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Malvinas 30 años después, causa y significante

Boser

La guerra argentino-británica de 1982 en el Atlántico Sur encierra significados que trascienden


su relevancia geopolítica externa y su lugar en la historia política nacional. Fue además
“nuestro acontecimiento” social disruptivo, aquel que fraguó los tiempos históricos que
hoy estamos viviendo, como sociedad nacional capaz de examinarse, cuestionarse a sí misma,
revisar su pasado, construirse colectivamente y autodeterminar su destino

El conflicto bélico entre la Argentina y Gran Bretaña en el Atlántico Sur −tras la frustrada
intención argentina de recuperar manu militari en 1982 las islas en posesión británica desde
1833− significó la retirada de la última dictadura militar y el inicio de un
proceso de democratización inédito en nuestro país y en todo el Cono
Sur latinoamericano. La única guerra que la Argentina libró en su historia
contemporánea fue un “caso testigo” que adelantó el fin de la Guerra Fría y puede tomarse
también como precedente del tipo de enfrentamiento bélico característico de los tiempos que
sobrevinieron luego, con el derrumbe de la bipolaridad hasta las guerras de nuestros días:
conflictos asimétricos, disputas por el control de los recursos naturales, relevancia
geoestratégica de las rutas de tránsito marítimo y redimensionamiento del poder naval en
escalas regionales y globales.

Causa y significante:

y una “causa Malvinas”, que trata de la reivindicación nacional, y dentro de ella, alude a
los modos, usos y contradicciones del nacionalismo argentino en D O S S I E R sus múltiples y
diversas expresiones (Guber, 2000 y 2004; Palermo, 2007; Bernal, 2011). Y hay también un
“significante Malvinas”, un signo lingüístico asociado con significados diversos y en el
que se ven reflejadas las marcas de identidad y características de nuestra cultura política que
inciden en las distintas visiones sobre la inserción internacional de nuestro país

UN NUDO GORDIANO

Si observamos el transcurso de las décadas que precedieron al 2 de abril de 1982, pese a la


inestabilidad, los antagonismos y las grandes fluctuaciones políticas de gobierno, es posible
encontrar a una misma clase dirigente en el centro o en las adyacencias inmediatas del manejo
de las relaciones exteriores del país. En tales círculos, la reivindicación territorial de las
Malvinas formó parte de preocupaciones permanentes y de criterios disímiles para encararla.
Caracterizadas personalidades del establishment diplomático cumplieron destacadas misiones
en el exterior al tiempo que debieron responder, en el orden doméstico, a los distintos juegos
de poder, conspiraciones, golpes de Estado, conjuras e intrigas palaciegas que dominaron la
política nacional de aquellos años (Rouquié, 1981; Lanús, 1986; Potash, 1994; Jalabe, 1996;
Cisneros y Escudé, 1998).

SOBERANÍA NACIONAL Y SOBERANÍA POPULAR

La guerra de las Malvinas resume estas contradicciones, disociaciones y encerronas de


una conjunción diplomático-militar; de aquel modo de concebir y conducir los destinos del país
y las relaciones con el mundo que tuvo vigencia durante las décadas precedentes. Los 74 días
que duró el conflicto en 1982 las resume y las lleva al paroxismo hasta provocar su estallido y
agotamiento definitivo. Viejas formas de entender a la Nación y la política entraron en crisis,
“autorrepresentaciones de las relaciones sociales y de la cultura cayeron para no levantarse
más” (Lorenz, 2006: 16). Al cabo de su historia, antes y después del ’82, las
batallas “por Malvinas” se presentan en el imaginario colectivo como
una “causa nacional” que evidencia una nacionalidad inacabada e
incompleta, tanto por los factores externos que así lo determinaron
cuanto por los factores internos que la fraguaron como representación
de la idea de soberanía. La dictadura del llamado Proceso de Reorganización Nacional
pretendió recuperar mediante un acto de fuerza una soberanía territorial sobre las islas que se
le negaba a los argentinos en su propio territorio, inhabilitados de ejercer la soberanía política
y sometida a un régimen que sindicaba a un sector de la población como enemigo interno
pasible de ser exterminado. El Estado argentino pretendía reclamar hacia fuera
lo que no podía cumplir hacia adentro, con su propia población
Treinta años después, es imposible desconocer los avances cualitativos y cuantitativos en
términos de “consistencia de soberanía”, entendida ésta como la relación entre
sociedad nacional, territorio y Estado: la recuperación y consolidación democrática, la
subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil, el fin de las hipótesis de conflicto bélico
con los países vecinos y el proceso de integración regional, el encauzamiento del conflicto con
Gran Bretaña por el estricto terreno diplomático. Respecto de Malvinas, esto representa
avances frente al enorme retroceso que representó la guerra. Sin embargo, la política exterior
argentina, y con ella las propias percepciones acerca de la inserción internacional del país, no
han logrado aún proyectar un paradigma nítidamente diferente de los que dominaron en el
pasado, capaz de superar aquellas viejas contradicciones y dilemas en los modos de entender
la defensa del interés nacional y la representación de la soberanía del pueblo. En síntesis, la
guerra argentino-británica de 1982 encierra significados que trascienden su relevancia
Malvinas se transformó
geopolítica externa y su lugar en la historia política nacional.
también desde entonces en “nuestro acontecimiento” social disruptivo,
aquel que fraguó los tiempos históricos que hoy estamos viviendo, como
sociedad nacional capaz de pensarse, examinarse, autocuestionarse,
construirse a sí misma y autodeterminar su destino

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