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Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Literatura y tradición oral: fábulas y cuentos folklóricos de animales (I) a.


HERNANDEZ FERNANDEZ, Ángel

A propósito del origen de los cuentos de animales, Vladimir Propp los relacionó con el
totemismo, «sistema de creencias de los cazadores primitivos, en virtud del cual se
consideraba que algunos animales eran sagrados e incluso tenían un vínculo
sobrenatural con la tribu» (1). Ahora bien, Aurelio Espinosa matizó la distinción entre
cuentos de animales totémicos y fabulísticos:

«Los cuentos de animales se dividen en dos grupos generales, los cuentos totémicos que
documentan tradiciones y mitos relacionados con los orígenes animales del hombre, y
los cuentos esópicos, o apólogos, en los cuales los animales sienten, piensan, hablan y
obran como seres humanos y racionales. Los primeros pertenecen a una época cuando el
hombre salvaje y primitivo empieza a pensar en su origen y trata de explicar los
fenómenos de la naturaleza que le rodea, y los segundos pertenecen a una sociedad ya
civilizada y organizada, con sus leyes de conducta personal y social ya bastante
desarrolladas […]. En Oriente y en Europa la mayoría de los cuentos de animales son
cuentos esópicos, o apólogos. En ellos los animales obran como hombres de una
sociedad organizada, llevan las virtudes y vicios de los hombres y, en general, podemos
sustituir en ellos hombres por animales y el cuento queda igual que antes en su
significado moral» (2).

Conviene por tanto distinguir entre fábula o apólogo y cuento de animales propiamente
dicho. Según Thompson, «cuando el cuento animal se relata con un reconocido
propósito moral, se convierte en fábula […]. El propósito moral es la cualidad esencial
que distingue a la fábula de los otros cuentos de animales» (3). Un poco antes había
dicho que los cuentos de animales «están concebidos usualmente para demostrar la
viveza de un animal y la estupidez de otro, y el interés descansa por lo general en la
índole de los engaños […]» (4).

Lo fundamental en los cuentos de animales es la lucha elemental y despiadada por la


supervivencia: comer a otro o evitar ser comido por otro. Para ello los animales
desarrollan el sentido de la astucia y el engaño, que en el animal más débil suelen
triunfar frente a la mayor torpeza intelectual del fuerte. En realidad, este mecanismo
compensatorio de la naturaleza permite a los débiles escapar o burlarse de sus
depredadores (excepto en algunos casos en que el más desfavorecido se comporta de
forma estúpida o arrogante). Así, la zorra vence al lobo, pero pierde habitualmente
cuando quiere devorar a un animal más pequeño.
No obstante, hay una relación evidente entre la fábula y el cuento de animales, y a
menudo comprobamos que determinadas fábulas se folklorizan y se difunden de modo
tradicional. Así, muchos cuentos de animales parecen proceder de fuentes literarias
esópicas, como dice Aurelio Espinosa:

«Los cuentos europeos que podemos llamar esópicos […] son en su mayor parte de
origen clásico y oriental. Muchos de ellos vienen directamente de fuentes esópicas
clásicas, difundidos en la Edad Media por clérigos y maestros que sabían latín, y los
contaban para divertir o para satirizar las costumbres de su tiempo. Los cuentos
esópicos pueden aprovecharse para satirizar la sociedad humana en todas las épocas por
su carácter humano universal. En sus formas métricas llamadas fábulas las colecciones
latinas de la Edad Media eran conocidas bajo los nombres de Aviano, Rómulo y Fedro,
al lado de Esopo, y todas ellas llegaron a popularizarse de una manera extraordinaria.
Pero todas estas versiones de origen latino medieval tienen su raíz en fuentes orientales
mucho más antiguas, cuentos de animales venidos de India y Persia por intermedio de
versiones griegas, judías y árabes. Estas llegaron a Europa durante la Edad media por
Bizancio, por Italia y Grecia, y más tarde por España, con los árabes» (5).

Aparte de las fábulas clásicas, tomadas principalmente de Fedro, Aviano, Babrio o las
colecciones conocidas como esopos o esopetes, otra vía de penetración de cuentos de
animales procede de oriente, sobre todo de la India, a través de Bizancio y por supuesto
de los árabes. Gracias precisamente a éstos, la península Ibérica fue un lugar
privilegiado para la recepción de la riquísima cuentística oriental. Y así, ya en el siglo
XII aparece una colección de cuentos orientales traducidos al latín por el judío converso
Pedro Alfonso con el título de Disciplina clericalis, esto es, enseñanza de clérigos,
porque eran utilizados en la predicación para ilustrar con ejemplos prácticos los
sermones religiosos. Esta práctica pedagógica era habitual en la época, como lo
demuestra el hecho de que se confeccionaran antologías para tal fin, como la famosa
Libro de los exemplos por a.b.c. de Clemente Sánchez de Vercial, donde los relatos van
ordenados alfabéticamente por su tema para facilitar su manejo y localización en un
momento preciso.

Un siglo más tarde fue traducido del árabe el Libro de Calila e Dimna, que viene a su
vez de la versión árabe realizada en el siglo VIII por Abdalá Benalmocafa, hecha de
fuentes orientales sacadas del Panchatantra, colección india de cuentos muy anterior. Y
en el mismo siglo se traduce el Sendebar o Libro de los engaños de las mujeres, que
incluye junto a diversos relatos sobre los engaños y maldades de las mujeres algunos
cuentos de animales.

A estas fuentes fabulísticas clásicas y orientales de los cuentos de animales hispánicos,


habría que añadir el ciclo épico–satírico medieval conocido como Renart el Zorro por su
más famoso ejemplo, el Roman de Renart, cuyo núcleo fundamental se desarrolla en el
último cuarto del siglo XII. Presenta este ciclo de cuentos como nexo común al zorro
como protagonista y consta de veintinueve branches o ramas. Esta epopeya animal
parodia la organización de la sociedad feudal, la iglesia y la literatura épica y cortés de
la época. Incluye el Roman de Renart numerosos relatos folklóricos, aunque procede de
fuentes literarias latinas medievales, especialmente del Ysengrimus de Nivard de Gante
(siglo XII). No obstante, se diferencia de su fuente principal en que ésta es ante todo una
obra moralizadora, mientras que el Renart representa una carga demoledora contra la
sociedad y sus estamentos más poderosos, y además hace uso abundante de la
obscenidad y el lenguaje grosero y escatológico. Por esta razón el Renart se aleja
también del espíritu moralizador y didáctico de las fábulas esópicas (6). Algunos de los
cuentos que a continuación presento son semejantes a ciertos episodios de esta
monumental obra: el relato de la zorra comedora de sardinas (tipo 1); los cuentecillos
del zorro que se finge enfermo para que el lobo lo lleve a cuestas y que después lo
engaña haciéndole creer que está cogiendo una planta en lugar de su pata (tipos 3, 4 y
5); el del juramento del lobo sobre un cepo (tipo 44); el de los animales en alojamiento
nocturno (tipo 130) o el de la guerra entre los cuadrúpedos y los insectos (tipo 222),
entre otros.

En cualquier caso, todos estos ciclos de cuentos tienen orígenes antiquísimos que se
remontan a los primitivos pueblos indoeuropeos, quienes los llevaron a los confines de
Europa y Asia para después, merced a los movimientos históricos migratorios, tomar
rutas nuevas y extenderse por todo el mundo

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