue Jason quien tomó fuertemente su muñeca,
inmovilizándola en su lugar.
—Es un placer tenerlos de visita, lord y lady Melbrook, me preguntaba
cuando vendrían —sonrió Jason, hablando más fuerte de lo necesario y en
el momento justo en el que la condesa estaba por guardarse otra cucharita
de plata entre las ropas.
—Seymour —se volvió el conde, lanzando una mirada incriminatoria a
su mujer, quien se las arregló para disimular el hurto y ponerse en pie junto
a su marido—. Que gusto verlo de nuevo.
—Sean bienvenidos —asintió el hombre, deslizando suavemente su
mano por la cintura de su esposa, acercándola sutilmente a su presencia.
Jason agradeció que Daira no pusiera queja alguna, por el contrario, pareció
comprender la actuación que él marcaba con cada movimiento y lo siguió
con gracia—. Por favor, tomen asiento, ¿Gustan algo de tomar o comer?
Los condes no lograron contestar a los cuestionamientos del Seymour,
puesto que ambos estaban enfocados en mirar fijamente hacia la mano
vigorosamente posada en la cintura de la dama que se hacía llamar la nueva
señora Seymour y futura marquesa, como si el cariño fuera un acto
completamente natural entre ellos.
—¿Señores?
Fue el conde quien recuperó la consciencia primero, sonriendo
distraídamente y asintiendo.
—Estamos bien —negó a los ofrecimientos—. Lamentamos venir sin
previo aviso, pero estaba preocupado por mi hermana, como usted
entenderá, es mi trabajo verificar que se encuentre bien.
La joven en cuestión chistó la lengua a lo bajo y volvió la cara hacia el
ventanal del salón, enfocándose en el usual trabajar de los empleados en el
jardín delantero.
—Entiendo perfectamente, seguro que ella podrá decirles lo bien que se
encuentra —Jason la apretó para traerla de regreso al salón.
—No debieron molestarse en venir —esa fue la respuesta de Daira, una
tan ruda y cortante que Jason no lo esperaba de ella.
—Siempre tan grosera con tu pobre hermano que no hace más que
preocuparse por ti. —Lady Melbrook se adelantó—. Dio todo por tu
educación, por tu manutención ¿y así es como se lo agradeces?
—Querrás decir que malgastó todo lo que padre dejó para mí —se
adelantó Daira a la defensiva.
—Por favor, no comencemos —el conde Melbrook logró mantener la
compostura pese a la fuerte acusación—. Estas mujeres jamás se han
llevado del todo bien, ha de disculparlas.
—Daira, por favor. —Jason susurró al oído de su mujer en un tono de
regaño, aparentando estar dándole palabras de aliento, en lugar de una queja
—. Recupera la compostura.
Ella alejó su rostro para poder enfocar la mirada grisácea del hombre que
no hacía más que advertirla.
—Bien —dijo en voz alta—. ¿Algo que pueda ofrecerles?
—Me apetece un poco de chocolate caliente, querida Daira, también algo
de tarta, si es que tienen.
—Iré a pedirlo en seguida —aseguró la joven, deseando salir de ahí a
toda costa.
Los invitados tomaron asiento después de que el dueño de la casa
reiterara la invitación. Fueron atendidos por la mano del mismo Jason al
momento de servirles el vino que cada uno deseaba, para después tomar
asiento en un sillón frente al de la pareja.
—Veo a Daira bastante desenvuelta, no pensé que podría acostumbrarse
tan pronto a una casa como esta —fue la dama quien inició la conversación.
—Creo que sabría manejarse en cualquier lugar —defendió el conde
Melbrook con rapidez—. Es una chica extraordinaria.
—Concuerdo —aceptó Jason, mirando a la mujer que en algún momento
fue su amante predilecta.
Ya que la veía con calma, no podía creer que hubiera encontrado a esa
mujer atractiva. Era verdad que belleza no le faltaba, tampoco pasión o
atractivo en su cuerpo, pero estaba tan vacía, tan llena de furia, prejuicios y
malas intenciones que la convertía en una mujer amargosa. En muchas
ocasiones lo chantajeó con el dolor de ser rechazada por su marido,
lloriqueaba y le pedía que se quedara a su lado. Ahora le parecía tan
simplona e irritante.
A comparación con la mujer que regresaba al salón en ese momento,
Lina le parecía inmadura y manipuladora, incluso caprichosa. Y pese a que
con su esposa no tuviera una relación íntima como la tuvo con la condesa,
la sentía mucho más real y cercana de lo que jamás se sintió con la otra
mujer. Era difícil no apreciar a Daira cuando se desenvolvía de esa forma
perfecta por el mundo, tomando todo con seriedad, desempeñando su papel
con meticulosidad, fuera el de esposa, madre, de amante o anfitriona, ella
era perfecta.
La observó servir el líquido caliente para su cuñada y tenderle la taza con
cuidado. Lina, por el contrario, se esforzó por parecer descuidada,
adelantando su mano de forma torpe para desbalancear el plato y quemar la
mano que pretendía servirle.
—¡Ay, Dios! —Daira soltó la taza de inmediato y observó su mano que
se tornaba a un rojo vivo con prontitud.
—¡Oh, lo siento tanto Daira! —se sorprendió la mujer, tronando los
dedos hacia un mozo para que recogiera los restos de porcelana que habían
quedado en el suelo—. ¿Te lastimaste?
—Ven aquí, déjame ver —Jason se adelantó a la preocupación de del
conde, quien se puso en pie y se acercó a la pareja—. ¿Duele?
—Me escose un poco, pero estaré bien —aseguró la joven, permitiendo
que Jason sostuviera su mano con delicadeza.
—Quizá deberíamos…
—Dije que estoy bien. —La forma en la que Daira se dirigía a su
hermano y a su marido, distaba en calidez y amabilidad—. Un poco de agua
fría y un ungüento harán el trabajo —sonrió—. Por favor, retomemos la
conversación.
Siguiendo la petición de la dama, los varones se enfocaron en una
acalorada conversación de política. Pese a que lord Seymour seguía
debatiendo y defendiendo su punto de vista, era más que obvio que la
preocupación por su esposa lo distraía de cuando en cuando, sobre todo
cuando una doncella llegó con paños remojados en agua fría y los colocó
sobre la quemadura. Jason trató de enfocarse en la conversación, pero le fue
imposible no ofrecerse a ayudar a su esposa a colocar el ungüento y la
venda sobre su mano mientras seguía dialogando con el conde y su mujer.
Incluso cuando hubo terminado de curarla, mantuvo la mano blanca sobre
su regazo, estirada y sin tocarla para que se infringiera el menor daño
posible.
—Gracias, cariño —Daira tocó con delicadeza el brazo de su marido y
sonrió falsamente hacia la pareja frente a ella. Ambos mostraban un nivel
elevado de irritación, lo cual disfrutaba—. Y bien, ¿Cuándo será el
momento en el que pedirán lo que sea que les haga falta? Porque dudo
mucho que sea una visita de rutina.
—Daira, por Dios, siempre has sido tan maquiavélica —sonrió Mark—.
Quería saber cómo estabas, eso es todo.
—Aunque no nos importaría quedarnos por lo menos esta noche —sonrió
Lina—. Comienza a hacerse noche y la verdad es que estoy un poco
resfriada, me haría daño salir.
—Por supuesto —Daira sonrió falsamente—. Era de esperarse que
estuvieras resfriada, aunque siendo ese el caso, sería mejor que no hubiese
salido de casa, esta visita hubiera podido esperar.
—Oh, no. Imposible cuando es de dominio público que dentro de poco se
irán de visita con los Westminster —la mujer elevó las cejas—. Era
necesario saber cómo te encontrabas tras comprender que estarás en la casa
de la que fue el amor verdadero de tu marido.
Aquellas palabras helaron el ambiente, ni siquiera el conde Melbrook,
quien parecía estar instruido para aligerar la boca viperina de su esposa
supo qué decir.
—Me encuentro emocionada, claro está —sonrió Daira, mostrándose
tranquila ante la estocada—. Siempre tendrá un lugar en esta casa, al final
de cuentas, es la madre de Jack, sería horrible que la olvidáramos. Tomaré
el viaje como una instrucción personal para poder hablarle de ella al niño
que ahora es mío.
Incluso Jason la miró con impresión, una mujer normal habría estado
devastada ante las palabras hirientes de Lina, pero Daira no, y eso era
porque en realidad no le interesaba si él la amaba o no, poco le importaba
que siguiera enamorado de Annelise, así como él la estaba utilizando de
fachada, ella hacía exactamente lo mismo.
—Es un pensamiento muy positivo —dijo Lina con voz entrecortada,
claramente impresionada.
—¡Mamá! ¡Mamá! —gritó el pequeño Jack, sin saber que había más
gente junto con sus padres.
—Jack —Daira se puso en pie, al igual que Jason—. Ven cielo, ¿qué
sucede? ¿necesitas algo?
Los pasos trémulos del pequeño se acercaron hasta llegar a su padre,
quien lo tomó en brazos y lo sentó en su regazo. Inmediatamente, el niño
llevó un dedo a su boca, haciendo énfasis en que no pensaba hablar a partir
de ese momento.
—Ya veo que eres un muchachito muy guapo —sonrió Mark Melbrook
—. Lo has heredado de tu padre, claro está.
—Y de su madre también —sonrió Lina.
En esa ocasión, Jason suspiró cansado, pasando una mano por la espalda
de su mujer, acercándola a él y a su hijo, incluso le besó la mejilla de la
forma más natural y despreocupada.
—Creo que para ser una visita se ha prolongado bastante —dijo el conde
de Melbrook, sintiéndose incómodo ante la imagen familiar frente a él—.
Será mejor marcharnos.
—Oh, querido, pero si han aceptado que nos quedemos esta noche —
recordó Lina—. ¿No lo recuerdas? Mi tos.
—Desde luego, son invitados de esta casa —sonrió Jason, verificando
con su esposa la invitación.
Ella asintió levemente y se puso en pie.
—Pediré a una doncella que los lleven a sus habitaciones.
Capítulo 20

En la seguridad y el resguardo de su recámara, la pareja Seymour pudo


discutir e intercambiar pensamientos sobre los acontecimientos suscitados.
Los condes de Melbrook maniobraron astutamente durante toda la cena
para agradar a los padres de Jason, logrando ser invitados no sólo por un
día, sino el tiempo que fuera necesario para que la “humedad” en su casa se
fuera de una vez por todas.
—¡Algo quieren, estoy segura! —expiró la joven, quitando sus aretes y
aventándolos sobre el alhajero en el tocador antes de volverse a su marido
—. Es imperdonable que ella incluso pidiera unas recámaras cerca de las
tuyas, ¡Es de lo más desvergonzada!
—No lo ha hecho por insinuarse a mí, Daira —se acercó el hombre,
bajando la voz considerablemente—. Es para verificar si somos una pareja,
y estoy seguro de que el conde y su mujer tenían el plan en conjunto, no es
nada al azar.
—¿Dices que el conde era consciente y aceptaba todas las
sinvergüenzadas que decía la loca de su esposa en la cena?
—Claro que lo sabía, él también tiene un interés aquí.
—Ella me lo dijo. —Daira recordó aquel día que se encontraron después
de ver a Jason jugar Polo—. Sé lo que quieren.
—¿De qué hablas?
—Lady Melbrook fue a amenazarme, parece ser que mi querido
hermanastro está feliz con esta unión —sonrió con desgana—, quiere que le
dé dinero, claro está, pero antes de poder pedirlo, tengo que estar segura en
mi posición —lo miró—. Quieren comprobar si somos pareja para poder
hacer de mí lo que ellos quieran.
—¿Cómo podrían?
—Amenazándome, claro está —dijo obvia, caminando de un lado a otro
—. Pero yo no tengo una posición aquí, ¿cierto? Nosotros no consumamos
el matrimonio y nunca tendré a sus hijos, así que todo queda resuelto, su
plan está arruinado.
—No, no es así —Jason se interpuso en su alegría—. Nadie puede saber
que este matrimonio no cumple con todas las estipulaciones, ¿recuerdas?
Parte de casarme contigo era para cubrir ese hecho, no puedes simplemente
decirles que no tenemos relaciones.
—Si saben que hay una posibilidad de embarazo, jamás me dejarán, de
hecho, de saber que nosotros ya… —ella bajó la mirada y negó, cerrando
los ojos para reprimir un mal recuerdo.
—¿Qué? ¿Qué no me estás diciendo?
—Nada.
—Daira, estabas hablando con fluidez de esto, confesaste que ellos te
tienen amenazada, ¿con qué?
—Pueden decir cosas horribles sobre mí.
—¿Cómo cuáles?
Ella negó con los ojos cerrados, deseando reprimir recuerdos.
—Cosas.
—Daira, si no hablamos claro, esto se caerá a pedazos sobre nosotros,
debemos estar del mismo lado, ¿entendido?
—¡Ya lo sé! —se apartó de él—. Pero no quiero, no me obligue a decirlo.
Me odio, me detesto por esto.
—¿Qué fue lo que pasó Daira?
La mujer se negó a hablar por varios minutos, pero al notar la insistencia
de su marido, suspiró derrotada y comenzó a hablar:
—Bueno, ellos piensan que en caso de que nosotros tuviéramos amores,
sería sólo por una vez, en la noche de bodas —dijo más segura,
comenzando a quitarse el vestido para distraerse de lo que estaba diciendo
—. Pero no es suficiente.
—Por supuesto que no —Jason entrecerró los ojos—. Un hijo es lo único
que pudiera ser suficiente.
—Sí. Un hijo que, de no ser de usted, podría ser… de cualquier otro —la
voz le tembló ligeramente.
Jason se acercó a su esposa y tomó las manos trémulas con las que
intentaba desabrocharse los listones del corsé. La obligó a detenerse y
mirarlo, pidiendo una explicación con su rostro.
—¿De quién entonces?
—Ella… —el labio inferior de Daira temblaba con rabia—. Ella dijo que
el conde estaba más que dispuesto a suplantar su lugar de ser necesario
engendrar. Por eso han venido, quieren asegurarse de que ya consumamos
el matrimonio y de ser así, es necesario preñarme.
—¿Qué? —el rostro de Jason se deformó entre el horror y el asco.
—¡Así ha sido siempre! —se alejó de él—. Desde que comencé a dejar
de ser una niña él… me miraba, en un principio.
—Daira —se acercó nuevamente a ella y la tomó de los hombros con
delicadeza—. ¿Hacía algo más?
Unas lágrimas silenciosas cayeron desde los ojos de la joven, pero negó
repetidas veces, su cuerpo entero temblaba, sus mejillas se encendieron de
vergüenza y parecía desear estar muerta.
—Nunca abusó de mí, creo que siempre tuvo el deseo, pero algo dentro
de él no se lo permitía —dijo trémula—, supongo que se odiaba por
amarme como mujer y no sólo como hermana. Tenía terror a sus miradas, a
su voz y sus manos. Y cuando su mujer se dio cuenta de esto, las cosas no
mejoraron para mí.
—Por Dios, ¿es por eso que te prometió con ese horrible barón de
Valcop? —Ella mostró su sorpresa—. Sí, lo sé también.
—Creo que quería su dinero —se inclinó de hombros—, me dijo que
tenía un plan para que no me hiciera daño, dijo que me rescataría antes de
que me tocara y nos quedaríamos con todo.
—Planeaba matarlo.
—No quería ser secuaz de algo así, fue cuando escapé —lo miró—.
Prefería vivir en la calle en lugar de en una prisión de oro, disfruté tanto de
esa libertad… al menos por unos segundos.
—Al igual que en tu casa, los hombres pretendían abusar de ti.
—Me odio —admitió—. Detesto mi rostro, mi cuerpo y cualquier cosa
que me haga una tentación para un hombre, siempre tengo la culpa de
corromper, nunca es culpa de ustedes, siempre es mía.
—No es tu culpa —la abrazó con cariño—. No tiene nada que ver
contigo la debilidad de los hombres.
—¿Qué vamos a hacer con ellos? ¿Qué pasa si quieren cumplir su plan?
—Daira apretó entre sus puños la playera de Jason—. ¿Qué haré sin en esta
ocasión a mi hermano no le importa? Ahora él pensará que ya no soy
impoluta, puede que fuera la razón de que se detuviera.
—No te pasará nada Daira, no lo permitiré.
—Lo sé —sorbió su nariz, apretándolo más—. Confío en usted.
Jason frunció el ceño y la alejó.
—¿Por qué? —recorrió su rostro—. ¿Por qué confías en mí?
—Usted no me quiere —se inclinó de hombros—. Creo que incluso no
me soporta. Ama a su antigua esposa, lo sé —sonrió—, lo comprendo bien
y debo admitir que es un alivio.
—Jamás te haré daño —prometió y la abrazó—. Jamás.
Ella asintió un par de veces, recuperando poco a poco la serenidad. Se
separó de él, sonrió y siguió desvistiéndose, charlando de simplezas,
burlándose y pidiéndole ayuda, como siempre lo hacían. Jason hizo lo
propio de forma mecánica, no podía creer que ella pensara que no le
gustaba, ¿era la razón por la que actuaba tan despreocupada a su alrededor?
¡Demonios! Si supiera que dentro de su cabeza ya le había hecho el amor al
menos un centenar de veces, ella seguro lo odiaría como lo hacía con el
resto de los de su género.
Parecía ser que su resolución de hace unos días se estaba complicando: le
gustaba Daira, podría intimar con ella sin ningún problema. Pero ahora todo
radicaba en que ella lo quisiese también y, a cómo iban las cosas, dudaba
que alguna vez eso sucediera.
Ser vista como objeto de placer de los hombres era uno de los peores
insultos que se le hubiesen ocurrido a Jason. Había sido tanto el acoso hacia
su persona, que Daira incluso odiaba su belleza, su cuerpo y hasta su
esencia. No podía creer que incluso su propio hermano tuviera un deseo
carnal por ella, eso era sobrepasar los límites. Jason esperaba que al menos
no hubiera mentido en la parte en la que aseguraba que jamás la tocó,
porque de ser así, no podría tolerar tenerlo un segundo más bajo su techo.
—Creo que debemos dormir juntos el día de hoy —dijo la joven, como si
la conversación pasada no hubiese tenido lugar—. Seguro que usted tiene
razón y ellos pretenden confirmar nuestra relación.
—¿Estás segura? —Jason frunció el ceño—. Si te incomoda…
—Como he dicho, usted no me causa problema —se inclinó de hombros
—. Sé que todo lo hace por dar una apariencia. Además, Jack vendrá a
dormir, así que todo solucionado.
—Si tú lo dices, por mí está bien.
—¿En qué recámara, en la suya o en la mía?
—En la que te sientas más cómoda.
—Preferiría que fuera en la suya, así mis sábanas no se impregnarán con
su aroma —asintió resolutiva—. Iré por mis cosas.
Jason tuvo que sentarse, era demasiada información. Se quitarían de
encima a los Melbrook dentro de poco, gracias a que Daira fue sincera con
él, sabría cómo maniobrar para alejarlos de ellos. Definitivamente no estaba
en sus planes permitirle a ese cerdo acercarse a ella, tampoco les daría ni un
céntimo, los echaría esa noche, pero necesitaba de ellos para que fueran
portavoces de su “perfecta relación matrimonial”.
—Bien, Jack —su mujer regresó con su hijo en brazos, hecha una sonrisa
—. Dormiremos con papá el día de hoy.
—¿Papá tuvo pesadillas?
—Sí, horripilantes pesadillas —aseguró la joven—. Así que tendré que
cuidar de los dos por unos días, ¿te molesta?
—No —se inclinó de hombros el pequeño, aceptando ser depositado en
la cama de su padre—. Mamá, esas personas nuevas no me gustan, quiero
que se vayan.
—No te preocupes tesoro —sonrió Daira—. Todos queremos lo mismo,
papá hará que se vayan pronto, pronto.
Jason dudaba que los Melbrook fueran a abandonar su empresa con
rapidez, sabía que ya estaban haciendo los primeros movimientos para
vigilarlos. Fue tan obvia como su presencia a las afueras de la habitación,
vigilando el interior con deliberada desfachatez. Suspiró. Les estaban dando
la oportunidad para hacer una demostración.
—Métete a la cama Jack, volveremos en un segundo.
—¿A dónde van? —el pequeño frunció el ceño, pero al instante, su
mirada se iluminó—. ¿Acaso van por leche y galletas?
—Claro, por eso vamos —aseguró Daira, sondeando a su marido con la
mirada mientras salía de la habitación tomada de su mano—. ¿A dónde
vamos? Estoy en camisón y…
—Sshh… —Jason la pegó a su cuerpo, jalándola hasta esconderse detrás
de una cortina—. Guarda silencio.
—¿Qué haces? —susurró, tratando de ver por la abertura entre cortina y
cortina—. ¿Por qué salimos así?
—Espera. —El largo dedo de Jason rosó uno de los bordes de la pesada
cortina, abriéndola ligeramente para ver al exterior.
—Jason, aunque me agradan las escondidas, es más divertido cuando
estamos jugando con Jack.
—Bien Daira, sé que prefieres jugar con Jack, pero por el bien de los dos,
tendrás que hacerlo conmigo ahora.
—¿De qué hablas?
—¿Confías en mí? —ella entrecerró los ojos, pero asintió levemente,
recorriéndolo con la mirada—. Trata de no asustarte.
—No me asusto con facilidad.
—Bien. —Jason volvió a entreabrir la cortina, sonrió de lado y miró a su
esposa con una ceja levantada—. Entonces, juguemos.
—Jason…
Aquella pequeña réplica fue rápidamente acallantada al tener los labios
de su marido sobre los de ella, presionándolos suavemente, sin apenas
movimiento, simplemente tocándola. Se sorprendió, era verdad, pero se
recordó que se lo había advertido, estaban jugando y Jason había vigilado a
alguien para besarla justo en el momento adecuado, no antes, no después,
ese era el momento; hizo todo lo que pudo para seguir el papel que se le
dio, tenía que ser su amante en ese momento y Daira sabía cómo
interpretarlo. Pasó suavemente sus manos por el pecho de Jason, enterrando
sus dedos en el cabello rubio y suave, se apretujó contra él, presionándolo
contra la pared, incluso se atrevió a dejar salir uno que otro suspiro, sobre
todo cuando las manos de su esposo bajaron de su cintura y apretaron sus
caderas con fuerza, empujándola aún más cerca de su cuerpo.
Ella dejó salir una risilla que Jason acompañó, se movían más de la
cuenta, haciendo evidente su presencia detrás de la cortina que fue
rápidamente apartada por las personas que ellos necesitaban que los vieran.
Daira fingió un gritito y se escondió tímidamente en el hombro de su
marido, mientras éste la abrazaba con fuerza.
—Conde —Jason se alejó de su esposa con lentitud, aunque
manteniéndola a su lado. Fingía estar avergonzado, buscando reconstruir su
compostura—. ¿Es que necesitaban algo?
Mark Melbrook miraba de uno a otro, sus ojos inyectados en sangre,
desorbitados, vibrantes en la más pura ira y el deseo contenido por la mujer
en camisón que buscaba esconderse detrás del cuerpo del hombre al que
claramente pertenecía. Las manos del conde de Melbrook estaban pálidas,
deseosas por liberar la tensión contra la mandíbula del hombre que le
sonreía.
—No. No necesitamos nada —Lina se las apañó para adelantarse al
cuerpo de su marido, haciéndolo retroceder—. Tan sólo nos perdimos por el
pasillo.
—¿Qué hacían fuera de su habitación? —inquirió el conde con labios
apretados, apenas parecía gesticular.
Jason frunció el ceño y se echó a reír.
—No pensé recibir una pregunta del estilo en mi propia casa —dijo
divertido—. Aunque lo aceptaré por ser usted el hermano de mi esposa. —
La abrazó por la cintura—. Me la encontré de camino a la cocina, parece
que mi hijo quería leche y galletas antes de dormir.
—¿En camisón? —El conde miró descaradamente el cuerpo de su
hermana menor—. No me parece adecuado.
—Es lo que me ha dicho mi esposo —sonrió Daira, mostrándose apenada
—. No he recordado que teníamos visitas y salí sin pensar.
—Deberías tener cuidado, podría ser peligroso Daira.
Los ojos lascivos del hombre la estremecieron, refugiándose en los
brazos que la sostenían. Al fin de cuentas, había sido idea de Jason
provocarlo de esa manera, ahora estaba furioso, celoso y quizá ansioso por
cumplir con lo que siempre soñó.
—Jamás la dejaría desprotegida, conde —aseguró Jason—. Mataría a
cualquier persona que busque hacerle daño.
—Me alegro.
—Pero ¡qué hacemos todos aquí! —aplaudió de pronto Héctor, el
hermano menor de Jason—. ¿Están haciendo una fiesta sin mí?
—En realidad no —Lina tomó la mano de su marido y lo jaló—. Será
mejor que todos vayamos a descansar.
—Me parece bien —aceptó Jason, tomando a su propia esposa.
—Siento que me estoy perdiendo de algo importante —apuntó Héctor—.
Pero bueno, igual no me importa. Si me disculpan, pienso retirarme a donde
sí habrá una fiesta.
El menor se fue canturreando, deslizándose por el barandal de la casa,
hasta el primer piso, donde ya lo esperaba un mozo que tendía su abrigo y
bastón para su salida.
Las parejas se miraron por un momento más antes de separarse por el
pasillo, sus habitaciones no estaban separadas por mucho, pero era una
distancia considerable. En cuanto Jason colocó el prestillo a la puerta, Daira
comenzó a reír descontroladamente, parecía feliz o quizá la demencia la
alcanzó al fin, cualquier cosa era posible.
—¡Dios! —dijo presa de la risa—. Estaba furioso ¿lo ha visto?
—Lo he visto.
—¡Estoy segura que no podrá dormir! ¡Vomitará fuego antes de poder
conciliar el sueño!
—Daira ¿estás bien con esto? —la tomó de los hombros—. Lamento no
haberte avisado que te besaría.
—No, no. —Ella sonrió—. Comprendí de inmediato, pude seguir el
juego perfectamente ¿no lo cree?
«Mejor que perfectamente, por poco y me olvido del plan inicial y te
hago el amor ahí mismo» se dijo Jason.
—Sí, me di cuenta de que captaste el objetivo.
—¡Pero claro! —ella brincó un poco y lo abrazó, presionando sus labios
contra el cuello de Jason—. Gracias, jamás había sentido tanta satisfacción,
quisiera hacerlo sufrir por siempre.
El hombre rio un poco.
—Espero que no te vuelvas una apasionada de la malevolencia.
—Un poco de maldad es necesaria, jamás había hecho algo así.
—De acuerdo —Jason se acercó a ella, tomándole el rostro con
delicadeza y bajándolo ligeramente para colocar un beso sobre su frente—.
Tratemos de que esta relación sea creíble, pero sin incomodarte con ello,
¿De acuerdo?
—De acuerdo —asintió feliz—. No me sentí nada incómoda.
—Podemos hacer avances pequeños, ligeros toques, poco a poco te irás
acostumbrando a tenerme cerca sin que te tensiones.
—¿Lo hago? —frunció el ceño cuando él asintió—. No me doy cuenta,
¿qué es lo que hago?
—Te es imposible no reaccionar a la defensiva, pero lo iremos
cambiando, llegarás a confiar en mí plenamente.
Ella se mostraba tan desinteresada con el tema que tenía que ver con el
beso, que incluso llegaba a sorprenderlo. Tal parecía que lo único que ella
rememoraría de esa situación, sería el rostro furioso de su hermano y lo
bien que se sintió al hacer algo que ella encontraba como desaprobatorio
para una dama de categoría.
—¡Papá! —gritó un pequeño niño rubio, quien al fin mostraba su rostro
molesto ante la tardanza de la pareja. Tenía sus manos en jarras e incluso
tamborileaba su pie contra el suelo—. Quiero dormir ya.
—A sus órdenes —sonrió el mayor, tomando a su hijo al vuelo y
llevándolo de regreso a la cama—. ¿Por qué no te dormiste?
—¡No trajeron mi leche!
—Lo siento cariño —sonrió Daira—, tendrás que conformarte con una
canción antes de ir a la cama.
Jackson no parecía del todo complacido, pero al no haber otra opción, se
metió en medio de la cama y esperó porque sus padres lo rodearan. Sería la
primera vez que Jason estaría presente mientras Daira lo arropaba y lo
ponía a dormir. Debía admitir que era bastante efectiva, con una sola
canción y la dulce caricia sobre su nariz el niño terminó inconsciente y feliz
en el mundo de los sueños.
—Será mejor que nosotros también descansemos —sonrió la joven,
cobijándose y abrazándo al niño, quien se acomodó rápidamente al calor del
cuerpo de la mujer y ambos durmieron.
Jason era incapaz de seguir a su esposa e hijo. Resultaba ser que era
incapaz de dejar de ver a la mujer que seguía impresionándolo. Cada vez
valoraba más su fortaleza y la admiraba por su valor. Justo en ese momento
le parecía un espejismo el que estuviera dormida sobre su cama,
mostrándose relajada ante la presencia de lo que ella consideraba una
amenaza.
No era la primera vez que una mujer dormía en su cama, en el pasado,
aquellas que estuvieron bajo sus sábanas caían en el estupor del sueño
debido al cansancio, en un estado de felicidad y satisfacción, abrazándose a
él pese a que Jason sintiera incómodo el acercamiento. Con Daira ocurría lo
contrario, pese a que su relación nunca había pasado a algo tan íntimo, la
sentía mucho más cercana a su alma, le era imposible no enternecerse al
verla abrazada a su hijo como si este hubiera sido fruto de su vientre.
No podía encontrar la razón por la cual Daira le resultaba tan diferente al
resto, quizá fuera porque al fin le había revelado parte de su pasado, tal vez
era por el secreto que compartían o incluso podría deberse a la atracción
que sentían el uno por el otro. Aunque no hacía falta encontrar la respuesta
y simplemente debía sentirse feliz por tener interés con todo lo que se
refería a su esposa.
Era la primera mujer desde… desde hacía mucho tiempo que lo hizo
sentir con vida, resultaba ligeramente aterrador, pero no quería dar un paso
atrás, todo lo contrario, ansiaba experimentar lo que sería tener una relación
con alguien como ella, una persona que le brindara una vida llena de paz y
bienestar. Parecía ser que por una vez seleccionó a alguien que podría
ayudarlo a crecer y no a destruirse.
Capítulo 21

La casa de los Hamilton era una fortaleza impenetrable para la mayoría


de la sociedad. Únicamente los más allegados a la familia eran capaces de
traspasar las murallas de la propiedad de los Sutherland. Para sorpresa de
todos, las puertas de aquella hermosa casona se abrieron al público en
general, al menos, las del gran invernadero dónde se desarrollaría la fiesta.
Pese a que la temporada de frío tocaba a las puertas de Londres, aquel
lugar se conservaba en una calidez que hacía soportable el camino ventoso
y fresco que se tenía que hacer para llegar a él. Los entusiasmados
concursantes estaban acomodando sus arreglos, mostrando las flores que
cuidaban y sonriendo a los jueces. Por otro lado, aquellos que iban como
acompañantes, invitados o meramente curiosos, pasaban un buen rato junto
a la más refinada sociedad, entre ricos vinos, deliciosos entremeses y buena
conversación.
Jason se encontraba junto a sus primos, observando de reojo a su mujer,
quien no había quitado esa sonrisa desde la noche anterior, cuando se fue a
dormir con trabajos debido a la emoción.
—Parece feliz —lo empujó ligeramente Adrien—. ¿Qué tal va la vida de
casado con la querida Daira?
—Es una mujer compleja, pero adora a Jackson.
—No es lo que pregunté.
—Es la respuesta que tendrás —sonrió evasivo.
—Por Dios —Micaela se acercó al escuchar la respuesta de su hermano
—. Dios mío, te gusta, ¡Ella te gusta!
Algunas miradas enfadadas se volvieron hacia la escandalosa joven y
continuaron con sus propias conversaciones.
—No he dicho eso —Jason bajó su tono de voz, mirando a su alrededor
—. Y sería encantador Micaela que no lo grites a los cuatro vientos,
estamos lo suficientemente cerca como para escucharte.
—Oh, Jason, estoy tan feliz por ti, Pridwen se expresa de la mejor forma
sobre ella —aseguró su hermana y frunció el ceño—. Por cierto, ¿Dónde
demonios está Pridwen?
—Por allá —apuntó Adrien, rodando los ojos—. Está empecinada en ir
con los jueces, descalificando todas las flores para que las de Daira ganen, o
algo por el estilo fue lo que me dijo.
—Ella en verdad es una buena amiga —se introdujo Sophia, llamando la
atención de Jason, quien suspiró enojado—. Sí, vengo justo a eso —asintió
la mujer—. John reitera su invitación.
—Estoy recién casado, ¿no pueden dejarme tranquilo?
—Jason… por favor, trata de entender la posición de John, para él
tampoco es fácil, le duele igual que a ti.
—¡Primita! —Héctor pasó un brazo por los hombros de Sophia,
provocándole un quejido—. Dejemos los temas feos para después, ahora
hablábamos de algo alegre: ¡Jason tiene corazón!
—Y me alegro por ello, pero eso no quita que…
—Sophia —Micaela la miró con fastidio—. Es en serio.
—Pero bueno, quién diría que Micaela podía poner tal cara de molestia
—se burló Adrien—. Vamos Jason, busquemos a Archie.
Daira observó aquella escena con el ceño fruncido, no entendía la razón
por la cual Jason tuviera tantas riñas con los que fueran su antigua familia
política ni tampoco por qué era tan reticente a volver a esa casa. Quizá fuera
por los recuerdos que no podría evitar al tenerlos de frente, de ser el caso, lo
apoyaba, ella jamás regresaría a la casa donde vivió con el conde de
Melbrook.
—¿Es usted Daira Seymour?
—Buen día —ella se volvió alegremente hacia la voz que la llamaba—.
Disculpe, ¿lo conozco de alguna parte?
—Debimos haberlo hecho, mi querida niña, pero no entremos en detalles
ahora —el hombre pasó sus ojos por las flores—. Debo admitir que son las
más hermosas que haya visto jamás.
—¡Oh, se lo agradezco mucho, señor! —sonrió la muchacha—. Lo que
hace que luzcan tanto es la combinación, ¿ve lo hermoso de este arreglo? Se
debe a que tiene rosas, tulipanes y…
—Ah, mi niña, podría escucharte todo el día, pero me temo que he de
marcharme ahora, no quiero acaparar tu atención.
—No es molestia alguna —dijo amablemente, acercándose más al
hombre—. Tome, ¿por qué no le lleva esta flor a su esposa?
El hombre sonrió con dulzura.
—La aceptaría, pero me temo que haz de quedártela.
—¿Por qué? Oh, no me diga que su esposa…
—Daira.
La joven volvió la vista hacia su marido, quien se hacía paso entre la
gente. Ella lo saludó desde lejos con una sonrisa y se volvió de nuevo para
seguir atendiendo al hombre con el que hablaba.
—Como le decía… —la joven frunció el ceño y miró de un lado a otro.
No se veía tan habilidoso hace unos segundos, pero parecía que podía
caminar bastante rápido como para perderse entre la gente.
El caminar de Jason se aceleró cuando notó que su esposa se inclinaba
sobre la mesa que exponía sus flores. Ella incluso estiraba el cuello y se
apoyaba sobre la madera para ver mejor, estaba claro que buscaba a alguien,
pero lo que lo preocupó fue su mirada.
—¿Qué sucede? —le acarició lo largo de la espalda hasta dejar su mano
sobre la cintura—. Te ves preocupada, ¿a quién buscas?
—Estaba hablando con un hombre —dijo extrañada—. Pero desapareció,
incluso sentí como si se hubiese puesto nervioso.
—Ya veo, creo que te estás abrumando, ¿quieres que…?
—Jason —colocó una mano en su pecho y rodó los ojos divertida—. En
serio estaba aquí, me preguntaba por las flores.
—¿Cuál era su nombre? Quizá lo conozca.
—Mmm… ahora que lo pienso, no me lo dijo.
—Así que no tenía nombre… interesante.
—No te burles —lo empujó divertida—. Te digo que es verdad, incluso
sabía mi nombre.
—¿Será porque lo tienes en un gafete justo ahí? —apuntó la zona de su
pecho de donde colgaba la elegante placa de madera tallada.
—Pero claro —rodó los ojos—. Lo siento, creo que me puse paranoica
por un momento.
—Está bien —Jason la volvió hacia él, colocando ambas manos sobre sus
caderas—. Si algo te incomoda o si tu hermano se acerca, búscame de
inmediato, ¿de acuerdo?
—Estaré bien —presionó sus labios contra los de él, tal y como habían
ensayado en tantas ocasiones—. Nos vemos en un rato.
La pareja disfrutó del día cada uno por su cuenta, de vez en cuando se
encontraban, se sonreían a lo lejos o daban besos indiscretos que la
sociedad disfrutaba en contemplar. Fue un evento agradable, llevadero y
entretenido para la sociedad abrumada por el venidero esplín del invierno.
Desafortunadamente para Daira, sus esfuerzos no fueron suficientes para
ganar a las flores de Archie, pero obtuvo un aceptable segundo lugar y fue
galardonada con la mejor presentación, siendo sus arreglos los más
innovadores y llamativos.
—No dejo de sentirme decepcionada de haber perdido —dijo la joven
con un puchero exagerado.
—¡Oh, mi Daira! Intenté lavar el cerebro de los jueces todo lo que pude,
pero he de aceptar que las flores de ese hombre son alucinantes, incluso creí
ver un hada parada en una de ellas.
—Por favor, Pridwen, ¿Hadas? —se burló Adrien.
—¿Tienes algún problema conmigo? —lo miró enojada—. ¿Qué no te
enseñaron a no meterte en la conversación de los demás?
—Estamos en una plática abierta —dijo obvio—, las opiniones son
aceptadas en estas condiciones.
—Lo siento Daira —su esposo besó tiernamente su sien—. Pero
Archivald tenía ventaja, es botánico.
—Lamento decirlo, pero no tenías muchas oportunidades —sonrió
Malcome, el hermano menor de los Pemberton.
—Debo admitir que tus flores son alucinantes, te lo aseguro, jamás se me
hubiera ocurrido semejantes combinaciones, eran arreglos esplendorosos —
sonrió Archie con cortesía.
—Ella les canta, igual que tía Annabella —informó Micaela.
—Odiaba que mamá hiciera eso —negó Terry, mirando a su esposa—.
No tiene fea voz, pero tampoco es un ángel.
—Que malvado eres, yo creo que tía Annabella canta muy bien —
defendió Sophia, recargada sobre su hermano mayor.
—Pero nadie canta como Daira, deberías cantar, ¡vamos, canta!
—Pridwen, no. —La joven tomó con fuerza el brazo de su amiga para
hacerla callar—. ¿Por qué siempre me haces esto?
—Porque cantas bonito —aseguró la rubia—, ¿por qué más?
—Sí, ¿por qué no cantas? —Terry buscó entre la gente y sonrió al
encontrar lo que buscaba—. Mamá sacó el piano, tú tocas muy bien Jason,
¿por qué no la acompañas?
—Si ella quiere, puedo tocar una pieza —aceptó el hombre y miró a su
esposa—. ¿Qué dices? ¿Quieres intentarlo?
—No te atrevas a retarme —entrecerró los ojos con diversión.
—¡Eso es! —aplaudió Héctor—. A cantar.
—Pero no quisiera importunar los planes de lady Hamilton —Daira se
apuró a detener a la manada de primos—. Quizá ella…
—Tonterías, a mamá le encanta la música —negó Terry—. Vamos, antes
de que alguien horrible comience a cantar.
—Como lady Marguett —Grace fingió un escalofrío.
—Sí, Dios nos libre —coincidió su marido.
Los primos se encaminaron hacia el piano, jalándose los unos a los otros,
llamando la atención del resto de las personas debido al escandaloso
proceder con dirección al piano.
—Jason —Daira tomó firmemente la muñeca de su marido para
detenerlo en su caminar—. ¿Estás loco? ¿Cómo crees que voy a cantar
delante de tanta gente?
—Tienes una voz preciosa, jamás imaginé que no habías cantado frente a
un público, ¿por qué aceptaste?
—Porque me retaste —dijo obvia.
—¿Esa es razón suficiente? —levantó ambas cejas—. Bueno, ya qué,
tendrás que hacerlo ahora que has aceptado.
—No puedo, la gente me mirará.
—Daira, la gente siempre te está mirando, eres hermosa ¿recuerdas? —
elevó una ceja burlesca.
—No es gracioso —volteó la cara y cruzó sus brazos.
—Vamos —Jason acarició los brazos de su esposa—. Es tu oportunidad
de llevarte el oro que Archie te quitó.
—Si no es un concurso de canto.
—Puedes imaginar que sí —elevó una ceja—. Anda, vamos.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Daira al sentir la forma en la que la
palma de su marido se resbalaba o hasta tomar su mano y la entrelazaba con
la de ella. Era verdad que desde hacía tiempo Jason se comportaba de forma
más cariñosa, y aunque normalmente le decía lo que estaba por hacer para
no sorprenderla, de repente actuaba totalmente espontáneo, dirigiéndole
dulces sonrisas y ligeros toques que le erizaban la piel. Y ella hacía lo
mismo, notando que Jason aceptaba los cariños que gustase en regalarle, tal
parecía que comenzaban a acoplarse en la farsa que ambos habían
planificado minuciosamente para no levantar sospecha alguna.
Sin pensarlo, la joven apretó la mano que la sostenía, mostrando su
nerviosismo, pero aceptando el lugar preferencial que se le concedió junto
al piano de cola blanco. Su esposo tomaba lugar en el banquillo de madera
y la miró divertido, elevando una y otra ceja a modo de juego hasta que la
hizo reír.
—¿Qué cantarás, preciosa? —Héctor elevó su copa, haciendo evidente
que algo estaba por pasar, así que la gente se acercó más.
—Bueno… —Daira se removió nerviosa, sonrió a su marido y se inclinó
para susurrar a su oído.
Jason elevó ambas cejas en sorpresa y la miró.
—¿Segura?
—Sí, segura.
Él asintió sin agregar nada más, colocó sus dedos en la posición adecuada
y comenzó a tocar la canción que ella pidió. Daira lentamente acompañó al
piano con su voz melodiosa, viajando suavemente entre los oídos de los que
la alcanzaban a escuchar, su tono era tan hechizante que más de uno dejó
que su mandíbula se abriera y otros simplemente cerraban los ojos para
deleitarse. Era increíble la forma en la que Daira era capaz de jugar con los
tonos, pareciese que tomaba lecciones de canto desde su niñez.
Cuando la voz y el piano detuvieron su coordinación perfecta, los
deslumbrados invitados comenzaron a aplaudir. Primero lentamente,
saliendo del estupor, para después pasar a ser un sonido ensordecedor que
ruborizó las mejillas de la joven cantante, quien miró emocionada a su
marido que en ese momento se ponía en pie y se acercaba para tomarle el
rostro y besarla en lo que fue un impulso que ella aceptó.
—Has estado fantástica —le susurró cerca de su oído.
—Gracias —sonrió ilusionada—. Usted estuvo espléndido.
—¡Pero si bien podría estar en la ópera! —Sophia empujó algunas
personas para quedar al frente—. Tengo contactos, por si quieres.
—No podría hacer tal cosa —se avergonzó la joven, cubriendo su rostro
—, pero agradezco su amabilidad, lady Sophia.
—¡Tonterías! ¡Es un desperdicio no exponer esa voz!
—Ha sido impresionante, querida —se adelantó la anfitriona, con una
sonrisa amable y ojos bondadosos—. Nunca había escuchado una voz
semejante, mi sobrina tiene razón.
—Pero definitivamente apoyo tu decisión de no unirte a la ópera —
renegó Marinett, quien trató de respaldarse en su marido.
—Es decisión de ella, Ojos Perla —James se inclinó de hombros.
Las discusiones acerca de la voz de la nueva señora Seymour se regaron
por todo el lugar, llevándolos rápidamente al debate sobre la libertad que
debían darle de que cantara para el público o que se limitara a los eventos
de clase social, como aquel. Sin embargo, la pareja hacía caso omiso a la
tormenta de ideas y continuaron disfrutando de la festividad sin más
preocupaciones. Ella no quería cantar para un público y en dado caso que lo
quisiera, Jason no tenía problema con ello, así que las cosas estaban
resueltas.
—Parece que las lecciones de canto sirvieron para algo, ¿Cierto querida
cuñada? —se acercó una muy enfadada Lina Melbrook.
—Yo no soy tu familia —Daira apretó los puños.
—Sabes que sí —sonrió de lado—. Aunque he de decir que yo tampoco
me quedo atrás en cuanto a voz, tu maestro solía decirme que era tan
melodiosa como tú.
«Claro que lo hacía, porque te acostabas con él» pensó Daira.
—Seguro que así es, lady Melbrook —ironizó Adrien—. Aunque le
recomiendo no intentar cantar ahora, es difícil superar una buena primera
impresión y Daira lo ha hecho.
—No dije que lo intentaría —elevó la nariz orgullosamente.
—¡Daira! —Pridwen saltó sobre su amiga, casi llevándosela al suelo—.
¡Ha sido hermoso! No estaba muy cerca para escucharlo, pero logré
reconocerte, siempre envidié tu voz.
—¿Y tú dónde estabas? —regañó Adrien como si se tratara de su hija—.
¿Por qué no le dijiste a nadie?
—A veces se te olvida que soy una mujer adulta, ¿Verdad? —lo miró
divertida—. Vamos, Adrien, bailemos un poco.
—¿Qué? —el hombre la siguió debido a que ella ya tenía prisionera su
mano—. No hay música, loca.
—Esos dos son todo un torbellino de emociones —Jason miró a la pareja
con diversión y después a su esposa—. ¿No lo crees?
—Ni qué lo digas.
—¿Disculpen? —Lina hizo énfasis en su voz chillona—. Creía que
estaba hablando con ustedes.
—Ah, claro —el hombre meneó la cabeza—. ¿Decías?
Lina sonrió, dando pasos paulatinos hacia ellos.
—Pueden engañar a todos estos idiotas de su supuesta relación —elevó
una ceja—. Pero no a mí —la mujer levantó una mano, metiendo un dedo
por entre uno de los botones de la camisa de Jason, jalándolo ligeramente
hacia ella—. Recuerda que yo he estado en la cama contigo Jason, donde
Daira claramente no ha estado.
—Supongo que le es más fácil pensar eso, lady Melbrook —se introdujo
Daira, tomando la muñeca de su cuñada y apartándola con desdén—. Pero
le sugiero que no vaya por ahí tocando a los maridos de otras personas,
mucho menos frente a su esposa, podría generarle mala fama… o en su
caso, empeorarla.
Los ojos de Lina brillaron en odio y levantó una mano cargada de odio,
siendo interceptada a tiempo por Jason, evitando que llegase a tocar la
mejilla de su esposa, hacia donde iba dirigida.
—Fue bueno hablar con usted, lady Melbrook —disimuló la agresión al
llevarse el dorso de la mujer hasta los labios—. Con su permiso, he de
llevarme a mi esposa por unos momentos.
La respiración de Daira era errática, estaba enojada y al mismo tiempo
conmocionada por lo que estuvo por ocurrir. Pero no podía evitar disfrutar
el semblante dolido y humillado de la mujer que se encargó de atormentarla
toda la vida. Era un sentimiento extraño, pero le encantaba incordiar a lady
Melbrook cada vez que podía, pasaba lo mismo con su hermano, era una
satisfacción que la envolvía y la convertía en una persona diferente a la que
era en verdad. La hacía imprudente y para con su marido, completamente
impredecible.
Caminaron en silencio por los jardines que comenzaban a quedarse
desnudos ante la afluencia del invierno. Y aunque ambos se volvieron a
colocar los abrigos, no les eran suficientes contra el cruel frío, así que se
acercaban más de la cuenta para adquirir calor del otro.
—¿Crees que sea verdad? —inquirió Daira después de un largo silencio
—. ¿Crees que note que no hemos consumado el matrimonio?
—Dudo que tenga esa capacidad, aunque es un buen truco para hacer
trastabillar a las personas —la miró de soslayo—, pero tú tomaste las
riendas de la situación y la acomodaste a la perfección.
—Bueno, supuse que a ninguna mujer le gustaría una actitud similar de
una amante para con su esposo.
—Ella ya no es mi amante.
—Eso no importa —se inclinó de hombros—. ¿O sí?
—Supongo que no —Jason metió las manos en sus bolsillos.
—¿Por qué me trajiste aquí? Hace frío y la verdad pensaba…
—Quiero mostrarte algo.
Ella apretó una sonrisa y lo siguió divertida hasta llegar a un lugar
despejado de árboles y flores. Allí tan sólo había espesos y altos arbustos
protegiendo como murallas un interior desconocido.
—¿Qué hay ahí?
—Es el jardín de mi tía, se supone que es muy especial.
—Entonces será muy privado —lo miró preocupada—, seguro no gustará
que entren intrusos.
—Es mi tía Daira, la desobedezco desde que tengo uso de razón, incluso
he entrado con el tío Thomas.
—Tu tío me da miedo.
—Haces bien en tenerlo —elevó las cejas y se adelantó hacia la puerta,
las cuales abrió para ella.
—¿En serio? ¿Por qué? —Daira se agachó por instinto al pasar por la
puerta de madera que estaba flanqueada por arbustos—. Lo he preguntado,
pero todos parecen atemorizados de decir algo.
—Mi tío y mis primos se encargan de cosas peligrosas, es mejor no saber
ni preguntar mucho sobre ellos.
—Genial, ahora tengo mucho más miedo.
—Ven —le tomó la mano y comenzó a dirigirla por el pasillo de arbustos
que había en el interior—. Listo, ¿no es impresionante?
—Es mucho mejor que eso… —giró sobre sí misma, totalmente
deslumbrada—. Es hermoso.
—Mi tío lo mandó a hacer —explicó—. Es un regalo especial porque son
las flores que mi tía ama, incluso su anillo de matrimonio está hecho con la
figura de esta flor.
—Huele delicioso —la joven cerró los ojos, inhalando con fuerza—.
Gardenias, son inconfundibles. Jason, ¿Qué hago aquí?
—No lo sé —Jason miró a su alrededor—. Siempre me gustó este lugar.
Me parecía extraño que un hombre como el tío Thomas pudiera expresar
tanto… amor, por alguien, su carácter no es muy cariñoso, pero esto
demuestra cuanto quiere a su esposa, ¿no crees?
—Sí, supongo. —Ella seguía sin comprender.
Jason pasó sus ojos por el hermoso jardín flanqueado por altos arbustos
que resguardaban el secreto de las gardenias en su interior.
—Siempre me gustó la idea del amor —declaró, sentándose en una banca
de piedra blanca—. En el pasado fui impulsivo en cuanto a ello, jamás lo
pensé muy bien, supongo que no hacía falta hacerlo.
—Es normal cuando eres joven, ¿no?
—Sí. Hasta cierto punto lo es —aceptó—, pero ya no quiero ser
impulsivo, quiero tomarme las cosas con calma, conocer a la persona con la
que pasaré mi vida —la miró de soslayo y le tomó las manos con delicadeza
—. La realidad es que estamos casados y así será a partir de ahora, así que
me gustaría conocerte, en verdad hacerlo y no sólo fingirlo, quiero que todo
lo que te dé y lo que tú me des sea real.
Ella lo miró con incomprensión por un largo momento, después bajó
hasta el enlace de sus manos. Nervios, eso era lo que sentía subiendo de
forma desagradable por todo su cuerpo; después llegó la incomodidad,
nuevamente se sentía amenazada. No entendía por qué quería cambiar las
reglas del juego, ¿por qué ahora estaba interesado en conocerla? ¿En
acercarse a ella? Eso no fue en lo que habían quedado, había dicho que todo
sería una fachada y ahora…
Se puso en pie, alejándose de él con piernas temblorosas al notar hasta
ese momento que la puerta estaba cerrada, ¿por qué la había cerrado? ¿Por
qué no lo notó antes? Bajó la guardia con él, comenzó a sentirse demasiado
cómoda. Debió recordar que Jason era un hombre y todos eran iguales,
jamás debió dejar de sentir miedo, eso era fundamental para la
supervivencia, para que no le hicieran daño.
—Daira. —Ella saltó lejos, totalmente a la defensiva. Jason suspiró y
asintió—. No te estoy presionando, el que quiere conocerte soy yo, el
interesado soy yo, así que tú puedes seguir como hasta ahora, nada ha
cambiado.
—Todo ha cambiado —dijo enojada—. ¿Por qué lo hiciste?
—¿Mostrar interés en la persona con la que me casé?
—Dijiste que no te gustaba, que no me soportabas, pensé que seguías
enamorado de tu antigua esposa, ¿por qué cambias las reglas?
—No estoy cambiando nada Daira, ¿Te es tan difícil confiar en las
personas que muestran un interés sincero en ti?
—Sí. —Levantó las manos—. Creía que había quedado claro desde el
principio. Yo no creo que alguien que tenga un interés sincero en mí piense
en otra cosa además de llevarme a la cama.
—Por Dios —Jason negó incrédulo—. Eso es ir demasiado adelante,
diste un brinco enorme en cuanto a relaciones.
—¿Entonces qué quieres?
—¡Nada! —dijo exasperado—. Quiero acercarme a ti sin que sea una
mentira, tocarte sin que sea ensayado o por demostrar algo. Me interesas
Daira, ¿te parece tan repulsivo?
—Yo… —ella negó confundida—. No lo sé, no entiendo.
—¡Perfecto! No tienes que entenderlo, estas cosas no son racionales,
simplemente podrías dejarte llevar un poco, fluir con lo que suceda y con lo
que sientas —se acercó paulatinamente, con cuidado—. ¿O es que te
desagrada cuando te toco?
—N-No. —Ella frunció el ceño y se alejó un poco.
—¿Cuándo te beso? —Jason avanzó de nuevo.
—N-No. Pero era mentira —se excusó.
—Pese a que fuera fingido, el toque era real y deja huella, se siente
extraño ¿verdad? Quizá un cosquilleo, ¿lo sentiste alguna vez?
—Bueno… a-a veces.
—¿Y te provocaba algo negativo o positivo?
—Yo… no sé —miró nerviosa hacia los lados—. Positivo… creo.
—Eso es un comienzo, es lo único que te pido.
—¿Por qué cerraste la puerta Jason? —susurró temblorosa, nerviosa,
llena de dudas e inseguridades.
—Quería estar a solas contigo —dijo naturalmente—. Hemos estado a
solas muchas veces Daira y jamás te he hecho daño, ¿o sí?
—No, nunca —aquello fue dicho con firmeza—. Y… no lo harías
¿verdad? Puedo seguir confiando en ti como hasta ahora.
—Jamás te haría daño. —Ella asintió. Jason la notaba un poco más
tranquila, así que se acercó y elevó las manos hasta colocarlas en los brazos
desnudos de su esposa, quien dejó salir un suspiro asustado y cerró los ojos,
pero no se alejó—. ¿Me tienes miedo?
—No —aseguró, aún sin abrir los ojos, con su cuerpo en estado de
tensión—. ¿Cómo me debo comportar? ¿Qué debo hacer ahora?
—Nada —sonrió Jason—. Nada en lo absoluto.
—¿Nada? —lo miró entonces.
—Bueno, quizá me gustaría que cuando me acerque a ti a partir de ahora,
no parezcas una piedra —la zarandeó ligeramente, haciéndola reír—.
Seguimos siendo los mismos, confía en mí.
—L-Lo intentaré.
—Con eso me es suficiente.
Jason pasó su grisácea mirada por el rostro dubitativo de su esposa.
Sonrió sin poder evitarlo y la besó, desconcertándola lo suficiente como
para que diera un gritito y se llevara una mano a los labios. Fue una caricia
corta y muy inocente, pero fue la primera que se dieron sin fingir y en una
completa soledad.
Capítulo 22

Desde hacía tiempo que el invierno había tomado posesión de Londres,


cubriendo la ciudad con una sábana blanca, ventiscas que helaban hasta los
pensamientos y paisajes de árboles desnudos. Aún estaba oscuro y no había
mucho movimiento, seguía siendo temprano, demasiado temprano como
para que un niño estuviera despierto, así que era tarea de sus padres el
llevarlo abrigado y en el estupor de los sueños hasta la carroza que los
llevaría directamente a Eaton Hall, hogar de los duques de Westminster.
¿Quién negaría que la insistencia tenía sus frutos? Que los Seymour
estuvieran de camino hacia Cheshire lo comprobaba. Muy a pesar de las
excusas que Jason logró poner, eventualmente no tuvo sentido seguir
inventando tonterías y decidió acabar con el asunto cuanto antes, de
preferencia antes de Navidad.
—Es un ultraje que nos hagan viajar con este clima.
—Lo has decidido tú, el llegar temprano para irte temprano, ¿recuerdas?
—sonrió Daira, con el niño dormido en brazos.
—Creo que fue tonto, está claro que no nos dejarán regresar hasta
pasadas las fiestas —se cruzó de brazos.
—Al menos no tendremos que soportar a los Melbrook.
—Temo decirte que Sophia suele dar fiestas glamurosas en estas fechas,
lo hace más que nada para sacar temas de las Suffragettes y Lina es parte de
ese grupo, como toda mujer sofisticada y socialmente bien acomodada —
torció los labios—. Así que la invitará.
—Es desafortunado —sonrió—. Aunque el tema de tu prima me es
emocionante, ella habla con tanta pasión sobre lo que le interesa.
—Ella habla así de todo, es artista, no podía ser diferente.
—Tu familia es… —Daira buscó las palabras—, muy liberal, tienen un
pensamiento tan diferente al usual…
—No te creas, a tía Elizabeth casi le da un infarto cuando la vio en su
primera obra, pero debo admitir que las mujeres de mi familia son
obstinadas con lo que quieren, suelen lograr sus objetivos.
—Eso es magnífico, pareciera un sueño.
Resultó inquietante para Jason escucharla hablar con tanta sorpresa sobre
un tema que para él era más que normal. En su familia las mujeres no eran
vistas como inferiores, desde pequeños se les inculcaba a los varones el
cuidarlas mas no a menospreciarlas. Era difícil de creer que no todas las
mujeres gozaban de las libertades y amplia educación que sus primas y
hermana disfrutaron.
—¿Qué me dices de ti? ¿Hay algo que te apasione?
—¿A mí? —Daira apretó los labios y miró hacia la ventana, sintiendo un
gran vacío al no encontrar nada—. Creo que no.
—Quizá no lo has pensado bien, creo que jamás te planteaste el tener la
oportunidad de desempeñarte en algo que ames.
—¿Me estás proponiendo algo? —sonrió de lado.
—Digo que, si encontraras algo que de verdad quieres hacer, deberías dar
todo por ello, yo no seré un impedimento. —La miró de soslayo, meditando
un poco—. ¿Qué me dices del canto?
—Oh, bueno —se avergonzó—, no sé si podría dedicarme a ello, me da
mucha vergüenza, me siento cómoda cantando a Jack, pero…
—Comprendo —se reacomodó en el asiento— deberías pensarlo.
Por unos momentos, la joven se dedicó a pensar en sus gustos y en cómo
podría emplearlos para hacer algo de su vida. La perspectiva la abrumó y
llenó de felicidad en igualdad. Sin embargo, una carroza en movimiento con
un niño pequeño lloriqueando y un marido quejumbroso no era el mejor
lugar para pensar en ello. Daira no pudo evitar sonreír al ver el rostro
compungido de su marido, tal parecía que era otra de las personas a las que
no les gustaba seguir órdenes.
—Me alegra saber que al menos estará Pridwen —quiso sacar un tema de
conversación—, me sentiré más cómoda con su presencia.
—Sí. Otra de las estrategias de mi prima para lograr su objetivo.
—¿Qué tengo que ver yo con tus decisiones? —Daira encajó su mirada
en la de su marido—. Si no hubieras aceptado, yo no habría podido
cuestionar tu decisión.
—Quizá. —Asintió distraídamente, mirando por la ventana—. Pero al
final, ¿quién fue la que me convenció de venir?
Un leve sonrojo tomó posesión de las mejillas de Daira al mismo tiempo
que escondía una sonrisa alegre al volver su rostro hacia el paisaje que
desfilaba por la ventana. Sin embargo, por primera vez le parecía más
interesante el interior de la carroza, que el exterior. Jason era un hombre
gallardo, se descubría mirándolo a escondidas más veces de las que le
gustaría aceptar, recorriendo sus facciones varoniles de larga nariz y fuerte
mentón; sus ojos grises enfocados en la nieve, sus largas pestañas doradas
rozando las cejas tupidas. Todo en él parecía emblemático y cautivador,
incluso con esa postura desfachatada sobre el asiento y el brazo fuerte que
terminaba con una mano empuñada, donde recostaba una mejilla.
—¿Qué ocurre? —La miró, siendo consciente de su inspección.
—Nada —dijo tranquila, sin apartar la mirada—. Me parece que es la
primera vez que me doy cuenta que es usted muy apuesto.
—¿En verdad? —sonrió galantemente—. Vaya, casi parece una ofensa,
llevamos meses de conocernos.
—Lo siento, antes de ver el exterior de las personas me es más
importante conocer el interior.
—¿Y qué fue lo que descubriste mientras no veías mi rostro?
—Lo suficiente para confiar en usted —elevó una ceja.
El resto del camino fue una incesable sucesión del dormir y despertar de
Jack, ambos padres preferían mantenerlo dormido, pero el niño se mostraba
intransigente, una vez que hubo despertado del todo, no existió forma de
volverlo a poner a dormir. Como era de esperarse en un niño de cuatro años,
impresionable y que comenzaba a cuestionar el mundo por primera vez,
mantuvo los ojos abiertos y la nariz pegada a la ventana que los resguardaba
del viento helado.
—Mamá, ¿por qué es frío? ¿Bond siente frío?
—Estamos en invierno —contestó pacientemente a lo que fue el final de
un largo interrogatorio—. Y sí, siente frío.
—¿Llegaremos pronto? ¿Bond estará enojado por no verme?
—No falta mucho Jackson y Bond está en la otra carroza, seguro estará
dormido —Jason tomó a su hijo en brazos y lo sentó en su regazo—.
Recuerda, tienes que saludar a tus tíos y a tus primas.
—Pero ellas son niñas. —arrugó la nariz.
—¿Qué pasa con las niñas? —se adelantó Daira con una sonrisa—¿Es
que te caemos mal?
—Tú no eres niña, mamá —dijo obvio—, tú eres una mamá.
—Claro que lo soy o alguna vez lo fui.
El pequeño frunció el rostro con aversión.
—Le durará poco —sonrió Jason, acariciando el cabello rizado de su hijo
para despejar su frente, donde plantó un beso.
—Ya lo creo que sí.
Llegaron a Eaton Hall pasando la media tarde. Los duques los esperaban
en la entrada de su propiedad con grandes sonrisas y sus hermosas mellizas
revestidas en satén, encaje y listones rosados. En los ojos de aquellas
pequeñas, Daira pudo notar la rebeldía que ambos padres guardaban en su
interior, así como su determinación y quizá testarudez por lo que buscaban.
Daira tomó la mano del pequeño Jack, quien la apretó con la fuerza de
sus nervios. Ella le dio una sonrisa tranquilizadora, la mejor que pudo
componer al estar en la misma situación que él y siguió con el camino que
marcaba Jason hacia la familia de los duques.
—¡Oh, al fin llegan! —Sophia Ainsworth bajó las escaleras con los
brazos abiertos, primero dirigidos hacia su primo y después hacia Daira y el
pequeño—. Hola Jackson, ¿Cómo te encuentras?
El rostro del infante se transformó lentamente en un ceño fruncido, Jack
se llevó un dedo a la boca y se aferró al vestido de su madre, escondiendo la
mitad de su cuerpo detrás de ella.
—Jack —Daira se agachó hasta quedar a la altura del niño, tomándolo de
los hombros para reprenderlo ligeramente, ayudándolo a sacar el dedo de su
boca—. Saluda a tu tía.
—No te preocupes Daira —sonrió Sophia, quien también se agachó junto
al niño, dándole una ligera caricia en su mejilla—. ¿Te gusta el chocolate,
Jack? —el par de pequeños ojos grises buscaron a su padre, pero asintió
mucho antes de que Jason diera su permiso—. Bien, te puedo dar algo justo
ahora, ¿Quieres acompañarme?
Como toda respuesta, el niño dio unos pasos hacia su tía, quien le
estiraba una mano que terminó siendo tomada, sonriendo ante la expectativa
de recibir un dulce mucho antes de lo que sus padres se lo permitieran
normalmente.
Sophia se mostró anonadada ante su pequeña victoria, guío al niño al
interior de la casa, hablando también a sus dos hijas, quienes fueran un poco
mayores pero lo suficientemente infantiles como para sentir celos porque su
madre fuera generosa con un niño extraño, aunque este fuera uno de sus
primos.
—Pasen, por favor —pidió el duque con gentileza y autoridad
entremezcladas en su tono—. Tenemos un aperitivo preparado para ustedes,
¿se detuvieron para desayunar?
—Sí, mi lord —se adelantó Daira al notar la reticencia de su marido por
contestar o simplemente avanzar—. Hicimos una parada en un hotel
cercano a eso de las diez, aun así, muchas gracias.
Los ojos entre grises y azules se fijaron en ella en medio de un
escalofriante análisis. El duque no lo hacía con la intensión de intimidarla,
su mirada era así sin proponérselo. Daira lograba entenderlo, hasta cierto
punto era entendible que tratara de estudiar a la mujer que ocuparía el lugar
de su hermana, no sólo como la esposa de Jason sino como la madre del
niño que fuese a ser su heredero.
—Para ya, John —se adelantó Jason, tomando la cintura de su esposa—.
Si buscabas ser poco hospitalario, lo has logrado.
—Esa no era mi intensión —pestañeó el caballero, enfocando su cabeza
—. Lo lamento señora, mi comportamiento es reprochable, es usted
bienvenida a esta casa, no dude de ello.
Una vacilante sonrisa se deslizó por el rostro de Daira. Algo en el duque
le resultaba amenazador, creándole un sentimiento persistente que la hacía
sentir en constante peligro de muerte. Como si detrás de esa fachada
apuesta y distinguida se ocultara un monstruo.
—Acabemos con esto de una vez —gruñó Jason, entrando a la casa en la
que alguna vez cortejó a la madre de su hijo.
La hermosa mujer que fue dejada atrás, permitió que un suspiro cansino
saliera de sus labios. Se volvió hacia el duque que seguía sin apartar su
mirada escrutiñadora de ella y elevó una ceja en un rostro lleno de una
renovada seguridad y aplomo.
—Lo siento, señora —se avergonzó el caballero—. No es mi intensión
incomodarla, únicamente busco… comprender.
—¿Comprender qué cosa, duque?
—El cómo fue que lo logró.
—Sigue siendo una pregunta dispersa, mi señor.
—Por supuesto —cerró los ojos—. Me refiero al hecho de que es obvio
que Jason tiene un sincero interés en usted. Nosotros intentamos por años
traerlo de regreso al mundo, pero fue inútil.
Hasta ese momento, Daira pensó que la dura mirada que le dirigía el
duque se debía a una lealtad hacia su hermana; pero resultaba ser que lo
único que le daba curiosidad era ella como persona y si no se equivocaba,
estaba realmente interesado en la integridad e incluso la felicidad del
hombre que fuera su esposo.
—No ha de preocuparse más por él, duque —se acercó y le tomó con
fuerza y determinación una de sus manos—. No sé lo que pasó entre su
hermana y mi esposo, pero le aseguro que sea lo que sea, eso está en el
pasado, tanto él como yo buscamos un futuro juntos.
—Jason no había dado muestra de ello —dijo pesaroso—. Mi hermana
fue para él un ancla que lo llevó hasta una profunda soledad y
desesperación. Lo dejó navegando en el dolor por mucho tiempo.
—Puedo ver que lo aprecia, y le puedo asegurar que yo siento lo mismo
por él. —Trató de darle paz al duque—. Es usted un buen hombre, pero le
ruego que deje de intentar analizarme o intimidarme, no es mi idea lastimar
a mi marido, se lo aseguro.
—Lo agradezco y prometo no hacerlo más —levantó las manos,
mostrando una hilera de dientes blancos que formaban una sonrisa que casi
parecía una ilusión en ese rostro en su normalidad serio.
Establecida la paz, el duque y la actual condesa pasaron a la casa en
medio de una plática educada que se basó en trivialidades de Londres y la
larga ausencia del duque en la capital. Tal parecía que, muy a diferencia de
lady Sophia, el duque prefería el campo, lo cual los llevó a un esporádico
distanciamiento para complacencia de ella.
—Me parece extraordinaria la fe que deposita en su esposa.
—No voy a negar que en un inicio me parecía doloroso el que quisiera
irse —aceptó el duque, sin tratar de aparentar que todo era perfecto—, pero
la entiendo, lo necesita y no puedo retenerla.
—Aunque creo que lady Sophia tampoco soporta mucho tiempo lejos de
usted, mi lord —elevó sus comisuras al notar el rostro alegre del duque—.
Me parecen una pareja muy hermosa, aunque…
La joven mordió sus labios para no cometer una indiscreción.
—Sí, lo puede preguntar, está en su derecho de hacerlo —el duque se
adelantó a su línea de pensamiento, su mirada dolorida daba muestra de ello
—. Mi esposa sufrió un percance después de dar a luz a nuestras hijas,
ella… no puede, le es imposible ahora.
—¿No existe cura alguna?
—Temo que no —suspiró derrotado—. Es pesado para mí, veo el daño
que le hace, aunque intente disimularlo.
—Pero para usted es suficiente con lo que tienen ahora ¿verdad, mi lord?
—Daira casi parecía suplicar—. Debe serlo ¿cierto?
John cerró sus ojos lentamente, dejándose atrapar por la oscuridad detrás
de sus párpados, donde los recuerdos y pensamientos solían esclarecerse
con mayor facilidad.
—Por supuesto que lo es —abrió los ojos sin enfocar a su acompañante
—. Ella lo es todo para mí, las hijas que me dio son más que suficientes
para mi completa alegría, incluso si no las hubiéramos podido tener. —
Tomó aire—. Prometí a su padre jamás hacerla sentir culpable si es que
jamás llegaba a darme un heredero, pero no puedo hacer nada cuando es
ella misma quien se martiriza con ello.
—¿Por eso su insistencia de traer a Jack?
—De alguna forma quiere compensarlo, sé que el niño será bien educado
por su padre, no pongo duda en ello —aseguró—. Pero apoyaré a mi esposa
en lo que sea que piense, ese mi trabajo.
—¿Qué es lo que se propone lady Sophia? —Daira frunció el ceño,
comprendiendo que era algo que podía afectar a Jason.
Los labios del hombre se apretaron hasta formar una fina línea.
—Quiere traerlo aquí para inspeccionar su educación.
—Estará usted bromeando —elevó una ceja confusa—. Sabe
perfectamente que ese niño y su padre casi son una misma persona. Pese a
que se ha acoplado a mí, Jackson siempre preferirá a su padre. En
momentos de terror, necesidad o simplemente cariño, lo busca a él primero,
se alegra en su presencia y lo añora en su ausencia.
—Tengo conocimiento de ello —su voz se endureció—. Pero ¿qué espera
que haga? Es mi mujer y quiero hacerla feliz.
—No lo conseguirá, Jason se negará.
—Eso lo sé, no pienso quitarle a su hijo —esclareció—. Esta invitación
no es una trampa, tranquilícese y desestrese su cuerpo. Los he mandado
llamar para persuadirlos de que se vengan a vivir a la casa cercana que
Jason compró, queda a unos cuantos kilómetros de Eaton Hall, ese es todo
mi propósito.
—Por qué sería necesaria una persuasión para ello? —había algo que no
terminaba de encajar y, al observar la expresión del duque lo comprendió—.
Es la casa que compartía con su antigua esposa.
—Sí.
—Supongo que él jamás quiso volver ahí —hizo una mueca de
intranquilidad—. Le recordará mucho a ella.
—Necesito que me ayude —pidió el duque—. Es verdad que en parte lo
hago para complacer a Sophia, pero tiene que aprender a llevar este ducado
también, debe estar bajo la dirección de su padre, sí —aceptó—, pero
también me necesitará a mí como su instructor.
Daira mordió sus labios, sintiendo el estrés subir por su cuerpo ante la
petición. Aquello podría ser sencillo para una esposa normal, pero ellos no
tenían una relación tan profunda, apenas comenzaban a conocerse y, pese a
que ya eran confidentes de algunos secretos, Daira aún no tenía la confianza
de hacerle una petición semejante.
—Mi lord, yo no…
—Sé que tienen poco de estar casados, pero no hay duda de que ejerce
cierto poder en él —la interrumpió ante la negativa en sus palabras—. El
simple hecho de que esté aquí es muestra de ello.
Jason le había dicho lo mismo, pero ella seguía sin tomarse todo el
crédito, creía que al final de cuentas, al ser el padre de ese niño, fue
consciente del peso que eventualmente caería sobre sus hombros y la
necesidad que tenía por aprender a sobrellevar ambos títulos.
—Se lo haré saber, mi lord, es todo lo que puedo prometer.
—Gracias —John se adelantó y le tomó la mano—. En verdad lo
agradezco, será bueno para Jackson.
Dio un leve asentimiento hacia el duque antes de proseguir con su
camino. En realidad, no tenía idea hacia dónde se dirigían, pero sus
pensamientos le impedían enfocarse en algo tan trivial como la dirección de
sus pasos que, al final de cuentas, estaban siendo guiados por el duque,
mientras que las decisiones y acciones que tenía que tomar, debían ser
únicamente de ella.
—Daira —su esposo la llamó en cuanto la tuvo en su campo de visión.
Ya no parecía tan enojado como cuando llegó, quizá en ese tiempo estuvo
bebiendo lo suficiente como para lograr relajarse—. Ven, vamos a nuestra
habitación.
—Jason…
—Luego, John —concedió cortés—. Luego, lo prometo.
La mano estirada de Jason fue alcanzada rápidamente por la de su esposa,
quien se acomodó a su lado con naturalidad y caminaron fuera del salón. El
duque no pudo más que sonreír hacia ellos, se sentía feliz por Jason, le
entusiasmaba que hubiera encontrado a una mujer que lo volviera a hacer
sentir vivo.
—¿Qué sucede John? —Los ojos claros del duque volaron hasta posarse
en su mujer, quien se acercaba a él con un rostro preocupado—. No me
digas que discutieron.
—No hubo oportunidad, estuve hablando con Daira durante todo este
tiempo —la abrazó de tal forma que ella fuera capaz de ver lo mismo que él
—. Creo que es una buena mujer.
—Sí —Sophia suspiró y se reacomodó en los brazos de su marido—. Me
lo parece también, ¿crees que pueda convencerlo?
—Mi amor —la giró en sus brazos—. Quiero que dejes de obsesionarte,
¿cómo fue que esto comenzó? ¿Quién te metió tales desavenencias? Pensé
que defenderías con uñas y dientes el derecho de tus hijas como mis
descendientes.
—Me gustaría decir que es posible John, pero sé que no —bajó la mirada
—. No dar un hijo a un duque…
—Eso no me importa, el hijo de mi hermana llevará mi título, me agrada
el hombre que es su padre, incluso me agrada su nueva esposa —elevó una
ceja y se inclinó para besarle la mejilla—. Quiero que seas feliz y disfrutes
de nuestras hijas, de nosotros.
—¡Sé que es tonto! —alegó—. Pero no es sólo por no poder tener un
varón, es el hecho de no poder tener más hijos —apretó la camisa de su
marido entre sus manos—. Siempre me gustaron las familias grandes, me
agradaba la idea de formar algo que fuera de nosotros.
El rostro de John brillaba con el más puro cariño que un hombre podría
experimentar hacia una mujer. Adoraba a su esposa y esa revelación le
dolió, pero al mismo tiempo, lo hizo comprender sus anhelos y la
desesperación que sentía.
—Buscaremos ayuda Sophia —aseguró—. Si es tu deseo tener más hijos,
encontraré la forma de poder dártelos.
—Pero John —apretó los labios—. Sabes que no puedo.
—La medicina avanza todos los días —aseguró—. Ten fe.
Ella apretó una sonrisa, permitiendo que un par de lágrimas traicioneras
salieran de sus ojos.
—Soy tan afortunada de tenerte —lo abrazó—. Espero que Jason
encuentre algo igual en la persona que ha elegido.
—Lo espero también.
Los pasillos, las estancias y recámaras de esa mansión eran del total
conocimiento de Jason Seymour. Se sabía que el hombre vagaba por esa
casa mucho antes siquiera de presentarse con el duque como pretendiente
oficial de su hermana. Su personalidad atrabancada y pasional lo había
llevado a cometer una fechoría que por poco le cuesta la vida. Era de
esperarse que al cometer un pecado en contra de un hombre tan loable y
respetado como lo era John Ainsworth, lo mínimo que se esperara era un
duelo, sobre todo cuando el honor de su hermana estaba de por medio. Y
casarse con Annelise no fue una condena, se enamoró de ella gracias a su
rebeldía, su actitud aniñada y caprichosa; pero en definitiva no volvería a
cometer una trastada igual, ni siquiera en medio de la locura.
Todo en aquel hogar evocaba recuerdos que llegaban de golpe a la cabeza
de Jason, abrumándolo al punto de sentir debilidad. Fueron años los que
pasó en esa mansión en compañía de su antigua esposa, le fue sencillo
encariñarse con John, con sus hijas y con el futuro que le esperaba en una
vida con esa mujer a su lado. Todo se derrumbó en cuestión de segundos,
resultaba impactante la facilidad con la que caía a pedazos la utopía del
amor, aplastando a al más débil, atrapándolo de por vida en los escombros o
sucumbiendo ante ellos.
Fue feliz, no podía negarlo, tuvo a su hijo gracias a esa relación y era
algo que no cambiaría por nada en el mundo, no cambiaría ninguna de sus
decisiones si el resultado seguía siendo Jackson.
—Jason —la voz entonada de Daira lo trajo a la realidad. Se había
acercado lo suficiente a él como para poder colocar las manos sobre sus
mejillas rasposas—. ¿Qué ocurre? ¿Te sientes bien?
Soltó el aire de forma abrupta, dejando ir en esa exhalación todas sus
angustias para poder enfocarse en la mujer que parecía preocupada por él.
Sonrió. La belleza de Daira era despampanante, resultaba difícil elegir el
lugar en dónde enfocar la mirada, puesto que, en cada rasgo, había una
beldad inexcusable. Sin embargo, a Jason le agradaba encontrar el error en
la perfección, porque con ello la hacía más real, más humana y le era menos
quimérico el hecho de que fuera su esposa. Le gustaba la pequeña peca que
estaba colocada al final de su quijada y junto a su oído, la forma en la que
arrugaba la nariz cuando estaba disgustada, la sutil diferencia entre sus
cejas, la textura de sus labios que solían resecarse y las pequeñas arrugas
que se formaban junto a sus ojos cuando sonreía.
—Me alegra que estés aquí conmigo —la jaló hasta su pecho y besó su
cabeza—. No sabría qué hacer sin ti.
—Jason, son buenas personas, están preocupados por ti.
—Lo sé —la apretó contra sí—. Pero detesto que quieran arreglarme la
vida como si fuese un muchacho sin razón.
—En realidad sólo están evaluando las decisiones que has tomado —
Daira se alejó lo suficiente para que sus ojos se toparan—. Creo que desean
saber si soy buena para ti y para tu hijo.
—No les corresponde juzgar algo que yo ya he decretado.
Ella negó con lentitud y sonrió sin apartar su mirada de él.
—Eres bueno con las palabras Jason Seymour, no te lo puedo negar, tu
coqueteo es sutil, pero siempre va al punto deseado.
—¿Te molesta? —la acercó, besando detrás de su oreja en repetidas
ocasiones, causando un escalofrío que recorrió el cuerpo entero de la joven
—. Quiero besarte Daira.
—No sabía que ahora se había establecido la norma de pedir permiso
para algo así —ella sonrió divertida—. Lo tomaré en cuenta.
—Mejor no lo hagas —frunció la nariz y la besó dulcemente,
prolongando la caricia en todo lo que le fuera posible—. Vamos, escojamos
una habitación que sea de nuestro agrado.
—¿Es que no te han dado una?
—Sí, pero odio estar en el ala este —se inclinó de hombros—. Vamos,
busquemos otra.
—Pero Jason…
El hombre la jaló por los pasillos, riendo de su reticencia e inseguridad al
desobedecer una orden dada por los dueños de la casa. Tal parecía que
Daira seguía sin comprender que Jason era primo de esas personas y entre
la familia se permitían muchas cosas, sobre todo entre los Bermont, quienes
solían desobedecer pese a que se les riñera por ello. Existía una cierta
confianza que no necesitaba ser dicha, simplemente se sabía con certeza
que jamás se lastimarían entre ellos.
La pareja dio vuelta en una esquina, alejándose entre risas contenidas,
besos robados, cosquillas y jugueteos. La alegría formaba parte de sus
voces y la vivacidad de sus cuerpos. Tal parecía que ya se pertenecían pese
a que no compartieran todos los aspectos de una pareja. La sutil
complicidad entre ellos era envidiable para muchos, sobre todo para un par
de ojos que permanecían ocultos entre la inmensidad de la propiedad, las
sombras y la falta de interés de la pareja para notar a alguien además de
ellos mismos.
Un fuerte suspiro limpió el alma compungida de aquellos ojos tan faltos
de vida, dando la apariencia de que contuvo aquel anhelante respirar dentro
de sí durante mucho tiempo y sólo hasta ese momento se atrevía a dejarlo
salir de forma abrupta en conjunto con sus esperanzas y sentimientos
almacenados.
Tan sólo una sonrisa de labios comprimidos disimuló el dolor que
pareciese físico, pero se sabía emocional.
Capítulo 23

Debería estar acostumbrada después de compartir cama con él durante


tanto tiempo, sin embargo, cada vez que abría los ojos y sentía que alguien
dormía junto a ella, no podía evitar dar un brinco sorpresivo y salir de la
cama de inmediato. Únicamente en la seguridad de la distancia podía darse
cuenta de que el hombre que dormía junto a ella era Jason y él jamás había
hecho ademán de lastimarla, siquiera de acercarse más de la cuenta sin su
permiso.
Como cada vez que se apartaba abruptamente de él, las ganas de volver
al calor de sus brazos iban en incremento, tenía la sensación de que una
fuerza invisible la empujaba hacia él de forma persistente, tratando de
hacerla caer en la comodidad de estar a su lado; era una lástima que sus pies
se negaran a dar el paso decisivo y simplemente se alejaba, comenzando
con su día y el del pequeño Jack.
Daira estableció una rutina para ambos, la cual ya era imposible romper:
iba a la habitación del niño, la cual se conectaba con la de ellos por un baño
en común, sacaba las ropas que iba a colocarle para el día, llenaba la tina
con agua caliente, lo bañaba, vestía y entregaba a la doncella para que
saliera junto a su tío.
Regresaba a la habitación que compartía con su esposo, se acicalaba y
sólo entonces, despertaba a Jason para que hiciera lo mismo. Normalmente
lo esperaba mientras entablaban una amena conversación, en ocasiones le
ayudaba con nimiedades, como el colocarle las mancuernillas o atarle la
corbata. No dejaba de ser un acercamiento íntimo que Jason apreciaba en
compartir con ella.
—¿Jack ya está con John?
—Sí —Daira colocó los aretes sobre sus oídos y un collar que fuese
regalo de Jason sobre su cuello—. Estaba emocionado por ir con él. Aunque
me apena que aún siga sin dirigirle la palabra, no entiendo por qué duda
tanto con el duque.
La mano de Jason apartó con decisión las cortinas que cubrían la ventana,
develando entonces a su hijo, quien regresaba tomado de la mano con el
hombre que fuese su tío. Parecía contento, disfrutando de la mañana junto a
su siempre confiable Bond, el perro que le seguía los pasos hasta en la
ducha.
—No se pueden ganar su confianza con esa facilidad, si John pensaba lo
contrario, estaba muy equivocado.
—Yo no tardé mucho en ganarme su confianza —volcó su mirada hacia
él—. ¿A qué crees que se deba?
Una pícara sonrisa fue lo que Daira recibió en conjunto con una ceja
juguetona que parecía ser una acción inconsciente para el hombre que
volvía la cabeza para mirarla sobre su hombro.
—Creo que tiene una buena intuición —se acercó a ella, inclinándose
para besarle el hombro descubierto.
Ella rodó los ojos y dejó salir una ligera risilla, apartando su cara con
delicadeza para ponerse en pie.
—Nunca contestas con seriedad, ¿verdad?
—Pensé que lo hacía —elevó ambas cejas rubias, dibujándose en su
frente tres finas arrugas, muestra de su gesto de burla.
—Eres insoportable —acusó, dando una última mirada al reflejo de su
figura—. ¿Crees que es adecuado para visitar a los Sanders? ¿No te parece
que es demasiado sencillo?
—Claro que lo es mujer, pero no haces ningún caso, te he ofrecido un
millón de veces comprarte vestidos nuevos y te has negado.
—No pensé que tuviera tanta vida social.
Se volvió nuevamente, ahora con una mirada preocupada, juzgando cada
hilo del vestido que traía puesto.
—Bueno, la gente es curiosa —se inclinó de hombros y la abrazó por
detrás, observando el reflejo de ambos—. Está claro que, de momento,
somos un buen entretenimiento. No te preocupes, le pediré a Sophia que te
preste uno de sus vestidos.
Las manos delicadas de la joven se posaron sutilmente sobre los brazos
que la envolvían con cariño. Le gustaba ese Jason, aquel que fuese cariñoso,
dulce y buscara hacerla feliz
—¿Crees que me queden?
—Mmm… puede se te vean un poco justos —aceptó—. Deberías hacer
caso y comprar el ajuar que te ofrecí.
—Está bien, lo haré para no avergonzarte.
Una fina línea se dibujó entre las cejas de Jason, mostrando desconcierto
ante sus palabras.
—¿Por qué me avergonzarías? —la volvió hacia él—. Incluso en el
vestido más horroroso, tu no podrías verte mal.
—Eres… —entrecerró los ojos mientras negaba con la cabeza—. Un
coqueto sin remedio, ¿lo sabías?
—Sí, lo sabía desde que tuve uso de razón. No me hagas caras, hablo en
serio, mi madre decía que les sonreía a todas las mujeres que se acercaban a
la carriola para verme, dijo que desde entonces supo que sería una perdición
o algo así —se rio de su propia historia.
—Lo peor de todo es que te creo. —Lo empujó ligeramente, logrando
liberarse de sus brazos—. Vamos, seguro Sophia ya nos está esperando en
el comedor.
La pareja salió de la habitación en un silencio confortable que le permitía
a Daira revisar con atención las paredes de la mansión, buscando entre los
retratos familiares alguno que le mostrara a la mujer que fuese la hermana
del duque, pero de ella no había ni rastro y no se atrevía a preguntarle a
ninguno de los habitantes de aquel hogar por la ausencia de cuadros en su
honor.
En cuanto entraron al comedor, el perro del niño saltó alegre sobre sus
piernas, dando muestras de reconocimiento, agitando la colita alegremente,
incluso ladrando un poco de la emoción. Y Jackson estaba igual al
cachorro, de alguna forma consiguió bajarse de la silla donde lo colocó su
tío y llegó hasta sus padres, alzando las manos hacia Jason, buscando estar
junto a él en el desayuno.
—¿Te divertiste Jackson? —inquirió Jason, aceptando el asentimiento de
su hijo como respuesta.
—Jack, ¿le has dado agua a Bond? —el niño meneó la cabeza—. ¿No?
Oh, Jack, tiene sed, lo llevaré a la cocina para que le den.
—Déjalo Daira —John levantó una mano para detener los movimientos
de la esposa de su antiguo cuñado—. Gil, ¿podrías llevar al cachorro de mi
sobrino a la cocina?
—Sí, mi lord —El hombre alto y enguantado no parecía contento de
tener que tomar al perro entre las manos, pero siguió las órdenes.
Estaba claro que algo querían comunicarles, puesto que la pareja de
duques parecía nerviosa, se lanzaban miradas constantemente y buscaban
distraerse con las niñas, a las cuales ayudaban a comer.
—¿Hay algo que quieran decirnos? —inquirió Daira.
—Ah, nada importante, tan sólo estamos preocupados por la fiesta de
Año Nuevo… a la cual supongo que se quedarán —Sophia miró a su primo
en una clara súplica.
—Quedé con mi madre de ir a casa —la rápida negación de Jason era lo
que todos esperaban—. Lo siento.
—La tía ha confirmado su asistencia —sonrió triunfal la duquesa,
cortando su tocino—. Espero que no te importe.
—¿Para qué me preguntas algo a lo que sabes que ya no me puedo
negar? —su voz se cargó en fastidio—. Me tendiste una trampa.
—Eso te pasa por mentiroso —se inclinó de hombros la mujer.
Daira reprimió una sonrisa, dando la razón a la inteligente duquesa,
estaba claro que conocía bien a su primo. Sin embargo, era su trabajo estar
de lado de Jason, así que estiró una mano y tocó con sutileza la que él tenía
apretada sobre la mesa. Los ojos grises se enfocaron en la delicadeza y la
suavidad del cariño de su esposa, relajándose al ver su rostro lleno de
paciencia y belleza.
—Nos será un honor estar con ustedes en las fiestas —aseguró entonces
Daira, tomando la palabra para que los primos no continuaran con su
discusión—. Aunque he de admitir que no tengo nada qué ponerme, al
menos, no a la altura de la situación.
—¡Yo puedo prestarte algo! —Sophia sonrió triunfal—. Pero Jason, no
deberías ser tan tacaño, encárgale vestidos nuevos.
—Se lo he dicho —dijo Jason sin llegar a sentirse ofendido, cortando la
comida para su hijo y dándosela en la boca—. Pero es terca, se había
negado hasta ahora.
—Es verdad —aceptó la mujer—. Aunque el día de hoy no podré hacer
nada por mí, tendré que asistir de esta forma.
—¡Ni hablar! —refutó Sophia—. Puedo prestarte algo.
—Mami —una de las gemelas habló alto y con determinación—. ¿Por
qué papá quiere más a Jack que a nosotras?
Era algo que los Seymour ya se esperaban, estaba claro que las niñas
sentirían la diferencia que su padre hacía por enseñar al pequeño varón que
sería su heredero. Contrario a la reacción de los padres del niño, los duques
se mostraron perplejos y en la mirada de John había un verdadero dolor que
competía con el horror.
—No hija, jamás querré a alguien más que a ustedes dos, ustedes son mi
vida entera —dijo con firmeza—. Así como su tío jamás podría querer a
alguien más que a Jack.
Las pequeñas parecían dudosas, su padre solía pasar todo su tiempo libre
con ellas y encontraban como un usurpador al primo que, aunque no
despreciaban, lo categorizaban como un rival en el cariño de su padre, uno
al cual adoraban con el alma.
—John… —Sophia lanzó una mirada horrorizada a su marido.
—Hablaremos más tarde los cuatro —finalizó el duque—. Pero quítense
esa idea de la cabeza, ambas.
Las miradas de las mujercitas se fijaron con odio hacia el chiquillo que
no hacía ningún caso, apenas y entendería algo, era pequeño para
interesarse en las conversaciones de los adultos. Jack estaba enfocado en los
movimientos de su padre, ocupándose únicamente de abrir la boca cuando
era oportuno y abrazándose al cuerpo conocido del hombre que recordaba
desde sus primeras instancias de consciencia.
—Creo que se lo tomarán contra Jack —susurró Daira—. No me gustaría
que le hicieran daño, está en una edad delicada.
—John hablará con ellas —tranquilizó—. Es normal que estén celosas,
pero te doy la razón, a la primera señal de amenaza…
—Tampoco es para tanto —le habló con suavidad, tratando de avocar
indulgencia en su marido—. Quizá nosotros deberíamos pasar tiempo con
ellas para aligerar la situación.
—¡No! —Jackson habló claro y fuerte, abrazándose a su padre para
enfatizar su negativa—. ¡No quiero!
—Habló. Dios mío, ¿Han escuchado? ¡Habló! —dijo Sophia.
Al comprender que lo había hecho, el niño se enclaustró de nuevo,
mostrándose avergonzado, metiendo el dedo en su boca y ocultando la cara
en el pecho de su padre, dando indicios de querer llorar. La mirada
recriminatoria de Jason no se hizo esperar, tomó en brazos a su hijo y se
apuró a sacarlo del lugar, siendo consciente de que Jackson no se permitiría
sollozar estando en frente de otras personas y esa retención le provocaba
enfermedades como gripa o congestión.
Con una marcada preocupación, Daira hizo el amago de ponerse en pie,
viéndose detenida por la voz arrepentida de la duquesa.
—Lo siento tanto, dile a Jason que lo siento.
Desde un inicio el conde los advirtió sobre no hacer espavientos si
llegaba a propiciarse la extraordinaria eventualidad de que su hijo hablara
en voz alta. Nadie debía mostrarse sorprendido por ello, porque eso lo
llevaba a cohibirse de nuevo y dejaba de hablar por mucho tiempo, incluso
cesaba la interacción con su propio padre.
—Lo haré duquesa —la mujer tomó sus faldas y salió en seguida,
topándose con un pasillo vacío a excepción de una mujer sentada sobre sus
piernas, limpiando las patas de una mesa—. Disculpe, ¿Ha visto hacia
dónde se fue mi esposo?
La doncella le dirigió una mirada hostil, recorriendo a la nueva mujer del
señor Seymour desde la punta de los pies hasta su rostro con despectiva
lentitud. Para Daira fue más que obvio que esa muchacha debió conocer a la
hermana del duque y, de alguna forma, no le agradaba que alguien tomase
su lugar. De hecho, se otorgó el derecho de no contestar y simplemente
apuntó hacia las escaleras.
Daira apretó los labios en gesto de descontento, pero no tenía tiempo de
amonestar a una muchacha, debía verificar como estaban los hombres de su
familia. Su familia. Aquello sonaba tan extraño en su cabeza, que dudaba
poder decirlo en voz alta.
—Jason…
—Daira, por favor cierra la puerta—pidió el hombre en cuanto la
escuchó dentro de la habitación.
Una profunda tristeza invadió el corazón de Daira al notar lo conflictivo
que le resultaba al niño dejar salir sus emociones por medio del llanto. Se
llevaba a cabo una batalla constante contra no producir sonidos, provocando
un convulso hipo y congestión nasal que preocupaba al padre que hacía
todo lo posible por tratar de tranquilizarlo o, en dado caso, hacerle entender
que llorar estaba bien.
—Dios mío —Daira expiró con tristeza, acercándose a la silla donde el
hombre estaba sentado con su hijo en brazos—. Jack, mi cielo, ¿me
escuchas? Vamos cariño, mira a mamá.
En medio de una respiración dificultosa, la congestión nasal y el hipo que
no le permitía hablar, Jack enfocó a la mujer hincada frente a ellos. Sus ojos
bondadosos lanzaban al niño una tranquilidad casi inmediata, Daira solía
tranquilizarlo incluso con una sonrisa, pero en ese momento, el niño meneó
con la cabeza y se aferró a su padre.
—Lo siento, cuando se pone así no hace caso a nadie.
—Te asustaron mucho, ¿no es cierto Jack? —le habló indulgente,
acariciando la espalda pequeña—. Eres un niño muy valiente al dar tu
opinión de no querer compartir a papá, no quieres hacerlo ¿verdad?
Jackson negó, aferrándose a su padre con mayor intensidad.
—¿Te agrada mucho papá? —el niño asintió.
Jason no podía hacer otra cosa más que abrazarlo y besarlo.
—Jackson, no debes dudar de que estaré para ti todo el tiempo que lo
necesites —Jason lo animó a mirarlo a los ojos—. Eres mi mundo entero y
giro alrededor de ti, así será siempre.
Daira se apuró hacia la jarra de cristal con agua, sirviendo un vaso para
llevárselo al niño, tratando de que su hipo al fin cediera. Fue al cuarto de
baño y trajo consigo un pañuelo limpio, sorbiéndole la nariz para que
pudiera respirar. Lloró un poco ante lo último, pero se fue serenando poco a
poco hasta quedarse dormido.
—Lo pondré en la cama.
—No —pidió el hombre—. Despertará, me quedaré con él.
—Jason —ella colocó una mano sobre su mejilla—. Eres un buen padre,
pero estoy segura de que puede dormir en su cama.
—Odiaría que despertara y no estar a su lado para consolarlo.
—Oh, cariño, te aseguro que no lo hará —extendió los brazos para tomar
al niño. Jason miró una vez más a su hijo, quien dormía plácido en sus
brazos y lo entregó a su esposa, notando hasta ese entonces que estaba
entumido—. Listo pequeño, vamos a tu cama.
El conde se puso en pie con pesadez, buscando acomodar sus huesos y
ajustando sus músculos hasta que todo volvió a la normalidad y pudo
moverse sin sentir dolor o incomodidad. Cruzó la habitación del baño,
quedándose en el umbral de la puerta desde dónde podía ver a su esposa
recostando a su hijo. El hermoso rubio no hizo más que suspirar
cómodamente al estar en su cama y siguió durmiendo con tranquilidad.
—¿Lo ves? Está bien —se acercó a su marido—. Será mejor que
traigamos a Bond, suele dormir con él.
—Diré a una de las doncellas que lo pongan en su cama —asintió,
saliendo de la habitación.
Daira no podía sentirse más conmovida, estaba claro que Jason adoraba a
su hijo y aquello era recíproco. Lo que no llegaba a comprender era cómo
fue que el niño llegó al punto en el que hablar le causaba tal estado de
ansiedad. Deseaba preguntárselo a su marido, pero algo le decía que era un
tema delicado y él no parecía hablarlo con nadie, tan sólo mandaba
advertencias sobre ello.
Fue el mismo conde quien trajo a la mascota de su hijo, colocándolo en la
cama. Bond se echó junto al cuerpo dormido del pequeño Jack,
acurrucándose junto a sus piernas y ambos se quedaron tranquilos y
dormidos instantes después.
Daira sonrió dulcemente, esperando a que su marido llegase hasta ella,
abrazándola en cuanto la tuvo lo suficientemente cerca, incluso besándola
con cariño y de forma abrazadora. Un suspiro salió de entre los labios de
alguno o quizá de ambos, entremezclándose en el aire de forma agradable.
Fue Jason quien la apretó más contra sí, llevándola hasta la habitación que
ambos compartían, aunque con ligeros intervalos en los que se detenían por
completo para pegarse a una pared, sillón o mueble, buscando estar más
cerca el uno del otro.
Cuando llegaron a la cama y Daira sintió las colchas contra su espalda,
fue el momento en el que su cerebro se conectó de nuevo. Por unos breves
minutos se había perdido en el abismo sensorial, pero ahora era muy
consiente de que tenía a un hombre encima de ella, uno cálido y dulce que
no hacía más que acariciarla de formas tiernas, sutiles, lentas, buscando no
asustarla, pero resultando un fracaso.
Tembló de pies a cabeza cuando de pronto lo sintió subiendo la falda de
su vestido, tocando la suavidad de sus piernas aún cubiertas por las medias.
Jason, al notar la duda en la mirada de su esposa, detuvo sus movimientos,
acariciando su largo cabello y besándola una última vez antes de separarse
de ella.
—Lo siento, no debí presionarte.
—N-No… —ella se puso en pie, bajando sus faldas, sintiéndose tonta por
haberlo detenido, porque incluso lo estaba disfrutando—. Yo lo siento —
apretó los labios—. Era agradable.
La grisácea mirada de Jason se clavó en la de su esposa con sorpresa,
pensaba que, gracias a ese arrebato, ella retrocedería tres pasos en la
confianza que le tenía. Aunque no se pudo ayudar a detenerse, lo cautivó la
forma en la que trató a su hijo en un momento de dolor, lo hizo distraerse y
en sus ojos se percibía el entendimiento y bondad de una madre.
—¿En verdad? —volvió a acercarse a ella—. Pensé que me odiarías, no
quise asustarte, tan sólo me fue imposible no besarte.
Ella gachó la cabeza con vergüenza y la más dulce de las sonrisas.
—¿Te fue imposible?
—Sí —la mano de Jason se elevó hasta posarse en su barbilla,
obligándola a mirarlo—. Me es imposible no querer estar más cerca de ti,
sobre todo cuando te veo con Jack.
Daira dio los pasos pertinentes para estar uno frente a otro, a escasos
centímetros, teniendo que echar la cabeza hacia atrás para lograr conectar
sus ojos con los de él. Sus respiraciones iban a juego y sus corazones se
llamaban. Había una fuerza invisible que los atraía de forma irremediable,
pero la restricción seguía prexistiendo y Jason no sería quien la rompería al
no querer asustarla.
—Es usted muy bueno con las palabras, mi lord —curveó los labios,
posando sus manos sobre el pecho de Jason, deslizándolas suavemente
hasta enredar sus dedos en el cabello sedoso, atrayéndolo hacia ella,
entreabriendo los labios en una invitación que tendría que terminar de
cometer ella, puesto que Jason no se movía—. ¿Lo sabía?
—Sí. —El hombre cerró los ojos, pasando con fuerza y sonriendo al
momento de sentir los labios de ella presionados contra los suyos.
Al no conseguir que él volviera a tomar el mando y siendo ella inexperta,
bajó sus manos hasta los brazos fuertes de su esposo, obligándolo a
abrazarla, presionándose contra él, sonriendo en medio del beso, al igual
que lo hacía él. Ante una invitación tan clara, Jason aplicó la fuerza
necesaria para provocar que se elevara sobre sus puntas para alcanzarlo,
guiándola a una caricia abrazadora que lentamente iba debilitando el cuerpo
impoluto que luchaba por mantenerse cuerdo ante el hombre que no se
conformaba con sus labios, sino que hacía salvajes y demandantes líneas de
fuego sobre su cuello, hombros y oídos, sacando suspiros indecorosos y
extrañas sensaciones que le recorrían el cuerpo.
—Jason… —tomó su rostro para separarlo de su cuello y lo miró
determinada—. Confío plenamente en ti —aceptó y reafirmó con un
asentimiento de cabeza—. Sé que a tu lado estaré bien, así que sí.
—¿Sí? —El hombre frunció el ceño sin entender sus palabras.
—Sí —reiteró—. Sí a todo lo que pienses.
—¡Daira! —gritó de pronto una voz femenina y muy conocida que
caminaba con determinación a la habitación de la pareja— ¡Lamento la
tardanza! Aunque debo decir que es culpa de lord Wellington, como lo es
siempre.
—Es Pridwen —Daira susurró contra los labios de su marido,
presionando un último beso en ellos—. Te dejaré solo para que proceses
mis palabras y des tu resolución al final de ellas.
Daira sonrió al confundido hombre del cual se separaba y salió de la
habitación con la felicidad marcando sus facciones.
Capítulo 24

Caminaba del brazo de su querida amiga Pridwen, quien había


parloteado durante horas, quejándose y alabando a lord Wellington en
igualdad de veces. Estaba claro que había una fuerte atracción, pero ellos se
entendían como amigos y tal parecía que estaban bien con quedar en esos
términos. Sin embargo, Daira no podía estar pendiente de la conversación,
mucho menos se atrevería a darle un consejo cuando era obvio que no tenía
todo el contexto, puesto que estuvo metida en sus propios líos
sentimentales.
Vagaron lo suficiente por la propiedad de los Westminster como para
estar perdidas en medio de las paredes repletas de pinturas hermosas y
retratos familiares. Aunque nuevamente destacaba la usencia de la hermana
del actual duque, duda que eventualmente surgió en la cabeza de Pridwen,
quien no titubeó en exponer su consternación ante el deliberado olvido.
—Lo sé —dijo Daira—. Lo noté también, no tengo en la cabeza una
imagen de la persona con la que soy comparada constantemente.
—¿Comparada? —se volvió Pridwen—. ¿Por qué lo serías?
—No soy tan ilusa como para no comprender que cuando hay una
segunda esposa, se le comparará siempre con la primera.
—Tú eres mejor, entonces.
—Eres positiva, la gente de aquí la apreciaba, lo noto, incluso la
servidumbre me mira con desprecio.
—Yo he escuchado cosas muy poco positivas sobre ella. —Pridwen elevó
un hombro—. Dicen que era caprichosa, pretenciosa y mala con los que
estaban por debajo de ella.
—Serán chismes.
—Yo siempre encuentro cierta verdad entre los chismes, ¿tú no?
—No deberías dejarte llevar por ello.
—Bueno —chistó la joven rubia—. De todas formas, no te preocupes por
eso, si acaso alguien dice algo en tu contra, yo me encargaré de ponerlos en
su lugar —dijo muy segura de sí—. ¿Qué me dices de tu relación? ¿Cómo
es lord Seymour?
—Bueno él… —Daira se sonrojó—. Es magnífico Pridwen.
—¿Magnifico, dices? —la mujer dejó salir una carcajada—. Jamás pensé
escucharte hablar así de un hombre.
—Para serte sincera, yo tampoco lo pensé.
—Me da gusto Daira —se puso frente a ella—. Siempre deseé que este
día llegara, que encontraras a alguien que te apartara de la oscuridad que
rodeaba a tu corazón.
—Bueno, llegó quién. —Daira asintió, totalmente convencida de sus
palabras—. Me es imposible no… querer correr hacia él.
Pridwen entonces gritó, dando brincos alegres a su alrededor.
—¡No puede ser! ¡No puede ser! ¿ya se acostaron?
—¡¿Qué?! —su piel se convirtió en el rojo vivo del fuego—. ¡Pridwen!
Yo… —se avergonzó tanto que le era imposible hablar, así que se cubrió la
cara—. ¡Oh, te odio, te odio en verdad!
—¡Desvergonzada! ¡No me lo contaste! —se mostró ofendida, pero
seguía con una hermosa sonrisa en sus labios—. Me dijiste que él te estaba
dando tiempo a acostumbrarte.
Eso había sido una mentira, pero al menos sirvió para que su amiga se
mantuviera callada y sin hacer preguntas por un largo rato. De alguna forma
logró sacar el tema del que se abstuvo con eficiencia por bastante tiempo,
Daira hubiera querido regresar a ese momento en el cual su vida amorosa
no era el tema principal, pero dudaba que Pridwen diera su brazo a torcer,
seguiría indagando.
—¡Pridwen! —la voz de Adrien Collingwood se escuchó a la lejanía—.
¡Espero que te estés arreglando y no haciendo tonterías!
—¿Arreglando para qué? —Pridwen frunció el ceño y luego gritó—:
¡¿Cómo que tonterías?!
—¡¿Dónde demonios estás?! —volvió a gritar Adrien.
—Iremos a la velada de los Sanders, ¿lo olvidaste? —dijo Daira.
—¡Ah! —tronó los dedos—. Claro, si ese tonto me advirtió un montón
de veces. Tal parece que son insoportables —rodó los ojos y la tomó del
brazo—. Vamos, he traído algo para ti a sabiendas de que querrías ponerte
uno de tus feos vestidos.
—¡Oye! No son feos, son elegantes y sencillos.
—Feos —recriminó con un dedo acusador—. Vamos.
Como era de esperarse, las damas fueron las últimas en bajar a la hora de
partir, no sólo porque debían arreglarse a sí mismas, sino porque también se
cercioraron de que los niños estuvieran cambiados, cenados y yendo a la
cama. Pridwen, al no tener hijos de los qué ocuparse, se mantuvo lo más
alejada posible de los niños. Era una grandiosa ironía que la siguieran tanto
cuando ella apenas y los toleraba; en muchas ocasiones Pridwen mostró su
frustración hacia todo ser humano con una edad inferior a los catorce.
Los caballeros, muy al contrario de sus parejas, se encontraban en un
estado de relajación: charlando, bebiendo y fumando; ninguno parecía
interesado en llegar puntual a la reunión de los Sanders, la cual sabían
tediosa de antemano. Sin embargo, agradecieron los compromisos
nocturnos cuando vieron a las tres damas bajar las escaleras. Todas
hermosas, todas sonriendo hacia el hombre que las escoltaría hasta la
velada. Era impresionante como unos ojos enamorados se las arreglaban
para encontrar al hombre que fuera el dueño de sus afectos.
—Vaya Pridwen, por minutos pienso que en realidad eres más como un
niño de diez años, pero de repente te pones vestidos como ese y recuerdo
que de hecho eres una mujer.
—¡Tonto! —lo golpeó alegremente la afectada.
Sophia rio de la pareja y se acercó a su marido, quien no necesitaba decir
ni una palabra, su mirada era suficiente halago para ella y su sonrisa sería el
mejor regalo para el resto de sus días.
Por su parte, los Seymour se encontraban en una situación extraña, las
miradas que intercambiaban rozaban con lo indecente, en ellos no sólo
existía la admiración por el otro, sino una fuerte atracción que no se había
visto satisfecha. Sin embargo, había una velada que atender, lo cual
retrasaba el encuentro de sus almas, orillándolos a sutiles sonrisas llenas de
coqueteo, miradas sedantes y caricias castas pero insinuantes.
—Te ves hermosa —Jason susurró y besó el oído de su esposa.
—Gracias, mi lord —se apretujó contra él para sentir durante más tiempo
esos labios sobre su cuerpo—. Me lo ha traído Pridwen.
—Hizo bien —asintió, separándose un poco para que su mirada vagara
libremente por la figura de su mujer—. Más que bien.
—Vámonos de una vez, dejen el coqueteo para después —pidió Pridwen
—. Entre más rápido afrontemos la situación, más posibilidades tenemos de
regresar temprano.
—¿Es que tienes otras cosas que hacer, guapa?
—Sí. Escaparme de la casa para verme con mi amante ¿Qué más?
La mirada de Adrien bailó en diversión y dejó salir una carcajada.
—¡Tú no podrías tener un amante! —negó divertido, acercándose a la
joven que trataba de ignorarlo—. ¡Eres una niña! ¿recuerdas?
—Algunos no piensan igual que tú —elevó ambas cejas y bajó las
escaleras de la fachada, colocando los guantes blancos.
—Ella miente —Adrien apuntó con un dedo a su amiga—. Está loca y
habla por hablar, no sabe que su reputación corre peligro.
—Seguro lo hace para molestarte Adrien —sonrió Sophia, saliendo de la
casa antes de que su primo pudiera replicarle.
John siguió con paso lento el escándalo de los otros tres, dejando atrás a
la pareja que claramente preferiría quedarse en casa.
—Tengo algo para ti —Jason la detuvo y le mostró un anillo—. Son
argollas de matrimonio, ¿Ves? Hace juego con la mía, aunque es un poco
más simple. —La mano blanca de la mujer se estiró para que Jason pudiera
colocar el anillo de oro blanco con incrustaciones de diamante en el dedo
indicado—. Sé que no te gusta usar anillos, pero espero que soportes al
menos esto.
—Sí —ella lo miró feliz—. Lo soportaré.
Fueron en dos carrozas, una en la que viajarían únicamente los duques
y en la otra, la pareja de amigos y los Seymour. Las cuatro personalidades
permanecieron en silencio, sintiéndose cómodos sin necesidad de hablar.
Sin embargo, Pridwen no iba a dejar pasar la oportunidad de interrogar a
lord Seymour.
—Mi lord —lo llamó con decisión—. ¿Esperan tener hijos dentro de
poco? No quiero ser impertinente, pero…
—Pero lo eres —Adrien la miró impresionado y divertido.
—Se lo pregunto únicamente porque quería invitarlos a Dinamarca —
Pridwen lanzó una mirada incriminatoria a Adrien—, a una casa de campo
muy hermosa, sería agradable y bueno para Daira, la mejor época para
viajar allá es en primavera o verano, no en invierno.
Jason carraspeó ligeramente, acomodándose en su lugar ante la pregunta
y miró a su esposa con una sonrisa.
—Sería cuestión de ver cómo avanzan las cosas. Aunque dudo que para
primavera o verano ella esté dando a luz un niño, es pronto.
—Claro —dijo desinteresada—. Pero quiere hijos, ¿verdad? Digo, sería
tonto no quererlos con los genes de Daira de por medio.
—¡Pridwen, por favor! —exigió Daira avergonzada, inclinándose para
tomar la mano de su amiga—. Basta.
—Es una pregunta normal. —Pridwen frunció el ceño.
—No me molesta. —Jason quitó importancia al asunto—. Con respuesta
a su pregunta señorita, no me molestaría que Daira quedara embarazada, es
algo natural e imposible de evitar.
—¡Oh! Me alegra tanto —aplaudió la joven—. La verdad es que me
gustaría tener sobrinos. No me gustan mucho los niños, pero al ser de
ustedes los toleraré, seguro que engendrarán niños parecidos a los ángeles
¿verdad Adrien? —lo codeó—. Con los ojos grises o azules, cabellos rubios
o castaños ¡Oh! Hermosos, serán divinos.
—Sí, gracias Pridwen, pero no está pasando —Daira amonestó con la
mirada, suplicando que el interrogatorio terminara.
Una sonrisa juguetona se asomó entre los labios de Jason, quién
inmediatamente se vio en la necesidad de escudarse tras un puño que fue
colocado sobre sus labios, pero nada pudo hacer por el retumbar de su
cuerpo al reír en silencio. Daira lo miró desaprobatoria, a sabiendas que él
encontraría divertidísimo una situación del estilo, pero para ella sólo era
agobiante.
Afortunadamente, en ese momento llegaban a la casa de los Sanders,
cayendo en la tediosa espera al haber una fila de carrozas que avanzaban
lentamente debido a que los invitados de la velada se entretenían más de lo
debido en bajar.
La pareja Seymour bajó en última instancia, Jason encargándose de la
tarea de tomar la mano de su mujer y llevarla al interior, acercándola un
poco más de lo debido y Daira agradeció que Jason no se separara de ella.
Era de esperarse que en Cheshire -lugar que vio nacer y crecer a Annelise
Ainsworth-, las personas hablaran más de ella, estaba claro que la
apreciaban y la echaban en falta, pensando que la nueva mujer se quedaba
corta a comparación.
Además de las constantes críticas, otro tema que les daba dolor de cabeza
era la presencia de los condes de Melbrook en la velada. Daira desconocía
la manera en la que consiguieron ser invitados, pero el asunto era que su
presencia la alteraba, las miradas de su hermanastro la enfurecían y los
chismes que Lina esparcía en su contra la sacaban de quicio. Ya era lo
suficientemente malo ser la segunda esposa de un hombre importante, y
gracias a su cuñada, ahora también era una mujer de pensamiento liviano,
que gustaba en atormentar a los hombres con sus encantos, obligándolos a
incumplir con sus votos.
—No prestes atención a estas tonterías —dijo Jason, besándole la sien—.
Son personas que no tienen nada más que hacer.
—Lo sé —reveló en una voz contenida—. Pero no por eso deja de ser
doloroso que se lo crean con esa facilidad, ¿es que acaso tengo la apariencia
de ser una meretriz?
Jason dejó escapar una risotada, la acercó de pronto y la besó frente a
todas esas personas que no hacían otra cosa más que hablar de ellos. Daira
intentó alejarse, pero las manos fuertes de su marido la mantuvieron presa
en su lugar por mucho más tiempo, permitiendo que su cerebro se relajara y
su cuerpo se acoplara al de él.
—Vamos, ahí están Adrien y Pridwen —Jason apuntó con la mirada—.
Estar cerca de ellos te hará bien.
—Sí. Y alejémonos de los Melbrook en lo que nos sea posible.
—Eso no has de pedirlo siquiera —el conde miró con desagrado al medio
hermano de su mujer, despreciándolo desde el instante en el que Daira le
contó su historia—. Vamos.
—¡Ey, Jason! —Un caballero de cabellos rubios levantó la mano para ser
notado entre la gente que se remolineaba por el salón. Aunque podría ser
distinguido sin necesidad de hacer señas debido a su altura—. ¡Maldita sea
Jason, te he buscado por todo Londres!
—Pero ¿qué…? —la sonrisa de Jason se ensanchó cuando logró enfocar
al dueño de aquella voz burlesca—. ¡Lucca! ¿Cuándo has regresado de
París? ¿Por qué no me avisaste?
Los ojos azules del recién llegado se posaron en la dama que Jason
sostenía con aprensión, dando a entender con ese gesto que hacían falta
presentaciones antes de seguir con esa conversación.
—¡Claro! —el conde meneó la cabeza, buscando enfocar sus
pensamientos—. Supongo que no la conoces, es mi esposa, Daira.
—¿Cómo la voy a conocer si ni siquiera me has invitado a la boda? Eres
un maldito, ¿cómo te atreves a semejante deslealtad?
—Daira, este loco de aquí es mi primo —Jason tomó el hombro del
sonriente Lucca—. Y mi mejor amigo.
—Uno que no es lo suficientemente importante como para ser invitado a
la boda o a conocerte siquiera —se adelantó galantemente, tomando la
mano de la mujer, aunque esta no se la ofrecía y besando su dorso
rápidamente—. Es un placer, señora, ¿Qué ha hecho este tonto para
conseguir que semejante mujer quisiera casarse con él?
La joven atinó a parpadear un par de veces para después sonreír al
comprender que era la forma en la que esos dos se llevaban.
—Es bueno manipulando cerebros —facilitó la joven, sacando una
carcajada de parte de Lucca—. Y tiene una lengua halagadora.
—Esta chica me agrada —la apuntó el caballero, tomando una copa de
champaña de las bandejas que pasaban volando a manos de los mozos—.
Escuché que Adrien también estaba aquí.
—Sí, está por allá —apuntó Jason.
—¿Quién es la nueva? —dijo interesado, comiendo un canapé de otra
bandeja pasajera—. Es bonita.
Daira frunció el ceño hacia el hombre que hablaba de Pridwen como si se
tratase de un amor pasajero de aquel lord, cuando todos sabían que su
amiga nada tenía que ver con las andanzas de ese hombre, no se cortejaban
y se juraban amistad eterna.
—Se llama Pridwen —contestó Daira con una voz fría—. Y no es
ninguna amante nueva ni una conquista.
—¡Perdone usted, princesa! —sonrió divertido aquel rubio de ojos azules
—. No era mi intensión molestar, tan sólo hablé de lo que sé, ninguna mujer
está junto a mi primo para ser amigos.
—Le aseguro que ellos lo son —lo miró iracunda.
—Tranquila, no lo hace adrede —se acercó Jason—. No se da cuenta de
que dice cosas que no debería, es igual a tía Gigi.
—Mi madre es una mujer asombrosa, si me permiten alardear de lo obvio
—dijo Lucca. Después volcó su atención hacia la pareja que formaban
Pridwen y Adrien—. Por otro lado, esa chica es intrigante, vamos, quiero
conocerla ahora mismo.
—Lucca, no hagas tonterías.
—¿Quién va a detenerme ahora que tienes esposa de la cual cuidar para
no ser ofendida? —elevó continuamente una tupida ceja rubia y salió
corriendo en dirección a la pareja, siendo perseguido por Jason.
Desde que tuvieron uso de razón, Lucca y Jason se dieron cuenta de la
afinidad que existía entre sus personalidades. Solían meterse en problemas
y salir de ellos en unidad, eran el equivalente a desatar la locura, solían ser
muy populares en las fiestas por su espontaneidad y su capacidad de
enloquecer a las personas.
La joven que había sido dejada atrás pasó a segundo plano al ser menos
interesante que los dos caballeros que llegaban hasta lord Wellington, a
quien por poco derribaban sobre la mujer que escoltaba esa noche. A base
de gritos y risas, Lucca Aigrefeullie intentaba incordiar a la supuesta pareja,
mientras Jason trataba de detenerlo, lo cual era un espectáculo divertido que
la sociedad disfrutaría por el tiempo que le fuera entretenido.
—Parece que le han robado la atención, señora.
La voz le resultó conocida, así que se volvió con una mirada alegre y una
sonrisa encantadora hacia el hombre que inclinaba ligeramente la cabeza a
modo de saludo. Era el mismo que conoció en el festival de las flores de los
Hamilton, aquel que fue amable y que recordaba más anciano que en ese
momento.
Pese a que prácticamente podría ser su padre, ese hombre seguía
manteniendo su espalda recta; su rostro, aunque con arrugas, poseía cierto
atractivo que seguramente en algún pasado cercano hubiese resultado
arrebatador. Sus ojos castaños empequeñecieron por la edad, pero en ellos
había vivacidad de un jovenzuelo que cuadraba perfectamente con la
sonrisa traviesa.
—Mi esposo me ha creído loca cuando le conté sobre usted —aseguró la
joven—. Dio la casualidad que me vio hablando con la nada después de su
desvanecimiento.
—Lamento mi rápida huida —el hombre se tocó el pecho—, me temo
que el tiempo apremiaba y debía salir corriendo lo antes posible para
alcanzar el último tren hacia Devon.
—No importa, mi esposo está aquí ahora, podré dar muestras de mi total
cordura. —Sonrió y comenzó a buscar a Jason con la mirada—. Aunque me
ayudaría tener un nombre para la próxima vez.
—¡Claro! Ni siquiera le he dicho mi nombre —dijo entre risas—.
Disculpa, soy un anciano ya.
—Por supuesto que no lo es —refutó amistosa—, sigue usted siendo un
hombre muy gallardo.
—Lo agradezco.
—Entonces… ¿Su nombre?
—¡Por Dios! Sigo haciendo lo mismo —sonrió—. Soy Augusto
Eldegard, un placer al fin presentarme.
—El placer es todo mío, señor.
—¿Qué ha pasado al final? ¿Ganó usted el concurso?
—Temo que no, me ha ganado lord Archivald Pemberton, alguien con
mejores habilidades —se inclinó de hombros pesarosa.
—Ya veo, debí preverlo —sonrió—. Es un joven muy habilidoso con las
plantas y los animales, al menos por lo que sé.
—Parece que sí, ha dejado su nombre en alto.
—Seguro usted ha sido el segundo lugar.
—Así es, aunque lo considero un premio de consolación.
—Será para la próxima querida, siempre habrá otra oportunidad.
De pronto el caballero se tomó el pecho, masajeándolo con una mueca de
dolor y hasta un ligero quejido.
—¿Se encuentra bien, señor? —se adelantó la joven—. Venga,
deberíamos buscar un lugar en dónde descanse.
—Tranquila, es un dolor al que estoy acostumbrado.
—Un dolor en el corazón nunca es bueno —aseguró, buscando con la
mirada un lugar desocupado.
—Será mejor que tome aire fresco —el hombre miró hacia la puerta que
llevaba a un extenso jardín.
—Claro, lo acompañaré.
—No es necesario —aseguró—. Puedo caminar solo hasta allí.
—Pero se encuentra tan mal, se ha puesto pálido como el papel.
—Muchacha, ¿por qué desperdiciarías la diversión de una velada junto a
tu marido por un viejo?
—Porque me encuentro muy entretenida —lo tomó del codo como
precaución para que no cayera—. Vamos, deje de quejarse.
El hombre aceptó la ayuda, caminando lánguidamente hasta el jardín,
recibiendo la bocanada de aire fresco como una renovación a su cuerpo.
Inhaló con fuerza y asintió con una sonrisa.
—Sí, mejor, mucho mejor.
—¿Sigue teniendo dolor?
—No querida, me siento mejor —soslayó la mirada—. ¿Estás segura de
que quieres seguir haciéndome compañía? Te agradezco la amabilidad hasta
ahora, no cambiaré de opinión si…
—Encuentro agradable nuestra conversación, señor Eldegard, espero que
no sea yo quien lo incomoda a usted.
—¡Por supuesto que no, muchacha! —sonrió el hombre y miró hacia el
cielo con tranquilidad—. Es una verdadera lástima lo del premio de las
flores, tiene mucho talento, espero que no se desaliente.
—Oh, no podrían quitarme el amor que siento por las flores, aunque
perdiera cien concursos —tranquilizó la joven—. Es algo que me encanta y
me llena de felicidad. Mire, todo empezó de niña…
Los ojos del hombre brillaron al contemplar aquella faz jovial y llena de
alegría que se iluminaba sutilmente cuando hablaba de algo que le
apasionaba. La mujer parloteó sin cesar por varios minutos, explicando con
presura y sin ser cuestionada; estaba claro que no se detendría pese a que el
señor Eldegard no mostraba el interés necesario como para ser aleccionado
sobre ello; aun así, el hombre no hacía ademán de detener la lengua
parlanchina que ya comenzaba a hablar sobre los nutrientes necesarios en la
tierra.
—Veo que en verdad le encanta el tema de las plantas.
—Oh sí, apenas puse un pie en casa de mi marido y la llené de plantas y
flores, es precioso como realza la casa una buena maceta y un florero bien
arreglado.
—No lo dudo —El señor Eldegard llevó una mano hasta tocar su barba,
alejando sus pensamientos hasta un punto desconocido que pronto
compartió—: ¿Por qué no hace un negocio referente a ello?
—¿Un negocio?
—¿Cree que su marido se negaría?
—No —frunció el ceño—. Aunque jamás consideré algo relacionado con
las plantas. —Ella sonrió de pronto, mirando ilusionada al caballero de la
gran idea—. Creo que puedo hacerlo.
—¡Por supuesto que puede! —El hombre se dio una palmada en el
muslo, enfatizando su alegría—. Me encantaría ser su socio, si me lo
permite, aportaré el primer capital.
—¿En verdad? —La impresión se reflejaba en todo el rostro de aquella
hermosa mujer—. Jamás pensé que… ¡Oh, se lo agradezco! Aunque claro,
tendría que hablarlo con mi marido.
—Lo comprendo perfectamente, sin embargo, la proposición está hecha y
me encantaría tener algo que hacer, una distracción.
—¡Se lo diré hoy mismo! —aseguró entusiasmada—. En nuestro
próximo encuentro, traeré una respuesta.
—Es muy posible que regrese a Londres mañana mismo —se disculpó—.
Pero dejaré mi dirección en la casa de sus parientes de aquí, así podremos
encontrarnos o mandarnos misivas.
—Claro —la joven juntó sus manos—. Agradezco que se tome tantas
molestias, pero no sabe lo feliz que me hace que confíe en mí.
—¿Quién no lo haría? Vi tu trabajo y sé que dará frutos.
Daira despegó los labios para agradecer una vez más, cuando de pronto
escuchó su nombre de la voz de su marido. Poco le faltó para dar un salto
en su lugar, se volvió hacia el hombre con una sincera disculpa en el brillo
de sus ojos y corrió hacia el interior de la propiedad, presurosa ante el
llamado de aquel caballero que ya era visible incluso para Augusto
Eldegard.
Era fácil identificar al heredero de los Seymour; siendo tan alto, su
cabellera rubia resplandecía como los rayos del sol y la tormenta en sus ojos
era tan determinada como lo fueran los de su madre. Muchas mujeres le
atribuirían sin dudar los apelativos de: apuesto, agradable y de un buen
corazón.
—Veo que no pierdes la oportunidad de hablar con ella.
El conde de Melbrook encontró a Augusto Eldegard en la misma
posición en la que Daira lo había dejado: sentado en las escalinatas que
dirigían al jardín, con ambas piernas flexionadas.
—Es una chica impresionante —asintió sin conflictos—. ¿Tú qué me
dices? ¿Cómo está tu mujer?
—Igual de fastidiosa que siempre. —El conde se sentó junto al hombre
mayor y sonrió—. Las mujeres son un fastidio, pero definitivamente una
como Daira sería agradable.
—¿Se quedará mucho más tiempo aquí, conde?
—Sí. El más que se pueda —asintió Mark Melbrook—. Tengo que estar
cerca de mi hermana, no me gustaría que algo malo pasara.
—¿Es que ese bastardo la trata mal?
—No que yo sepa —se inclinó de hombros—. Aun así…
—Ya veo, así que jamás la superó —el mayor sonrió de lado—. Está
perdido conde, lo que usted fantasea es una aberración para todas las
normas sociales, incluso para mí es demasiado.
Mark sabía de sobra que sus deseos hacia su hermana eran de los más
horrorosos pecados que un hombre pudiese cometer. Pese a que eran
medios hermanos y que crecieron sin el afecto fraternal, el parentesco
estaba y era razón suficiente para que él no debiera tener esos
pensamientos. Sin embargo, le era imposible evitarla, al menos deseaba
estar cerca de ella para admirarla.
Capítulo 25

Daira no encontraba el momento adecuado para hablar con su marido


sobre la propuesta del señor Eldegard. Era de suponer que Jason no se
mostrara renuente a la idea, cuando fue él quien le propuso hacer algo por
cuenta propia, ¿qué mejor que incluso no tener que pedirle ayuda para sus
inicios? Sería maravilloso crear algo que fuera de ella y para ella, sin
intervención de otros… bueno, tan sólo del hombre que le dio la idea y
propuso ser su socio.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan pensativa?
Los ojos grisáceos estaban clavados en la figura paralizada frente al
espejo de la habitación que compartían. Ella ya se encontraba en camisón y
bata, estaba preparada para ir a la cama, pero no lo hacía, atrapada entre un
tumulto de pensamientos que Jason casi podía leer por su mirada
concentrada en la nada.
—¿Mmm? ¿Dijiste algo?
—¿Qué te tiene tan distraída? —dijo divertido, colocando su bata sobre
su ropa de dormir—. ¿Es que alguien te molestó?
—No, no. Todo lo contrario.
—¿A qué te refieres? —inquirió con seriedad.
—¿Recuerdas al hombre con quien hable en la fiesta de las flores?
—¿El hombre imaginario? —elevó una ceja burlesca—. ¿Se apareció de
nuevo en tu campo de visión?
—¡Es real! —fingió sentirse ofendida—. Su nombre es Augusto
Eldegard, es un hombre muy bueno y amable.
—¿Por qué no me lo presentaste?
Jason caminó hacia el lado de la cama que él solía ocupar, apartando las
sábanas y las colchas.
—Bueno, se sintió un poco mal y lo tuve que acompañar al jardín.
—¿Disculpa? —El rubio se volvió a su mujer con una clara molestia en
su mirada—. ¿Cómo que lo acompañaste al jardín?
—Se sentía mal, ¿Qué debía hacer?
—Internarte sola a con un desconocido no, eso no.
—No era desconocido, te digo que lo vi en la fiesta de…
—Quizá no fuera la primera vez que lo vieras Daira, pero
definitivamente no lo conoces, me sorprende de ti —recriminó—. Dudas
hasta de tu sombra, pero llega un hombre extraño y le complaces en todo lo
que desea.
—Eso no es cierto. —Al comprender que Jason llevaba razón, tres líneas
largas se formaron en su frente, comprendiendo poco sus acciones. No era
normal en ella confiar en las personas con esa facilidad—. Es un hombre
adulto, me habla con amabilidad y me reconoció como casada desde el
inicio.
—¿Cuántos años tiene?
—Tendrá… cincuenta y algo.
—¿Crees que a esa edad un hombre dejó de desear a las mujeres?
—Pero él jamás… —Daira se adelantó dos pasos—. Nunca se me
insinuó, me trata como a una hija, lo sé.
—Por favor Daira —chistó la lengua—. ¿Qué fue lo que te dijo que te
tiene tan emocionada?
Para ese momento, ya no estaba tan convencida de querer contarle a su
esposo sobre la propuesta del señor Eldegard, pero tampoco le parecía bien
guardarle el secreto, tenían los suficientes para con el mundo como para que
también los hubiera entre ellos. Eran un equipo y se debían mantener
unidos, era necesario que ambos estuvieran en la misma sintonía para no
descuadrar el plan creado.
—¿Y bien? —cuestionó de nuevo.
La postura de Jason se volvió repentinamente intimidante, con los brazos
cruzados frente a su pecho, cejas inclinadas hacia sus ojos y líneas de
molestia dibujadas por todo su rostro.
—Me propuso ser socios.
—¿Socios de qué?
—Jason, ¿podrías quitar esa postura y escucharme al menos? —pidió la
mujer, sintiéndose exasperada de la inseguridad que le provocaban los ojos
incriminadores de su marido—. Tan sólo me dio una magnifica idea sobre
lo que quiero hacer.
—¿Y eso es?
—Las flores y las plantas me encantan, quisiera poder dedicarme a ello,
me gusta decorar y si…
—Bien —la interrumpió pese a que la ilusión comenzaba a brotar no solo
de sus labios, sino de todo su cuerpo—. Si es lo que quieres hacer, no te
detendré, pero definitivamente no permitiré que ese hombre dé un centavo,
soy tu esposo, lo haré yo mismo.
—Pero Jason —ella se adelantó y tomó su mano cuando él se dio media
vuelta, queriendo entrar a la cama—. Esta era mi oportunidad de hacer algo
por mí misma, sin depender de ti.
Ese escrutinio en el que la mantenía la enervaba al tiempo que le
provocaba un escalofrío en el cuerpo. Pero conservó su garboso proceder,
plantándose segura ante él, sin apartar la mirada pese a que su cerebro le
indicara que lo hiciera.
—No lo entiendo —dijo severo—. Pero si no quieres que sea yo,
entonces deberás buscar alguien de confianza. Este hombre ha tenido dos
oportunidades de introducirse y lo ha evitado, me da una mala sensación, tal
parece que en realidad no respeta que estés casada.
—Bien, acepto que no se ha presentado la oportunidad, le diré la próxima
vez que se presente ante ti.
—Sigue sin agradarme, pero dejaré el tema por ahora.
La mano que ella mantenía presa buscó soltarse, así que Daira se lo
permitió, observando sus movimientos para meterse en la cama, una acción
que ya le parecía tan normal, que incluso la sorprendía en ocasiones. Jamás
imaginó estar tranquila en la presencia de un hombre, mucho menos dormir
con él.
Aquello le recordó algo importante, algo que pasó antes de partir a la
velada de los Sanders. Le había dado permiso a su esposo de tocarla y de
hacer prácticamente lo que él quisiese con ella. Se sonrojó fuertemente. ¿Es
que acaso su marido lo habría olvidado? Quizá simplemente lo estaba
dejando pasar o no estaba tan ansioso como ella por volverlo a besar.
Dejó salir un fuerte suspiro que bien se podría confundir con un quejido.
Apartó el negligé y se metió del otro lado de la cama, girándose para no ver
a su marido. Se sentía incómoda, el cuerpo a sus espaldas irradiaba calor,
pero no era el mismo sentimiento reconfortante que siempre la invadía
cuando estaba con él, no. De hecho, se sentía amenazada, no porque pudiera
hacerle algo que no deseara, sino porque él parecía en verdad irritado.
Se giró para poder ver la espalda que se alzaba varonil, cubierta por una
capa de seda negra que apenas contendría los fuertes valles y suaves bordes
que delineaban el cuerpo que ella ya había admirado a escondidas en tantas
ocasiones, le era agradable verlo, pero supuso que sería mucho mejor poder
tocarlo.
Alargó una mano, acariciando la tela suave de la ropa de dormir de su
marido, sintiendo la cálida sensación de su cuerpo traspasando la tela. Jason
reaccionó enseguida por la frialdad de las yemas de los dedos de su esposa
y por la caricia misma, dejó salir un quejido, girando la cabeza lo suficiente
como para poder observarla, pequeña e indefensa, pero con una mirada tan
determinada y firme que no pudo más que hacerlo sonreír de lado.
—¿Qué pasa? ¿No puedes dormir?
—Me resulta imposible cuando soy capaz de sentir tu irritación.
—Relájate, no estoy enojado. —Se recostó de nuevo.
—Jason… ¿recuerdas la conversación que tuvimos antes de irnos? —ella
se sonrojó fuertemente. Tuvo que agradecer que la oscuridad de la recámara
escondiera su vergüenza en aumento, sobre todo cuando él no contestó—.
¿Jason, estás dormido?
—No. —Su voz era clara, lejos de todo atisbo de sueño—. Te estoy
escuchando.
—Entonces… ¿lo recuerdas?
—Sí. Lo recuerdo.
—¿Y… qué piensas?
Otro silencio atribuló aún más a la ya de por sí nerviosa mujer. El crujir
de la cama y el roce de las sábanas se hizo oír ante el mutismo, Jason hacía
los movimientos pertinentes para acercarse a su mujer, ocasionando todo
aquel ruido. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el conde alargó una
mano, rozando con suavidad la tela sobre las costillas de su esposa hasta
poseer su cintura, acercándola de un jalón que la pegó de costado a su
cuerpo.
—No estoy en contra de hacerte el amor Daira, pero me encantaría saber
si lo haces por mero cumplimiento del deber, presión social o porque en
realidad te gustaría experimentarlo.
—Q-Quiero hacerlo… —cerró los ojos y pasó saliva—. Contigo.
El conde se movió lejos de ella, se estiró hasta la mesa de noche y
encendió la luz de la lámpara. Suspiró fuertemente y se volvió hacia la
mujer recostada junto a él. Parecía dudosa, con miedo, subiendo la tela de la
sábana para cubrirse el pecho, mas no apartó la mirada, Jason seguía
teniendo esos impresionantes ojos sobre él.
—¿Estás segura?
—S-Sí.
—Entonces, ¿Por qué tartamudeas?
—B-Bueno, lo considero normal, al fin y al cabo… —bajó la voz hasta
convertirla en un susurro—, es la primera vez que yo…
—Lo sé —se acercó, posando su frente sobre la de ella—, tendrás que
confiar en mí, ¿crees que puedas hacerlo?
La mirada de aquella mujer se fijó en la de él por un largo momento y en
medio del silencio, asintió un par de veces, acariciando las mejillas rasposas
de su marido con las manos.
—¿Qué tengo que hacer?
—De lo único que tú debes encargarte es de indicarme si tienes miedo, si
quieres parar o te duele algo —sonrió, inclinándose para besar la nariz
respingada de su esposa—. Yo me encargaré de lo demás, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asintió nerviosamente.
—¿Tienes frío? —Jason observó su tembloroso proceder—. ¿Quieres que
prenda la estufa?
—No —ella bajó la mirada y sonrió tímida—. Sé que en unos momentos
no será necesaria.
Una ceja rubia se elevó lentamente ante esa respuesta.
—Muy bien —aceptó la osadía—. Muero por besarte.
—Entonces, no te dejaré morir —ella se levantó sobre sus codos,
tomando los labios de su marido de forma desprovista que le causó gracia,
obligándolo a posar una mano sobre las mejillas de su esposa, recostándola
de nuevo en la cama.
—Eres más atrevida de lo que imaginé.
—¿Te disgusta? —sonrió, a sabiendas que no era así.
—Conoces la respuesta.
Daira sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo cuando los dedos y los
labios de su esposo comenzaron acariciar su cuerpo de forma embriagante
que la obligaba a retorcerse, acercarse y suspirar. Sabía lo que se decía de
Jason, siempre fue clasificado como un amante excepcional que podía hacer
volar la cabeza de su acompañante, complaciente y contenido, una pareja de
la que nunca te olvidarías después de haber estado con él.
Un ligero temblor la invadió cuando sintió que su mano cálida recorría
sus piernas, levantando el camisón hasta sus caderas, donde se atoró y él no
hizo nada más por continuar. Tomó una de sus piernas y besó la piel
expuesta, subiendo a su abdomen, sus costillas, clavícula y cuello.
—Dime algo Daira —susurró, besando detrás de su oreja—. ¿Qué tanto
sabes sobre el tema? ¿Qué has escuchado?
—M-Muy poco, p-pero si me lo explicas, bien puedo aprender a… a
hacer lo que te complazca.
Las cejas del conde buscaron juntarse en una sola.
—No quiero que me complazcas, quiero complacerte a ti.
—Oh —ella se sonrojó—. ¿Por qué?
—Es mi deseo que disfrutes esto muchísimo —acarició su rostro—,
porque presiento que estoy por volverme loco a tu lado.
Ella mordió sus labios y buscó dónde enfocar sus ojos para no mirarlo
mientras decía lo que sabía sobre el acto amoroso.
—M-Me han dicho que eres… —cerró los ojos y tembló—, que eres muy
bueno en esto, m-muchas mujeres susurran sobre usted, sobre lo controlado,
complaciente y lo buen amante que es al logar ser capaz de… de apartarse
para no concebir y…
—Muy bien, no digas más. —Jason cubrió los labios de su esposa con
una mano cálida y fuerte. Daira clavó los ojos en el semblante
apesadumbrado de su marido—. No te asustes, no estoy enfadado.
Jason apartó la mano lentamente y se agachó hasta hacer que ambas
frentes estuvieran conectadas.
—¿No debí decir todo eso?
—Más bien, me gustaría que no lo supieras.
Jason bajó su cabeza hasta posarla sobre el pecho de su esposa, siendo
consciente de su respiración acompasada y el regular palpitar de su corazón,
le rodeó la cintura y la apretó contra sí.
—Eso sería imposible, escuchaba de ello mucho antes de casarme
contigo. —Acarició su cabello, intentando consolarlo.
—¿Me vas a decir que nunca te lo echaron en cara desde que estás casada
conmigo? —La voz de Jason sonaba angustiada, a sabiendas que sus
muchas andanzas traerían desolación a su esposa gracias a las malvadas
damas de la alta sociedad.
—Bueno, quizá me lo dijeron un par de veces —asintió, su voz era dulce
y desinteresada—. Pero ¿Sabes en qué pensaba cuando me lo decían? —
Jason levantó la cabeza y la miró inquisitivo. Ella sonrió, agradecida de
tener su atención y contestó—: en lo que sentiría cuando fuera yo la que
estuviera en tus brazos y los celos que ellas tendrían cuando no pudieras
apartarte de mí nunca más.
—Por Dios, claramente estás loca y eso me fascina.
No se dijo nada más, porque Jason la besó con tal intensidad que por
poco y se roba el alma de la joven por medio de suspiros que Daira era
incapaz de contener. No creía posible que se pudiera sentir tanto con un
simple beso. ¡Incluso antes ya se habían besado! Pero jamás como en esos
momentos, de hecho, sentía que Jason se estaba entregando plenamente a
ella por primera vez y eso la ponía nerviosa, al mismo tiempo que alegre y
agradecida.
Jason se dedicó a quitar el camisón del cuerpo de su esposa, el cual
resultaba ser una molestia al privarlo de sentir la piel que fuera mucho más
suave que la seda, más perfecta que cualquier piedra preciosa y más fresca
que la brisa traída por el verano.
Cuando estuvo completamente desnuda, Jason se levantó y desabrochó
su propia camisa de dormir, todo ante la atenta mirada de su esposa, quien
incluso se levantó sobre sus codos para mirar mejor la forma en la que sus
tendones se movían conforme los botones cedían, el pecho que se contrajo
cuando se apartó la última de las telas y los ojos grises iluminados con un
brillo amenazador que anunciaban el próximo ataque contra sus labios.
Pese a que lo esperaba, Daira se sorprendió cuando sintió la mano de su
marido colocarse en su quijada, levantándole el rostro y exponiendo sus
labios para ser devorados. Perduraron en aquella posición a medio recostar
por unos momentos, pero entonces la mano de Jason se colocó en su
espalda alta, pegándole a él para quitarle peso a los codos que la sostenían y
volverla a recostar con suavidad, descansando sobre ella instantes después.
La separación de sus corazones era mínima, tan sólo unos centímetros de
piel que no eran rival para el fuerte palpitar de ambos, ni tampoco para los
labios que pasaron presurosos por el valle entre los pechos y bajaron hasta
el abdomen que instintivamente se hundió ante la abrumadora sensación
que la obligó a arquearse, estirando los brazos para atraerlo nuevamente a
sus labios, abrazándolo con todas sus fuerzas al pensar que de pronto
volaría lejos de ahí.
Jason cortó el beso apasionado que había estado dirigiendo y la miró
preso del cariño. Le tomó las manos con las que ella acariciaba el vello
rubio que se extendía suave y ligero por el pecho masculino y las colocó
alrededor de su cuello, acercándose a su oído para poder susurrar palabras
dulces antes de llevar a cabo la conexión que había estado anhelando desde
hacía demasiado tiempo.
El cuerpo que se abrazaba a él se tensó y la boca de la cual se sentía
prisionero expiró un pequeño gemido, diferente a los de placer que había
estado emitiendo hacía unos segundos. Jason sintió la mejilla de su esposa
tocando la suya a modo de petición silenciosa, a la vez que las manos
suaves y largas se deslizaron desde el cuello al que se había estado
aferrando hasta el cabello rubio.
—Mírame Jason. —Él inmediatamente levantó la cabeza del hombro
donde se había escondido y la miró sonriente, sonrojada, con ojos
iluminados y dulces. Estaba tranquila y cada vez más relajada.
Jason inclinó la cabeza y la besó, preso de las sensaciones que lo hacía
sentir. Buscó complacerla, fue su primicia de esa noche, pero al final, él
había disfrutado como un loco, incluso se sorprendió por el hecho de que no
fue capaz de controlarse por mucho tiempo, incapacitado de exponer sus
artes amatorias, delegado a ser un fiel sirviente que se desmoronaba ante
ella, preso del más puro deleite que lo dejó sin aliento, exhausto y rendido.
Seguro que estaría decepcionada, no era ni la sombra de lo que se decía de
él, aunque estaba seguro que era a causa de ella y eso le alegraba, porque el
que no lograra controlarse quería decir solo una cosa: la encontraba tan
fascinante que le era imposible pensar en lo que debía hacer, lo obligó a
sentir y dejarse llevar.
Era el hombre más feliz al poderla abrazar mientras dormía
profundamente gracias al agotamiento, relajada debido al cariñoso
proseguir y tan suya que le provocaban tales sentimientos primitivos, que
incluso le daba risa. La cubrió con las mantas y le besó los hombros, los
brazos y el cuello. Pese a que estuviera dormida, se sabía incapaz de parar,
lleno de una dicha que le impedía apartar los labios de su cuerpo y los
brazos de su cintura.
Sentía que se desquiciaría de un momento a otro. No sabía cuántas veces
escuchó a Lucca y al resto de sus primos decirle que no era más un muerto
en vida; que podía comer, beber y respirar, incluso acostarse con mujeres,
pero era incapaz de disfrutar, de sentir placer, ni siquiera era capaz de
sentirse zaceado.
Pero cuando estaba con su esposa, no hacía falta hacerle el amor para
sentirse pleno, feliz y satisfecho con la vida. Daira le brindó algo que sintió
que había perdido. Le regresó la paz que necesitaba, gradualmente le
devolvió su sonrisa sincera, los descansos prolongados y la alegría de ser
padre. Dio un sentido a su vida cuando creyó que lo había perdido todo y
jamás dejaría de agradecérselo.
Capítulo 26

Los días pasaban lentamente cuando se tenía el impedimento de salir de


casa. Así era Inglaterra en el invierno, hacía un frío que helaba las ideas,
congelaba la nariz, tapaba los oídos, partía los labios y hasta provocaba que
los ojos lagrimearan. El viento procuraba robarse el alma de las personas
que se atrevían a salir y no los perdonaba pese a que tuvieran capas y capas
de abrigos. Sin mencionar que era imposible caminar debido a que la nieve
cubría hasta la mitad de la pantorrilla y en ocasiones, si no se era cuidadoso,
se podía caer en una profundidad helada de nieve acumulada.
Se debía agradecer que el sistema de calefacción de Eaton Hall fuera tan
eficiente, incluso el área de los empleados estaba perfectamente
acondicionada para los temporales invernales. El duque se cercioraba
durante todo el verano y otoño que las casas de sus empleados y
arrendatarios estuvieran en óptimas condiciones; el pequeño Jack había
acompañado a su tío durante todo el proceso y su enseñanza fundamental
era convertirlo en un ser humano respetable y no únicamente un propietario.
Jason trataba de mantenerse con calma con dichas enseñanzas, confiaba
en su antiguo cuñado, sabía que era un buen hombre, en realidad quería a su
hijo y debía prepararlo para su cargo. Sin embargo, el tener dos figuras
paternas intentando enseñar su forma de ver su vida era complicado y Jason
no quería que su hijo se confundiera, quería ser él quien lo llevase de la
mano y no otro.
—Jason, ¿Qué te parecería dejar de refunfuñar para ir a patinar en el río
cerca de aquí? —sonrió Daira, quien estuviera recostada en el sofá,
admirando a su esposo vigilar a su hijo desde la ventana.
—No me agrada Daira —suspiró el hombre—. Es mi hijo.
—Jason, nadie te lo está quitando —sonrió la joven, levantándose del
sillón en el que se encontraba para caminar hacia él.
Los ojos azules de la joven enfocaron a las figuras divertidas del duque y
el pequeño Jack, pese a que no le dirigía la palabra, se comunicaba bastante
bien con su tío. Daira apretó los labios para que no se transformaran en una
sonrisa al ver los celos de Jason, se colocó detrás de él y lo abrazó,
recostando su mejilla en la espalda fuerte.
—¿Daira? —Las manos largas del conde tocaron los brazos que lo
envolvían, girando un poco la cabeza para lograr verla aferrada a él—. ¿Se
supone que con esto intentas ser reconfortante? Puedo sentir cómo te ríes,
eres mala en esto.
—¡Lo siento! —lo soltó, dejando salir una ligera carcajada—. Por favor
Jason, no estés celoso de esa relación, eres toda la alegría de ese niño, te
adora, siempre quiere estar contigo y lo sabes.
—Sé que es una tontería —asintió Jason—. Pero Jackson es lo único que
es mío y que en verdad vale la pena. Es lo único que tengo.
La mujer compuso una sonrisa que rápidamente se disolvió al ser
claramente forzada; algo en sus palabras logró herirla, aunque no sabía
escoger qué parte de ellas. Dio un pequeño brinco cuando su marido soltó
un fuerte bufido, colocándola frente a la ventana para después rodearla en
un abrazo, ahora siendo él quien la envolvía desde atrás, depositando un
dúctil beso en su coronilla.
—Siempre será tuyo Jason —susurró ella, logrando hacer un lado su
amargura transitoria, ubicando su mente a ese momento y no en sus dudas y
pesares—. ¿Qué dices? ¿Nos acompañarás?
—Sí, los veré allá después de que hable con John —asintió—. Pero
vayan abrigados y tengan cuidado ¿de acuerdo?
—Siempre tengo cuidado cuando él está conmigo —aseguró.
—No estaba cuestionándote —levantó las manos en rendición,
alejándose unos pasos de ella—. Creo que desde que tú estás en su vida ha
avanzado a pasos acelerados, jamás pensé escucharlo reír en público, sin
embargo, el otro día lo hacía con las gemelas.
—Avanza poco a poco —sonrió satisfecha—. No es el primer niño que
cuido que sufrió un trauma que llegó a cohibirlo al completo.
—¿De qué hablas? —la miró extrañado—. ¿Crees que no habla porque
está traumatizado? ¿Crees que permití que le hicieran daño?
—No dije que lo permitieras. —Ella se puso nerviosa ante la molestia de
su marido, debía tener más cuidado cuando hablaba de Jack—. Aunque él
tiene síntomas y jamás me has hablado de…
—Quizá porque no era necesario que lo supieras. —La voz de Jason era
dura, él no solía hablarle así a nadie, mucho menos a su esposa, pero estaba
enojado y había sido por una indiscreción de Daira—. El hecho de que te
lleves bien con él no te hace su madre.
La joven dama dio unos pasos hacia atrás, no tanto por lo que le había
dicho, que no dejaba de ser una realidad, sino por la manera en que se lo
decía. Desde que los conoció, lo único que Daira hizo fue intentar ayudar a
Jack, jamás haría algo que lo perjudicara o siquiera lo incomodara, pero tal
parecía que se estaba extralimitando, Jason lo estaba dejando más que claro
en ese momento.
—Lo siento —bajó la cabeza, sintiéndose una tonta por tomarse
atribuciones únicamente porque su relación había pasado a la intimidad
hacía no mucho. Pensó que eso los haría más unidos, pero estaba claro que
no era verdad—. No debí decir nada.
—Concuerdo.
—¡Papá! —el niño entró a la habitación hecho una centella, contagiando
su sonrisa al semblante serio de su padre—. ¡Mira papá!
—¿Qué tienes ahí Jack? —se acercó Jason, dejando atrás a su esposa,
quien seguía anonadada en su lugar.
—Lady Daira, ¿ocurre algo? —El duque de Westminster dio dos pasos
hacia la mujer de Jason—. Está pálida, ¿se encuentra bien?
—No se preocupe —sonrió, levantando una mano—. Estoy bien. Iré a
ver dónde se encuentra lady Sophia.
—Bueno a estas horas está…
Ella no estaba realmente interesada en la respuesta, tan sólo quería salir
de ahí lo más rápido que pudiera. Jason lanzó una fría mirada hacia la figura
que abandonaba la habitación, para después volverse a enfocar plenamente
en su hijo.
—Papá —susurró—. ¿Por qué se ha ido mamá?
—Tenía cosas que hacer —simplificó el hombre.
—Pero me dijo que iríamos a patinar.
—Seguro cumplirá, dudo que quiera decepcionarte.
—Mamá jamás rompe sus promesas —aseguró Jack—. Cuando me
enseñó a contar me prometió darme a Bond y me lo dio.
—Tú… confías mucho en ella, ¿verdad?
—Sí —el niño se agachó hacia su cachorro, el cual apareció al escuchar
la voz de su dueño—, mucho y la quiero mucho más.
—Ya veo que sí —Jason tomó a su hijo y lo sentó en su regazo con
cuidado—. Jackson, ¿Alguna vez ella te ha hablado sobre tus problemas
para comunicarte?
—Sí, mamá y yo hacemos ejercicios todo el tiempo —asintió el pequeño,
distraído con su perro—. Ella lo hace también porque no puede cantar en
público, ¿no sabías papi? Le da mucha pena.
Naturalmente que Daira mentía sobre ello, era perfectamente capaz de
cantar delante de un grupo extenso de personas, pero Jason debía admitir
que era una buena forma de empatizar con su hijo, hablarle sobre un defecto
en común haría que él se esforzara tanto como lo hacía ella sobre el canto.
Estaba claro que se sobrepasó con ella, y tal parecía que no era el único
que lo pensaba, puesto que John Ainsworth se acercó con una mirada
funesta y cejas pegadas a los párpados. Estaba disgustado.
—¿Qué fue lo que pasó con tu esposa?
—Nada de lo que tú debas preocuparte —Jason se puso en pie, tomando
la mano de Jackson—. ¿O también deseas meterte en los asuntos de mi
matrimonio?
La forma en la que John movió su cabeza hacia atrás mostró la sorpresa
que su rostro no reveló.
—No me estoy metiendo en nada, tan sólo estaba preocupado porque te
estuvieras comportando como un imbécil —el duque levantó las manos en
exasperación—. Pero parece que llegué tarde y de hecho lo hiciste.
Deberías disculparte con ella.
Dicho esto, el hombre salió de la habitación, siendo perseguido por Bond
y sucesivamente por Jack, quien soltó la mano de su padre para aplaudir,
intentando llamar la atención de Bond.
Jason aprovechó el tiempo de soledad para pensar en los últimos
acontecimientos, reprochándose rápidamente su conducta agresiva hacia su
mujer, quien no había hecho otra cosa más que ayudar a su hijo y a él
mismo a reencontrar su camino hacia una vida normal.
Salió de la recámara sólo para encontrarse de golpe con ella, traía una
buena cantidad de abrigos puestos y otra buena cantidad en las manos,
seguro que eran para proteger a Jack del frío invierno al que se vería
sometido al patinar sobre hielo, actividad que no había hecho hasta ese
momento y no podía estar más entusiasmado por ello. Daira incluso mandó
a hacer los patines para el pequeño.
—Daira.
—Lo siento, se nos ha hecho tarde, no quiero que se nos haga noche,
refrescará demasiado.
—Ey —la intentó agarrar, pero ella seguía caminando de un lado a otro,
tomando cosas y colgándoselas descuidadamente sobre el hombro—. Daira,
lamento haberte hablado así, no debí.
—Sí, está bien —lo ignoró, buscando entre sus ropas algo que
seguramente no existía, quería deshacerse de él, era evidente—. Ahora, si
me disculpa, tengo que buscar a Jack.
—Por favor, ¿incluso piensas dejar de tutearme?
—Jamás debí sobrepasar mis límites. Yo creí que… —cerró los ojos y
negó con la cabeza— no lo haré de nuevo, ahora…
—Daira, por favor —la tomó de los codos con delicadeza, acercándola a
él a base de quejas y renuencia, provocando que ella dejara un rastro de
ropas en el suelo—. ¿Al menos puedes escuchar?
—¡No! —se soltó, inclinándose para recoger las cosas que se le cayeron
al suelo—. No quiero escucharlo, ha sido un grosero cuando yo sólo
intentaba comprender lo que pasa con su hijo.
—Lo sé, ya lo sé —bufó—. El tema de Jack me pone de ese modo, no
reaccioné adecuadamente, sé que haces todo por él.
Ella entrecerró los ojos y se cruzó de brazos. Parecía estar pensando en
un insulto adecuado para él, pero fue rescatado por su hijo, quién
repentinamente se colgó del vestido de la mujer, provocando que esta
soltara nuevamente las cosas que traía en manos y por poco terminara junto
a ellas.
—¡Cuidado Jack! —Jason logró agarrar la muñeca de su esposa a tiempo
para que no azotara contra el suelo, por lo demás, terminó esparcido por
tercera vez—. ¿Estás bien?
—Sí, bien —ella se apartó y recogió las cosas, en esa ocasión, colocando
ropas sobre Jack, quien simplemente levantaba los brazos con una sonrisa,
dejándose vestir.
—De acuerdo, sabes que debemos tener cuidado ¿verdad Jack? ¿sabes las
reglas? —Daira levantó una ceja inquisitiva—. ¿Las sabes?
—Sí —asintió el niño.
—¿Cuáles son?
—No correr, no separarse de mamá, seguir las indicaciones y regresar en
cuanto lo digas sin renegar.
—Buen chico —le guiñó un ojo y se enderezó, mirando a su esposo con
frialdad—. Nos vemos luego.
—Creo recordar que me invitaste a ir con ustedes.
Los ojos azules de Daira pasaron de ser un mar en calma a una terrible
tormenta en cuestión de segundos. Expuso su descontento de esa forma,
más no se atrevía a decir nada que pudiera perjudicarla frente al niño que
adoraba a su padre más que a nadie.
—Estará ocupado, mi lord.
—De eso nada, siempre me ha agradado pasar tiempo con Jack.
—¡Sí, Jack! —gritó el niño con entusiasmo.
—Los veré allá en un rato, como habíamos quedado.
—Ojalá no llegue jamás —murmuró ella cuando pasó a su lado,
caminando rígidamente por todos los abrigos que tenía puestos.
La furia de su mujer combinada con un montón de abrigos que la hacían
caminar de forma graciosa resultó ser una tortura para Jason, quien tuvo que
hacer un esfuerzo descomunal para no reír de ella al momento de salir de la
casa con la única compañía de su hijo y el chofer que los llevaría hasta el
lago congelado.
—Oye tú —lo incriminó una voz que para ese momento conocía a la
perfección—. ¿Qué le has hecho?
—Pridwen —Jason suspiró y se volvió para verla bajar—. Una simple
discusión de pareja, nada que ver contigo, hasta donde sé.
—Yo me puedo meter en donde sea, sobre todo cuando se trata de Daira
—colocó sus manos en jarras—. Ahora, ¿me dirás lo que hiciste o tendré
que sacárselo a ella?
—De mi no obtendrás nada. —Elevó ambas cejas—. Si me disculpas,
tengo que hablar con John y alcanzar a mi familia.
—Sé que fue malvado con ella —le dijo con seguridad—. ¡Si la ha hecho
llorar de nuevo me las cobraré!
—¡Oye rubia desteñida! —le gritó Adrien—. ¿Qué demonios haces?
Deja de entrometerte en la vida de los demás, ¿nos dejaste colgados a Lucca
y a mí por esto?
—Esto es más importante que un tonto juego de cartas.
—¡Ey! —Lucca se quejó desde el balcón que impedía su caída libre
desde el segundo piso—. Tengo mucho dinero apostado ahí.
—El cual perderá, señor —sonrió la joven, volviendo a subir.
—Espero que lo arregles Jason —Adrien palmeó la baranda en la que
estaba sostenido y subió detrás de su amiga.
Jason rodó los ojos y evitó el semblante de reproche de Lucca, su mejor
amigo, el único que podría decirle lo idiota que era sin que se pusiera a la
defensiva, como lo había hecho con Pridwen hace unos momentos. Sabía
que tenían razón, todos la tenían, pero no podían decirle que no lo intentó,
trató de disculparse y ella no lo aceptó.
«Eres un verdadero idiota» se insultó a sí mismo y continuó con su
camino hacia el despacho de su amigo.

En definitiva, los adultos deberían aprender más sobre los niños. La
felicidad que Jackson experimentaba era incluso contagiosa, por un
momento hizo que Daira olvidara la reciente pelea con su esposo y se
enfocara en la tranquilidad de la naturaleza, la risa dulce del pequeño junto
a ella y sobre el hielo bajo las navajas de sus patines.
Tenía que ser cuidadosa con Jack, aunque eso no evitó que se cayera un
par de veces, pero aquello provocaba que el niño se levantara con más
entusiasmo, agarrando con fuerza las manos de su madre para seguir
intentándolo hasta que pudiera hacerlo solo. La perseverancia de un niño
era increíble, al igual que su curiosidad por el mundo que lo rodea y su
interminable búsqueda por la felicidad.
—Ven Jack, lo estás haciendo muy bien, casi logras quedarte tú solo en
pie —sonrió la mujer, sosteniendo al niño por detrás.
—¡Mamá, me resbalo! —entonces cayó de nuevo, empapando un poco
más la tercera capa de sus pantalones.
—¿Estás bien? —inquirió risueña, ayudándolo a levantarse—. Eres muy
bueno cariño, casi lo logras por ti mismo.
—¡Lo intentaré de nuevo!
—Muy bien, pero practiquemos un poco, sabes a lo que me refiero,
¿Verdad Jackson?
—Sí, a que pueda hablar con más personas.
—Así es, ¿sabes por qué es importante, cariño?
—Para que haga amigos.
—Te gusta tener amigos ¿verdad? —Ella lo ayudó a resbalarse por el
lago congelado—. Te veo feliz con las gemelas, imagínate si pudieras
hablar y decirles todos los juegos que tienes pensados.
—¿¡Ya no sería todo el tiempo un dragón que las come!?
—Bueno, de vez en cuando lo serias, pero creo que tener un voto sería
agradable, ¿cierto? Proponer tus juegos.
—¡Bien!
—Comencemos con lo que practicamos la vez pasada.
Así que, mientras patinaba, el niño practicaba frases amables para
interactuar con los demás. Daira pensaba que saber qué decir podría ayudar
al niño a tener seguridad de hacerlo en algún momento, aunque también
cantaban o simplemente charlaban de sus intereses. Lo último era
importante, puesto que así Daira sabía de qué hablar con él, al mismo
tiempo que podía pasar la información a los demás. Si todos hablaban de un
tema que al niño le interesaba, sería más fácil que eventualmente se
decidiera a intervenir.
—¡Disculpen! —gritó la voz de una mujer a una distancia considerable
—. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
—Ven aquí, Jack —Daira cargó al niño y se acercó a la orilla del lago
con gráciles movimientos de pies.
—¿Quién es mami? —el pequeño preguntó aterrado.
—Tranquilo, no pasará nada, estás conmigo —acarició su cabello con
cariño, tratando de calmarlo.
Desabrochó los patines de los pies del niño, apartando la placa de madera
con cuidado de no lastimarse con la navaja, de hecho, era un arma que
pensaba utilizar en caso de peligro.
—¿Hola? —se escuchó la voz nuevamente.
—Jack, quiero que te agarres de mi vestido y no te separes de mí a menos
que yo te lo diga, ¿entendido?
—Sí.
El niño parecía asustado, pero era mejor que lo estuviera, al menos
esperaba que de esa forma le hiciera caso en lo que le indicaba. Era
desafortunado que Carl estuviera esperando en el calor del interior de la
carroza que los llevó hasta ahí. Aunque si gritaban, seguro que los
escucharía y saldría a su ayuda.
—Ah, con que ahí están —sonrió una bella mujer—. Te llevo escuchando
cantar por más de media hora, ¡me has salvado! Me quedé atorada en el
bosque circundante.
—¿Cómo llegó hasta este lugar? Es propiedad del duque de Westminster,
no creo que se pueda llegar aquí sin pensar en entrar en Eaton Hall —Daira
pegó al niño a su cuerpo, protegiéndolo de la mujer que parecía tranquila.
—Si, supongo que venía con intención de llegar hasta la casa —miró en
dirección al imponente castillo—. Viví aquí en algún tiempo de mi vida y
pensé en regresar, no debes preocuparte por mí.
Los ojos de esa mujer se le hacían extrañamente familiares, pero no
recordaba de dónde. Era una mujer bonita, de facciones refinadas, pero con
la piel quemada, seguramente por una continua exposición al sol. Su cabello
era largo y parecía un poco descuidado, sin embargo, seguía siendo bonito.
Su cuerpo era curvilíneo y su vestido, pese a no ser ostentoso, era de buen
gusto.
—Si gusta, puedo pedirle a mi chofer que la lleve hasta la casa.
—No, no quisiera interrumpir a su señor por un recuerdo infantil de lo
que pensé que era un hogar —sonrió—. ¿Está el duque en casa?
—Sí, pasarán las Navidades y Año Nuevo aquí.
—Me sorprende que la duquesa no quisiera regresar a Londres —elevó
una ceja—. Que recuerde, era su costumbre hacer una velada para todas las
damas que fuesen parte de su revolución femenina.
—Lo hará aquí —explicó Daira, sin entender por qué le daba esa
información—. Lo siento, ¿Cuál es tu nombre?
La mujer sonrió, desviando la mirada hacia el niño que asomó su linda
carita de entre la tela del vestido de su madre. Había metido un dedo en la
boca y su cuerpo temblaba aterrado, sin embargo, sus ojos eran calmos,
escudriñadores, curiosos.
—¿Y quién es este pequeño? ¿Es acaso tu hijo?
—Eh… sí —era mejor dar esa respuesta.
—Hola nene, eres muy guapo, sin duda alguna mamá y papá heredaron la
belleza a tus facciones.
Tímidamente, el niño sonrió, alejándose del rostro cercano de la mujer,
escondiéndose más en el vestido de Daira.
—¿Eres acaso mujer de alguno de los primos de la duquesa?
—Así es —Daira se enfocó de nuevo en la intrusa—, estamos aquí
debido a que el duque quiere enseñar a Jack para ser su heredero.
—¿Jack? —ella se sorprendió y miró al niño con interés—. Es un nombre
muy hermoso… creo que estuve presente cuando se lo dieron hace ya tantos
años, ¿no es el hijo de lord Seymour?
—Así es. —Daira se avergonzó, puesto que esa mujer conocía a la
verdadera madre del niño, quedando ella como una mentirosa.
Sin embargo, no dijo nada para avergonzarla con ese hecho, simplemente
sonrió sin apartar la mirada del pequeño, aparentemente hipnotizada por él.
—Dime Jack, ¿Te gusta venir a patinar? —El niño miró mal a aquella
mujer y se escondió de nuevo—. ¿Qué ocurre?
—No se le permite hablar con extraños, él lo sabe —excusó.
—Comprendo —asintió—. Eres un niño bueno Jack, has crecido mucho
desde la última vez que te vi.
—Señorita, si no le molesta, deberíamos regresar ya, si no piensa
acompañarnos, entonces ha de seguir con su camino —pidió Daira con
autoridad—. Aunque le ruego que salga de la propiedad si no quiere ser
perseguida por la gente del duque.
—Entiendo, agradezco su amabilidad.
—¡Daira! —Se escuchó el grito conocido de Jason Seymour, que en esos
momentos sonaba como el coro de los ángeles para su mujer—. ¡Daira!
¡Jackson! ¿Dónde están?
—¡Estamos aquí, Jason! —gritó Daira en respuesta.
La mujer frente a ella se puso nerviosa, miró de un lado a otro y se echó a
correr sin previo aviso hacia un lugar incierto, perdiéndose entre la maleza
del bosque. Daira se quedó con las palabras en la boca, definitivamente era
una mujer extraña, le había dejado los vellos del cuerpo en punta. Tomó en
brazos a Jack y esperó a ser encontrada por su esposo, quien los abrazó a
ambos en cuanto los tuvo enfrente.
—¡Es tarde! —regañó, separando a su mujer de su pecho—. El mal
tiempo iniciará pronto, tenemos que ir a casa ahora.
—Sí —ella meneó la cabeza—. Vamos.
—¿Qué ocurre? —Jason revisó con la mirada el cuerpo de su esposa e
hijo, pero parecían estar bien—. ¿Por qué estás tan alterada?
—Nada, no pasó nada.
—Por favor Daira, si algo pasó, puedes dejar tu orgullo de lado por unos
segundos para decírmelo.
—Había una mujer rara —informó el niño en brazos de su madre,
estirándose para ser cargado por su padre.
—¿Una mujer rara? —elevó una ceja hacia su esposa—. ¿Qué quiere
decir con ello?
—Una chica que se perdió, eso es todo.
—¿En medio de la propiedad de John? Me parece imposible, debe
conocer muy bien la zona para lograr llegar hasta aquí.
—Es lo que pensé, incluso se lo pregunté, pero ella no contestó.
—Definitivamente no volverás a venir aquí sola —negó—. ¿Dónde está
Carl? ¿Qué no debería estar aquí?
—Está en la carroza.
—Allí está bien —renegó sarcástico—. Vamos, los llevaré a casa.
Jason pasó un brazo alrededor de su esposa y acomodó a su hijo,
permitiéndole recostar su cabeza en su hombro mientras regresaban. Daira
podía haber reñido con su marido para que la soltara, pero su cabeza no
podía dejar de dar vueltas con referencia a la mujer que se encontraron, algo
en ella le era familiar y al mismo tiempo, completamente extraño, ¿dónde
había visto antes esos ojos?
Capítulo 27

La noche había caído, así como la tormenta de nieve que Jason


pronosticó. Eaton Hall estaba en silencio, la mayor parte de los empleados
descansaban y los que no, estaban en el comedor, atendiendo las últimas
demandas de sus señores antes de poderse ir a recostar en lo que sería un
merecido descanso. Sin embargo, no toda la familia había bajado al
comedor, Daira se reusó a abandonar a Jack, y decidió atenderlo
personalmente, desde el baño hasta la cena que mandó pedir para la
habitación.
—Mami, ¿Quién era esa señora?
—No lo sé, Jack —le acarició la mejilla—. Pero no debes preocuparte, te
protegeré siempre, al igual que lo hizo papá.
—Daba miedo.
—Sí, es verdad, salió de la nada.
—Sabía mi nombre —dijo aún más asustado.
—Oh, no debes preocuparte por eso cariño, sucede que muchas personas
saben tu nombre aún sin conocerte, eres importante.
—No me gusta.
—Con el tiempo lo comprenderás, por ahora, debes saber que nosotros te
protegeremos de todo el que quiera hacerte daño.
—¡Yo te protegeré a ti mami! —Jack brincó a los brazos de su madre,
recorriendo su rostro a base de besos.
—Te lo agradezco cariño —sonrió la mujer—. Vamos, si has terminado,
es hora de lavarte los dientes e ir a dormir.
—¿Dormiré aquí mamá?
—Sí, ya te lo había dicho.
—Pero ¿y qué pasará con papá?
—No te preocupes, él tomará tu recámara si es necesario —le acarició el
cabello y lo guío con suavidad hacia el baño.
Era la excusa perfecta para tener a Jason lejos de ella. No le perdonaría
tan fácil el grito que le dedicó no sólo frente a Jack, sino también frente al
duque, quién jamás apartó su mirada pesarosa de ella, seguramente
sintiendo lástima por su situación; tal vez incluso comparándola con la
melodiosa sintonía que existía con anterioridad con su hermana y ese
mismo hombre.
Algo dentro de ella volvió a arder en ira, era un estremecimiento tan
poderoso que incluso le provocaba dolor en el estómago, podía sentir como
aquella frustración, molestia y dolor subían lentamente hasta llegar a su
esófago, provocando incluso granas de llorar.
Tenía que tranquilizarse, no era bueno para ella y justo en ese momento,
de nada le servía estar enojada, Jason ni siquiera estaba cerca y seguro
subiría muy tarde; desde que llegaron Lucca, Adrien y Pridwen a la casa,
las noches se volvieron pequeñas festividades que eran intimas y
reconfortantes en un invierno que hubiese sido muy aburrido sin la
presencia de otras personas. Pridwen para Daira era una salvación y fuente
de confianza, porque, aunque lady Sophia era agradable, no sentía la misma
confianza que con su amiga.
Recostó al pequeño Jack, lo tapó hasta la barbilla y se metió junto a él,
abrazándolo con cariño mientras le cantaba su canción favorita para antes
de dormir. Daira adoraba ver su mirada dulce clavada en ella, imaginando
que era un ser de otro mundo por tener una voz encantadora, el niño trataba
de mirarla durante toda la canción, quedando dormido irremediablemente a
la mitad de la misma.
La joven le dio un dulce beso, acomodándolo sobre la cama y acercando
Bond a él, el cachorro se reacomodó en su nueva posición y siguió
durmiendo plácidamente. Para Daira era un obstáculo más para Jason,
esperaba que al ver a tantas personas en su cama lo hiciera comprender que
no había cabida para él.
—¿Resolviste el problema con tu esposa? —inquirió Lucca, subiendo las
escaleras junto a Jason.
—No. Creo que sigue tan molesta como cuando se fue.
—Y no lo dudo —sonrió el muchacho—. Me ha dicho Pridwen que eres
todo un bruto con ella cuando quieres serlo.
—Esa mujer tiende a exagerar las cosas, aunque no puedo negar que
tiene algo de razón, me extralimité con Daira, no debí hablarle de esa
manera —aceptó, levantando las manos.
—Pensé que estaban muy bien, incluso me dijiste que al fin comenzaron
una relación marital normal.
—Y así es —suspiró—, si ese no es el problema.
—¿Entonces?
—Daira es tan… —apretó los labios—. Tan perfecta.
—Y eso es malo, ¿por qué…? —elevó una ceja.
—¡Porque todo lo hace bien! —se exasperó—. Por el amor de Dios,
nadie puede ser tan perfecto, ella no se equivoca y yo lo hago todo el
tiempo ¡carajo! Me siento un idiota a su lado.
—Lo eres —sonrió su primo.
—Sé que lo soy, pero incluso cuando discutimos, ella parece siempre
llevar la delantera —el hombre meneó la cabeza y pasó una mano por sus
cabellos al recordar la imagen de su esposa—. Es siempre tan esplendorosa,
dominada, manteniendo la calma, haciéndome parecer un loco mientras ella
sigue en esa postura de reina inmutable y admirable.
—Jason —le tomó los hombros—. Sé que estás acostumbrado a lidiar
con la locura, pero ni es lo normal ni es cómo deben ser las cosas
¿comprendes? Lo que tienes con Daira es bueno, no digo que no discutan,
me preocuparía si no hubiera problemas, pero el que ella no haga
berrinches, grite y patalee no la hace insoportable.
—No dije eso.
—Es lo que entendí de todo tu discurso.
—Únicamente digo que no sé lidiar con ese tipo de reacción, ella es tan
condenadamente orgullosa. —Caminó de un lado a otro y luego enfrentó a
su primo de nuevo—. Me disculpé y ella sigue estando molesta ¿qué más
quiere que haga?
—No sé, quizá hay algo más que no está diciendo.
—¿Acaso tengo que leerle la mente?
—Podrías preguntárselo —elevó una ceja—. No es tan difícil ¿Verdad?
Cuando quieres hacer las cosas las opciones salen.
—La aprecio Lucca, no sé porque quieres hacer parecer que no.
—Sé que la quieres —el francés se cruzó de brazos—. Eso es evidente.
El asunto es que le tienes miedo.
—¡Es ridículo! —por poco gritó—. No digas tonterías.
Lucca dejó salir una carcajada.
—Debo admitir que es una mujer intimidante, no sólo es hermosa, sino
que tiene carácter y eso me agrada, sé que a ti también.
—Me gusta mi mujer, si es lo que intentas decir.
—Ve a disculparte Jason, corrige la situación.
Lucca dio una ligera palmada al hombro de su primo antes de seguir con
el camino hacia su habitación. Jason por su parte, fue a tomar asiento a una
silla que estaba por los alrededores, encendió un cigarro y se puso a pensar,
distrayéndose de cuando en cuando para desear buenas noches a los
huéspedes y dueños de la casa quienes pasaban a su lado con dirección a
sus recámaras. Le era irritante no encontrar el mejor movimiento para
enfrentar a su esposa, no comprendía como con ella todo parecía ser tan
difícil.
Sin embargo, cuando estaban a solas, las cosas fluían y embonaban
perfectamente el uno con el otro, se complacían, se conocían y comprendían
sin requerir mucho esfuerzo.
Armándose de valor, Jason se puso en pie y caminó a su recámara,
esperando que su mujer estuviese dormida; había llegado a la conclusión de
que prefería lidiar con ella por la mañana. Lo que jamás se imaginó fue que
habría un campo minado preparado para que él no pudiera pasar. En su
cama no sólo estaba Jackson, sino que incluso el perro del mismo estaba
dormido ahí. Parecían una gran familia feliz, todos juntos, sin dejarle
espacio a él para que entrara. El mensaje de Daira era más que claro y debía
admitir que podía ser bastante creativa a la hora de elaborar sus indirectas.
Sin embargo, no pensaba dejarla salirse con la suya, así que fue a
encender una lámpara alejada para no incomodar a los durmientes y se
acercó a su esposa, deslizando las manos debajo de su cuerpo y alzándola
con cuidado hasta recostarla en su hombro.
—¿Qué…? —Daira intentó abrir los ojos sin mucho éxito—. ¿Qué
haces? ¿A dónde me llevas?
—Ya que decidiste invadir nuestra cama con adorables polisones,
tendremos que dormir en otro lugar.
—No quiero dormir contigo —dijo somnolienta.
—Lo sé, ¿Crees que no lo entendí?
—Jason, déjame en paz, quiero regresar.
—No, irás conmigo, lo siento, es lo que sucede cuando te casas con
alguien —la apretó contra su pecho, sacándole un quejido.
Decidió quedarse callada, definitivamente no podía luchar contra la
fuerza que Jason aplicaba para tenerla levantada, no sería de ayuda que
pataleara y se quejara, sólo despertaría a Jack o propiciaría un golpe para sí
misma. Lo mejor era esperar a que la soltara para colocarla en la cama,
sería entonces cuando tendría una oportunidad.
Para su desdicha, parecía ser que Jason tenía contemplada esa
posibilidad, así que la puso sobre sus pies, pero trabó la puerta como
precaución para que no pudiera escapar. Daira lo miró con recelo,
alejándose mientras él se acercaba con una sonrisa irritante.
—¿Qué pasa, mi lord? ¿Tiene alguna indicación o queja?
—Por favor Daira, déjate de tonterías.
—¿Por qué me ha encerrado aquí? —miró hacia la puerta—. Me está
asustando, ¿quiere hacerme daño?
—No te atrevas a utilizar eso —la apuntó—. Sabes que jamás te haría
daño. No intencionalmente, al menos.
—Eso es un amplio margen y queda a criterio —ella seguía dando pasos
hacia atrás—, quizá usted diga que no lo hizo con intensión, pero
igualmente me hizo daño, ¿Quién dice que fue intencional o no? Sería
cuestión meramente suya y en dado caso ¿quién podría decir si es verdad o
no más que usted mismo? ¿Es de suponer que yo he de aceptar que es
verdad así sin más?
—Muy bien, preciosa —se acercó—. Estás divagando.
—Lo digo muy en serio.
—Daira, no fue mi intensión herirte y lo digo en serio. A la única persona
que Jackson aceptaría como su madre es a ti —la miró pesaroso y
arrepentido—. Te has ganado ese ese puesto, eres la mujer perfecta para ser
su madre y mi esposa.
Daira mordió sus labios y ladeó la cabeza, buscando evitarlo en todo lo
que le fuera posible. Se sentía abrumada por el cúmulo de sensaciones que
buscaban tener el protagonismo dentro de sí.
—Me dio vergüenza —confesó en voz baja—. El duque me miraba con
tanta lástima, como si jamás te hubiese escuchado hablarle de esa manera a
nadie. Supongo que jamás le hablaste así a…
El hombre levantó una ceja, esperando a que ella continuara.
—¿A quién? —tuvo que preguntar debido a que Daira se negaba a hablar
—. No me digas que… —negó y cerró los ojos—: ¿Annelise?
—Sí. Supongo que con ella todo era perfecto, pero es injusto que incluso
usted haga comparativas, estoy cansada de ser criticada —expuso con
irritación—. No es lo que yo quería, pero ciertamente es lo que obtengo
siempre al ser tu segunda esposa.
—Jamás te he comparado con ella. —Su voz era tajante y seca, tal
parecía que quería dejar ese punto en claro—. Y para que lo sepas, Annelise
y yo discutíamos todo el tiempo y por todo. Si John tenía esa mirada es
porque le simpatizas, no era de lástima era de empatía.
Daira entrecerró la mirada, tratando de descubrir la mentira entre sus
palabras condescendientes. No era una niña, no necesitaba que le mintieran
para hacerla sentir mejor. Ciertamente haber intimado con su marido fue
una mala decisión, ponía a flor de piel demasiados sentimientos y
sensaciones que en ese instante le parecían irritantes.
Se daba cuenta que, gracias a ese acercamiento, esperaba más de él,
prestaba más atención a sus acciones, a sus palabras, rebuscando
significados inexistentes entre líneas, miradas o caricias, tratando de
incluirse, de sentir que Jason la tenía en el pensamiento a cada instante y de
forma elemental. Por lo cual, todo lo que dijera de alguna forma iba dirigido
hacia ella, fuera por molestia o felicidad.
Era patético y no debió esperarlo, de hecho, no debió siquiera pensarlo.
Era tonto que estuviera enojada con él cuando el trato había sido que no
eran una pareja, en un inicio la intimidad ni siquiera estaba en la jugada,
pero incluso aunque la tuvieron, jamás se habló de amor o lealtad, Jason
seguía siendo tan libre como al inicio de ese matrimonio, no tenía derecho a
exigirle nada.
—No debes decirme nada de esto —cerró los ojos al terminar sus
cavilaciones—. Tienes toda la razón, no tenía por qué entrometerme en tus
asuntos, estuvo bien que me lo hicieras notar.
—Eh… no es a dónde quería llegar —la miró confuso—. Te estás
desviando aún más, ¿Qué demonios estás diciendo?
—Soy una tonta, eso es todo —sonrió extrañada e impactada por su
propio comportamiento—. Exigí algo que no me corresponde.
—Daira —Jason se acercó a ella y la tomó por los codos para acercarla
—. Te correspondía y está bien que estés enojada conmigo.
Ella sonrió dulcemente y meneó la cabeza de lado a lado.
—No, ya no estoy enojada —colocó las manos en el pecho de su marido
para alejarlo de ella—. Como dije, está bien que volvieras a marcar las
líneas entre nosotros, me confundí, eso fue todo.
—Daira…
—Fue un simple desbalance que surgió gracias a que nosotros… —se
sonrojó—. Pero ya comprendí y estoy bien como estamos ahora.
—No me gusta hacia dónde va esto —los ojos grises recorrían el rostro
refinado con angustia—. Daira, somos una pareja, es lo que quería cuando
te pedí que comenzáramos a acercarnos, esto que haces —negó con la
cabeza—. No me gusta, no quiero que te alejes de mí cuando mejor
estábamos ¿me comprendes?
—No. —Frunció el ceño—. ¿Qué quieres de mí?
—El que discutamos de vez en cuando no debe provocar toda esa maraña
de pensamientos traicioneros, incluso si grito o me gritas tú, ninguno debe
retroceder al límite de no sentirse parte de la familia.
—Es complicado y no lo entiendo —admitió.
—Un poco, pero así son las relaciones, preciosa, no hay más.
La boca rojiza y carnosa de la mujer se movió de un lado a otro, tratando
de razonar las palabras de su marido. Tal parecía que la confusión formaría
parte de su semblante a partir de que entendía lo que era tener una relación
de pareja, estaba aprendiendo y sintiendo por primera vez todas esas
emociones que en ocasiones podían ser tan dolorosas y traicioneras,
conduciendo a las personas a la locura y al dolor profundo sin muchos
fundamentos.
—Sigo sin comprender del todo —sinceró más relajada—. Pero será
cuestión de irme acostumbrando.
—Así es, date tiempo.
—Entonces… ¿tengo razón de estar enojada?
—Lo sentiste ¿no es así?
—Sí.
—¿Quieres decirme el resto de las razones?
—No me nombraste como algo que valga la pena en tu vida.
—¿De qué hablas?
—Dijiste que Jackson era lo único que era tuyo y que valía la pena —lo
miró dolida—. De alguna forma, yo sentía que también formaba parte de
algo que tú querías y sentías tuyo… yo te siento mío, un poco.
Una sonrisa tímida y divertida se asomó por las comisuras de Jason al
escuchar tal confesión hecha con determinación y sin una pisca de
vergüenza. Daira no se avergonzaba de sus sentimientos y eso era
impresionante, el hecho de que su orgullo no le impidiera compartirlo le
fascinaba aún más.
—Soy tuyo —la besó rápida y tiernamente, apenas apresando su labio
inferior—. Y cuando dije eso, me refería a algo que he hecho, Jackson es
fruto de mí, pero ahora tú eres parte de mí.
—Es que… no sé cómo tomar esta nueva relación —aceptó, rozando su
pecho con amabilidad—. No sé cuál es mi lugar.
—Tu lugar es el de mi esposa y el de la madre de Jack —la besó de
nuevo—. Y todo el que quieras agregar a esa lista.
—Te detesto.
—¿Por qué? —la alejó únicamente para lograr verla mejor—. ¿Sigues
molesta por lo que sucedió?
—Sí. Pero también por tu don para hablar —le tocó los labios y los jaló
ligeramente—. Resulta ser un fastidio.
Jason dejó salir una carcajada, envolvió sus brazos alrededor de la cintura
de su esposa y la recostó en la cama, preparado para besarla y hacerle el
amor durante toda la noche si le era necesario. Haría cualquier cosa con tal
de quitarle esas ideas locas de su cabeza. Desde hacía mucho tiempo que no
pensaba en Annelise y eso era gracias a que Daira llegó a su vida y la llenó
de luz y tranquilidad.
—Jack se mostró muy asustado por la presencia inesperada de esa mujer.
—Jason, quien se encargaba de besar el abdomen desnudo de su esposa
después de hacerle el amor, levantó la mirada y frunció el ceño—. No lo sé,
a mí también me puso de nervios.
—¿Es que dijo o hizo algo? —Jason se acercó al rostro de su mujer,
besándola detrás de la oreja—. No me gusta que salgan solos.
—Lo sé, pero jamás pensé que alguien se atrevería a internarse tanto en
la propiedad, el río congelado no está lejos de la casa, las posibilidades de
que alguien la viera eran grandes —Daira acarició el cabello de su marido
cuando este se recostó sobre su pecho.
—Quizá esté loca.
—No lo parecía —la joven mordió sus labios—. Además, no apartaba la
mirada de Jackson, dijo que lo conocía de cuando nació.
—¿Cómo? —Jason levantó la mirada.
—Sí —lo miró extrañada—. Dijo que estuvo presente cuando fue
nombrado, dijo que lo recordaba siendo un bebé.
—Jackson no nació aquí —los ojos grises de Jason parecían perturbados
—. Ni con servidumbre que nos conociera.
—Tal vez se refería a que lo conoció cuando lo trajeron aquí.
—Está extraño todo este asunto —asintió Jason—. Por si las dudas, no
quiero que salgas sola en los días venideros.
La mujer se acomodó en la cama, tratando de encontrar la posición que le
fuera más cómoda al tener a su esposo recostado sobre ella. No era que le
desagradara, por el contrario, le gustaba sentir los brazos fuertes de Jason a
su alrededor y solía quedarse dormida mientras le acariciaba el cabello y
sentía su respiración contra ella.
Jason fue capaz de sentir cuando su esposa se durmió, él estaba tan
cansado como ella. Ojalá pudiera cerrar los ojos y alejar de su cabeza todas
esas preocupaciones que de pronto resurgieron.
Capítulo 28

En definitiva, Sophia Pemberton sabía cómo dar una fiesta, pese a que
no fuera adepta a ellas, parecía haberse esforzado al máximo en esa
ocasión. Daira tampoco consideraba que la mujer fuera de las que se
emocionaba por las épocas navideñas, pero si se hablaba de la duquesa de
Westminster, se podía esperar cualquier cosa.
No eran muchos invitados, desde hacía días que los caminos eran
imposibles de transitar, por lo cual la familia Seymour no logró llegar; pero
los que ya estaban en la casa y los amigos de los duques que vivían por los
alrededores fueron capaces de deleitarse con una deliciosa cena, vinos de
calidad y charlas entretenidas en medio de la algarabía de las fechas.
Las gemelas y Jackson eran los que más disfrutaban, siendo los únicos
niños en la casa, no había persona conocida para ellos que no tuviera
regalos con sus nombres debajo del gran árbol decorado. Jason no podía
dejar de observar a su hijo, quien corría feliz con sus primas, de repente lo
oía hablar con ellas, en voz baja y cauteloso de que nadie más lo escuchara,
pero ese era un avance tremendo que le provocaban ganas de besar a la
mujer que mantenía abrazada por la cintura, muy junto a él, donde le
correspondía.
—¿Lo has escuchado Daira? —susurró en su oído—. Jackson habla con
las niñas, en verdad lo hace.
—Creo que al fin se cansó de ser un dragón.
—¿A qué te refieres? —la miró divertido.
—Nada —ella volvió un poco la cabeza para poder verlo a los ojos,
sonriendo dulcemente mientras recibía el beso de su marido en la sien—.
Digamos que a Jack le gusta dar su opinión.
—Gracias, te lo debo a ti —la acercó un poco más, pegando la espalda de
su esposa a su pecho—. Bond fue un buen inicio, pero todos los ejercicios
que hace contigo son increíbles.
—No es nada, él progresa de esa manera porque tiene interés en hacerlo
—dijo humildemente y miró con desagrado hacia una pareja—. Me gustaría
que los Melbrook no hubiesen sido requeridos.
—Lo siento, preciosa, pero resulta ser que estaban en casa de los Sanders
como invitados.
—Lo hacen a propósito, quieren atormentarme —Daira apretó su quijada
—. Es un cerdo con una asquerosa fijación.
—Ey —la volvió hacia él con cuidado—. Estoy contigo y eso no va a
cambiar próximamente.
Una sonrisa tranquilizadora salió de los labios de Jason, reflejándose en
la mirada cristalizada de su esposa, quien le devolvió el gesto con
desasosiego y volvió a prestar atención al juego que se llevaba a cabo entre
los adultos, siendo Pridwen y Adrien los protagonistas del escenario…
como ya era usual.
—¡Basta, basta! —gritaba la joven rubia, empujando a Adrien, quien se
burlaba de ella—. ¡Eres un tonto!
—¿Qué hice yo? La que hizo el ridículo fuiste tú.
—¡Eso ya lo sé! —se quejaba la mujer, cruzándose de brazos.
—Deberías estar avergonzada Prid —sonreía Lucca—. Ser vencida por
un tonto como Adrien debe doler.
—¿Tonto dices? —lo miró el susodicho—. Jamás me has ganado en
nada, primito, al menos que yo recuerde.
—¿Lo intentamos? —Lucca se puso en pie y la gente victoreo la
rivalidad entre los primos.
Jason negó divertido, sintiéndose feliz en medio de su familia, incluso los
condes de Melbrook no eran un impedimento para disfrutar la velada, era
cuestión de mantener a su mujer a su lado, haciéndola sentir tranquila y
mimada, como llevaba haciéndolo toda la noche. Notaba las miradas
iracundas del conde, pero poco le importaba a Jason lo que una mente
perturbada como la de Mark pudiera estar sintiendo en esos momentos. Al
menos debía agradecer que hubiera limitado sus impulsos y jamás hiriera a
Daira, porque de ser así, no podría perdonárselo, tendría que matarlo.
—¡Jason, Daira! —sonrió Sophia, con una de las gemelas en los brazos y
junto a su esposo, quién sostenía a la otra—. ¡Es su turno!
—Veamos qué tan compatibles son como pareja —sonrió la señora
Sander con desdén—, es su oportunidad de acallantarnos.
—¿Les enseñamos como se hace, preciosa? —sonrió Jason.
—¿Por qué no? —ella se inclinó de hombros y se acercó para besarlo
fugazmente—. Demos una lección a todos los dudosos.
—Estoy más que interesada en verlo también.
«Esa voz…» Jason se volvió con rapidez, lastimando algunos músculos
de su cuello.
—No puede ser…
—Hola Jason —sonrió Annelise.
—¿Qué…? —John se adelantó unos pasos—. ¿Annelise? ¿Cómo es esto
posible? Yo…
—Sé que me buscaste John —sonrió con cariño y después volvió sus
ojos a su marido—. Ambos lo hicieron.
Los duques de Westminster mostraron su impresión, dejando sobre sus
pies a las pequeñas gemelas que corrieron hacia su tía.
—No puedo creer que estés aquí —John se adelantó y tomó a su hermana
entre sus brazos, donde permanecería por un buen rato—. ¡Eres la persona
más mimada y tonta que he conocido en mi vida!
—Lo sé, lo siento tanto. —Annelise volvió la cara hacia Jason, quien
permanecía inmóvil junto a la que ahora era su mujer—. Sé que no merezco
que me escuches, pero…
—No puedes hablarme —dijo Jason. No era ofensivo, ni tampoco había
gritado, pero era una orden clara—. Tampoco te quiero cerca, nos iremos
mañana mismo de aquí.
—Jason —Sophia se adelantó unos pasos, tomando a su primo por los
brazos—. Por favor, esto no tiene nada que ver con Jackson.
—Tiene todo que ver con él —la voz seguía siendo firme—. Daira, por
favor, toma a Jackson, no necesitamos estar aquí.
Sin embargo, era imposible para su mujer moverse, porque ahora lo
comprendía todo. Esos ojos eran iguales a los del duque, por eso los
reconoció en aquella ocasión, esa mujer era la madre de Jackson y por eso
mismo mostraba interés en él, explicaba su falta de miedo por ser atrapada
en la propiedad y la razón de que la conociera tan bien. Esa mujer en el río
era Annelise, siempre lo fue.
—Jason, no tomes medidas ahora —se adelantó la hermana del duque—.
No me quedaré aquí, si es tu preocupación.
—Me importa poco donde te quedes, estás cerca y con eso es suficiente
para que yo me vaya. Debiste quedarte donde estabas.
—Pensé que no sabías que estaba viva —recriminó.
—¿Qué no lo sabía? —Jason parecía a punto de explotar—. Eres ingenua
si crees que tu hermano no lo sabía también.
—Pero creí…
—¡Basta! Dije que no quería escucharte, no quiero verte, para mí es
como si siguieras muerta —la apuntó con desprecio y tomó la cintura de su
ensimismada esposa—. Vámonos Daira.
—Eras tú… —susurró la joven, con un tono oscilante entre el impacto y
la recriminación—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No era necesario Daira —Annelise dibujó una pequeña sonrisa.
—¿Te burlabas de mí?
—No —meneó la cabeza suavemente—. Fue una casualidad que los
encontrara en el río, te lo aseguro. Dije la verdad, no es seguro que estés
paseando sola por la propiedad de esa manera.
Daira estuvo por hacer otra pregunta, pero entonces sintió como un
pequeño niño se abalanzaba sobre ellos, tomando una pierna de Jason y una
de su madre, quedando con la cabeza en medio de ellos. Su esplendorosa
sonrisa se difuminó al ver la seriedad en la que los adultos se encontraban.
Los ojos grises del pequeño buscaron los de su padre, tratando de obtener
alguna respuesta, pero no la obtuvo, la única reacción que dio su padre fue
tomarlo en brazos, obligarlo a recostar la cabeza en su hombro y caminar
directo hacia la salida del salón.
—¡Daira! —gritó al fin para que su esposa lo siguiera.
—Ve —pidió Annelise—. Por favor, ve con ellos.
Con un meneo de cabeza, Daira fue capaz de enfocarse de nuevo,
apurándose a seguir a su esposo hacia la habitación. Annelise vio
desaparecer al hombre que una vez fue su familia, con quien tuvo un hijo
precioso y al que hirió de todas las formas imaginables. Sin embargo, no
había otro lugar al que pudiera ir.
Las miradas incriminatorias estaban sobre ella, apuñalándola mientras no
veía, tratando de asesinarla. No era para menos, Jason era el primo de
muchos de ellos y de otros, era un buen amigo. Rebuscó entre la gente caras
conocidas, sabía quiénes eran los Sanders, los Relmin y también reconoció
a los Melbrook.
—Eres valiente en regresar Annelise —Lucca se cruzó de brazos,
bufando como un toro enojado—. Pensé que Jason se libraría de ver tu feo
rostro de nuevo.
—Lucca, por favor —pidió Sophia, a sabiendas que John no permitiría
tales insultos contra su hermana, mucho menos en su casa.
—Sé que están enojados.
—¿Enojados dices? —Adrien apretó los puños—. Eso no es nada, ¿por
qué regresaste Annelise? ¿Oliste su felicidad?
—No quiero arruinar nada para él.
—¿Lo dice en serio? —Pridwen se adelantó con inocencia—. ¿En verdad
no quieres arruinar la vida de Daira?
—Prid —Adrien tomó a la mujer y la colocó detrás de él—. No hables
con ella, es una embustera y una…
—¡Basta! —John cerró los ojos—. No lo permitiré y lo saben.
—Yo parto mañana con los Seymour —informó Lucca y miró a su primo
—. Supongo que nos seguirás Adrien.
—No veo razón para quedarme.
Annelise recurrió a la defensa que era cerrar sus ojos, evitando las
miradas asesinas que los primos de Jason le estarían dirigiendo al momento
de pasar a su lado. Entendía su reacción, pero no tenía por qué presenciarla.
—Será mejor que todos vayamos a descansar —sugirió Sophia con un
tono alterado en su voz, mirando a las familias que no estaban
emparentadas con los Bermont.
Los invitados salieron en medio de habladurías que Annelise era capaz de
escuchar, incluso pudo ver a lord Melbrook, lanzándole una mirada
interrogante que logró avergonzarla, viéndose en la necesidad de bajar la
cabeza y esconder su sonrojo.
—¿Qué demonios Annelise? —se acercó Sophia—. ¿Por qué?
—Lo siento Sophia, no quise…
—Es una completa locura —amonestó John—, pese a que me dé gusto
verte, era de esperarse la reacción de Jason.
—Lo sé, no era mi intensión removerle la herida.
—¿Qué esperabas que sucediera? ¿Por qué te presentaste así? —
cuestionó Sophia, a punto de la histeria, siendo detenida por las manos de
su marido para que no fuera a estrangular a su hermana.
—Mi amor, sería buena idea que llevaras a las niñas a dormir.
—¿Me estás corriendo? —lo miró impresionada.
—Sí, es lo que hago —aceptó—. Déjame hablar con ella.
—No lo puedo creer. —Era claro que estaba ofendida, pero John no
cambió de parecer pese a la súplica silenciosa de su mujer—. Bien, espero
que disfruten de una larga conversación, porque no hay cabida para nadie
más en la recámara.
El duque suspiró, viendo a su familia partir en manos de una enfurecida
mujer. Sonrió y negó un par de veces. Sophia cumpliría la promesa, era más
que seguro que él no dormiría en su habitación, aunque dudaba que pudiera
conciliar el sueño a partir de ese momento. Miró a su hermana, estaba tan
cambiada que por poco y no la reconocía, se acercó a ella y la abrazó de
nuevo.
—Jamás podría rechazarte Annelise, quita esa cara de miedo.
—¡Oh, John! —lo abrazó de regreso—. ¡Te quiero tanto!
—No fue lo que dijiste cuando te marchaste.
—Lo sé, fue una de las razones por las que tenía que volver.
—Han pasado demasiados años Annelise, espero que sepas inventar una
mentira mucho mejor.
—Sí —ella se avergonzó—. Aunque en serio te eché de menos.
—Eso lo sé. —John revolvió sus cabellos y sonrió—. Espero que tengas
mucho que contar, porque Sophia en verdad no me dejará entrar en la
habitación.
Una melodiosa carcajada salió de la garganta de Annelise y asintió,
tomando la mano de su hermano y llevándolo hasta la habitación que fuera
de ella y siempre sería de ella.
—En realidad, tú también tienes mucho qué contarme.

En la habitación los Seymour se encontraban reunidos el resto de los
primos Bermont, incluso Sophia y la misma Pridwen, quien se encargaba de
mantener cuerda a Daira que seguía sin hablar y mantenía la mirada baja,
fija en un punto a la distancia. Tal parecía que cuando acabó sus labores
como madre, no hubo más distracciones y tuvo que afrontar sus
pensamientos
—No entiendo qué es lo que quiere —dijo Lucca—. Si se fue, entonces
debió quedarse desaparecida, es lo mínimo que podía hacer.
—Concuerdo, no tiene razón de venir aquí.
—John sigue siendo su hermano —trató Sophia—. Sabe que él jamás la
echaría de esta casa.
—Por favor Sophia —chistó Adrien—. Tenía el conocimiento de que
Jason estaba aquí, quería fastidiarle la vida.
—Pensé que esta mujer estaba muerta —dudó Pridwen.
—Lo está —dijo la voz cortante de Jason.
—Claramente no —Adrien miró a su amiga—. Se marchó de casa hace
mucho, pensábamos que no la volveríamos a ver.
—Oh —Pridwen se avergonzó—. Lo siento por mencionarlo.
—Es normal que lo hagas —Lucca miró a su primo y mejor amigo—.
¿Qué prosigue? ¿Te irás y listo?
—No sé qué más puedo hacer, no quiero que esté cerca de Jack, apenas
está teniendo avances, no dejaré que lo arruine todo. —Entonces lanzó una
mirada a su esposa, quien permanecía en medio del mutismo y lo que
parecían pensamientos turbulentos.
El resto de los primos siguió la mirada de Jason, notando que era el
momento de dejar a la pareja en soledad. Debían hablar y seguramente sería
una conversación complicada. Los primos se despidieron y tras arrastrar a
Pridwen para que dejara atrás a su amiga, la pareja se quedó en soledad.
—Daira.
—Se burló de mi ¿no es cierto? —lo miró enojada—. Me creerá una
idiota, una aprovechada como lo hace el resto de la sociedad.
—Ey —se acercó a ella—. No hagas caso de esas tonterías, nosotros
sabemos lo que tenemos y es lo único que importa.
El leve asentimiento de cabeza daba a entender que ella no olvidaría el
tema con esa facilidad, pero no había nada que Jason pudiera hacer para
mejorar la situación, él mismo era un complejo cúmulo de emociones que
era incapaz de poner en palabras.
—Vamos a dormir —propuso Daira—. Nada podemos hacer ahora Jason,
tratemos de recuperar fuerzas.
—Supongo que es buena idea.
Cada uno por su lado fue a cambiarse de ropas, colocándose algo cálido y
cómodo para dormir. Daira se encargó de poner la estufa y después apagó
las luces, recostándose en la cama en medio de un silencio inquietante,
ninguno deseaba compartir sus pensamientos, creyendo que, al exponerlos
con su pareja, únicamente ocasionaría más ansiedad y nada de consuelo.
Fue Jason quien se dio por vencido y se movió primero, girando su
cuerpo para encontrarse con el de su esposa, envolviendo sus brazos a su
alrededor y recostando su cabeza en su abdomen, como solía hacerlo. Daira
bajó los ojos hasta toparse con el reluciente cabello rubio de su marido,
ligeramente crecido y ondulado. Nada le impidió pasar los dedos por la
sedosa mata y masajear la cabeza de su marido, él incluso soltó un gemido
placentero ante la caricia.
—Habla conmigo Jason —suplicó su esposa—. ¿De qué sirve tener
una relación si no podemos liberar el estrés con el otro?
—Estoy abrumado —sinceró—. No sé qué pensar.
—¿Sentiste algo… cuando la volviste a ver?
—Nada positivo —aseguró—. Si no hubieran estado Jack y tú ahí,
seguramente habría intentado asesinarla.
Se abrazó un poco más a ella, asfixiándola, pero sin recibir quejas.
—¿Qué fue lo que pasó entre ustedes? —Daira sintió un revolcón en su
estómago, algo poco agradable. Una angustia incrementó en su interior,
pensando que él volvería a enojarse y le hablaría como en aquella ocasión
cuando quiso conocer del pasado de Jack—. Lo siento, supongo que no es
algo que debiera preguntar.
—No. Es mejor que lo sepas —suspiró y se levantó para mirarla a los
ojos—, porque quiero que comprendas que nada cambiará entre nosotros ni
en nuestra familia. Seguiremos siendo tú, Jackson y yo.
—Pero ella es su madre.
—No debes preocuparte por eso —dijo con amargura—. Ella jamás quiso
ser su madre.
—No comprendo.
—Pocas personas lo harían —asintió, se sentó en la cama y encendió la
luz de la lámpara—. Es una historia complicada.
—Aun así —ella se enderezó también—, quiero escucharla, si no te
molesta contarla. —Mordió sus labios—. Por como llevabas las cosas,
pensé que estaba muerta, jamás creí otra cosa.
—No es de mis historias favoritas —aceptó—, evité el tema en todo lo
posible. Pero creo que en este momento no hay opción.
—Ella… ¿Los dejó?
—Sí —dijo con dificultad, mirando a su mujer—. Nos enamoramos
rápido y nos casamos con igual prontitud, se podría decir que nos
precipitamos, pero en realidad era lo que tenía que pasar. No fue de la mejor
manera en la que llegamos a tener una relación, John casi me mata al
faltarle la honra a su hermana.
—¿Faltarle? —Daira frunció el ceño—. ¿Qué fue lo que hiciste?
—Bueno —Jason rascó su cabeza—. Digamos que nos saltamos algunos
pasos, hicimos cosas que sólo deben hacerse de casados.
—Así que se acostaron antes de tiempo —comprendió la mujer.
—Sí —el hombre se sonrojó—. Por Dios mujer, podrías ser más discreta
con esto, me avergüenza tener que decirte esto a ti.
Daira sonrió con cariño, alargando su mano para tocar las mejillas de su
marido, consolándolo y agradeciéndole de esa manera.
—Sabía que no era tu primera esposa Jason —dijo con obviedad—. Sin
mencionar que tienes una larga reputación que daba a entender que sabías lo
que se hacía en la habitación.
—¡Basta! —cerró los ojos y extendió una mano hacia su mujer, pidiendo
silencio con respecto al tema—. Continuemos con la historia —pidió—.
Nos casamos y por un largo tiempo, estuvimos bien, sólo éramos nosotros
dos, el verdadero problema comenzó cuando Annelise quedó embarazada.
—¿Verdadero problema? ¿Tenían problemas antes?
Jason sonrió de lado.
—Ella estaba acostumbrada a hacer su voluntad —suspiró—, es una
mujer caprichosa y narcisita, incluso hedonista; John solía mimarla de más
debido a que pasó gran parte de su vida en soledad.
—Seguro que fue difícil para ella.
—No lo dudo —asintió Jason—. Pero todos afrontamos dificultades, tú
estuviste gran parte de tu vida atrapada con un medio hermano que te
deseaba y eso no te ha convertido en alguien malvado.
—¿La consideras malvada?
—No lo sé… —suspiró—. No. Supongo que simplemente estoy enojado.
No logré comprenderla, sigo sin hacerlo, pero no creo que la convierta en
una persona mala, complicada tal vez.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Digamos que experimentó la libertad por primera vez y de la mano de
la persona más irresponsable —elevó una ceja—. En ese entonces, yo
también estaba descontrolado, sin obligaciones, estrés o preocupaciones…
pero quedó embarazada.
—Lo dices como si lo hubieran tratado de evitar.
—Así parecía —admitió—. En un inicio intentamos evitarlo de las
formas que sabíamos, pero después pasó a segundo plano y simplemente
disfrutábamos de nosotros, no hubo niños por mucho tiempo, pero de un
momento a otro la noticia llegó.
—¿No fue motivo de alegría? —frunció el ceño.
—Yo estaba contento, no había razón por la cual no estarlo.
—Pero ella no estaba igual.
—Al inicio estaba muy feliz —recordó Jason—. La presión de la
sociedad por su falta de embarazo se esfumó y remplazó por halagos y
preguntas referentes al próximo bebé. Una madre se alegraría ante el buen
recibimiento de su hijo, pero creo que para Annelise, el tema del niño en su
vientre era igual a que le robaran el protagonismo.
—¿Se enfadaba porque le pusieran más atención a lo referente con el
bebé que a ella?
Jason asintió.
—Llegado al punto en el que no soportaba que se mencionara el tema —
su voz sonaba cada vez más desanimada—. Traté de comprenderla, de
ayudarla, la llevé con médicos, incluso le concedí no hablar del niño; pero
nada funcionó, ella simplemente se ponía peor y más agresiva con el hecho
de estar cambiando a causa del bebé.
—¿Se enojaba por los cambios de su cuerpo? —trató de comprender
Daira—. ¿Es que acaso tú le decías algo?
—Por supuesto que no. Ella se obsesionó, no le agradaba cómo se veía,
no soportaba sentirse mal, todo lo referente al embarazo era causa de
enojos, llantos y estrés, no solo para ella, sino para todos —explicó—.
Publio me dijo que en algunas mujeres era normal afrontar esa clase de
reacciones, aseguró que con el nacimiento ella mejoraría.
—¿Y lo hizo?
—No. Creo que empeoró —se tomó la frente con fuerza, como si
intentara evitar una migraña—. No quería ver al niño, no soportaba oírlo
llorar, jamás lo cargó y mucho menos alimentó.
—Eso… ¿es normal?
—Publio tuvo algunos casos similares, era cuestión de que la madre
entendiera que el niño era suyo y que lo amaba, Annelise incluso pensaba
que Jackson la odiaba —negó con una sonrisa—. Era un bebé, no podría
rechazar a nadie, pero ella así lo sentía. Hicimos de todo, en serio, lo
intenté. Al final ella me pidió no tener más hijos y eso conllevaba no más
intimidad y lo acepté.
Daira levantó una mirada llena de impresión.
—Jamás había escuchado de un amor tan fuerte y sólido.
—Me necesitaba —apartó su cara de entre sus manos, que no paraban de
masajear sus ojos—. Sabía que algo andaba mal, algo dentro de ella se
rompió y yo ansiaba repararlo.
—Seguro que ella lo aprecia ahora que está mejor.
—Dudo que lo recuerde —meneó la cabeza—. Lloraba todo el tiempo,
no quería levantarse de la cama, quería estar sola y apenas ingería bocado…
fue terrible.
—Lo lamento.
—Pero mejoró y pensé que todo iría bien. Annelise no se acercaba a su
hijo y eso parecía ponerla de buen humor, así que propicié que no hubiera
muchos encuentros entre ellos. —Jason miró hacia el techo lleno de frescos
hermosos—. Parecía que ella quería olvidar el hecho irrefutable de que tuvo
un hijo. Seguía con su vida normal, salía de fiesta, bebía, organizaba
veladas, hacía lo que quería.
—¿Volvieron a ser una pareja?
—Eventualmente me permitió volver a su recámara y una noche, ella dijo
que tenía la solución de nuestros problemas —pasó una mano por sus
labios, para después rascar su quijada—. Dijo que podíamos volver a tener
intimidad.
—Volvió a quedar embarazada, ¿verdad?
—Sí —Jason volvió a inclinar su cabeza para que quedara atrapada en
una de sus manos—. Esa vez incluso me odiaba a mí, no me soportaba, me
gritaba, no quería al niño y una noche, decidió acabar por sí misma con
aquello que le causaba dolor.
—Oh… Jason lo siento en serio.
—Annelise estaba muy mal, no sabía lo que hacía —dijo de inmediato—.
De alguna manera me esperaba que escapara, aun así, la perseguí por un
año, dejando a Jack al cuidado de otros cuando era a mí a quien necesitaba
—sus manos se hicieron puños—. Seguro sintió el abandono, tendría dos
años entonces, era apegado a mí más que nadie y lo dejé atrás para seguirla.
—Y cuando la encontraste —Daira se adelantó y tomó la mano de su
marido, apretándola con cariño—, no te gustó lo que viste, ¿cierto?
—Por Dios, no. —Soltó la mano de su mujer y cubrió su rostro, llorando
por primera vez desde que se conocían—. Fue… impactante.
—Jason, lo lamento tanto. —Daira se arrastró por la cama hasta que pudo
abrazarse a la espalda de su esposo, besando su hombro descubierto y
recostando la mejilla en él—. Pero no te reproches tus acciones, actuaste
conforme a tu corazón y eres un excelente padre, el cariño que Jack tiene
por ti lo demuestra.
—Es mi culpa que no pueda hablar —dijo pesaroso—. Dijiste que debió
ocasionarlo un trauma, sé cuál es ese trauma.
—Dudo que sea el que te fueras.
—Tuvo que ver —aceptó, descubriendo su rostro—. Pero ella le gritaba
todo el tiempo cuando queríamos acercarlos, Annelise no lo soportaba y el
niño lloraba siempre; aun así, seguí intentándolo hasta que ella se marchó y
fue cuando lo dejé solo, a merced de personas que lo maltrataron al no
haber nadie que lo protegiera
—Jason, tratabas de ayudar a tu esposa y pensaste que era lo mejor para
tu hijo, no es tu culpa, jamás harías daño a Jack, lo sé.
Los ojos grises del hombre se iluminaron, lo invadió una calma y una paz
que siempre sentía cuando Daira estaba cerca. Su voz tranquila, sus ojos
cariñosos y sus toques reservados eran lo único que él necesitaba para
sentirse mejor, enfocado y fuerte.
—Por Dios —la abrazó, ocultando su rostro en su abdomen—. Tenemos
que irnos de aquí en seguida.
—Está bien —sonrió Daira, acariciando su cabello—. Nos iremos, todo
estará bien.
—Quédate a mi lado Daira, pase lo que pase, tienes que quedarte a mi
lado —suplicó—. No puedo seguir dando más pasos en soledad.
—No me iré, lo juro.
Jason cerró los ojos. Quería creerle, pero ya antes se lo habían prometido
y todo había resultado de la peor manera. No quería perderla y, de hecho,
algo que lo aterraba era que su mujer quedara embarazada, no soportaría
que ella lo despreciara como Annelise.
Capítulo 29

Al fin había llegado abril, no es que Daira tuviera preferencia por algún
mes en específico, pero agradeció cuando el sol dio muestras de hacer algo
más que dar luz y brindó un poco de calor. Pese a que ella fuese de
Dinamarca, odiaba el frío, cuando escapó de casa, lo primero que hizo fue ir
a un lugar soleado, donde incluso sudara.
Aquello tampoco fue una de sus más grandiosas ideas, aunque
consideraba que Londres era un poco peor que su fría ciudad natal, puesto
que el clima normal ahí era lluvioso y se seguía necesitando tener encima
prendas que conservaran el calor corporal, pero al menos se deshicieron de
las pieles y los abrigos brumosos.
En esos momentos, Daira caminaba con Jack tomado de la mano, el niño
se divertía por las calles, saludando con la mano a las personas que sonreían
hacia él y se inclinaban respetuosos ante la presencia del pequeño niño que
heredaría no sólo el marquesado de los Kent, sino el ducado de los
Westminster.
—La gente quiere a Jack.
—No estaría mal que les dirigieras un hola de vez en cuando.
—Bueno —dijo desinteresado, inclinándose de hombros.
No se podría saber si Jack hablaba en serio o no, pero Daira tendía a no
cuestionarlo demasiado y simplemente fluía con él. Caminaron presurosos
por Oxford Street, entrando a un local que seguía sin tener letrero y estaba a
medio construir en el interior.
—¿Archivald? —la mujer rebuscó con la mirada—. ¿Archie?
—Aquí arriba Daira —sonrió el rubio, saludándola desde un segundo
piso—. Vamos, sube, tengo algo que mostrarte.
La joven sonrió, tomó con fuerza la mano de Jack y lo obligó a seguirle
los pasos, puesto que el niño ya se había distraído con unas plantas que se
encontraban en la parte de abajo.
—¿Archie?
—¿Qué te parece? —extendió sus manos, mostrando una oficina con las
paredes de vidrio—. Es para que la gente te vea trabajar, pero no te
interrumpa mientras lo haces.
—¡Me encanta Archie! —sonrió la joven—. No pensé que estarías tan
entusiasmado con la idea.
—Claro que sí, me agrada que seas mi socia.
—Sin mencionar que Jason te aprobó.
—Jamás imaginé que fuera tan celoso —admitió Archie, cambiando una
maceta de lugar—. Pero bueno, soy su primo, sin mencionar que estoy
casado.
—Claro, ¿cómo se encuentra ella? ¿Ya se acostumbró a estar en Londres
o sigue extrañando España?
—Creo que jamás terminará de acostumbrarse —aceptó con una sonrisa
condescendiente—. Es normal, las costumbres distan de ser parecidas, pero
lo hace bien.
—¿Cómo no hacerlo cuando se tiene un esposo tan comprensivo?
—Me halagas —la miró de soslayo—. ¿Cómo van las cosas entre
ustedes? Supe que Annelise los siguió hasta aquí, al igual que los
Melbrook. Tal parece que son sus sombras.
—Unas que no son bienvenidas. De mi hermano lo comprendo, pero de
lady Annelise no, en realidad, no sé qué es lo que desea.
—Supongo que a Jason —se inclinó de hombros—. A no ser que tenga
otra cosa en la cabeza.
—Jamás se ha portado grosera conmigo, me la he encontrado una que
otra vez y siempre es amable, no parece querer ejercer una rivalidad entre
nosotras, lo cual me desconcierta.
—No bajes la guardia, esa mujer es determinada, cuando sabe lo que
quiere, lucha por ello hasta la muerte.
—¿Debo sentir miedo?
—Dudo que sirva de algo. Simplemente recuerda que ahora eres tú quien
es la cabeza femenina de esa familia, en ocasiones es la única cabeza que
sirve —sonrió de lado y siguió con sus cosas.
—Archivald Pemberton, y yo que creía que Jason tenía boca de oro,
definitivamente no le hace sombra a usted.
—Difiero, suelo hablar únicamente cuando lo considero una total verdad,
es por eso que le resulto agradable al oído —dijo tranquilo, prestando poca
atención a la mujer y niño junto a él—. Creo que nos hará falta comprar
más macetas, necesito una de…
—Iré yo —sugirió la joven.
—No creo que sea pertinente.
—Oh, por favor, puedo hacerlo, llevaré a Carl conmigo por si son
demasiado pesadas —sonrió—. Nos vemos en un rato.
—Bueno, en ese caso lo agradezco.
—Vamos Jack, iremos de compras para tu tío Archie.
—¿Por qué no va él?
—Está ocupado, ¿no has visto? Si puedes hacer un favor, debes ofrecerte
a hacerlo.
Daira era buena engatusando a Jackson para que no llorara o se fastidiara
mientras hacían mandados por el pueblo. El niño solía divertirse gracias a la
imaginación de su madre, la cual lo llevaba a correr y brincotear por todo
Londres, chocando de vez en cuando con las personas, como en ese
momento, cuando de pronto se toparon con la mujer que formara parte de
las pesadillas de la joven esposa.
Muy a pesar de que Jason afirmara no tener sentimientos hacia su antigua
mujer, Daira sabía lo difícil que debía ser dejar de amar a alguien, mucho
menos cuando se enteró de la forma en la que Jason abandonó mucho de lo
que amaba con tal de complacer a Annelise. De hecho, Daira consideraba
que el resentimiento que Jason sentía era otra forma de demostrar lo mucho
que le importaba esa mujer.
—¡Ah! ¡Lady Daira! —sonrió Annelise—. Qué casualidad encontrarla
por aquí, ¿viene a hacer algún mandado?
—Es un favor para Archivald.
—Oh, Archie siempre fue de mis favoritos, es uno de los mejores —
sonrió amablemente—. ¿Puedo acompañarte?
—No creo que sea buena idea que la antigua esposa y la actual estén
paseando por las calles como si fueran las grandes amigas —Daira elevó
una ceja—. Aunque agradezco su amabilidad.
Annelise bajó la cabeza, mostrando la más sincera de las sonrisas.
—Sé que piensas que soy tu enemiga —dijo tranquilamente—. Pero no
soy la villana de tu historia Daira, en todo caso, creo que tú eres la villana
de la mía.
—Yo no pretendía apartar a Jason de usted, lo lamento, pero yo no tenía
idea de que usted siguiera con vida, lady Annelise.
—Sé que no, jamás he dicho algo así.
—¿Entonces? —Daira mostró su incomprensión—. Lamento decir que
no sé de qué otra forma podría ser la villana de su historia, apenas la
conozco y no muy bien, debo decir.
—Sí, supongo que no lo sabe —asintió pesarosa—. Pero resulta ser que
usted ha ganado el cariño de más de un hombre del que yo me he
enamorado perdidamente, uno además de Jason.
—Lamento escucharlo, le aseguro que jamás he querido ser dueña de los
afectos de ningún hombre, en un inicio, ni siquiera de Jason.
—Por alguna razón, le creo. —Elevó ambas cejas y se agachó para
saludar al niño que la miraba a la defensiva—. Hola Jack, ¿Cómo estás? ¿Te
diviertes junto a tu mamá?
El chiquillo dejó salir un berrido y se escondió detrás de su madre,
desbalanceándola un poco al haberla jalado inesperadamente. Daira tocó la
cabellera dorada y miró con disculpas a la mujer frente a ella, quien parecía
todo menos resentida con su hijo.
—No quisiera sonar grosera lady Annelise, pero me gustaría saber el
motivo de que nos siguiera hasta Londres.
—Fue mera casualidad, resulta que la persona que es de mi interés
también se encuentra aquí —se inclinó de hombros—, eso es todo.
—Quizá pueda ayudarla con eso —ofreció desesperada—, la verdad es
que Jason está muy tenso desde que sabe que está aquí y me gustaría poder
darle un poco de paz.
—¿Diciéndole que me he ido? —elevó ambas cejas y negó—. Lo siento
Daira, pero no podré concederte eso a menos que consiga el objetivo que
me propuse al venir aquí.
—Lo hace sufrir —bajó la cabeza—. Me gustaría negarlo, pero sé que la
sigue queriendo, quizá más profundamente que la primera vez.
El rostro sonriente de Annelise borró todo atisbo de felicidad, sintiendo
empatía por la mujer frente a ella, tal parecía que, sin querer ambas eran las
villanas de la historia de la otra. Estaban predestinadas a sufrir a causa del
amor no correspondido.
—Te equivocas Daira, él me odia.
—¿Y el odiar no es un sentimiento que nace del dolor? Si usted ya no le
importara, entonces no debería sentir nada.
—Deberías tener un poco de confianza en ti misma —le acarició un
hombro—. Estoy segura que todo lo que piensas es un error.
—Yo no lo creo —presionó sus labios a una fina línea—. Como sea,
espero que encuentre una solución a sus problemas lady Annelise, sea
cuales sean.
—Gracias, espero lo mismo para ti.
Se despidieron con una cortés inclinación, caminando en direcciones
opuestas y siendo el centro de atención de las miradas curiosas de los
transeúntes que agradecieron su suerte de tener que salir e ir a esa calle de
compras.
—Mamá, ¿Quién es ella? ¿Por qué nos busca?
—Deberás preguntárselo a papá —sonrió, aun sosteniendo su mano—.
Es algo que sólo él puede explicarte ¿de acuerdo?
—De acuerdo —sonrió, dando brinquitos para seguirle el paso.
Hicieron el pedido que Archivald necesitaba, dejando a los dueños de la
tienda como encargados para que se lo llevaran. Daira tomó la mano del
niño y lo sacó del local de macetas, le compró un helado y siguieron su
camino por el parque.
—¡Pero qué coincidencia tan esplendorosa! —un hombre mayor dejó
salir una sonrisa al ver a Daira caminando por el casi desolado lugar—.
Muchacha, ¿qué haces vagando por aquí?
—¡Oh, pero qué gusto encontrarlo señor Eldegard! Hace mucho que no
lo veía, mi esposo sigue pensando que es usted una ilusión de mi cabeza,
¿me hará el favor de asistir a una cena con nosotros?
—Claro, estaría encantado —el hombre tomó con fuerza su bastón
elegante—, aunque en estos momentos me encuentro realmente ocupado.
Sin embargo, manda a mi casa la invitación y responderé en seguida con
una fecha factible.
—Eso me encantaría, Jason se pondrá contento de al fin conocer al
hombre fantasma —dejó salir una ligera risa—. Espero que no le moleste el
apodo, pero resulta divertido que cada vez que podrían tener la oportunidad
de conocerse, alguno de los dos desaparezca.
—La vida está esperando al momento correcto, supongo. —Ella sonrió
como toda respuesta, acariciando el cabello de Jack para que dejara de
jalarla—. Ah, con que este es el pequeño heredero, es un muchacho muy
guapo he de decir.
—Vamos Jack —la mujer jaló al niño hacia adelante—. ¿Cómo se dice
cuando alguien nos hace un cumplido?
—Gracias —susurró muy suavemente, aferrado al vestido de su madre.
Daira sintió un tirón de alegría, pero lo ocultó tras una apacible calma,
sobre todo cuando el niño agregó—: usted es grande.
El hombre soltó una ligera carcajada, muy varonil y gruesa, para después
volver la mirada hacia el chiquillo que igualmente sonreía.
—Sí, a comparación de ti, debo parecer un gigante.
—Pero no es más alto que papá —seguía susurrando, pero a cierto nivel
que era audible para ambos adultos.
—Jack —se avergonzó Daira—. Podrías decirle un halago.
—Mmm… ¿tiene perros?
—Sí, unos cuantos.
—Mi mamá me regaló uno, se llama Bond y es así de grande —levantó
su brazo a su máxima capacidad—. Podría morderlo, por lo que mejor no se
acerca, porque mamá siempre está con nosotros.
—Lo tomaré en cuenta muchacho —sonrió el hombre con una mirada
extraña que incluso Daira captó.
—Es un poco celoso —excusó la joven, alejando a Jack de la mirada
penetrante—. No tome en cuenta sus palabras infantiles.
El hombre levantó una mano conciliadora.
—Es bueno ver que desde chamacos saben defender lo que es suyo, no
debe avergonzarse por eso mi lady.
La joven iba a responder, cuando de pronto, otra voz la llamó. Tal parecía
que ese día estaba destinado para encuentros inesperados. En ese caso era
Pridwen, quien venía a paso acelerado, tratando de alejarse de alguien a
quien Daira descubrió después como Lina Melbrook, la esposa de su medio
hermano.
—Lo siento señor Eldegard, he de salvar a mi amiga.
—Hace bien, nos veremos luego.
El hombre observó como aquella hermosa dama se alejaba con el hijo de
otra tomado de su mano. Negó con pesar. El señor Eldegard consideraba
que el conde y actual marido de esa mujer estaba desperdiciándola, si
estuviera él en su lugar, no tardaría en embarazarla, los hijos que pudieran
venir de ese vientre seguro serían una descendencia digna de un trono.
—¿Qué haces aquí Valcop? —le tomaron el hombro con intensidad
que sólo podía venir de la mano del conde de Melbrook— Pensé que
estarías en algún burdel o cantina.
—Debía venir aquí.
—¿En serio? ¿Por qué razón? —el conde levantó la mirada,
encontrándose con las tres damas a una distancia considerable pero aún
visible—. Ah, ya veo, ¿Lo has planificado todo?
—Por supuesto, pero y tú ¿qué haces aquí?
—Lo mío es mera casualidad —sonrió—, pero a diferencia de ti, yo me
puedo acercar a ellas con toda libertad —le palmeó la espalda—. Nos
vemos Valcop.
El vizconde maldijo por lo bajo, odiando al conde que podía acercarse
con libertad a la mujer por la cual suspiraba, como lo hacía la gran mayoría
de los hombres que la conocían. Era un dolor de cabeza que ese desgraciado
Seymour estuviera en el medio, para colmo, ni siquiera apreciándola como
se merecía, únicamente siendo un estorbo para los avances de cualquier
otro.
Chistó y escupió a un costado, su mirada impregnada en ira, carcomido
por la envidia y el resentimiento. Debía quitar a ese hombre de su camino,
esa era la única solución que parecía factible.
Además, se estaba logrando acercar a Daira sin asustarla, sin que su
reputación la obligara a correr, como lo hizo la vez pasada. Ahora, cuando
su marido tuviera una muerte inesperada, recurriría a él como alguien de
confianza para refugiarse en sus brazos, pedirle ayuda en su necesidad o
incluso casarse con él en su desesperación.
Tenía que deshacerse del Seymour, eso era en lo que debía enfocarse.
Aunque también podría provocar que Daira lo dejase, que se percatara de la
clase de hombre que era. Sería fácil, puesto que Jason Seymour estaba
enamorado de su antigua mujer; una que casualmente había regresado a
Londres hacía poco y que podía ser la tentación que orillara a Daira a
alejarse de él de una vez por todas.
Capítulo 30

Habían sido meses ajetreados tanto en la vida de Jason como en la de


Daira. Cada uno por separado afrontaban nuevas etapas de su vida, y pese a
que su relación de pareja fuera estable y armoniosa, la extraña calma les
alteraba los nervios, sobre todo cuando Annelise y los Melbrook estaban tan
ausentes, sin hacer apenas movimientos.
Ese día en particular, Daira se había visto envuelta en diferentes
situaciones que la retrasaron en su retorno a casa, lo cual ya no era algo
extraño para su marido, quien solía recibirlos afectuosamente y los esperaba
para cenar todos juntos.
Sin embargo, cuando Daira abrió la puerta de la entrada y dejó pasar al
pequeño Jack al interior, se vieron invadidos por una catástrofe que dejó en
claro que algo andaba mal. Incluso resultaba obvio que nadie notó que
llegaban más tarde de lo usual, tal vez ni siquiera se dieron cuenta que no
estaban en casa.
—¿Jason? —La mujer se abrió paso entre la muchedumbre alborotada—.
Jason, por Dios, ¿qué ocurre?
—Daira —el hombre se volvió para admirar a su esposa. Ella caminaba
con inseguridad en medio de todas esas miradas apesadumbradas—. Me
alegra ver que ambos están bien.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué sucedió?
—Me atacaron junto con Micaela y Malcome —Jason caminó hasta ella,
abrazándola junto con su hijo—. Llevamos horas buscándote ¿dónde se
supone que estabas?
—Me quedé platicando con el señor Eldegard.
—Ese hombre cada vez me agrada menos —se quejó—. ¿No viste nada
raro de camino a casa? Señora Clare, lleve a mi hijo a su recámara ahora
mismo, quédese a vigilarlo.
—Sí, mi lord. —La mujer se desvaneció con el pequeño.
—¿Qué paso? ¿Estás herido? —Daira lo recorrió con la mirada, pasando
sus manos por el rostro de su marido, asustada y temblorosa.
Jason negó, apartando las manos de su mujer y alejándose de ella.
—Estábamos saliendo de Le Rouse cuando nos atacaron. —Jason golpeó
un mueble—. Afortunadamente no tenían buena puntería.
—Pero ¿cómo…?
—Estuvo claramente planificado, esperaron a que saliéramos para
emboscarnos, iban enfocados en nosotros o más bien en mí, ni siquiera
buscaron robarnos —suspiró—. Mis hermanos resultaron heridos, gracias a
Dios no es nada grave.
—Es terrible —Daira cubrió sus labios con una mano, tratando de ocultar
su expresión horrorizada—. ¿Dónde están?
—Con los Hamilton, no podrían estar mejor cuidados que con ellos —
estaba claro que ahí no era donde estaba su preocupación.
—¿Por qué estás aquí? Deberíamos ir con ellos.
—Tengo que encontrar a esos bandidos. Dudo que sean la mente maestra,
pero si puedo sacarles algo…
—Jason —le tocó el pecho—. Tu lugar es con tu familia, no capturando
maleantes, deja ese trabajo a los oficiales.
—¡Ellos no sirven de nada! —gritó—. Además… lo han hecho por mí, es
a causa mía que los lastimaron.
—¿Por qué sigues diciendo eso? —negó asustada—. No tiene ningún
sentido, no tienes la culpa de nada.
—Sí, la tengo —el hombre caminó hacia su escritorio, tomó una nota y la
entregó a su esposa—. ¿Ves? Es contra mí.
—Pero… ¿Por qué atacarlos a ellos?
—Porque estábamos juntos —apretó con fuerza la quijada—. Vaya
conjunto de cobardes, mira que es una bajeza intentar llegar a mí por medio
de mi familia y no puedo pensar en un culpable de esa calaña —apretó los
labios, pensando hasta casi hacer legible sus pensamientos. Entonces,
pestañeó un par de veces y miró a su mujer como si todo hubiese sido más
que obvio—. Pero claro, es por ti.
—¿Qué? —ella miró de un lado a otro, notando los murmullos de
aceptación que daban los sirvientes a sus alrededores—. ¿Por qué…?
—Ese maldito bastardo me va a escuchar en esta ocasión —dijo molesto,
tomando su saco para colocárselo de nuevo—. Es una tontería atacar a toda
mi familia por una simple mujer.
—¿Qué? ¿Por qué estoy incluida en esto?
—¡Maldición Daira! —Jason divisó entonces a los entrometidos
sirvientes que seguían en el lugar—. ¡Todos fuera! ¡Ahora!
La joven miró de un lado a otro, esperando a que los chismosos saliesen
del despacho de su marido, dejándolos solos para lo que sería una pelea
asegurada. Jason se movía de un lado a otro, pensando en ocultar la parte de
su más grande sospecha, aquella que aludía al hombre del cual su mujer
había huido: el vizconde Valcop. Al menos quería ahorrarle ese trago
amargo. Era una lástima que apenas y pudiera controlar sus emociones en
esos momentos.
—¿Me quieres explicar de qué hablas? —Daira lo recorrió con la mirada
—. ¿Por qué buscas insultarme? No soy una simple mujer y no entiendo por
qué has de incluirme en esto.
—Está más que claro, es alguno de tus pretendientes —dijo histérico, con
la mandíbula apretada, recordando tantas escenas que tuvo que pasar por
alto—. ¿Crees que soy ciego? Puedo notar como te aprovechas de los
hombres que te halaban como idiotas.
—No hago tal cosa —dijo enojada y ofendida.
—Por favor —chistó—. Es un espectáculo de todos los días, quizá hasta
lo hagas inconsciente, te encanta llamar la atención de todo ser viviente, de
todo aquel que tenga ojos.
—Pareciera que no me conoces nada Jason —su rostro se había
trasformado a uno de repulsión—. No soy así, incluso temo que me den
esas atenciones que mencionas.
Jason cerró los ojos.
—¡Todas ustedes son iguales! —la apuntó en medio de la histeria—.
Annelise y tú tienen más en común de lo que pude imaginarme en un inicio
¡Vaya maldición encontrarme con mujeres que quieren ser el centro de
atención de cada maldita ocasión!
—Eres injusto, yo no busco la atención de nadie.
—¿Qué me dices de ese tal señor Eldegard? El conde Melbrook, el
vizconde Valcop, el duque Lauderdale… incluso me haces dudar de mi
propio primo y su amabilidad.
—Así que me consideras una mujerzuela ¿eso es lo que quieres decirme?
—la voz amenazadora de Daira se mantenía baja, aparentemente calma pero
tan filosa como una cuchilla—. Si más no recuerdo, la mayoría de esos
hombres han buscado atacarme de alguna forma. Te conté de ellos pensando
que me entenderías mejor, no que me atacarías con ello… —negó—. Parece
que me equivoqué.
—Jamás dije que fueras una meretriz.
—Es lo que insinúas —cerró los ojos—. ¡Ve, anda! Encuentra a todos
mis amantes, oblígalos a confesar su ofensa. Espero que cuando recapacites
yo siga aquí, esperando una disculpa.
No comprendía la razón por la cual llegó a la conclusión de que tenía que
ver con ella, pero no lo detuvo cuando salió con determinación de la casa,
dejándola atrás pese a su amenaza de marcharse. Daira apretó sus puños con
fuerza, respiró con dificultad varias veces y se llevó la mano al vientre,
tratando de calmarse.
—No me conoces lo suficiente Jason, yo no amenazo sin considerar
seriamente cumplir —dijo en un susurro.
Miró la carta que le había entregado su marido. Cada línea en esa hoja
parecía una amenaza, acusaban a su marido de un robo y se hacía petición
de una devolución ante una actitud tan vil, pero en ningún momento se le
mencionaba a ella, era más bien referente a dinero, tierras o quizá
propiedades, no a personas.
—¡Señor Kilster! —gritó con autoridad—. ¡Señor Kilster!
—¿Mi señora? —el hombre entró en una carrera.
—Pongan un carruaje para mí en seguida.
—Pero señora, mi lord dijo que…
—No me haga repetir la orden Kilster, por favor, pongan un carruaje para
mí en seguida —reiteró.
El hombre se mostró dubitativo, pero se inclinó y salió a cumplir la
orden. Estaba claro que no se podría llevar a Jackson, pero le era difícil
dejarlo ahí sin ninguno de sus padres para protegerlo. Suspiró. Fue a la
habitación del pequeño y lo tomó en brazos, tendría que dejarlo en un lugar
seguro.
—¿Se llevará al niño Jackson?
—Tranquila señora Hilberg, estará a salvo —dijo ella, bajando las
escaleras de la entrada con el niño envuelto en cobijas para que no le diera
frío—. Si mi esposo pregunta, puede decirle que su hijo se encuentra en
casa de los Westminster, la de Londres, por supuesto.
—Mi señora, ¿Está segura de lo que está haciendo?
—Más que segura, por favor señora Hilberg, tengo que marcharme
cuanto antes.
La mujer no interrumpió más la salida de la señora de esa casa,
demostrando su orgullo herido con esa partida. El ama de llaves rodó los
ojos. Se notaba que no era una señorita de alta sociedad, ninguna señora
haría algo como huir de su casa, mucho menos en medio de la tempestad de
un ataque contra los Seymour.

Lo comprobó en seguida, estaba más que claro que ese maldito Valcop
tenía algo que ver con todo el altercado de su familia. Se lo dijo en aquella
ocasión cuando se encontraron por primera vez, le dejó en claro que aún
quería a la mujer que Jason había tomado como esposa, sin embargo, no
comprendía la razón para intentar asesinar al resto de su familia, ¿era
alguna clase de amenaza?
Debía serlo, de hecho, cuando Jason tocó a esa puerta y fue el mismo
vizconde quien le abrió, tuvo el sentimiento de que el hombre conocía la
razón de su visita mucho antes de que él se la dijera, estaba claro por esa
sonrisa y ojos satisfechos, colmados de alegría incluso cuando le echó en
cara sus sospechas.
«¡Maldito viejo lascivo!»
Jason chasqueó la lengua, espoleando a su caballo para llegar a la
propiedad de su primo, donde estuvieran su familia lastimada. Fue la misma
Gwyneth quien abrió la puerta, parecía más relajada que hacía unas horas,
cuando los Seymour llegaron como una avalancha de sangre y heridas.
—¿Qué sucedió? ¿Cómo están todos?
—Bien Jason, están bien —tranquilizó la dama, poniendo su cuerpo
como obstáculo ante el alterado hombre—. Necesitan descansar, no grites.
—¿Matteo está aquí?
—Sí, con las niñas —asintió la mujer—. Están en la habitación de
Micaela, todos descansando ahora que ella lo hace.
—Gwyneth… —le tomó la mano a la esposa de su primo—. No sé cómo
agradecer lo que han hecho.
—Es nuestro trabajo —sonrió— y ustedes son familia. Por cierto, ¿dónde
está Daira? ¿Está bien? ¿Qué me dices de Jack?
—Llegaron a la casa sanos y salvos —dijo un tanto arrepentido al
recordar la escena con su esposa—. Espero que estén durmiendo.
—Algo me dice que hiciste una tontería.
Jason sonrió de lado.
—Siempre tan perspicaz. —pasó a su lado—. Iré a ver como están,
supongo que mis padres habrán llegado ya.
—Sí, están con Malcome en este momento.
Gwyneth hubiera recomendado que mejor fuera a ver como estaba su
esposa, pero decidió que lo más prudente era callar, al final de cuentas, no
eran sus asuntos y ella no era muy dada a meterse en la vida de los demás,
la suya era lo suficientemente complicada.
—¿Qué ocurre? —Publio se limpiaba las manos llenas de sangre.
—Creo que tu primo se ha vuelto a pelear con su mujer.
—No me sorprendería —asintió el hombre—. Seguro llegó a la
conclusión de que todo esto sucedió debido a Daira.
—¿Por qué sería a razón de ella?
—Bueno, porque quién causó el alboroto fue el hombre que estaba
destinado a ser su esposo.
—¿De quién hablas?
—El vizconde Valcop.
—¿Qué? —la mujer saltó en su lugar—. ¿Cómo es eso posible? ¿Quién
la casaría con alguien como ese asqueroso?
—Su hermano —simplificó—. Aunque ahora que lo mencionas, se la ha
visto charlando con él en variadas ocasiones, quizá incluso se hubieran
gustado de haberse dado la oportunidad.
—¡Eso es imposible! —lo regañó Gwyneth—. Ese hombre es lo peor que
hay, maltrata a sus mujeres, no sólo físicamente, sino mentalmente, las
reduce a la nada y luego casualmente mueren.
—Eso ya lo sé, también me parece extraño.
—Por favor Publio, es más que obvio que la información está a la mitad,
incluso yo puedo verlo.
—No te metas en esto, Jason no ha pedido nuestra ayuda.
—¡Lo sé! Pero tu deberías decirlo por el simple hecho de que es tu primo
y le quieres, ella podría estar en peligro.
—O podría tomar a mal mis observaciones —elevó una ceja—. Te he
dicho lo que sé y has reaccionado de esta manera, ¿Qué piensas que dirá él
si estuviera en tu lugar?
—Supongo que no le gustaría, pero claramente pasa algo.
—Puede ser, pero por el momento, no sé nada más.
—Esto no me gusta, definitivamente hay algo raro —Gwyneth mordió su
labio y miró a su marido—. ¿Qué? No pienso hacer nada.
—No te creo, te conozco.
—¡Dije que no haría nada! —sonrió—. ¡Ayla! ¿Dónde estás?
—Gwyneth —gritó cuando ella se alejó—. ¡Te he dicho que no!
Jason bajaba las escaleras en ese momento, presenciando el extraño
acontecimiento de que esos dos se pelearan.
—¿Pasó algo?
—No. Nada —Publio miró a su primo—. Ellos están en buenas manos,
deberías ir a descansar tú también.
—No sé si será descanso lo que obtenga al llegar a casa.
—De hecho, harías bien en no ir directamente a tu casa.
—Maldición, ¿qué es lo que sabes?
—Tu hijo está con Sophia y John, tu mujer está con Adrien.
—¿Por qué estaría ahí? —frunció el ceño Jason.
—Porque ahí está Pridwen.
—¡Maldición! —expiró disgustado—. ¿Es que de todo tiene que hacer un
melodrama? No tengo tiempo para esto.
—Habrá que ver la razón de ello, personalmente no pienso que sea una
mujer melodramática, al menos, de lo poco que la conozco.
—¿Insinúas que es mi culpa?
—Pues… sí, de hecho, sí.
No era nada fuera de lo común que su primo se expresara directamente y
con la más dura verdad. Publio no era de los que aligeraban las cosas para
que la otra persona se sintiera mejor.
—Lo arruino todo con ella Publio —se dejó caer en una silla—. No sé
qué es lo que me pasa, es como si esperara que se hartara de la situación y
se alejara de mi para siempre.
—¿Es lo que quieres?
—No, por supuesto que no. —Suspiró—. El regreso de Annelise revolvió
cosas en mí, tengo un malestar persistente que no me deja vivir, no me
permite estar tranquilo en ningún momento.
—Quizá haya algo que tienes que resolver con ella, un cierre.
—Apenas la veo y quiero matarla.
—Pienso que, si no resuelves las cosas con ella, terminarás matando tu
matrimonio —elevó una ceja—. ¿Es lo que esperas?
—Maldición, claro que no, Daira es la mujer que necesito a mi lado, lo
sé, es la decisión correcta, lo que todos me dirían que hiciera.
—¿Y es lo que quieres en verdad? —frunció el ceño—. Está bien hacer
lo que es correcto, pero no siempre es lo que te hará feliz.
—No sé qué es lo que me hará feliz para estos momentos.
—Habla con Annelise —finalizó Publio—. Ella tiene la clave.
Jason meneó la cabeza suavemente, sintiéndose abrumado y sin fuerzas
para continuar con la travesía de esa noche. Ir por su hijo, ir por su mujer,
todo parecía complicado. Incluso parecía ser que Daira pensó lo mismo que
Publio, puesto que puso a su hijo en la única casa en la que podría
encontrarse con Annelise.
—Estará herida por lo que dije —se recriminó Jason—. La insulté en
cuanto llegó a mí el pensamiento de que el culpable era Valcop.
—¿Se lo dijiste?
—No. —Cerró los ojos—. Le tiene temor a ese hombre, fue la razón de
que se marchó de su casa y no quiero que ella…
—¿Qué pasa si se lo encuentra? —Publio estaba confundido para ese
momento—. Quizá ya se lo haya encontrado.
—Lo dudo, me lo hubiera dicho —suspiró—. No quiero asustarla con
ello, aunque dadas las circunstancias, sería bueno que se lo dijera de una
vez. —Se puso en pie con cansancio—. Tengo que irme.
—Suerte.
Jason salió de la casa de su primo, tomando camino a la de sus antiguos
cuñados, donde estaría la mujer que lo hizo dudar de todo en la vida y que
lo dirigió a la amargura una vez más. La casa de Publio y la de los
Ainsworth no quedaban lejos, pero los pasos que el hombre daba
ralentizarían incluso al tiempo.
—¡Jason! —Sophia se hizo paso al ver quién era, haciendo a un lado al
mozo que abrió la puerta—. ¿Cómo están? ¿Qué paso?
—Están bien, todos bien —tranquilizó el hombre—. ¿Mi hijo?
—Está dormido con las niñas —la duquesa apuntó al segundo piso—.
Pensé que volverían por él hasta mañana, Daira parecía realmente alterada
cuando lo dejó.
—Me imagino que sí —suspiró—. ¿Está Annelise?
—No. —Sophia frunció el ceño—. ¿Por qué?
—Creo que necesito hablar con ella.
—¿Por qué quieres hablar conmigo? —la hermosa mujer comenzó a
bajar las escaleras—. Pensé que me odiabas.
—Eso creo también… o quizá no, no lo sé, es lo que vengo a averiguar
justo ahora.
La duquesa se mostró complicada, temía que Jason tratara de estrangular
a su cuñada. Viendo el rostro de su primo, lo creía capaz de eso y mucho
más, estaba enojado y herido, un hombre en esas circunstancias podía hacer
muchas cosas, ella lo sabía por experiencia propia, una no muy grata de su
pasado.
—Sophia, estaré bien, seguro que Jason no se atrevería a matarme aquí
mismo, donde está mi hermano.
—No sé si sea buena idea —intentó una vez más.
—Por favor Sophia, déjanos solos —exigió Jason sin apartar la mirada de
la figura elegante que se posaba frente a él.
—¿Pasamos a un salón? —invitó la joven.
—Como quieras.
Sophia observó con ansiedad el caminar de esos dos y en cuanto cerraron
la puerta del salón, corrió hasta ahí y pegó su oído, intentando captar un
sonido de estrangulamiento o un grito. John, quien iba bajando las escaleras
principales no pudo más que sonreír ante el mal hábito de su mujer.
—¿Qué se supone que haces, Sophia?
—Es Jason y Annelise —apuntó con un dedo.
—¿Cómo? ¿Qué hace aquí?
—Parece que quiere hablar con ella.
—O matarla —se adelantó John con intenciones de entrar, pero su esposa
lo detuvo en seco.
—John, deja que intenten arreglar esto, lo necesitan.
El duque clavó una mirada incrédula en su esposa, ¿acaso creía que un
hombre podría perdonar con facilidad lo que Annelise había hecho? Negó.
Su hermana corría peligro.
Capítulo 31

Annelise miraba a Jason con cautela, sabía que no sería capaz de hacerle
daño, aun así, lo recordaba impredecible y no tenía idea de lo que quería al
llegar a su casa de esa manera. Para ella estaba más que claro que seguían
sintiendo algo el uno por el otro y aunque ese no había sido su plan inicial,
Jason siempre fue un hombre del cual se podía enamorar fácilmente, era un
lugar seguro y conocido, siempre la complacía, siempre la quiso y fue ella
quien lo despreció.
—Jason…
—Por favor —levantó una mano para que se detuviera—. Necesito
procesar el hecho de que estamos aquí.
—Siento tanto todo lo que hice, sé que estuvo mal, pero espero que sepas
que jamás quise lastimarte.
—Lo sé —suspiró—. Estabas mal, podía notarlo.
Ella bajó la mirada y mordió sus labios.
—Siempre fuiste bueno conmigo, te mantuviste a mi lado, aunque estaba
fuera de control, siendo comprensivo y buscando ayudarme —se acercó a él
—. Jason… ¿me odias?
—Sí —cerró los ojos—. Lo hago.
—Entonces ¿qué estás haciendo aquí?
—Quiero cerrar este ciclo, quiero poder estar bien con mi mujer, llevar
una vida normal a pesar de que tú estés aquí.
—Te será imposible Jason —se acercó a él lentamente—. Así como es
imposible para mí olvidarte.
—Por favor Annelise, no digas tonterías —se hizo para atrás—. ¿Por qué
regresaste después de tanto tiempo?
—Debo aceptar que fue por otras cosas, pero ahora que estoy aquí, que
he visto a Jackson…
—No te atrevas a meter a mi hijo en esto —la mirada de Jason cambió a
una amenaza latente y Annelise se rindió ante ello.
—Bien, de acuerdo, quizá Jackson no tiene nada que ver, pero tú sí. Te
quiero Jason, siempre lo hice y jamás dejaré de hacerlo.
—No se notó cuando te marchaste y… —cerró los ojos—. Te vi
Annelise, no hace falta que mientas sobre lo que no sientes.
—Es fácil juzgar, pero tú disfrutaste de una libertad que yo sólo
experimenté al momento de salir de Eaton Hall —se justificó—. No sabía lo
que quería o quién era, estaba descubriéndolo en ese instante. Quizá no
supe controlar mi nueva vida, pero ¿quién puede realmente?
—Si no te estoy juzgando por ello —frunció el ceño—, te estoy pidiendo
que hables con la verdad y no intentes dulcificarla.
—Te estoy hablando con la verdad —frunció el ceño—, te quiero y ahora
que he regresado quiero…
—Es algo tarde para querer cosas del pasado, ¿no crees?
—Nunca es tarde si uno quiere dar otra oportunidad.
—Creo que es obvio que el tiempo en el que existía un nosotros ya ha
pasado, ambos continuamos con nuestras vidas.
El corazón de Jason latía sin remedio alguno, todo su cuerpo reaccionaba
al habla de esa mujer, a sus sonrisas coquetas, ojos encendidos y
movimientos sedantes. Se conocían bien, se estaban seduciendo desde el
momento en el que se vieron.
—¿Estás seguro de ello? —La faz de Annelise se iluminó de pronto y
Jason comprendió lo que significaba; sentían la caricia del deseo en el
ambiente—. Te quiero Jason, lo sabes.
—A tu forma me quieres, eso lo sé, pero no puedes querer todo lo que
soy ahora, mucho menos lo que tuvimos en conjunto.
Los ojos de Annelise se oscurecieron, comprendiendo a lo que se refería
y dándole cierta razón, sin embargo, tenía la solución, el que Jason se casara
con esa mujer había sido una excelente decisión, porque ahora Daira podría
cuidar del vástago de ambos.
—Ahora que estás casado, todo es mucho más fácil para nosotros.
Pese a la confusión en su expresión, Jason prefirió no preguntar, la
conocía y si acaso mostraba interés en aquel juego de palabras, sería
indicación de que planeaba seguirle la corriente.
—No vine a hablar de eso.
—¿No? —sonrió divertida—. ¿Entonces a qué has venido Jason? ¿Qué
se supone que querías comprobar?
—¡Maldición! No lo sé. —Cerró los ojos.
Llegó hasta ahí con la excusa de su hijo y decidió hablar con ella por
recomendación de Publio, pero seguía sin encontrar respuestas, de hecho, se
sentía aún más confundido de lo que estaba antes.
—Jason, te casaste con esa mujer por Jackson y has hecho lo correcto
para él, pero ahora debes hacer lo correcto para ti.
—¿Qué se supone que estás proponiendo? ¿Qué seamos amantes?
—Sí —dijo segura—. Es lo mejor, ambos sabemos que no queda en mi
persona la aristocracia, todas esas normas y estándares no me llaman la
atención, lo odio. Pero de esta forma tendremos lo que queremos sin que
ninguno deje de ser lo que realmente es.
—En verdad, Annelise —negó con fastidio—, no digas tonterías.
—¿Niegas que quieres besarme? —se acercó a él—. Te conozco, noto en
cada fibra de tu cuerpo que me deseas incluso más que antes.
—Basta —pasó saliva con fuerza, apartando las manos que ella
lentamente posaba sobre su pecho—. No, Annelise, no.
—Ofrezco esto: sigue con tu matrimonio aparentemente perfecto, el niño
tiene una madre amorosa y nosotros seguimos viviendo nuestro amor como
siempre —ofreció segura.
El gesto que Jason expuso en su rostro era de una total confusión,
sorpresa e incluso algo de repulsión.
—¿Te escuchas cuando hablas?
—Normalmente lo hago, es mi voz y suelo tener buenas ideas.
—¿Por qué mi esposa aceptaría algo así? —negó Jason.
—Porque pasará Jason —Annelise se acercó a él, acariciándolo
ligeramente en los brazos y hombros mientras daba vueltas a su alrededor
—, decidí darte el aviso por adelantado para que no te tomara por sorpresa,
porque sé que no puedes resistirte a mí.
La boca de Jason se secó por completo, era claro que seguía teniendo un
poder sobre él, pero hizo falta que recordara a su esposa para que de
inmediato se acabara el encanto.
—He dicho que es suficiente —la alejó de nuevo.
Sin embargo, aquello había sido una demostración suficiente para
Annelise, quien sonrió triunfal, dando pasos hacia atrás para dejar a ese
hombre respirar con normalidad. Con unas cuantas palabras y un toque
sutil, Jason había quedado sin habla, seguramente alucinando lo que sería
volver a estar entre sus brazos.
Jason se sentía sumamente confundido. A pesar de que sabía
perfectamente que su deber estaba con su mujer e hijo, Annelise fue un
amor que incluso buscó por todo un año. Parecía una broma pesada que
cuando dejó el tema atrás, ella apareciera de nuevo, esperando que todo
fuera como antes de que se marchara.
En realidad, no. No quería que nada fuera como antes, Annelise no quería
la responsabilidad de ser una futura marquesa, no quería cuidar del hijo que
salió de su vientre pero que jamás pudo querer, tan sólo lo deseaba a él,
según decía, lo amaba.
—Sé que es confuso para ti en estos momentos, pero sé cómo hacer que
tu mente se aclare.
La estética figura de Annelise se mostraba encantadora, resaltaba aún
más al estar vestida en colores crema y al ser la estancia tan oscura. Era una
mujer preciosa, nadie pondría duda en ello, pero era desafortunado que
hubiese regresado con tal seguridad como para tomarlo por sorpresa y
besarlo de aquella forma tan descontrolada que lo hizo entrar en el mismo
estado convulso y fuera de razón.
Jason tomó la cintura de Annelise, acercándola más a su cuerpo,
disfrutando de sus labios, de sus caricias, recordando todo lo que significó
estar con ella, cuanto la quería, las muchas veces en las que se metieron en
problemas por esa pasión abrumadora que solía dejarlos sin conciencia y
cometiendo tonterías.
Esa mujer era un torbellino de emociones, toda su persona era
electrizante y los sentidos de Jason la reconocían, sabía quién era y lo
mucho que disfrutaba estar con ella. Pero al mismo tiempo, una
incertidumbre lo invadía, los ojos color océano se mezclaban con los de la
mujer que besaba en ese momento. Daira se metía en su mente y mostraba
una faz herida, una nariz alzada y una retirada totalmente digna de una
reina, digna de ella.
Se separó de un impulso, manteniendo las manos en los hombros de
Annelise para que esta no pudiera volverse a acercar.
—Pero si te has quedado sin palabras.
—Tengo muchas, pero no las diré porque soy un caballero —la soltó,
yendo hacia la ventana para buscar controlarse—. ¿Qué demonios quieres?
Daira me dijo que te habías portado bien con ella, parecías no tener interés
en nosotros.
—Las cosas cambian, me di cuenta de lo que vale la pena.
—Y te digo nuevamente que es una tontería, ambos rehicimos nuestra
vida, déjalo estar.
—Si tan sólo pudiera creerte, te dejaría de molestar Jason, pero incluso te
es trabajoso hablar ¿Cómo podrías haberme olvidado?
—No te he olvidado Annelise, pero lo correcto es que ambos nos
enfoquemos en las decisiones que tomamos.
—Me enteré que tú no tomaste la decisión de casarte, al menos, no del
todo —se sentó sobre el escritorio—. Ella te obligó de alguna forma y tú,
siendo tan loable, lo aceptaste por Jack. Si por ti fuera, seguirías soltero,
entre prostitutas, quizá, pero sin ataduras.
—No es de tu incumbencia.
—Pero lo es —se puso en pie y fue a su lado—. No debes quedarte en un
lugar únicamente porque es lo que se espera de ti.
Ella se elevó y pasó su mano por entre los cabellos suaves y rubios del
hombre que no pudo más que contener un sonido de goce ante la acción que
le resultaba conocida.
—Basta. —le tomó la mano.
—Te conozco mejor que nadie —susurró seductora, acercándose a él
hasta que sus labios rozaron suavemente el cuello que reaccionó enseguida
ante la ligera caricia—, sé lo que te gusta, lo que te disgusta y lo que te
vuelve loco. No podrás negarme por siempre.
Jason apartó su cuerpo con esfuerzo, ella sabía perfectamente cómo
moverse, por segundos la razón se iba de su cabeza y sentía como si
hubieran vuelto en el tiempo y fuera correcto que Annelise tratara de
seducirlo como en esos momentos.
—Annelise —dijo en un suspiro—, para ya.
—¿Qué te preocupa? Esa mujer ni siquiera está aquí —sonrió confiada
—. Y tú has venido por respuestas, creo que ahora las conoces de sobra,
sabes que no puedes resistirte a mí.
—Sólo me hace falta pensar en ella para resistirme a ti.
La mujer se alejó con manos levantadas, a juzgar por su gesto pareciese
que hubiese tocado algo repugnante.
—Qué bruto te has vuelto —dijo indignada.
—Lo mismo digo.
—Vale, comprendo que quieras jugar a los esposos, pero no te va a
funcionar, sigues reaccionando a mí y lo harás siempre Jason, que no se te
olvide nunca. A ella le entregarás las sobras, siempre migajas.
Caminó en dirección a la puerta moviendo exageradamente sus caderas,
encontrándose en el pasillo con su cuñada y hermano con los brazos
cruzados, esperando a que salieran.
—Buenas noches —sonrió la joven Ainsworth, subiendo por las
escaleras para dirigirse a su habitación.
Sophia entró al salón como una tormenta: amenazadora y sin piedad
alguna. Lo miraba con decepción, quizá un poco de asco, tal parecía que se
había escuchado hasta el pasillo lo que sucedió ahí dentro. No era para
menos, ellos nunca habían sido especialmente silenciosos y aquel beso fue
lo suficientemente apasionado como para que ambos dejaran escapar sus
emociones a modo de suspiros.
—Será mejor que lleves a Jackson a su casa. —La voz de su prima era
dura y atemorizante—. Extrañará a su madre.
Jason cerró los ojos, comprendiendo la indirecta.
—Iré por él.
—¡Qué va! No te vayas a desviar —la mujer dio media vuelta y subió
por el niño con paso que enfatizaban su molestia.
John se quedó en la habitación junto con Jason, ambos en silencio, sin
mirarse, manteniendo una postura orgullosa pese a la situación deshonrosa
en la que ambos estaban involucrados.
—No sé qué desastre estén haciendo ustedes dos —dijo de pronto el
duque—. Pero no me parece justo que jueguen de esta forma.
—Esto no estaba en mis planes.
—Pero sucedió —lo miró enervado—. No sólo no acepto lo que mi
hermana propuso, sino que respeto lo suficiente a tu esposa como para no
consentir esto, en caso de que estés pensando hacerlo, no dudes que seré yo
quien se lo diga a tu mujer.
—John, no pienso traicionar a Daira, la quiero.
—¿Esto que acaba de pasar no se clasifica como traición para ti?
—Sí —lo enfrentó pesaroso—. No volverá a pasar.
—Al igual que mi hermana —dijo el duque—. No lo veo posible.
—Será mejor que me vaya.
—Lo creo también.
En ese momento, Sophia entraba con el pequeño en brazos,
completamente dormido y en medio de un montón de cobijas que lo
cubrirían del frío. Seguramente tendrían que dormir en la casa de Adrien,
esperaba que por una vez su primo no estuviera en compañía de
mujerzuelas o que su casa se encontrara en tal desastre que fuese imposible
pasar más allá del pórtico.
Era una lástima que mucho antes de llegar a la casa, la música y los
gritos dieran el preámbulo de lo que se esperaba en el interior. Estaba claro
que la suplica de Jason no llegó a ser escuchada y Adrien estuviera de
fiesta, como era usual. El niño en los brazos de su padre saltó cuando de
pronto algo atravesó una ventana, rompiéndola con un sonido seco que fue
seguido por otros muchos cuando el vidrio cayó al piso acompañado de
risotadas que venían del interior.
—Demonios Adrien —chistó Jason, subiendo las escaleras con cuidado y
con un niño al borde de las lágrimas—. Ya, ya Jackson, vuelve a dormir,
vamos, recuéstate.
Medio adormilado, el niño fue recostando su cabeza en el hombro seguro
de su padre, cayendo dormido después de unos momentos. Abrió la puerta
de la entrada, sabía que no habría mozo que lo atendiera, así que subió las
escaleras, encontró una habitación vacía y recostó a su hijo ahí, esperando
que nadie más entrara y lo despertara. Tendría que bajar de nuevo para
intentar buscar a su esposa, aunque cabía la posibilidad de que estuviera
dormida.
Nada más lejos de la realidad.
Pridwen y Daira eran el centro de atención, ambas bailaban y cantaban al
son del piano que era interpretado por uno de los conocidos libertinos que
fueran amigos de Adrien.
—¡Va de nuevo! —dijo Lance, retomando la tonada, pero al no recibir
canto o risas, frunció el ceño y se giró en el banquillo en el que estaba
sentado—. Ah, Jason, pensamos que no vendrías.
—¿Cómo podría faltar si mi esposa está dando tal interpretación? —dijo
con seriedad, mirando a Daira, que estaba lejos de estar en sus cinco
sentidos—. ¿Cuánto has bebido?
—Lo suficiente para que no me importe que estés aquí —contestó,
soltándose del agarre de Pridwen, quien por poco cae.
—Ups, chiquilla, creo que tú también te sobrepasaste —dijo Adrien con
una sonrisa, atrapándola antes de que tropezara de nuevo.
—No puedo creer que seas tan irresponsable como para dejarlas que se
pusieran de esta manera —recriminó Jason.
—Oye, oye —Adrien levantó las manos cuando pudo estabilizar a
Pridwen—. Nosotros ni estábamos aquí, cuando llegamos ellas ya estaban
hechas ron, nosotros sólo les seguimos la corriente.
—¡Así es! —acusó Pridwen—. ¡Usted es un mal hombre! ¡Lo odiamos!
¿Cierto, Daira?
—Sí, lo detesto —asintió la mujer con una pesada seriedad.
—Tomaré una habitación prestada —informó Jason a su primo. Adrien
asintió mientras palmeaba el aire, quitándole importancia a sus palabras—.
Vamos Daira, tienes que recostarte.
—Creo que la damita no quería verte —recordó Declan—. Nos pidió que
la ayudáramos a escapar mañana temprano.
—Y nosotros aceptamos —asintió Nil—, por lo que dijo Pridwen, este
condesito berrinchudo no la merece.
—Basta ustedes tres —se adelantó North con una voz firme e intimidante
—. No se metan en los asuntos de otros.
Los amigos se inclinaron de hombros y volvieron a lo que hacían antes
de ser interrumpidos. La música del piano volvió y los demás retomaron sus
bebidas y cigarros, charlando tranquilos pese a que antes había un
descontrol. Jason sabía que ninguno estaba especialmente tomado, incluso
si lo estuvieran, los amigos de Adrien eran racionales e inteligentes, no se
meterían en donde no les llamaban pese a que Pridwen y Daira se los
pidieran con antelación.
Quizá la única forma en la que alguno intervendría sería si las escucharan
gritar o llorar, entonces reaccionarían sin piedad. Pero no era el caso y
conocían a Jason, no lastimaría a una mujer, mucho menos a una totalmente
perdida en alcohol.
La pareja salió del salón donde los amigos se quedaron disfrutando de la
noche. La joven se sentía un poco mejor, más enfocada y preparada para la
discusión que vendría. Debía admitir que estaba fingiendo un poco su
estado, era mucho más fácil ser intransigente cuando se estaba en los mares
del alcohol. También era más fácil que se le perdonaran las impertinencias a
un borracho y ella pensaba decir y hacer muchas cosas que necesitaba que
Jason perdonara después, o al menos, ella podría fingir demencia.
—Vamos Daira. —Trató de ayudarla, pero ella dio un brinco lejos de sus
manos—. Estás tomada, no podrás caminar.
—Prefiero romperme los dientes a permitir que me toques.
—De acuerdo —levantó las manos—. Camina, iré detrás de ti.
—Lo que quiero es que se vaya, ¿no se da cuenta que estaba justo en
donde debería? —Jason la miró sin comprender—. En medio de hombres
que disfrutaban oyéndome cantar, entreteniéndolos, coqueteándoles. Sé que
todos son ricos y tienen dinero, según lo que se dice de mí, soy buena
manipulándolos o más bien cazándolos.
—Daira —suspiró, entendiendo que la discusión había iniciado— jamás
dije que fueras una meretriz ni tampoco una interesada.
—Lo insinuaste, durante toda esa conversación lo hiciste.
—Por Dios, Daira, eso no es verdad, jamás he pensado eso de ti.
—¡Me lo dijiste! Dijiste que coqueteaba con los hombres, mencionaste
los nombres de personas a las que odio, que me han lastimado y lo peor es
que yo fui la que te lo contó, pensando que podía confiar en ti —unas
lágrimas silenciosas salieron de sus ojos— ¡Pero que tonta fui en hacerlo!
—Estuve mal, lo admito, estaba alterado por lo que sucedió y mis celos
no ayudaron en ese momento, sé que no eres tú, pero me carcome por
dentro cada vez que veo que alguien te voltea a ver.
—¿Es mi culpa? —le dijo con odio—. No sé en cuantas ocasiones te dije
que me odiaba a mí misma por esa razón, ¿no lo recuerdas? ¿Era tu interés
fingido para poder acostarte conmigo?
—¡No! —Jason se impresionó por esas palabras—. Pero ¿qué dices? Me
interesas, eres importante para mí Daira, en serio.
—No lo parece.
Jason dio unos pasos hacia ella, intentando tocarla, acercarla un poco a
él, porque necesitaba sentirla, recordarse lo qué era estar con ella, la paz
que lo inundaba cuando estaba en sus brazos o la alegría que era incapaz de
controlar cuando la veía. Sin embargo, en esa ocasión, cuando se acercó
hasta lograr tocarla y ella lo miró, sus ojos no mostraron felicidad, sino una
profunda tristeza y dolor.
—¿Qué pasa?
—Dios mío —Daira se cubrió el rostro—. Hueles a ella.
—¿De qué hablas? —Jason se alejó en seguida.
La furia de su esposa era apenas perceptible, sus delicadas facciones
apenas se movían de su lugar original, pero su recuperada postura de brazos
cruzados y mirada fija en un punto de la estancia eran las referencias
necesarias para demostrar que estaba a punto de la histeria, una acción que
normalmente le parecería deliciosa a Jason debido a lo inusitado que
resultaba, mas no en ese momento.
—Recogiste a Jack, lo que quiere decir que la viste —escudriñó sus ojos
con detenimiento—. La besaste, ¿no es cierto?
Un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo entero al recordar la intensa
mirada azul grisácea que caracterizaba a los Ainsworth, los hermosos risos
que caían como cascadas y, aunque ahora su tez estuviera tostada, seguía
siendo tersa y luminosa. Cerró los ojos con fuerza. No debía pensar en ella
de forma idealizada, no se podía permitir caer en sus redes nuevamente,
Annelise no era lo que necesitaba, no era una madre, no era una esposa, ella
únicamente se proponía como una amante que lo querría bajo sus propias
condiciones. Lo peor era que ella sabía que logró tentarlo.
—Daira, estás en mal estado, permite que…
—¡Mi señor! —una doncella llegó a su encuentro de forma presurosa y
nerviosa—. El niño Jack se ha despertado y no deja de llorar, no sabemos
qué paso, pero…
Ninguno de los padres esperó más explicación, ambos subieron corriendo
las escaleras, tal parecía que, gracias al susto, Daira bajó de golpe los
grados de alcohol que llevaba en la sangre y logró enfocarse enteramente en
Jack. Fue ella quien subió las escaleras primero, tomó al niño en brazos y lo
llevó a recostar mientras tarareaba y mecía su cuerpo acorde de la tonada.
Jason terminó de recorrer el camino hacia la habitación donde había
recostado a su hijo, siendo capaz entonces de escuchar la voz sublime de su
esposa, aquella que sólo era capaz de escuchar cuando le cantaba a Jack
para que se pudiera dormir. En una que otra ocasión la atrapó en medio de
tonadas mientras cortaba flores o se bañaba, pero Daira jamás se percataba
de aquello. Para él era un deleite escucharla, aunque fuera a escondidas.
Abrió con cuidado la puerta de la habitación de su hijo, el cual dormía
con la mano de su madre cogida con posesividad mientras ella cantaba
dulcemente, acariciándole la nariz para relajarlo. No pudo evitar quedarse
ahí, la canción de cuna era lenta, la voz angelical erizaba la piel y el
tranquilo compás adormecía el alma.
Una paz inmensa le invadió el cuerpo entero, comprendiendo entonces
que Daira le brindaba el sosiego que persiguió durante tanto tiempo. Su
esposa, con su ternura, firmeza y buen corazón, llenó por completo el vacío
que sintió durante tantos años. La paciencia con la que se manejaba, su
templanza y el amor que irradiaba para todas las personas que la conocían
era estremecedor, en ocasiones algo apabullante e incluso irreal.
Ella era lo que necesitaba.
—Daira —susurró para llamar su atención.
—¡Chst! —chistó sin volverse—. Está casi dormido.
—Vamos, preciosa, vayamos a dormir.
La mujer tomó aire y se puso en pie con lentitud, besando la mejilla de su
hijo y caminando altiva hacia su marido, al cual pasó de largo, caminando
segura hacia donde fuera que sus pies la llevaran, puesto que no recordaba
la dirección de la recámara que se había auto asignado junto con Pridwen.
—A menos que quieras ir a las habitaciones de mi primo, el camino es
para acá. —Con toda la dignidad que pudo recaudar, Daira dio media vuelta
y volvió a pasar de largo la presencia de su marido. Jason dejó salir una
suave risilla y caminó detrás de ella—. Entiendo que estés enojada.
—No estoy enojada.
—Bien. —Elevó las manos, conociendo las formas femeninas de
deformar las palabras para que pareciesen otra tan solo con poner un tono
diferente en ellas—. Pero déjame explicarte lo que pasó.
—¿Debería hacerlo? A mí me parece más que obvio lo que pasó —dijo
tranquila—, seguramente recordaron su pasado con alegría.
—Por Dios —esbozó una sonrisa y la alcanzó, acorralándola contra la
pared más cercana, admirando su belleza enfurruñada—. ¿Sabes lo
encantadora que eres estando enojada?
—Dije que no estoy enojada.
Era creíble, si se tomaba en cuenta el rostro calmo de Daira, cualquiera
podría tragarse esa mentira. Pero él la conocía, ese tono extremadamente
lento y digno era una advertencia.
—Por favor, cariño, déjame explicarte…
—No. Y no me llames de esa forma —bajó la mirada—, por favor.
—¿Cómo quieres que te llame? —bufó divertido, sintiéndose feliz de que
le permitiera estar cerca—. Es lo que me sale cuando te veo.
—¿Tratas de humillarme?
—¿En qué forma lo estoy haciendo?
Ella dejó salir el aire que retuvo durante todo ese tiempo. De pronto
Jason la sintió tan débil, tan derrotada, que por poco la abraza, lo hubiera
hecho, pero seguro Daira lo patearía por el intento.
—Sé que soy inocente, pero no soy tonta —lo miró a los ojos—. Veo la
forma en la que se carcome tu alma cada vez que alguien la menciona o la
ves por casualidad.
—Eso no es verdad.
—Aprecio que intentes negarlo, pero es una realidad. —Parecía tan triste
que el corazón de Jason se estremecía de dolor—, sientes algo por ella y de
ser así, no quiero estar enterada del resto.
—¿Qué es ese resto del que hablas? —la detuvo cuando ella intentó
escapar—. ¿Crees que me acostaría con ella?
—Yo no sé de qué seas capaz, pero sé que la amas.
—Daira…
—De ser así, tengo miedo —admitió—. Amo a Jack y en definitiva yo no
sé luchar por un hombre, no lo haré, pero me aterra lo que me depare el
futuro. No quisiera perder a Jack, ni tampoco quiero ser la burla de todos
mientras me engañas con ella.
—Daira —Jason acarició con sus dedos la barbilla de su esposa,
elevándola con suavidad—. Annelise no busca a Jack.
—Me contaste la historia, pero eso significa que te quiere a ti.
—No regresó por mí, me lo dijo. —Jason resintió cuando ella se apartó
de su toque nuevamente—. Tal parece que sus planes iniciales se vieron
truncados y quiere tenerme como premio de consolación.
—No hace malas elecciones a mi parecer, aunque me dijo que yo era su
villana —Daira frunció el ceño—. ¿A quién puede querer ella que esté
enamorado de mí?
—La mitad de Londres está enamorado de ti Daira —le recordó su
marido—. Sea lo que sea que Annelise quiere, no tiene nada que ver
conmigo, estoy seguro que toda esta locura es por despecho.
—No es de mi interés —dijo orgullosa—. No más.
—¿Debo entender que no te preocupa?
—Si me preocupa o no es irrelevante, si quieres engañarme, entonces lo
harás, aunque me entere o no lo haga —dijo en aparente desinterés que, en
el idioma de Daira, era una muestra de disgusto.
—No pretendo engañarte.
—Y yo confiaré en ti hasta que haya alguna prueba fehaciente que me
dicte que haga lo contrario.
—Pero qué diplomática, eso me deja en claro que estás enojada.
—En verdad que no —lo miró con certeza—. Como te dije, no me
meteré en una guerra por ti —la determinación en sus palabras heló la
sangre de Jason—. Quizá estés un poco obnubilado por los recientes
acontecimientos, pero yo soy una mujer muy hermosa y deseada, Annelise
ha puesto sus ojos en ti nuevamente, eso está claro, pero hay muchos
hombres que los tienen puestos en mí.
—Diantre de mujer —dejó salir una risa—, claro que me doy cuenta, veo
como el mundo entero se derrite ante ti, creía que mi ataque de celos lo dejó
claro.
Los ojos tristes de Daira lo enfocaron. Su rostro se dulcificó, su cuerpo
dejó la tensión y casi en un suspiro derrotado reveló:
—Y yo, tontamente, sólo puedo verte a ti.
Ante tal confesión hecha sin una pizca de vergüenza o titubeo, Jason no
pudo más que elevar ambas cejas en sorpresa, quedándose
momentáneamente sin palabras. Era claro que admitir su sentir no era un
problema para Daira, no la atribulaba o la hacía sentir débil, sino todo lo
contrario, el que lo dijera con tal naturalidad la hacía ver mucho más segura
que si lo negara.
—Daira, quiero estar contigo y me detesto cada vez que te lastimo,
simplemente… —negó—. Te quiero, en serio lo hago.
—No lo parece.
—Seguiré intentando demostrártelo, no hagas caso a mis palabras
estúpidas en momentos de tensión, mírame ahora, suplicándote —le tomó
las manos y se las llevó a los labios—. Me arrodillaré si es lo que quieres y
necesitas para que obtenga tu perdón, haré lo que sea.
—No estaría nada mal que te arrodillaras —sonrió divertida.
Jason sabía que no estaba perdonado, pudiera parecer que las cosas
estaban bien, pero había una barrera que no lo dejaba pasar.
Capítulo 32

Era común que la alta aristocracia de Londres se entretuviera con los


rumores que nacían de los oscuros secretos que los nobles luchaban por
proteger, aunque normalmente siendo esto un esfuerzo sin recompensa, ya
que eventualmente, gracias a un empleado o a alguien de la familia, todo
Londres se enteraba y se encargaba de pelotear con las habladurías y las
teorías que intentaban llegar a la verdad, aunque esta sonara descabellada y
en muchas ocasiones, terminaban por dejarse llevar por la opción más
entretenida.
Con lo anterior establecido, se podía decir que uno de los temas de
conversación más controversiales de la temporada seguía siendo el de la
familia Seymour. Tal parecía que desde que el heredero decidió casarse con
esa mujer de baja cuna, no podían deshacerse de las miradas y las bocas
juzgadoras, empeorando sólo un poco cuando Annelise Ainsworth, anterior
mujer de James Seymour, regresó con todo su esplendor, llena de aventuras
y hasta un nuevo tono de piel que fuera poco aceptado entre las pálidas
mujeres de la corte.
Sin embargo, seguía siendo hermana de un duque, uno muy importante
que, pese a todo, la aceptaba nuevamente a su lado, brindándole toda la
categoría y soporte que había perdido al momento de abandonar por años a
su marido, la sociedad e incluso Inglaterra. El que fuera aceptada por su
hermano provocaba que todos los demás nobles la aceptaran con la misma
buena cara, aunque en el fondo se escondiera el rechazo, nadie se pondría
en contra de John Ainsworth, les parecía mejor idea ir contra la mujer del
actual heredero al marquesado de Kent.
En ese momento, las familias de la alta sociedad se reunían para ver el
torneo de polo en el cual el equipo de Jason Seymour se enfrentaría al de
Adrien Collingwood. Para ese momento ya había favoritismo hacia los
imbatibles Leones de Adrien, claro que estos partidos no eran oficiales ni de
carácter profesional, pero bien podrían serlo si esos chicos quisieran.
—¿Papá ganará? —preguntó Jackson a su madre, quien estaba sentada en
una mesa de largos manteles y bajo un toldo blanco que cubría a la sociedad
del sol.
—Puede ser —Daira apretó el cuerpo del niño, haciéndole cosquillas
para no dar malas noticias antes de tiempo.
—Está claro que perderá, no lo engañes —la codeó Pridwen—. Es
imposible que gane al equipo de Adrien, sobre todo si esos cuatro lo están
acompañando.
—Es su papá, ¿recuerdas? —Daira miró divertida a su amiga, apuntando
con la mirada hacia la cara decepcionada del niño.
—Quiero decir… claro que tu papá ganará, será difícil, pero lo hará —
corrigió nerviosa. Los ojos de ese niño podían endurecerse tal y como lo
hacían los de su padre.
—Sino gana, el tío ganará ¿verdad?
—Bueno, cariño —una mano afectuosa se pasó entre los cabellos rubios
del niño—. Así es, te cae bien tu tío, ¿no es verdad?
—Sí, el tío es divertido —asintió, volviendo la vista hacia el partido—.
¡Vamos tío!
Aquel día era lo suficientemente cálido como para que las mujeres se
despojaran al fin de los vestidos invernales, en cambio, tenían elegantes
confecciones de mangas cortas y sombreros adornados sobre las cabelleras
peinadas y relucientes. Pridwen y Daira tenían puesto algo parecido, ambas
eran mujeres hermosas, elegantes y llamativas, aunque muchos dirían que
Daira era aún más deslumbrante que aquella bonita rubia. Había algo en la
mujer del heredero de Kent que provocaba el suspiro de cuanto la conocía.
—Me agrada estar contigo —dijo Pridwen, escondiendo su sonrisa detrás
de un abanico—. Los hombres hacen lo que les pides.
—No digas tonterías —los ojos de Daira seguían el trascurso del partido
con atención, disimulando la conversación entre las amigas.
—Es la verdad y lo sabes, no sé por qué no te aprovechas más de tus
habilidades. —La rubia codeó ligeramente a su amiga para que le pusiera
atención—. Deberías tener a tu esposo a tus pies.
—Pero no es así —dijo tranquilamente, volviendo la cabeza hacia la
mesa donde se encontraba Annelise Ainsworth, contenta y rodeada por la
más fina estirpe de mujeres—. Ella lo tiene a sus pies.
—Sabes que no es verdad, Jason está tu lado siempre, nadie podría
quejarse de su comportamiento.
—Sin embargo, sé que se besaron.
—¿Te lo ha dicho? —los ojos verdes de su amiga se volvieron con
impresión y duda—. No me digas que te lo ha dicho ella y lo creíste.
—No. No me lo dijo ninguno de los dos, pero lo sé —su voz dolorida se
ocultaba perfectamente por su calmoso proceder.
—Pienso que no deberías dar por sentado cosas —Pridwen acarició el
cabello del niño—. Sobre todo, las que te hacen tanto daño.
—No me importa lo que pase entre ellos —negó la joven—. Sigo aquí
por una razón y no tiene nada que ver con el amor.
—Daira… —La joven rubia mordió sus labios—. Sé que duele y es más
fácil cerrarte a esos sentimientos, pero creo que sería mucho mejor para tu
matrimonio si fueras honesta, al menos contigo misma, ¿no piensas que el
señor Seymour puede dudar de tu cariño?
—No veo por qué he de tratar tan arduamente de que sepa que lo quiero
cuando él no hace lo mismo.
—A mí me parece que él se esfuerza por demostrarte que le importas —
Las manos sudorosas de Pridwen se detuvieron sobre su vestido,
limpiándose sobre la tela para poder continuar con esa conversación—.
Creo que eres tú la que se porta fría y dura.
—¿Te parece? —Daira sonrió con amargura—. Dime Pridwen, ¿qué
sentirías tú si la persona que amas quiere desesperadamente a alguien más?
—La miró—. ¿Podrías mantenerte amorosa y fingir felicidad todo el
tiempo?
Pridwen agachó la mirada y negó.
—Supongo que no.
—Así es, la respuesta es no.
—Aun así, no deberías darte por vencida Daira, puedes tener a Jason en
la palma de tu mano.
—No es lo que quiero —bajó la cabeza—. Definitivamente no quiero
luchar por un hombre, ya te lo he dicho.
—Más bien —sonrió malévola, sus ojos bailando en la diversión—, creo
que sería defender tu posición y tus cosas.
—Eres perversa —Daira la empujó ligeramente.
—Vaya, vaya, era de esperarse que la señora Seymour y la amante de
Wellington estuvieran en primera fila para verlos jugar.
—¡Yo no soy la amante de nadie! —Pridwen se puso en pie observando
como la mujer del conde Melbrook tomaba asiento en su misma mesa—.
¿Qué hace aquí?
—Vengo a ver —apuntó al campo—, como todos los demás.
—Me sorprende que le guste el deporte lady Melbrook —dijo Daira con
su voz calmada y la mirada en el partido.
—Me gusta ver el sudor en los hombres. —Las dos mujeres junto a ella
la miraron con aversión—. ¿Qué? ¿Es que no se les hace atractivo?
Además, he visto el sudor de Jason lejos de los campos, dentro de una
cama, sabes lo que es ¿cierto Daira? Es una visión que compartimos al final
de cuentas.
—Nosotras no compartimos nada en lo absoluto —apretó la mandíbula
—. Y harías bien en marcharte.
—No lo creo, mi esposo dijo que les hiciera compañía, él vendrá en un
momento —sonrió—, quiere ver a su querida hermana.
—Entonces es momento de que nos marchemos —dijo Pridwen—, no
estamos acostumbradas a tener tan mala compañía.
—Siéntese, lady Pridwen, si no quiere que cuente su secreto a todos sus
amiguitos y se le acabe el teatro en cuestión de segundos —dijo el conde
con una sonrisa, pero con ojos duros y amenazantes.
Con la impresión en su mirada, la joven volvió a tomar asiento,
sintiéndose atrapada en aquella silla que hace unos momentos era una
comodidad para observar un entretenimiento. Los ojos verdes de la joven
volaron hasta su amiga, quien permanecía tranquila con el niño en su
regazo, tratando de ignorar al recién llegado que se apuró a sentarse junto a
ella y se acercó de forma inquietante.
—Hola hermanita ¿cómo te ha ido en tu nuevo hogar?
—Bien, gracias.
—Veo que el condesito tiene más de un interés amoroso, le va bien tener
más de una mujer —los ojos perversos de ese hombre recorrieron el rostro
de Daira. Alargó la mano para tomar un mechón de cabello oscuro y lo pasó
por detrás de la oreja de la joven, sonriendo al ver que ella se estremecía
ante su toque—. Aunque no puedo comprender cómo es que puede pensar
en otra cuando te tiene a ti a su lado, en su cama y a su disposición.
—Yo no estoy a su disposición, mi lord, soy una mujer no su esclava —
lo miró con hostilidad—. Debería aprender la diferencia.
—Tranquila mi pequeña fierecilla —la tomó con fuerza del hombro,
obligándola a que se sentara—. Estamos platicando.
—¿Qué quieres Mark? —apretó la quijada para no rechinar los dientes al
tener su mano sobre ella—. ¿Es que acaso te has rendido ante tus sucios
deseos?
—Lucho con ello todos los días, normalmente funciona, pero eres tan
malditamente impertinente que me gustaría hacerte callar —sonrió de lado,
apartando la mano del respaldo de la silla y colocándola en su muslo, el
cual apretó con fuerza, sacando un grito dolorido de su parte—. Deja de
provocarme hermana, podrías sufrir mucho si llego a perder la paciencia.
—¿Qué quieres de mí? —lo miró con ira contenida—. Estoy casada, me
encargo de darles una cantidad de dinero cada mes, ¿Por qué no sólo se
alejan de mí y sigue con su vida?
—No puedo hacerlo, debo protegerte.
—Te habrás dado cuenta que ahora hay alguien que en verdad me protege
—lo recorrió con una mirada llena de odio—. Uno que no debe dudar de sí
mismo al hacerlo.
—Eres una maldita bruja ¿lo sabías? —susurró cerca de ella, tomando un
mechón de cabello, enrollándolo continuamente alrededor de su índice, para
después jalarlo con fuerza—. Incluso cuando estás insultándome me es
placentero, es una tortura con la que lucho día y noche, todo el tiempo,
sobre todo cuando te tengo cerca, oliéndote, tocándote o simplemente
viéndote.
—Suéltame —pidió con determinación.
—Bien —levantó las manos, divertido—. ¿Cómo va el partido?
Nadie en esa mesa se sentía a gusto, el nerviosismo era casi palpable y
las ganas de irse eran evidentes para todas las mujeres sentadas ahí, incluso
Lina Melbrook sentía que algo estaba mal con su esposo en ese día en
específico. Algo en él parecía diferente, sus palabras rozaban con la
brutalidad, de su cuerpo emanaba un salvajismo que era apenas contenido
por la elegancia de su traje y su hidalga postura siempre entretenida en el
campo de juego.
Entre ellas se lanzaban miradas nerviosas, pidiendo ayuda silenciosa las
unas a las otras, rezando por que el partido acabara y pudieran ponerse en
pie con esa excusa, puesto que el conde no se los permitía de otra forma, ni
siquiera cuando Lina argumentó que debía ir al tocador o Pridwen fingió un
desmayo por el sol.
—¿Qué es lo que quieres, Mark? —susurró Daira—. ¿Por qué pareces
amenazar con cada poro de tu cuerpo?
—No te alteres, hermana, no es contra ti —la miró cual cachorro
desvalido—, jamás ha sido contra ti.
—¿Entonces?
—Resulta claro que hay alguien acechándote y es mi trabajo no
permitirle que se acerque más.
—¿De quién hablas?
—El vizconde Valcop.
—P-Pero qué hace ese hombre aquí —el nerviosismo subió por el cuerpo
de Daira hasta que invadió todo pensamiento y musculo—. ¿Qué quiere
hacer? ¿Qué te dijo que me haría?
—Está claro que quiere llevarte, pero tú estás casada y estás casada bien,
nos conviene que te quedes donde estás —la miró con un tanto de lástima
—. Aunque es desafortunado que no tengas hijos además del de otra mujer,
quien también es tu rival.
—Por favor Mark —tapó los oídos de Jackson—, es un niño y le quiero,
así que deja de decir tonterías.
—Tu posición corre peligro y lo sabes, ¿al menos tienen sexo?
—No seas vulgar —dijo con odio, alejándose de él—. Y no te contaría,
aunque mi vida dependiera de ello.
—Me doy cuenta —sonrió—. De todas formas, Valcop es peligroso, él
no se limitaría como lo hago yo, ha venido a tomarte y seguramente no
piensa irse hasta lograrlo.
—No lo permitiré.
—Si sabes que no eres rival para él ¿verdad?
—Antes de permitir que alguien me toque Mark, prefiero aventarme por
la ventana y morir —elevó una ceja a modo de advertencia—. ¿Entendiste?
Haría cualquier cosa con tal de que no tuvieran esa satisfacción.
—Te creo, en más de una ocasión me lo demostraste.
—Me obligabas a ello.
En ese momento, el canto de victoria vino de los labios de los Leones del
Collingwood, los amigos del heredero lo levantaron en brazos, lanzándolo
ante la alegría incontenible de todo un equipo. Jason no parecía entristecido,
sonreía al igual que los demás y daba la mano a los hombres contra los que
perdió. Salió del campo, agradeciendo a sus propios camaradas y buscando
la presencia de su mujer e hijo, encontrándose antes con Annelise, quien
corrió hasta él para plantarle un beso que dejó anonadados a todos los del
lugar.
Pridwen y Lina jalaron aire al mismo tiempo, volviendo una mirada hacia
Daira; preocupada la de Pridwen, divertida la de Lina. Por su parte, la
esposa de aquel hombre no logró hacer nada durante un largo momento en
el que fue capaz de ver como Jason fruncía el ceño y la apartaba con
tosquedad, buscando entonces la mirada de su esposa, una que se había
puesto en pie con todo y su hijo y parecía querer marcharse antes de que las
lenguas momentáneamente paralizadas por la impresión, comenzaran a
hablar sobre lo sucedido.
El conde Melbrook, por su parte, no pudo más que elevar una ceja con
impresión y sonreír ante la mujer que parecía más que contenta de alzar esa
clase de revuelo, estaba claro que le gustaba ser el centro de atención, fuera
de la forma que fuera. Los ojos del conde volaron hasta los de su media
hermana, sonriendo cuando la vio partir presurosa, orgullosa y herida,
convirtiéndola en una amenaza.
—¡Daira! —gritó Jason, dejando atrás a la sonriente mujer que era
Annelise—. ¡Daira, por favor, detente!
—¡No! —se volvía hacia él con una mano levantada para que dejara de
perseguirla y de hablar—. ¿En qué estás pensando Jason? ¿Me invitaste
aquí solo para que contemplara ese beso?
—Por Dios Daira, claro que no —tomó al niño de los bazos de su esposa
al verla tan inestable—. Jamás pensé que haría algo así.
—¡Por favor! —ella hiperventilaba—. No quieras verme la cara de tonta,
está claro que lo disfrutaste.
—Daira, la aparté, ¿es que no lo viste? —apuntó hacia atrás—. Estaba
tan impresionado como tú.
—Eres un… eres… —ella respiró con dificultad, sentía ganas de vomitar
y su cabeza daba vueltas, en sus ojos comenzaban a verse manchas blancas
y negras que la hacían frunciera el ceño con extrañeza—. ¿Qué…? Jason…
M-Me… me siento mal.
Jason dejó al niño sobre sus pies, ordenándole que se quedara cerca,
cuando de pronto su esposa simplemente cayó desmayada sobre el césped.
Su pálido rostro contra el verdoso pasto y su melena castaña esparcida a su
alrededor sin ningún orden.
—¡Mami!
—Tranquilo Jackson, tranquilo —Jason tomó a su mujer en brazos,
acomodando su cabeza para que estuviera recostada sobre él—. Bien,
cariño, ¿Qué sucede? Despierta.
—¿Qué demonios, Seymour? —llegó el conde Melbrook con la voz
impregnada en preocupación.
—¡Un médico! —ordenó Jason, mirando a nadie en particular.
—¡Daira! —se acercó Pridwen—. Pero qué le ha hecho.
—Pridwen —Adrien la tomó de los hombros y la alejó suavemente—.
Debemos permitir que le dé el aire.
Los curiosos se acercaron hasta rodear a la familia que tenía un niño que
no podía hablar, una mujer desmayada y un hombre que acababa de ser
besado por otra. Sin dudas les gustaba llamar la atención de la forma en la
que les fuera posible.
Capítulo 33

Si había algo que Daira detestaba, era desmayarse. Conocía la sensación,


le pasaba mucho cuando era joven y comenzaba a desarrollarse, los
doctores decían que se debía a que no comía bien, estaba baja en peso y
nunca tenía apetito. Eso tenía una razón de ser, para ese entonces, Daira
ansiaba la muerte y la forma en la que pensó que la encontraría era dejando
de comer. No funcionó tampoco.
Intentó abrir los ojos, sintiendo una pesadez en todo su cuerpo, dolor en
su cabeza y unas nauseas que la obligaron a sentarse de golpe y correr al
cuarto de baño a media consciencia, puesto que no estaba completamente
enfocada del lugar en dónde había despertado, pero de alguna forma, sus
sentidos de orientación hicieron su trabajo y la llevaron a un palanganero de
porcelana donde expulsó todo lo que su estómago almacenó por lo que
parecían ser tres días.
—Eh, eh —la sostuvieron por detrás, ayudándola a mantenerse erguida
mientras le tomaban el pelo para que no se manchara—. Está bien,
tranquila, trata de respirar, estoy aquí.
Tenía frío, su cuerpo no paraba de tener ligeras convulsiones que le
erizaban la piel, el sudor le recorría la frente y la espalda, haciéndola sentir
aún más enferma. Cerró los ojos cuando sintió que al fin paraban las
náuseas, dejándose caer sobre el cuerpo que la sostenía, perdiendo todas las
fuerzas para hacerlo por sí misma.
—¿Jason?
—Hola —susurró despacio, apartando los cabellos que se pegaban al
sudor de su rostro—. ¿Te sientes mejor ahora?
—No, siento como si una docena de caballos hubieran pasado por encima
de mí —admitió y buscó su mirada—. ¿Qué pasó?
—Ven, te llevaré a la cama, necesitas descansar.
Daira no puso replica cuando pasó sus brazos por debajo de su cuerpo,
levantándola con facilidad.
—¿Dónde estamos?
—En casa —La recostó con cuidado sobre la cama—. ¿Cómo te sientes?
¿Quieres un poco de agua?
—Sí —aceptó al notar la resequedad en su garganta—. ¿Qué pasó? No
recuerdo nada, me duele la cabeza.
—Bueno —sonrió Jason—. Te desmayaste después del juego de Polo.
Perdí, por cierto, no sé si lo recuerdas.
—Lo recuerdo —se tocó la cabeza con una mano y lo miró con
resentimiento—. También recuerdo el beso.
—Trataba de explicarte eso justo cuando te desmayaste.
—Entiendo, ¿qué dicen los doctores?
—Dicen… —Jason mordió sus labios, negó ligeramente y fue por el vaso
de agua para su esposa—. Que te pondrás mejor, no debes preocuparte por
nada, ¿quieres comer algo?
—Pero no entiendo, ¿Qué provocó el desmayo?
—Deshidratación, muchas horas bajo el sol, estabas irritada y no habías
comido nada, parece que fue una combinación de todo.
—Entiendo, ¿tengo que tomar algún medicamento?
—No. Parece ser que debes descansar un tiempo, beber agua, comer bien
y listo, te sentirás como nueva.
—Lo dudo —tocó su abdomen—, siento mareos de nuevo.
—Bueno, esperemos que el agua y la comida hagan un favor a tu
estómago desmejorado —le acarició la mejilla con cariño—. Pediré algo
para ti en la cocina, ¿se te antoja algo?
—No quiero nada de ti.
La sonrisa de Jason se quitó de inmediato, algo en él parecía perturbado
cuando se puso en pie del lugar que ocupaba sobre la cama y comenzó a dar
vueltas en la habitación.
—¿Estás enojada conmigo?
—¿Qué esperabas? —lo miró con una cara desfigurada en el fastidio—.
Te besó frente a todas las personas que nos conocen, seré el hazmerreír
nuevamente.
—No —Jason se acercó, tomándole el rostro antes de presionar rápidos y
suaves besos sobre sus labios—. No, jamás lo permitiré, haré todo lo que
pueda para que estés tranquila y feliz.
Daira de por sí se sentía extraña y un poco desorientada, pero la actitud
de Jason la ponía aún más nerviosa, incluso desconcertada, él parecía a
punto de derrumbarse al tiempo que intentaba mantenerse imperturbable y
fuerte en su presencia.
—¿Qué te pasa?
—Nada —se alejó de nuevo—. Me asustaste con ese desmayo.
—No es para tanto, ya lo oíste del doctor, se pasará pronto.
—Claro —cerró los ojos—. Iré yo mismo a traerte algo.
—Jason —lo detuvo en su claro escape—. Necesitamos hablar.
El rubio volvió sobre sus pasos, miró a la mujer indefensa que se
mantenía sobre la cama. Parecía cansada, estaba pálida, aun así, se veía
completamente hermosa; el brillo del sol que entraba por la ventana la hacía
resplandecer como el mármol de las esculturas del jardín de la casa de sus
padres; sus ojos peligrosos como el mismo océano estaban cansados,
hinchados, pero determinados; sus perfectos labios seguían entreabiertos,
como si tratara de hablar, pero su garganta le impidiese decir cualquier
cosa.
—Está bien. —Regresó sobre sus pasos, tomando asiento en una silla que
él mismo había acercado a la cama para cuidar de ella—. Trata de no
alterarte, es mi única condición.
—No puedes pedirme algo así —elevó una ceja—. Ese beso es muestra
de la confianza que se tienen, sabía que se habían vuelto a ver, pero quiero
saber, ustedes… —apretó los labios y cerró los ojos, temblando ligeramente
de las manos— ¿se acostaron?
—¡Por supuesto que no! —aquella negación casi pareció un grito de
indignación—. Jamás haría algo como eso Daira, lo juro.
—Jason —detuvo sus palabras con un gesto de la mano—. No vale la
pena mentirnos.
—Daira —se puso en pie y se acuclilló frente a ella, tomando su mano
con cariño y llevándosela a los labios—. No te engañaría, no lo haré nunca,
te respeto, eres importante para mí.
—¿La besaste antes?
Los ojos grises fueron cubiertos lentamente por sus párpados.
—Sí, me besó antes y yo… no tuve la fuerza en ese momento para
apartarla, me conmocioné —el dolor atravesó la mirada de Daira como un
relámpago que le rompía el corazón—. Pero entonces, antes de ir más lejos
o simplemente continuar, te vi a ti, tu recuerdo vino a mi cabeza y no
pude… no soy capaz de hacerte algo así.
—Oh, por Dios —se cubrió los labios—. Creo que vomitaré.
—Respira profundo Daira —le acarició la espalda de arriba hacia abajo,
tratando de consolarla—. Trata de no hacerlo.
—No me toques… —ella movió un brazo, alejándose del roce constante
de su marido—. ¿Por qué me lo dijiste?
—Dije que no te engañaría y me lo preguntaste directamente, así que te
respondí con la verdad, siempre lo haré.
—¿Aún la amas? —ella clavó su mirada azulada en él, aquel furioso
océano apenas contenido por la determinación de Daira.
Jason debió prever que una pregunta así podría salir a la luz, al decir que
siempre le decía la verdad, era obvio que ella aprovecharía para quitar esa
tensión de sus hombros. Podría mentir y decirle que no, que ya no sentía
nada por Annelise, pero seguramente ella alcanzaría a notar que mentía.
—No lo sé —aceptó—. No sé qué siento por ella. Ni siquiera sé discernir
si es positivo o negativo.
—Gracias —apretó los labios para no hacer un puchero que venía
acompañado con el llanto que salía del interior del alma. Jason la miró con
impresión y una pregunta escrita en el semblante—. Por decir la verdad —
esclareció, sonriendo melancólica—. Para ser honesta, pensé que me
mentirías.
—Daira —se sentó a su lado, tomando las manos de su esposa,
obligándola a mirarlo, incluso aunque se tuviera que agachar para entrar a
su campo de visión—. Pregunta sobre ti, por favor, pregunta.
La mujer levantó la cabeza, encajando su mirada en la de él, sabía la
pregunta que quería que le hiciera y de alguna forma, conocía la respuesta
que le daría, pero no sabía si eso sería suficiente para ella, no creía que
fuera capaz de compensar o siquiera igualar lo que sentía por Annelise,
quien con un tronar de dedos lo hacía flanquear a su favor y posiblemente
así sería siempre.
—¿Me amas a mí?
—Daira —se acomodó sobre la cama, acarició la mejilla ruborizada y se
acercó hasta que sus labios estuvieran pegados al delicado oído—, eres lo
mejor que pudo haberme pasado. Con toda certeza puedo decirte que a ti te
amo.
Ella presionó sus párpados con fuerza, la oscuridad profunda del interior
se mostraba tranquilizadora y, al mismo tiempo, era un abismo al cual caía
sin salida o fin.
—Se puede amar a dos personas Jason —ella recostó su mejilla en la de
él—. No estoy segura de poder aceptarlo.
—Escúchame bien —la tomó del rostro con ambas manos—. No tienes
qué aceptar nada en lo absoluto, no hay decisión qué tomar, ¿entendido?
Eres mi esposa y así será siempre.
—Existen las amantes.
—Aquí no. —En los ojos grises había una absoluta certeza.
—Lo siento —bajó la cabeza—, no puedo creerte.
—Haré que me creas entonces, te lo demostraré.
Ella asintió un par de veces, forzando una sonrisa cuando él le regaló la
más deslumbrante de su arsenal. Estaba definitivamente cambiado, Daira
incluso sintió algo de miedo, ¿estaría muriendo? ¿El médico le habría dicho
que tenía un tiempo limitado de vida?
No podía decir que Jason fuera malo, grosero o indiferente; todo lo
contrario, siempre fue amable, paciente y atento; sin embargo, jamás
demostró un cariño que se asemejara el amor, quizá se sentía mal por haber
besado a Annelise, podía tener miedo a que ella decidiera marcharse,
dejando a Jackson solo una vez más. Porque eso estaba claro, Annelise no
pensaba regresar para ser la madre de Jack.
—Jason —él la miró con intensidad, apretando sus manos—. ¿Podrías
salir un momento? Necesito estar sola.
—Daira, lo digo en serio, esto que ocurrió no tiene importancia alguna, lo
único que me interesa es nuestra familia —le besó las manos—. Te lo juro.
—Está bien —con un movimiento lento, apartó las manos de las de él—.
Aun así, quiero estar sola.
—Como lo desees —se puso en pie—. Mandaré a alguien para que te
traiga comida y quizá un té. Dejaré pasar a Jackson, está asustado porque no
despertabas.
—Sí, déjalo pasar —asintió alegre.
En cuanto Jason abrió la puerta para salir, el niño pasó a la habitación
hecho una centella, brincando a la silla y después a la cama para abrazar a
la mujer que se reía impresionada por la habilidad del infante de parecer un
grillo en el jardín. Una sonrisa inconsciente se dibujó en el semblante del
conde al ver a su hijo y esposa conviviendo e intercambiando muestras de
cariño. Meneó la cabeza ligeramente, reprochándose sus acciones. No podía
arruinar eso para Jackson, no podía ser tan egoísta como para sumirlo en la
soledad y la tristeza. Y tampoco podía odiarse tanto como para provocarse
sufrimiento. Había hecho su elección, sabía a quién amaba y necesitaba.
—Jason —Pridwen se acercó corriendo, alterada y con una mirada
preocupada—. ¿Despertó? ¿Cómo está ella?
—Bien, pediré algo a la cocina —informó—. ¿Puedes ir con ella
cerciorarte de que se lo coma todo?
—Claro, le meteré la cuchara en la boca de ser necesario.
—Lo dejo en tus manos —sonrió, tocando ligeramente el hombro de la
amiga de su mujer en un acto totalmente inocente.
—Señor Seymour —Jason se paró en seco—. Usted… no la lastimará
más ¿verdad? —la duda en su voz quemó internamente al conde—. Ella ha
sufrido toda su vida y me dolería saber que seguirá siendo así lo que le
queda de ella.
—Jamás he querido lastimarla Pridwen.
—¿Entonces por qué lo hace tan seguido? —ladeó la cabeza.
—Es complicado —Jason se volvió hacia ella—. Pero lucharé para no
hacerlo más, te lo prometo.
—Lo que yo le prometo es que, si ella vuelve a llegar a mí en estado de
desolación, la desapareceré para siempre, ambas lo haremos —advirtió—.
Dios sabe que sabemos desvanecernos.
—De ser el caso, señorita, jamás dejaría de buscarlas.
Pridwen negó con la cabeza repetidas veces, oscilando entre el fastidio y
la diversión. Se cruzó de brazos y lo miró con lástima.
—No hay peor visión que ver a un hombre que no sabe lo que quiere en
la vida —suspiró—. Es triste, porque sé que usted es de los que vale la pena
y ella es una mujer excepcional.
La joven indiscreta no se quedó a decir más, tampoco permitió que Jason
se justificara o siquiera se defendiera. La admiró en ese momento, por la
claridad de sus pensamientos y la forma en la que los exponía distaba
completamente de su normal actitud aniñada, repentinamente le pareció que
ella era alguien mucho más grande, sabia e inteligente de lo que aparentaba.
—¿Cómo está tu mujer?
—Embarazada —cerró los ojos al contestar a la conocida voz de Lucca,
su primo, pero también su mejor amigo.
—¿Lo dices en serio?
—Sí.
—¡Pero qué buena noticia!
Jason podía escuchar la sonrisa en los labios de su primo, era una lástima
que él no pudiera sentir lo mismo. En cuanto el médico le informó sobre el
estado de su mujer, un sinfín de recuerdos poco placenteros lo invadió:
todas aquellas peleas, amargura, agonía, alejamiento y el dolor de ambos.
No quería arruinar a Daira, no quería que sufriera lo mismo, que se odiara y
también repudiara al producto de su unión. Estaba aterrado y horrorizado
por lo que vendría.
—Jason. —Las manos de Lucca lo enfocaron cuando se posaron
enérgicamente en sus hombros—. Es diferente.
—¿Qué tal si todo se repite de nuevo?
—¿Cómo reaccionó ante la noticia? Ese es el primer indicio.
—Incluso aunque reaccionara bien, Annelise lo hizo al principio y mira
cómo acabó, incluso llegó a la desesperación de abortar —le recordó—. La
felicidad inicial no significa nada.
—Qué dijo ella cuando lo supo.
—No se lo dije.
—Eh… hermano, creo que no es algo que le puedas esconder,
eventualmente lo va a notar —dijo sarcástico y un tanto burlesco.
—Se lo tengo que decir, lo sé, pero debo hacerla sentir cómoda, feliz —
se dijo más a si mismo que a Lucca—, quitarle todas las dudas que tiene en
la cabeza, que se sepa amada y puesta en primer lugar.
—¿No tiene todo eso? —Por un momento Lucca no entendió la letanía
de su primo. Pero cuando la comprensión llegó a su cabeza, suspiró y rodó
los ojos—. No lo puedo creer, ¿Es por Annelise?
—No sé qué me pasa —Jason pasó sus manos por su dorada cabellera y
fue a sentarse—. Es una traición de mis instintos contra mi cabeza, no lo
puedo controlar.
—Espero que hagas algo para resolverlo, porque estás perdiendo a una
buena mujer por tu indecisión.
—¿Crees que no lo sé? —levantó la mirada—. No quiero perderla, ella lo
es todo y no sólo para mí, sino para Jackson también.
—¿Qué te hace falta entonces? —Lucca fue a sentarse junto a él.
—Nada —admitió—. Es sólo que… cuando veo a Annelise, algo dentro
de mí cambia, es como si los recuerdos llegaran y se aferraran a los buenos
momentos que pasamos juntos.
—Eres un idiota Jason —sonrió Lucca, tomando con cariño el hombro de
su primo—. Resuélvelo pronto, sea cual sea la decisión que tomes, yo estaré
ahí para apoyarte.
—Lo sé. Aunque sé cuál es el resultado que tú esperas.
—Y el resto de la familia también —asintió—, pero no es nuestra vida,
sino la tuya, busca tu felicidad.
—Amo a Daira, en serio lo hago —cerró los ojos—. Annelise es sólo un
recuerdo de algo que no pude controlar, me arrepiento de no haberla hecho
feliz, de no estar para ella como lo necesitaba.
—Hiciste lo que pudiste. Ahora hay otra persona que necesitará de ti —
elevó una ceja—, y no hablo sólo de Jack.
Jason dejó salir el aire de sus pulmones con un abrupto sonido, se puso
en pie y palmeó el hombro de su primo antes de bajar las escaleras en
dirección a la cocina para pedir comida para su mujer. Lucca no pudo evitar
sonreír, Jason terminaría haciendo no sólo lo correcto, sino lo que lo haría
verdaderamente feliz. Aunque esperaba que no tardara tanto tiempo en
elegir su camino, de ser así, podría perder algo de lo que se arrepentiría toda
su vida.
Capítulo 34

Era una tortura que cuando las cosas no estaban bien en casa, tuviera que
salir de la ciudad gracias a un llamado de emergencia. Daira no estaba bien
con él, pese a que no hiciera escándalos o se mostrara especialmente fría, no
tenían amores, no le permitía siquiera besarla, era como si hubieran
regresado en el tiempo a cuando eran una pareja que aparentaba ante los
demás y en soledad apenas y se hablaban, eran desconocidos nuevamente.
Para ese momento, Jason estaba desesperado, si por él fuera, jamás
hubiese salido de su casa, dejar a su mujer embarazada y a su pequeño hijo
no era algo que le alegrara, de hecho, el verse privado de su presencia era
razón suficiente para su constante mal humor. No encontraba satisfactorio
ni siquiera el hotel que fuera clasificado como uno de los mejores del lugar,
preferiría mil veces estar en su casa, compartiendo cama con su muy
enojada mujer. Suspiró. Pero no era así y tenía obligaciones que cumplir.
Como el futuro marqués que algún día sería, era su responsabilidad
solucionar los problemas de las tierras a su cuidado.
Con ese pensamiento entró de nuevo a la antigua mansión remodelada
que solía recibir a personalidades de la alta alcurnia de todo el mundo, por
lo que era de esperarse que Jason se topara con más de un amigo de copas o
alguna dama a la que hubiese visto de la forma más indecente. En ambos
casos, eran personas que Jason deseaba evitar y solía escabullirse de las
zonas comunes: como el comedor, el área de juegos, jardín o salón.
—Buenas noches, lord Seymour, ¿gusta que lleve su cena a su habitación
como de costumbre? —ofreció un elegante mozo.
—Gracias Ulises —asintió el caballero y subió las escaleras sin prestar
mayor atención a las risas y el olor a tabaco que venían escandalosos desde
uno de los salones.
No tenía ganas de charlar con nadie, sentía un hambre desafortunada para
el sueño que tenía y estaba impaciente por volver a su esposa, anhelaba
besarla y hacerle el amor. Hacía bastante tiempo que no deseaba a la misma
mujer noche tras noche, como si se tratase de un vicio por el cual se caía sin
darse cuenta, del que no se enfadaba y se esperaba impaciente. Por mucho
tiempo, Jason pensó que había perdido esa capacidad, sin embargo, Daira
marcó una diferencia y ninguna otra pudo metérsele por los ojos aunque
estas se esforzaran con la desesperación de la paga o el deseo puro.
Abrió la puerta de la recámara, encendiendo la luz para recorrer con
tranquilidad el camino hacia el baño de la habitación. Esperaba que, para
cuando saliera, su cena estuviera esperándole en la mesa del balcón, como
cada noche. Incluso el servicio había aprendido que el conde gustaba que le
dejasen también un vaso con un buen coñac y un cigarrillo, el cual
disfrutaba bajo el cielo estrellado y la musica amortiguada que llegaba
desde el salón de baile.
Y así fue, después de tomar su cena, su mal humor logró disiparse un
poco, logrando relajarlo lo suficiente como para poder escribir a su esposa
una carta que sería enviada al día siguiente, para después ir a dormir.
Anteriormente dormir en soledad no hubiera sido un problema, pero sucedía
que se acostumbró al cuerpo de Daira a su lado, incluso al del pequeño Jack
entre ellos.
Se durmió pensando en ellos e incluso soñó que se encontraba a su lado,
acariciando la piel suave de su esposa, cálida y reconfortante. De hecho, la
sensación comenzaba a ser demasiado palpable, incluso en medio de su
estupor, aquello le pareció irreal; en primer lugar, porque Daira no solía ser
muy atrevida en la cama, ella era dulce y cariñosa, jamás se arriesgaría a
incomodarlo mientras dormía, no, aquello no era una actitud carácteristica
de su esposa, mucho menos el comenzar a desnudarlo.
Abrió los ojos sintiéndose en primera instancia irritado, pero al reconocer
el cuerpo que se le insinuaba, aquello se tornó a algo distinto, muy poco
racional y primitivo, se fundió en sus instintos más bajos al abrazar el
cuerpo de Annelise y besarla desesperado. Ella estaba encima de él,
desabrochando su camisa de dormir mientras se movía sugestiva sobre su
cuerpo.
¿Era acaso que su cuerpo recordaba las noches a su lado? Annelise era
una mujer pasional, llena de chispa, de vigor y buena disposición que la
hacían irresistible. Jason adoraba cuando, de la nada, actuaba tan impulsiva,
tan llena de deseo, importándole poco despertarlo para hacerlo cumplir su
voluntad, estaba acostumbrado a ello, de hecho, por un momento le pareció
de lo más normal el que ella lo desnudara, besara y hacer lo mismo con ella.
—Jason… —gimió cerca de su oído. La piel de Jason reaccionó en
seguida y un revolcón conocido azotó su estómago. Volteó la situación,
colocándose sobre ella, mirando los ojos azul grisáceo que compartía junto
con los del duque, con la diferencia que los de Annelise eran traviesos,
brillantes y vivaces—. Jason, por favor…
Su cuerpo anhelaba cumplir con la petición, pero en su cabeza se
mezclaba la imagen de la actual mujer que se le ofrecía y la que lo esperaba
en casa. Tan diferentes entre ellas que parecía irreal que pudiese sentir tanto
por ambas.
«Daira…» Se repitió en la cabeza. «Mi mujer embarazada».
Aquello fue suficiente para hacerlo salir de la cama, alejándose de la
tentación que era el cuerpo de su exmujer. Jason caminaba de un lado a
otro, mirando a Annelise, quien se quitó el camisón sin importarle el
predicamento de Jason, quedando desnuda en la cama, esperando porque
sucumbiera ante la pasión que se reflejaba en sus ojos grisáceos. El hombre
pasó una mano por su rostro, estirando un prolongádo momento la piel de
sus labios, desesperado al comprender lo débil que era. Estuvo a punto de
cometer la estupidez más grande de su vida.
—Eres cruel —mencionó, aun dando vueltas por la habitación.
—Tú también lo eres al dejarme de esta manera.
—¿Cómo entraste aquí?
—Me conocen por ser tu esposa.
—No es verdad, la gente sabe que me he vuelto a casar. —La cara de
Jason se deformó al recordar aquello—. Por Dios, mi esposa está esperando
un hijo mío y yo estuve a punto de traicionarla.
—Eso deja en claro que no la amas.
Jason levantó la mirada con resentimiento.
—No, significa que abusas de nuestra relación pasada —la apuntó con
desdén—. De lo que pude sentir por ti.
—Sientes —corrigió.
—¿Qué quieres Annelise? —exhaló frustrado—. ¿Qué te diga que sigues
siendo una tentación para mí? ¿Qué te veo y me es imposible no recordar
los momentos felices que compartimos?
—Sí.
—Bien, lo eres y lo recuerdo, pero eso no cambia nada.
—Jason… —ella salió desnuda de la cama y se presionó contra él—. Lo
significa todo ¿no lo ves?
—No. No lo veo —bajó la mirada hacia el cuerpo desnudo que le traía a
la cabeza cientos de recuerdos—. Deberías irte.
—¿Seguro? Tus labios pueden decir una cosa, pero tus ojos dicen otra
totalmente diferente.
—Concéntrate en lo que digo, vete de aquí, no te acerques a mi esposa,
mi familia, ni a mí tampoco.
—Si es lo que quieres —se inclinó de hombros, claramente sentía que
había ganado aquella batalla—, me iré, pero mi habitación es la treinta y
cinco, por si cambias de opinión.
Jason observó a la dama salir de su habitación y en seguida gritó
desesperado, pateando una silla y aventando la mesa donde tantas veces
tomó sus desayunos, destruyendo vasos y platos limpios que los sirvientes
dejaban para el día siguiente.
Se sentía un imbécil ¿Cómo se podía ser tan idiota? ¿Por qué seguía
cayendo ante Annelise una y otra vez como un estúpido? Pareciese que
decidió olvidar que lo dejó atrás junto a su hijo, que no le importó
desaparecer e incluso darse por muerta con tal de alejarse de ellos y buscar
su libertad. ¿Por qué su cuerpo reaccionaba de esa forma? ¿Por qué le era
tan difícil pensar?
Cerró los ojos y apretó fuertemente sus puños, tenía que irse cuanto
antes. Salía esa misma noche de ser necesario, no podía quedarse estando
Annelise tan cerca, era tiempo de volver con su familia, de hecho,
necesitaba ayuda de su padre, quizá incluso de su madre, lo cual sería un
dolor de cabeza, pero era un mal necesario.
Tomó el primer caballo que estuvo disponible y salió a toda velocidad
lejos de aquel hotel.

Se removía en la cama de forma descontrolada, incómoda, presa entre las
pesadillas que no la dejaban tranquila desde hacía unas horas. Sufría, todos
cuanto debían amarla la dejaban atrás, la traicionaban o la utilizaban, no
contaba con nadie, las personas la veían y simplemente se alejaban,
dejándola sola, en medio de un lugar oscuro, a nadie le importaba, incluso
veía a Jason con Annelise quien llevaba de la mano a Jack, no la reconocían
y pasaban de largo.
Ella lloraba desesperada, gritaba por cada uno de ellos, incluso por su
madre a quien perdió de niña y su padre que permitió a su hermano hacer lo
que quisiera con ella mientras estuvo con vida. No quería estar sola, temía a
ello, deseaba ser aceptada, querida. ¿Por qué era tan difícil para ella recibir
algo tan básico como un amor sincero?
—¿Daira…? ¡Daira! ¡Cariño, despierta!
Ella soltó un grito contenido y se sentó en la cama de golpe, sintiendo el
sudor acumulado en su pecho y su camisón ligeramente mojado de su
espalda. Odiaba esos sueños, eran tan reales que incluso despertaba
pensando que todo era verdad. No entendía por qué regresaban en ese
momento, hacía mucho que no soñaba tan mal, prácticamente desde que se
escapó de su casa; ocasionalmente le pasaba, pero no con esa intensidad,
incluso volvió a marearse y tuvo la necesidad de aferrarse del hombre que
la detenía por los hombros.
—Jason —susurró—, has vuelto antes…
—¿Qué sucede? ¿Qué soñabas?
—Fue tan horrible —lloró, pero tuvo que levantarse e ir corriendo al
baño, vomitando la cena que forzosamente ingirió hace unas horas—. ¡Por
Dios! ¿Por qué sigo tan enferma?
—¿Te has sentido mal?
—Sí, tu madre está realmente preocupada, quiere venir mañana a pesar
de que le aseguré que estaría bien. —Daira se dejó caer sobre el suelo,
escondiendo su cabeza entre sus rodillas. Temblorosa, asqueada y con
arcadas—. Pensé que no volverías… que me dejarías para huir con
Annelise.
El hombre se tensó, aquella revelación fue un golpe duro para el corazón
arrepentido de Jason, quién se agachó, la abrazó con fuerza y enterró su
rostro en el hombro de su mujer.
—Eso jamás va a pasar, no debes pensarlo.
—No sé por qué me siento tan extraña últimamente —dijo pálida y
convulsa—. Algo está mal Jason, esto no es normal, ¿acaso estaré a punto
de morir? ¿Es que no quieres decírmelo?
Jason dejó salir una profunda carcajada y negó.
—Tranquila, no estás muriendo, de hecho, estás creando —la miró con
orgullo y una profunda devoción. La mujer en sus brazos no comprendió
sus palabras, por lo cual cuestionó con la expresión de su rostro—. Daira,
no tuve la fuerza para decírtelo antes, pero la razón de que te encuentres tan
enferma por las mañanas es porque…
Daira buscó la mirada de su marido debido a que este la desvió en varias
ocasiones. Tal parecía que no quería hablar con ella, estaba nervioso a
juzgar por el movimiento en sus manos y las muchas veces que tuvo que
despeinar su cabello.
—¿Qué sucede Jason? —lo incitó a hablar—. Me asustas.
—Estás embarazada Daira —apretó su quijada—. Lo siento.
—Que yo… ¿Qué? —la mujer configuró una expresión de profunda
confusión y deliciosa alegría—. ¿Cómo es que…? Pero tú…
—Estaba asustado por tu reacción, no quería que… —se frotó los ojos
con el dedo indicé y pulgar—. Me vinieron recuerdos.
—¿Creíste que no lo querría?
—Para ser honesto, lo seguiré dudando, aunque me digas que en serio lo
quieres —la miró seriamente—. Ya en el pasado lo creí y me equivoqué. La
destruí debido a ello.
—Jason —Daira negó con una sonrisa bobalicona—. Estoy feliz,
demasiado feliz por la noticia, ¿es que no me ves?
Para no conflictuar a su esposa, el conde transformó su rostro y esbozó
una sonrisa a juego con la de ella.
—¿Estás molesta porque no te lo dije de inmediato?
—Debí suponerlo, esto de los mareos matutinos es común en el
embarazo ¿verdad? —dejó salir una agradable risita—. Oh, Jason, no lo
puedo creer, pensé que no tendríamos uno de estos.
—¿Niños? —negó divertido—, ¿Cómo pudiste creer eso?
—Hace tiempo que nos casamos y no había indicios de que estuviera
embarazada… —Daira se acomodó en la cama y jugueteó con sus manos,
nerviosa de repente—. ¿Cómo te sientes con esto?
—Estaba consciente de que era algo que podía pasar —suspiró y se sentó
junto a ella—. Pero debo aceptar que me cayó de sorpresa.
—Es… ¿una buena sorpresa?
—Daira —la mano fuerte y larga de Jason se acercó hasta su mejilla,
donde permaneció dando leves caricias—. No soy importante en todo esto,
eres tú en la que nos tenemos que concentrar ahora, pero si necesitas
saberlo, me hizo feliz saber que me darás un hijo.
La recompensa a sus palabras fue una cálida mirada, el rostro de Daira se
coloreó de un rojizo suave que la hacían ver más tierna al estar en un estado
descuidado: sus cabellos estaban claramente enredados, su camisón se subió
hasta descubrir sus muslos, tenía ojeras y se marcaban pequeñas arrugas a
los lados de sus ojos al momento de sonreír. Nuevamente se dio cuenta que
era imprescindible encontrar error en tan bella creación, buscaba aquello
que la hiciera más real, que le permitiera ser el dueño de sus afectos.
—Entonces, Annelise…
—Cariño, sientes toda esta angustia por el bebé.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿Me crees una tonta? —el orgullo volvió a su voz modulada, su mirada
intensa era escalofriante—. Sé perfectamente que ella no se ha dado por
vencida, seguramente en más de una ocasión estuvo por convencerte de que
me dejaras.
—Daira, eso no va a pasar.
—¿Me dirás que nunca se te insinuó?
—Daira —le tomó los hombros—, por favor, no pienses más en eso,
quiero que lleves un embarazo tranquilo, no invadas tu cabeza con cosas sin
sentido y que nunca lo tendrán.
Ella suspiró, sabía que no eran cosas sin sentido, pero le gustaría pensar
que lo eran, que sus dudas eran injustificadas en todos los sentidos, que su
marido la quería y jamás le pasaría por su cabeza el dejarla, mucho menos
con un niño en camino.
—Jason —lo abrazó—. ¿En verdad estás contento por el bebé?
—Por supuesto, es una de las mejores noticias que he recibido.
—Me alegra oírlo —siguió abrazada a él—. ¿Podemos ir a dormir ahora?
Quiero que me abraces.
—Regresé antes por esa razón, mi cielo, quería estar contigo.
Se separaron lentamente, Daira para volver a la cama y Jason llenando la
tina para tomar un baño rápido. Quería quitarse de encima cualquier residuo
que quedara del cuerpo de Annelise, fue lo suficientemente listo como para
quitarse la ropa donde la esencia de aquella mujer se impregnó sin solución
alguna, pero aún la sentía sobre la piel y eso le daba una sensación
nauseabunda.
Se metió a una tina con agua fría y raspó su piel, tratando que todo
recuerdo se esfumara también. Le era imposible sentirse mejor, debía hacer
algo para remediar lo que hizo, tenía que seguir poniendo distancias con
Annelise, encontraría la forma de hacer sentir segura a su esposa, aunque
estuviera cerca de ellos.
—Jason te arrancarás la piel si sigues así —observó la joven, tomando la
esponja con la que él se frotaba—. ¡Y el agua está helada!
—Pensé que estarías dormida —se levantó de la bañera, aceptando la
toalla que ella le tendía.
—Te estaba esperando, quería contarte sobre la actitud de Jack, me
parece mal que él…
—Daira —la interrumpió—, necesitas dormir, podías esperar hasta
mañana para contarme sobre Jackson.
—Claro, pero aun así quería esperarte.
Jason se volvió hacia su mujer, elevando una ceja socarrona y una mirada
llena de picardía al comprender lo que Daira no dijo, pero quedó más que
claro, al menos para él.
—Así que… en serio me extrañaste.
—Y-Yo… no es normal en mí, pero…
—¿Es que deseas algo? ¿Tienes hambre? Puedo ir a la cocina…
—¡Jason!
El hombre dejó salir una risotada y la abrazó. La toalla que cubría la
parte inferior de su cuerpo se encontraba humedecida debido a las gotas que
resbalaban por la espalda y torso varonil hasta encontrarse con la tela. Todo
en él era atractivo y hechizante, Daira incluso lo veía aún más tentador
gracias a su embarazo.
—Y bien, dudo que en tu estado sea lo mejor hacerlo en el suelo del
baño, como en tantas otras ocasiones nos pasó.
—Preferiría ser capaz de llegar a la cama.
—Concuerdo —Jason se agachó y pasó un brazo por debajo de las
rodillas de su esposa, alzándola al vilo y llevándola de esa forma hasta la
habitación que compartían—. Ahí está señora, su lecho.
Ella soltó una risilla.
—Creo que sabe cómo proceder, mi lord, no le hace falta que yo le siga
dando indicaciones.
—Aunque creo que me encantaría que me las dieras.
Daira esbozó una sonrisa desconcertada, pero asintió conforme, si él
quería seguir órdenes, ella sin problemas podía dárselas. De hecho, aquel
juego fascinó en más de un sentido a su marido, quien, además de ser
sumamente complaciente, estaba sorprendido por las peticiones que ella era
capaz de hacerle. En ocasiones pensaba que no era totalmente consciente de
lo que pedía, seguro que le debía mucho a Pridwen y a su incansable
curiosidad que seguro metió la duda en su esposa quien decidió
experimentarlo por sí misma.
Pasar la noche con su mujer fue sin dudas la mejor decisión que pudo
haber tomado, de esa forma se confirmó que deseaba estar con ella, que la
adoraba y la amaba más de lo que nunca pensó. Pese a que Annelise fuera
una tentación, Daira no necesitaba serlo, puesto que podían complacerse el
uno al otro sin ningún peligro o limitación, se pertenecían y eso era aún más
querido y placentero.
—Jason… —escuchó su voz adormilada amortiguada contra su cuello—,
prométeme que me mantendrás informada de todo.
—¿De qué hablas?
—Si cambias de opinión en algo o si piensas en dejarme…
—No digas tonterías Daira —la abrazó más contra su cuerpo—, estoy
contigo, soy feliz a tu lado y te amo.
Ella abrió los ojos y se levantó ligeramente, acariciando el pecho de su
marido con el ceño fruncido, sin atreverse a hablar.
—Me parece extraño ese amor llegado de la nada.
—Así son las cosas mi vida, nada se puede hacer para anticipar lo que el
corazón va a decidir —le acarició la mejilla—, tranquila, te prometo que no
volverás a sufrir a mi lado, sé que han existido dificultades, pero te
protegeré de todos, incluso de mí mismo.
Ella asintió levemente, continuó inmersa en sus pensamientos mientras
seguía acariciando el pecho de su marido.
—Jason, el día que me desmayé… —apretó los labios, dudando si decirle
—. Mark me habló del vizconde Valcop.
Los ojos grises la enfocaron con tranquilidad.
—¿Qué te dijo?
—M-Me dijo que e-está aquí y que… —cerró los ojos con miedo—. Que
quiere acercarse a mí.
Jason suspiró y reacomodó su posición, haciendo que su mujer enredara
más sus extremidades a las de él.
—Ya sabía de su regreso —aceptó—. Estoy seguro que fue él quien
mandó a disparar a mis hermanos y a mí.
—¿Por qué no me lo dijiste? —reclamó con la mirada.
—Quería hacerlo, pero no encontraba el momento y al final llegó la
noticia del bebé —le acarició el rostro—. Lo último que quería era que
estuvieras asustada y nerviosa, te hace mal.
—Tengo miedo —bajó la cabeza.
—Lo sé, pero no permitiré que te pase nada, te lo prometo.
Un ligero temblor recorrió el cuerpo expuesto de Daira y en busca de
calor, se recostó nuevamente sobre su marido ocasionando que él la
abrazara y se estirara un poco para alcanzar las sábanas hasta cubrirla por
completo. Depositó un beso suave en su frente y la obligó a permanecer
sobre él pese a que no pudiera dormir.
—Jason, si dijera que te amo… —Daira se removió sobre el cuerpo de su
marido—. ¿Cuidarías bien de mi corazón?
—Tan bien como tú cuidarás el mío.
—No Jason —dijo molesta—, hablo en serio, no quiero que me endulces
el oído, quiero que me digas la verdad.
—Mi amor, cuidaría cada parte de ti incluso si no me amaras —levantó
su barbilla pese a que ella estaba recostada en su hombro—, porque si no te
cuidara y te perdiera, entonces sería mi corazón el que correría verdadero
peligro y no lo permitiré.
—Jason… —bajó la mirada—. Te amo.
—Ahora me gustaría que me lo dijeras a la cara —el hombre colocó una
mano sobre la mejilla mojada de su mujer y la levantó dulcemente,
limpiando sus lágrimas—. No dudes de mí, Daira. Te amo a ti, no importa
nadie más, te escogeré siempre, en la situación que sea y hagas lo que
hagas, no podría dejarte ir, me has hechizado y ahora me es imposible vivir
si tú no estás conmigo.
—Entonces no dejes de demostrármelo Jason, no permitas que dude más
de ti, te lo pido como un favor, porque no dudaré en irme.
Capítulo 35

La temporada de ópera dio inicio en Londres, acontecimiento que Daira


no deseaba perderse y en lo cual Jason decidió complacerla. Era de
esperarse que la joven amara todo lo relacionado con la música, puesto que
su voz era una de las mejores que muchos hubiesen oído, algunos decían
que estaba hecha para ser atendida por un público que le aplaudiera, pero
Daira limitaba su voz a su familia cercana.
Y aunque en gran parte la intensión de la joven fuera escuchar a los
grandes artistas cantar, otra realidad irrefutable eran las ganas que tenía de
mostrarse con su marido en todas las ocasiones que le fueran posibles,
buscando callar las habladurías en su contra y alejarlo de la mujer que
seguía siendo su perdición, aunque él lo negara.
Jason ignoraba la razón por la que su mujer se comportaba de forma
posesiva, pero quería complacerla en todo lo que le fuera posible, no podía
creer que ni siquiera en su embarazo su esposa hiciera peticiones especiales,
no se portaba caprichosa, quejumbrosa o lo odiaba por que estuviera en
cinta por su culpa, por el contrario, parecía feliz a cada momento, aun
cuando no se sentía del todo bien.
Ese día, los ojos que mantenían encadenado al océano en su interior se
abrieron después de toda una semana de estar en cama, para ese momento,
se sentía mucho mejor, no sabía por qué razón la enfermedad le había
durado tanto tiempo, pero debía admitir que la diligente presencia y
cuidados de su esposo fueron un reconfortante entretenimiento que ella
permitió. Le parecía divertido ver a Jason alterado, yendo de un lado a otro
sin saber qué hacer cuando ella se ponía enferma por las mañanas. Era
tierno cómo intentaba cumplir todos sus caprichos, por muy tontos que
estos fueran, en una ocasión, y queriendo abusar y probar su bondad, Daira
pedía una que otra extravagancia gustativa, debía admitir que ni siquiera le
gustaban la mayoría de las veces, pero siempre se sorprendía cuando él las
conseguía, incluso cuando eran platillos originarios de Dinamarca.
La joven se removió en la cama que descansaba, sintiéndose feliz de no
tener mareos tan sólo despertar, siendo capaz de contemplar el sol naciente
que desfilaba por el ventanal de puertas abiertas y cortinas ondeantes por el
viento fresco del amanecer. Suspiró contenta, colocó ambas manos bajo la
mejilla recostada contra la almohada y contempló el lento progreso del sol y
el suave cantar de las aves, sintiendo el agradable peso del brazo de su
esposo sobre su vientre abultado y su acompasada respiración en su cuello.
Daira giró su rostro para mirarlo dormir, era guapo y cuando dormía no
se podía notar su constante preocupación reflejada en sus ojos y arrugas
desde aquel día en el que se desmayó. Ese hombre se había encargado de
ella día y noche, aunque en realidad no tuviera dificultades más que en las
mañanas, Jason se quedaba con ella todo lo que le fuera posible, incluso
saltándose obligaciones.
Estaba en uno de sus mejores momentos contemplativos, cuando de
pronto su estómago se revolvió de forma brusca y exasperante que la hizo
apartar el brazo que la retenía sobre la cama para alcanzar el baño antes de
que hiciera un desastre de camino al mismo.
Cuando Jason abrió los ojos y no se encontró con su esposa recostada a
su lado, la preocupación invadió su cuerpo, parecía ser que llevaba un buen
tiempo levantada, a juzgar por el sonido que venía del baño, despertó
sintiéndose mal, como en tantas otras ocasiones. Daira era mucho más
sensible del estómago de lo que recordaba con el embarazo de Annelise, de
hecho, su esposa podía vomitar varias veces durante el día, si no estaba
volviendo el estómago, estaba mareada, debilitada, tenía dolores de cabeza
y en alguna ocasión llegó a los desmayos.
Aquello preocupó a todos en la casa, ocasionando que Gwyneth y Publio
cayeran en la histeria al explicar una y otra vez que, aunque no era de lo
más normal y se debía tener cuidado con la deshidratación y con la pérdida
de peso de la madre, conocían personas que tuvieron los mismos síntomas y
las cosas salieron bien, solían calmarse y Daira no vomitaba tantas veces
como para que fuera un caso de gravedad como para mantenerla en cama.
Jason suspiró, apartó las sábanas de su cuerpo y entró al cuarto del baño.
Su esposa estaba derrotada sobre el suelo, con el palanganero a su lado, la
piel pálida y temblando ligeramente.
—Daira, por Dios, ¿Por qué no me despertaste?
—Jason… me siento pésima.
—Ven aquí —la tomó en brazos con movimientos lentos para no
marearla nuevamente—. Te llevaré de regreso a la cama.
—Pero hoy tenemos la ópera, quiero ir.
—Bien cariño, esperemos que estés mejor para entonces, pero por ahora
tienes que descansar un poco más.
—Trae el palanganero —se recostó en el hombro de su esposo,
respirando con dificultad—, que lo pongan junto a la cama.
—De acuerdo, tranquila mi amor, trata de respirar profundo.
—Es lo que hago, pero nada funciona.
Jason la recostó en la cama y tiró del cordón para llamar a la servidumbre
de la casa. Habían decidido no regresar a la mansión de los Seymour y se
quedaron en la casa del centro de Jason, la cual estaba bien ubicada y cerca
de la de Micaela y los Hamilton, tanto de Publio como de Terry, siendo el
primero el más conveniente en la situación en la que estaba su esposa.
—¿Qué sucede? ¿De nuevo? —entró corriendo Pridwen, quien se asentó
en la casa de los Seymour desde hacía un tiempo.
—Sí, necesita un palanganero y algo de comer.
—Yo lo haré —la rubia incluso dejó la puerta abierta para correr a
cumplir la petición.
Jason sonrió.
—En la vida pensé verla tan solicita, resulta ser que podría ser una madre
dedicada. —Sherlyn logró componer una sonrisa, pero rápidamente tuvo
que concentrarse en respirar para no vomitar sobre las mantas—. Por Dios,
debería poder hacer algo para mejorar tu estado, me imagino que no tienes
ganas de comer.
—Tengo que hacerlo, este bebé necesita nutrientes.
—Te pediré algo —Jason le acomodó un mechón de cabello detrás de la
oreja y sonrió—. ¿Qué se te antoja?
—Quizá algo de fruta por el momento.
—Bien, espero que te caiga bien —se acercó y le besó la mejilla antes de
ponerse en pie e ir a la salida.
—Jason. —Él se volvió—. ¿Podrías hacer que Jack desayune bien el día
de hoy? Se ha puesto muy quisquilloso.
—No te preocupes por eso.
—¡Espera! ¿Has hablado con Archivald? ¿Me ha echado en falta?
—Está informado de la situación —asintió—. Seguro que le has hecho
falta, así que si deseas ir con él, puedo llevarte.
—¿No estás ocupado?
—Un poco, pero puedo llevar a mi mujer embarazada a su lugar de
trabajo —elevó una ceja—. Pero entes tienes que desayunar bien.
—Jason —su marido se detuvo nuevamente—. ¿Podrías regresar y
quedarte conmigo un rato más?
—Traeré tu fruta y podemos volver a recostarnos.
La joven sonrió mientras metía pedazos de fruta en su boca. Se
encontraba sentada en la cama, entre las piernas de su esposo mientras él se
entretenía en leer un libro, con su espalda recostada en la cabecera y una
mano sobre el vientre prominente de su mujer. Cuando ella se recostó sobre
su pecho y se acomodó para tomar una siesta, Jason no pudo más que
besarle la frente y seguir con la misma posición, en la cual ella ya se
encontraba a gusto.
Unas horas más tarde y después de una buena siesta, Daira logró ponerse
en pie sintiéndose mucho mejor, aunque las náuseas seguían rondándola,
tenía hambre y eso la motivaba a cambiarse para bajar a desayunar. Fue
Jason quien la ayudó a terminar de abrochar los botones de su vestido o
apretar el corsé, aunque en esto último Jason insistió en que no lo hicieran
como de costumbre, puesto que, con la presencia del bebé, no era bueno
usarlo tan ajustado.
Durante el desayuno, Jackson se mostró entusiasmado por la reaparición
de su madre y después, tanto padre como hijo dejaron a Daira junto a
Archivald, quien estaba sumido en su trabajo mientras ella seguía
acomodando y haciendo pedidos para su próxima inauguración. Jason se
había tomado la molestia de llevarse consigo al pequeño Jack con tal de
dejar a su esposa trabajar y ella lo agradecía. Pese a que Jack no le
significaba un estorbo, sin la preocupación de tenerlo cerca era mucho más
fácil avanzar.
—Iré al estudio Daira, si necesitas algo me hablas —dijo Archivald,
enfocado en una rosa que parecía decaída.
—Estaré bien, no te preocupes.
El hombre no hizo mucho caso a las últimas palabras de su prima
política, incluso trastabilló en la escalera, más concentrado en la revisión de
la planta que en sus pasos. Daira sonrió y se volvió hacia la puerta cuando
escuchó el característico sonar de la campana.
—No cabe duda que estás llena de sorpresas Daira —sonrió Annelise,
pasando sus ojos por el verdoso lugar—. No me hagas esa cara, vengo a
hacerte un encargo.
—Por supuesto lady Ainsworth —tomó una libreta y la miró con la
sonrisa pertinente para una intendenta—. ¿Qué le encargo?
Annelise apretó una sonrisa, por alguna razón el que la llamara con su
nombre de soltera la enfurecía, pese a que fuera correcto que lo hiciera.
Estaba resultando divertido, esa mujer daba la apariencia de no ser capaz de
contestar ante una ofensa, pero resultaba ser que tenía más carácter del que
imaginó.
—Necesito arreglos —dijo la mujer, vagando por el lugar con una mirada
despectiva—. Quiero que sean espectaculares, no repararé en gastos, así que
puede usar las flores de su preferencia.
—Por supuesto, ¿para qué fecha la necesitaba?
—Naturalmente, para el día de mi aniversario.
—¿Cumple años lady Ainsworth? —dijo desinteresada, buscando su
agenda y algo para apuntar, haciendo una conversación forzada debido a
que era una clienta.
—De casada.
Daira levantó la cabeza y sonrió.
—¿Casada con quién, mi lady?
—Es obvio lo que estoy diciendo, está claro que no puedo celebrarlo
abiertamente, pero bien puedo hacer una fiesta en honor a lo que tuvimos,
Jason ha demostrado que no ha olvidado ni un día a mi lado —sonrió
abiertamente—. ¿No lo cree usted?
—Me parece inadecuado.
—Estará invitada, por supuesto.
—Dudo asistir a una velada de esa índole, pero agradezco la cortesía —
se inclinó ligeramente y retomó su postura profesional—. ¿Cuál sería la
cantidad de arreglos? ¿Dispondrá floreros o desea que nosotros los
llevemos? Tengo un muestrario aquí, si gusta verlos.
—¿Por qué finges orgullo cuando está claro que estás herida?
—¿Por qué se empeña en hacerlo? —frunció el ceño hacia ella, dejando
sobre la mesa el catálogo y su libreta—. Cuando llegó dijo que yo no estaba
interesada en Jason, que yo era su villana porque el hombre que usted
quería no sentía lo mismo por usted, sino por mí.
Annelise apretó las manos y los labios con igual fuerza, volviéndose
rápidamente hacia otro lugar, fijando la vista en las macetas que colgaban
del techo y dejaban caer su frondosidad hacia el suelo en una cascada verde.
—Eres odiosa. —La voz de la mujer estaba cargada de resentimiento—.
No te soporto.
Daira entendió la desesperación que Annelise sentía, incluso creía
comprender la razón por la cual estaba tomando acciones en su contra, era
una venganza por no obtener lo que quería.
—En realidad no deseas a Jason de regreso, ¿o sí?
—Lo quiero.
—No es la forma de obtener lo que deseas, te lo aseguro.
—¡Maldición! No intentes mostrarte comprensiva conmigo —la apuntó
aún más molesta—. No soy Jackson, ¿Comprendes?
—Trato de ayudarte porque es una forma en la que yo también me
quitaría un problema de encima —Daira rodeó el escritorio en el que estaba
refugiada y enfrentó a la mujer—. Annelise, sé perfectamente que puedes
hacerme la vida imposible, entiendo que lo quieras hacer porque me odias,
pero no soy la culpable de lo que sientes.
—No me importa quién sea el culpable.
—Sea lo que sea Annelise, el único que resultará herido será Jason,
porque en todo caso de que lo consigas, lo harás infeliz —la miró con
tristeza—, pensé que lo querías lo suficiente como para no volverle a hacer
algo así. Además… estamos esperando.
Los ojos sorpresivos de Annelise bajaron hasta posarse en el abdomen de
la mujer frente a ella, a quien todavía no se le notaba el estado en el que
estaba, lo cual la hizo dudar si le estaría mintiendo.
—Tú… —ella comenzó a negar con la cabeza con molestia—. ¡No! No
puede salirte todo bien, simplemente no es justo.
—¿De qué hablas?
—¡Ahora le darás un hijo! —elevó las manos con fastidio, caminando de
un lado a otro, parecía una fiera encerrada—. ¿No podías simplemente ser
infértil o algo por el estilo?
—¿Qué es lo que sucede contigo? —Se alejó de ella.
—No puedes tenerlo todo, tu vida no puede ser tan perfecta.
—Annelise, mi vida jamás ha sido perfecta, ni una sola vez hasta que
llegó Jason a ella y justo cuando creía que podía ser feliz, llegaste tú, la
única persona que tiene todo en su poder para alejarlo de mí. —Había
dejado salir todo aquello como un torrente desde lo más profundo de su
corazón.
—Yo… —ella agachó la cabeza—. Lo siento, no quise…
—Sé que no. —Y Daira en realidad lo creía, sabía que Annelise no llegó
a Londres con las intenciones de arruinar su vida o la de Jason, algo debió
pasar para que llegara a esa resolución—. ¿Qué sucedió? ¿Quién es ese
hombre del que estás enamorada?
En ese momento, la campanilla hizo el tintineo para alertar a los dueños
del lugar. Ambas mujeres volvieron la mirada hacia la pareja que hacía
entrada, experimentando diferentes niveles de fastidio, aunque ambas
dirigidas hacia las mismas personas.
—Ah, lady Annelise, qué gusto me da verla por aquí —saludó Lina
Melbrook, tomada del brazo de su marido.
—Igualmente.
—Venimos de visita, hermana, espero que no te moleste.
—Si digo que sí ¿se irían?
—Siempre tan bromista —sonrió el conde Melbrook para después posar
la mirada sobre la joven que lanzaba cálidas miradas hacia él—. Lady
Annelise, se ve tan hermosa como siempre.
—Gracias mi lord, es usted muy amable.
Los colores subieron por las mejillas de la joven Ainsworth, mostrándose
torpe y embelesada. Y ante la reacción, Daira llegó a la comprensión. Ahora
todo tenía sentido, el hombre del que Annelise estaba enamorada era del
conde Melbrook, el hombre asqueroso que tenía una obsesión por su media
hermana desde que eran niños.
Daira no comprendía cómo era posible que alguien se enamorara de un
hombre así, pero bien se decía que en el corazón no se mandaba. Mark
Melbrook era apuesto, claro, pero con esa personalidad y extraños gustos,
era imposible que resultara un buen partido.
—Y bien querida cuñada, quisiera encargar algunas flores para la casa,
quiero que tome vida, quizá una que otra planta —sonrió—. ¿Está
Archivald por aquí?
—Está trabajando en el estudio, puedo hablarle si gustas.
—Lo haré yo misma, con eso de tu embarazo, es mejor que te lleves las
cosas con calma —se ofreció gustosa, ansiosa por ver al impenetrable
hombre que era Archivald Pemberton—. Es subiendo las escaleras ¿verdad?
—Sí, lo verás en seguida, está en la oficina de cristales.
Lina subió presurosa, con una sonrisa traviesa y coqueta. Daira
lamentaba haber jugado en contra de su socio, pero necesitaba esclarecer
sus ideas y sólo podría hacerlo si observaba atentamente a su medio
hermano y la exesposa de su marido.
—¿Ustedes ya se conocían? —indagó distraídamente.
—Sí —Mark Melbrook apartó la mirada de la figura estilizada de
Annelise—. Coincidimos en varias veladas antes de Londres.
—Ya veo —asintió Daira, tomando algunas flores para quitarle las
espinas con un chichillo—. Me parece que lady Annelise mencionó algo de
un baile, supongo que estarás invitado.
—No había recibido el honor —el conde miró hacia la avergonzada
chica, quien se había inventado esa excusa para molestar a la mujer que le
arruinaba la vida.
—Todavía no he mandado las invitaciones —se justificó—, pero sabe
que siempre será bienvenido en mi casa.
—Gracias, mi lady —sonrió cariñosamente—. Aunque sé que es mejor
mantener distancias, sobre todo por los celos de su hermano.
—John no hará nada, de hecho, usted le es agradable.
—Lo dudo, mi lady, pero lo agradezco.
Daira sonrió, no lo podía creer, el cerdo de su hermano tenía una
inclinación amorosa por Annelise, lo notaba en sus ojos. Gracias a Dios era
diferente a la que en algún momento mandó hacia su persona, con lady
Ainsworth su voz, su mirada e incluso sus ademanes parecían cálidos,
dulcificados y todos dirigidos hacia ella, ni una sola vez vio a Daira pese a
que estaba ahí, lista para ser admirada por sus ojos llenos de lascivia y
contención que siempre le era necesaria para no llegar a atacarla.
Sería una solución perfecta y dulce el que ellos resultaran enamorados.
Annelise dejaría en paz a su marido y su medio hermano dejaría de
atormentarla por siempre. Parecía un sueño.
—¡Daira! —Ella ya se esperaba el grito exasperado de Archie, aunque
aguantó menos de lo previsto. El hombre se asomó desde el segundo piso,
mostrándose enojado y posiblemente traicionado por ella—. La señora
necesita hacer un pedido, la dirigiré contigo.
—Por supuesto —sonrió inocentemente.
Los ojos azules de Archivald lanzaron una advertencia casi dolorosa para
la joven, quien atinó a sonreír para aligerar el ambiente que repentinamente
se había tensado.
—¡Pero cuánta gente hay aquí el día de hoy! —sonrió el señor Eldegard
—. ¿Es que todos se han enterado de tu buen gusto, chiquilla? Era de
esperarse, sin duda alguna.
—¿Usted qué hace aquí? —frunció el ceño Annelise.
—Vengo a hacer un pedido, ¿Qué más?
—No lo veo creíble —se cruzó de brazos la hija de duques.
—Tranquila lady Ainsworth, no tengo nada en contra de usted —la miró
pesadamente, con dureza y una extraña hostilidad.
—Por favor, tengamos un momento agradable —intervino Daira,
pensando que quizá esos dos tendrían un pasado turbio del cual no podía
inquirir demasiado al no ser suficientemente cercana a ninguno de ellos—.
Haré los pedidos, pero por turnos, como es de esperarse.
—Daira —la exmujer de su esposo le tomó una mano y la apretó con
fuerza—. Tengo que hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—Si lady Ainsworth, ¿sobre qué? —elevó una ceja el señor Eldegard—.
Porque todos tenemos mucho que decir ¿verdad?
—No trate de intimidarme.
—Tan sólo digo que no se meta en los asuntos de los demás.
—Daira, aléjate de este hombre —dijo determinada la muchacha
volviéndose hacia ella—, no es agradable ni tampoco de confianza.
—¡Annelise! —el conde Melbrook se adelantó hacia la muchacha y la
miró con extrañeza—. Detente, no digas tonterías.
—Lo digo en serio —remarcó su advertencia, mirando fijamente a Daira
—. No lo hagas.
—¿De qué hablas?
—Vamos —Mark Melbrook la tomó de los hombros y la sacó arrastras
de la tienda—. ¡Lina, nos vamos!
Daira Seymour se mostró asustada por las reacciones tanto de su
medio hermano, como de su esposa y la exesposa de su marido. La última
mostrando una sincera preocupación. Lentamente apartó la vista de ellos,
encontrándose con el perfil desdeñoso del hombre que siempre se mostró
amable con ella. Sus ojos oscuros, normalmente repletos de un brillo
cariñoso, se transformaron en cuencas vacías, duras como un peñón y
afilados como una cuchilla peligrosa.
—Daira —la voz de Archie se mostró inclemente al verla sola con aquel
caballero—. Necesito tu ayuda, sube por favor.
—Por supuesto —dejó salir en un suspiro aliviado.
El señor Eldegard esbozó una sonrisa sarcástica, dirigiendo su burla
lentamente hacia el hombre que se aferraba al barandal del piso superior,
viéndolo con una clara amenaza en la profundidad de sus ojos índigos,
serios y mortalmente severos.
—Lord Pemberton, ¿hay algo en lo que pueda ayudarle?
—Nada. Lo agradezco.
—He de marcharme entonces —se inclinó ligeramente, pero antes de
salir, se volvió suavemente y levantó la mirada hacia Archie, quien no
apartó sus ojos de la figura del hombre—. ¿Cómo se encuentra su esposa?
Ya sabe, por su deficiencia.
—No es de su interés, señor, y no suelo hablar de mi vida privada con
personas que conozco poco.
—Muy bien, lord Pemberton, procuraré no molestarle.
—Haría bien en hacerlo.
El caballero mantuvo curveados los labios, con las cejas levantadas y una
suave vibración en su pecho, dejando salir una risa que poco se asemejaba a
la felicidad. Archie no soportaba a ese hombre, pero no era nadie para
cuestionar a la mujer de su primo y mucho menos la selección de sus
amistades; pero en su presencia no le permitiría estar junto a un hombre tan
peligroso.
Tendría que hablar directamente con Jason sobre ello, era inquietante,
incluso Annelise buscó advertirla, tal parecía que Daira no tenía idea de
quién era ese depravado, Archie sabía que era un buen actor, lograba
camuflarse efectivamente, escondiendo sus prácticas y deseos tras una
máscara de amabilidad.
Capítulo 36

Jason se tomó la terea de recoger a su esposa junto con su hijo. Desde


hacía buen rato que el niño se mostraba desesperado por la presencia de su
madre, e iba alegre por la calle con su fiel acompañante Bond, el cachorro
que Daira le regaló y que se convirtió en un enorme peludo que seguía
durmiendo junto a su hijo, abarcando gran parte de su cama.
—Compórtate Jack, no te metas en los charcos.
—¡Papá! ¿Podemos llevar algo a mamá?
—¿Algo como qué?
—Hmm… no sé, le gustan mucho los dulces últimamente.
—Ya veo, ¿Qué clase de dulces le quieres llevar?
—Chocolates, le gustan mucho, pero los que tienen cereza, esos le gustan
más —aseguró el pequeño, siendo en realidad que esos eran los preferidos
de él.
—Así que esos son los favoritos de mamá —lo miró con incredulidad—.
¿Estás seguro que no son para ti?
—No, no. A mamá le gustan, en serio.
Al estar de buenas, Jason quiso complacer a su hijo comprándole los
chocolates que naturalmente fue comiéndose en el camino hacia su madre.
Era verdad que a Daira le gustaban los chocolates, pero no los soportaba
desde su embarazo, le provocaban náuseas.
—No Jackson, Bond no puede comer chocolate, le hará daño.
—¡Oh, pobre Bond! —abrazó al perro con cariño—. ¡Lo siento!
—¿Le has dado ya?
—Poquito, pero muy poquito.
—Está bien, no le des más —le tomó la mano, acelerando el paso por la
calle—. Ven hijo recojamos a tu madre.
Al entrar al local que compartían su mujer y su primo, se topó de llano
con la naturaleza: plantas verdosas, grandes y sanas, colocadas en macetas
que estaban colgadas y dejaban caer sus ramas hacia los que pasaban por
los pasillos; era como entrar a un bosque tropical. Al fondo estaba su
mujer, sola, poniendo todo su empeño y meticulosidad en los arreglos
florales que trataba de terminar.
—¡Mami!
—Oh, Jack —sonrió la mujer, colocando una mano sobre su abdomen
ligeramente acrecentado sin siquiera darse cuenta de ello, como lo hacían
las mujeres embarazadas—. ¿Te gustan?
—¡Sí! ¡Son bonitas!
—¿Lo crees? —La mujer sonrió alegremente y clavó la mirada en su
marido—. Hola Jason.
—¿Cómo te has sentido? —se acercó el caballero, colocando una mano
en la espalda baja de su esposa, acercándola para presionar un beso suave
en sus labios—. ¿Has tenido molestias? ¿Náuseas?
—He tenido que correr un par de veces—apuntó hacia la puerta que
conducía a una letrina—. Pero estoy bien, casi lo domino.
—Recuerda tomártelo con calma.
—Jason, puedo con un ligero malestar, este bebé no va a vencer a su
madre siendo tan joven —se tocó con cariño el abdomen.
—¿Archivald no está?
—Tuvo que salir, me dijo que volvería pronto.
—Si te quedas sola, me gustaría que cerraras la puerta.
—Está bien, comprendo la preocupación —aceptó tranquila.
—Lo comprendes, pero dudo que lo cumplas —la miró con advertencia
—. En serio, quiero una promesa por aquí.
—Sí, sí —le quitó importancia con una palmada al aire—. Lo prometo,
no te preocupes tanto por mí. —Ella sonrió y se acercó lentamente a él—.
Jason, sé lo que ocasiona en ti el hecho de que esté embarazada, pero nada
sucederá.
—Has estado enferma hasta ahora —cerró los ojos con pesadez,
presionando su frente a la de ella y rozando su nariz con ligereza—. Apenas
puedes comer o estar de pie sin devolver el estómago.
—Ey —la palma de Daira rozó con una dulzura extrema la mejilla
rasposa de su esposo—. Esto no es nada para mí, soy una mujer fuerte, por
lo que veo, más de lo que imaginas.
—Si no es eso.
—Sé lo que es —sonrió con indulgencia—, pero deja de preocuparte y
disfruta un poco del momento —lo tomó por los hombros y lo agitó
ligeramente—. Vas a ser padre Jason, ¿no te es emocionante? Sé que sí,
porque eres extraordinario en ello.
Tal y como si le hubieran quitado un enorme peso, el cuerpo de Jason se
relajó al punto de perder unos centímetros de altura, mirando a su mujer con
fascinación. Acarició el vientre de su esposa por primera vez sin una
preocupación en sus facciones y sonrió con franqueza al darse cuenta que al
fin comenzaba a crecer.
—Gracias Daira —los ojos grises de Jason brillaban como la misma luna
—. Por todo lo que haces.
—Si no hago nada —dejó salir una risilla divertida y apenada.
—Haces absolutamente toda la diferencia —la besó entonces—. Me has
traído de regreso a la vida, incluso traes vida contigo.
—Siempre has sido bueno con las palabras Jason Seymour. —Ella subió
sus manos hasta pasarlas por el cabello de su esposo, acercándose, pero sin
besarlo—. ¿Es que intentas enredarme para cumplir tus cometidos? ¿Para
dominarme?
—Creo que aún me queda mucho por conquistar, ¿no es cierto? —Jason
pasó sus brazos por la cintura de su esposa y la besó.
Aquella caricia duró más de lo planeado y sólo se rompió gracias a que el
pequeño Jack llevó abajo una maceta, la cual se hizo añicos en el suelo,
asustando a ambos padres.
—¡Jackson, no te muevas! —pidió Jason, soltando a su esposa para
levantar a su hijo—. ¿Te cortaste?
—No, no —dijo asustado, mirando de un lado a otro.
—Oh, bebé, no debes asustarte, no ha pasado nada —concilió Daira,
agachándose para recoger las partes rotas.
—Daira, no debes hacer eso —Jason se inclinó con todo y niño, tomando
el brazo de su esposa para levantarla—. Por Dios, estás embarazada mujer,
ten cuidado.
—Pero si sólo intentaba…
—Ey, ¡Daira, tengo noticias de…! —Pridwen sonrió al ver el pequeño
desastre que había en el lugar—. ¿Necesitan ayuda?
—No —sonrió Daira, tocando ligeramente a su esposo para que la soltara
y poderse acercar a su amiga—. ¿Qué ocurre?
—Es Archivald —Pridwen tendió una nota—. Dice que tendrá que salir
del país, recomienda que no abras la tienda tú sola.
Daira se adelantó y tomó la carta dirigida hacia ella para leerla.
—¿Por qué recomienda eso? —se acercó Jason, manteniendo al revoltoso
niño en brazos pese a que este se quisiera bajar.
—No lo sé —frunció el ceño la rubia—. Quizá porque el conde de
Melbrook estuvo aquí, así como lady Annelise.
—¿Annelise estuvo aquí?
Daira lanzó una mirada indescifrable a su marido, para después enfocarse
nuevamente en la carta de Archivald. Algo dentro de ella comenzó a hervir
al punto de casi ponerse colorada, no sabía qué era, pero le molestaba tanto
como las náuseas por el bebé.
—Sí, estuvo aquí —dijo con un tono cortante, hosco y casi agresivo—.
De hecho, creo que algo ocurre entre ella y el señor Eldegard, parecían
discutir por algo, incluso me dijo que me alejara de él. —La mujer pensó
por un momento—. Ahora que lo pienso, el conde Melbrook parecía
preocupado porque ella se le enfrentara, creo que esos dos se gustan, se
lanzaban unas miradas...
—¿En serio te dio esa impresión? —se sorprendió Jason.
—Sí, lo hizo. —Daira lo miró—. ¿Te es imposible de creer?
Pridwen elevó ambas cejas y dejó salir una ligera carcajada que fue
estratégicamente cubierta por una mano sobre sus labios. Jason miró sin
comprender a su esposa, quién ya estaba ocupada limpiando los trozos de la
maceta que Jack tiró.
—Te dejo con esto, galán. —Pridwen le palmeó el hombro y se marchó
en medio de una carcajada que fue recriminada por una enfurecida Daira.
—Mi amor, por favor —se acercó Jason—. ¿Me explicas?
—¿Explicar qué cosa?
—Pues… —El hombre buscó la mirada de su esposa, cuando de pronto
algo más llamó su atención—. ¡Ey, Jackson! No arranques las hojas de las
plantas, les dolerá.
—¡¿Les duele?! —se impactó el chiquillo, alejando la mano y también a
Bond, quién mascaba otra.
—Sí, no tocar. —Dicho esto, el hombre regresó la mirada a su enervada
esposa—. Así que… ¿El conde y Annelise?
La desconfianza seguía invadiendo la mirada de la joven mujer, quien se
alejó varios pasos con las manos colocadas en su vientre de forma
protectora, lanzando una mirada extraña hacia su esposo, quien elevaba una
ceja en total desconcierto.
—Si tienes tanto interés, puedes ir a preguntárselo tú mismo, pero creo
que están enamorados. —Ella se alejó de su toque cuando Jason intentó
tomarla en brazos.
El comportamiento evasivo de Daira era anormal, Jason parecía
confundido no sólo por su esposa, sino porque no podía creer que alguien
fuera capaz de enamorarse de un hombre como el conde de Melbrook, sin
mencionar el poco sentido que tenía, puesto que no hacía mucho que
Annelise trató de recuperar su relación con él, acaso… ¿Trataba de darle
celos al hombre que en realidad quería? Era una opción factible, con la
añadidura de que, al mismo tiempo, le hacía daño a Daira, su rival para el
cariño del conde.
—Vaya, supongo que tu cuñada lo llevará mal —divagó Jason,
acariciando una hoja verde de un helecho—. Pobre Lina.
—Sí, pobre. —Daira tensionó la mandíbula—. Aunque tampoco sufre
mucho ¿cierto? Tú puedes dar crédito de ello.
Jason levantó la mirada, enfocando a su enojada esposa.
—Daira, ¿qué he dicho?
—Pareces demasiado interesado en ellas —se volvió hacia otra planta,
comenzando a limpiarla—. Si tan preocupado estás, deberías ir a
consolarlas ¿no? Eres bueno en ello.
—Muy bien señora —sonrió, acercándose para capturarla entre sus
brazos—. ¿Qué ocurre contigo?
—Suéltame Jason —trató de apartar sus apretados brazos.
—Por favor cariño, trataba de hacer conversación. Ellas no me importan,
estoy plenamente enfocado en ti.
—No te creo, aún sientes algo por Annelise.
—Daira, sé que gracias al bebé tus emociones están a flor de piel, pero
quiero que te quede claro que sólo estoy enamorado y al pendiente de ti —
le acarició la mejilla—. ¿De acuerdo?
Ella giró los ojos, asintiendo sin ganas y con la única intención de que la
soltara. Jason comprendió su molestia y sabía que no debía forzarla más o
en serio habría una pelea entre ellos.
Además, sus dudas eran justificadas, él mismo titubeó en más de una
ocasión al estar frente a Annelise, pero no más, quería estar junto a su
esposa y cuidar a su hijo. Sin embargo, no podía dejar de preocuparse por la
mujer que en algún momento fue su pareja, no le guardaba rencor, por el
contrario, gracias a ella comprendió en gran medida el dolor que puede
tener una mujer durante el embarazo, sobre todo cuando descubrían que en
realidad no ansiaban ser madres. Todo aquello dio pie a un comportamiento
diferente para con su esposa actual, quien a pesar de que quería al niño en
su vientre, podía pasarlo bastante mal durante su estado de gestación.
—¿Jason?
—¿Eh? ¿Sí? —enfocó sus sentidos en su descompuesta esposa.
—Quiero comer algo —pidió—. ¿Podemos ir a Le Rouse?
—Sí, claro —aceptó sin más—. Ve por tus cosas, trataré de hacer que
Jackson acepte que Bond se vaya con Carlo de regreso a casa.
—Buena suerte con eso —sonrió la joven, pero antes de moverse, se
volvió a su esposo—. Jason, ¿has sabido algo del vizconde Valcop?
—No. Pero no te preocupes por eso, no permitiré que te pase nada —
sonrió Jason, acercándose a ella—. Ahora ve por tus cosas.
—Ahora que no estará Archivald, preferiría no abrir el local, me siento
un tanto insegura de estar sola.
—Me parece bien —Jason permitió que su mirada se clavara en un sitio
lejano mientras su cabeza divagaba con el tema—. En definitiva, estarías
demasiado expuesta, no quiero que te lo topes en soledad jamás, ni tampoco
al conde Melbrook ni a Annelise.
—¡Papá! Hora de ir a comer.
Jason se volvió hacia su hijo.
—Sin Bond, ¿verdad Jackson?
—¡Con Bond! —chistó el niño, colgándose del cuello del perro.
—Cariño, será mejor que dejemos a Bond en casa, sabes lo mucho que le
gusta correr y en el restaurante lo regañarán todo el tiempo, se sentirá triste,
¿no lo crees? —intentó su madre.
—Bueno… a mí no me gusta que me regañen.
—Exacto, a Bond tampoco.
—Está bien, pero sólo por un ratito pequeño.
—Trato hecho.
La familia salió tranquilamente del lugar de trabajo de la mujer,
sonriendo y charlando amenamente entre ellos. Para ese momento, la gran
mayoría de la sociedad sabía del embarazo de la nueva esposa del señor
Seymour, lo cual les parecía un tanto inesperado debido a que la gran
mayoría pensaba que Jason terminaría cediendo ante el cariño que sentía
por su primera esposa.

Era la tercera vez que ese hombre llegaba a acosarla, su mirada afilada la
buscaba como un cazador a su presa. Para ese momento, había puesto sobre
aviso a las personas que se encontraban a su alrededor, pero tal y como si
ese hombre saliera de las sombras, lograba encontrarla en los momentos de
mayor vulnerabilidad, provocándole náuseas al punto de casi hacerla
vomitar.
—¡Déjeme tranquila!
—Mira princesa, normalmente no me importarían tus comentarios, pero
te atreviste a hacerlos frente a ella —dijo el vizconde Valcop— ¿Por qué te
metiste? Es beneficioso para ti que ella desaparezca.
—Me equivoqué con ella —negó pesarosa—. Es mejor de lo que pensé
—lo miró con furia—. ¡Y no merece ser amenazada por ti!
—Vamos, vamos Annelise, cuando mis ojos estuvieron posados en ti
estabas más que halagada.
—Y después descubrí quién eras. —El rostro de la mujer demostraba el
desagrado que sentía por el sonriente vizconde.
—¿Quién se supone que soy, princesa?
—Un cerdo, eso es lo que eres.
—Esa mujer me correspondía —tomó su cuello y la pegó a una pared, no
la ahorcaba, pero sí la amenazaba—. Su hermano ya había cerrado el trato,
deberíamos estar casados desde hace mucho.
La mujer pateó la espinilla del vizconde, alejándose rápidamente. No
parecía nerviosa, ni atemorizada, por el contrario, esa mujer había
experimentado ese tipo de acosos, sabía cómo lidiar con los hombres del
estilo, pero estaba segura que éste en particular era mucho más peligroso
que los demás.
—Está casada con otro y espera un hijo de él, ¿Qué te propones?
El hombre dejó salir una carcajada, tomando las palabras de esa mujer
como divertidas. Francamente no podía creer que estuviera preocupada por
alguien que no fuese ella misma, el vizconde conocía a Annelise, era una
mujer decidida y obstinada, normalmente egocéntrica, pero parecía ser que
algo estaba cambiando.
—No lo sé, los niños son fáciles de perder.
Annelise se volvió con rapidez, furia iluminando su mirada de forma
peligrosa y amenazante.
—Eres asqueroso, ella quiere a su hijo y Jason también.
—¿Quién dijo que no tenías corazón? —explotó en una risotada burlesca
—. Ahora resulta que te interesa mantener la relación de tu exmarido, ¡no
me hagas reír!
—Son buenas personas, ya en una ocasión arruiné la vida de Jason, no
pienso volverlo a hacer.
—Ah, ya entiendo —dijo con gracia—. Así que el conde al fin te ha
hecho caso y eres feliz.
—El conde Melbrook no tiene nada que ver —su voz sonó
apesadumbrada—. Me doy cuenta que tampoco tengo oportunidad ahí y no
es culpa de Daira.
—Pero cuanto has madurado en cuestión de días.
—Ya lo venía pensando —se justificó—, pero hablar con ella en
persona… enfrentarla, no sé, algo me hizo cambiar.
—Por favor Annelise, eres una cínica, hasta hace unos días te veía
coqueteando con Jason Seymour y él te correspondía. Podrías volver a
recuperarlo todo, incluso tú fuiste quien me lo propuso ¿recuerdas? Eras
parte del plan cuando el odio entró en ti.
—No. No se lo merecen, Jason es bueno y Jack necesita una madre, y
definitivamente yo no lo soy.
—Bien, debido a que ya cambiaste toda tu mentalidad, te pido que
mantengas tu nariz fuera del asunto ¿entendido? Aunque según tú te hayas
reformado, yo aún tengo planes.
—No te conviene meterte con Jason, Valcop, lo digo en serio, sobre todo
si está esperando un hijo con esa mujer.
—Poco me importa, ella confía en mí hasta ahora —la miró con
advertencia—, espero no tener otra intervención de tu parte o haré que te
arrepientas de seguir con vida.
—Me iré en unos días —levantó las manos—. No es necesario que
vengas a mi casa a amenazarme.
—Bien. Entonces, princesa, te dejo.
Annelise hizo una mueca parecida a una sonrisa, resultando una total
muestra de desagrado. Era verdad lo que había dicho, planeaba irse, pero no
lo haría sin antes advertirle a Jason y a la misma Daira sobre el peligro que
corrían al estar cerca de Valcop.
Tenía la mala suerte de conocer bien a ese hombre, demasiado bien,
estuvieron juntos en muchas desventuras y sabía de lo que era capaz. No le
importaba del todo la seguridad de Daira, quien seguía siendo la causa de su
corazón roto, pero definitivamente no quería arruinar la vida de un hombre
como Jason y la de su hijo a quien nunca pudo querer como debía hacerlo,
pero al menos le proporcionaría una madre que estuviera a la altura de sus
expectativas.
—¿Annelise? ¿Por qué recibiste a ese hombre? —amonestó Sophia—. La
pobre Jossie está aterrada por tenerle que abrir.
—No aceptaría un no por respuesta —dijo la joven con desinterés.
—¿A qué te refieres? —frunció el ceño la duquesa—. ¿Por qué te
conoce? ¿Te ha hecho daño?
—No, pero enfurecerá dentro de poco, necesito de tu ayuda.
—Algo me dice que no me agradará tu petición.
—Es por su bien, lo aseguro.
—No lo citaré para que se vea contigo Annelise, aprecio a Daira y ella
está en cinta, Jason debe estar al pendiente de ella.
—Lo sé, eso es lo que me tiene tan preocupada, de no decirlo yo, ella
correrá un grave peligro, te lo aseguro.
Sophia parecía dudar de su proceder, mordía sus labios y se removía
incómoda en su lugar.
—No querrá venir con lo ocurrido en la última ocasión.
—Dile que me he ido, inventa algo Sophia, pero debo verlo.
—Oh, Dios santo, algo me dice que me meterás en problemas.
—Eso significa que lo harás, ¿No es verdad?
—Sí, lo haré —llevó una mano a su frente en muestra de su desconcierto
—. Espero que cumplas y no sea una mentira.
—Lo juro por mi vida, Sophia —levantó una mano, enseñando la palma
a su cuñada—. Lo hago por Jason y mi hijo.
—Espero que lo digas en serio —la miró en advertencia, negando un
poco con la cabeza al recordar otras ocasiones en las que confió en esa
mujer—. ¡Izel! Necesitamos papel y bolígrafo.
La doncella corrió a traer los instrumentos para su señora y esperó
pacientemente mientras la duquesa escribía con elegante caligrafía, se
notaba que fue escrita con presura, pero se conservaba legible.
—¿A dónde he de llevarla, mi señora?
Sophia cerró los ojos por unos segundos, para después cuestionar a su
cuñada con la mirada. Annelise asintió un par de veces, mirando hacia la
carta con cierta ansiedad.
—A casa de James Seymour, Izel, dile que es de suma urgencia.
—Sí, mi señora.
La muchacha salió corriendo como si su vida dependiera de ello. Sophia
por su parte, esperaba no haberse equivocado en ayudar a su cuñada.
Annelise se veía tan ansiosa y preocupada, que lo mínimo que podía hacer
por ella era tratar de ayudarla, esperando que también estuviera haciéndole
un favor a su primo.
Mientras las mujeres esperaban la respuesta, el nerviosismo incrementó
al punto del desquicio. Sophia en más de una ocasión trató de hacer que su
cuñada se sentara o por lo menos que bebiera un té para que se relajara,
pero todo fue en vano.
—Al menos podrías decirme qué es lo que te tiene en este estado de
ansiedad, Annelise, te aseguro que me estás poniendo igual.
—Es importante, lo es, en serio —siguió moviéndose de un lado a otro
—. Es por el bien de ellos, juro que no haré nada en contra…
Dos toques a la puerta interrumpieron la conversación, dando entrada a la
joven doncella con una clara disculpa marcada en su semblante al traer
malas noticias a sus señoras.
—¿Ha dicho que no quería venir?
—Mi señora, fue lady Daira quien recibió la nota —apretó los labios—.
Ella estaba tan…
—¡Furiosa! Eso es lo que estaba —Sophia se puso en pie y caminó de un
lado a otro—. ¡Sabía que era una mala idea! Dios mío.
—¿Leyó la carta? ¿Se la entregó a su marido?
—Sí, mi señora, se molestó y se llevó la carta con ella, escuché que
discutían antes de que me echaran de ahí.
—¡Dios santo! ¿En qué estaba pensando al aceptar mandar la nota? —
negó Sophia—. Ahora pensará que yo estoy de celestina entre ustedes,
¡Dios mío! Estará tan furiosa, ¡Y con razones!
—Iré a arreglar las cosas —aseguró Annelise.
—No —Sophia posó una firme mano sobre el brazo de su cuñada—. Eres
la persona menos indicada.
—Pero es mi culpa.
—Es mía, yo fui la que escribió la carta.
—Se está mal interpretando, no quiero separarlos.
—Eso no importa, ahora habrá que pensar en cómo solucionarlo.
—Jason no me querrá ver ni en pintura. —Annelise apretó los ojos—. Es
importante que lo vea.
—Justo ahora, no querrá vernos a ninguna de las dos.
—Quizá si John…
—No —la cortó—. No le diremos tal cosa, se molestará y te aseguro que
no intervendrá a nuestro favor.
—¡Dios! —Annelise se sentó en una silla con desgana y meditó en su
hacer—. Es imperativo que hable con ellos.
Capítulo 37

Había olvidado lo que era llorar durante tanto tiempo. Era usual en ella
el comportarse recatada, contenida, perfecta. Pero en esos momentos le era
imposible, simplemente sentía ganas de pelear, de gritar y de derramar su
sufrimiento en lágrimas que lavaran la sensación de tristeza de su interior.
—Mi amor, por favor —Jason seguía ahí, presenciando la escena desde
que esta comenzó—. Te lo aseguro, jamás…
—No me mientas —susurró y derramó más lágrimas—. Por favor Jason,
no me mientas más.
—Daira. —Tomó asiento junto a ella en la cama, tratando de tocarla,
pero alejándose un poco al verla tensionarse—. ¿Cómo quieres que te
explique que no me veo con ella?
—¡La besaste! —recriminó en un llanto lleno de amargura—. ¿Quién
puede decirme que nada más pasó?
Jason recordó aquella noche en el hotel, cuando tuvo que salir corriendo
para no incumplir sus votos matrimoniales, para no traicionar a la mujer que
tenía recostada en la cama y llena de dolor.
—Mi amor ¿puedes al menos mirarme?
—No —apretó su rostro contra la almohada—. No quiero y no puedo
hacerlo, no puedo dejar de llorar.
—Ven —la tomó de los brazos con cariño—. Le hará mal al bebé y a ti
también, te estás haciendo daño por nada, te lo aseguro.
Con ayuda de él, Daira logró sentarse sobre la cama, tomándose el
vientre como precaución, tratando de no incomodar demasiado al bebé en
su interior. Jason la acercó hasta que quedó sentada sobre su regazo, le besó
las mejillas por donde seguían resbalando lágrimas, besó su nariz, sus
párpados y labios con sutileza, pidiendo permiso en cada toque, esperando
no ser rechazado.
—Jason yo… —la voz de Daira volvió a quebrarse, viéndose en la
necesidad de esconder su rostro en el hombro de su esposo.
—Ya mi amor, ya —acarició su cabello y espalda—. No sé por qué se
atrevieron a mandarme tal carta, pero no tengo nada que ver con ella, ni
siquiera sé por qué Sophia accedió a intervenir.
—Quiere que vuelvas con ella. —Los labios de Daira estaban pegados al
cuello de su esposo, por lo cual él pudo sentir cada movimiento mientras
hablaba—. ¿Por qué otra razón lo haría?
—Dudo que sea cierta esa suposición.
Los brazos de Daira se apretaron con más fuerza alrededor del cuello de
su marido, faltando poco para asfixiarlo.
—Si no la hubiese interceptado yo, ¿habrías acudido?
Jason suspiró.
—Te lo habría consultado —la apretó contra sí cuando la sintió
removerse—. Eh, eh. Me preocupa lo que dice, hablo en serio, dice que
estás en peligro.
—Es una forma muy baja para poder verte, seguro no es nada.
—Muy bien, mi amor —la recostó sobre la cama, tomando prisioneras
ambas manos—. Ya que no estás escuchándome, tendré que demostrártelo
cuantas veces sean necesarias.
Ella lo miró con el ceño profundamente fruncido.
—¿Qué hay del bebé?
—¿Qué con ello?
—Bueno… ¿no lo lastimará?
—No, no lo hará.
Daira ladeó la cabeza.
—No quiero.
—Daira, no podemos seguir discutiendo por algo que no pasó, ni pasará
nunca, tan sólo quiero estar contigo —le besó el cuello, los hombros y el
inicio de sus pechos—. ¿Puedes creerme? Te amo.
—Jason… —ella apretó los labios y se removió incómoda en su lugar—.
¿Crees que podamos… sólo dormir?
—¿Permitirás que te abrace mientras dormimos?
Daira lo pensó por varios minutos, pero al final, estaba cansada y no
quería dormir sola, porque ya se sentía sola.
—Sí, puedes hacerlo.
—Entonces vayamos a dormir.
Jason se puso en pie para apagar las luces, observando los movimientos
de su esposa, quien se metía a la cama sin dirigirle ni una mirada. Su rostro
pálido reflejaba tristeza y cansancio, tal parecía que su alma hubiese
abandonado su cuerpo. Era justo lo que Jason había deseado evitar, era
esencial que su embarazo fuese tranquilo, no deseaba revivir el pasado.
—Daira, creí que dijiste que podía abrazarte.
—Lo sé, pero… —mordió sus labios—. Me siento incómoda.
El hombre dejó salir un suspiro, acercándose a la espalda de su esposa,
deslizando lánguidamente su mano sobre las curvas del cuerpo de su mujer,
escuchándola suspirar, sintiendo cómo su piel reaccionaba bajo su toque.
Pero era testaruda y no se movía, era una fortuna que al menos no se
alejara.
—Mi preciosa esposa —se agachó hasta besar el hombro fresco que se
exponía desnudo ante la noche—. ¿Qué puedo hacer para que el enojo deje
tu cuerpo de una vez?
—No tengo respuesta para ello.
—Daira —le acarició el vientre con cariño—. Ustedes son lo más
importante para mí: Jackson, el bebé y tú, son todo lo que tengo.
—Será mejor callar e ir a dormir —aconsejó para no seguir peleando por
lo mismo—. Estoy cansada, demasiado.
—¿Tienes dolores? ¿Algún calambre?
—Me duelen un poco las piernas y los brazos —se removió, buscando
aliviar la incomodidad de la que hablaba.
—Bien —se sentó en la cama y tomó una de las piernas de Daira,
sacándole un gritito—. Aliviaré tu dolor.
—Pero ¿qué haces Jason?
Daira se recostó boca arriba, soltando un suspiro cuando las manos de su
esposo comenzaban a dar apretones a lo largo de sus piernas, los pies y
después los brazos, dando un agradable masaje que la relajó hasta quedar
completamente dormida.
Jason siguió con su trabajo por un buen rato hasta que consideró que el
dolor debía haber desaparecido o al menos aminorado. La acomodó y
arropó, acercándose a ella hasta quedar pegado a su espalda, con un brazo
bajo su cabeza y otro alrededor de su cintura, acariciando el vientre en
crecimiento.
Le gustaría poder decir algo para que las inseguridades de su esposa se
esfumaran para siempre, pero era imposible, Daira se mostraba dudosa con
todo lo relacionado con Annelise, era una incertidumbre que
desafortunadamente siempre cargaba, importando poco que le dijera lo
contrario o que se lo demostrara todos los días.
El pensar en ello lo llevó nuevamente a Annelise y la nota que le mandó.
Lo ponía nervioso, no por nada Sophia aceptó interceder por ella, dudaba
que estuviera pensando en volver a emparejarlos, debía haber alguna razón
por la cual era tan apremiante esa nota.
El conde soltó un pronunciado suspiro, provocando que Daira se
removiera hasta volverse a él, abrazándolo con fuerza, enterrando el rostro
en su pecho, aferrándose con tal ímpetu a su camisa de dormir, que incluso
pareciese que estaba despierta. Jason acarició el cabello de su esposa hasta
que volvió a quedarse inmóvil y siguió durmiendo.
No sabía cómo lo haría, pero debía hablar con Sophia o, en dado caso,
con Annelise.
Se quedó dormido después de unos momentos de acariciar y recordarse
lo importante que era la persona que dormía entre sus brazos. No la
perdería, no haría nada para que ella tomara la decisión de dejarlo, porque
la creía capaz de ello, Daira no era una mujer que se dejara avasallar y no
quería jugar con las probabilidades.
Al día siguiente, Jason despertó cuando la sintió abandonar la cama en
medio de un gemido pesaroso y una corrida al baño. Le pareció extraño que
estuviese experimentando náuseas cuando desde hacía unos meses que el
síntoma había desaparecido. Siguió sus pasos y la abrazó por la espalda,
siendo el soporte que ella necesitaba para mantenerse inclinada sobre el
retrete.
—¿Qué ocurre? —le besó la cabeza con preocupación—. Pensé que ya
estabas mejor con este síntoma.
—No sé qué pasa —los escalofríos recorrían su cuerpo.
—Tranquila, intenta respirar, no te asustes.
—Estoy bien, no pasa nada —se limpió los labios con el dorso de la
mano—. Iremos a casa de Adrien esta tarde ¿verdad?
—Dependerá de cómo te encuentres, ¿de acuerdo?
—Quiero ir Jason, sabes que las náuseas se pasan conforme avanza el día
—dijo la joven, aceptando que su esposo la levantara y la llevara de regreso
a la cama.
—Bien, ya lo veremos. De todas formas, acepté la invitación, pero en
caso de que te sientas mal, te aseguro que Pridwen lo dejará todo con tal de
venir a hacerte compañía.
—Pero también quiero ver a North, Nil, Declan y Lance.
—¿Por qué los quieres ver a ellos?
—Son divertidos, me agradan y siempre tienen historias interesantes qué
contar, ¿no te parece?
—Sí, son agradables.
Jason aprontó la quijada, a veces detestaba que su mujer fuera tan
hermosa, Daira era el deseo escondido de todo caballero, lo sabía
perfectamente, en más de una ocasión, los celos lo invadieron sin sentido
alguno. Su mujer nunca daba pie a que le faltaran el respeto, pero aun así
peleaban a causa de ellos. Confiaba en los amigos de su primo, incluso los
consideraba buenas personas, pero seguían siendo hombres, con deseos e
intenciones ocultas.
—¿Dónde estará Jack? Se me hace raro que no esté aquí, ya debe estar
despierto, ¿Puedes ir a buscarlo?
—Iré a buscarlo, pero quiero que intentes estar tranquila.
El conde bajó las escaleras a sabiendas que a Jackson le gustaba salir al
jardín junto con su fiel perro Bond. Solían correr y juguetear por varias
horas antes del desayuno, cortando flores que estarían destinadas a las
manos de su madre, quien las agradecería como si le estuvieran dando
lingotes de oro.
Salió de la casa, topándose con la imagen de su hijo con su perro, pero en
compañía de una mujer que él reconocería a kilómetros de distancia: el
cabello rubio, la piel tostada y los ojos de su antigua esposa eran
inconfundibles. No lo dudó y caminó con fastidio hacia ella, quien se
estremeció al escuchar el primer grito de advertencia para el niño que de
inmediato obedeció y corrió hacia su padre para ser tomado en brazos.
—Jason… necesito hablar contigo.
—Has ocasionado suficientes problemas con esa nota, no quiero que
Daira te vea aquí, ¿entendido?
—Sé que ella pudo mal interpretar mis intensiones, pero hablo en serio
cuando te digo que ese hombre no es alguien en quien deba confiar, es
malvado y…
—¿De quién hablas? ¿Del conde Melbrook? —elevó una ceja—. A lo
que dijo Daira, parece que hay una atracción entre ustedes.
—¡¿Qué?! —Annelise se sonrojó notoriamente.
—Veo que es verdad —la recorrió con la mirada—. ¿Me estabas
utilizando para darle celos a un hombre casado? —negó—. Eso es caer
demasiado bajo Annelise.
—Yo… lo sé —cerró los ojos—, no quise lastimarte.
—No me lastimaste, pero a Daira sí —apuntó hacia la casa—. No quiero
verte aquí, por favor vete.
—Al menos escúchame.
—Aquí no —aceptó, lanzando una mirada hacia la ventana de la
habitación de su mujer—. Quiero hablar contigo sobre ello, ¿irás a la fiesta
de Adrien?
—Sí.
—En ese caso te veré ahí, yo te buscaré ¿de acuerdo?
—Sí.
—Ahora vete.
La mujer se inclinó ligeramente, con la alegría marcada en su semblante.
Se acercó un poco al niño que se mantenía distraído con una mariposa que
volaba a sus alrededores. Quiso tocar su mejilla, pero el padre del mismo lo
alejó a tiempo para que no lo hiciera.
—Jason, no quiero hacerle daño.
—Eso lo sé, pero no debe permitir que alguien a quien no conoce se le
acerque con tales libertades.
—Papá, quiero ir con mami —susurró el pequeño.
—Sí hijo, ahora te llevo —aceptó el hombre, colocando al niño en el
suelo y dándole la mano—. Nos veremos luego.
—Gracias por escucharme Jason, te aseguro que quiero lo mejor para
ustedes, para toda tu familia.
—Claro… —Jason no podía más que dudarlo—. Vete ahora.
La mujer tomó camino a la salida con una sonrisa resuelta que hacía
dudar aún más al hombre que había acordado una cita con ella.
—Papá, ¿quién es ella?
—Nadie, no debes acercarte jamás a ella, ¿qué era lo que te estaba
diciendo Jackson? Pensé que tu madre ya te había advertido de no hablar
con desconocidos, mucho menos si estás solo.
—Bond estaba conmigo.
—Lo sé, pero no eran mamá o papá.
—¿Qué hay de Maribell y Soland?
—Me refiero a alguien con quien nosotros no te encarguemos.
—Ah, bueno, ella decía que estaba guapo y que le gustaba mucho mi
Bond, ¿A quién no le gustaría Bond? —abrazó al animal de pelaje blanco
—. ¡Bond es el mejor!
—No quiero que lo vuelvas a hacer, ¿entendido?
—¿Qué hago entonces?
—Corres a la casa, o llamas a alguien.
—Bien, corro o grito.
—Ve con mamá —pidió el hombre—. Necesita muchos abrazos de tu
parte esta mañana.
—¿Está enferma?
—Un poco.
—¡Yo salvaré a mami! —gritó el pequeño, hablando a su perro antes de
correr al interior de la casa.
—No es una buena idea —se escuchó una voz a sus espaldas.
—Sé que no es lo mejor, pero algo en ella me pareció sincero.
—Creo que tus sentidos están nublados, como siempre cuando estás con
ella —dijo Lucca, posándose junto a Jason.
—No estoy interesado en ella, sino en mi esposa.
—Y ella lo sabe, ¿Qué no ves que quiere destruir tu felicidad?
—Sé que no piensas lo mejor de ella…
—Jason, ¡Por favor! —se exasperó Lucca—. Tú mismo acabas de decir
que te utilizó para darle celos al conde y con el mismo golpe atormentó a
Daira, llevándola al punto en que no puede confiar en ti ni en el cariño que
sé que le profesas ahora.
—Lo sé, no ha actuado bien, pero siento que es sincera ahora.
—Eres un iluso, arruinarás tu matrimonio, porque me imagino que no le
dirás a tu esposa de este encuentro que has planeado.
—¿Dónde demonios estabas escondido que escuchaste todo?
—Soy habilidoso —se cruzó de brazos.
—Tendrás que ayudarme con esto —pidió—. Ella estará entretenida con
los amigos de Adrien, pero tú tienes que cuidar que no le pase nada
mientras no estoy.
—Sí, sí. Aunque no mentiré si me lo pregunta.
—No le digas nada y listo.
—Daira me cae bien.
—¡Lo sé! Pero no es el punto aquí, la amo y quiero protegerla. Algo me
hace pensar que estoy dejando pasar algo importante.
—Sería mejor que le dijeras a tu mujer.
—No me lo permitirá, está segura que entre Annelise y yo hay algo,
siente demasiada inseguridad con respecto a eso.
—Ah claro, seguro ella se imagina cosas, no debe temer que su esposo
planeé verse con ella a escondidas. —Lucca negó—. No sé hermano, mejor
sé claro y dile la verdad.
Jason razonó por unos momentos, asintiendo levemente.
—Sí, quizá deba hacerlo.
—¡Jason!
—Hablando de ello —sonrió Lucca, volviéndose hacia la hermosa mujer
embarazada que caminaba hacia ellos.
—Hola Lucca —sonrió la joven de forma despampanante—. ¿Se quedará
a desayunar?
—A eso he venido primita —le besó la mejilla a modo de saludo y se
marchó en seguida, a sabiendas de la conversación que tendría lugar entre la
pareja.
—Fue una huida rápida —apuntó Daira con un dedo acusador.
—Digamos que es supervivencia —Jason estiró una mano para que ella
la tomara—. Ven, vamos a dar un paseo.
—Me estás asustando —aceptó caminar junto a él—. ¿Qué pasa?
—¿Te sientes mejor?
—He pedido algo especial para desayunar —asintió alegre, sintiéndose
ligeramente mimada por todos en la casa.
—¿Qué has pedido?
—Bueno algo salado, algo dulce y algo ácido —se inclinó de hombros—.
De todo un poco, tengo gustos raros últimamente.
—Me he dado cuenta.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan serio?
—Tengo que hablar contigo sobre algo. —La sonrisa de Daira se
difuminó en cuestión de segundos—. Trata de escuchar.
—Es sobre la carta —entendió la joven—. Quieres ver a Annelise.
—Sí —la tomó de los hombros para que no pudiera alejarse de él—. Por
favor, quise decírtelo para que comprendas la índole del encuentro y no
dudes de mí.
—Eso quiere decir que ya has decidido.
—Annelise estaba aquí con Jack cuando salí a recogerlo.
—¡Ella piensa que esta sigue siendo su casa!
—No. Más bien, la veo preocupada —se acercó un poco más—. Por
favor Daira, vayamos juntos.
—No, yo no voy, no quiero volver a presenciar un beso entre ustedes, en
el pasado me desconcertó, pero ahora —ella tocó su vientre
inconscientemente—. Ahora me podría afectar en verdad.
—Daira no será un encuentro de amor, pero si no quieres venir, lo
comprendo, aun así, tengo que hablar con ella sobre la nota.
—¡Agh! —Daira caminó de un lado a otro, después se detuvo, miró hacia
un árbol a la distancia y suspiró—. Que Lucca vaya contigo, de otra forma
no lo aceptaré.
—Él va a cuidar de ti.
—No. Lucca me dirá la verdad, aunque me duela —lo miró—. Me
aprecia lo suficiente, por eso quiero que vaya contigo.
—No hay necesidad de un chaperón porque no pienso hacer nada malo.
Pero si eso te dará tranquilidad, perfecto, que venga conmigo.
—Bien.
—Pero tú te quedarás junto a Adrien y a Pridwen ¿entendido?
Ella se cruzó de brazos.
—Bien.
—Por favor, Daira —le acarició los brazos—, no te molestes.
—Estoy furiosa —no negó su sentir—. Pero si estás tan seguro que ella
quiere hacer algo bueno por nosotros, le daré la oportunidad.
—Cuando llegó dijiste que no pensabas que quería meterse entre
nosotros, incluso mencionaste que no era mala.
—Eso fue antes de que te besara y se te insinuara en no sé cuántas
ocasiones —dijo enojada—, las que presencié y las que seguramente me
estás escondiendo.
—Cariño…
—No quiero hablar más del asunto —lo interrumpió—. Nada hará que
esté más contenta, así que no lo intentes siquiera.
—Lo último que quiero es que vivas en la incertidumbre.
—Es algo que no podemos evitar de momento.
—Daira, te amo, en serio lo hago.
—Ese amor llegó junto con el bebé, antes de ello…
—Ya lo sentía y lo sabes.
—No Jason, quizá te sentó bien el hecho de que nuestra relación creciera
al punto de la intimidad, pero ¿confianza? ¿Anhelo? ¿Cariño? Eso llegó
mucho después, más bien, llegó debido a tu miedo de que padezca lo mismo
que Annelise —suspiró cansada—. Pero no soy ella y no sé si te agrade del
todo que no lo sea.
—Daira…
La melena castaña de la joven voló cuando dio media vuelta, incluso
golpeando la cara de su marido debido al impulso que puso en aquel
movimiento. Se alejó en dirección a la casa, sin dignarse a dirigir otra
mirada a su marido. Jason suspiró, al menos ella estaba informada y no
actuó a sus espaldas, de alguna forma tener su aceptación lo hizo sentir más
seguro de su actuar.
Era una lástima que ella no comprendiera que la amaba, odiaba que
pensara que todo nació gracias a que se embarazó, eso distaba de la verdad,
pero para esos momentos, no sabía qué más hacer para que Daira entendiera
que no necesitaba que fuera Annelise, eran personas diferentes, amores
distintos e importantes en su tiempo.
Pero era a Daira a quien elegía para el resto de su vida, no haría nada
para defraudarla o hacerla dudar, la amaba y no podía siquiera medir el
alcance de ese cariño, tan sólo sabía que daría todo por ella.
Capítulo 38

Las fiestas de Adrien Collingwood eran famosas al ser centro de


desastres y buenas familias. Más de un compromiso se concertó en alguna
de aquellas veladas, por lo cual era imperativo para muchas jovencitas y
caballeros de buena cuna ser invitados; debido a ello, el joven Collingwood
era siempre asediado, no había persona que no buscara congraciarse con él
y, si les era posible, ganar su amistad.
—Adrien, tu casa está a reventar como siempre —sonrió Jason,
abrazando a su primo con afecto.
—Lo sé, creo que a algunos ni los invité yo, pero para estos momentos,
ya no puedo recordarlo. —Adrien bajó su mirada hasta toparse con el
pequeño Jack—. Hola campeón ¿y tu perro?
El niño se cruzó de brazos y miró a su padre con molestia.
—No saques el tema a la luz —Jason pasó sus ojos por la fiesta y sonrió
—. Creo que ya sabemos a quién culpar sobre los invitados que no conoces,
mira lo felices que están Nil y Lance.
—Sí, ya lo había pensado. —Los ojos verdes del futuro duque se
volcaron entonces hacia la presencia hermosa y ensimismada que era la
mujer de su primo—. Hola Daira, supongo por tu semblante que este tonto
te habrá hecho enojar.
—Hola Adrien —habló con una voz baja pero muy clara, era más que
obvio que estaba disgustada con Jason.
—Si te da problemas —le pasó un brazo por los hombros— dímelo a mí,
yo sigo siendo su primo mayor.
—Cállate Adrien, pareces el menor de todos nosotros.
—¡Daira! —Pridwen corrió hacia ella y la fundió en un abrazo que por
poco las manda al suelo—. ¡Oh, lo siento! ¿Estás bien?
Jason había tomado la precaución de ponerse detrás de Daira para que no
cayera, pero aun así tuvo que sostenerla por los brazos y la inspeccionaba
de arriba hacia abajo, preocupado por su estado.
—Sí, todo bien —Daira tocó su vientre, aún con el susto impreso en sus
facciones y sonrió—. No puedes lanzarte a mí de esa forma Prid, ya no
tengo el equilibrio que tenía antes.
—¡Lo siento, lo siento! —la abrazó con moderación—. Lo siento.
—Tranquila, nada ha pasado.
—Pero podría, por favor Pridwen, con cuidado —pidió Jason.
—Bueno, tú puedes ir a hacer tus cosas —dijo Daira, tomando la mano
de su amiga y comenzando a caminar.
Jason cerró los ojos los segundos necesarios para que su mujer
desapareciera por el jardín junto con el pequeño Jackson, quien fuera
tomado de su mano, dando brinquitos alegres al saber que vería a las
gemelas Ainsworth por algún lugar en la fiesta.
—Me parece extraño que invitaras a los niños.
—Irán a dormir después de las ocho —sonrió Adrien—. Pero era
necesario extender la invitación, ¿no sabías que Marlene tiene un hijo
ahora? Sería maleducado que solo ella tuviera que traer a su niño.
—¿Te acuestas con ella todavía?
—No, no. Quiero volver a ella.
—Ese niño podría ser tuyo.
—Claro que no, es de su esposo, como es debido, de ninguna manera
podría haberle heredado los ojos cafés, son los de su marido.
—Eso te gusta pensar.
—Y es lo que debemos pensar.
—Descarado.
—Bueno, ¿Qué quieres que haga?
—Buscarte a una mujer soltera y de tu agrado —Jason sonrió, soslayando
la mirada—. Como Pridwen, por ejemplo.
—Ella me cae bien, es una buena amiga y compañera de desventuras,
pero está enamorada de otro.
—Pensé que podías conquistar hasta a las cabras.
—No quiero luchar por un cariño que en realidad no anhelo —se inclinó
de hombros—. Soy incapaz de darle la seguridad que busca.
—En algún momento te tendrás que casar.
—Planeo hacerlo de viejo, cuando sea necesario un heredero, pero antes
no, quiero ser libre.
—Es un buen plan —sonrió Jason—, las mujeres son complejas.
—Se ve molesta.
—Tiene razón de estarlo —aceptó el conde—. Es verdad, las mujeres son
complicadas, extrañas y pueden volvernos locos, pero, a mi parecer, no hay
nada peor que no tener a una de ellas a tu lado.
—Vaya, vaya —Adrien golpeó su hombro—. Y yo que pensaba que no te
iba a volver a ver enamorado.
—No quería, debo admitirlo —Jason apuntó con la cabeza hacia su
esposa—. Pero ella lo logró sin poner mucho esfuerzo.
—¿Qué hay de Annelise?
—La aprecio, sigo teniendo un gran cariño por ella.
—Seguro que tu esposa se desquicia por ello.
—Annelise no se ha portado de la mejor manera y debo admitir que yo
tampoco —se mostró afligido—. Daira duda constantemente de mí, no
importa qué tanto le demuestre que la amo, le es imposible creerme —
suspiró—. Justo ahora está molesta porque tendré que reunirme con
Annelise en un rato.
—¿Debido a qué? —se sorprendió Adrien.
—Mandó una misiva urgente, alegando querer proteger a Daira.
—No me parece creíble, puede ser una trampa.
—Quizá, pero quiero creerle, algo en su mirar me dijo que estaba siendo
sincera con su preocupación.
—Al menos tu mujer está informada.
—Gracias a Lucca, debo admitir —Jason miró de un lado a otro,
escudriñando el lugar—. Por cierto, ¿dónde está?
—Perdido por ahí, ¿por qué?
—Daira aceptó que viera a Annelise si él estaba presente, tal parece que
le tiene más confianza a él que a mí.
—¿Te molesta?
—Claro que lo hace, pero la entiendo y Lucca vendrá bien.
—Eso quiere decir que la traicionaste en una situación similar.
—Casi… —cerró los ojos con culpabilidad—, casi lo hice.
—Idiota —se burló Adrien con una peligrosa sonrisa—. Vale, buena
suerte con ello.
—Ey, Adrien —lo detuvo en su caminar—. Cuida de ella, no quiero que
se altere por esta situación.
—No te preocupes, yo cuidaré bien de la panzona —le guiñó un ojo y
siguió con su camino.
La fiesta prosiguió con escandalosa normalidad, tal parecía que no había
nada extraño, al menos nada además del hecho de que estaban las dos
mujeres de Jason Seymour reunidas en la misma festividad, lo cual
levantaba habladurías pese a que no mostraban hostilidad entre ellas, ni
tampoco parecía complicar la existencia del caballero en cuestión.
El hombre se la pasaba junto a su esposa y no se detenía en complacerla
en todos los posibles caprichos que se le pudieran ocurrir, aunque la mujer
no los dijera en voz alta, el conde parecía leer sus pensamientos y ella
simplemente sonreía en aceptación. Eran cariñosos, cordiales y atentos
entre ellos, compartían con gracia su tiempo y atención al pequeño que,
para esos momentos, parecía más hijo engendrado por ellos, que por la otra
mujer en la fiesta.
Sin embargo, era notorio que lady Annelise lanzaba miradas furtivas e
inquisitivas en dirección a su antiguo marido, quien lograba evitarlas o
simplemente las ignoraba lo mejor que podía, tratando de infundir
tranquilidad a la mujer que estaba embarazada de su hijo.
—Daira —Jason susurró al oído de su esposa—. Mi amor, ven conmigo
un momento.
—Bien.
Esa había sido su palabra favorita desde que dio su aceptación para que
Jason se viera con Annelise. Era consciente de lo mucho que fastidiaba a su
marido con ello, pero él jamás se quejó, así que ella continuó mostrándose
indiferente y cortante. Le permitió llevarla hasta un salón solitario dentro de
la casa y esperó a que él hablara.
—Iré con ella ahora.
—Bien.
—Daira —se acercó a ella, pasando sus manos suavemente por la zona
donde alguna vez fue su cintura—. Mi amor, quiero que lo entiendas, hago
esto por ti, para cuidarte.
La joven apretó los labios.
—Jason, lamento si soy malvada con esto, desde el embarazo…
—No —le tomó ambas manos, besándoselas con cariño—. No digas
nada, sólo entiende que eres todo para mí, eres el amor que necesitaba y que
anhelaba, me has conquistado en cuerpo y alma.
—Jason… —estiró una mano y acarició su mejilla—, confío en ti, es sólo
que… estoy algo celosa.
—No hay razón de ello. —El conde se agachó y presionó sus labios
suavemente contra los de su esposa—. Te quiero, eres mi razón de respirar,
por primera vez me doy cuenta que no es necesario que me quiten el aire, es
mucho más placentero cuando te lo dan.
—Eres bueno con las palabras, Jason Seymour —sonrió la joven.
Jason dejó escapar una profunda risa antes de inclinarse y besar a su
esposa con intensidad, sintiendo su cariño en cada toque sobre el pecho del
cual se sostenía de forma dubitativa, alejándose lo suficiente como para que
él no la volviera a besar.
—Creo que sería mejor acabar con esta incertidumbre —pidió.
—Te amo Daira.
Ella trató de simular una sonrisa que no llegaba a reflejar sus verdaderos
sentimientos, que fueran más bien pesarosos.
—Ve.
—No me crees ¿verdad?
—Por favor Jason, ve.
El hombre, en medio de un sinfín de sentimientos, se acercó a ella,
pegando sus frentes para calmar sus turbulentos pensamientos. Daira era
capaz de brindarle paz con un simple toque, aun estando enojada.
—Te amo —Jason besó la frente donde se había recostado—. En serio te
amo con todo mi ser.
—Bien —le palmeó el pecho con cariño—. Ve.
Jason suspiró ya sin opciones, comenzaba a odiar esa bendita palabra que
ella usaba cuando estaba molesta. Antes de marcharse, acarició el vientre de
su esposa, el cual apenas era notorio con todas esas telas y el corsé especial
para el embarazo, uno que ella no usaba con normalidad, pero en
festividades lo hacía para no levantar más críticas en su contra.
Con una sonrisa fingida dio su aceptación para que se adelantara hacia la
salida, los ojos que encerraban el océano siguieron la presencia fuerte y
varonil de su marido, fijándose en sus cabellos rubios, siempre lisos y bien
peinados; y esa sonrisa encantadora que en esos momentos iba dirigida
hacia la mujer que lo esperaba con la espalda apoyada en una pared de la
casa junto a Lucca.
Los puños de Daira se volvieron blancos y sus uñas se enterraron en las
palmas de sus manos para no gritar que había cambiado de opinión y traer a
Jason de regreso a su lado. Dejó salir un suspiro un tanto melancólico y fue
en busca de su hijo, quién casualmente estaba con un amigo que hacía
tiempo no veía.
—¡Oh, señor Eldegard! —sonrió la joven, elevando una mano a modo de
saludo para el hombre.

Caminaron en silencio por un largo momento, ninguno se atrevía a hablar
o siquiera mirarse a los ojos, al menos en el caso de la antigua pareja de
esposos. Estaban avergonzados por su anterior comportamiento: Annelise
por provocarlo y Jason por consentirlo. Era aún peor ahora que el conde
sabía que ella fingió todo por despecho, en realidad no sintió la misma
atracción que él, jugó con sus sentimientos como lo hizo en el pasado.
Lucca, quien servía como chaperón y espía para Daira, estaba
aburriéndose de la situación, miraba los árboles, le tiraba rocas a Jason,
ponía el pie a Annelise, todo con tal de que hablaran o al menos se
quejaran. Pero la antigua pareja estaba en un momento de incomodidad que
ninguno quería romper, ni siquiera para amonestar al enfadoso hombre que
había sido añadidura de último momento.
—¿Es que no piensan hablar? —se quejó Lucca—. Esto de por sí es
incómodo y aburridísimo, quisiera que acabara pronto.
—Jason… lo siento tanto.
—No hablemos de eso.
—Sé que estás herido, te sentirás utilizado.
—No es nada nuevo, siempre me hiciste sentir así —se volvió hacia ella
—. Siempre fui tu forma de escapar, un escalón para encontrar tu libertad o
tus deseos. Lo que en realidad lamento es que casi pierdo a la mujer que
amo por mero deseo.
—No Jason, no fue así, me enamoré de ti en verdad.
—Si me lo preguntan a mí… —interrumpió Lucca, recibiendo la mirada
amenazadora de su primo—. Vale, me mantengo callado.
—En serio Annelise, no quiero hablar del tema.
La mujer mordió sus labios y asintió lentamente.
—Es necesario que sepas que te quiero, únicamente por ti arriesgaría mi
vida al decirte esto.
—¿Arriesgando tu vida? —el conde frunció el ceño.
—¿Es que no te es estresante saber que tu esposa se habla con tanta
familiaridad con ese hombre terrible?
—¿De quién hablas? —la recorrió con una mirada extrañada—. Si Daira
no está conmigo y Jackson, está rodeada por mi familia.
—No, ese hombre la visita, se les ha visto charlando en más de una
ocasión —acusó—. Es peligroso, el vizconde Valcop no es un juego, se
toma en serio todos sus deseos y te aseguro que los cumple.
—¿El vizconde sigue aquí? —Jason se extrañó—. Dudo que Daira acepte
estar con él, la razón por la cual huyó de casa fue para no casarse con
Valcop, si acaso lo viera, me lo diría.
—Entonces no entiendo nada —Annelise parecía confundida.
—A no ser que todo esto es una trampa, princesa —dijo Lucca.
—¡Ninguna trampa! —se exaltó la mujer—. Yo los vi, ella parecía
familiarizada con él cuando me los encontré en su tienda.
—No tiene sentido.
—Jason, tienes que creer en mí, incluso le dije que no debía confiar en él,
que se alejara —se adelantó hacia él con frustración iluminando su mirada
—. Se lo advertí a ella y ahora te lo digo a ti.
—Recuerdo que ella me dijo algo así —Jason pasó una mano por su
barbilla, pensativo, sus ojos vagando en el pasado—, pero no con referencia
a Valcop, sino al señor Eldegard.
—No conozco a ningún Eldegard —negó Annelise.
—Aquí hay gato encerrado —finalizó Lucca, meditando las palabras por
unos momentos—. ¿Qué tal si fueran la misma persona?
—No tiene sentido, es de suponer que Daira conozca al vizconde.
—Quizá no —dijo Lucca—, su reputación lo precede, tal vez fue
suficiente escuchar su nombre para que tu mujer quisiera huir.
—Por Dios… —Jason dirigió la mirada hacia Annelise—. ¿El vizconde
estaba en esta fiesta?
—No lo creo, Adrien lo detesta.
—Dudo que eso sea un impedimento para alguien como él.
Los tres se miraron por un largo minuto para después salir corriendo de
regreso al jardín de la casa, en busca de Daira y el pequeño Jack,
seguramente estarían juntos, de ser así, ambos estaban en peligro. Ninguno
deseaba pensar en lo que el vizconde Valcop sería capaz de hacerle al pobre
niño con tal de hacerse con su madre.
Jason sentía la desesperación recorriendo su cuerpo, rebuscaba a su mujer
entre las personas que disfrutaban de la fiesta, muchos indiscretos osaron en
detenerlo para charlar pese a que era notorio su estado alterado. Querían
saber lo ocurrido de primera mano, pero el conde los ignoraba y seguía con
su camino.
—¡Jason! —gritó Annelise—. ¡Está con Lucca! ¡Están bien!
Ante esas palabras, un gran suspiro de alivio salió de los pulmones del
conde y le faltó poco para caer de rodillas. Se encaminó despacio hacia la
que fue su esposa en algún tiempo y siguió la dirección de su dedo,
encontrándose con el ceño fruncido de la mujer que amaba.
—¿Se puede saber qué es lo que sucede? —dijo indignada, con Jackson
en brazos—. Han alterado a todos ahí dentro.
Jason terminó de acercarse a su mujer y la abrazó con fuerza, besándola
enfrente de sus primos y toda persona que estuviera pasando por ahí en esos
momentos. Daira se alejó de él apenada y miró de un lado a otro,
entendiendo poco la reacción de su marido.
—¡Iugh! ¡Mamá y papá se besaron! —sacó la lengua el niño.
—Gracias a Dios están bien —los ojos grises recorrían el rostro hermoso
de su esposa—. ¿Dónde estabas?
—Adentro de la casa, jugando con los niños —Daira miró al resto de
personas congregadas a su alrededor. Parecían tan alterados como Jason—.
¿Qué pasa? ¿Por qué todos me miran de esa manera?
—¿Se puede saber a qué viene tanto escándalo? —se quejó el conde de
Melbrook, por un momento fijando su mirada en Annelise—. Es más que
evidente que algo pasa.
—Nada que le importe conde —dijo Annelise con un tono que intentaba
ser serio, pero que estaba lleno de molestia.
Jason se sorprendió al tenerle que dar la razón a su mujer: Annelise sentía
algo por el conde Melbrook y parecía que era reciproco. Era sorpresivo y
extraño, pero si la hacía feliz, Jason no podía más que desearle buena
suerte, porque él lo era junto a Daira, aunque en esos momentos estuviese
molesta y llena de celos.
—Si tiene que ver con Daira, es de mi interés —dijo Mark.
—Ya me imagino que sí —se cruzó de brazos Annelise—. Pero está su
marido para velar por su seguridad.
—No he dicho lo contrario, pero si mi hermana…
—Me resulta irritante que se hable de mí estando yo presente —dijo
Daira, mirando de uno a otro—. ¿Qué está pasando?
—Pareciera que te tienen lástima o algo así —interrumpió la voz
placentera de Lina, quien fue rápidamente amonestada por su marido.
Daira regresó una mirada llena de fastidio hacia su esposo. Jason no pudo
evitar sonreír antes de negar con la cabeza y abrazarla de nuevo,
importándole poco que estuviese molesta con él.
—Tenemos que hablar.
—Bien.
El hombre dejó salir un profundo suspiro al escuchar esa dichosa palabra
y miró a sus primos, pidiendo en medio del silencio que cuidaran a su hijo.
Lucca se adelantó y tomó la mano de Jack, llevándoselo con él pese a que
era más que obvio que el niño quería regresar a los brazos de alguno de sus
padres.
El conde Melbrook, por su parte, tomó el brazo de Annelise y se la llevó
lejos de la fiesta, claramente iba a acontecer una pelea entre ellos y a Lina
no podía importarle menos, puesto que se marchó en dirección contraria,
seguramente en busca de un amante.
Jason rodeó a su mujer y la guío al interior.
—Vamos amor, tengo que decirte algo.
—¿Qué fue lo que ocurrió? —lo siguió—. ¿Qué te dijo Annelise?
—Bueno… —Jason cerró la puerta tras entrar a una habitación vacía—.
Mi amor, ¿conoces de vista al vizconde Valcop?
—No —frunció el ceño—, no me hacía falta ver su rostro para saber que
quería huir de él. Me marché antes de que nos presentaran.
—Todo tiene mucho más sentido ahora —suspiró Jason, acariciando los
brazos de su mujer—. Ven, tomemos asiento.
—Me estás asustando —ella tomó su vientre como precaución antes de
sentarse—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué sacas al vizconde ahora?
—Annelise vino a advertirnos que te encuentras en peligro, el vizconde
está rondándote y no piensa darse por vencido hasta lograr su cometido —le
tomó la mano—. Desde hace tiempo que está siguiendo tus pasos Daira,
más de cerca de lo que creía.
—No entiendo, jamás he recibido una amenaza y siempre estoy contigo,
Pridwen o alguien de tu familia.
—Hay alguien a quien normalmente ves en soledad Daira —elevó ambas
cejas, tratando de que entendiera las indirectas que trataban de endulzar la
noticia—, alguien que daba la casualidad que se tenía que ir o desaparecía
cuando alguno de nosotros se acercaba.
La iluminación llegó a los ojos de la mujer, abriéndolos en gran medida
debido a la impresión. Pasó de una sorpresa a la negación, no paraba de
menear la cabeza de lado a lado, deseando que no fuera posible, porque de
ser así, estuvo en peligro en más de una ocasión, poniendo incluso a
Jackson en la misma situación.
—No, no puede ser él.
—No te alteres Daira, está claro que colocó una imagen de la cual no
pudieras sospechar —la obligó a quedarse sentada—. Pero el señor
Eldegard no existe y esa es la razón por la cual Annelise te advirtió en aquel
momento sobre él, porque ella lo conoce.
—El vizconde Valcop es el señor Eldegard —comprendió con horror—.
Dios mío, me siento mareada.
—Tranquilízate —Jason se acercó un poco más a ella—. Ahora que lo
sabemos, estaremos atentos, nada te ocurrirá.
—Pero si lo acabo de ver —dijo asustada—, estuve con él.
—Maldito bastardo —el conde apretó los puños—. Tenemos que advertir
a Adrien y a los demás, ese maldito desgraciado ya disparó en una ocasión a
mis hermanos, no sabemos de lo que es capaz.
—¡Oh, Jason! —se abrazó a él—. No puedo creer que trajera esta
desgracia a tu familia, soy una pesadilla.
—Ey —la separó de si y sonrió tranquilizador—. No es tu culpa ser
encantadora mi amor. Déjalo todo en mis manos, tú sólo debes preocuparte
de cuidar de ti y de nuestros hijos —le tocó el vientre con cariño—. ¿Lo
prometes?
—Sí —colocó una mano sobre la de él—. Lo prometo.
—Bien, creo que Adrien puede dar por terminada la velada, tengo que
hablar con él y los demás. Lo más seguro es que nos quedemos aquí esta
noche, así que harías bien en tomar una habitación y quedarte con Pridwen
hasta que vayamos por ustedes.
—¿No será más peligroso para tus primos?
—Dudo que me dejen otra salida, en todo caso de irnos a nuestra casa,
ellos irán con nosotros —tranquilizó—, te darás cuenta que somos una
familia muy unida.
—Sí y no lo entiendo —aceptó—, pero me agrada.
—Vamos, encontremos a Prid.
—Espera Jason —Daira tomó su mano con determinación—. ¿Qué
pasará con Annelise? ¿No se ha puesto en peligro por avisarte?
—Seguro que sí, pero John estará al pendiente de ella —tranquilizó—.
Por el momento debemos seguir con los planes para que estén seguras con
la amenaza de su presencia.
—Quiero hablar con Annelise.
—No creo que sea lo mejor —su esposo rechazó la idea de inmediato—.
Quizá luego Daira, justo ahora no es el momento, te alterarías y es lo último
que quiero.
—Soy perfectamente capaz de controlar mis emociones.
—Quizá antes del embarazo lo eras cariño, pero justo ahora no.
—¿Estás insinuando que…?
—¡Jason! —Lucca entró a la habitación en un estado alterado que puso
en la misma condición a los esposos en el interior.
—¿Qué pasa, Lucca? ¡Qué manera de entrar!
—Encontramos a Pridwen… dice haber sido agredida por ese bastardo
—informó de prisa—. Adrien está furioso y quiere ir tras Valcop justo
ahora, nunca lo había visto así.
—¡Maldición! Tratará de matarlo, de eso no hay duda —dijo alterado—.
Vamos por él antes de que haga una estupidez.
—¿Dónde está Pridwen? —inquirió una Daira al borde del desquicio—.
¿En qué habitación?
Sin esperar contestación, la joven salió del salón en el que se había
encerrado junto a su marido. Debió notar que no estaba, siempre estaban
juntas, ¿por qué pasó por alto su ausencia? Era verdad que a Pridwen le
gustaba vagar en soledad para hacer desastres, pero jamás desaparecía por
tanto tiempo, debió prever que algo andaba mal, si algo irreparable le
ocurrió no podría perdonárselo.
—¡Adrien! —se acercó Daira en medio de una corrida y se aferró a su
camisa—. ¿Dónde está Pridwen? ¿Qué le pasó?
—Ese maldito —Adrien apartó las manos de la mujer de su primo con
delicadeza—. Lo encontraré y lo mataré yo mismo.
—¡No Adrien! —se adelantó Jason, colocando una mano firme sobre su
pecho para detenerlo—. No lo resolverás de esa manera.
—¡¿Esperas que acepte que agreda a alguien en mi propia casa?! —dijo
histérico—. ¡A Pridwen! ¡Es Pridwen, por el amor de Dios!
—Lo buscaremos, pero no será para matarlo Adrien, ¿entendido? —
aceptó Lucca—. También me agrada Pridwen, pero no servirá de nada que
termines en prisión por asesinato.
—Concuerdo —se adelantó North—. Fue por una razón que decidiera
atacar a Pridwen, estará asegurado de alguna manera.
—Eso pienso también —asintió Declan—. Por mucho que nos moleste,
tenemos que ir con cuidado con ese bastardo.
—¡No lo podemos dejar así! —se exaltó Lance—. ¡Es nuestra Pridwen!
No es cualquier persona, es Pridwen.
—Lo sabemos Nil —frenó Lucca—. Créeme que Adrien es el que más
entiende la situación.
—Adrien, ¿en dónde se encuentra ella? —suplicó Daira al notar que se
estaba haciendo una conversación de hombres y lo único que ella ansiaba
era ver a su amiga.
—En mi habitación —dijo un enervado Adrien—. ¡Bien! No haré nada
hasta que lleguemos a un acuerdo todos, pero les prohíbo salir a ti y a
Pridwen, ¿entendiste Daira?
Los ojos del heredero de los Wellington estaban cargados en ira, en
desesperación y amenaza. Daira jamás lo había visto así, era obvio que
Pridwen no era cualquier persona para ese hombre, era una fibra sensible,
quizá ni siquiera él supiera cuán sensible, ni en qué índole.
—Entiendo… —aceptó en un susurro.
Aun así, Daira buscó corroborar con su marido el mandato.
—Sí, estoy de acuerdo con él —aceptó Jason.
—En ese caso, iré con Pridwen.
Adrien asintió con la cabeza y se giró a sus primos y amigos reunidos a
sus alrededores.
—Esto no se quedará así. —La firme amenaza erizó la piel de los
caballeros que conocían de sobra el temperamento de Adrien cuando este se
salía de control—. Vamos.
Daira subió las escaleras de dos en dos, no había olvidado la última vez
que se quedó en esa casa, cuando su amiga la introdujo a escondidas y
ambas se emborracharon hasta que Jason llegó por ella. Recordaba los
pasillos y los cuadros que indicaban que se estaba acercando a la habitación
del dueño de la casa, porque Pridwen se lo había indicado en el pasado,
haciendo énfasis en el pésimo gusto del futuro duque para elegir arte.
Mucho antes de tocar la puerta, Daira escuchó una réplica desde el
interior, eran gritos de furia, golpes secos contra la madera o vidrios
rompiéndose contra el suelo. Temió porque Pridwen estuviera siendo
atacada nuevamente, así que se adelantó y trató de abrir la puerta con
desesperación, gritando el nombre de su amiga.
—¿Daira? —se escuchó desde el otro lado—. ¿Eres tú?
—Sí, soy yo —contestó pegada a la puerta—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien
ahí dentro?
—¡Claro que no! ¡Sácame de aquí ahora mismo!
Daira frunció el ceño, ella no parecía asustada o llorosa, por el contrario,
estaba alterada y furiosa.
—¿Cómo se supone que voy a sacarte? —Daira miró de un lado a otro,
un tanto extrañada—. ¿Te encerró lord Wellington?
—¡Claro que lo hizo! —gritó desesperada, dando una patada a la puerta
en la que Daira tenía puesto el oído.
—¡Ey, Pridwen, no golpees!
—¡Busca al señor Pelmont, dile que te dé la llave!
—¿De la habitación de lord Wellington?
—No, ¿Cómo crees? La del baño —dijo enojada y sarcástica—. ¡Claro
que la del tonto de Adrien! ¡Corre!
Daira se vio en la necesidad de gritar por todo el lugar el nombre que
Pridwen le dio, tratando de evitar el salón donde los hombres de la casa se
reunían para tratar de buscar una solución a sus problemas. El pobre
hombre se mostró conflictuado con la petición, pero al ir a la habitación y
notar que en realidad había una dama encerrada en el lugar, el elegante
hombre decidió ceder y abrió la puerta.
Las amigas se encontraron con efusividad, abrazándose por unos
momentos. Fue Pridwen quien se separó, mostrando una mirada
determinada que no concordaba con su estado magullado.
—¿¡Qué fue lo que te hizo!? —El cuello de la rubia tenía claros
moretones, muestra de un decidido intento de matarla.
—Estoy bien, no es para tanto —le quitó importancia—. ¿Dónde está
Adrien? No me digan que dejaron que se fuera.
—No. Está abajo junto con Lucca, Jason y los demás amigos.
—Maldición, eso sólo lo empeora —chasqueó la lengua—. ¿Annelise?
¿Viste a Annelise?
—La vi cuando regresaron de hablar ella y Jason, ¿Por qué?
—¡Vamos! —la tomó de la mano y obligó a que bajara las escaleras de
forma demasiado despreocupada para el estado de gestación en el que
estaba—. Tenemos que pasar información a esos brutos que se creen
superiores por tener más músculos.
—¡Pridwen, me harás caer!
—Será mejor que te equilibres bien panzona, porque ahora necesitamos
tus piernas, debes estar al pendiente de todo.
—¿Me puedes decir lo que está pasando?
—No pienso repetir —frunció la nariz y abrió las puertas donde se
escondían los importantes caballeros—. Hola a todos, soy yo de nuevo.
Quita esa cara Adrien, tengo cosas de qué hablar.
—¿Quién demonios te dejó salir?
—¿Qué era lo que esperaba que hiciera cuando me dijo en donde se
encontraba? —inquirió la esposa de Jason.
—Si la dejé ahí fue por una razón.
—Pensé que estaba destrozada, quizá llorando —se excusó Daira.
—Ojalá fuera esa clase de persona —Adrien miró con fastidio a su amiga
—. ¿Qué no te es suficiente con un intento de asesinato?
—No. —La mujer se adelantó con determinación—. Matará a Annelise,
me lo dijo, la matará porque sabe que informó a lord Seymour de la
situación. Está furioso porque Daira lo descubrirá.
—¿Cómo supo eso? —se adelantó Lance.
—Bueno, él me estaba matando, si quería información no iba a negársela
—la voz de Pridwen estaba rasposa, claramente seguía adolorida y le
costaba hablar, pero se esforzó por ello—. Se lo conté, lo lamento, así que
tienen que ir a salvarla.
Para ese momento, Jason se había puesto en pie y miraba sumamente
preocupado hacia sus primos, pidiendo respaldo para salvar la vida de la
que alguna vez fue su mujer.
—Tenemos que ir por ella ahora mismo —dijo Declan.
—No creo que John la deje desprotegida —tranquilizó Lucca.
—El duque está en Eaton Hall, no aquí —informó Nil.
—Ese es el problema —Pridwen volvió a adelantarse—. El vizconde me
dijo que sabía dónde encontrarla, porque era de su conocimiento que
Annelise pensaba irse hoy mismo de Inglaterra.
—¡Maldición! —Jason miró a su primo—. Adrien, si llega a alcanzarla,
no dudará en matarla.
—Lo sé Jason —trató de calmarlo—, saldremos en su busca de
inmediato, tiene que estar en la estación de tren o tomando sus cosas en
casa de su hermano.
—Si desea irse de Inglaterra, entonces debe de ir en un tren que la lleve a
puertos —expuso Lance—. El último sale a las once, faltan unas horas, así
que podremos alcanzarlos.
—Bien, ¿Qué hacemos si lo encontramos? —cuestionó Declan.
—Vivo, tiene que estar vivo —dijo North, quien siempre mostró un
verdadero talento para actuar bajo presión.
—De acuerdo.
Los amigos de Adrien se pusieron en pie, acercándose a Pridwen antes de
marcharse para cerciorarse de su estado físico. La chica sonreía y le quitaba
importancia al asunto con una sonrisa, pero estaba claro que después de
haber dado el mensaje, sus fuerzas estaban menguando, aceptando hasta
entonces la ayuda de Adrien, quién la tomó en brazos y la llevó de regreso a
una habitación.
El futuro marqués de Kent estaba enfrascado en una conversación con el
resto de los amigos de su primo, formando una coordinación para
asegurarse que estuvieran en el momento adecuado si es que deseaban
encontrarse con ese malnacido.
—Jason. —Lucca le tomó el hombro con fuerza—. Quizá deberías
dirigirle unas palabras a tu esposa, seguro estará alterada por la situación y
bueno, ella está embarazada.
—Lo sé —cerró los ojos lentamente, volviéndose hacia su esposa, quién
mantenía a Jackson en brazos y hablaba con la doncella que seguro se lo
había llevado—. Gracias, iré con ella.
Lucca asintió y tomó el lugar de Jason en la conversación con el resto de
los caballeros que se estaban ofreciendo a ayudar.
—Daira —la tocó suavemente para llamar su atención.
—Dios mío, esto es terrible, ¿Qué es lo que se hará?
—¿No estás enojada?
—¿Enojada? —negó terminantemente—. ¿Por qué razón?
—Bueno… —se rascó la nuca.
—Jason —ella alargó su brazo y tocó la mejilla de su esposo—. Annelise
arriesgó la vida para salvar la mía, no puedo hacer nada por ella porque
estoy embarazada, pero jamás impediría que tú hicieras algo para ayudarla
si es lo que quieres hacer.
—Daira, es verdad que espero que esté bien, pero…
—De todas formas, querrías hacerlo Jason —sonrió de lado, mostrándose
comprensiva—. No podrías evitarlo, sé que te importa.
—No quiero que muera, es verdad, pero me quedaré contigo.
—Haz lo que creas pertinente para que tu consciencia y tu corazón estén
tranquilos, si es ir con ellos, entonces hazlo.
Ella sonreía y le daba aliento, pero algo le decía a Jason que lo que
hiciera esa noche, significaría el crecimiento o el derrumbe de su relación
con Daira y no estaba dispuesto a perderla por nada. Lo único que podía
esperar para Annelise era su salvación, irían personas en las que confiaba
plenamente para rescatarla, pero, en definitiva, él debía quedarse junto a su
esposa embarazada y su hijo.
—Me quedaré contigo.
—No lo hagas —Daira se mostró enfadada—, no trataba de chantajearte,
es más, no quiero que te quedes.
—Daira, eres mi esposa, me quedaré aquí.
—Tu primer movimiento fue para ir, entonces ve, yo estaré bien aquí,
Pridwen estará conmigo y…
—Y yo también —aseguró—. Quiero que Annelise esté a salvo, pero en
definitiva eres lo más importante para mí Daira y no me moveré de tu lado
en estas circunstancias, ni en ninguna otra.
Ella no parecía conforme con ello.
—No hagas cosas que no quieres.
—Daira, no hay otra opción, me quedaré aquí contigo.
—¡Vámonos! —gritó Adrien—. Encontremos a ese malnacido.
—Buena suerte —asintió Jason, abrazando a su esposa para acentuar el
hecho de que se quedaría en la casa.
Adrien asintió sin poner réplicas a la decisión de su primo, al final, era lo
que se esperaba que hiciese.
—Cuida a la loca de Pridwen —pidió—. No dejes que haga algo
estúpido, porque esos son sus movimientos normales.
—Estará en buenas manos —asintió Jason.
Los caballeros restantes salieron del hogar con el espíritu renovado. Bien
se sabía que los hombres gustaban de la actividad y una persecución nunca
le caía mal a ninguno de ellos, sobre todo cuando había una justificación
para hacerlo. Jason se acercó a la ventana cuando su esposa lo hizo,
abrazándola por la espalda y sosteniendo el vientre en constante
crecimiento, queriendo quitar el peso del cuerpo de su pequeña mujer.
—Jason… —volvió el rostro—. ¿Crees que ella estará bien?
El conde suspiró y miró al frente, dejando salir un profundo suspiro
desesperanzador a oídos de su esposa.
Capítulo 39

Annelise empacaba sus cosas con molestia, se había marchado de casa


de Adrien Collingwood en cuanto supo que Daria y su hijo estaban a salvo,
no tenía razón de esperar, de hecho, entre más rápido se marchara de ahí,
sería mejor para todos, incluida ella. No sabía de lo que era capaz Valcop,
pero en cuanto se enterara de que por su culpa estaba al descubierto, iría por
ella.
—¿Qué se supone que haces Annelise? —Sophia entró a la desordenada
recámara—. ¿Te marchas a casa con John?
—Me voy de Inglaterra —informó.
—¿Qué? —la mujer dio un salto en su lugar—. Estás loca, John me
matará si te permito irte de nuevo.
—Sophia. —La menor tomó los brazos de su cuñada—. Es imperativo
que salga de aquí cuanto antes, si el vizconde viene a buscarme, entonces tu
y las niñas estarán en problemas ¿entiendes?
—Si ese es el caso, partamos juntas hacia Eaton Hall.
—No. Tengo que irme, ya compré mi boleto y el barco hacia España sale
en dos días, entre más lejos esté de Londres, mejor.
—¿Qué pasa si te encuentra antes?
—Son lugares lo suficientemente grandes como para esconderme.
—No me agrada esto Annelise.
—Lo sé, pero debes recordar que sé lo que hago.
—Dudo que lo sepas —la voz varonil a sus espaldas les sacó un grito
profundo y un brinco que las hizo volverse.
—¿Qué hace usted aquí? —frunció el ceño la duquesa.
—Vengo a detener esta locura —el conde Melbrook miraba a la hermosa
mujer que guardaba sus cosas con presura.
—No pienso quedarme, mi lord, se lo dije antes.
—Lo sé, no pienso detenerla, quiero acompañarla.
—¿Disculpe? —Sophia se adelantó dos pasos—. Annelise, ¿Estás loca?
Es un hombre casado.
—Eso lo sé —Annelise fijó la vista en el conde—. Está loco, será mejor
que se vaya de aquí.
—No me iré, quiero hablar contigo.
—Creí decirle en casa de lord Collingwood que no tengo nada de qué
hablar con usted. —La mirada de Annelise era de hielo—. Ahora, váyanse
de aquí, tú también Sophia, harías bien en irte a Eaton Hall con mi
hermano, avisa lo que está pasando.
—No haré tal cosa.
—Señora. —El conde de Melbrook miró a la duquesa con determinación
—. Haga caso a su cuñada en esta única ocasión.
—Pero ¿quién se cree usted que…?
—Sophia, por favor. —Annelise reiteró su súplica—. No me perdonaría
si algo les pasara a las niñas o a ti, no podría volver a ver a John a la cara y
no quiero eso.
Viéndose acorralada, Sophia tomó sus faldas y salió de ahí, más que nada
por sus hijas, a las que no pondría en peligro por nada del mundo. De no
estar ellas ahí, nadie podría moverla de ese lugar.
—Annelise, no permitiré que te vayas, es peligroso.
—En más peligro está Daira —lo miró de reojo—. ¿Qué haces aquí?
Deberías estar velando por su seguridad.
—Temo por ti, fuiste imprudente, Valcop te lo advirtió desde antes —la
tomó por los brazos para detener sus movimientos—. ¿En qué demonios
estabas pensando al decirles?
Los ojos que la clasificaban como una Ainsworth se fijaron en el rostro
apuesto del hombre que desde hacía mucho tiempo robó su corazón. Parecía
sinceramente preocupado por ella, lo cual era extraño, puesto que su
hermana estaba en una situación mucho más peligrosa que la suya y, por lo
que sabía, ese hombre había entregado su corazón a Daira desde hacía
mucho, siendo esto un sentimiento que buscaba reprimir, pero era obvio su
cariño y preocupación.
—Estaba pensando en protegerla —se inclinó de hombros—, aunque más
que a ella como persona, quería proteger la felicidad de mi hijo y la de
Jason. La aman y no podía hacerlos sufrir de nuevo.
—Es asqueroso lo que se puede llegar a hacer por mero deseo.
La joven volvió la vista al hombre que hacía una referencia de repulsión
a un acto que él mismo deseó por mucho tiempo.
—Creía que tú también estabas enamorado de ella.
—Yo… —se avergonzó—. Debo admitir que no tuve la relación más
sana con ella. La vi hacerse mujer y para mí no éramos hermanos, jamás
nos hicieron tratarnos como tal —cerró los ojos—. No es justificación, le
fastidié la vida desde que era una niña, pero… muy en el fondo sabía que
estaba mal, jamás la toqué, lo juro. Tan sólo fue una obsesión, una tontería
de un muchacho acostumbrado a tenerlo todo en la vida.
—Eso lo sé, aunque no deja de ser horrible.
—Y, aun así, tú me quieres.
—Piensas demasiado bien de ti mismo Mark, de eso no cabe duda.
—Sé que es así —la enfrentó—. ¿Por qué querrías a un hombre que en
algún momento tuvo sentimientos hacia su propia hermana?
—Como has dicho, ustedes no crecieron juntos, no los hicieron verse
como hermanos, cuando la volviste a ver, fue regresando del internado…
hasta cierto punto entiendo el flechazo —ella bajó la cabeza y sonrió de
lado—. Por un tiempo creí estar enamorada de John, aunque comprendí
rápido que era admiración y un profundo cariño al ser el único que se
interesaba por mí, que me quería.
—Debí entender eso yo también.
—A lo que sé, la veías únicamente cuando ibas de vacaciones y, tras la
muerte de tu padre, duraron sólo dos años conviviendo en la misma casa
por primera vez. Es entendible tu confusión.
—Sí, con eso fue suficiente para hacer que ella me detestara.
—Deberías irte y dejarla en paz —aconsejó, volviendo a empacar—.
Seguro que eso lo agradece más que mil disculpas.
—Quizá. —El conde la miró suplicante—. ¿Tú a donde irás?
—No lo sé, vagar por el mundo nuevamente, supongo.
—¿Necesitas compañía?
Una sonrisa burlesca se dibujó en los labios de la joven.
—¿Hablas en serio? ¿Qué hay de tu esposa?
—Lina es feliz aquí, con amantes, con lujos y veladas —dijo el conde—.
Debo admitir que nunca pude quererla, aunque sé que ella sintió algo por
mí en algún tiempo.
—Supongo que ya no más.
—Creo que será feliz cuando me vaya.
—Entonces eres bienvenido a embarcar conmigo en dos días—invitó—.
Claro que con la situación de Daira…
—Como has dicho, lo mejor que puedo hacer por ella, es alejarme.
Annelise sonrió despampanante, parecía ser que algo en el conde había
cambiado drásticamente y no era de un momento a otro, desde hacía tiempo
que lo notaba alejado de Daira, no intentaba incomodarla o siquiera
encontrarse con ella, ¿sería posible?
En ese momento, un estruendo llegó del recibidor, ocasionando que las
dos personas en la habitación salieran corriendo, esperando que no fuera
Valcop quien hubiese ido en contra de Sophia y sus hijas.
—¿Qué están haciendo aquí? —inquirió Annelise.
—Te buscábamos princesa, ahora vamos, tenemos que ponerte en un
lugar seguro —dijo Lance.
—¿A mí? —ella negó—. Pienso irme en unos momentos.
—No, te quedas —dijo Adrien—. Sophia irá con nosotros también, es
riesgoso que estén solas cuando ese demente…
—¿Es que hizo algo? —Annelise bajó dos escalones.
—Casi mata a Pridwen —informó Declan—. Ya sabe que le dijiste a
Jason sobre él, te estará buscando para matarte.
—O pensará que es su última oportunidad para atacar a Daira y lastimar a
Jason —dijo Annelise con histeria—. ¿Dónde están ellos?
—Se quedaron en casa de Adrien —dijo Lucca—. ¿En serio crees que él
preferiría esperar a atacar de nuevo?
—No. —Annelise mostraba un total terror—. Jamás se fue de ahí, pensó
que Jason vendría detrás de mí al creerme en peligro, ahora es un obstáculo
para llegar a Daira, ¡Por Dios! ¡Vámonos!
—Ey —el conde Melbrook la tomó del brazo—. Estás loca, te quedarás
aquí con tu cuñada, mejor aún, vayan a Eaton Hall ahora que sabemos que
estará en la casa Collingwood.
—El niño está ahí Mark —apartó el brazo—, Jason y Daira también lo
están, no me iré hasta saber que todos están bien.
—Entonces vámonos —apuró Adrien—. ¿Estás segura de lo que dices?
¿Crees que sería tan idiota para quedarse?
—Lo conozco bien, se los aseguro, él sigue en la casa.
—¡Maldición! —masculló Adrien—. Muy bien, Lucca, tendrás que irte
con Sophia y las niñas, llévalas a Eaton Hall.
—Vale, me aseguraré de ello.
—Declan y Lance, necesitamos oficiales, que vengan rápido.
Todos acataron las ordenes de Adrien como si fueran la ley, saliendo de
ahí en lo que parecía una redada. El conde Melbrook no podía estar de
acuerdo con la presencia de Annelise, pero entendía la preocupación que
sentía por el niño que fuese de ella.
—Te quedarás cerca de mí Annelise —pidió el conde.
Ella lo miró con el ceño fruncido y negó.
—¿Por qué haría tal cosa?
—Pienso protegerte.
—Basta de chachara —pidió Adrien—, suban a un caballo de una buena
vez, ¿Vendrás con nosotros Annelise?
—Sí.
—Bien, vámonos.

Estaban especialmente impacientes por obtener noticias, sobre todo si
estas decían que el vizconde Valcop había sido capturado. Sería una tontería
de su parte atacar cuando todos ya estaban esperando por él, incluso
Pridwen se encontraba en espera con un arma en mano como venganza por
su casi asesinato. Por alguna razón, Jason no creía al vizconde capaz de ir
esa misma noche, estaría en una desventaja que lo dejaría a merced de
alguno de ellos, si lograba herir a alguien más esa noche, sería mera
casualidad y posiblemente terminaría en una fatalidad para él.
—¿Qué crees que pasa Jason?
La dama de mármol estaba sentada a su lado, bebiendo chocolate caliente
con su pequeño hijo recostado sobre sus piernas. Se veía preocupada pese a
que intentara que sus facciones permanecieran impenetrables, como si con
su fingida calma pudiera solucionar la terrible angustia que se elevaba entre
el silencio del salón.
—Si no atacó a Annelise, dudo que lo haga con alguien más.
—¿Crees? —lo miró esperanzada.
—Sería estúpido de su parte —asintió, atrayéndola para que se recostara
en su hombro—. Esperemos que lo capturaran.
—Yo espero poderle dar un tiro —dijo Pridwen en medio de su molestia
y con una voz rasposa.
—Prid, tú ni siquiera sabes utilizar un arma.
—¿En serio? —Jason miró a su mujer con impresión y alargó la mano
hacia Pridwen—. Entrégala ahora mismo, es peligroso que la tengas de no
saber utilizarla.
—Agh —tendió el arma al esposo de su amiga—. Los hombres son todos
unos bebés, no saben de lo que una mujer es capaz.
—Se sorprendería, señorita, la mayoría de mis primas sabe utilizar un
arma, pero de no saberlo, era peligroso que la tuviera.
—¿Las Bermont saben disparar? —sonrió cual caricatura de periódico—.
Agh, ¿Por qué no nací siendo una de ustedes?
—De ser así, no podría casarse con Adrien, señorita —sonrió Jason,
recibiendo el codazo de su esposa con una sonrisa.
—¿Yo…? —su cara se coloreó de un fuerte rojo—. ¡A mí no me gusta
ese duquecito tonto!
—Como digas —Jason le quitó importancia y volvió la vista hacia la
ventana, esperando escuchar el relinchar de los caballos—. Están tardando
más de lo esperado.
—Quizá debería llevar a Jackson a descansar —sugirió Daira—, está
incómodo aquí, necesita dormir bien.
—No creo que sea buena idea que…
La puerta de la entrada se abrió de pronto, dando paso oficiales y nobles
por igual, todos dando órdenes y moviéndose por el lugar, provocando un
estado de alerta en las personas que tuvieron que quedarse atrás en la
búsqueda.
—Adrien… ¿Qué está pasando? —Pridwen se acercó al heredero del
ducado con una cara de extrañeza—. ¿Lo encontraron?
—No —contestó con voz contenida—. Annelise sugirió que lo
buscáramos aquí, dice que es posible que no se fuera.
—Carece de sentido —Jason cargó a su hijo y se acercó.
—En realidad no. —La misma Annelise dio un paso al frente—. Me da
gusto verlos a todos bien.
—¿Por qué dice eso, lady Annelise? —inquirió Daira.
—Bueno, seguro que, al ser descubierto, querría matarme y eso fue lo
que te dijo Pridwen, pero sería una trampa para hacer que todos los
hombres salieran de la casa, dejando sola a su verdadera presa —los ojos
entre azul y gris se posaron en Daira—. Creyó que Jason iría tras de mí
también, claramente sus cálculos fallaron.
—¿Piensas que sigue aquí? —Pridwen recorrió sus alrededores con una
mirada vengativa.
—Ni siquiera lo pienses —dijo Adrien, tomando los hombros de la rubia
para que no se moviera de lugar.
—Pero ¿Qué? —ella trató de deshacerse de sus manos, pero se vio
petrificada cuando las miradas de los amigos de Adrien también se posaron
sobre ella de forma intimidante—. Vale, no haré nada.
—Esperemos a que los oficiales den el visto bueno —dijo North—.
Entonces todos podremos ir a dormir.
—¡Ah! Con el sueño que tengo —bostezó Lance—, y ni siquiera hubo
nada de acción, es una lástima, maldición.
—Por cierto, ¿Usted qué hace aquí conde Melbrook? —inquirió Nil—.
¿En qué momento apareció en todo esto?
—Daira sigue siendo mi hermana.
—Yo no soy nada de usted —la mujer se cruzó de brazos y se acercó a su
marido quien la recibió gustoso.
—Mi señor. —Un oficial trajo consigo a un par de muchachos, un
hombre y una mujer a medio vestir—. ¿Alguno de estos son los intrusos de
los que hablaba?
El heredero de Wellington suspiró, llevándose dos dedos a sus ojos para
masajearlos hasta terminar posados en el puente de su nariz.
—No lo son —se adelantó Declan—. Aunque claramente merecen un día
en la cárcel por ser tan descarados.
—Déjenlos ir —pidió Adrien—. ¿No hay nadie más?
—No, mi señor —dijo el oficial—, revisamos hasta los cuartos de la
servidumbre y no vimos a nadie.
—Bien, era de esperarse —palmeó el aire y se acercó a ellos con la mano
extendida—. Gracias de todas formas.
—A sus servicios, su señoría. —Se inclinó ligeramente—. Si lo desea,
algunos oficiales harán guardia a las afueras.
—No será…
—Se lo agradeceríamos —se adelantó Pridwen.
Los oficiales salieron de la casa en medio de una marcha que no era
necesaria, pero al estar frente a un hombre con la categoría de un duque,
deseaban mostrar sus respetos.
—No era necesario —Adrien miró a su amiga.
—Yo casi muero —le recordó, apuntando su cuello—. Si a ese idiota se
le ocurre volver, sabrá que estaremos preparados para él.
—Es una tontería Pridwen.
—De hecho, no me parece mal —Annelise se inclinó de hombros—.
Hasta los reyes necesitan protección Adrien.
—No soy un rey y en todo caso tengo a North —apuntó a su amigo—, él
equivale a diez hombres.
—Es una lástima que no trabajo para ti —respondió el hombre.
Ante la contestación seria, segura y llena de petulancia que claramente
era intensional, los presentes soltaron una carcajada que aligeró el ambiente
tenso. Conocían a North lo suficiente como para saber que la modestia era
parte de su personalidad; la serenidad y la confianza era otra de las cosas
que lo caracterizaban, pero en ese momento se permitió ser quién rompiera
el hechizo de terror en la familia, mostrando nuevamente su increíble
capacidad de dominarse.
—Creo que será mejor que descansemos —dijo Nil ahora más relajado,
como solía serlo siempre—. ¡Pido la habitación grande!
—¿Qué? —Lance saltó de inmediato—. Ni loco, yo duermo ahí.
—No, la aparté, ahora es mía.
Ambos hombres salieron corriendo, trastabillando por las escaleras,
siendo seguidos por la imponente figura de North, quién pensaba poner fin
a la discusión. Declan rodó los ojos y siguió al resto de sus amigos, dejando
a las parejas en aquel salón lleno de tensión.
—Entonces… —Adrien miró a su primo y después al conde—. Pueden
arreglárselas solos, las habitaciones sobran y si gustan quedarse, están
invitados a hacerlo, yo me retiro, vámonos Pridwen.
—¡Ey! —la chica trató de liberar su muñeca— ¡Si lo dices de esa manera
parecerá que dormimos en la misma cama, gran tonto!
—Sí, sí. Como digas.
—Vale, vamos —Pridwen se adelantó a Jason y quitó al niño de los
brazos de su padre—. Este bebé necesita descansar como es debido, ¿Le
molesta que me lo lleve lord Seymour?
—Dudo que quiera dormir con usted, lady Pridwen —dijo Jason.
—Lo llevaré conmigo —aseguró Adrien—. Daira necesita descansar
como es debido, cuidaré de él.
—Gracias —sonrió la aludida—. Gracias lord Collingwood.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza y salió de la habitación. Daira
hubiera querido seguirlos e ir a descansar junto con su amiga en la
seguridad de una habitación en lugar de enfrentar la extraña situación en la
que se encontraba en ese momento. Sabía que debía estar agradecida con
Annelise por intentar salvar su vida, pero no podía dejar de sentir apatía
hacia su persona debido a su relación pasada con su marido y su
comportamiento de querer recuperarlo, aunque estaba claro que no era por
amor, sino por celos.
—Bueno, esto no es incómodo ni nada —sonrió Annelise.
—Supongo que no hay mucho más que decir —Jason miró a su esposa y
la abrazó—. Espero que tengan una buena vida, de preferencia que sea lo
más alejado de nosotros.
Las sonrisas aparecieron dubitativas ante el último comentario dicho en
un tono de broma. Daira volvería a recordar lo bueno que era Jason al
momento de hablar, tenía un don con ello, incluso fue capaz de aligerar un
ambiente como aquel.
—Será mejor que me vaya —sugirió el conde.
—Iré con usted.
—No creo que sea pertinente, lady Annelise —se adelantó Daira—.
Sigue siendo peligroso, lord Valcop no ha sido encontrado.
—Estoy por irme, no hay mucho más que pueda hacer, a menos que
quiera matarme en el tren.
—No lo dudaría —dijo el conde—, sería mejor esperar unos días.
—Me marcharé como lo tengo planeado, no me atacará en un tren, es
estúpido pensarlo. —Annelise caminó segura hacia la salida—. Ahora, si
me disculpan, pienso dejarlos a todos en paz —sonrió y miró a Mark
Melbrook—. A todos ustedes.
—Por favor —Annelise sintió la mano cálida del conde de Melbrook
deslizándose sobre la suya—. Esta noche, sólo quiero paz por esta noche.
No importa si tengo que comprarle el boleto, permita que todos quedemos
tranquilos al saberla a salvo.
Annelise mordió sus labios, seguía mirando la atadura en la que Mark
Melbrook la tenía, debilitando su razón, consiguiendo una aceptación de su
parte para quedarse por esa noche.
—Bien, pero usted me comprará el boleto, ¿me escuchó?
—Tenemos mucho de qué hablar —aseguró el conde.
—Bien, con eso dicho, nosotros nos retiramos —anunció Jason,
abrazando a su esposa—. Como ha dicho mi primo, las habitaciones están
disponibles, Annelise conoce la casa, espero que puedas dirigir al conde si
es que desea quedarse a dormir.
Jason elevó ambas cejas en una clara burla hacia su exmujer. La pobre
Annelise ardía en vergüenza y no pudo evitar empujar ligeramente al
hombre que hacía tales insinuaciones.
—Buenas noches a ambos —el tono de la joven Ainsworth era molesto
cuando miraba a Jason. Pero en cuanto veía a Daira, la mujer sonreía—.
Espero que puedas descansar.
—Gracias lady Annelise.
Daira entrelazó su mano con la de su marido, saliendo del salón de esa
forma, dejando a los enamorados en medio de sus conversaciones que
seguro dictaminarían el futuro de su relación. Tanto Jason como Daira
ardían en curiosidad con la resolución que dieran, puesto que sería
beneficioso deshacerse de ambos. Sin embargo, tendrían que esperar hasta
el día siguiente para saberlo.
—¿Qué crees que pase? —inquirió Daira con nerviosismo.
—Seguro que se ponen de acuerdo y ambos se marchan —la miró de
soslayo—. ¿Te gustaría eso?
—Me fascinaría que Mark no me rondara más, y… —Daira se mordió
los labios— a Annelise la prefiero lejos de ti, así que espero que pueda ser
muy feliz con el conde de Melbrook.
Jason dejó salir una nueva carcajada antes de tomarla en brazos,
arrinconándola contra una pared para poder besarla con todo el cariño que
sentía por ella. Las manos fuertes del caballero se deslizaban desde las
mejillas suaves de su mujer, hasta el vientre abultado que resguardaba el
milagro ocurrido gracias a su unión.
—¿Cómo te sientes después de todo este ajetreo? —besó su frente y se
recostó sobre su hombro—. ¿Tienes algún dolor?
—Bueno, el bebé sigue creciendo y eso provoca que me duela la espalda
—sinceró—, pero no es nada nuevo, ni ocasionado por los eventos
acontecidos el día de hoy.
—¿Quieres que te masajeé?
—Oh, ¿sabes qué sería maravilloso? —Jason elevó una ceja—. Qué
sostuvieras por un momento a tu hijo.
—Me encantaría, mi amor, pero sigue dentro de ti.
—Lo sé, pero hace rato cuando sostuviste mi vientre, sentí que me
quitabas el peso del cielo de la espalda.
—A ver —la volvió para que quedara de espaldas contra él, pasó sus
manos por debajo del vientre abultado y lo levantó un poco, escuchándola
gemir placenteramente—. ¿Mejor?
—Dios… sí —se recostó contra él—, ojalá pudieras hacerlo todo el
tiempo, no me di cuenta de lo pesado que era el bebé hasta que hiciste esto
hace un rato.
—Necesitas descansar, vamos a la habitación.
—¿Estás seguro de que Jack estará bien?
—Quiere a Adrien y si tiene problemas, estamos a unas habitaciones de
distancia. Tienes que descansar en lo que te sea posible Daira, ¿entendido?
—Sí —sonrió apenada—, creo que me consienten demasiado.
—Como debe ser.
Jason besó la mejilla de su mujer y la guío hasta su habitación. Daira se
quedó casi inmediatamente dormida, era de esperarse después de un día
como el que tuvieron. Pero él, por su parte, pretendía hacer guardia en todo
lo que le fuera posible, Valcop era un hombre persistente y, al estar todas
sus presas en la misma casa, el único lugar al que podía acudir como
venganza sería ahí.
Claro que se consideraría un movimiento desesperado, quizá hasta tonto,
estando ahí tantos caballeros dispuestos a defender a las damas en cuestión,
sólo un loco o un desesperado se atrevería a enfrentarlos, sobre todo
actuando solo. Es verdad que Valcop tenía influencias, pero no amistades
como para arriesgarse por una locura como una revancha por el supuesto
robo de la que fuese su prometida. No. En definitiva, estaba en una total
desventaja.
Suspiró pesadamente y se reacomodó junto a su mujer, acariciando el
vientre prominente, sonriendo ante los quejidos molestos entre los sueños
de Daira.
—Vamos bebé, deja dormir a tu madre —sonrió Jason—. No seas tan
inquieto, la dejarás exhausta.
Tal y como si lo hubiese escuchado, su mujer suspiró aliviada y sus
facciones mostraron tranquilidad al fin, respirando apaciblemente después
de acercarse un poco más a Jason. El hombre la besó en diferentes partes de
su cuerpo expuesto y lentamente y sin darse cuenta, se quedó dormido junto
a ella.
Capítulo 40

La calma de la madrugada ayudó a todo hombre con insomnio a


encontrar la paz necesaria como para caer en los brazos de los sueños. El
paso de las horas hizo evidente que el vizconde Valcop no haría
movimientos esa noche, por lo cual todos podían descansar en lo que les
fuera posible. No era sólo Jason el que se despertaba de cuando en cuando,
preso de un sentimiento de asecho que venía de todos los rincones de la
habitación.
Solía calmarse al ver a su esposa dormida a su lado con una tranquilidad
envidiable. Era extraño que no se hubiese despertado en alguna ocasión,
pero Jason lo agradecía y trataba de incordiarla lo menos posible cuando
miraba de un lado a otro en la habitación, cerciorándose de que todo
estuviera en orden.
—¿Jason?
—Lo siento amor, vuelve a dormir.
—¿Ocurre algo? —inquirió con una voz cargada de cansancio,
seguramente seguía con los ojos cerrados.
—No, todo está bien, vuelve a dormir.
Ella no lo cuestionó, es más, ni siquiera contestó. Jason sonrió y buscó
liberarse de su firme agarre para lograr ponerse en pie. Estaba nervioso y
quería revisar la habitación por sí mismo, aunque ya lo hubiesen hecho los
oficiales hacía unas horas.
Revisó el baño de la habitación, los armarios y cada cortina. Incluso se
fijó debajo de la cama como si se tratara de un niño de cinco años que tenía
miedo a la oscuridad. En definitiva, ahí no había nadie y no era posible que
el vizconde se metiera en una gaveta, aunque para esos momentos Jason lo
dudaba.
—Jason, ¿puedes venir a la cama? —pidió Daira con un tono de voz
completamente despejado del sueño.
—¿Desde hace cuánto estás despierta?
—¿Con tanto movimiento? —sonrió divertida y encendió la luz de la
lámpara en la mesa de noche y se sentó con la espalda recostada en la
cabecera—. Prácticamente desde que te levantaste de la cama.
—Lo siento mi amor —se acercó a ella y la besó—. No sé por qué tengo
una mala sensación, me encuentro un tanto alterado.
—Comprendo —Daira dejó su mano sobre la mejilla de su marido,
dándole ligeras caricias con su pulgar—, pero han revisado la casa y dijeron
que ese hombre no estaba.
—Lo sé, pero…
—¡Daira!
El grito lleno de terror les erizó los vellos del cuerpo, poniéndolos en
alerta inmediata y en posterior histeria al escuchar el sonido de armas
siendo disparadas en reiteradas ocasiones.
—Esa ha sido Pridwen —identificó Daira para después ponerse en pie al
recordar algo importante—. ¡Por Dios, Jackson!
—¡Daira! —gritó Jason, corriendo detrás de ella—. ¡No salgas!
Era demasiado tarde, su esposa llegó a la puerta en medio de su angustia
por su hijo y al momento de abrirla, un nuevo disparo la estremeció y
provocó un grito aterrado. Por fortuna, los brazos de Jason llegaron a
tiempo para apartarla del camino de la bala, cubriéndola con su cuerpo.
—¡Jason! —Daira temblaba y su voz se quebraba sin remedio alguno,
intentando sin éxito darse la vuelta para ver a su marido a la cara—. Jason,
por favor…
—Daira, escucha —susurró cerca de su oído, sin moverse y aparentando
estar desfallecido sobre el cuerpo de su esposa.
—Vaya, vaya —la voz de Valcop sonó a las espaldas—, parece que el
hombrecito tiene valor, aunque no fue lo más inteligente que haya hecho,
ahora has quedado a mi merced Daira.
—¡Aléjese de mí! —gritó desesperada, arrastrándose fuera del cuerpo de
su marido, dejándolo boca abajo.
—Te ves preciosa embarazada Daira, ¿te lo había dicho?
—¿Qué ha hecho con Pridwen?
—Todos están ocupados con cosas más importantes que venir a salvarte,
muchacha, eso te lo aseguro.
—¿Cómo es posible? —ella se arrastraba por el piso, en camisón y en
dirección a la cama, sintiéndose acorralada.
—Los oficiales que trajeron —dejó salir una carcajada burlesca— son
buenos para recibir dinero, los conozco desde hace tiempo.
El vizconde pasó junto al cuerpo de Jason, a quién dio una patada certera
sobre su abdomen, esperando recibir contestación si es que seguía
consciente, pero el conde se quedó en su posición, sin apenas inmutarse y
sangrando de alguna parte. No entraba en los planes del vizconde el
asesinarlo, deseaba que sufriera la pérdida de su esposa y posiblemente del
hijo que ella llevaba consigo. Ese hombre merecía sentir la misma
humillación que él sintió cuando se enteró que se casaron, cuando todos en
su país sabían que esa mujer le pertenecía a él por acuerdo con su hermano.
Daira se estremeció y derramó nuevas lágrimas silenciosas, se puso en
pie y protegía su vientre con sus manos, esperando que fuera suficiente para
que el vizconde no arremetiera contra su hijo.
Nadie la iría a ayudar, a las afueras de la habitación se escuchaba el
desastre que esos oficiales estaban propiciando como distracción para el
resto de los caballeros en el lugar. Esperaba que Pridwen estuviera bien,
pero lo dudaba, si el vizconde estaba ahí, es porque ya se había vengado de
las personas que le impidieron cumplir sus malévolos planes.
—¿Qué ha hecho con Pridwen y Annelise?
El vizconde sonrió.
—Lo que se merecían, esas malditas no hicieron más que meterse
conmigo, impidieron que nosotros fuéramos felices.
—Jamás habría sido feliz con usted.
—¿Eso crees? —ladeó la cabeza—. Querida, por favor, no eres más que
la segunda opción del conde, siempre querrá a su antigua mujer, apenas la
vio y casi le hace el amor frente a ti.
—Eso… no es cierto —negó con dolor.
—Annelise me lo contó, poco les faltó para intimar y si ella lo hubiera
vuelto a intentar…
—No me diga más —suplicó—, por favor, no me diga más.
—Escaparían juntos, te dejarían al cuidado del niño que tanto quieres y
se irían a vivir su cariño por el mundo.
—No es verdad… —se cubrió los oídos—. No es cierto.
—Creo que incluso pensaban irse esta misma noche, quizá a la mañana
siguiente, por eso Annelise está aquí también.
—¡Mientes!
—¿Y por qué lo dudas? —elevó una ceja—. Vámonos, yo también te
puedo dar una vida llena de lujos, pero amándote como te mereces.
—¡No iré con usted!
—Será a la buena o a la mala, muchacha, a menos que quieras que el
mocoso hijo del conde se muera también.
—¿También? —Daira frunció el ceño—. ¿A quién…?
—¿Quieres una lista?
Daira negó con rotundidad.
—No tenía que ir contra esta gente, a la que quiere es a mí.
—Y ellos me lo impiden.
—Iré con usted —aseveró—, pero déjelos en paz.
—De acuerdo, es a ti a quien quiero —sonrió—, aunque falta cumplir
con la última condición.
—¿Qué quiere?
—Yo nunca aceptaría a un bastardo.
El hombre elevó el arma, apuntando el vientre de Daira.
—Si me dispara, moriré también, corro el riesgo de morir —dijo con
tranquilidad, sin expresión en su rostro y sin moverse.
—¿Estás diciendo que cumplirás?
—Sí.
—Entonces —sonrió—, es hora de irnos.
—¿Por qué arriesgarlo todo por esto? —inquirió la joven—. No tiene
ningún sentido.
—Puedo hacerlo, no veo por qué limitarme.
—¿Por un deseo carnal? ¿En verdad arriesga su vida, negocios y posición
sólo para cumplir una fantasía conmigo?
—Simplemente es lo que me corresponde, tú eras mía, juraron entregarte
a mí, pagué por ti —elevó una ceja—, ¿no lo sabías? Tu hermano cobró una
buena cantidad al entregarte y después no cumplió, ¿Qué querías que
hiciera?
—Qué la tomaras contra él, no contra mí.
—Lo hice, te aseguro que saber que estaré tan cerca de ti, tomándote las
veces que quiera y de las formas que quiera lo hará sufrir por el resto de su
vida, porque es lo que él imaginaba para sí.
—Son repugnantes.
—Tendrás que acostumbrarte, porque tu vida a mi lado será así.
—Así que eso es todo, ¿una revancha?
—¿Para qué más sirven las mujeres si no es para parir, dar placer y sacar
de quicio a otros hombres? —sonrió de lado—. Incluso creo encontrar la
forma de que me devuelvas el dinero que tu hermano despilfarró tan sólo
dárselo.
—¿Yo por qué pagaría algo que ni siquiera tocaron mis manos?
—Bueno, seguro que es lo justo, tu hermano no puede cumplir con la
deuda, pero tú sí, seguro que los hombres harán fila con tal de tenerte en sus
brazos por unos segundos.
—¿Por qué es contra mí?
—Porque te atreviste a huir, te casaste con otro, te entregaste a otro
cuando me pertenecías, incluso estás esperando un hijo de él. Ninguna
mujer puede jugar conmigo, mucho menos pasar de mí, ¿cómo se te ocurrió
siquiera?
—¿Cómo quería que aceptara? Es un hombre terrible.
—No sabes cuánto princesa, estarás por descubrirlo.
El vizconde se acercó con determinación a la mujer que dio pasos
defensivos hacia atrás, corriendo hasta la pared más lejana y cerró los ojos,
esperando a que todo terminara de una vez por todas.
—Abre los ojos princesa, será tu primera vez que veas a un hombre de
verdad encima de ti.
—Por favor… —lloró Daira.
—Oh, mi preciosa muchacha, tan inocente y pura.
—Jason… —tembló la joven—. Por favor, basta.
—Pobre chiquilla, él no puede protegerte ahora.
—Se equivoca —dijo la voz del conde con una determinación que heló la
sangre del vizconde Valcop—, jamás estuvo desprotegida.
Aquella sonrisa retorcida y cruel quedó grabada en el rostro de aquel
horrible hombre para la eternidad, puesto que no sería capaz de cambiar su
expresión después de la muerte. Jason le había indicado a base de susurros
el plan para que él se hiciera con su arma; ambos sabían lo que debían de
hacer, pero escuchar al vizconde decir tantas barbaridades drenó todas sus
energías. Ella cayó de rodillas y sostuvo su cuerpo desfallecido con las
manos, quedando elevada gracias a sus cuatro extremidades, mareada y
confusa.
—¡Daira!
—Jackson… —susurró cuando lo tuvo cerca—. Ve por él.
—Pero…
—¡Qué vayas por él! —ordenó, deseando alejarlo de ella.
Jason dudó en su hacer, era obvio que su mujer se encontraba mal, pero
su hijo estaba afuera, quizá asustado o desprotegido, Daira tenía razón,
tenía que ir por él. El conde meneó la cabeza, se acercó a ella, la levantó del
suelo y la colocó sobre la cama, queriéndola alejar en lo posible del cuerpo
tendido en el suelo.
—No quiero dejarte aquí, estás alterada. Entiende que te amo Daira, a ti y
a nadie más que a ti. Lo que ese hombre dijo es mentira.
—Estoy bien, por favor, ve por Jack.
En ese momento Pridwen entraba a la habitación con Jackson en brazos y
una rozadura de bala en su mejilla que no paraba de sangrar.
—¡Pridwen! ¡Oh, por Dios, Jack!
Daira se puso en pie y estiró los brazos hacia ella y el niño que la
acompañaba. Se abrazaron y el pequeño pasó inmediatamente a los brazos
de su madre, donde sollozó asustado, acogido por Daira y por Jason que los
envolvía y los besaba desesperado.
—¿Qué ha pasado Pridwen? —pidió Jason, aún con su familia entre sus
brazos, negándose a soltarlos.
—Esos hombres nos atacaron mientras dormíamos —dijo Pridwen
atropelladamente—. Yo… bueno, estaba dormida con Adrien y Jack cuando
me dispararon, afortunadamente sólo fue esto —se tocó la cara— y Adrien
reaccionó rápidamente e hirió al idiota, ¿Saben que son los oficiales? Mira
que la corrupción en…
—Pridwen —interrumpió Jason—. ¿Alguien más está herido?
—Nil y Lance —asintió—, pero están bien dentro de lo que cabe, North
y Declan los están ayudando. Adrien está… bueno él…
—¿Qué ocurre? —presionó Daira—. ¿Es que algo pasó?
—En realidad, algo terrible pasó.
Un desgarrador lamento fue lo que prosiguió, dando crédito a las
palabras de Pridwen. Ese sonido sólo podía ser el preludio de un dolor
inimaginable para quién no lo hubiese sentido en carne propia.
Capítulo 41

A veces parecía que los cielos se hicieran uno con los corazones
pesarosos que se encogían y gemían en medio del silencio riguroso en aquel
camposanto casi desolado. La tierra recién removida y la lápida con el
nombre del difunto serían el único recordatorio tangible de que existió en
ese mundo. Siempre era deprimente ver pasar a las personas vestidas de
negro, entrando o saliendo del lugar de los muertos con caras largas y
lágrimas derramándose en silencio, pero era aún peor cuando no se veía
nada de aquello.
Daira se acercó lentamente hasta la lápida y colocó un arreglo floral en
uno de los jarrones tallados en piedra. Dio dos pasos hacia atrás y colocó las
manos sobre los hombros de la única persona que parecía llorar desde lo
profundo de su corazón.
Con la cabeza agachada y el cuerpo temblando sin control, Annelise
derramaba lágrimas que desde hacía rato no tenían sonido. La lluvia caía
sobre su paraguas del mismo color oscuro que su vestido, amortiguando los
sonidos que su nariz hacía al momento de sorber su propia tristeza. Para ese
momento, los únicos que la acompañaban en su desolación eran Jason y
Daira.
—Annelise, es momento de irnos —se acercó Jason con tiento.
—No me iré.
No fue grosera ni tampoco gritó. Más bien fue una petición que salió más
firme de lo que se esperaba. Fue Daira quien comprendió el dolor que sentía
y miró a su marido, pidiendo que la dejara a solas con ella, al menos que se
alejara lo suficiente como para que así se sintiera. Jason aceptó a
regañadientes, tomó su brazo herido como precaución y se alejó hasta la
reja que daba por terminado la zona donde descansaban los seres amados de
las personas de Londres.
—Nos estaremos aquí el tiempo que necesites Annelise.
—Fue un tonto —dejó salir en medio de las lágrimas—. ¿Por qué lo hizo
Daira? ¿Por qué se interpuso?
—Creo que en ese momento se dejó en claro a quién le pertenecía su
corazón —Daira limpió con un pañuelo la lágrima que salió disparada de
los ojos de la joven—. No fue tras de mí Annelise, se puso delante de ti, te
protegió de ese hombre.
Los labios de la joven Ainsworth temblaron y se vio en la necesidad de
cubrir su rostro con ambas manos.
—Lo rechacé, cuando ofreció que nos fuéramos, le dije que no —ella
negó aún con su rostro atrapado en sus palmas—. No le creía, pensé que no
era más que otra de sus conquistas.
—Quizá ni él mismo lo sabía hasta que se interpuso entre esa bala —
Daira apartó el cabello que se estaba pegando a las lágrimas de las mejillas
de Annelise—. Creo que fue feliz de poder salvarte la vida, lo único que te
queda por hacer, es vivirla al máximo.
—Sí —lloró un poco más—. Supongo que sí.
Se quedaron en silencio mientras Annelise lentamente recuperaba la
compostura, sus lágrimas dejaron de salir después de un tiempo y poco a
poco su nariz volvió a recibir aire con normalidad. Era una mujer elegante y
hermosa, su sombrero con malla hacía el trabajo de cubrir su semblante
desmejorado por el dolor, su postura seguía siendo regia, como la de
cualquier dama de alcurnia.
—Daira, ¿Sería mucho pedir que le trajeras flores cada semana? —dijo
de pronto la mujer, con una voz suave y sosegada—. Diré a mi hermano que
mande un cheque, por supuesto.
Daira negó repetidas veces con la cabeza y le tomó una mano enguantada
en satín negro.
—No será necesario, salvaste mi vida y la de mi familia —Daira miró
hacia la tumba de su medio hermano—. Lo menos que puedo hacer es
complacerte en esto.
Annelise de pronto dejó salir una risa triste.
—Seguro será el más feliz al saber que recibirá algo tan hermoso de tu
parte —sus ojos se volcaron sobre ella—, siempre le gustaron tus flores
Daira, hablaba todo el tiempo sobre tu grandiosa habilidad.
—Creo que será mucho más feliz de saber que le tendrás esa atención —
se acercó a ella y le dio un abrazo—. Se feliz Annelise, tú también te
mereces encontrar a alguien que te ame con toda el alma.
—Soy tan patética —sonrió entristecida—. Le lloro como si le
perteneciera, pero en realidad jamás fui suya ni el mío. Dios mío, ahora
entiendo lo que dicen de los hijos, son un recuerdo de sus padres y aunque
no quiero tenerlos, algo en mi… no sé, me gustaría al menos tener ese
recuerdo, algo de él.
—Tienes tus recuerdos, nunca se irán.
Annelise se volvió lentamente hacia la persona que buscaba reconfortarla
por todos los medios.
—Eres mejor de lo que jamás pensé —dijo con un fingido fastidio—.
Debo admitir que me resultas un tanto irritante.
—Lamento eso.
Ambas mujeres dejaron salir una pequeña risilla. Annelise entonces
limpió las lágrimas de su rostro con determinación y sonrió después de
dejar salir un suspiro renovado.
—Bien, basta de esto —se dijo—. Debo continuar con mi vida, como has
dicho. Claro que lloraré otro poco, como debe ser al perder un amor, pero lo
superaré eventualmente. —Ella parecía hablarse más a sí misma, pero de
pronto se volvió hacia Daira—. Creo que, a partir de ahora, dejaremos de
ser la villana de la otra.
—Creo que nunca lo fuimos Annelise.
—Puede ser —elevó una ceja y estiró una mano—. ¿Tregua?
—Sí —sonrió Daira, aceptando el apretón—. Tregua.
—Por cierto, pienso mandarle a Jackson cosas del lugar en donde me
encuentre, no es necesario que le digas que vienen de parte mía, pero me
gustaría que las tuviera, ¿te molesta?
—Le diré que son de parte de su madre.
—No —sonrió Annelise—, no quiero que tenga ese dolor, no quiero que
sepa que no pude quedarme a su lado. Dile que es de parte de una tía que lo
adora con el alma ¿de acuerdo?
—Está bien.
—Gracias —Annelise le tomó las manos y sonrió—. Espero que tengas
una vida alucinante… y también espero que tengas una niña —dijo
divertida—. Quiero ver a Jason sufriendo porque los hombres se le
acerquen a su pequeña.
—Oh, eres malévola —dijo divertida.
—Un poco —guiñó un ojo y suspiró con cariño—. Por cierto, quiero
decirte otra cosa.
—¿Qué cosa?
—Jason pudo haberse confundido con mi llegada —comenzó y aquello
provocó un malestar en Daira—. Pero desde mucho antes ya te había
elegido a ti, en serio te ama y no porque no pueda tenerme sino porque eres
a la que necesita para vivir tranquilo.
—Gracias Annelise —apretó sus manos—, ya no sé si eres mi villana o
una buena amiga, deberías decidir si eres buena o mala.
—¿Por qué no ambas? —sonrió angelical y caminó sin el paraguas para
que Daira no se mojara.
La joven se giró para observar el caminar de la mujer que fue todo un
acontecimiento en su vida. La vio detenerse frente a su marido y darle un
afectuoso abrazo como despedida para lo que quizá sería su último
encuentro. Daira sonrió y se dio cuenta de lo necesaria que había sido su
intervención, de esa forma Jason se obligó a superarla y a darse cuenta que
lo que en realidad quería era a su nueva familia, la que estaba formando con
ella.
Aquel día en el que el conde Melbrook murió por recibir el disparo que
iba dirigido hacia la persona que amaba, Jason había hecho la misma
elección, salvaguardando lo que su corazón más anhelaba proteger,
resultando herido, pero nunca se le había visto tan feliz como cuando se dio
cuenta que Daira estaba intacta.
—¡Daira! —gritó el hombre tras el furor de la lluvia—. Amor, vámonos,
te hará daño.
Dando una última mirada a la tumba del conde Melbrook, Daira comenzó
el descenso de esa colina, tomando su vientre prominente en el cual
resguardaba recelosamente una vida, llegó hasta los brazos de su marido y
se abrazó a él.
—¿Qué estabas pensando al bajar de esa forma la colina? ¿Qué no ves
que por allá hay escaleras? —la regañó tan sólo alcanzarla.
—Oh, por favor, no pasó nada.
—No seas tan descuidada.
—Sí, sí. ¿Dónde está Jack?
—Adrien y Pridwen se lo llevaron a casa con Bond.
—Será mejor volver.
Al momento de abrir la puerta de su casa fueron recibidos por el abrazo
acogedor de un pequeño rubio que les sonreía esplendoroso, detrás de él
venían su siempre fiel Bond y sus dos extraños tíos: Adrien y Pridwen, a
quienes no sabían si emparejar o separar.
—¿Cómo ha ido la cosa? —se adelantó Adrien.
—Triste, con lágrimas, un poco solitario —aceptó Jason.
—¿Y lady Annelise? —inquirió Pridwen.
—Se irá en un rato, ha ido por sus maletas a casa de su hermano.
Posiblemente no la volveremos a ver —dijo Daira con una tristeza que no
pensó sentir.
—Es triste que se vaya sola.
—No irá sola —tranquilizó Jason—. Me dijo que va con el barón Santor,
al cual asegura odiar, pero del cual no se pudo deshacer.
—Bueno, al menos va con alguien —se alegró Pridwen.
—Esperemos que esté bien —dijo Adrien—. Y que se quede lejos porque
en realidad fue una pesadilla que volviera.
Dejaron salir una risa que pronto se convirtió en una carcajada que estaba
sirviendo para dejar ir la tensión que se almacenó en sus corazones durante
demasiado tiempo.
Comieron juntos, se rieron, charlaron por horas e incluso salieron a jugar
con el pequeño Jack en el jardín. Era una alegría escuchar a ese niño hablar
con mayor confianza y, conforme pasaba el tiempo, lo hacía delante de más
personas. Resultaba extraño sentir tanta paz, Daira incluso se creía en
medio de un sueño del cual despertaría para darse cuenta que seguía en una
prisión allá en Dinamarca, lejos de su marido, lejos de su hijo, de Pridwen y
de todo lo que amaba y le era fundamental para vivir.
—¿En qué piensas mi amor? —se acercó Jason, presionando un beso en
su mejilla.
—Pienso… en lo mucho que me gusta Londres —dijo divertida,
lanzando una mirada hacia su esposo—. Pienso en lo feliz que soy al ver a
Jackson reír. Pienso en lo deliciosa que será la cena, en lo tranquila que me
siento justo ahora, en los nombres para el bebé y también pienso en lo
mucho que te amo.
Una sonrisa iluminó el rostro de su marido, quién se inclinó y la besó con
lentitud, tomándose el tiempo para saborearla y acercarla suavemente a él,
porque era con lo que más contaban: con tiempo.
—Jason… —ella se separó—. ¿Podrías decir que me amas?
—Daira —suspiró y sonrió—. Mi amor, no necesitas pedirlo de esa
manera, te adoro con el alma y eres el amor que anhelaba.
—¿Lo dices en serio? —lo miró divertida.
—Sí, lo digo muy en serio —se inclinó y la besó de nuevo con extrema
ternura—. Eres todo lo que necesito para ser feliz en esta vida, contigo a mi
lado, no necesito nada más.
—Además de Jackson.
—Y los posibles hijos que engendremos.
Ella bajó la mirada y acarició la mano que él tenía en su vientre.
—¡Ey! ¡Ey! —gritó Pridwen cubriendo los ojos del pequeño Jack para
que no viera la escena—. ¡Hay niños pequeños presentes!
—Iniciando por ti preciosa —sonrió Adrien, recibiendo gustoso la patada
que ella le asestó.
Jason y Daira se alejaron, poniéndose de pie para ayudar a Adrien a no
ser masacrado por la rubia y alejando al niño que ya se montaba sobre su tío
para ayudar a Pridwen a derribarlo.
Y comenzaron a llegar muchas más personas, como Lucca, los hermanos
de Jason, algunos de sus primos y amigos, todos respetando a Daira y
haciéndola sentir parte de la familia.
Por fin se dio cuenta que formaba parte de algo, que no tendría que
luchar más por su cuenta, que no estaba sola, incluso había alguien
dispuesto a ponerse frente a ella para recibir una bala. Jason había dicho la
verdad cuando le propuso matrimonio, a partir de que se casó con él, no
tuvo que luchar más por su cuenta, Daira sabía perfectamente que Jason
siempre estaría para ella, para protegerla, para cuidarla y lo más importante
de todo, para amarla y proporcionarle la familia que tanto esperó.
Estaba claro que el inicio de su relación no fue el más armonioso, la
etapa de adecuación fue dura y dolorosa, no eran los más listos para
demostrar su cariño o comprender sus propios sentimientos y
definitivamente se habían confundido en el proceso más veces de las que
podrían llegar a contar. Pero quizá de eso se trataba la vida, de encontrar los
obstáculos que eventualmente se toparían, aprender de ellos, tomarlos y
simplemente pasarlos.
Al final de cuentas, para ellos encontrar las imperfecciones en lo perfecto
ya era parte de su rutina, porque de alguna forma, hacía de la experiencia
algo mucho más verdadero y alejado de cualquier utopía que se pudiera
crear, les gustaba tener los pies en la tierra y no soñar lo que debía de ser el
amor, sino formar el amor que se deseaba tener.

También podría gustarte