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Marisol García

Llora, corazón
El latido de la canción cebolla
El asombro de su equipo editorial ante «el fenómeno Zalo reyes»,
llevó a revista Vea en marzo de 1983 a desplegar en un «informe
Especial» —a portada y cinco páginas— opiniones diversas sobre «el
hombre tras este boom criollo», ocupado entonces en la agenda musical
en vivo con más fechas en el país.
«Diversas» es diversas. Hablaban allí inesperados admiradores
o especialistas, como el director de televisión Gonzalo Bertrán
(«induda-blemente aquí hay un fenómeno sociológico interesante»),
el dibujan-te Jorge Dahm («me gusta mucho más que Julio iglesias,
un cantante dulzón, quejumbroso y melifluo»), la cantante Patricia
Maldonado («es mejor imitador y contador de chistes que cantante»),
el escritor Pablo Huneeus («él no es parte de la cultura de todos») y el
más conocido de los profesores de Derecho constitucional en
actividad en el país:
«si bien no ha definido aún su personalidad artística, creo que
tie-ne condiciones innatas, excepcionales y variadas para triunfar —
augura allí Jaime Guzmán Errázuriz—. Es poseedor de una gran
autenticidad y una personalidad avasalladora poco frecuente en los
chilenos, que lo hace comunicarse muy bien con su público. a esto
hay que sumarle una habilidad natural para comprometer a la gente en
lograr el éxito de su presentación. sabe hacer sentir a los demás la
necesidad de que a él le vaya bien. Esto es muy sutil pero a mi juicio
muy importante».
concluye entonces el fundador del Movimiento Unión Demócrata
independiente y futuro senador: «Deseo que le siga yendo muy bien»76.
En la historia de la cebolla y la canción de amor chilenas,
Zalo reyes tiene un estatus diferente a cualquier otro. supo darle a su
canto y a su trato con las audiencias un estilo que, más allá de su
impronta mu-sical, tuvo efectos huracanados en los grandes medios y
en la definición que entonces estos le daban a la cultura popular local;
a sus entusiasmos y sus gustos, su expresión y su orgullo.

76. “El fenómeno Zalo reyes”. Vea nº2275. 10-16 de marzo, 1983.

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El lustro 1980-1985 fue para Boris Leonardo González Reyes
(n. 1952) un tiempo de cumbres inexploradas antes por otro cantante
nacional, no porque fuesen las más altas ni exportadas, sino por la fir-
meza de su lazo con grandes audiencias. Incluyeron la animación de una
sección propia en “Sábados Gigantes” (“Este es mi barrio”) y un pro-
grama festivalero (“El festival en bote”, del entonces Canal 11), un spot
publicitario, invitaciones a sketches del “Japenning con Ja”, un programa
radial completo para el Club de Amigos de Zalo Reyes y dobles suyos
con salario estable.
Combinó su talento en el micrófono y su sincero amor por el
canto —autodidacta, versátil, precalentado desde la adolescencia en es-
pacios de bajo impacto— con las elecciones musicales precisas en arre-
glos y en repertorio. Además, y como nunca antes —ni después— en el
espectáculo chileno, desplegó todo aquello con un arrollador carisma,
tan magnético y seguro de sí mismo, tan orgulloso y displicente con las
reverencias, que su éxito llegó a desafiar convenciones de clase, género
y trato social.
El caso de Zalo Reyes sí califica de fenómeno. Ad-portas de las
Fiestas Patrias de 1983, El Mercurio confirmaba en crónica a tres colum-
nas la más increíble de las noticias:

«Lanzarán línea de productos de perfumería “Zalo Reyes”»77.

Hubo entonces perfume, colonia y champú «con olor a Zalo»,


según cita exacta de la nota.
Sólo ese año, largado en febrero con un show completo en el
Festival de Viña del Mar, el cantante concentró un concierto pro-
pio en el Estadio Santa Laura, en marzo; dos fondas con su nombre
—una en Avenida Kennedy, la otra en Conchalí—, en septiembre; un
cupo de tres canciones en el Carnaval de Miami, en Florida, Estados
Unidos (con transmisión continental por Univisión); la aparición en
uno de los más famosos programas de la televisión mexicana (“Siem-
pre en domingo”) y el nombramiento como «hijo ilustre» de la comu-
na de Conchalí.

77. El Mercurio, 2/9/1983.

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Además, Nicanor Parra le dedicó un poema completo, con su
nombre en el título.78
Zalo Reyes en pantalla era sintonía, y esta era atenta y arrebatada
cuando su rostro y voz quedaban en primer plano.
«No ha habido otro Zalo Reyes. No ha habido un cantante po-
pular que le llegue un poquito ni a los talones a Zalo», compara Miguel
Cárcamo, quien, como ejecutivo de EMI-Odeon, supervisó parte del
desarrollo discográfico del intérprete y su grupo, Espiral, en ese sello
multinacional:
—Llegó a ser una especie de Rey Midas. Puede sonar extraño
ahora, pero quienes lo teníamos cerca entonces veíamos en él a alguien
que parecía ser un elegido. Lo comparo con lo que ocurre en Chile con
los futbolistas; gente que con un talento único y mucho trabajo logra
traspasar las barreras que le pone la vida. Sus condiciones vocales eran
sorprendentes. Estar con él en el estudio era… le entregabas una can-
ción que no conocía y en una o dos pasadas la dejaba grabada. Un poco
desordenado, sí. A veces trabajar con él obligaba a tener paciencia. Pero
para todos su calidad era indiscutible. Le decíamos «genio loco».
Había llegado en febrero de 1983 al Festival de la Canción de
Viña del Mar luego de negociar hasta conseguir cuatro veces el monto
de pago originalmente ofrecido por la organización. Se paró en el esce-
nario con traje blanco y ya con la mejor cosecha de su repertorio sobre el
cuerpo. El bolero eléctrico “Una lágrima y un recuerdo” lo había largado
en 1978 a una inescapable presencia pública, reforzada luego por las
magníficas “Una lágrima en la garganta” (del disco Llorando mi pena,
1979) y “Motivo razón” (del LP homónimo, de 1982).
«Con su desplante, su instinto y su simpatía, Zalo puede, sin ma-
yor dilema, ocupar cualquier espacio que se le proponga. No le faltan co-
dos —iba a registrar el escritor Cristián Huneeus, quien lo vio y escuchó
en vivo en la Quinta Vergara—. Un grupo de amigos hicimos viaje es-
pecial desde Zapallar. Nos hizo la noche. Le encontré un tal dominio de
masa, y tales bríos para contagiarle su alegría de ser quien es y estar ahí,
que me pareció (fuera de que se le parece físicamente) lo más parecido
a Perón que hemos tenido en América Latina desde el propio Perón»79.

78. «Zalo Reyes (Otro sermón del Cristo de Elqui)» fue incluido en Poesía política
(1983).
79. «Zalo en El Parrungue». Nota en La Razón: El vocero de Petorca, 21/1/1984.

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Lágrimas, miedos, añoranza y dolor por la traición son mencio-
nes casi fijas en las canciones que Zalo Reyes escogió para los LP que
grabó de 1977 en adelante. El cantor se presenta en ellas como víctima
de abandonos y engaños, los que enfrenta con la franqueza del cebolleo:
sin temor a que exponer su dolor le reste puntos como amante adulto; y
asociando luego en entrevistas su manera de sentir con su origen humil-
de, sus dificultades y su conciencia de clase.
Su admiración por Lucho Gatica, Germaín de la Fuente y Ra-
món Aguilera aparecía en muchas de las entrevistas que el cantante tuvo
en su época de mayor éxito. El conchalino era el continuador de una
tradición de estilo romántico que no necesitó impostar claves de éxito
extranjero. Y que, como muchos de sus héroes, tuvo dificultades en com-
patibilizar su criterio musical con las pautas del negocio.
El guitarrista Fernando González, uno de los fundadores del
grupo Congreso, lo conoció cuando asesoraba al sello EMI como direc-
tor artístico. Hacia mediados de los años setenta, y bajo el seudónimo
Nahum, Zalo Reyes llevaba dos discos de nulo efecto en radios, y en
1978 la compañía acordó darle una última oportunidad antes de cance-
lar su contrato.
—¿Cómo te dicen en tu barrio?
—… Zalo —respondió el cantante.
—Entonces desde ahora vas a ser Zalo Reyes —le ordenaron.
González quedó a cargo de producir, junto a Jaime Cerda, ese
disco de ultimátum. Se eligió un repertorio de autores mexicanos y chi-
lenos, y se armó una banda especial para acompañarlo. El guitarrista
convocó a dos de sus compañeros en el grupo Congreso: su herma-
no «Tilo» (Sergio González), baterista, y el bajista eléctrico Ernesto
Holman. Completaron la formación en teclados con Jorge Soto, mú-
sico fogueado hasta entonces en el rock de los grupos Tumulto y Sol y
Medianoche.
Decidieron llamarse Grupo Espiral.
—Conversamos que se necesitaban arreglos sencillos, porque
el repertorio eran melodías simples, de pocos acordes —describe el
guitarrista—, y entonces optamos por hacer algo espontáneo pero con
carácter. Nos dábamos cuenta de que el protagonista tenía que ser
Zalo y su voz. Él tenía una afinación perfecta, estaba con la garganta
nuevita, y era alguien que podía aprenderse al tiro y dejar registrada
sin esfuerzo una melodía que había conocido recién. La formación de

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cuarteto, sin grandes arreglos, era la ideal para lo que se necesitaba en
ese disco.
Fernando González le aplicó a su guitarra un efecto phaser. Su-
mado a la línea enfática de teclado de Soto, el pulso recio de bajo de
Holman y la percusión suave de Tilo González afirmó con sencillo pero
encantador carácter los diez temas del disco Zalo Reyes y su grupo Espiral
(EMI, 1978). Músicos de largo oficio, de señeras búsquedas y profunda
huella en el rock y la canción de raíz, pusieron entonces su talento al
servicio del melodrama cantado.
El primer tema del lado A es “Una lágrima y un recuerdo”, una
canción del grupo mexicano Miramar que Miguel Cárcamo había co-
nocido en un viaje a Argentina y que consideró atractivo amplificar en
Chile. No hay estribillo, y una alusión al llanto inicia cada una de las
tres estrofas.
Editado y lanzado a radios, con ese single ya no hubo para Zalo
Reyes amenaza de despido.
—Quedamos todos muy contentos con la grabación, primero por
el sonido que se logró, que era un sonido propio de Espiral, y luego por
lo que significó para Zalo —recuerda Fernando González—. Él venía
de un período de mala suerte, que lo había dejado casi sin saber qué
hacer, y con ese disco se disparó80.
En 1982, el cantante fue invitado al programa “Permitido”,
fanfarrón «estelar» de Televisión Nacional presentado por Antonio
Vodanovic. El registro de sus minutos en pantalla es uno de las muchas
pruebas de cómo el cantante pudo levantar desafíos de clase frente al
paternalismo que la televisión en dictadura se permitía con quienes ac-
cedían a ella desde fuera del círculo de poder.
Al fondo del escenario, en el Anfiteatro Lo Castillo, en Vitacura,
la producción bajo las órdenes de Sergio Riesenberg proyectó una gran
cebolla de colores, alrededor de la cual aparecía la frase —¿irónica?—
«The Zalo Reyes Show».
Al presentarlo, Vodanovic creyó necesario advertir que «esta noche
vamos a traer a alguien que nunca imaginaron que actuara para ustedes».
Entre tema y tema, cada mención del músico a su origen y su
relación con «la gente linda» (y hubo muchas, como solía haberlas con

80. Espiral siguió más adelante como grupo acompañante de Zalo Reyes, aunque con
cambios en su formación.

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humor en sus shows) activaba carcajadas de la audiencia presente en
la sala. Luego de una cita a «Señor abogado», una interpretación «en
broma» para “It’s now or never” y otra «en serio» de “El día que me
quieras” —ambas impecables—, Vodanovic lo despidió en cámara como
«un artista que vino a buscar una oportunidad».
Zalo Reyes era, entonces, el cantante con mejores ventas del país,
una figura popular ya ubicada en la línea de próceres de la canción ro-
mántica chilena. Las oportunidades no tenía para qué buscarlas: estaban
a sus pies. Su carisma iba a mostrar con los años, incluso entre fuertes
golpes personales, una durabilidad honesta, imposible para los autosa-
tisfechos participantes de ese pretencioso programa olvidado.

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