Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Sofía Durán
Derechos de autor © 2022 Sofía Durán
Primera edición.
Una apariencia perfecta no es necesaria cuando estás con la persona adecuada ni tampoco con los
seres que amas.
Contenido
La felicidad era un concepto del cual Jason renegaba para esos momentos
de su vida. Claro, experimentó el sentimiento en algún momento, pero con
el tiempo comprendió que fue debido a ello que el dolor posterior fue tan
grande y duradero. La idealización de la felicidad fue lo que ocasionó la
pérdida, la perspectiva de tenerla por siempre creó la insatisfacción. Sin
saberlo estaba dando pasos vertiginosos hacia la desolación y la
incomprensión del término.
Sin embargo, fue feliz, pese a que encontró de una forma muy particular
a la persona que fue su mujer y el resultado fue agradable. Annelise, siendo
hija de duques y hermana de uno, estaba acostumbrada a que su carácter
caprichoso fuera aceptado sin renegar, ser el centro de atención era la
historia de su vida y obtener todo lo que quería en cuanto lo quería, su
habitual. Jason comprendía la razón de ser de Annelise, fue una persona
solitaria, creció en medio de adversidades y un hermano ausente hasta la
muerte de sus padres.
Se encaprichó con él y arriesgaron todo al tener una relación a
escondidas, sobrepasando los límites socialmente aceptables, asunto que se
hizo notorio cuando el duque los encontró desnudos y en una cama de su
propiedad. Tuvo suerte al no morir a manos de un hombre como John
Ainsworth, incluso se consideraba afortunado por poderse casar con esa
jovencita revoltosa.
Los años pasaron y la pareja era clasificada como una de las más estables
y felices; sonreían, eran cariñosos y no había noche en la que no salieran de
casa, inmersos en la sociedad, en la diversión y el descontrol; eran el dúo
que a ninguna fiesta debía faltarle para pasar a ser legendaria, no había
anfitrión que no deseara que los Seymour atendieran su invitación.
Hasta que de pronto un día, la pareja perfecta perdió color.
Fue notorio el cambio en la actitud chispeante y alegre de la joven y el
carácter liviano y amistoso del caballero. Lentamente fueron privando su
presencia de las reuniones y veladas, hasta que, de un momento a otro,
simplemente desaparecieron.
Muchos pensaron que tomaron la decisión de mudarse debido al mal
estado en el que se vio a lady Annelise en sus últimas apariciones, quizá la
pareja necesitaba un tiempo para ellos mismos, pensaron que eventualmente
reaparecerían, pero cuando el momento llegó, lord Seymour fue el único
que hizo acto de presencia y pese a que la curiosidad general ansiaba
preguntar por la desaparición de lady Annelise, la actitud del heredero de
los Seymour impidió cualquier cuestionamiento con referencia al tema.
Por mucho tiempo, el cambio extremoso en la personalidad del caballero
dio de qué hablar: no se veía en él ni una sonrisa, tampoco una
conversación alegre o ligera, su rostro permanecía sin expresión y en su
mirar se podía percibir que su cabeza se encontraba hundida en el mar de
los recuerdos poco placenteros.
El nombre de Annelise fue vedado en presencia del heredero de los
Seymour, y aunque las dudas surgían de cuando en cuando, de los labios de
Jason no se volvió a escuchar el nombre de su mujer y entre su familia y
amigos, nunca más se habló de ella o de lo que le sucedió.
Capítulo 1
El conde vagó por el gran salón junto a sus primos, bebió e incluso bailó
con algunas de sus primas y hermana. Su familia siempre fue una buena
distracción para Jason, lo hacían reír, aligerando cualquier ambiente, sobre
todo uno ocasionado por lady Melbrook, quien seguro ya estaría dando
rienda suelta a su boca viperina muy conocida por sus antiguos amantes,
quienes siempre resultaban ser unos mal nacidos, bárbaros y desgraciados
que no hacían más que lastimarla.
Para ese momento, la gente se tomaba con gracia los múltiples desamores
de la pobre mujer que fue renegada hasta por su propio marido, el conde era
conocido por necesitar a más de una mujer a su lado, y en ocasiones, al
mismo tiempo. Ese hombre era la muestra viviente de la osciocidad y
hedonismo, superando incluso a Adrien, quien afirmaba no lograr ser tan
miserable como para meter a dos mujeres a la misma cama, mucho menos
al mismo tiempo.
Dos horas pasaron desde que Jason abandonó la habitación que ocuparía
junto a su hijo. Conocía a Jackson, tardaba en dormirse, pero una vez que lo
hacía, tenía la gracia y la calma mental como para no volver a despertarse
en toda la noche. Aún si la señorita Fiore se marchó, el niño seguramente
seguiría en medio de sus sueños.
Abrió la puerta con cuidado, tratando de hacer el menor ruido. La luz de
la recámara estaba encendida, al igual que la chimenea que brindaba un
calor que le pareció sofocante al hombre que regresaba de un salón atestado
de gente que sudaba y no paraba de bailar. «La apagaré en seguida» se
ordenó a sí mismo, yendo por los polvos para aplacar el fuego infernal.
Realizó su tarea en total silencio, abrió la ventana y fue hacia el baño,
siendo incapaz de notar la anomalía que residía en su cama, junto a su hijo
dormido. Para cuando se dio cuenta de que había una intrusa en la
habitación, ya se había cambiado de ropas y poco le faltó para meterse a la
cama a su lado. Por poco se atraganta con la imagen de la señorita Fiore
recostada incómodamente al llevar puesta toda la indumentaria femenina.
Era una mujer tan pequeña que bien la pudo confundir con los grandes
almohadones que flanqueban la cama para que el niño no cayera al suelo,
formando un pequeño nido, siendo el centro un eterno abrazo entre mujer e
infante.
Le fue sumamente extraño comprender la situación, aunque era una
obviedad que la señorita Fiore se quedó dormida mientras cuidaba de
Jackson, no la notó tan cansada cuando la dejó, aunque quizá era la razón
por la que se encontraba tan irritada. Jason se sintió culpable por su petición
egoísta, puesto que mientras la señorita Fiore intentaba dormir a un hijo que
ni siquiera le pertenecía, él bebía, bailaba y reía con sus primos, no parecía
justo de ninguna manera.
Se acercó a la cama y removió ligeramente su hombro, buscando que
despertara, pero ella simplemente se reacomodó en la cama, abrazándose
más al niño que ya de por sí estaba encima de ella. Sería imposible
despertarla sin hacer lo mismo con Jackson, y de suceder eso, estaba seguro
que el niño no volvería a dormir hasta dentro de muchas horas. Sería mejor
dejarlos en paz, él podía dormir en otra parte, incluso en el suelo.
Cuando los rayos del sol entraron por la ventana al día siguiente, el aire
matutino se colaba por la ventana, causando escalofríos al cuerpo mal
acomodado en la cama. Daira se preguntó, aún a medio despertar, por qué
razón Pridwen habría apagado el fuego, claramente no estaba encendido, y
era una locura abrir la ventana con esos vientos fríos del inicio del otoño.
—Prid… cierra la ventana —pidió la joven sin recibir contestación—.
Prid, cierra la ventana —repitió, alargando la mano para tocar el cuerpo que
usualmente dormía a su lado.
Cuando su palma cayó de golpe sobre un almohadón, la joven
comprendió que no estaba en su habitación, de hecho, todo a su alrededor
debió indicarle el error de su situación: iniciando por el niño dormido sobre
ella y terminando con el hombre sentado en una silla, colocada a los pies de
la cama.
Un calor intenso se focalizó en las mejillas de la joven, no sólo
tornándolas rojas, sino moradas. ¡Había dormido en la habitación de un
hombre! Y no sólo eso, sino que el hombre estaba ahí también.
«Dios santo, estoy perdida» pensó la joven.
Miró de un lado a otro, tratando de deshacerse de los pequeños brazos
que la rodeaban, le costó trabajo, pero logró dejarlo en la cama, aún lo
suficientemente dormido como para que lloriqueara poco. Apartó la manta
que no recordaba haberse colocado y miró con cautela al hombre que seguía
dormido de forma incómoda en la silla estilo Tudor. Por unos segundos, la
joven no pudo evitar notar el fuerte brazo que le sostenía la cabeza, con los
antebrazos expuestos al haberse doblado la manga hasta los codos; su
respiración constante provocaba tensión en los botones que permanecían
atados sobre su pecho; sus largas piernas permanecían cruzadas por la parte
de los tobillos y apoyadas sobre el baúl a los pies de la cama.
Era una pose desinteresada y relajada, pero a Daira le pareció que nadie
podría lucir tan apuesto en un estado similar. Lord Seymour era en realidad
muy atractivo y varonil.
—¿Piensa seguir observándome por mucho tiempo señorita Fiore, o
piensa escabullirse pronto de la habitación?
Daira se puso en pie de un salto, intentando arreglar sus ropas, su rostro y
su cabello, todo en una sucesión errática que la hacía lucir aún más
desastrosa. Una risa varonil y agradable salió de la garganta del hombre que
había intentado mantener a raya sus burlas.
—¿Por qué no me ha despertado? Es terriblemente inapropiado que me
quedara aquí, ¿Qué pasa si alguien me vio entrar, pero no salir? —dijo
preocupada, calzándose las zapatillas.
—Seguro creerían que soy un padre desnaturalizado si hubiera hecho lo
que está pensando con mi hijo presente —elevó las cejas.
—¡Dios mío, estoy arruinada!
—Tranquilice su moral, nadie lo sabe hasta el momento, sólo tenemos
que sacarla de aquí sin que nadie la vea.
—Bien, ¿y qué hago?
—Espere aquí, permita que verifique el pasillo.
—Hágalo, hágalo —apuró, olvidando su posición de servicio.
Jason abrió la puerta quedamente y asomó su cabeza, maldiciendo a lo
bajo al notar que, inesperadamente, había gente en los pasillos. El hombre
no sabía si eran personas que apenas iban a descansar o los que recién
despertaban con la idea de un nuevo día de actividades.
—Bien, se quedará aquí por un buen rato.
—¿Qué? —su voz sonaba mortificada.
—Hay personas afuera, se darían cuenta de su salida.
—¡Ay Dios, ay por Dios, esto me pasa por buena gente!
—Me está impacientando y si sube aún más su voz, despertará a Jackson
y eso sería un verdadero problema.
Los ojos de la mujer se volcaron hacia el pequeño que se removía
incómodo en la cama ante el ajetreo. Consideró sensato el guardar silencio,
pero nada pudo impedir que sus pies se movieran de un lado a otro,
nerviosa e incontrolable, manteniendo una mano sobre su barbilla mientras
pensaba.
—Muy bien, los nobles son flojos…
—Se lo agradezco.
—Por lo cual, esta gente está subiendo y no bajando —prosiguió pese a
la interrupción—. En una o dos horas, todos ellos estarán dormidos y no
despertarán hasta las diez u once de la mañana.
—Tal parece que lo tenía previsto.
—¿Cree que tenía previsto algo de esto? —lo miró impacientada.
—Bien, si no le molesta, iré a dormir a mi cama —la recorrió con una
mirada alegre al notar su sonrojo.
—No pensará hacerlo estando yo presente, ¿o sí? —recriminó.
—¿Por qué no? —se acomodó en la cama—. Usted lo hacía hace unos
momentos, es mi turno de tener una siesta agradable.
—Es usted demasiado despreocupado —frunció el ceño y fue hacia la
ventana, considerando seriamente aventarse por ella.
—Olvídelo, se haría daño —dictaminó Jason con ojos cerrados.
—Al menos busco formas de salir.
—Deje de hacerlo, alguien puede verla asomándose por ahí y será lo
mismo que si saliera por esa puerta.
—Bien —cerró la ventana e incluso la cortina—. ¿Qué hago?
—¿Por qué no me canta?
—¿Está usted loco? Lo que quiero es que no me descubran, mi voz me
delataría en seguida.
—Vaya que es engreída —se acomodó en la cabecera, mirándola con
ojos brillantes—. ¿Cómo sabe que la reconocerían? Jamás la han escuchado
cantar, podría ser cualquiera.
—No —dijo cada vez más enojada—. Si cantara después, lo sabrían y no
correré ningún riesgo.
—Lo cual quiere decir que quiere cantar frente al público —se sentó,
arrastrándose hasta los pies de la cama—. ¿Es por eso que se metió al
bosque? ¿Para practicar?
—¿No dijo que iría a dormir?
—Sí, pero usted no deja de hablar y para mí es igual a ver una comedia
en el teatro, me resulta entretenida.
—No soy su bufón —se cruzó de brazos—. Cierre los ojos y vaya a
dormir de una vez, no tengo otra opción más que vigilar su sueño.
—Bien —el hombre se recostó de nuevo y acomodó a su hijo cerca de sí,
envolviéndolo en un abrazo cariñoso que sacó una sonrisa de la joven,
olvidando por un momento los problemas en los que se encontraba—. De
todas formas, ya me vigilaba desde que estaba en la silla. Dígame señorita,
¿le parezco muy atractivo?
—En realidad, lo que noté es que babea cuando duerme.
Daira luchó contra su risa cuando el hombre de ojos grises la enfocó con
una clara sorpresa y algo de vergüenza. Era una tontería que le creyera,
puesto que cuando alguien tenía la tendencia de salivar en su inconsciencia,
le era imposible no notarlo. Daira lo sabía muy bien, puesto que dormía con
Pridwen y ella tenía ese problema.
—Pero qué mentirosa es señorita Fiore, por un momento me ha
engañado, para su desgracia, resulta que he dormido con otras personas
antes y jamás he tenido ese problema.
—Quizá no se lo decían por vergüenza.
—Una esposa es capaz de decir muchas cosas, algunas que ni siquiera
son ciertas, sobre todo cuando se enojan. —Aquello lo había dicho sin
pensar y se apesadumbró en cuanto se percató de ello.
—Me quedaré callada a partir de este momento —sentenció la joven—,
considérelo una tregua.
—Más bien se refiere a que ha sentido lástima.
—No veo por qué he de tenérsela —lo miró con una ceja arqueada y una
mirada petulante—. Es usted un hombre rico, apuesto y bien posicionado,
tiene al mundo a sus pies y lo sabe.
—Le agradezco el intento que ha hecho, dormiré ahora si no le molesta
seguir refunfuñando en soledad.
—Ni un poco, estoy acostumbrada a hacerlo de esa manera.
En el fondo, el hombre agradecía la táctica usada por esa mujer: en un
inicio mostrándose comprensiva ante su dolor y al segundo siguiente,
despreciándolo por el mismo, manejando sobre su persona el sentimiento
vergonzoso que cualquiera debía sentir al estar dramatizando una situación,
sobre todo -como ella mencionó tan elocuentemente-, cuando se tenía un
buen nombre, posición y, aparentemente, un rostro prometedor.
Se durmió con una sonrisa en el rostro al lograr rememorar con
integridad la conversación con la señorita Fiore, hubiese querido verla al
despertar, pero como era de esperarse, la mujer desapareció en cuanto
encontró la oportunidad de salir sin ser vista.
Capítulo 6
Jason caminaba con un ímpetu que Daira apenas podía seguir, incluso el
pequeño Jack tenía que dar uno que otro salto para lograr seguirle el paso a
ambos adultos.
—¡Señor Seymour! —pidió la mujer—. ¡Señor Seymour por favor
espere! Jackson apenas y nos puede seguir el paso.
Al escuchar lo último, Jason se detuvo en seco y se volvió hacia ellos, su
cara mostraba la frustración y el enojo que aún sentía.
—Lo siento, no tenías por qué escuchar algo así.
—Comprendo la preocupación de lord Westminster, aunque no
comprendo por qué habla con tanta seguridad sobre su heredero.
—Mi prima no puede tener más hijos —terminó el hombre—. Por
desgracia, el heredero a ese ducado será Jackson.
—¿Desgracia? —Daira frunció el ceño, tomó al niño en brazos y siguió
los pasos de su prometido—. ¿Qué no es eso algo bueno entre los de su
clase social?
—No cuando se toman atribuciones, mi hijo heredará mi título, pero al
ser el único heredero factible para el ducado del hermano de su madre, tiene
una presión que no le correspondía.
—Claro, entiendo que sea una presión, pero aprenderá, usted lo dirigirá
correctamente y lord Westminster…
—¡El padre de Jackson soy yo! —gritó, haciendo callar inmediatamente
a la mujer—. ¡Maldición! Lo siento Daira.
—Está bien, no creo que él desee quitárselo, estoy inclinada a pensar que
está preocupado por la mujer que está seleccionando para ser su madre
sustituta, nada más.
—Es meterse en mi vida —dijo aún más disgustado—. No debería
importarle la elección que haga. Esa maldita cena no será otra cosa más que
una prueba para usted.
—Entonces la superaré, no tengo temor a ello.
Los ojos grises de aquel hombre se suavizaron, mostrando un brillo
diferente al que Daira había visto cuando enfocaba a su hijo. Quizá era un
poco de admiración hacia su persona.
—Eres una mujer… —frunció el ceño y negó—. Extraña.
—Lo agradezco… creo.
—En realidad, el verdadero problema es que no parecemos una pareja —
comprendió Jason—. Ni siquiera se siente una atracción entre nosotros y
eso crea dudas en mi familia, se preocupan.
La mujer asintió, ya desde hacía tiempo se lo había insinuado. Daira
suponía que, para ese momento, muchos estarían pensando que el señor
Seymour se casaba por su hijo, lo cual era una realidad, pero eso no dejaba
de ser insultante para las damas que proponían a jovencitas de buena cuna
dispuestas a ser madres sustitutas del niño.
—¿Qué sugiere? La boda es dentro de poco, nadie creerá que es por
conveniencia porque yo no tengo nada que ofrecer y dudo que sus parientes
dejen de molestarnos si no ven amor entre nosotros.
—Bien, creo que podemos hacerlo.
—Claro, pero… —ella lo miró dubitativa—. ¿Cómo lo haremos?
—Acudamos a la velada de esta noche, tratemos de estar juntos y
aprendamos un poco el uno del otro.
—Creo que podría ser un inicio —asintió la joven.
—¡Daira! ¡Daira, Daira, Daira! —La alocada rubia corría
atolondradamente hacia la pareja—. Tienes que venir conmigo… hola de
nuevo Jason, ¿Puedo robármela por un rato? —sonrió angelicalmente—. Es
urgente, en serio.
—No lo dudo. —Jason enfocó a su novia—. Con cuidado.
—Conociéndola, no será nada de gravedad.
—De todas formas, busquen no meterse en problemas.
Jason estiró las manos para que su prometida le pasara a su hijo. Y en
cuanto estuvo libre del niño, Pridwen se apropió de una de sus manos,
sonriendo jactanciosa hacia el conde. Jason rodó los ojos con diversión, se
inclinó ligeramente hacia su novia y presionó un beso en su mejilla como
despedida. La joven sonrió dulcemente, sus ojos se iluminaron y sus
mejillas tomaron un suave color rosado; después se marchó junto con su
mejor amiga, ambas llenas de alegría y cuchicheos. Él jamás la veía sonreír
de esa manera cuando estaba a su lado en varias ocasiones se había
preguntado si se estarían equivocando al casarse de esa forma tan
maquiavélica. Estaba claro que para él era conveniente, fingir interés
tampoco le significaría mucho, pero ¿qué pasaba con ella? ¿por qué le era
tan fácil aceptar que no habría amor o siquiera cariño en su matrimonio?
—Ah, lord Seymour, al fin lo conozco en persona.
Jason se volvió lentamente hacia la voz, frunciendo el ceño ante el
hombre que tenía enfrente.
—¿Nos conocemos de algún sitio?
—Me temo que no, ustedes son visibles en las revistas amarillistas, pero
creo que un conde en ruina no es tan atractivo.
—¿Está interesado en hacer negocios? —frunció el ceño—. Estoy con mi
hijo ahora, así que tendríamos que postergarlo a…
—No vengo por eso, resulta ser que conozco muy bien a la señorita con
la que piensa desposarse. —Jason permaneció en su pose imperturbable,
esperando a que el hombre continuara—. Soy lord Melbrook, conocerá a mi
esposa, ella vino a Londres mucho antes de que yo le siguiera los pasos.
—Ah, por supuesto —Jason equilibró a su hijo en un brazo y tendió la
mano al hombre—. Es un gusto.
—El gusto es todo mío.
La sonrisa retorcida del conde dejaba en claro que su presencia acarrearía
problemas y el que se presentara como alguien que conocía a su prometida
lo era aún más. Por lo que sabía, la señorita Fiore no era de por ahí y nunca
mencionó conocer a lady Melbrook, con quien en más de una ocasión se vio
en conflicto. Tal parecía que Daira Fiore tenía sus propios secretos y estos
pretendían presentarse antes de que ella estuviera dispuesta a contarlos.
Capítulo 16
En definitiva, Sophia Pemberton sabía cómo dar una fiesta, pese a que
no fuera adepta a ellas, parecía haberse esforzado al máximo en esa
ocasión. Daira tampoco consideraba que la mujer fuera de las que se
emocionaba por las épocas navideñas, pero si se hablaba de la duquesa de
Westminster, se podía esperar cualquier cosa.
No eran muchos invitados, desde hacía días que los caminos eran
imposibles de transitar, por lo cual la familia Seymour no logró llegar; pero
los que ya estaban en la casa y los amigos de los duques que vivían por los
alrededores fueron capaces de deleitarse con una deliciosa cena, vinos de
calidad y charlas entretenidas en medio de la algarabía de las fechas.
Las gemelas y Jackson eran los que más disfrutaban, siendo los únicos
niños en la casa, no había persona conocida para ellos que no tuviera
regalos con sus nombres debajo del gran árbol decorado. Jason no podía
dejar de observar a su hijo, quien corría feliz con sus primas, de repente lo
oía hablar con ellas, en voz baja y cauteloso de que nadie más lo escuchara,
pero ese era un avance tremendo que le provocaban ganas de besar a la
mujer que mantenía abrazada por la cintura, muy junto a él, donde le
correspondía.
—¿Lo has escuchado Daira? —susurró en su oído—. Jackson habla con
las niñas, en verdad lo hace.
—Creo que al fin se cansó de ser un dragón.
—¿A qué te refieres? —la miró divertido.
—Nada —ella volvió un poco la cabeza para poder verlo a los ojos,
sonriendo dulcemente mientras recibía el beso de su marido en la sien—.
Digamos que a Jack le gusta dar su opinión.
—Gracias, te lo debo a ti —la acercó un poco más, pegando la espalda de
su esposa a su pecho—. Bond fue un buen inicio, pero todos los ejercicios
que hace contigo son increíbles.
—No es nada, él progresa de esa manera porque tiene interés en hacerlo
—dijo humildemente y miró con desagrado hacia una pareja—. Me gustaría
que los Melbrook no hubiesen sido requeridos.
—Lo siento, preciosa, pero resulta ser que estaban en casa de los Sanders
como invitados.
—Lo hacen a propósito, quieren atormentarme —Daira apretó su quijada
—. Es un cerdo con una asquerosa fijación.
—Ey —la volvió hacia él con cuidado—. Estoy contigo y eso no va a
cambiar próximamente.
Una sonrisa tranquilizadora salió de los labios de Jason, reflejándose en
la mirada cristalizada de su esposa, quien le devolvió el gesto con
desasosiego y volvió a prestar atención al juego que se llevaba a cabo entre
los adultos, siendo Pridwen y Adrien los protagonistas del escenario…
como ya era usual.
—¡Basta, basta! —gritaba la joven rubia, empujando a Adrien, quien se
burlaba de ella—. ¡Eres un tonto!
—¿Qué hice yo? La que hizo el ridículo fuiste tú.
—¡Eso ya lo sé! —se quejaba la mujer, cruzándose de brazos.
—Deberías estar avergonzada Prid —sonreía Lucca—. Ser vencida por
un tonto como Adrien debe doler.
—¿Tonto dices? —lo miró el susodicho—. Jamás me has ganado en
nada, primito, al menos que yo recuerde.
—¿Lo intentamos? —Lucca se puso en pie y la gente victoreo la
rivalidad entre los primos.
Jason negó divertido, sintiéndose feliz en medio de su familia, incluso los
condes de Melbrook no eran un impedimento para disfrutar la velada, era
cuestión de mantener a su mujer a su lado, haciéndola sentir tranquila y
mimada, como llevaba haciéndolo toda la noche. Notaba las miradas
iracundas del conde, pero poco le importaba a Jason lo que una mente
perturbada como la de Mark pudiera estar sintiendo en esos momentos. Al
menos debía agradecer que hubiera limitado sus impulsos y jamás hiriera a
Daira, porque de ser así, no podría perdonárselo, tendría que matarlo.
—¡Jason, Daira! —sonrió Sophia, con una de las gemelas en los brazos y
junto a su esposo, quién sostenía a la otra—. ¡Es su turno!
—Veamos qué tan compatibles son como pareja —sonrió la señora
Sander con desdén—, es su oportunidad de acallantarnos.
—¿Les enseñamos como se hace, preciosa? —sonrió Jason.
—¿Por qué no? —ella se inclinó de hombros y se acercó para besarlo
fugazmente—. Demos una lección a todos los dudosos.
—Estoy más que interesada en verlo también.
«Esa voz…» Jason se volvió con rapidez, lastimando algunos músculos
de su cuello.
—No puede ser…
—Hola Jason —sonrió Annelise.
—¿Qué…? —John se adelantó unos pasos—. ¿Annelise? ¿Cómo es esto
posible? Yo…
—Sé que me buscaste John —sonrió con cariño y después volvió sus
ojos a su marido—. Ambos lo hicieron.
Los duques de Westminster mostraron su impresión, dejando sobre sus
pies a las pequeñas gemelas que corrieron hacia su tía.
—No puedo creer que estés aquí —John se adelantó y tomó a su hermana
entre sus brazos, donde permanecería por un buen rato—. ¡Eres la persona
más mimada y tonta que he conocido en mi vida!
—Lo sé, lo siento tanto. —Annelise volvió la cara hacia Jason, quien
permanecía inmóvil junto a la que ahora era su mujer—. Sé que no merezco
que me escuches, pero…
—No puedes hablarme —dijo Jason. No era ofensivo, ni tampoco había
gritado, pero era una orden clara—. Tampoco te quiero cerca, nos iremos
mañana mismo de aquí.
—Jason —Sophia se adelantó unos pasos, tomando a su primo por los
brazos—. Por favor, esto no tiene nada que ver con Jackson.
—Tiene todo que ver con él —la voz seguía siendo firme—. Daira, por
favor, toma a Jackson, no necesitamos estar aquí.
Sin embargo, era imposible para su mujer moverse, porque ahora lo
comprendía todo. Esos ojos eran iguales a los del duque, por eso los
reconoció en aquella ocasión, esa mujer era la madre de Jackson y por eso
mismo mostraba interés en él, explicaba su falta de miedo por ser atrapada
en la propiedad y la razón de que la conociera tan bien. Esa mujer en el río
era Annelise, siempre lo fue.
—Jason, no tomes medidas ahora —se adelantó la hermana del duque—.
No me quedaré aquí, si es tu preocupación.
—Me importa poco donde te quedes, estás cerca y con eso es suficiente
para que yo me vaya. Debiste quedarte donde estabas.
—Pensé que no sabías que estaba viva —recriminó.
—¿Qué no lo sabía? —Jason parecía a punto de explotar—. Eres ingenua
si crees que tu hermano no lo sabía también.
—Pero creí…
—¡Basta! Dije que no quería escucharte, no quiero verte, para mí es
como si siguieras muerta —la apuntó con desprecio y tomó la cintura de su
ensimismada esposa—. Vámonos Daira.
—Eras tú… —susurró la joven, con un tono oscilante entre el impacto y
la recriminación—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No era necesario Daira —Annelise dibujó una pequeña sonrisa.
—¿Te burlabas de mí?
—No —meneó la cabeza suavemente—. Fue una casualidad que los
encontrara en el río, te lo aseguro. Dije la verdad, no es seguro que estés
paseando sola por la propiedad de esa manera.
Daira estuvo por hacer otra pregunta, pero entonces sintió como un
pequeño niño se abalanzaba sobre ellos, tomando una pierna de Jason y una
de su madre, quedando con la cabeza en medio de ellos. Su esplendorosa
sonrisa se difuminó al ver la seriedad en la que los adultos se encontraban.
Los ojos grises del pequeño buscaron los de su padre, tratando de obtener
alguna respuesta, pero no la obtuvo, la única reacción que dio su padre fue
tomarlo en brazos, obligarlo a recostar la cabeza en su hombro y caminar
directo hacia la salida del salón.
—¡Daira! —gritó al fin para que su esposa lo siguiera.
—Ve —pidió Annelise—. Por favor, ve con ellos.
Con un meneo de cabeza, Daira fue capaz de enfocarse de nuevo,
apurándose a seguir a su esposo hacia la habitación. Annelise vio
desaparecer al hombre que una vez fue su familia, con quien tuvo un hijo
precioso y al que hirió de todas las formas imaginables. Sin embargo, no
había otro lugar al que pudiera ir.
Las miradas incriminatorias estaban sobre ella, apuñalándola mientras no
veía, tratando de asesinarla. No era para menos, Jason era el primo de
muchos de ellos y de otros, era un buen amigo. Rebuscó entre la gente caras
conocidas, sabía quiénes eran los Sanders, los Relmin y también reconoció
a los Melbrook.
—Eres valiente en regresar Annelise —Lucca se cruzó de brazos,
bufando como un toro enojado—. Pensé que Jason se libraría de ver tu feo
rostro de nuevo.
—Lucca, por favor —pidió Sophia, a sabiendas que John no permitiría
tales insultos contra su hermana, mucho menos en su casa.
—Sé que están enojados.
—¿Enojados dices? —Adrien apretó los puños—. Eso no es nada, ¿por
qué regresaste Annelise? ¿Oliste su felicidad?
—No quiero arruinar nada para él.
—¿Lo dice en serio? —Pridwen se adelantó con inocencia—. ¿En verdad
no quieres arruinar la vida de Daira?
—Prid —Adrien tomó a la mujer y la colocó detrás de él—. No hables
con ella, es una embustera y una…
—¡Basta! —John cerró los ojos—. No lo permitiré y lo saben.
—Yo parto mañana con los Seymour —informó Lucca y miró a su primo
—. Supongo que nos seguirás Adrien.
—No veo razón para quedarme.
Annelise recurrió a la defensa que era cerrar sus ojos, evitando las
miradas asesinas que los primos de Jason le estarían dirigiendo al momento
de pasar a su lado. Entendía su reacción, pero no tenía por qué presenciarla.
—Será mejor que todos vayamos a descansar —sugirió Sophia con un
tono alterado en su voz, mirando a las familias que no estaban
emparentadas con los Bermont.
Los invitados salieron en medio de habladurías que Annelise era capaz de
escuchar, incluso pudo ver a lord Melbrook, lanzándole una mirada
interrogante que logró avergonzarla, viéndose en la necesidad de bajar la
cabeza y esconder su sonrojo.
—¿Qué demonios Annelise? —se acercó Sophia—. ¿Por qué?
—Lo siento Sophia, no quise…
—Es una completa locura —amonestó John—, pese a que me dé gusto
verte, era de esperarse la reacción de Jason.
—Lo sé, no era mi intensión removerle la herida.
—¿Qué esperabas que sucediera? ¿Por qué te presentaste así? —
cuestionó Sophia, a punto de la histeria, siendo detenida por las manos de
su marido para que no fuera a estrangular a su hermana.
—Mi amor, sería buena idea que llevaras a las niñas a dormir.
—¿Me estás corriendo? —lo miró impresionada.
—Sí, es lo que hago —aceptó—. Déjame hablar con ella.
—No lo puedo creer. —Era claro que estaba ofendida, pero John no
cambió de parecer pese a la súplica silenciosa de su mujer—. Bien, espero
que disfruten de una larga conversación, porque no hay cabida para nadie
más en la recámara.
El duque suspiró, viendo a su familia partir en manos de una enfurecida
mujer. Sonrió y negó un par de veces. Sophia cumpliría la promesa, era más
que seguro que él no dormiría en su habitación, aunque dudaba que pudiera
conciliar el sueño a partir de ese momento. Miró a su hermana, estaba tan
cambiada que por poco y no la reconocía, se acercó a ella y la abrazó de
nuevo.
—Jamás podría rechazarte Annelise, quita esa cara de miedo.
—¡Oh, John! —lo abrazó de regreso—. ¡Te quiero tanto!
—No fue lo que dijiste cuando te marchaste.
—Lo sé, fue una de las razones por las que tenía que volver.
—Han pasado demasiados años Annelise, espero que sepas inventar una
mentira mucho mejor.
—Sí —ella se avergonzó—. Aunque en serio te eché de menos.
—Eso lo sé. —John revolvió sus cabellos y sonrió—. Espero que tengas
mucho que contar, porque Sophia en verdad no me dejará entrar en la
habitación.
Una melodiosa carcajada salió de la garganta de Annelise y asintió,
tomando la mano de su hermano y llevándolo hasta la habitación que fuera
de ella y siempre sería de ella.
—En realidad, tú también tienes mucho qué contarme.
❈
En la habitación los Seymour se encontraban reunidos el resto de los
primos Bermont, incluso Sophia y la misma Pridwen, quien se encargaba de
mantener cuerda a Daira que seguía sin hablar y mantenía la mirada baja,
fija en un punto a la distancia. Tal parecía que cuando acabó sus labores
como madre, no hubo más distracciones y tuvo que afrontar sus
pensamientos
—No entiendo qué es lo que quiere —dijo Lucca—. Si se fue, entonces
debió quedarse desaparecida, es lo mínimo que podía hacer.
—Concuerdo, no tiene razón de venir aquí.
—John sigue siendo su hermano —trató Sophia—. Sabe que él jamás la
echaría de esta casa.
—Por favor Sophia —chistó Adrien—. Tenía el conocimiento de que
Jason estaba aquí, quería fastidiarle la vida.
—Pensé que esta mujer estaba muerta —dudó Pridwen.
—Lo está —dijo la voz cortante de Jason.
—Claramente no —Adrien miró a su amiga—. Se marchó de casa hace
mucho, pensábamos que no la volveríamos a ver.
—Oh —Pridwen se avergonzó—. Lo siento por mencionarlo.
—Es normal que lo hagas —Lucca miró a su primo y mejor amigo—.
¿Qué prosigue? ¿Te irás y listo?
—No sé qué más puedo hacer, no quiero que esté cerca de Jack, apenas
está teniendo avances, no dejaré que lo arruine todo. —Entonces lanzó una
mirada a su esposa, quien permanecía en medio del mutismo y lo que
parecían pensamientos turbulentos.
El resto de los primos siguió la mirada de Jason, notando que era el
momento de dejar a la pareja en soledad. Debían hablar y seguramente sería
una conversación complicada. Los primos se despidieron y tras arrastrar a
Pridwen para que dejara atrás a su amiga, la pareja se quedó en soledad.
—Daira.
—Se burló de mi ¿no es cierto? —lo miró enojada—. Me creerá una
idiota, una aprovechada como lo hace el resto de la sociedad.
—Ey —se acercó a ella—. No hagas caso de esas tonterías, nosotros
sabemos lo que tenemos y es lo único que importa.
El leve asentimiento de cabeza daba a entender que ella no olvidaría el
tema con esa facilidad, pero no había nada que Jason pudiera hacer para
mejorar la situación, él mismo era un complejo cúmulo de emociones que
era incapaz de poner en palabras.
—Vamos a dormir —propuso Daira—. Nada podemos hacer ahora Jason,
tratemos de recuperar fuerzas.
—Supongo que es buena idea.
Cada uno por su lado fue a cambiarse de ropas, colocándose algo cálido y
cómodo para dormir. Daira se encargó de poner la estufa y después apagó
las luces, recostándose en la cama en medio de un silencio inquietante,
ninguno deseaba compartir sus pensamientos, creyendo que, al exponerlos
con su pareja, únicamente ocasionaría más ansiedad y nada de consuelo.
Fue Jason quien se dio por vencido y se movió primero, girando su
cuerpo para encontrarse con el de su esposa, envolviendo sus brazos a su
alrededor y recostando su cabeza en su abdomen, como solía hacerlo. Daira
bajó los ojos hasta toparse con el reluciente cabello rubio de su marido,
ligeramente crecido y ondulado. Nada le impidió pasar los dedos por la
sedosa mata y masajear la cabeza de su marido, él incluso soltó un gemido
placentero ante la caricia.
—Habla conmigo Jason —suplicó su esposa—. ¿De qué sirve tener
una relación si no podemos liberar el estrés con el otro?
—Estoy abrumado —sinceró—. No sé qué pensar.
—¿Sentiste algo… cuando la volviste a ver?
—Nada positivo —aseguró—. Si no hubieran estado Jack y tú ahí,
seguramente habría intentado asesinarla.
Se abrazó un poco más a ella, asfixiándola, pero sin recibir quejas.
—¿Qué fue lo que pasó entre ustedes? —Daira sintió un revolcón en su
estómago, algo poco agradable. Una angustia incrementó en su interior,
pensando que él volvería a enojarse y le hablaría como en aquella ocasión
cuando quiso conocer del pasado de Jack—. Lo siento, supongo que no es
algo que debiera preguntar.
—No. Es mejor que lo sepas —suspiró y se levantó para mirarla a los
ojos—, porque quiero que comprendas que nada cambiará entre nosotros ni
en nuestra familia. Seguiremos siendo tú, Jackson y yo.
—Pero ella es su madre.
—No debes preocuparte por eso —dijo con amargura—. Ella jamás quiso
ser su madre.
—No comprendo.
—Pocas personas lo harían —asintió, se sentó en la cama y encendió la
luz de la lámpara—. Es una historia complicada.
—Aun así —ella se enderezó también—, quiero escucharla, si no te
molesta contarla. —Mordió sus labios—. Por como llevabas las cosas,
pensé que estaba muerta, jamás creí otra cosa.
—No es de mis historias favoritas —aceptó—, evité el tema en todo lo
posible. Pero creo que en este momento no hay opción.
—Ella… ¿Los dejó?
—Sí —dijo con dificultad, mirando a su mujer—. Nos enamoramos
rápido y nos casamos con igual prontitud, se podría decir que nos
precipitamos, pero en realidad era lo que tenía que pasar. No fue de la mejor
manera en la que llegamos a tener una relación, John casi me mata al
faltarle la honra a su hermana.
—¿Faltarle? —Daira frunció el ceño—. ¿Qué fue lo que hiciste?
—Bueno —Jason rascó su cabeza—. Digamos que nos saltamos algunos
pasos, hicimos cosas que sólo deben hacerse de casados.
—Así que se acostaron antes de tiempo —comprendió la mujer.
—Sí —el hombre se sonrojó—. Por Dios mujer, podrías ser más discreta
con esto, me avergüenza tener que decirte esto a ti.
Daira sonrió con cariño, alargando su mano para tocar las mejillas de su
marido, consolándolo y agradeciéndole de esa manera.
—Sabía que no era tu primera esposa Jason —dijo con obviedad—. Sin
mencionar que tienes una larga reputación que daba a entender que sabías lo
que se hacía en la habitación.
—¡Basta! —cerró los ojos y extendió una mano hacia su mujer, pidiendo
silencio con respecto al tema—. Continuemos con la historia —pidió—.
Nos casamos y por un largo tiempo, estuvimos bien, sólo éramos nosotros
dos, el verdadero problema comenzó cuando Annelise quedó embarazada.
—¿Verdadero problema? ¿Tenían problemas antes?
Jason sonrió de lado.
—Ella estaba acostumbrada a hacer su voluntad —suspiró—, es una
mujer caprichosa y narcisita, incluso hedonista; John solía mimarla de más
debido a que pasó gran parte de su vida en soledad.
—Seguro que fue difícil para ella.
—No lo dudo —asintió Jason—. Pero todos afrontamos dificultades, tú
estuviste gran parte de tu vida atrapada con un medio hermano que te
deseaba y eso no te ha convertido en alguien malvado.
—¿La consideras malvada?
—No lo sé… —suspiró—. No. Supongo que simplemente estoy enojado.
No logré comprenderla, sigo sin hacerlo, pero no creo que la convierta en
una persona mala, complicada tal vez.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Digamos que experimentó la libertad por primera vez y de la mano de
la persona más irresponsable —elevó una ceja—. En ese entonces, yo
también estaba descontrolado, sin obligaciones, estrés o preocupaciones…
pero quedó embarazada.
—Lo dices como si lo hubieran tratado de evitar.
—Así parecía —admitió—. En un inicio intentamos evitarlo de las
formas que sabíamos, pero después pasó a segundo plano y simplemente
disfrutábamos de nosotros, no hubo niños por mucho tiempo, pero de un
momento a otro la noticia llegó.
—¿No fue motivo de alegría? —frunció el ceño.
—Yo estaba contento, no había razón por la cual no estarlo.
—Pero ella no estaba igual.
—Al inicio estaba muy feliz —recordó Jason—. La presión de la
sociedad por su falta de embarazo se esfumó y remplazó por halagos y
preguntas referentes al próximo bebé. Una madre se alegraría ante el buen
recibimiento de su hijo, pero creo que para Annelise, el tema del niño en su
vientre era igual a que le robaran el protagonismo.
—¿Se enfadaba porque le pusieran más atención a lo referente con el
bebé que a ella?
Jason asintió.
—Llegado al punto en el que no soportaba que se mencionara el tema —
su voz sonaba cada vez más desanimada—. Traté de comprenderla, de
ayudarla, la llevé con médicos, incluso le concedí no hablar del niño; pero
nada funcionó, ella simplemente se ponía peor y más agresiva con el hecho
de estar cambiando a causa del bebé.
—¿Se enojaba por los cambios de su cuerpo? —trató de comprender
Daira—. ¿Es que acaso tú le decías algo?
—Por supuesto que no. Ella se obsesionó, no le agradaba cómo se veía,
no soportaba sentirse mal, todo lo referente al embarazo era causa de
enojos, llantos y estrés, no solo para ella, sino para todos —explicó—.
Publio me dijo que en algunas mujeres era normal afrontar esa clase de
reacciones, aseguró que con el nacimiento ella mejoraría.
—¿Y lo hizo?
—No. Creo que empeoró —se tomó la frente con fuerza, como si
intentara evitar una migraña—. No quería ver al niño, no soportaba oírlo
llorar, jamás lo cargó y mucho menos alimentó.
—Eso… ¿es normal?
—Publio tuvo algunos casos similares, era cuestión de que la madre
entendiera que el niño era suyo y que lo amaba, Annelise incluso pensaba
que Jackson la odiaba —negó con una sonrisa—. Era un bebé, no podría
rechazar a nadie, pero ella así lo sentía. Hicimos de todo, en serio, lo
intenté. Al final ella me pidió no tener más hijos y eso conllevaba no más
intimidad y lo acepté.
Daira levantó una mirada llena de impresión.
—Jamás había escuchado de un amor tan fuerte y sólido.
—Me necesitaba —apartó su cara de entre sus manos, que no paraban de
masajear sus ojos—. Sabía que algo andaba mal, algo dentro de ella se
rompió y yo ansiaba repararlo.
—Seguro que ella lo aprecia ahora que está mejor.
—Dudo que lo recuerde —meneó la cabeza—. Lloraba todo el tiempo,
no quería levantarse de la cama, quería estar sola y apenas ingería bocado…
fue terrible.
—Lo lamento.
—Pero mejoró y pensé que todo iría bien. Annelise no se acercaba a su
hijo y eso parecía ponerla de buen humor, así que propicié que no hubiera
muchos encuentros entre ellos. —Jason miró hacia el techo lleno de frescos
hermosos—. Parecía que ella quería olvidar el hecho irrefutable de que tuvo
un hijo. Seguía con su vida normal, salía de fiesta, bebía, organizaba
veladas, hacía lo que quería.
—¿Volvieron a ser una pareja?
—Eventualmente me permitió volver a su recámara y una noche, ella dijo
que tenía la solución de nuestros problemas —pasó una mano por sus
labios, para después rascar su quijada—. Dijo que podíamos volver a tener
intimidad.
—Volvió a quedar embarazada, ¿verdad?
—Sí —Jason volvió a inclinar su cabeza para que quedara atrapada en
una de sus manos—. Esa vez incluso me odiaba a mí, no me soportaba, me
gritaba, no quería al niño y una noche, decidió acabar por sí misma con
aquello que le causaba dolor.
—Oh… Jason lo siento en serio.
—Annelise estaba muy mal, no sabía lo que hacía —dijo de inmediato—.
De alguna manera me esperaba que escapara, aun así, la perseguí por un
año, dejando a Jack al cuidado de otros cuando era a mí a quien necesitaba
—sus manos se hicieron puños—. Seguro sintió el abandono, tendría dos
años entonces, era apegado a mí más que nadie y lo dejé atrás para seguirla.
—Y cuando la encontraste —Daira se adelantó y tomó la mano de su
marido, apretándola con cariño—, no te gustó lo que viste, ¿cierto?
—Por Dios, no. —Soltó la mano de su mujer y cubrió su rostro, llorando
por primera vez desde que se conocían—. Fue… impactante.
—Jason, lo lamento tanto. —Daira se arrastró por la cama hasta que pudo
abrazarse a la espalda de su esposo, besando su hombro descubierto y
recostando la mejilla en él—. Pero no te reproches tus acciones, actuaste
conforme a tu corazón y eres un excelente padre, el cariño que Jack tiene
por ti lo demuestra.
—Es mi culpa que no pueda hablar —dijo pesaroso—. Dijiste que debió
ocasionarlo un trauma, sé cuál es ese trauma.
—Dudo que sea el que te fueras.
—Tuvo que ver —aceptó, descubriendo su rostro—. Pero ella le gritaba
todo el tiempo cuando queríamos acercarlos, Annelise no lo soportaba y el
niño lloraba siempre; aun así, seguí intentándolo hasta que ella se marchó y
fue cuando lo dejé solo, a merced de personas que lo maltrataron al no
haber nadie que lo protegiera
—Jason, tratabas de ayudar a tu esposa y pensaste que era lo mejor para
tu hijo, no es tu culpa, jamás harías daño a Jack, lo sé.
Los ojos grises del hombre se iluminaron, lo invadió una calma y una paz
que siempre sentía cuando Daira estaba cerca. Su voz tranquila, sus ojos
cariñosos y sus toques reservados eran lo único que él necesitaba para
sentirse mejor, enfocado y fuerte.
—Por Dios —la abrazó, ocultando su rostro en su abdomen—. Tenemos
que irnos de aquí en seguida.
—Está bien —sonrió Daira, acariciando su cabello—. Nos iremos, todo
estará bien.
—Quédate a mi lado Daira, pase lo que pase, tienes que quedarte a mi
lado —suplicó—. No puedo seguir dando más pasos en soledad.
—No me iré, lo juro.
Jason cerró los ojos. Quería creerle, pero ya antes se lo habían prometido
y todo había resultado de la peor manera. No quería perderla y, de hecho,
algo que lo aterraba era que su mujer quedara embarazada, no soportaría
que ella lo despreciara como Annelise.
Capítulo 29
Al fin había llegado abril, no es que Daira tuviera preferencia por algún
mes en específico, pero agradeció cuando el sol dio muestras de hacer algo
más que dar luz y brindó un poco de calor. Pese a que ella fuese de
Dinamarca, odiaba el frío, cuando escapó de casa, lo primero que hizo fue ir
a un lugar soleado, donde incluso sudara.
Aquello tampoco fue una de sus más grandiosas ideas, aunque
consideraba que Londres era un poco peor que su fría ciudad natal, puesto
que el clima normal ahí era lluvioso y se seguía necesitando tener encima
prendas que conservaran el calor corporal, pero al menos se deshicieron de
las pieles y los abrigos brumosos.
En esos momentos, Daira caminaba con Jack tomado de la mano, el niño
se divertía por las calles, saludando con la mano a las personas que sonreían
hacia él y se inclinaban respetuosos ante la presencia del pequeño niño que
heredaría no sólo el marquesado de los Kent, sino el ducado de los
Westminster.
—La gente quiere a Jack.
—No estaría mal que les dirigieras un hola de vez en cuando.
—Bueno —dijo desinteresado, inclinándose de hombros.
No se podría saber si Jack hablaba en serio o no, pero Daira tendía a no
cuestionarlo demasiado y simplemente fluía con él. Caminaron presurosos
por Oxford Street, entrando a un local que seguía sin tener letrero y estaba a
medio construir en el interior.
—¿Archivald? —la mujer rebuscó con la mirada—. ¿Archie?
—Aquí arriba Daira —sonrió el rubio, saludándola desde un segundo
piso—. Vamos, sube, tengo algo que mostrarte.
La joven sonrió, tomó con fuerza la mano de Jack y lo obligó a seguirle
los pasos, puesto que el niño ya se había distraído con unas plantas que se
encontraban en la parte de abajo.
—¿Archie?
—¿Qué te parece? —extendió sus manos, mostrando una oficina con las
paredes de vidrio—. Es para que la gente te vea trabajar, pero no te
interrumpa mientras lo haces.
—¡Me encanta Archie! —sonrió la joven—. No pensé que estarías tan
entusiasmado con la idea.
—Claro que sí, me agrada que seas mi socia.
—Sin mencionar que Jason te aprobó.
—Jamás imaginé que fuera tan celoso —admitió Archie, cambiando una
maceta de lugar—. Pero bueno, soy su primo, sin mencionar que estoy
casado.
—Claro, ¿cómo se encuentra ella? ¿Ya se acostumbró a estar en Londres
o sigue extrañando España?
—Creo que jamás terminará de acostumbrarse —aceptó con una sonrisa
condescendiente—. Es normal, las costumbres distan de ser parecidas, pero
lo hace bien.
—¿Cómo no hacerlo cuando se tiene un esposo tan comprensivo?
—Me halagas —la miró de soslayo—. ¿Cómo van las cosas entre
ustedes? Supe que Annelise los siguió hasta aquí, al igual que los
Melbrook. Tal parece que son sus sombras.
—Unas que no son bienvenidas. De mi hermano lo comprendo, pero de
lady Annelise no, en realidad, no sé qué es lo que desea.
—Supongo que a Jason —se inclinó de hombros—. A no ser que tenga
otra cosa en la cabeza.
—Jamás se ha portado grosera conmigo, me la he encontrado una que
otra vez y siempre es amable, no parece querer ejercer una rivalidad entre
nosotras, lo cual me desconcierta.
—No bajes la guardia, esa mujer es determinada, cuando sabe lo que
quiere, lucha por ello hasta la muerte.
—¿Debo sentir miedo?
—Dudo que sirva de algo. Simplemente recuerda que ahora eres tú quien
es la cabeza femenina de esa familia, en ocasiones es la única cabeza que
sirve —sonrió de lado y siguió con sus cosas.
—Archivald Pemberton, y yo que creía que Jason tenía boca de oro,
definitivamente no le hace sombra a usted.
—Difiero, suelo hablar únicamente cuando lo considero una total verdad,
es por eso que le resulto agradable al oído —dijo tranquilo, prestando poca
atención a la mujer y niño junto a él—. Creo que nos hará falta comprar
más macetas, necesito una de…
—Iré yo —sugirió la joven.
—No creo que sea pertinente.
—Oh, por favor, puedo hacerlo, llevaré a Carl conmigo por si son
demasiado pesadas —sonrió—. Nos vemos en un rato.
—Bueno, en ese caso lo agradezco.
—Vamos Jack, iremos de compras para tu tío Archie.
—¿Por qué no va él?
—Está ocupado, ¿no has visto? Si puedes hacer un favor, debes ofrecerte
a hacerlo.
Daira era buena engatusando a Jackson para que no llorara o se fastidiara
mientras hacían mandados por el pueblo. El niño solía divertirse gracias a la
imaginación de su madre, la cual lo llevaba a correr y brincotear por todo
Londres, chocando de vez en cuando con las personas, como en ese
momento, cuando de pronto se toparon con la mujer que formara parte de
las pesadillas de la joven esposa.
Muy a pesar de que Jason afirmara no tener sentimientos hacia su antigua
mujer, Daira sabía lo difícil que debía ser dejar de amar a alguien, mucho
menos cuando se enteró de la forma en la que Jason abandonó mucho de lo
que amaba con tal de complacer a Annelise. De hecho, Daira consideraba
que el resentimiento que Jason sentía era otra forma de demostrar lo mucho
que le importaba esa mujer.
—¡Ah! ¡Lady Daira! —sonrió Annelise—. Qué casualidad encontrarla
por aquí, ¿viene a hacer algún mandado?
—Es un favor para Archivald.
—Oh, Archie siempre fue de mis favoritos, es uno de los mejores —
sonrió amablemente—. ¿Puedo acompañarte?
—No creo que sea buena idea que la antigua esposa y la actual estén
paseando por las calles como si fueran las grandes amigas —Daira elevó
una ceja—. Aunque agradezco su amabilidad.
Annelise bajó la cabeza, mostrando la más sincera de las sonrisas.
—Sé que piensas que soy tu enemiga —dijo tranquilamente—. Pero no
soy la villana de tu historia Daira, en todo caso, creo que tú eres la villana
de la mía.
—Yo no pretendía apartar a Jason de usted, lo lamento, pero yo no tenía
idea de que usted siguiera con vida, lady Annelise.
—Sé que no, jamás he dicho algo así.
—¿Entonces? —Daira mostró su incomprensión—. Lamento decir que
no sé de qué otra forma podría ser la villana de su historia, apenas la
conozco y no muy bien, debo decir.
—Sí, supongo que no lo sabe —asintió pesarosa—. Pero resulta ser que
usted ha ganado el cariño de más de un hombre del que yo me he
enamorado perdidamente, uno además de Jason.
—Lamento escucharlo, le aseguro que jamás he querido ser dueña de los
afectos de ningún hombre, en un inicio, ni siquiera de Jason.
—Por alguna razón, le creo. —Elevó ambas cejas y se agachó para
saludar al niño que la miraba a la defensiva—. Hola Jack, ¿Cómo estás? ¿Te
diviertes junto a tu mamá?
El chiquillo dejó salir un berrido y se escondió detrás de su madre,
desbalanceándola un poco al haberla jalado inesperadamente. Daira tocó la
cabellera dorada y miró con disculpas a la mujer frente a ella, quien parecía
todo menos resentida con su hijo.
—No quisiera sonar grosera lady Annelise, pero me gustaría saber el
motivo de que nos siguiera hasta Londres.
—Fue mera casualidad, resulta que la persona que es de mi interés
también se encuentra aquí —se inclinó de hombros—, eso es todo.
—Quizá pueda ayudarla con eso —ofreció desesperada—, la verdad es
que Jason está muy tenso desde que sabe que está aquí y me gustaría poder
darle un poco de paz.
—¿Diciéndole que me he ido? —elevó ambas cejas y negó—. Lo siento
Daira, pero no podré concederte eso a menos que consiga el objetivo que
me propuse al venir aquí.
—Lo hace sufrir —bajó la cabeza—. Me gustaría negarlo, pero sé que la
sigue queriendo, quizá más profundamente que la primera vez.
El rostro sonriente de Annelise borró todo atisbo de felicidad, sintiendo
empatía por la mujer frente a ella, tal parecía que, sin querer ambas eran las
villanas de la historia de la otra. Estaban predestinadas a sufrir a causa del
amor no correspondido.
—Te equivocas Daira, él me odia.
—¿Y el odiar no es un sentimiento que nace del dolor? Si usted ya no le
importara, entonces no debería sentir nada.
—Deberías tener un poco de confianza en ti misma —le acarició un
hombro—. Estoy segura que todo lo que piensas es un error.
—Yo no lo creo —presionó sus labios a una fina línea—. Como sea,
espero que encuentre una solución a sus problemas lady Annelise, sea
cuales sean.
—Gracias, espero lo mismo para ti.
Se despidieron con una cortés inclinación, caminando en direcciones
opuestas y siendo el centro de atención de las miradas curiosas de los
transeúntes que agradecieron su suerte de tener que salir e ir a esa calle de
compras.
—Mamá, ¿Quién es ella? ¿Por qué nos busca?
—Deberás preguntárselo a papá —sonrió, aun sosteniendo su mano—.
Es algo que sólo él puede explicarte ¿de acuerdo?
—De acuerdo —sonrió, dando brinquitos para seguirle el paso.
Hicieron el pedido que Archivald necesitaba, dejando a los dueños de la
tienda como encargados para que se lo llevaran. Daira tomó la mano del
niño y lo sacó del local de macetas, le compró un helado y siguieron su
camino por el parque.
—¡Pero qué coincidencia tan esplendorosa! —un hombre mayor dejó
salir una sonrisa al ver a Daira caminando por el casi desolado lugar—.
Muchacha, ¿qué haces vagando por aquí?
—¡Oh, pero qué gusto encontrarlo señor Eldegard! Hace mucho que no
lo veía, mi esposo sigue pensando que es usted una ilusión de mi cabeza,
¿me hará el favor de asistir a una cena con nosotros?
—Claro, estaría encantado —el hombre tomó con fuerza su bastón
elegante—, aunque en estos momentos me encuentro realmente ocupado.
Sin embargo, manda a mi casa la invitación y responderé en seguida con
una fecha factible.
—Eso me encantaría, Jason se pondrá contento de al fin conocer al
hombre fantasma —dejó salir una ligera risa—. Espero que no le moleste el
apodo, pero resulta divertido que cada vez que podrían tener la oportunidad
de conocerse, alguno de los dos desaparezca.
—La vida está esperando al momento correcto, supongo. —Ella sonrió
como toda respuesta, acariciando el cabello de Jack para que dejara de
jalarla—. Ah, con que este es el pequeño heredero, es un muchacho muy
guapo he de decir.
—Vamos Jack —la mujer jaló al niño hacia adelante—. ¿Cómo se dice
cuando alguien nos hace un cumplido?
—Gracias —susurró muy suavemente, aferrado al vestido de su madre.
Daira sintió un tirón de alegría, pero lo ocultó tras una apacible calma,
sobre todo cuando el niño agregó—: usted es grande.
El hombre soltó una ligera carcajada, muy varonil y gruesa, para después
volver la mirada hacia el chiquillo que igualmente sonreía.
—Sí, a comparación de ti, debo parecer un gigante.
—Pero no es más alto que papá —seguía susurrando, pero a cierto nivel
que era audible para ambos adultos.
—Jack —se avergonzó Daira—. Podrías decirle un halago.
—Mmm… ¿tiene perros?
—Sí, unos cuantos.
—Mi mamá me regaló uno, se llama Bond y es así de grande —levantó
su brazo a su máxima capacidad—. Podría morderlo, por lo que mejor no se
acerca, porque mamá siempre está con nosotros.
—Lo tomaré en cuenta muchacho —sonrió el hombre con una mirada
extraña que incluso Daira captó.
—Es un poco celoso —excusó la joven, alejando a Jack de la mirada
penetrante—. No tome en cuenta sus palabras infantiles.
El hombre levantó una mano conciliadora.
—Es bueno ver que desde chamacos saben defender lo que es suyo, no
debe avergonzarse por eso mi lady.
La joven iba a responder, cuando de pronto, otra voz la llamó. Tal parecía
que ese día estaba destinado para encuentros inesperados. En ese caso era
Pridwen, quien venía a paso acelerado, tratando de alejarse de alguien a
quien Daira descubrió después como Lina Melbrook, la esposa de su medio
hermano.
—Lo siento señor Eldegard, he de salvar a mi amiga.
—Hace bien, nos veremos luego.
El hombre observó como aquella hermosa dama se alejaba con el hijo de
otra tomado de su mano. Negó con pesar. El señor Eldegard consideraba
que el conde y actual marido de esa mujer estaba desperdiciándola, si
estuviera él en su lugar, no tardaría en embarazarla, los hijos que pudieran
venir de ese vientre seguro serían una descendencia digna de un trono.
—¿Qué haces aquí Valcop? —le tomaron el hombro con intensidad
que sólo podía venir de la mano del conde de Melbrook— Pensé que
estarías en algún burdel o cantina.
—Debía venir aquí.
—¿En serio? ¿Por qué razón? —el conde levantó la mirada,
encontrándose con las tres damas a una distancia considerable pero aún
visible—. Ah, ya veo, ¿Lo has planificado todo?
—Por supuesto, pero y tú ¿qué haces aquí?
—Lo mío es mera casualidad —sonrió—, pero a diferencia de ti, yo me
puedo acercar a ellas con toda libertad —le palmeó la espalda—. Nos
vemos Valcop.
El vizconde maldijo por lo bajo, odiando al conde que podía acercarse
con libertad a la mujer por la cual suspiraba, como lo hacía la gran mayoría
de los hombres que la conocían. Era un dolor de cabeza que ese desgraciado
Seymour estuviera en el medio, para colmo, ni siquiera apreciándola como
se merecía, únicamente siendo un estorbo para los avances de cualquier
otro.
Chistó y escupió a un costado, su mirada impregnada en ira, carcomido
por la envidia y el resentimiento. Debía quitar a ese hombre de su camino,
esa era la única solución que parecía factible.
Además, se estaba logrando acercar a Daira sin asustarla, sin que su
reputación la obligara a correr, como lo hizo la vez pasada. Ahora, cuando
su marido tuviera una muerte inesperada, recurriría a él como alguien de
confianza para refugiarse en sus brazos, pedirle ayuda en su necesidad o
incluso casarse con él en su desesperación.
Tenía que deshacerse del Seymour, eso era en lo que debía enfocarse.
Aunque también podría provocar que Daira lo dejase, que se percatara de la
clase de hombre que era. Sería fácil, puesto que Jason Seymour estaba
enamorado de su antigua mujer; una que casualmente había regresado a
Londres hacía poco y que podía ser la tentación que orillara a Daira a
alejarse de él de una vez por todas.
Capítulo 30
Annelise miraba a Jason con cautela, sabía que no sería capaz de hacerle
daño, aun así, lo recordaba impredecible y no tenía idea de lo que quería al
llegar a su casa de esa manera. Para ella estaba más que claro que seguían
sintiendo algo el uno por el otro y aunque ese no había sido su plan inicial,
Jason siempre fue un hombre del cual se podía enamorar fácilmente, era un
lugar seguro y conocido, siempre la complacía, siempre la quiso y fue ella
quien lo despreció.
—Jason…
—Por favor —levantó una mano para que se detuviera—. Necesito
procesar el hecho de que estamos aquí.
—Siento tanto todo lo que hice, sé que estuvo mal, pero espero que sepas
que jamás quise lastimarte.
—Lo sé —suspiró—. Estabas mal, podía notarlo.
Ella bajó la mirada y mordió sus labios.
—Siempre fuiste bueno conmigo, te mantuviste a mi lado, aunque estaba
fuera de control, siendo comprensivo y buscando ayudarme —se acercó a él
—. Jason… ¿me odias?
—Sí —cerró los ojos—. Lo hago.
—Entonces ¿qué estás haciendo aquí?
—Quiero cerrar este ciclo, quiero poder estar bien con mi mujer, llevar
una vida normal a pesar de que tú estés aquí.
—Te será imposible Jason —se acercó a él lentamente—. Así como es
imposible para mí olvidarte.
—Por favor Annelise, no digas tonterías —se hizo para atrás—. ¿Por qué
regresaste después de tanto tiempo?
—Debo aceptar que fue por otras cosas, pero ahora que estoy aquí, que
he visto a Jackson…
—No te atrevas a meter a mi hijo en esto —la mirada de Jason cambió a
una amenaza latente y Annelise se rindió ante ello.
—Bien, de acuerdo, quizá Jackson no tiene nada que ver, pero tú sí. Te
quiero Jason, siempre lo hice y jamás dejaré de hacerlo.
—No se notó cuando te marchaste y… —cerró los ojos—. Te vi
Annelise, no hace falta que mientas sobre lo que no sientes.
—Es fácil juzgar, pero tú disfrutaste de una libertad que yo sólo
experimenté al momento de salir de Eaton Hall —se justificó—. No sabía lo
que quería o quién era, estaba descubriéndolo en ese instante. Quizá no
supe controlar mi nueva vida, pero ¿quién puede realmente?
—Si no te estoy juzgando por ello —frunció el ceño—, te estoy pidiendo
que hables con la verdad y no intentes dulcificarla.
—Te estoy hablando con la verdad —frunció el ceño—, te quiero y ahora
que he regresado quiero…
—Es algo tarde para querer cosas del pasado, ¿no crees?
—Nunca es tarde si uno quiere dar otra oportunidad.
—Creo que es obvio que el tiempo en el que existía un nosotros ya ha
pasado, ambos continuamos con nuestras vidas.
El corazón de Jason latía sin remedio alguno, todo su cuerpo reaccionaba
al habla de esa mujer, a sus sonrisas coquetas, ojos encendidos y
movimientos sedantes. Se conocían bien, se estaban seduciendo desde el
momento en el que se vieron.
—¿Estás seguro de ello? —La faz de Annelise se iluminó de pronto y
Jason comprendió lo que significaba; sentían la caricia del deseo en el
ambiente—. Te quiero Jason, lo sabes.
—A tu forma me quieres, eso lo sé, pero no puedes querer todo lo que
soy ahora, mucho menos lo que tuvimos en conjunto.
Los ojos de Annelise se oscurecieron, comprendiendo a lo que se refería
y dándole cierta razón, sin embargo, tenía la solución, el que Jason se casara
con esa mujer había sido una excelente decisión, porque ahora Daira podría
cuidar del vástago de ambos.
—Ahora que estás casado, todo es mucho más fácil para nosotros.
Pese a la confusión en su expresión, Jason prefirió no preguntar, la
conocía y si acaso mostraba interés en aquel juego de palabras, sería
indicación de que planeaba seguirle la corriente.
—No vine a hablar de eso.
—¿No? —sonrió divertida—. ¿Entonces a qué has venido Jason? ¿Qué
se supone que querías comprobar?
—¡Maldición! No lo sé. —Cerró los ojos.
Llegó hasta ahí con la excusa de su hijo y decidió hablar con ella por
recomendación de Publio, pero seguía sin encontrar respuestas, de hecho, se
sentía aún más confundido de lo que estaba antes.
—Jason, te casaste con esa mujer por Jackson y has hecho lo correcto
para él, pero ahora debes hacer lo correcto para ti.
—¿Qué se supone que estás proponiendo? ¿Qué seamos amantes?
—Sí —dijo segura—. Es lo mejor, ambos sabemos que no queda en mi
persona la aristocracia, todas esas normas y estándares no me llaman la
atención, lo odio. Pero de esta forma tendremos lo que queremos sin que
ninguno deje de ser lo que realmente es.
—En verdad, Annelise —negó con fastidio—, no digas tonterías.
—¿Niegas que quieres besarme? —se acercó a él—. Te conozco, noto en
cada fibra de tu cuerpo que me deseas incluso más que antes.
—Basta —pasó saliva con fuerza, apartando las manos que ella
lentamente posaba sobre su pecho—. No, Annelise, no.
—Ofrezco esto: sigue con tu matrimonio aparentemente perfecto, el niño
tiene una madre amorosa y nosotros seguimos viviendo nuestro amor como
siempre —ofreció segura.
El gesto que Jason expuso en su rostro era de una total confusión,
sorpresa e incluso algo de repulsión.
—¿Te escuchas cuando hablas?
—Normalmente lo hago, es mi voz y suelo tener buenas ideas.
—¿Por qué mi esposa aceptaría algo así? —negó Jason.
—Porque pasará Jason —Annelise se acercó a él, acariciándolo
ligeramente en los brazos y hombros mientras daba vueltas a su alrededor
—, decidí darte el aviso por adelantado para que no te tomara por sorpresa,
porque sé que no puedes resistirte a mí.
La boca de Jason se secó por completo, era claro que seguía teniendo un
poder sobre él, pero hizo falta que recordara a su esposa para que de
inmediato se acabara el encanto.
—He dicho que es suficiente —la alejó de nuevo.
Sin embargo, aquello había sido una demostración suficiente para
Annelise, quien sonrió triunfal, dando pasos hacia atrás para dejar a ese
hombre respirar con normalidad. Con unas cuantas palabras y un toque
sutil, Jason había quedado sin habla, seguramente alucinando lo que sería
volver a estar entre sus brazos.
Jason se sentía sumamente confundido. A pesar de que sabía
perfectamente que su deber estaba con su mujer e hijo, Annelise fue un
amor que incluso buscó por todo un año. Parecía una broma pesada que
cuando dejó el tema atrás, ella apareciera de nuevo, esperando que todo
fuera como antes de que se marchara.
En realidad, no. No quería que nada fuera como antes, Annelise no quería
la responsabilidad de ser una futura marquesa, no quería cuidar del hijo que
salió de su vientre pero que jamás pudo querer, tan sólo lo deseaba a él,
según decía, lo amaba.
—Sé que es confuso para ti en estos momentos, pero sé cómo hacer que
tu mente se aclare.
La estética figura de Annelise se mostraba encantadora, resaltaba aún
más al estar vestida en colores crema y al ser la estancia tan oscura. Era una
mujer preciosa, nadie pondría duda en ello, pero era desafortunado que
hubiese regresado con tal seguridad como para tomarlo por sorpresa y
besarlo de aquella forma tan descontrolada que lo hizo entrar en el mismo
estado convulso y fuera de razón.
Jason tomó la cintura de Annelise, acercándola más a su cuerpo,
disfrutando de sus labios, de sus caricias, recordando todo lo que significó
estar con ella, cuanto la quería, las muchas veces en las que se metieron en
problemas por esa pasión abrumadora que solía dejarlos sin conciencia y
cometiendo tonterías.
Esa mujer era un torbellino de emociones, toda su persona era
electrizante y los sentidos de Jason la reconocían, sabía quién era y lo
mucho que disfrutaba estar con ella. Pero al mismo tiempo, una
incertidumbre lo invadía, los ojos color océano se mezclaban con los de la
mujer que besaba en ese momento. Daira se metía en su mente y mostraba
una faz herida, una nariz alzada y una retirada totalmente digna de una
reina, digna de ella.
Se separó de un impulso, manteniendo las manos en los hombros de
Annelise para que esta no pudiera volverse a acercar.
—Pero si te has quedado sin palabras.
—Tengo muchas, pero no las diré porque soy un caballero —la soltó,
yendo hacia la ventana para buscar controlarse—. ¿Qué demonios quieres?
Daira me dijo que te habías portado bien con ella, parecías no tener interés
en nosotros.
—Las cosas cambian, me di cuenta de lo que vale la pena.
—Y te digo nuevamente que es una tontería, ambos rehicimos nuestra
vida, déjalo estar.
—Si tan sólo pudiera creerte, te dejaría de molestar Jason, pero incluso te
es trabajoso hablar ¿Cómo podrías haberme olvidado?
—No te he olvidado Annelise, pero lo correcto es que ambos nos
enfoquemos en las decisiones que tomamos.
—Me enteré que tú no tomaste la decisión de casarte, al menos, no del
todo —se sentó sobre el escritorio—. Ella te obligó de alguna forma y tú,
siendo tan loable, lo aceptaste por Jack. Si por ti fuera, seguirías soltero,
entre prostitutas, quizá, pero sin ataduras.
—No es de tu incumbencia.
—Pero lo es —se puso en pie y fue a su lado—. No debes quedarte en un
lugar únicamente porque es lo que se espera de ti.
Ella se elevó y pasó su mano por entre los cabellos suaves y rubios del
hombre que no pudo más que contener un sonido de goce ante la acción que
le resultaba conocida.
—Basta. —le tomó la mano.
—Te conozco mejor que nadie —susurró seductora, acercándose a él
hasta que sus labios rozaron suavemente el cuello que reaccionó enseguida
ante la ligera caricia—, sé lo que te gusta, lo que te disgusta y lo que te
vuelve loco. No podrás negarme por siempre.
Jason apartó su cuerpo con esfuerzo, ella sabía perfectamente cómo
moverse, por segundos la razón se iba de su cabeza y sentía como si
hubieran vuelto en el tiempo y fuera correcto que Annelise tratara de
seducirlo como en esos momentos.
—Annelise —dijo en un suspiro—, para ya.
—¿Qué te preocupa? Esa mujer ni siquiera está aquí —sonrió confiada
—. Y tú has venido por respuestas, creo que ahora las conoces de sobra,
sabes que no puedes resistirte a mí.
—Sólo me hace falta pensar en ella para resistirme a ti.
La mujer se alejó con manos levantadas, a juzgar por su gesto pareciese
que hubiese tocado algo repugnante.
—Qué bruto te has vuelto —dijo indignada.
—Lo mismo digo.
—Vale, comprendo que quieras jugar a los esposos, pero no te va a
funcionar, sigues reaccionando a mí y lo harás siempre Jason, que no se te
olvide nunca. A ella le entregarás las sobras, siempre migajas.
Caminó en dirección a la puerta moviendo exageradamente sus caderas,
encontrándose en el pasillo con su cuñada y hermano con los brazos
cruzados, esperando a que salieran.
—Buenas noches —sonrió la joven Ainsworth, subiendo por las
escaleras para dirigirse a su habitación.
Sophia entró al salón como una tormenta: amenazadora y sin piedad
alguna. Lo miraba con decepción, quizá un poco de asco, tal parecía que se
había escuchado hasta el pasillo lo que sucedió ahí dentro. No era para
menos, ellos nunca habían sido especialmente silenciosos y aquel beso fue
lo suficientemente apasionado como para que ambos dejaran escapar sus
emociones a modo de suspiros.
—Será mejor que lleves a Jackson a su casa. —La voz de su prima era
dura y atemorizante—. Extrañará a su madre.
Jason cerró los ojos, comprendiendo la indirecta.
—Iré por él.
—¡Qué va! No te vayas a desviar —la mujer dio media vuelta y subió
por el niño con paso que enfatizaban su molestia.
John se quedó en la habitación junto con Jason, ambos en silencio, sin
mirarse, manteniendo una postura orgullosa pese a la situación deshonrosa
en la que ambos estaban involucrados.
—No sé qué desastre estén haciendo ustedes dos —dijo de pronto el
duque—. Pero no me parece justo que jueguen de esta forma.
—Esto no estaba en mis planes.
—Pero sucedió —lo miró enervado—. No sólo no acepto lo que mi
hermana propuso, sino que respeto lo suficiente a tu esposa como para no
consentir esto, en caso de que estés pensando hacerlo, no dudes que seré yo
quien se lo diga a tu mujer.
—John, no pienso traicionar a Daira, la quiero.
—¿Esto que acaba de pasar no se clasifica como traición para ti?
—Sí —lo enfrentó pesaroso—. No volverá a pasar.
—Al igual que mi hermana —dijo el duque—. No lo veo posible.
—Será mejor que me vaya.
—Lo creo también.
En ese momento, Sophia entraba con el pequeño en brazos,
completamente dormido y en medio de un montón de cobijas que lo
cubrirían del frío. Seguramente tendrían que dormir en la casa de Adrien,
esperaba que por una vez su primo no estuviera en compañía de
mujerzuelas o que su casa se encontrara en tal desastre que fuese imposible
pasar más allá del pórtico.
Era una lástima que mucho antes de llegar a la casa, la música y los
gritos dieran el preámbulo de lo que se esperaba en el interior. Estaba claro
que la suplica de Jason no llegó a ser escuchada y Adrien estuviera de
fiesta, como era usual. El niño en los brazos de su padre saltó cuando de
pronto algo atravesó una ventana, rompiéndola con un sonido seco que fue
seguido por otros muchos cuando el vidrio cayó al piso acompañado de
risotadas que venían del interior.
—Demonios Adrien —chistó Jason, subiendo las escaleras con cuidado y
con un niño al borde de las lágrimas—. Ya, ya Jackson, vuelve a dormir,
vamos, recuéstate.
Medio adormilado, el niño fue recostando su cabeza en el hombro seguro
de su padre, cayendo dormido después de unos momentos. Abrió la puerta
de la entrada, sabía que no habría mozo que lo atendiera, así que subió las
escaleras, encontró una habitación vacía y recostó a su hijo ahí, esperando
que nadie más entrara y lo despertara. Tendría que bajar de nuevo para
intentar buscar a su esposa, aunque cabía la posibilidad de que estuviera
dormida.
Nada más lejos de la realidad.
Pridwen y Daira eran el centro de atención, ambas bailaban y cantaban al
son del piano que era interpretado por uno de los conocidos libertinos que
fueran amigos de Adrien.
—¡Va de nuevo! —dijo Lance, retomando la tonada, pero al no recibir
canto o risas, frunció el ceño y se giró en el banquillo en el que estaba
sentado—. Ah, Jason, pensamos que no vendrías.
—¿Cómo podría faltar si mi esposa está dando tal interpretación? —dijo
con seriedad, mirando a Daira, que estaba lejos de estar en sus cinco
sentidos—. ¿Cuánto has bebido?
—Lo suficiente para que no me importe que estés aquí —contestó,
soltándose del agarre de Pridwen, quien por poco cae.
—Ups, chiquilla, creo que tú también te sobrepasaste —dijo Adrien con
una sonrisa, atrapándola antes de que tropezara de nuevo.
—No puedo creer que seas tan irresponsable como para dejarlas que se
pusieran de esta manera —recriminó Jason.
—Oye, oye —Adrien levantó las manos cuando pudo estabilizar a
Pridwen—. Nosotros ni estábamos aquí, cuando llegamos ellas ya estaban
hechas ron, nosotros sólo les seguimos la corriente.
—¡Así es! —acusó Pridwen—. ¡Usted es un mal hombre! ¡Lo odiamos!
¿Cierto, Daira?
—Sí, lo detesto —asintió la mujer con una pesada seriedad.
—Tomaré una habitación prestada —informó Jason a su primo. Adrien
asintió mientras palmeaba el aire, quitándole importancia a sus palabras—.
Vamos Daira, tienes que recostarte.
—Creo que la damita no quería verte —recordó Declan—. Nos pidió que
la ayudáramos a escapar mañana temprano.
—Y nosotros aceptamos —asintió Nil—, por lo que dijo Pridwen, este
condesito berrinchudo no la merece.
—Basta ustedes tres —se adelantó North con una voz firme e intimidante
—. No se metan en los asuntos de otros.
Los amigos se inclinaron de hombros y volvieron a lo que hacían antes
de ser interrumpidos. La música del piano volvió y los demás retomaron sus
bebidas y cigarros, charlando tranquilos pese a que antes había un
descontrol. Jason sabía que ninguno estaba especialmente tomado, incluso
si lo estuvieran, los amigos de Adrien eran racionales e inteligentes, no se
meterían en donde no les llamaban pese a que Pridwen y Daira se los
pidieran con antelación.
Quizá la única forma en la que alguno intervendría sería si las escucharan
gritar o llorar, entonces reaccionarían sin piedad. Pero no era el caso y
conocían a Jason, no lastimaría a una mujer, mucho menos a una totalmente
perdida en alcohol.
La pareja salió del salón donde los amigos se quedaron disfrutando de la
noche. La joven se sentía un poco mejor, más enfocada y preparada para la
discusión que vendría. Debía admitir que estaba fingiendo un poco su
estado, era mucho más fácil ser intransigente cuando se estaba en los mares
del alcohol. También era más fácil que se le perdonaran las impertinencias a
un borracho y ella pensaba decir y hacer muchas cosas que necesitaba que
Jason perdonara después, o al menos, ella podría fingir demencia.
—Vamos Daira. —Trató de ayudarla, pero ella dio un brinco lejos de sus
manos—. Estás tomada, no podrás caminar.
—Prefiero romperme los dientes a permitir que me toques.
—De acuerdo —levantó las manos—. Camina, iré detrás de ti.
—Lo que quiero es que se vaya, ¿no se da cuenta que estaba justo en
donde debería? —Jason la miró sin comprender—. En medio de hombres
que disfrutaban oyéndome cantar, entreteniéndolos, coqueteándoles. Sé que
todos son ricos y tienen dinero, según lo que se dice de mí, soy buena
manipulándolos o más bien cazándolos.
—Daira —suspiró, entendiendo que la discusión había iniciado— jamás
dije que fueras una meretriz ni tampoco una interesada.
—Lo insinuaste, durante toda esa conversación lo hiciste.
—Por Dios, Daira, eso no es verdad, jamás he pensado eso de ti.
—¡Me lo dijiste! Dijiste que coqueteaba con los hombres, mencionaste
los nombres de personas a las que odio, que me han lastimado y lo peor es
que yo fui la que te lo contó, pensando que podía confiar en ti —unas
lágrimas silenciosas salieron de sus ojos— ¡Pero que tonta fui en hacerlo!
—Estuve mal, lo admito, estaba alterado por lo que sucedió y mis celos
no ayudaron en ese momento, sé que no eres tú, pero me carcome por
dentro cada vez que veo que alguien te voltea a ver.
—¿Es mi culpa? —le dijo con odio—. No sé en cuantas ocasiones te dije
que me odiaba a mí misma por esa razón, ¿no lo recuerdas? ¿Era tu interés
fingido para poder acostarte conmigo?
—¡No! —Jason se impresionó por esas palabras—. Pero ¿qué dices? Me
interesas, eres importante para mí Daira, en serio.
—No lo parece.
Jason dio unos pasos hacia ella, intentando tocarla, acercarla un poco a
él, porque necesitaba sentirla, recordarse lo qué era estar con ella, la paz
que lo inundaba cuando estaba en sus brazos o la alegría que era incapaz de
controlar cuando la veía. Sin embargo, en esa ocasión, cuando se acercó
hasta lograr tocarla y ella lo miró, sus ojos no mostraron felicidad, sino una
profunda tristeza y dolor.
—¿Qué pasa?
—Dios mío —Daira se cubrió el rostro—. Hueles a ella.
—¿De qué hablas? —Jason se alejó en seguida.
La furia de su esposa era apenas perceptible, sus delicadas facciones
apenas se movían de su lugar original, pero su recuperada postura de brazos
cruzados y mirada fija en un punto de la estancia eran las referencias
necesarias para demostrar que estaba a punto de la histeria, una acción que
normalmente le parecería deliciosa a Jason debido a lo inusitado que
resultaba, mas no en ese momento.
—Recogiste a Jack, lo que quiere decir que la viste —escudriñó sus ojos
con detenimiento—. La besaste, ¿no es cierto?
Un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo entero al recordar la intensa
mirada azul grisácea que caracterizaba a los Ainsworth, los hermosos risos
que caían como cascadas y, aunque ahora su tez estuviera tostada, seguía
siendo tersa y luminosa. Cerró los ojos con fuerza. No debía pensar en ella
de forma idealizada, no se podía permitir caer en sus redes nuevamente,
Annelise no era lo que necesitaba, no era una madre, no era una esposa, ella
únicamente se proponía como una amante que lo querría bajo sus propias
condiciones. Lo peor era que ella sabía que logró tentarlo.
—Daira, estás en mal estado, permite que…
—¡Mi señor! —una doncella llegó a su encuentro de forma presurosa y
nerviosa—. El niño Jack se ha despertado y no deja de llorar, no sabemos
qué paso, pero…
Ninguno de los padres esperó más explicación, ambos subieron corriendo
las escaleras, tal parecía que, gracias al susto, Daira bajó de golpe los
grados de alcohol que llevaba en la sangre y logró enfocarse enteramente en
Jack. Fue ella quien subió las escaleras primero, tomó al niño en brazos y lo
llevó a recostar mientras tarareaba y mecía su cuerpo acorde de la tonada.
Jason terminó de recorrer el camino hacia la habitación donde había
recostado a su hijo, siendo capaz entonces de escuchar la voz sublime de su
esposa, aquella que sólo era capaz de escuchar cuando le cantaba a Jack
para que se pudiera dormir. En una que otra ocasión la atrapó en medio de
tonadas mientras cortaba flores o se bañaba, pero Daira jamás se percataba
de aquello. Para él era un deleite escucharla, aunque fuera a escondidas.
Abrió con cuidado la puerta de la habitación de su hijo, el cual dormía
con la mano de su madre cogida con posesividad mientras ella cantaba
dulcemente, acariciándole la nariz para relajarlo. No pudo evitar quedarse
ahí, la canción de cuna era lenta, la voz angelical erizaba la piel y el
tranquilo compás adormecía el alma.
Una paz inmensa le invadió el cuerpo entero, comprendiendo entonces
que Daira le brindaba el sosiego que persiguió durante tanto tiempo. Su
esposa, con su ternura, firmeza y buen corazón, llenó por completo el vacío
que sintió durante tantos años. La paciencia con la que se manejaba, su
templanza y el amor que irradiaba para todas las personas que la conocían
era estremecedor, en ocasiones algo apabullante e incluso irreal.
Ella era lo que necesitaba.
—Daira —susurró para llamar su atención.
—¡Chst! —chistó sin volverse—. Está casi dormido.
—Vamos, preciosa, vayamos a dormir.
La mujer tomó aire y se puso en pie con lentitud, besando la mejilla de su
hijo y caminando altiva hacia su marido, al cual pasó de largo, caminando
segura hacia donde fuera que sus pies la llevaran, puesto que no recordaba
la dirección de la recámara que se había auto asignado junto con Pridwen.
—A menos que quieras ir a las habitaciones de mi primo, el camino es
para acá. —Con toda la dignidad que pudo recaudar, Daira dio media vuelta
y volvió a pasar de largo la presencia de su marido. Jason dejó salir una
suave risilla y caminó detrás de ella—. Entiendo que estés enojada.
—No estoy enojada.
—Bien. —Elevó las manos, conociendo las formas femeninas de
deformar las palabras para que pareciesen otra tan solo con poner un tono
diferente en ellas—. Pero déjame explicarte lo que pasó.
—¿Debería hacerlo? A mí me parece más que obvio lo que pasó —dijo
tranquila—, seguramente recordaron su pasado con alegría.
—Por Dios —esbozó una sonrisa y la alcanzó, acorralándola contra la
pared más cercana, admirando su belleza enfurruñada—. ¿Sabes lo
encantadora que eres estando enojada?
—Dije que no estoy enojada.
Era creíble, si se tomaba en cuenta el rostro calmo de Daira, cualquiera
podría tragarse esa mentira. Pero él la conocía, ese tono extremadamente
lento y digno era una advertencia.
—Por favor, cariño, déjame explicarte…
—No. Y no me llames de esa forma —bajó la mirada—, por favor.
—¿Cómo quieres que te llame? —bufó divertido, sintiéndose feliz de que
le permitiera estar cerca—. Es lo que me sale cuando te veo.
—¿Tratas de humillarme?
—¿En qué forma lo estoy haciendo?
Ella dejó salir el aire que retuvo durante todo ese tiempo. De pronto
Jason la sintió tan débil, tan derrotada, que por poco la abraza, lo hubiera
hecho, pero seguro Daira lo patearía por el intento.
—Sé que soy inocente, pero no soy tonta —lo miró a los ojos—. Veo la
forma en la que se carcome tu alma cada vez que alguien la menciona o la
ves por casualidad.
—Eso no es verdad.
—Aprecio que intentes negarlo, pero es una realidad. —Parecía tan triste
que el corazón de Jason se estremecía de dolor—, sientes algo por ella y de
ser así, no quiero estar enterada del resto.
—¿Qué es ese resto del que hablas? —la detuvo cuando ella intentó
escapar—. ¿Crees que me acostaría con ella?
—Yo no sé de qué seas capaz, pero sé que la amas.
—Daira…
—De ser así, tengo miedo —admitió—. Amo a Jack y en definitiva yo no
sé luchar por un hombre, no lo haré, pero me aterra lo que me depare el
futuro. No quisiera perder a Jack, ni tampoco quiero ser la burla de todos
mientras me engañas con ella.
—Daira —Jason acarició con sus dedos la barbilla de su esposa,
elevándola con suavidad—. Annelise no busca a Jack.
—Me contaste la historia, pero eso significa que te quiere a ti.
—No regresó por mí, me lo dijo. —Jason resintió cuando ella se apartó
de su toque nuevamente—. Tal parece que sus planes iniciales se vieron
truncados y quiere tenerme como premio de consolación.
—No hace malas elecciones a mi parecer, aunque me dijo que yo era su
villana —Daira frunció el ceño—. ¿A quién puede querer ella que esté
enamorado de mí?
—La mitad de Londres está enamorado de ti Daira —le recordó su
marido—. Sea lo que sea que Annelise quiere, no tiene nada que ver
conmigo, estoy seguro que toda esta locura es por despecho.
—No es de mi interés —dijo orgullosa—. No más.
—¿Debo entender que no te preocupa?
—Si me preocupa o no es irrelevante, si quieres engañarme, entonces lo
harás, aunque me entere o no lo haga —dijo en aparente desinterés que, en
el idioma de Daira, era una muestra de disgusto.
—No pretendo engañarte.
—Y yo confiaré en ti hasta que haya alguna prueba fehaciente que me
dicte que haga lo contrario.
—Pero qué diplomática, eso me deja en claro que estás enojada.
—En verdad que no —lo miró con certeza—. Como te dije, no me
meteré en una guerra por ti —la determinación en sus palabras heló la
sangre de Jason—. Quizá estés un poco obnubilado por los recientes
acontecimientos, pero yo soy una mujer muy hermosa y deseada, Annelise
ha puesto sus ojos en ti nuevamente, eso está claro, pero hay muchos
hombres que los tienen puestos en mí.
—Diantre de mujer —dejó salir una risa—, claro que me doy cuenta, veo
como el mundo entero se derrite ante ti, creía que mi ataque de celos lo dejó
claro.
Los ojos tristes de Daira lo enfocaron. Su rostro se dulcificó, su cuerpo
dejó la tensión y casi en un suspiro derrotado reveló:
—Y yo, tontamente, sólo puedo verte a ti.
Ante tal confesión hecha sin una pizca de vergüenza o titubeo, Jason no
pudo más que elevar ambas cejas en sorpresa, quedándose
momentáneamente sin palabras. Era claro que admitir su sentir no era un
problema para Daira, no la atribulaba o la hacía sentir débil, sino todo lo
contrario, el que lo dijera con tal naturalidad la hacía ver mucho más segura
que si lo negara.
—Daira, quiero estar contigo y me detesto cada vez que te lastimo,
simplemente… —negó—. Te quiero, en serio lo hago.
—No lo parece.
—Seguiré intentando demostrártelo, no hagas caso a mis palabras
estúpidas en momentos de tensión, mírame ahora, suplicándote —le tomó
las manos y se las llevó a los labios—. Me arrodillaré si es lo que quieres y
necesitas para que obtenga tu perdón, haré lo que sea.
—No estaría nada mal que te arrodillaras —sonrió divertida.
Jason sabía que no estaba perdonado, pudiera parecer que las cosas
estaban bien, pero había una barrera que no lo dejaba pasar.
Capítulo 32
Era una tortura que cuando las cosas no estaban bien en casa, tuviera que
salir de la ciudad gracias a un llamado de emergencia. Daira no estaba bien
con él, pese a que no hiciera escándalos o se mostrara especialmente fría, no
tenían amores, no le permitía siquiera besarla, era como si hubieran
regresado en el tiempo a cuando eran una pareja que aparentaba ante los
demás y en soledad apenas y se hablaban, eran desconocidos nuevamente.
Para ese momento, Jason estaba desesperado, si por él fuera, jamás
hubiese salido de su casa, dejar a su mujer embarazada y a su pequeño hijo
no era algo que le alegrara, de hecho, el verse privado de su presencia era
razón suficiente para su constante mal humor. No encontraba satisfactorio
ni siquiera el hotel que fuera clasificado como uno de los mejores del lugar,
preferiría mil veces estar en su casa, compartiendo cama con su muy
enojada mujer. Suspiró. Pero no era así y tenía obligaciones que cumplir.
Como el futuro marqués que algún día sería, era su responsabilidad
solucionar los problemas de las tierras a su cuidado.
Con ese pensamiento entró de nuevo a la antigua mansión remodelada
que solía recibir a personalidades de la alta alcurnia de todo el mundo, por
lo que era de esperarse que Jason se topara con más de un amigo de copas o
alguna dama a la que hubiese visto de la forma más indecente. En ambos
casos, eran personas que Jason deseaba evitar y solía escabullirse de las
zonas comunes: como el comedor, el área de juegos, jardín o salón.
—Buenas noches, lord Seymour, ¿gusta que lleve su cena a su habitación
como de costumbre? —ofreció un elegante mozo.
—Gracias Ulises —asintió el caballero y subió las escaleras sin prestar
mayor atención a las risas y el olor a tabaco que venían escandalosos desde
uno de los salones.
No tenía ganas de charlar con nadie, sentía un hambre desafortunada para
el sueño que tenía y estaba impaciente por volver a su esposa, anhelaba
besarla y hacerle el amor. Hacía bastante tiempo que no deseaba a la misma
mujer noche tras noche, como si se tratase de un vicio por el cual se caía sin
darse cuenta, del que no se enfadaba y se esperaba impaciente. Por mucho
tiempo, Jason pensó que había perdido esa capacidad, sin embargo, Daira
marcó una diferencia y ninguna otra pudo metérsele por los ojos aunque
estas se esforzaran con la desesperación de la paga o el deseo puro.
Abrió la puerta de la recámara, encendiendo la luz para recorrer con
tranquilidad el camino hacia el baño de la habitación. Esperaba que, para
cuando saliera, su cena estuviera esperándole en la mesa del balcón, como
cada noche. Incluso el servicio había aprendido que el conde gustaba que le
dejasen también un vaso con un buen coñac y un cigarrillo, el cual
disfrutaba bajo el cielo estrellado y la musica amortiguada que llegaba
desde el salón de baile.
Y así fue, después de tomar su cena, su mal humor logró disiparse un
poco, logrando relajarlo lo suficiente como para poder escribir a su esposa
una carta que sería enviada al día siguiente, para después ir a dormir.
Anteriormente dormir en soledad no hubiera sido un problema, pero sucedía
que se acostumbró al cuerpo de Daira a su lado, incluso al del pequeño Jack
entre ellos.
Se durmió pensando en ellos e incluso soñó que se encontraba a su lado,
acariciando la piel suave de su esposa, cálida y reconfortante. De hecho, la
sensación comenzaba a ser demasiado palpable, incluso en medio de su
estupor, aquello le pareció irreal; en primer lugar, porque Daira no solía ser
muy atrevida en la cama, ella era dulce y cariñosa, jamás se arriesgaría a
incomodarlo mientras dormía, no, aquello no era una actitud carácteristica
de su esposa, mucho menos el comenzar a desnudarlo.
Abrió los ojos sintiéndose en primera instancia irritado, pero al reconocer
el cuerpo que se le insinuaba, aquello se tornó a algo distinto, muy poco
racional y primitivo, se fundió en sus instintos más bajos al abrazar el
cuerpo de Annelise y besarla desesperado. Ella estaba encima de él,
desabrochando su camisa de dormir mientras se movía sugestiva sobre su
cuerpo.
¿Era acaso que su cuerpo recordaba las noches a su lado? Annelise era
una mujer pasional, llena de chispa, de vigor y buena disposición que la
hacían irresistible. Jason adoraba cuando, de la nada, actuaba tan impulsiva,
tan llena de deseo, importándole poco despertarlo para hacerlo cumplir su
voluntad, estaba acostumbrado a ello, de hecho, por un momento le pareció
de lo más normal el que ella lo desnudara, besara y hacer lo mismo con ella.
—Jason… —gimió cerca de su oído. La piel de Jason reaccionó en
seguida y un revolcón conocido azotó su estómago. Volteó la situación,
colocándose sobre ella, mirando los ojos azul grisáceo que compartía junto
con los del duque, con la diferencia que los de Annelise eran traviesos,
brillantes y vivaces—. Jason, por favor…
Su cuerpo anhelaba cumplir con la petición, pero en su cabeza se
mezclaba la imagen de la actual mujer que se le ofrecía y la que lo esperaba
en casa. Tan diferentes entre ellas que parecía irreal que pudiese sentir tanto
por ambas.
«Daira…» Se repitió en la cabeza. «Mi mujer embarazada».
Aquello fue suficiente para hacerlo salir de la cama, alejándose de la
tentación que era el cuerpo de su exmujer. Jason caminaba de un lado a
otro, mirando a Annelise, quien se quitó el camisón sin importarle el
predicamento de Jason, quedando desnuda en la cama, esperando porque
sucumbiera ante la pasión que se reflejaba en sus ojos grisáceos. El hombre
pasó una mano por su rostro, estirando un prolongádo momento la piel de
sus labios, desesperado al comprender lo débil que era. Estuvo a punto de
cometer la estupidez más grande de su vida.
—Eres cruel —mencionó, aun dando vueltas por la habitación.
—Tú también lo eres al dejarme de esta manera.
—¿Cómo entraste aquí?
—Me conocen por ser tu esposa.
—No es verdad, la gente sabe que me he vuelto a casar. —La cara de
Jason se deformó al recordar aquello—. Por Dios, mi esposa está esperando
un hijo mío y yo estuve a punto de traicionarla.
—Eso deja en claro que no la amas.
Jason levantó la mirada con resentimiento.
—No, significa que abusas de nuestra relación pasada —la apuntó con
desdén—. De lo que pude sentir por ti.
—Sientes —corrigió.
—¿Qué quieres Annelise? —exhaló frustrado—. ¿Qué te diga que sigues
siendo una tentación para mí? ¿Qué te veo y me es imposible no recordar
los momentos felices que compartimos?
—Sí.
—Bien, lo eres y lo recuerdo, pero eso no cambia nada.
—Jason… —ella salió desnuda de la cama y se presionó contra él—. Lo
significa todo ¿no lo ves?
—No. No lo veo —bajó la mirada hacia el cuerpo desnudo que le traía a
la cabeza cientos de recuerdos—. Deberías irte.
—¿Seguro? Tus labios pueden decir una cosa, pero tus ojos dicen otra
totalmente diferente.
—Concéntrate en lo que digo, vete de aquí, no te acerques a mi esposa,
mi familia, ni a mí tampoco.
—Si es lo que quieres —se inclinó de hombros, claramente sentía que
había ganado aquella batalla—, me iré, pero mi habitación es la treinta y
cinco, por si cambias de opinión.
Jason observó a la dama salir de su habitación y en seguida gritó
desesperado, pateando una silla y aventando la mesa donde tantas veces
tomó sus desayunos, destruyendo vasos y platos limpios que los sirvientes
dejaban para el día siguiente.
Se sentía un imbécil ¿Cómo se podía ser tan idiota? ¿Por qué seguía
cayendo ante Annelise una y otra vez como un estúpido? Pareciese que
decidió olvidar que lo dejó atrás junto a su hijo, que no le importó
desaparecer e incluso darse por muerta con tal de alejarse de ellos y buscar
su libertad. ¿Por qué su cuerpo reaccionaba de esa forma? ¿Por qué le era
tan difícil pensar?
Cerró los ojos y apretó fuertemente sus puños, tenía que irse cuanto
antes. Salía esa misma noche de ser necesario, no podía quedarse estando
Annelise tan cerca, era tiempo de volver con su familia, de hecho,
necesitaba ayuda de su padre, quizá incluso de su madre, lo cual sería un
dolor de cabeza, pero era un mal necesario.
Tomó el primer caballo que estuvo disponible y salió a toda velocidad
lejos de aquel hotel.
❈
Se removía en la cama de forma descontrolada, incómoda, presa entre las
pesadillas que no la dejaban tranquila desde hacía unas horas. Sufría, todos
cuanto debían amarla la dejaban atrás, la traicionaban o la utilizaban, no
contaba con nadie, las personas la veían y simplemente se alejaban,
dejándola sola, en medio de un lugar oscuro, a nadie le importaba, incluso
veía a Jason con Annelise quien llevaba de la mano a Jack, no la reconocían
y pasaban de largo.
Ella lloraba desesperada, gritaba por cada uno de ellos, incluso por su
madre a quien perdió de niña y su padre que permitió a su hermano hacer lo
que quisiera con ella mientras estuvo con vida. No quería estar sola, temía a
ello, deseaba ser aceptada, querida. ¿Por qué era tan difícil para ella recibir
algo tan básico como un amor sincero?
—¿Daira…? ¡Daira! ¡Cariño, despierta!
Ella soltó un grito contenido y se sentó en la cama de golpe, sintiendo el
sudor acumulado en su pecho y su camisón ligeramente mojado de su
espalda. Odiaba esos sueños, eran tan reales que incluso despertaba
pensando que todo era verdad. No entendía por qué regresaban en ese
momento, hacía mucho que no soñaba tan mal, prácticamente desde que se
escapó de su casa; ocasionalmente le pasaba, pero no con esa intensidad,
incluso volvió a marearse y tuvo la necesidad de aferrarse del hombre que
la detenía por los hombros.
—Jason —susurró—, has vuelto antes…
—¿Qué sucede? ¿Qué soñabas?
—Fue tan horrible —lloró, pero tuvo que levantarse e ir corriendo al
baño, vomitando la cena que forzosamente ingirió hace unas horas—. ¡Por
Dios! ¿Por qué sigo tan enferma?
—¿Te has sentido mal?
—Sí, tu madre está realmente preocupada, quiere venir mañana a pesar
de que le aseguré que estaría bien. —Daira se dejó caer sobre el suelo,
escondiendo su cabeza entre sus rodillas. Temblorosa, asqueada y con
arcadas—. Pensé que no volverías… que me dejarías para huir con
Annelise.
El hombre se tensó, aquella revelación fue un golpe duro para el corazón
arrepentido de Jason, quién se agachó, la abrazó con fuerza y enterró su
rostro en el hombro de su mujer.
—Eso jamás va a pasar, no debes pensarlo.
—No sé por qué me siento tan extraña últimamente —dijo pálida y
convulsa—. Algo está mal Jason, esto no es normal, ¿acaso estaré a punto
de morir? ¿Es que no quieres decírmelo?
Jason dejó salir una profunda carcajada y negó.
—Tranquila, no estás muriendo, de hecho, estás creando —la miró con
orgullo y una profunda devoción. La mujer en sus brazos no comprendió
sus palabras, por lo cual cuestionó con la expresión de su rostro—. Daira,
no tuve la fuerza para decírtelo antes, pero la razón de que te encuentres tan
enferma por las mañanas es porque…
Daira buscó la mirada de su marido debido a que este la desvió en varias
ocasiones. Tal parecía que no quería hablar con ella, estaba nervioso a
juzgar por el movimiento en sus manos y las muchas veces que tuvo que
despeinar su cabello.
—¿Qué sucede Jason? —lo incitó a hablar—. Me asustas.
—Estás embarazada Daira —apretó su quijada—. Lo siento.
—Que yo… ¿Qué? —la mujer configuró una expresión de profunda
confusión y deliciosa alegría—. ¿Cómo es que…? Pero tú…
—Estaba asustado por tu reacción, no quería que… —se frotó los ojos
con el dedo indicé y pulgar—. Me vinieron recuerdos.
—¿Creíste que no lo querría?
—Para ser honesto, lo seguiré dudando, aunque me digas que en serio lo
quieres —la miró seriamente—. Ya en el pasado lo creí y me equivoqué. La
destruí debido a ello.
—Jason —Daira negó con una sonrisa bobalicona—. Estoy feliz,
demasiado feliz por la noticia, ¿es que no me ves?
Para no conflictuar a su esposa, el conde transformó su rostro y esbozó
una sonrisa a juego con la de ella.
—¿Estás molesta porque no te lo dije de inmediato?
—Debí suponerlo, esto de los mareos matutinos es común en el
embarazo ¿verdad? —dejó salir una agradable risita—. Oh, Jason, no lo
puedo creer, pensé que no tendríamos uno de estos.
—¿Niños? —negó divertido—, ¿Cómo pudiste creer eso?
—Hace tiempo que nos casamos y no había indicios de que estuviera
embarazada… —Daira se acomodó en la cama y jugueteó con sus manos,
nerviosa de repente—. ¿Cómo te sientes con esto?
—Estaba consciente de que era algo que podía pasar —suspiró y se sentó
junto a ella—. Pero debo aceptar que me cayó de sorpresa.
—Es… ¿una buena sorpresa?
—Daira —la mano fuerte y larga de Jason se acercó hasta su mejilla,
donde permaneció dando leves caricias—. No soy importante en todo esto,
eres tú en la que nos tenemos que concentrar ahora, pero si necesitas
saberlo, me hizo feliz saber que me darás un hijo.
La recompensa a sus palabras fue una cálida mirada, el rostro de Daira se
coloreó de un rojizo suave que la hacían ver más tierna al estar en un estado
descuidado: sus cabellos estaban claramente enredados, su camisón se subió
hasta descubrir sus muslos, tenía ojeras y se marcaban pequeñas arrugas a
los lados de sus ojos al momento de sonreír. Nuevamente se dio cuenta que
era imprescindible encontrar error en tan bella creación, buscaba aquello
que la hiciera más real, que le permitiera ser el dueño de sus afectos.
—Entonces, Annelise…
—Cariño, sientes toda esta angustia por el bebé.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿Me crees una tonta? —el orgullo volvió a su voz modulada, su mirada
intensa era escalofriante—. Sé perfectamente que ella no se ha dado por
vencida, seguramente en más de una ocasión estuvo por convencerte de que
me dejaras.
—Daira, eso no va a pasar.
—¿Me dirás que nunca se te insinuó?
—Daira —le tomó los hombros—, por favor, no pienses más en eso,
quiero que lleves un embarazo tranquilo, no invadas tu cabeza con cosas sin
sentido y que nunca lo tendrán.
Ella suspiró, sabía que no eran cosas sin sentido, pero le gustaría pensar
que lo eran, que sus dudas eran injustificadas en todos los sentidos, que su
marido la quería y jamás le pasaría por su cabeza el dejarla, mucho menos
con un niño en camino.
—Jason —lo abrazó—. ¿En verdad estás contento por el bebé?
—Por supuesto, es una de las mejores noticias que he recibido.
—Me alegra oírlo —siguió abrazada a él—. ¿Podemos ir a dormir ahora?
Quiero que me abraces.
—Regresé antes por esa razón, mi cielo, quería estar contigo.
Se separaron lentamente, Daira para volver a la cama y Jason llenando la
tina para tomar un baño rápido. Quería quitarse de encima cualquier residuo
que quedara del cuerpo de Annelise, fue lo suficientemente listo como para
quitarse la ropa donde la esencia de aquella mujer se impregnó sin solución
alguna, pero aún la sentía sobre la piel y eso le daba una sensación
nauseabunda.
Se metió a una tina con agua fría y raspó su piel, tratando que todo
recuerdo se esfumara también. Le era imposible sentirse mejor, debía hacer
algo para remediar lo que hizo, tenía que seguir poniendo distancias con
Annelise, encontraría la forma de hacer sentir segura a su esposa, aunque
estuviera cerca de ellos.
—Jason te arrancarás la piel si sigues así —observó la joven, tomando la
esponja con la que él se frotaba—. ¡Y el agua está helada!
—Pensé que estarías dormida —se levantó de la bañera, aceptando la
toalla que ella le tendía.
—Te estaba esperando, quería contarte sobre la actitud de Jack, me
parece mal que él…
—Daira —la interrumpió—, necesitas dormir, podías esperar hasta
mañana para contarme sobre Jackson.
—Claro, pero aun así quería esperarte.
Jason se volvió hacia su mujer, elevando una ceja socarrona y una mirada
llena de picardía al comprender lo que Daira no dijo, pero quedó más que
claro, al menos para él.
—Así que… en serio me extrañaste.
—Y-Yo… no es normal en mí, pero…
—¿Es que deseas algo? ¿Tienes hambre? Puedo ir a la cocina…
—¡Jason!
El hombre dejó salir una risotada y la abrazó. La toalla que cubría la
parte inferior de su cuerpo se encontraba humedecida debido a las gotas que
resbalaban por la espalda y torso varonil hasta encontrarse con la tela. Todo
en él era atractivo y hechizante, Daira incluso lo veía aún más tentador
gracias a su embarazo.
—Y bien, dudo que en tu estado sea lo mejor hacerlo en el suelo del
baño, como en tantas otras ocasiones nos pasó.
—Preferiría ser capaz de llegar a la cama.
—Concuerdo —Jason se agachó y pasó un brazo por debajo de las
rodillas de su esposa, alzándola al vilo y llevándola de esa forma hasta la
habitación que compartían—. Ahí está señora, su lecho.
Ella soltó una risilla.
—Creo que sabe cómo proceder, mi lord, no le hace falta que yo le siga
dando indicaciones.
—Aunque creo que me encantaría que me las dieras.
Daira esbozó una sonrisa desconcertada, pero asintió conforme, si él
quería seguir órdenes, ella sin problemas podía dárselas. De hecho, aquel
juego fascinó en más de un sentido a su marido, quien, además de ser
sumamente complaciente, estaba sorprendido por las peticiones que ella era
capaz de hacerle. En ocasiones pensaba que no era totalmente consciente de
lo que pedía, seguro que le debía mucho a Pridwen y a su incansable
curiosidad que seguro metió la duda en su esposa quien decidió
experimentarlo por sí misma.
Pasar la noche con su mujer fue sin dudas la mejor decisión que pudo
haber tomado, de esa forma se confirmó que deseaba estar con ella, que la
adoraba y la amaba más de lo que nunca pensó. Pese a que Annelise fuera
una tentación, Daira no necesitaba serlo, puesto que podían complacerse el
uno al otro sin ningún peligro o limitación, se pertenecían y eso era aún más
querido y placentero.
—Jason… —escuchó su voz adormilada amortiguada contra su cuello—,
prométeme que me mantendrás informada de todo.
—¿De qué hablas?
—Si cambias de opinión en algo o si piensas en dejarme…
—No digas tonterías Daira —la abrazó más contra su cuerpo—, estoy
contigo, soy feliz a tu lado y te amo.
Ella abrió los ojos y se levantó ligeramente, acariciando el pecho de su
marido con el ceño fruncido, sin atreverse a hablar.
—Me parece extraño ese amor llegado de la nada.
—Así son las cosas mi vida, nada se puede hacer para anticipar lo que el
corazón va a decidir —le acarició la mejilla—, tranquila, te prometo que no
volverás a sufrir a mi lado, sé que han existido dificultades, pero te
protegeré de todos, incluso de mí mismo.
Ella asintió levemente, continuó inmersa en sus pensamientos mientras
seguía acariciando el pecho de su marido.
—Jason, el día que me desmayé… —apretó los labios, dudando si decirle
—. Mark me habló del vizconde Valcop.
Los ojos grises la enfocaron con tranquilidad.
—¿Qué te dijo?
—M-Me dijo que e-está aquí y que… —cerró los ojos con miedo—. Que
quiere acercarse a mí.
Jason suspiró y reacomodó su posición, haciendo que su mujer enredara
más sus extremidades a las de él.
—Ya sabía de su regreso —aceptó—. Estoy seguro que fue él quien
mandó a disparar a mis hermanos y a mí.
—¿Por qué no me lo dijiste? —reclamó con la mirada.
—Quería hacerlo, pero no encontraba el momento y al final llegó la
noticia del bebé —le acarició el rostro—. Lo último que quería era que
estuvieras asustada y nerviosa, te hace mal.
—Tengo miedo —bajó la cabeza.
—Lo sé, pero no permitiré que te pase nada, te lo prometo.
Un ligero temblor recorrió el cuerpo expuesto de Daira y en busca de
calor, se recostó nuevamente sobre su marido ocasionando que él la
abrazara y se estirara un poco para alcanzar las sábanas hasta cubrirla por
completo. Depositó un beso suave en su frente y la obligó a permanecer
sobre él pese a que no pudiera dormir.
—Jason, si dijera que te amo… —Daira se removió sobre el cuerpo de su
marido—. ¿Cuidarías bien de mi corazón?
—Tan bien como tú cuidarás el mío.
—No Jason —dijo molesta—, hablo en serio, no quiero que me endulces
el oído, quiero que me digas la verdad.
—Mi amor, cuidaría cada parte de ti incluso si no me amaras —levantó
su barbilla pese a que ella estaba recostada en su hombro—, porque si no te
cuidara y te perdiera, entonces sería mi corazón el que correría verdadero
peligro y no lo permitiré.
—Jason… —bajó la mirada—. Te amo.
—Ahora me gustaría que me lo dijeras a la cara —el hombre colocó una
mano sobre la mejilla mojada de su mujer y la levantó dulcemente,
limpiando sus lágrimas—. No dudes de mí, Daira. Te amo a ti, no importa
nadie más, te escogeré siempre, en la situación que sea y hagas lo que
hagas, no podría dejarte ir, me has hechizado y ahora me es imposible vivir
si tú no estás conmigo.
—Entonces no dejes de demostrármelo Jason, no permitas que dude más
de ti, te lo pido como un favor, porque no dudaré en irme.
Capítulo 35
Había olvidado lo que era llorar durante tanto tiempo. Era usual en ella
el comportarse recatada, contenida, perfecta. Pero en esos momentos le era
imposible, simplemente sentía ganas de pelear, de gritar y de derramar su
sufrimiento en lágrimas que lavaran la sensación de tristeza de su interior.
—Mi amor, por favor —Jason seguía ahí, presenciando la escena desde
que esta comenzó—. Te lo aseguro, jamás…
—No me mientas —susurró y derramó más lágrimas—. Por favor Jason,
no me mientas más.
—Daira. —Tomó asiento junto a ella en la cama, tratando de tocarla,
pero alejándose un poco al verla tensionarse—. ¿Cómo quieres que te
explique que no me veo con ella?
—¡La besaste! —recriminó en un llanto lleno de amargura—. ¿Quién
puede decirme que nada más pasó?
Jason recordó aquella noche en el hotel, cuando tuvo que salir corriendo
para no incumplir sus votos matrimoniales, para no traicionar a la mujer que
tenía recostada en la cama y llena de dolor.
—Mi amor ¿puedes al menos mirarme?
—No —apretó su rostro contra la almohada—. No quiero y no puedo
hacerlo, no puedo dejar de llorar.
—Ven —la tomó de los brazos con cariño—. Le hará mal al bebé y a ti
también, te estás haciendo daño por nada, te lo aseguro.
Con ayuda de él, Daira logró sentarse sobre la cama, tomándose el
vientre como precaución, tratando de no incomodar demasiado al bebé en
su interior. Jason la acercó hasta que quedó sentada sobre su regazo, le besó
las mejillas por donde seguían resbalando lágrimas, besó su nariz, sus
párpados y labios con sutileza, pidiendo permiso en cada toque, esperando
no ser rechazado.
—Jason yo… —la voz de Daira volvió a quebrarse, viéndose en la
necesidad de esconder su rostro en el hombro de su esposo.
—Ya mi amor, ya —acarició su cabello y espalda—. No sé por qué se
atrevieron a mandarme tal carta, pero no tengo nada que ver con ella, ni
siquiera sé por qué Sophia accedió a intervenir.
—Quiere que vuelvas con ella. —Los labios de Daira estaban pegados al
cuello de su esposo, por lo cual él pudo sentir cada movimiento mientras
hablaba—. ¿Por qué otra razón lo haría?
—Dudo que sea cierta esa suposición.
Los brazos de Daira se apretaron con más fuerza alrededor del cuello de
su marido, faltando poco para asfixiarlo.
—Si no la hubiese interceptado yo, ¿habrías acudido?
Jason suspiró.
—Te lo habría consultado —la apretó contra sí cuando la sintió
removerse—. Eh, eh. Me preocupa lo que dice, hablo en serio, dice que
estás en peligro.
—Es una forma muy baja para poder verte, seguro no es nada.
—Muy bien, mi amor —la recostó sobre la cama, tomando prisioneras
ambas manos—. Ya que no estás escuchándome, tendré que demostrártelo
cuantas veces sean necesarias.
Ella lo miró con el ceño profundamente fruncido.
—¿Qué hay del bebé?
—¿Qué con ello?
—Bueno… ¿no lo lastimará?
—No, no lo hará.
Daira ladeó la cabeza.
—No quiero.
—Daira, no podemos seguir discutiendo por algo que no pasó, ni pasará
nunca, tan sólo quiero estar contigo —le besó el cuello, los hombros y el
inicio de sus pechos—. ¿Puedes creerme? Te amo.
—Jason… —ella apretó los labios y se removió incómoda en su lugar—.
¿Crees que podamos… sólo dormir?
—¿Permitirás que te abrace mientras dormimos?
Daira lo pensó por varios minutos, pero al final, estaba cansada y no
quería dormir sola, porque ya se sentía sola.
—Sí, puedes hacerlo.
—Entonces vayamos a dormir.
Jason se puso en pie para apagar las luces, observando los movimientos
de su esposa, quien se metía a la cama sin dirigirle ni una mirada. Su rostro
pálido reflejaba tristeza y cansancio, tal parecía que su alma hubiese
abandonado su cuerpo. Era justo lo que Jason había deseado evitar, era
esencial que su embarazo fuese tranquilo, no deseaba revivir el pasado.
—Daira, creí que dijiste que podía abrazarte.
—Lo sé, pero… —mordió sus labios—. Me siento incómoda.
El hombre dejó salir un suspiro, acercándose a la espalda de su esposa,
deslizando lánguidamente su mano sobre las curvas del cuerpo de su mujer,
escuchándola suspirar, sintiendo cómo su piel reaccionaba bajo su toque.
Pero era testaruda y no se movía, era una fortuna que al menos no se
alejara.
—Mi preciosa esposa —se agachó hasta besar el hombro fresco que se
exponía desnudo ante la noche—. ¿Qué puedo hacer para que el enojo deje
tu cuerpo de una vez?
—No tengo respuesta para ello.
—Daira —le acarició el vientre con cariño—. Ustedes son lo más
importante para mí: Jackson, el bebé y tú, son todo lo que tengo.
—Será mejor callar e ir a dormir —aconsejó para no seguir peleando por
lo mismo—. Estoy cansada, demasiado.
—¿Tienes dolores? ¿Algún calambre?
—Me duelen un poco las piernas y los brazos —se removió, buscando
aliviar la incomodidad de la que hablaba.
—Bien —se sentó en la cama y tomó una de las piernas de Daira,
sacándole un gritito—. Aliviaré tu dolor.
—Pero ¿qué haces Jason?
Daira se recostó boca arriba, soltando un suspiro cuando las manos de su
esposo comenzaban a dar apretones a lo largo de sus piernas, los pies y
después los brazos, dando un agradable masaje que la relajó hasta quedar
completamente dormida.
Jason siguió con su trabajo por un buen rato hasta que consideró que el
dolor debía haber desaparecido o al menos aminorado. La acomodó y
arropó, acercándose a ella hasta quedar pegado a su espalda, con un brazo
bajo su cabeza y otro alrededor de su cintura, acariciando el vientre en
crecimiento.
Le gustaría poder decir algo para que las inseguridades de su esposa se
esfumaran para siempre, pero era imposible, Daira se mostraba dudosa con
todo lo relacionado con Annelise, era una incertidumbre que
desafortunadamente siempre cargaba, importando poco que le dijera lo
contrario o que se lo demostrara todos los días.
El pensar en ello lo llevó nuevamente a Annelise y la nota que le mandó.
Lo ponía nervioso, no por nada Sophia aceptó interceder por ella, dudaba
que estuviera pensando en volver a emparejarlos, debía haber alguna razón
por la cual era tan apremiante esa nota.
El conde soltó un pronunciado suspiro, provocando que Daira se
removiera hasta volverse a él, abrazándolo con fuerza, enterrando el rostro
en su pecho, aferrándose con tal ímpetu a su camisa de dormir, que incluso
pareciese que estaba despierta. Jason acarició el cabello de su esposa hasta
que volvió a quedarse inmóvil y siguió durmiendo.
No sabía cómo lo haría, pero debía hablar con Sophia o, en dado caso,
con Annelise.
Se quedó dormido después de unos momentos de acariciar y recordarse
lo importante que era la persona que dormía entre sus brazos. No la
perdería, no haría nada para que ella tomara la decisión de dejarlo, porque
la creía capaz de ello, Daira no era una mujer que se dejara avasallar y no
quería jugar con las probabilidades.
Al día siguiente, Jason despertó cuando la sintió abandonar la cama en
medio de un gemido pesaroso y una corrida al baño. Le pareció extraño que
estuviese experimentando náuseas cuando desde hacía unos meses que el
síntoma había desaparecido. Siguió sus pasos y la abrazó por la espalda,
siendo el soporte que ella necesitaba para mantenerse inclinada sobre el
retrete.
—¿Qué ocurre? —le besó la cabeza con preocupación—. Pensé que ya
estabas mejor con este síntoma.
—No sé qué pasa —los escalofríos recorrían su cuerpo.
—Tranquila, intenta respirar, no te asustes.
—Estoy bien, no pasa nada —se limpió los labios con el dorso de la
mano—. Iremos a casa de Adrien esta tarde ¿verdad?
—Dependerá de cómo te encuentres, ¿de acuerdo?
—Quiero ir Jason, sabes que las náuseas se pasan conforme avanza el día
—dijo la joven, aceptando que su esposo la levantara y la llevara de regreso
a la cama.
—Bien, ya lo veremos. De todas formas, acepté la invitación, pero en
caso de que te sientas mal, te aseguro que Pridwen lo dejará todo con tal de
venir a hacerte compañía.
—Pero también quiero ver a North, Nil, Declan y Lance.
—¿Por qué los quieres ver a ellos?
—Son divertidos, me agradan y siempre tienen historias interesantes qué
contar, ¿no te parece?
—Sí, son agradables.
Jason aprontó la quijada, a veces detestaba que su mujer fuera tan
hermosa, Daira era el deseo escondido de todo caballero, lo sabía
perfectamente, en más de una ocasión, los celos lo invadieron sin sentido
alguno. Su mujer nunca daba pie a que le faltaran el respeto, pero aun así
peleaban a causa de ellos. Confiaba en los amigos de su primo, incluso los
consideraba buenas personas, pero seguían siendo hombres, con deseos e
intenciones ocultas.
—¿Dónde estará Jack? Se me hace raro que no esté aquí, ya debe estar
despierto, ¿Puedes ir a buscarlo?
—Iré a buscarlo, pero quiero que intentes estar tranquila.
El conde bajó las escaleras a sabiendas que a Jackson le gustaba salir al
jardín junto con su fiel perro Bond. Solían correr y juguetear por varias
horas antes del desayuno, cortando flores que estarían destinadas a las
manos de su madre, quien las agradecería como si le estuvieran dando
lingotes de oro.
Salió de la casa, topándose con la imagen de su hijo con su perro, pero en
compañía de una mujer que él reconocería a kilómetros de distancia: el
cabello rubio, la piel tostada y los ojos de su antigua esposa eran
inconfundibles. No lo dudó y caminó con fastidio hacia ella, quien se
estremeció al escuchar el primer grito de advertencia para el niño que de
inmediato obedeció y corrió hacia su padre para ser tomado en brazos.
—Jason… necesito hablar contigo.
—Has ocasionado suficientes problemas con esa nota, no quiero que
Daira te vea aquí, ¿entendido?
—Sé que ella pudo mal interpretar mis intensiones, pero hablo en serio
cuando te digo que ese hombre no es alguien en quien deba confiar, es
malvado y…
—¿De quién hablas? ¿Del conde Melbrook? —elevó una ceja—. A lo
que dijo Daira, parece que hay una atracción entre ustedes.
—¡¿Qué?! —Annelise se sonrojó notoriamente.
—Veo que es verdad —la recorrió con la mirada—. ¿Me estabas
utilizando para darle celos a un hombre casado? —negó—. Eso es caer
demasiado bajo Annelise.
—Yo… lo sé —cerró los ojos—, no quise lastimarte.
—No me lastimaste, pero a Daira sí —apuntó hacia la casa—. No quiero
verte aquí, por favor vete.
—Al menos escúchame.
—Aquí no —aceptó, lanzando una mirada hacia la ventana de la
habitación de su mujer—. Quiero hablar contigo sobre ello, ¿irás a la fiesta
de Adrien?
—Sí.
—En ese caso te veré ahí, yo te buscaré ¿de acuerdo?
—Sí.
—Ahora vete.
La mujer se inclinó ligeramente, con la alegría marcada en su semblante.
Se acercó un poco al niño que se mantenía distraído con una mariposa que
volaba a sus alrededores. Quiso tocar su mejilla, pero el padre del mismo lo
alejó a tiempo para que no lo hiciera.
—Jason, no quiero hacerle daño.
—Eso lo sé, pero no debe permitir que alguien a quien no conoce se le
acerque con tales libertades.
—Papá, quiero ir con mami —susurró el pequeño.
—Sí hijo, ahora te llevo —aceptó el hombre, colocando al niño en el
suelo y dándole la mano—. Nos veremos luego.
—Gracias por escucharme Jason, te aseguro que quiero lo mejor para
ustedes, para toda tu familia.
—Claro… —Jason no podía más que dudarlo—. Vete ahora.
La mujer tomó camino a la salida con una sonrisa resuelta que hacía
dudar aún más al hombre que había acordado una cita con ella.
—Papá, ¿quién es ella?
—Nadie, no debes acercarte jamás a ella, ¿qué era lo que te estaba
diciendo Jackson? Pensé que tu madre ya te había advertido de no hablar
con desconocidos, mucho menos si estás solo.
—Bond estaba conmigo.
—Lo sé, pero no eran mamá o papá.
—¿Qué hay de Maribell y Soland?
—Me refiero a alguien con quien nosotros no te encarguemos.
—Ah, bueno, ella decía que estaba guapo y que le gustaba mucho mi
Bond, ¿A quién no le gustaría Bond? —abrazó al animal de pelaje blanco
—. ¡Bond es el mejor!
—No quiero que lo vuelvas a hacer, ¿entendido?
—¿Qué hago entonces?
—Corres a la casa, o llamas a alguien.
—Bien, corro o grito.
—Ve con mamá —pidió el hombre—. Necesita muchos abrazos de tu
parte esta mañana.
—¿Está enferma?
—Un poco.
—¡Yo salvaré a mami! —gritó el pequeño, hablando a su perro antes de
correr al interior de la casa.
—No es una buena idea —se escuchó una voz a sus espaldas.
—Sé que no es lo mejor, pero algo en ella me pareció sincero.
—Creo que tus sentidos están nublados, como siempre cuando estás con
ella —dijo Lucca, posándose junto a Jason.
—No estoy interesado en ella, sino en mi esposa.
—Y ella lo sabe, ¿Qué no ves que quiere destruir tu felicidad?
—Sé que no piensas lo mejor de ella…
—Jason, ¡Por favor! —se exasperó Lucca—. Tú mismo acabas de decir
que te utilizó para darle celos al conde y con el mismo golpe atormentó a
Daira, llevándola al punto en que no puede confiar en ti ni en el cariño que
sé que le profesas ahora.
—Lo sé, no ha actuado bien, pero siento que es sincera ahora.
—Eres un iluso, arruinarás tu matrimonio, porque me imagino que no le
dirás a tu esposa de este encuentro que has planeado.
—¿Dónde demonios estabas escondido que escuchaste todo?
—Soy habilidoso —se cruzó de brazos.
—Tendrás que ayudarme con esto —pidió—. Ella estará entretenida con
los amigos de Adrien, pero tú tienes que cuidar que no le pase nada
mientras no estoy.
—Sí, sí. Aunque no mentiré si me lo pregunta.
—No le digas nada y listo.
—Daira me cae bien.
—¡Lo sé! Pero no es el punto aquí, la amo y quiero protegerla. Algo me
hace pensar que estoy dejando pasar algo importante.
—Sería mejor que le dijeras a tu mujer.
—No me lo permitirá, está segura que entre Annelise y yo hay algo,
siente demasiada inseguridad con respecto a eso.
—Ah claro, seguro ella se imagina cosas, no debe temer que su esposo
planeé verse con ella a escondidas. —Lucca negó—. No sé hermano, mejor
sé claro y dile la verdad.
Jason razonó por unos momentos, asintiendo levemente.
—Sí, quizá deba hacerlo.
—¡Jason!
—Hablando de ello —sonrió Lucca, volviéndose hacia la hermosa mujer
embarazada que caminaba hacia ellos.
—Hola Lucca —sonrió la joven de forma despampanante—. ¿Se quedará
a desayunar?
—A eso he venido primita —le besó la mejilla a modo de saludo y se
marchó en seguida, a sabiendas de la conversación que tendría lugar entre la
pareja.
—Fue una huida rápida —apuntó Daira con un dedo acusador.
—Digamos que es supervivencia —Jason estiró una mano para que ella
la tomara—. Ven, vamos a dar un paseo.
—Me estás asustando —aceptó caminar junto a él—. ¿Qué pasa?
—¿Te sientes mejor?
—He pedido algo especial para desayunar —asintió alegre, sintiéndose
ligeramente mimada por todos en la casa.
—¿Qué has pedido?
—Bueno algo salado, algo dulce y algo ácido —se inclinó de hombros—.
De todo un poco, tengo gustos raros últimamente.
—Me he dado cuenta.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan serio?
—Tengo que hablar contigo sobre algo. —La sonrisa de Daira se
difuminó en cuestión de segundos—. Trata de escuchar.
—Es sobre la carta —entendió la joven—. Quieres ver a Annelise.
—Sí —la tomó de los hombros para que no pudiera alejarse de él—. Por
favor, quise decírtelo para que comprendas la índole del encuentro y no
dudes de mí.
—Eso quiere decir que ya has decidido.
—Annelise estaba aquí con Jack cuando salí a recogerlo.
—¡Ella piensa que esta sigue siendo su casa!
—No. Más bien, la veo preocupada —se acercó un poco más—. Por
favor Daira, vayamos juntos.
—No, yo no voy, no quiero volver a presenciar un beso entre ustedes, en
el pasado me desconcertó, pero ahora —ella tocó su vientre
inconscientemente—. Ahora me podría afectar en verdad.
—Daira no será un encuentro de amor, pero si no quieres venir, lo
comprendo, aun así, tengo que hablar con ella sobre la nota.
—¡Agh! —Daira caminó de un lado a otro, después se detuvo, miró hacia
un árbol a la distancia y suspiró—. Que Lucca vaya contigo, de otra forma
no lo aceptaré.
—Él va a cuidar de ti.
—No. Lucca me dirá la verdad, aunque me duela —lo miró—. Me
aprecia lo suficiente, por eso quiero que vaya contigo.
—No hay necesidad de un chaperón porque no pienso hacer nada malo.
Pero si eso te dará tranquilidad, perfecto, que venga conmigo.
—Bien.
—Pero tú te quedarás junto a Adrien y a Pridwen ¿entendido?
Ella se cruzó de brazos.
—Bien.
—Por favor, Daira —le acarició los brazos—, no te molestes.
—Estoy furiosa —no negó su sentir—. Pero si estás tan seguro que ella
quiere hacer algo bueno por nosotros, le daré la oportunidad.
—Cuando llegó dijiste que no pensabas que quería meterse entre
nosotros, incluso mencionaste que no era mala.
—Eso fue antes de que te besara y se te insinuara en no sé cuántas
ocasiones —dijo enojada—, las que presencié y las que seguramente me
estás escondiendo.
—Cariño…
—No quiero hablar más del asunto —lo interrumpió—. Nada hará que
esté más contenta, así que no lo intentes siquiera.
—Lo último que quiero es que vivas en la incertidumbre.
—Es algo que no podemos evitar de momento.
—Daira, te amo, en serio lo hago.
—Ese amor llegó junto con el bebé, antes de ello…
—Ya lo sentía y lo sabes.
—No Jason, quizá te sentó bien el hecho de que nuestra relación creciera
al punto de la intimidad, pero ¿confianza? ¿Anhelo? ¿Cariño? Eso llegó
mucho después, más bien, llegó debido a tu miedo de que padezca lo mismo
que Annelise —suspiró cansada—. Pero no soy ella y no sé si te agrade del
todo que no lo sea.
—Daira…
La melena castaña de la joven voló cuando dio media vuelta, incluso
golpeando la cara de su marido debido al impulso que puso en aquel
movimiento. Se alejó en dirección a la casa, sin dignarse a dirigir otra
mirada a su marido. Jason suspiró, al menos ella estaba informada y no
actuó a sus espaldas, de alguna forma tener su aceptación lo hizo sentir más
seguro de su actuar.
Era una lástima que ella no comprendiera que la amaba, odiaba que
pensara que todo nació gracias a que se embarazó, eso distaba de la verdad,
pero para esos momentos, no sabía qué más hacer para que Daira entendiera
que no necesitaba que fuera Annelise, eran personas diferentes, amores
distintos e importantes en su tiempo.
Pero era a Daira a quien elegía para el resto de su vida, no haría nada
para defraudarla o hacerla dudar, la amaba y no podía siquiera medir el
alcance de ese cariño, tan sólo sabía que daría todo por ella.
Capítulo 38
A veces parecía que los cielos se hicieran uno con los corazones
pesarosos que se encogían y gemían en medio del silencio riguroso en aquel
camposanto casi desolado. La tierra recién removida y la lápida con el
nombre del difunto serían el único recordatorio tangible de que existió en
ese mundo. Siempre era deprimente ver pasar a las personas vestidas de
negro, entrando o saliendo del lugar de los muertos con caras largas y
lágrimas derramándose en silencio, pero era aún peor cuando no se veía
nada de aquello.
Daira se acercó lentamente hasta la lápida y colocó un arreglo floral en
uno de los jarrones tallados en piedra. Dio dos pasos hacia atrás y colocó las
manos sobre los hombros de la única persona que parecía llorar desde lo
profundo de su corazón.
Con la cabeza agachada y el cuerpo temblando sin control, Annelise
derramaba lágrimas que desde hacía rato no tenían sonido. La lluvia caía
sobre su paraguas del mismo color oscuro que su vestido, amortiguando los
sonidos que su nariz hacía al momento de sorber su propia tristeza. Para ese
momento, los únicos que la acompañaban en su desolación eran Jason y
Daira.
—Annelise, es momento de irnos —se acercó Jason con tiento.
—No me iré.
No fue grosera ni tampoco gritó. Más bien fue una petición que salió más
firme de lo que se esperaba. Fue Daira quien comprendió el dolor que sentía
y miró a su marido, pidiendo que la dejara a solas con ella, al menos que se
alejara lo suficiente como para que así se sintiera. Jason aceptó a
regañadientes, tomó su brazo herido como precaución y se alejó hasta la
reja que daba por terminado la zona donde descansaban los seres amados de
las personas de Londres.
—Nos estaremos aquí el tiempo que necesites Annelise.
—Fue un tonto —dejó salir en medio de las lágrimas—. ¿Por qué lo hizo
Daira? ¿Por qué se interpuso?
—Creo que en ese momento se dejó en claro a quién le pertenecía su
corazón —Daira limpió con un pañuelo la lágrima que salió disparada de
los ojos de la joven—. No fue tras de mí Annelise, se puso delante de ti, te
protegió de ese hombre.
Los labios de la joven Ainsworth temblaron y se vio en la necesidad de
cubrir su rostro con ambas manos.
—Lo rechacé, cuando ofreció que nos fuéramos, le dije que no —ella
negó aún con su rostro atrapado en sus palmas—. No le creía, pensé que no
era más que otra de sus conquistas.
—Quizá ni él mismo lo sabía hasta que se interpuso entre esa bala —
Daira apartó el cabello que se estaba pegando a las lágrimas de las mejillas
de Annelise—. Creo que fue feliz de poder salvarte la vida, lo único que te
queda por hacer, es vivirla al máximo.
—Sí —lloró un poco más—. Supongo que sí.
Se quedaron en silencio mientras Annelise lentamente recuperaba la
compostura, sus lágrimas dejaron de salir después de un tiempo y poco a
poco su nariz volvió a recibir aire con normalidad. Era una mujer elegante y
hermosa, su sombrero con malla hacía el trabajo de cubrir su semblante
desmejorado por el dolor, su postura seguía siendo regia, como la de
cualquier dama de alcurnia.
—Daira, ¿Sería mucho pedir que le trajeras flores cada semana? —dijo
de pronto la mujer, con una voz suave y sosegada—. Diré a mi hermano que
mande un cheque, por supuesto.
Daira negó repetidas veces con la cabeza y le tomó una mano enguantada
en satín negro.
—No será necesario, salvaste mi vida y la de mi familia —Daira miró
hacia la tumba de su medio hermano—. Lo menos que puedo hacer es
complacerte en esto.
Annelise de pronto dejó salir una risa triste.
—Seguro será el más feliz al saber que recibirá algo tan hermoso de tu
parte —sus ojos se volcaron sobre ella—, siempre le gustaron tus flores
Daira, hablaba todo el tiempo sobre tu grandiosa habilidad.
—Creo que será mucho más feliz de saber que le tendrás esa atención —
se acercó a ella y le dio un abrazo—. Se feliz Annelise, tú también te
mereces encontrar a alguien que te ame con toda el alma.
—Soy tan patética —sonrió entristecida—. Le lloro como si le
perteneciera, pero en realidad jamás fui suya ni el mío. Dios mío, ahora
entiendo lo que dicen de los hijos, son un recuerdo de sus padres y aunque
no quiero tenerlos, algo en mi… no sé, me gustaría al menos tener ese
recuerdo, algo de él.
—Tienes tus recuerdos, nunca se irán.
Annelise se volvió lentamente hacia la persona que buscaba reconfortarla
por todos los medios.
—Eres mejor de lo que jamás pensé —dijo con un fingido fastidio—.
Debo admitir que me resultas un tanto irritante.
—Lamento eso.
Ambas mujeres dejaron salir una pequeña risilla. Annelise entonces
limpió las lágrimas de su rostro con determinación y sonrió después de
dejar salir un suspiro renovado.
—Bien, basta de esto —se dijo—. Debo continuar con mi vida, como has
dicho. Claro que lloraré otro poco, como debe ser al perder un amor, pero lo
superaré eventualmente. —Ella parecía hablarse más a sí misma, pero de
pronto se volvió hacia Daira—. Creo que, a partir de ahora, dejaremos de
ser la villana de la otra.
—Creo que nunca lo fuimos Annelise.
—Puede ser —elevó una ceja y estiró una mano—. ¿Tregua?
—Sí —sonrió Daira, aceptando el apretón—. Tregua.
—Por cierto, pienso mandarle a Jackson cosas del lugar en donde me
encuentre, no es necesario que le digas que vienen de parte mía, pero me
gustaría que las tuviera, ¿te molesta?
—Le diré que son de parte de su madre.
—No —sonrió Annelise—, no quiero que tenga ese dolor, no quiero que
sepa que no pude quedarme a su lado. Dile que es de parte de una tía que lo
adora con el alma ¿de acuerdo?
—Está bien.
—Gracias —Annelise le tomó las manos y sonrió—. Espero que tengas
una vida alucinante… y también espero que tengas una niña —dijo
divertida—. Quiero ver a Jason sufriendo porque los hombres se le
acerquen a su pequeña.
—Oh, eres malévola —dijo divertida.
—Un poco —guiñó un ojo y suspiró con cariño—. Por cierto, quiero
decirte otra cosa.
—¿Qué cosa?
—Jason pudo haberse confundido con mi llegada —comenzó y aquello
provocó un malestar en Daira—. Pero desde mucho antes ya te había
elegido a ti, en serio te ama y no porque no pueda tenerme sino porque eres
a la que necesita para vivir tranquilo.
—Gracias Annelise —apretó sus manos—, ya no sé si eres mi villana o
una buena amiga, deberías decidir si eres buena o mala.
—¿Por qué no ambas? —sonrió angelical y caminó sin el paraguas para
que Daira no se mojara.
La joven se giró para observar el caminar de la mujer que fue todo un
acontecimiento en su vida. La vio detenerse frente a su marido y darle un
afectuoso abrazo como despedida para lo que quizá sería su último
encuentro. Daira sonrió y se dio cuenta de lo necesaria que había sido su
intervención, de esa forma Jason se obligó a superarla y a darse cuenta que
lo que en realidad quería era a su nueva familia, la que estaba formando con
ella.
Aquel día en el que el conde Melbrook murió por recibir el disparo que
iba dirigido hacia la persona que amaba, Jason había hecho la misma
elección, salvaguardando lo que su corazón más anhelaba proteger,
resultando herido, pero nunca se le había visto tan feliz como cuando se dio
cuenta que Daira estaba intacta.
—¡Daira! —gritó el hombre tras el furor de la lluvia—. Amor, vámonos,
te hará daño.
Dando una última mirada a la tumba del conde Melbrook, Daira comenzó
el descenso de esa colina, tomando su vientre prominente en el cual
resguardaba recelosamente una vida, llegó hasta los brazos de su marido y
se abrazó a él.
—¿Qué estabas pensando al bajar de esa forma la colina? ¿Qué no ves
que por allá hay escaleras? —la regañó tan sólo alcanzarla.
—Oh, por favor, no pasó nada.
—No seas tan descuidada.
—Sí, sí. ¿Dónde está Jack?
—Adrien y Pridwen se lo llevaron a casa con Bond.
—Será mejor volver.
Al momento de abrir la puerta de su casa fueron recibidos por el abrazo
acogedor de un pequeño rubio que les sonreía esplendoroso, detrás de él
venían su siempre fiel Bond y sus dos extraños tíos: Adrien y Pridwen, a
quienes no sabían si emparejar o separar.
—¿Cómo ha ido la cosa? —se adelantó Adrien.
—Triste, con lágrimas, un poco solitario —aceptó Jason.
—¿Y lady Annelise? —inquirió Pridwen.
—Se irá en un rato, ha ido por sus maletas a casa de su hermano.
Posiblemente no la volveremos a ver —dijo Daira con una tristeza que no
pensó sentir.
—Es triste que se vaya sola.
—No irá sola —tranquilizó Jason—. Me dijo que va con el barón Santor,
al cual asegura odiar, pero del cual no se pudo deshacer.
—Bueno, al menos va con alguien —se alegró Pridwen.
—Esperemos que esté bien —dijo Adrien—. Y que se quede lejos porque
en realidad fue una pesadilla que volviera.
Dejaron salir una risa que pronto se convirtió en una carcajada que estaba
sirviendo para dejar ir la tensión que se almacenó en sus corazones durante
demasiado tiempo.
Comieron juntos, se rieron, charlaron por horas e incluso salieron a jugar
con el pequeño Jack en el jardín. Era una alegría escuchar a ese niño hablar
con mayor confianza y, conforme pasaba el tiempo, lo hacía delante de más
personas. Resultaba extraño sentir tanta paz, Daira incluso se creía en
medio de un sueño del cual despertaría para darse cuenta que seguía en una
prisión allá en Dinamarca, lejos de su marido, lejos de su hijo, de Pridwen y
de todo lo que amaba y le era fundamental para vivir.
—¿En qué piensas mi amor? —se acercó Jason, presionando un beso en
su mejilla.
—Pienso… en lo mucho que me gusta Londres —dijo divertida,
lanzando una mirada hacia su esposo—. Pienso en lo feliz que soy al ver a
Jackson reír. Pienso en lo deliciosa que será la cena, en lo tranquila que me
siento justo ahora, en los nombres para el bebé y también pienso en lo
mucho que te amo.
Una sonrisa iluminó el rostro de su marido, quién se inclinó y la besó con
lentitud, tomándose el tiempo para saborearla y acercarla suavemente a él,
porque era con lo que más contaban: con tiempo.
—Jason… —ella se separó—. ¿Podrías decir que me amas?
—Daira —suspiró y sonrió—. Mi amor, no necesitas pedirlo de esa
manera, te adoro con el alma y eres el amor que anhelaba.
—¿Lo dices en serio? —lo miró divertida.
—Sí, lo digo muy en serio —se inclinó y la besó de nuevo con extrema
ternura—. Eres todo lo que necesito para ser feliz en esta vida, contigo a mi
lado, no necesito nada más.
—Además de Jackson.
—Y los posibles hijos que engendremos.
Ella bajó la mirada y acarició la mano que él tenía en su vientre.
—¡Ey! ¡Ey! —gritó Pridwen cubriendo los ojos del pequeño Jack para
que no viera la escena—. ¡Hay niños pequeños presentes!
—Iniciando por ti preciosa —sonrió Adrien, recibiendo gustoso la patada
que ella le asestó.
Jason y Daira se alejaron, poniéndose de pie para ayudar a Adrien a no
ser masacrado por la rubia y alejando al niño que ya se montaba sobre su tío
para ayudar a Pridwen a derribarlo.
Y comenzaron a llegar muchas más personas, como Lucca, los hermanos
de Jason, algunos de sus primos y amigos, todos respetando a Daira y
haciéndola sentir parte de la familia.
Por fin se dio cuenta que formaba parte de algo, que no tendría que
luchar más por su cuenta, que no estaba sola, incluso había alguien
dispuesto a ponerse frente a ella para recibir una bala. Jason había dicho la
verdad cuando le propuso matrimonio, a partir de que se casó con él, no
tuvo que luchar más por su cuenta, Daira sabía perfectamente que Jason
siempre estaría para ella, para protegerla, para cuidarla y lo más importante
de todo, para amarla y proporcionarle la familia que tanto esperó.
Estaba claro que el inicio de su relación no fue el más armonioso, la
etapa de adecuación fue dura y dolorosa, no eran los más listos para
demostrar su cariño o comprender sus propios sentimientos y
definitivamente se habían confundido en el proceso más veces de las que
podrían llegar a contar. Pero quizá de eso se trataba la vida, de encontrar los
obstáculos que eventualmente se toparían, aprender de ellos, tomarlos y
simplemente pasarlos.
Al final de cuentas, para ellos encontrar las imperfecciones en lo perfecto
ya era parte de su rutina, porque de alguna forma, hacía de la experiencia
algo mucho más verdadero y alejado de cualquier utopía que se pudiera
crear, les gustaba tener los pies en la tierra y no soñar lo que debía de ser el
amor, sino formar el amor que se deseaba tener.