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Dicho esto, se puso a llorar, me tomó de la mano y me llevó a otra parte, mientras lloraba
yo viéndola llorar. Ciertamente, en aquella edad no alcanzaba a entender qué desgracia tan
grande era la pérdida del padre.
Este hecho sumió a la familia en la consternación. Había que mantener a cinco personas; las
cosechas del año, que eran nuestro único recurso, se perdieron por causa de una terrible
sequía; los comestibles alcanzaron precios fabulosos.
Pasada aquella terrible penuria y mejorada la situación familiar, tuvo mi madre una
ventajosísima propuesta de matrimonio. Ella respondió sin dudar un momento:
— Dios me dio y me quitó a mi marido. Tres hijos me dejó él al morir, y yo sería una madre
sin corazón si los abandono cuando más me necesitan.
Así llegué a los nueve años. Quería a mi madre entonces enviarme a la escuela, pero se me
dificultaba bastante por la distancia ya que estábamos a cinco kilómetros de Castelnuovo.
Por otra parte, mi hermano Antonio se oponía. Llegamos después a un acuerdo. Podría ir
durante el invierno a la escuela del cercano pueblecito de Capriglio, en donde efectivamente
aprendí a leer y a escribir.