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a María
Fray Alejandro Ferreirós
Con flores
a María
Contemplación poética para adentrarse en el misterio
de María madre de Dios y madre nuestra
ISBN 978-987-1995-02-8
1. Espiritualidad Cristiana.
CDD 248.5
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Fray Alejandro Ferreirós
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ISBN: 978-987-1995-02-8
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A modo de prólogo
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Introducción mariana
2) Lectura pausada
Es importante tener en cuenta que un poema no se
puede leer como cualquier otra cosa y menos un poema
orante o profético.
Es necesario encontrar el ritmo del poema, dejarse lle-
var por su musicalidad, gustar su simbología y dejar que la
belleza hable al alma.
San Basilio definía la Belleza como la “armonía que
da paz al alma”. La Belleza es uno de los aspectos trascen-
dentales de Dios, Dios es Belleza, por eso no nos podemos
imaginar a Dios sin armonía o sin paz pero tampoco nos
podemos imaginar a una persona entrar en contacto con Él
sin que su alma sea transformada en profundidad con todas
las repercusiones que esto tiene para el psiquismo y para el
cuerpo consiguientemente.
San Pablo lo expresa maravillosamente cuando habla
de los frutos del Espíritu:
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“El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de
sí…”(Gálatas 5:22-23).
La Belleza, la Armonía y la Pureza de Dios se conta-
gian al alma que entra en contacto con Él.
6) Confrontación
Trato de distinguir la voluntad de Dios a partir de lo
que Él mismo me va revelando. Es importante tener en cuen-
ta que la oración no es un ejercicio intelectual sino un abrir el
corazón a la acción de Dios. Es Él el que te debe revelar tu
situación. Por esto la actitud de escucha amorosa y confiada
es determinante. El centro de tu oración no es decirle a Dios
lo que sientes, te parece, opinas o te gustaría hacer, que Él
ya lo conoce sino poder descubrir lo que Él tiene para decir-
te, mostrarte y revelarte. Él debe ser el protagonista.
7) Compartir comunitario
Si oras con los poemas comunitariamente, puede tam-
bién haber un momento de compartir comunitario, pero es
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importante que lo hagas en forma de oración para no dismi-
nuir el nivel de la oración y la unción de la misma. Cuando
expreses tu sentir lo deberás hacer hablando con Dios, no
opinando para que el grupo de oración no se vuelva una
experiencia de polémica o discusión.
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Madre
Nuestra esperanza
Como todos los misterios de María, también éste es
motivo de esperanza para nosotros. Ella es anuncio de otras
posibles maternidades divinas.
La maternidad divina de María no es gracia exclusiva
sino gracia eclesial.
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La maternidad de María se vuelve, para nosotros, un
llamado a la fecundidad espiritual, una verdadera vocación
que todo discípulo auténtico puede y debería realizar en su
vida.
También nosotros podemos llegar a esa misteriosa
cercanía, a esa maravillosa simbiosis con Dios.
También nosotros podemos llegar a ser «Madre de
Dios». Lo dijo el mismo Jesús: «Mi madre y mis hermanos
son los que oyen la palabra de Dios y la hacen» (Lc 8,21).
Podemos ser «Madre de Dios», si escuchamos y aco-
gemos su palabra, si la hacemos carne en nosotros y la con-
sustanciamos, si la hacemos crecer y la vivimos, si ofrece-
mos los frutos que vaya produciendo. Es toda una gestación
y alumbramiento de la Palabra.
Podemos llegar a ser «Madre de Dios», si acogemos
su Espíritu y nos dejamos impregnar por él, si llegamos a
sintonizar con sus deseos y mociones, si nos comunicamos
íntimamente con él.
Podemos llegar a ser «Madre de Dios», si ponemos
nuestra voluntad y todo nuestro ser a su disposición y servicio.
Santa María, Madre de Dios, enséñanos a «concebir»
a Dios1.
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devoción a María? Muchas son las preguntas que nos po-
dríamos hacer. Sin embargo, todo lo que pudiéramos decir
o meditar sobre María reposa sobre una base fundamental:
fue la madre de Jesús.
El evangelista que sigue todas las alternativas de es-
ta maternidad es san Lucas, quien presenta a María como
modelo de fe.
Fue la fe y no la carne lo que engendró en ella a Jesús.
Es evidente que María fue madre en el sentido común
y corriente de la palabra: gestó el feto, dio a luz al niño, lo
amamantó y crió, etc.
Pero Lucas nos invita a ir un poco más al fondo de la
cuestión: gestar a Jesús no es un simple proceso biológico.
Es también un proceso de fe, para que el hijo sea realmente
reconocido como «Jesús», el Salvador, tal como el ángel lo
anunciara; es decir, tal como estaba en los designios de Dios.
Como dice san Ambrosio: «Por eso concibió doble-
mente a su hijo: por la fe en su alma y por la maternidad
en su seno.» Quizá a alguno le extrañe que hablemos de
la fe de María, por cierta imagen un tanto mitificada que te-
nemos de ella, como si hubiese sido un agente pasivo que
recibió determinada visión divina, que comprendió todo en
un instante sin necesitar, como nosotros, crecer en su fe, ni
meditar, ni orar para descubrir el sentido de su misión de
madre.
Plantear así las cosas es negar lo que dicen los evan-
gelios, por un lado; y por otro, es negarle a María una au-
téntica personalidad y humanidad. María es grande y, co-
mo solemos decir, santísima, no porque todo lo recibió de
arriba y sin mayor esfuerzo, sino porque a través de un
oscuro camino -lleno de lágrimas e incomprensiones- fue
describiendo y aceptando su específico papel en la obra
salvadora, asumiendo hasta la cruz el proceso redentor de
su hijo.
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El «Hágase en mí según tu palabra» es el resumen
de las actitudes de María; es la manifestación de su gran
pobreza de espíritu, de su disponibilidad, de su ofrenda, de
su amor maduro. Por todo esto decimos que «engendró en
la fe a su hijo Jesús». Siguiendo a los evangelistas podemos
descubrir algunos elementos o pasos de esa fe.
Fe en un camino oscuro
Un primer elemento lo tenemos en la Anunciación del
ángel Gabriel. María se estaba preparando para su casa-
miento con José según las normas hebreas. De pronto, Dios
irrumpe en su vida y le revela un plan: engendrar, por obra
del Espíritu a un niño, el Salvador. María se turba, se inquie-
ta, se pregunta cómo podría ser tal cosa. Luego da su sí.
Pero un Sí que debe transitar por un camino oscuro. San
Mateo nos habla de la situación que se le planteará a José
al ver a su esposa embarazada.
Nadie puede dudar de la intención de Lucas: poner de
manifiesto la disponibilidad de María, pero también la com-
plicada situación en la que se vio envuelta, caminando casi
a ciegas bajo la guía del Espíritu, que la orientaba hacia una
empresa cuyos alcances aún no vislumbraba.
María, en aquella época una joven casi adolescente,
acepta con responsabilidad su misión, y como le dirá Isabel:
«Feliz eres porque has creído que se cumplirán las cosas
que te fueron dichas». Dios le pide una total entrega y con-
fianza, le exige fe, y la fe más difícil; una fe que debe superar
problemas de relación con José, con sus padres, con los
vecinos...
Lo que nos llama la atención en esta fe es su transpa-
rencia, su total ausencia de cálculos y especulaciones, su
espera confiada, su desinterés absoluto.
Creyó que «nada es imposible para Dios»: por eso
creyó en su maternidad y en la de Isabel, la anciana estéril.
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Si para nosotros es un acto de fe descubrir en cada
hombre el rostro de Cristo, fue acto de fe en María descubrir
que lo gestado en ella era Jesús, el Salvador de Israel. Otro
momento de fe lo encontramos en el nacimiento de Jesús,
cuando los pastores cuentan todo lo que han visto y oído:
María calla, acopia elementos y los medita.
Lo mismo sucede ante el anuncio de Simeón y cuando
el niño, ya adolescente, luego de haber sido buscado an-
gustiosamente por tres días, da aquella misteriosa respues-
ta: «¿No saben que yo debo ocuparme en las cosas de mi
Padre?» Y Lucas agrega: «Pero ellos no comprendieron la
respuesta que les dio». Lucas nos deja así entrever el revés
de la trama: la oscuridad en la que se movió María a lo lar-
go de los años de Jesús, oscuridad de la que no la libró el
mismo Jesús.
María no se desalienta y, al poco tiempo, la vemos
acompañando a Jesús en sus predicaciones.
Fue la primera oyente de su hijo y la primera creyen-
te, como asimismo la primera testigo de sus milagros; así
lo señala Juan en el capítulo segundo de su evangelio al
referirse al primer signo de Jesús en Caná de Galilea. Allí
recibió cierta respuesta de Jesús que la debió dejar azora-
da, como cuando quiso apartar a Jesús de la multitud ante
la presión de los parientes, que lo consideraban loco, y
recibió aquella otra respuesta: «Mi madre y mis hermanos
son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la practi-
can» (Lc 8,19-21).
El mismo Lucas consigna otro significativo dato: cuan-
do Jesús escucha cierta alabanza que una mujer hizo de
su madre, él replica: «Felices más bien los que escuchan la
palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,27-28).
Todos estos datos condensados crudamente en los
evangelios, lejos de aminorar la figura de María, le confie-
ren toda su grandeza: si toda madre es grande a los ojos
de sus hijos por el proceso de gestación y crianza, cuanto
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más grande es María por su fe al escuchar a su propio hijo y
aprender de él mismo el lugar que le correspondía ocupar a
su lado: lugar de discreción y de búsqueda.
En otras palabras: María recibe en su seno la Palabra
de Dios que irá gestando en ella la figura de su hijo: el hijo
de la fe.
Descubrimos así otra faceta de este proceso: la misma
María es engendrada a la fe por su propio hijo, a quien es-
cucha y sigue, y a quien se asocia al pie de la cruz. Por eso
los cristianos descubrimos en ella a la primera creyente y al
modelo de todo creyente. Finalmente, como parte integrante
de la comunidad cristiana y casi como símbolo de la misma,
la vemos en Pentecostés, junto a los demás apóstoles y dis-
cípulos, esperando al Espíritu Santo, quien según la prome-
sa de Jesús “les enseñaría todas las cosas”.
Comunidad y fe
Puedes ahora comprender mejor el texto de Pablo en
su Carta a los Gálatas que es el más antiguo que habla de
la Virgen en el Nuevo Testamento.
“Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios
envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para
redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hi-
jos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que
Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que
clama a Dios llamándolo: ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya
no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la
gracia de Dios” (Gal 4,4-7).
Jesús nace de una mujer y está sujeto a la ley. Es su
nacimiento carnal por el que se transforma en hombre. Y
continúa Pablo: «para rescatar a los que estaban bajo la ley
y para que recibiéramos el ser hijos por adopción».
Y somos hijos porque «envió a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo que clama: ¡Padre!».
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San Pablo nos hace descubrir que, a partir de la resu-
rrección de Cristo, ya no tienen valor los antiguos esquemas
basados en la sangre, el parentesco o la raza, pues todos
sin excepción renacemos a la fe en Cristo por el mismo y
único nacimiento del Espíritu.
La comunidad cristiana, cuyo símbolo es María, es el
nuevo seno que engendra a los nuevos hijos adoptivos de
Dios por obra del Espíritu Santo. Así todo lo acontecido en
María es figura simbólica de un proceso mucho más univer-
sal: todos somos los cristos nacidos a impulsos de la acción
del Espíritu.
María, la primera creyente, la primera redimida por la
fe, es el modelo de la comunidad cristiana que, haciendo
suyos los sentimientos de María, puede también ella dar a
luz al hombre nuevo, al hombre liberado de la ley, de la san-
gre, de la raza y del pecado.
A veces escuchamos a gente que dice: “A María le
fue fácil creer, pues estaba muy cerca de Jesús; en cambio,
cuánto nos cuesta a nosotros...” Hemos visto con datos de
los mismos evangelios que los hechos contradicen tal afir-
mación.
Para ella, Jesús fue como una espada de dolor y un
signo de contradicción: en el dolor descubrió que ese cuer-
po colgado en la cruz y abandonado por todos, era no sola-
mente su hijo sino el Salvador del mundo.
Hoy los cristianos debemos rescatar esa imagen de
María, tal como la presenta la Palabra de Dios. Descubrir en
María el modelo más cercano a nosotros y más accesible
para nuestro camino de fe. María no es la semidiosa ni la
figura etérea que en nuestra imaginación hemos elaborado
y que cierta teología ha difundido.
María es la creyente que, como en dos oportunidades
lo dijo el mismo Jesús, «escuchó la Palabra de Dios y la
puso en práctica»; o como dijo ella misma: «Esta es la ser-
vidora del Señor: que se cumpla en mí según tu Palabra”.
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María, en su escucha atenta, en su recogimiento, en
su meditación, en su espera y confianza, en su entrega ge-
nerosa, en su dolor asumido valientemente..., hoy nos dice:
«Mi alma canta al Señor, porque ha puesto los ojos en la
humildad de su servidora...» (Lc 1,46)2.
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Siempre virgen
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promesa divina hecha por el profeta Isaías: «He aquí que la
virgen concebirá y dará a luz un Hijo»7. Y la Liturgia celebra
a María como la «Aeiparthenos», la «siempre-virgen»8.
El escapismo de quienes pretenden interpretar la re-
velación divina en términos espiritualistas o parciales, se
disuelve ante tan contundentes y autorizadas definiciones.
Sagrada Escritura
Estaba escrito en el Libro de Isaías 7, 14. El profe-
ta contempla el hecho prodigioso que significa y traerá la
salvación al pueblo de Dios: «La virgen ha concebido y ha
dado a luz un hijo, que será llamado [es decir, «será»] Inm-
manu-El, esto es, Dios-con-nosotros». En resumen, el con-
texto de Is 7, 14, exige el significado de concepción y parto
virginales de la doncella-virgen y las formas verbales «ha
concebido» y «ha dado a luz», tienen valor de perfecto y,
por consiguiente, se refieren también a la condición virginal
persistente después de la concepción y del parto.
El Evangelio de Mateo
Mateo 1,18-25 nos da hecha la interpretación auténti-
ca de Is 7,14. El Evangelista viene a decir: el Emmanuel es
Jesucristo; la Virgen grávida y que da a luz es Santa María.
La profecía de Is 7,14 tiene su cumplimiento en la con-
cepción y parto virginales de María. Su Hijo, Jesús, es el
Emmanuel que salvará a su pueblo de sus pecados. Pío VI
en el año 1779, condenó la interpretación de Is 7,14 opuesta
al sentido mesiánico que hemos indicado9.
7 Is 7,14; Mt 1,23; cfr CEC, 497 y DS 291, 294, 427, 442, 503, 571,
1880.
8 cfr LG, 52; CEC, 499.
9 cfr Enchir. Biblicum, 4ª ed., nº 74.
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El mismo Evangelista, Mateo, afirma que el Ángel del
Señor reveló a José que «lo concebido en Ella (María) es del
Espíritu Santo».
También lo afirma indirectamente el Evangelio de
Mateo al presentar la genealogía de Jesús, que arranca
de Abraham: «Abraham engendró a Isaac; Isaac engen-
dró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos...».
Así hasta llegar a José, de quien dice: «Jacob engendró
a José, el esposo de María, de la cual nació Cristo». Des-
pués de una larga lista de varones que engendraron hijos,
el Evangelista hace un quiebro literariamente espectacular
y en lugar de decir que “José engendró a Jesús”, contra
toda lógica literaria, dice: «José, Esposo de María, de la
cual nació Jesús, que es llamado Cristo» [Mt 1,1-17]. La
intención, en el contexto es clara: excluir la intervención de
José en la concepción de Jesús; pero le menciona, para
dejar claro el cumplimiento de una profecía: el Mesías sería
de la casa de David y José es quien sirve a la verdad de
la profecía, siendo padre legal de Jesús, aunque no lo es
según la sangre.
El Evangelio de Lucas
La primera noticia que Lucas nos da de María es
que se trata de «una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen
era María» [Lc 1,26-27]. No es de extrañar que el evange-
lista nos hable de una «virgen desposada». La costum-
bre judaica establecía dos etapas. «En primer lugar, se
contraía el matrimonio propiamente dicho. Pero los jóve-
nes esposos no pasaban a cohabitar inmediatamente. Se-
guían viviendo durante un cierto tiempo en el seno de las
familias respectivas, y sólo al cabo de algunas semanas
o de algunos meses (según las costumbres locales) se
celebraba la segunda fase. Entonces iba el joven a buscar
solemnemente a su esposa a la casa de sus padres con el
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fin de introducirla en su propio hogar. Únicamente a partir
de este momento podían los esposos mantener relaciones
íntimas»10.
Cuando Lucas nos presenta a la Virgen desposada,
indica que estaba ya desposada, pero aún no vivía con
José bajo el mismo techo [cfr. Lc 1,26-38]. Las primeras
palabras de María suenan a una rotunda afirmación de su
virginidad física. La pregunta « ¿cómo se hará esto?» plan-
tea muchos interrogantes acerca de su significación. Sin
embargo la continuación de la frase «pues no conozco va-
rón», es inequívoca: equivale a decir exactamente: «pues
yo soy virgen».
Otro dato incuestionable, si nos atenemos al texto de
Lucas, es que el Ángel confirma a María en su virginidad
(cosa insólita en su contexto cultural religioso) y la escla-
rece con el anuncio de su maternidad extraordinaria: «El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cu-
brirá con su sombra; porque el que nacerá santo (quizá =
“santamente”, según el concepto levítico) será llamado (=
será) Hijo de Dios». María concebirá en su seno un hijo por
obra del Espíritu Santo, sin intervención alguna de varón.
La actual exégesis bíblica confirma que la expresión «Por
lo cual, lo que nacerá santo...», puede muy bien significar
textualmente que el nacimiento de Jesús será también vir-
ginal, es decir, sin lesión alguna para la madre y, por con-
siguiente sin pérdida de sangre, no de la sangre, dirá más
tarde san Juan11. El Mesías anunciado sería no ya un hom-
bre extraordinario, sino Dios en Persona, el Hijo Unigénito
del Padre, que por obra del Espíritu Santo, sería también
Hijo del hombre, por serlo de Ella, pero sin concurso de
varón12.
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Evangelio de Juan
Entre líneas puede leerse la concepción virginal en el
Evangelio de san Juan, cuando en el prólogo, que arranca
de la consideración del Verbo de Dios, explica que los que
creen en su nombre (del Hijo de Dios, Verbo eterno del Pa-
dre) «no han nacido de la voluntad de la carne, ni del querer
de hombre, sino de Dios». Acto seguido proclama: «Y el
Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» [Jn 1,13-14].
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Enseñanza de los Padres y del Magisterio
Los Padres de la Iglesia están de acuerdo en afirmar
la perpetua virginidad de María. Ya hemos visto algunos
ejemplos: san Agustín, san Ignacio de Antioquía, a los que
podríamos añadir una interminable lista. Sobre todo, a partir
del siglo IV, utilizan con mucha frecuencia el título de «siem-
pre Virgen», y son muchas las obras dedicadas a la perpe-
tua virginidad de Santa María.
El hecho de la virginidad de María está asegurado por
una larga serie de decisiones de la Iglesia. Desde el Sím-
bolo apostólico, al Símbolo de Constantinopla (a. 381) y el
Concilio de Letrán (a. 649)14.
También la Lumen gentium se refiere a este misterio
cuando dice que María «presentó a los pastores y a los Ma-
gos a su Hijo primogénito, que lejos de menoscabar consa-
gró su integridad virginal» [LG, 57].
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Canon 3; DS 504; 1880.
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La respuesta negativa es la que resultaría ininteligible.
Sería la negación del poder creador de Dios y, en conse-
cuencia, de Dios mismo. Lo absurdo, para quien reconoce
a Dios como Causa primera trascendente de cuanto existe,
sería negar la posibilidad de fecundar a una mujer, sin inter-
vención de un varón.
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Significado de la virginidad
Por lo demás, la maternidad virginal es sin duda una
revelación sobre el valor que tiene a los ojos de Dios la virgi-
nidad de alma y cuerpo, superior incluso a la del gran sacra-
mento del matrimonio, al que están llamados, con vocación
verdaderamente divina, la gran mayoría de los fieles. Lejos
de dejar incompleta a la persona, la virginidad asumida, co-
mo es el caso de María, como entrega y dedicación total a
Dios, en cuerpo y alma, la perfecciona con una fecundidad
insospechada.
«Aun habiendo renunciado a la fecundidad física --di-
ce Juan Pablo II--, la persona virgen se hace espiritualmente
fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la rea-
lización de la familia según el designio de Dios»17. La vir-
ginidad perpetua hace de María el símbolo vivo del orden
nuevo instaurado por el Espíritu Santo, el símbolo excelso
del Reino de Dios y de la existencia escatológica, «pues en
la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino
que serán como ángeles en el cielo» [Mt 22,30]. Ciertamen-
te, «no todos entienden este lenguaje --dice el Señor--, sino
aquellos a quienes se les ha concedido (...) Quien pueda
entender, que entienda» [Mt 19,12].
Sin embargo, ¿no bastará un poco de buena voluntad
para recibir la luz de Dios?18
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Indigno siervo…
Indigno siervo tuyo,
con amor te venero,
¡oh Madre del Señor resucitado!
El orbe es todo suyo,
su victoria yo espero,
un mundo para siempre rescatado.
Servidor caminante
del mundo peregrino
en una historia incierta y mancillada,
hoy vengo, simplemente,
Señora del camino,
porque quiero una vida restaurada.
Te bendigo y venero,
¡Oh Reina inmaculada!
Tu sí le ha abierto al mundo el paraíso,
si Aquel en quién espero
ha puesto su morada
en el templo sublime que se hizo.
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Eres Arca de Dios…
Eres Arca de Dios, la nueva aurora
despunta para siempre,
una luz amanece
y el horizonte brilla, en su fuego, encendido,
su presencia estremece,
invita a que me adentre
en el fuego divino que enamora.
42
Madre del Sol
Madre del Sol, madre de luz, madre de Vida,
aurora que en su día no halla ocaso,
Madre del tiempo herido en el abrazo
de la noche fundiéndose en el día.
43
Corazón eucarístico…
Mi corazón sangrante
herido está de Amor y sin consuelo,
es fuego palpitante,
es volcán sin desvelo,
ardor abrasador que arde y palpita,
y místico arroyuelo
de un Amor penetrante
que en una llama amante te inhabita.
Mi corazón ardiente
como el rojo que viste el horizonte
que hoy enciende el poniente
en llamas sobre el monte
te invita a sumergirte en mi amor puro,
allí donde se esconde
la divina vertiente
del amor más sublime y más oscuro.
Mi corazón sediento
está de tu plegaria sosegada,
soy banquete e intento
de entrega renovada
que toca tus entrañas con mi fuego
y deja enamorada
tu alma en un momento
cuando en ardor divino, allí me entrego.
44
Divina Eucaristía
en que, hecho pan, me dono,
soy fuente de alegría,
manjar en que perdono
tus pecados, miserias y fracasos,
herido estoy de encono,
aunque mi sangre ansía
el hombre, en su dolor, hecho pedazos.
Mi corazón te llama
al altar de la ofrenda nueva y pura,
el que tu pecho inflama
con amor cautivante
hecho impulso y misión que se hace canto,
soy torrente embriagante
que se hace voz, proclama,
que cambia en alabanza todo llanto.
45
Madre del Verbo
Madre del Verbo que resuena ardiendo
en lo profundo del corazón abierto.
Madre del bosque que nace en el desierto
y en la savia de tu hijo va creciendo.
46
Bendito el vientre...
Bendito el vientre que te abrió sus puertas
el corazón que te acoge con fe viva,
la mujer que creyó la palabra recibida
y entregó su voluntad sin comprenderla.
47
Como un sol escondido
Como un sol escondido,
como estrella radiante en la mañana,
un niño recogido
y el cielo se derrama,
la gloria en una cuna de heno y grama.
48
La belleza se hizo carne
La belleza se hizo carne,
la armonía se hizo encuentro,
la paz llovió de los cielos
y una Virgen fue su madre.
El Espíritu de Vida
puso en ella su morada,
su faz quedó iluminada
y cumplió la profecía.
En un segundo el Misterio
por los siglos ocultado,
se hizo misterio encarnado
en el seno de su pueblo.
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La bendición se hace carne,
la gracia se hace mirada,
la salvación añorada,
unos ojos que se abren.
50
Un rayito de luz...
Un rayito de luz se volvió carne
y en él, el sol tomó nuestro destino,
de María la Virgen, mi Dios vino,
niñito se volvió para salvarme.
51
Los pastores hemos visto en la pobreza,
los magos caminamos desde Oriente,
y su Amor se volvió resplandeciente
y causa de nuestra única riqueza.
52
Se alumbra un sol…
Se alumbra un sol en el templo,
mi luz divina lo llena,
y en él se desencadena
la salvación en el tiempo.
Un profeta lo comprende,
Simeón, el fiel testigo,
su espíritu está conmigo
y en él mi llama se enciende.
El templo purificado
y en los brazos de María
el niño que protegía
José y es luz que ha llegado.
53
En la noche una estrella…
En la noche una estrella
alumbra la posada
y quiebra, su fulgor, la oscuridad.
Es la luz que destella,
señala tu morada,
un pesebre en pobreza y soledad.
Se terminó la espera,
tu promesa cumplida,
la luz en la materia entretejida,
es ya tu nueva era,
la historia redimida
en tu amor y tu gloria sumergida.
Ha nacido el Mesías,
el Verbo se ha humanado,
y es un altar la cuna en que se ofrece,
cumplió las profecías,
Salvador encarnado,
tu mirada cautiva que estremece.
54
Un niño nos ha nacido…
Un niño nos ha nacido
y es Salvador anunciado,
el Mesías esperado
que por mi bien ha venido.
La Palabra acurrucada
en un pesebre escondida,
el Dios que me da la vida
en una noche estrellada.
El creador, el providente,
sostenedor de los cielos,
Padre de todo consuelo
se ha hecho pan entre su gente.
55
Eres Madre de Dios
Eres Madre de Dios,
mujer hecha pesebre,
hondura de amor puro al que ha venido,
escuchaste su voz
y en ti el divino orfebre
prepararle una cuna ha querido.
Es poder y es unción,
fragilidad y amor,
es don, presencia y canto soberano,
es música y canción,
será cruz y dolor,
y niño al que tu llevas de la mano.
56
Noche buena
En la noche cerrada,
en el silencio oscuro,
suena un anuncio nítido y sublime,
la Virgen consagrada
en un instante puro
ha dado a luz al Dios que me redime.
En la noche serena,
en el tiempo oportuno,
el Señor de la gloria se ha humanado,
el Sol sobre mi arena
su Amor como ninguno,
sobre mi humilde playa recostado.
En la Noche Sagrada,
entre José y María
te ofreces a mis ojos, amoroso,
la salvación soñada
ahora siento que es mía,
mi humanidad fundida en tu reposo.
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De la paz anunciada
De la paz anunciada,
de la paz prometida,
eres Madre, eres cofre, eres cobijo,
de la paz esperada
que ansío, yo, en mi vida
y llega hasta mi casa en tu Hijo.
De la paz encarnada
que sonríe y me llama,
de la que tiene sed mi tierra ardiente,
y es lluvia regalada
como aliento que inflama
eres Tú quien la entregas dulcemente.
58
María, madre de Dios
Ardiendo sin consumirte
en un fuego de Amor puro
cambiaste la historia al mundo
con el sí que respondiste.
59
Niño Frágil
La fragilidad del universo en un pesebre;
el fragor de un volcán entre pañales;
escondida, en sus ojos, la furia de los mares,
y el resplandor de la nieve entre sus dientes.
60
¡Oh Emmanuel!
En medio del desierto,
en aridez y noche tenebrosa,
cuando todo está muerto,
la esperanza reposa
en el alma del lirio y de la rosa.
En medio de la ausencia,
del clamor y la noche más cerrada,
tu voz se hizo presencia
y Palabra encarnada,
se hizo fuego y pasión acrisolada.
Emmanuel de ternura,
un niño que sonríe, un alma clara,
entrega su luz pura
la que tu cielo ampara,
unción de la victoria que declara.
61
Hay una perla preciosa...
Hay una perla preciosa
en una cuna escondida,
envuelta en paños de nácar
en el mar de mi alegría.
Es el tesoro escondido
en el campo de la vida,
por el que perdiendo todo
comprándolo ganaría.
En el mar de mi esperanza
hay una perla escondida,
es Jesús, el Sol de soles
que ya se alumbra en María.
62
En la noche una luz…
En la noche una luz
iluminó mi cielo,
una estrella radiante, blanca y pura,
la madre de Jesús,
nuestro consuelo,
el Rey que la victoria me asegura.
En la noche fugaz
que espera la mañana
con la luna a sus pies, radiante y bella,
es madre de la paz
que llega, soberana
en el rostro nupcial de una doncella.
63
El seno de tu madre…
El seno de tu Madre
es el cofre precioso
que elegiste por mí, para salvarme,
es puerta que se abre
al don más primoroso
por el que Tú has querido rescatarme.
Es templo y es cobijo,
es altar de la ofrenda
que en el tiempo se queda y se hace mía,
sagrario en que te elijo,
cuando quieres que aprenda
a entregarme como Ella lo hacía.
María es tu elegida,
pureza inmaculada,
es nido del Amor que se ha hecho carne,
discípula escogida
como ciudad sagrada,
en Ella Tú has querido rescatarme.
64
Te estrecha suavemente
Te estrecha suavemente,
sus brazos amorosos
envuelven tu hermosura entre pañales,
te acuna dulcemente
y vela tu reposo
con ánimo y en paz angelicales.
Estás en su regazo,
Salvador prometido,
has querido esconderte en esa cuna,
con mis ojos te abrazo,
pues hasta mí has venido,
todo el sol escondido en esa luna.
Caricia es su mejilla,
si te tiene abrazado,
amor puro y entrega que se ofrece,
tu luz en ella brilla
¡Oh Dios anonadado!
Tu gran condescendencia me estremece!
65
Hermosa, te contiene…
Hermosa, te contiene
el Arca santa y pura,
y te envuelve en sus brazos amorosos,
su mano te sostiene,
misterio que asegura
la cuna que protege al Dios-Esposo.
María, la elegida,
tu Amor la ha preparado,
es don de Virgen fiel e intercesora,
en Ti está sumergida,
es madre y es cuidado
y es nota de tu paz arrobadora.
66
Soy madre de la aurora…
Soy madre de la aurora,
del Sol que te ha nacido,
del Mesías bendito y esperado,
soy la Virgen que implora
y que nunca me he ido
y al Padre de la vida me he entregado.
Conozco la tristeza
el dolor y el olvido,
conozco tus pesares, son los míos,
y aliento tu firmeza
porque, firme, yo he sido,
los hombres son mis hijos, tan queridos.
67
San José
Custodio del Amor,
de la luz encarnada,
de la Virgen feliz porque ha creído,
sostienes una flor
de blancura sagrada,
la pureza que el mal nunca ha vencido.
Silencioso cantor
de la paz añorada,
varón puro y veraz que en Dios confías,
conoces el dolor
y la noche cerrada,
peregrino de rutas escondidas.
68
Abres el seno…
Abres el seno de tu vida en fiesta
a la Palabra que renueva el mundo
y acoges sin titubear en un segundo
al Señor de los cielos que en ti gestas.
69
Balido de cordero…
Balido de cordero
que, por fidelidad, ya se ha encarnado
y anuncia, al mundo entero,
que hay un Dios humanado
que sana las heridas y el pecado.
Es tu aliento la brisa,
que se ha vuelto el susurro de la aurora,
que el dolor cauteriza
y el ánimo enamora,
70
La noche en su silencio
La noche, en su silencio…
La ha quebrado la música de un llanto,
con aroma de incienso,
las notas de tu canto,
me invitan a adorar y me levanto.
Bendición encarnada,
pesebre de amapolas quiero darte:
un alma enamorada
que te besa al mirarte
postrada ante tus pies para adorarte.
71
Navidad
La navidad nevada,
la gruta en la montaña del encuentro,
su música dorada,
cautivo el sentimiento
en Aquel que ha escuchado su lamento.
Pesebre y transparencia
de la luz que la altura concebía,
Jesús toda su ciencia,
la santa Eucaristía,
el niño que en sus brazos se dormía.
Celebración y fiesta,
altar que se hace cuna y profecía,
adora la foresta
al Dios que da la vida
y en el pan consagrado se escondía.
72
Los ángeles…
Los ángeles te adoran,
en un pesebre nace la inocencia,
y pastores imploran,
del cielo, la clemencia
que transforme en encuentro tanta ausencia.
La espera ha terminado
y el fruto de los tiempos se hizo carne,
es el Dios humanado
que vino por salvarme
y quiere, con sus ojos, abrazarme,
El momento ha llegado
y, adornado con perlas de rocío,
el Verbo se ha encarnado
en el pesebre mío,
en medio de la noche y hace frío.
73
Noche buena
La noche sea bendita,
la noche que nos dio tanta alegría,
la aurora que la habita,
como la luz del día,
anuncia, en un portal, tu cercanía.
Escondido, quisiste
venir entre la paja de un pesebre,
y en pobreza trajiste
el oro del orfebre
que bordó, en nuestra historia, un canto alegre.
Soberano escondido
entre lienzos de luna, gruta y heno,
el Dios amanecido,
el don del Padre bueno,
de la roca ha brotado un crisantemo.
Es mi paz tu sonrisa,
es tu aliento de olivo mi diadema,
en tus ojos, la brisa,
que en esta noche buena
acaricia el dolor del alma en pena.
74
Estoy buscando…
Estoy buscando aquel pesebre puro,
el seno que me acoja plenamente,
la cuna que me abrace dulcemente,
que se allane el camino y caiga el muro.
75
Y te envolvió en pañales…
Y te envolvió en pañales,
los lienzos del amor y del cuidado,
caricias celestiales
que dan a su hijo amado
las manos del amor que te ha encarnado.
Estrellas repicaron
como campanas nuevas de luz clara,
y su canto entregaron
a la madre que ampara
al niño que la noche le entregara.
Pastores, a lo lejos,
con júbilo de niño peregrinan,
y los guía el reflejo
del sol con que iluminan
la esperanza del cielo al que se arriman.
76
El Verbo se ha humanado…
El Verbo se ha humanado,
entre aridez y roca se ha escondido,
es el Dios encarnado
que pobreza ha elegido
para dejar al hombre redimido.
Misterio inconcebible
en que, Espíritu, carne ha desposado,
y en unión increíble
la vida nos ha dado,
el don de eternidad que ya ha llegado.
Quiero glorificarte
con canto, palma y música escogida,
sinceramente amarte
y ofrecerte la vida
en la que tu oblación se ha hecho acogida.
77
Vengo en la noche…
Vengo en la noche más pura,
cuando el cielo encendido está de estrellas,
soy bálsamo que asegura
el don de las cosas bellas,
el cántaro de agua pura,
la unción que pone fin a las querellas.
78
¿A quién han visto pastores?
¿A quién han visto, pastores
que bajaba de los cielos?
- Al Rey de reyes sentado
en una cuna de incienso.
La salvación anunciada,
el Mesías verdadero,
la fuente de toda gracia,
la luz de todo sendero.
De rodillas lo adoramos,
vengan ustedes a verlo
y postrados le entregamos
el corazón en un rezo.
79
Porque Él es nuestra alegría
hoy le canta el universo,
ante el altar del pesebre
en que se ofrece el incienso.
80
Entre la fronda helada…
Entre la fronda helada
de la noche más larga de la historia,
una luna plateada
se cuela en la memoria
como un rayo finísimo de gloria.
En él viaja la Vida
que desciende al pesebre, anonadada,
y encuentra su guarida
en la Madre entregada,
de estrellas y de luna iluminada.
Noche maravillosa
de fogatas ardientes, de pastores,
el cielo se desposa,
sumergido en amores,
en una carne frágil y en dolores.
81
Hay un niño que llega...
Hay un niño que llega, hay un gemido,
el viento se desliza en tu desierto
es clamor de la tarde que se ha muerto
esperanza de un mundo dolorido.
82
Nacimiento
Un niño que ha nacido,
una rosa en el hielo se ha encendido
y el niño está dormido,
del todo sumergido,
en los brazos del alba estremecido.
Tu fe nos da la vida:
el Hijo en la Palabra que ha venido,
el Verbo-Eucaristía,
el Hijo empobrecido,
en la humana mansión entretejido.
83
Inocentes
El Amor te ha dejado encadenado
a una historia de cruz y sufrimiento
resuena en el desierto su lamento
es Raquel que llora al pueblo amado.
84
La Adoración de los Magos
Una estrella en Oriente
anuncia un mundo nuevo a los paganos,
se encarna un Dios clemente
en un mundo de hermanos
donando vida nueva a los humanos.
Su búsqueda segura,
tenaz, en el camino recorrido,
búsqueda en alma pura
y aliento contenido,
detrás está el desierto recorrido.
El mundo peregrino,
adorando, a tus pies se ofrece todo,
a Ti lleva el camino
que recorro a mi modo
y en el camino hermanos codo a codo.
85
Epifanía
El sol brilla en la noche,
la madre entre sus brazos sostenía
al rey que en un derroche
de Amor permanecía
envuelto entre pañales y dormía.
La Virgen lo ofrecía
y en Él la vida eterna se entregaba
y el sol que lo envolvía
al mundo proclamaba
que la luz en la carne se anidaba.
Tabor y epifanía
el cielo que se abre con su encanto
y el bosque le ofrecía
incienso y óleo santo,
perfume, ardor, regalos, mirra y canto.
86
Desde el Oriente...
Desde el Oriente una luz,
un astro primordial resplandeciente,
es el Nombre de Jesús
como una estrella naciente
y que enciende la alborada plenamente.
Es tu nombre mi pasión,
dulzura que en pecho se derrama,
fundirme en él mi ilusión,
la que en el alma se inflama
y orante en la mañana te proclama.
87
Es el Señor...
Es el Señor que el templo purifica
que lava en su verdad la vieja herida,
y deja su morada embellecida,
su Espíritu que todo santifica.
88
Exilio...
Egipto, trigo amargo y desarraigo
el pan de la nostalgia y el exilio
un ángel que habla en sueños y el auxilio
de un camino de entrega trinitario.
89
El Niño Jesús hallado en el templo
El niño se ha perdido,
tu búsqueda callada no lo encuentra
está en el templo, ungido
y su vida se centra
en la casa del Padre que lo engendra.
Él es sabiduría
sorprende la oquedad de los doctores,
es fuente de agua viva
que apaga los ardores
la sed de un saber nuevo en sus albores.
El templo es acogida
es la casa del Padre que lo ha enviado
es gracia recibida
del Amor que ha entregado
la ley al corazón que ha transformado.
Lo encuentras y comprendes
que la misión del Verbo ha comenzado
y en sus ojos adviertes
el fuego desatado
la Palabra de vida se ha encarnado.
La casa de mi Padre:
el Templo queda al fin purificado
en la Palabra que arde,
en Amor proclamado
ungüento del Espíritu donado.
90
Hay llanto y alarido…
Hay llanto y alarido,
cristales que se rompen, grito y fuego,
un niño perseguido
y por el mundo entero
el clamor que reclama un justiciero.
La luz en la penumbra,
el rechazo del mal, muerte y gemido,
inocencia que alumbra
en martirio sufrido
por la vida sin culpa que se ha ido.
Navidad y esperanza,
se han teñido de rojo y escarlata,
y siento la añoranza
del amor que rescata
en medio de la noche que te mata.
91
Alumbra la mañana
Alumbra la mañana inesperada
en tu seno la luz ha hecho su nido
y el mundo permanece, aún, dormido
vela sólo una estrella enamorada.
92
En tu pecho
En tu pecho el Amor se hizo presencia
su llama se ha encendido suavemente
la hoguera trinitaria, de repente,
encendida en la fe de tu inocencia.
93
Eres la estrella...
Eres la estrella que enciende la mañana
y anuncia la venida de un Sol nuevo
del Salvador que gestas en tu seno
acogiendo con confianza su Palabra.
94
Hoy se renueva el día
Hoy se renueva el día,
hoy canta la mañana un canto nuevo
y saltan de alegría
el prado y el cordero
danzando los cipreses del otero.
Su música te ofrecen
los gorriones humildes en el campo
y en notas se estremecen
cantándote su canto
golondrinas bordadas en tu manto.
La aurora se levanta
alabanza de un mundo renovado
a ti madre te canta,
en el Dios encarnado
destellos de su bien resucitado.
Invoca tu presencia
el manto de la luz que nos envuelve
divina transparencia
la vida que devuelve
la paz al corazón en que se pierde.
95
La mañana...
La mañana percibe tu presencia
los grillos se despiertan a tu paso,
le cantan a la luz en el abrazo
que en la noche se funde en tu clemencia.
96
María te contempla
María te contempla
en silencio y dolor transfigurada
tu Soplo la sustenta
la esperanza probada
de la Madre en tu cruz crucificada.
La espada se ha clavado
sangra su corazón de Virgen Madre
tu rostro se ha ocultado
calla la voz del Padre
fortaleza y dolor, brasa que arde.
97
La Anunciación del Señor
La señal
Si Dios nos invitara a pedir una señal que nos llevara
a saber que realmente Dios camina con nosotros, aún en los
momentos más difíciles, y que no dejáramos de confiar en
Él, evitando afianzarnos en nuestras visiones personales o
en la ayuda de los poderosos, ¿realmente pediríamos esa
señal? Quien llegara a hacerlo sabría que se estaría com-
prometiendo a caminar a la luz del Señor, aún en momentos
en que todo pareciera tan oscuro como una media noche
sin estrellas que pudieran marcarle a uno el rumbo. Dios
nos ha dado a su propio Hijo, concebido por obra del Es-
píritu Santo y nacido de María Virgen. La Vida, la Muerte y
la Resurrección de Cristo nos hablan de que tiene sentido
creer en Dios. Quien acepta esa Señal del amor de Dios se
compromete a caminar, no bajo los propios caprichos, sino
dentro de la voluntad de Dios. Entonces se convierte uno en
un barro tierno, recién amasado, puesto en manos de Dios
para que Él haga su obra de salvación en nosotros. Enton-
ces, aun cuando pasemos por pruebas demasiado difíci-
les, continuaremos confiando que Dios nos sigue amando y
conduciendo hacia la perfección a la que, en Cristo, todos
estamos llamados.
“Una vez más, el Señor habló a Ajaz en estos términos:
“Pide para ti un signo de parte del Señor, en lo profundo del
Abismo, o arriba, en las alturas”. Pero Ajaz respondió: “No lo
pediré ni tentaré al Señor”. Isaías dijo: “Escuchen, entonces,
casa de David: ¿Acaso no les basta cansar a los hombres,
que cansan también a mi Dios? Por eso el Señor mismo les
98
dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz
un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel” (Is. 7, 10-14).
Con nosotros
El Hijo de Dios se ha hecho carne, en el seno de María
Virgen, por obra del Espíritu Santo. Dios viene, no sólo a vi-
sitar a su Pueblo; viene a redimirlo de su pecado y a elevarlo
a la misma dignidad del Hijo de Dios. La obra de salvación
en nosotros es la obra de Dios y no la obra del hombre. A
nosotros sólo corresponde el decir, junto con María: Hágase
en mí según tu Palabra. Nosotros hemos de definir nuestra
vida desde nuestra relación con Dios: sus siervos; aquellos
que están dispuestos a hacer en todo la voluntad del Señor.
Fue la desobediencia de Adán la que nos apartó de Dios; es
la obediencia de Cristo la que nos hacer volver, ya no como
siervos, ya no como simples criaturas, sino como hijos en el
Hijo, a la casa paterna. Por eso debemos procurar caminar
en la fidelidad a la voluntad de Dios. No podemos decir sólo
con los labios: Hágase tu voluntad así en la tierra como en
el cielo. Nuestra vida toda debe manifestar nuestra fidelidad
al Señor. Sólo entonces podrá, realmente, tomar cuerpo en
nuestra propia vida, en la vida de la Iglesia, el Verbo eterno
para continuar, por medio nuestro, su obra salvadora en el
mundo y su historia.
El Hijo de Dios e Hijo de María se ha convertido para
nosotros en el Pan de Vida. Él viene a nosotros como alimen-
to para impulsar nuestra vida en la fidelidad a la voluntad
del Padre Dios. Él nos pide que tomemos nuestra cruz de
cada día y vayamos tras sus huellas. Por eso al reunirnos
para celebrar la Eucaristía venimos para que el Señor nos
transforme cada día en una imagen más clara de su amor
en medio de nuestros hermanos. A nosotros corresponderá
continuar su obra. Pero no podemos ir al mundo a procla-
mar el Nombre del Señor si antes no hemos hecho nuestra
la Palabra de Dios; mientras esa Palabra no tome cuerpo
en nosotros podremos, tal vez, anunciar el Nombre del Se-
99
ñor con los labios, pero lo denigraremos con nuestras ma-
las obras. Seamos fieles en nuestro servicio a la Palabra de
Dios. Dejemos que el Espíritu Santo transforme nuestra vida
para que también nosotros nos convirtamos en pan de vida
para nuestros hermanos, no por obra nuestra, sino por obra
de Dios, que nos quiere enviar como testigos suyos para
que el mundo tenga vida.
Somos hijos en el Hijo. Por medio del Bautismo, por
medio del agua y del Espíritu Santo, hemos renacido como
hijos de Dios. Y el Señor nos envía para que colaboremos
en el renacer de toda la humanidad, unida a Cristo y partici-
pando de su ser de Hijo de Dios. Es el Espíritu Santo el que
guía nuestros pasos y nuestras obras. Así, en el seno de la
Iglesia, por obra del Espíritu Santo, serán engendrados los
nuevos hijos de Dios. Siendo conscientes de nuestro ser de
hijos de Dios demos testimonio de la Verdad con una vida ín-
tegra. De nada nos aprovecharía el sabernos redimidos por
Cristo, de haber recibido su Vida y su Espíritu, si después
vivimos como si no conociéramos a Dios. Que nuestro tes-
timonio sea la mejor forma de trabajar para que el Reino de
Dios llegue a todos, hasta lograr que todos juntos podamos
alabar a nuestro único Dios y Padre.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísi-
ma Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber poner
confiadamente nuestra vida en sus manos para que Él lleve
a cabo en nosotros su obra de salvación, y nos convierta en
testigos de su Evangelio para salvación de todos.
“En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por
Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen
que estaba comprometida con un hombre perteneciente a
la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen
era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:
« ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír
estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba
qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No
temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y
100
darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él se-
rá grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le
dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de
Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al
Ángel: « ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones
con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu
Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado
Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a
pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se
encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible
para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del
Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se
alejó” (Lc 1,26-38).
Aprendiendo a querer
Dios mío, quisiera escucharte yo también, con mi oído
interior atento, sin filtros de prejuicios. No vaya a ser que
casi sólo oiga lo de siempre: lo mío, mis palabras, muy razo-
nadas –eso sí–, pero no las tuyas. Necesito librarme de ese
monólogo, casi permanente, aunque pierda la tranquilidad y
la seguridad de no tener quien se me oponga.
María, que es la misma inocencia y no desea otra cosa
sino agradar a su Dios, alienta sin cesar su disposición de
servir a su Señor. Vive todos los días de la ilusión por com-
placerle en cada detalle, poniendo todo su ser en amarle.
Se siente contemplada por su Creador y a la vez segura, sa-
biendo que Él conoce hasta el más delicado movimiento de
su espíritu, mientras ella, llena de paz y alegre como nadie,
va plasmando en sus obras el amor que le tiene.
María se turbó, dice el evangelista. Acababa de es-
cuchar un singular saludo, que era la más grande alaban-
za jamás pronunciada. Con su clarísima inteligencia había
entendido bien: era un saludo de parte de Dios, un saludo
afectuoso a Ella de parte del Creador. Las palabras que es-
101
cucha indican que el mensajero viene de parte del Altísimo,
que conoce la intimidad habitual entre Dios y Ella; por eso
se dirige a María, pero no por su nombre. En María, lo más
propio, más aún que su nombre, es su plenitud de Gracia.
Así la llama el Ángel: Llena de Gracia. Es la criatura que tie-
ne más de Dios, a quien el Creador más ha amado. Y María
correspondió siempre, del todo y libremente, con su amor al
amor divino.
A partir de la disposición de María el Ángel le transmite
su mensaje. Como afirma Juan Pablo II, Dios “busca al hom-
bre movido por su corazón de Padre”: no debemos temer a
Dios. Las palabras de Gabriel –tan intensas– y lo inesperado
del mensaje, posiblemente sobrecogieron a Nuestra Madre,
pero no tenía por qué temer, le dice el Ángel. Su presencia
ante ella, por el contrario, era motivo de gran gozo: el Señor
la había escogido entre todas las mujeres, entre todas las
que habían existido y las que existirían: el Verbo Eterno iba
a nacer como Hombre, para redimir a la humanidad, y Ella
sería su Madre.
¿Tienes miedo a Dios? De Él sólo podemos esperar
bondades, aunque nos supongan una cierta exigencia. ¿Te-
memos preguntarnos si nuestras conductas son de su agra-
do, no sea que debamos rectificar? Queramos mirar al Se-
ñor cara a cara, francamente, como mira un niño ilusionado
el rostro de su padre, esperando siempre cariño, compren-
sión, consuelo, ayuda...
No se puede pensar en la respuesta de María como en
algo independiente de sus disposiciones habituales. Su sí a
Dios cuando contesta a Gabriel, vino a ser la formalización
actual de lo que siempre había querido.
Señor, que vea; te pido como Bartimeo, aquel ciego al
que curaste. Que Te vea. Que vea qué esperas de mí. Quie-
ro escuchar tu llamada, en cada circunstancia de mi vida y,
como María, para mi vida entera... Entiendo que conoces los
detalles de mi andar terreno y prevés lo que llamo bueno y lo
que llamo malo y que todo es ocasión de amarte. Ayúdame
102
a intentarlo sinceramente, de verdad. Enséñame a hacer tu
voluntad, porque eres mi Dios, te pido con el Salmista. Ensé-
ñame a confiar en tu Bondad omnipotente.
No temas, María –le dice Gabriel, antes incluso de ma-
nifestarle en detalle la Voluntad del Señor. Y, luego, el men-
saje mismo incluye los motivos de seguridad y optimismo:
que cuenta con todo el favor de Dios y que será obra del
Espíritu Santo la concepción y mantendrá su virginidad... Fi-
nalmente, recibe también una prueba de otra acción pode-
rosa de Dios: la fecundidad de Isabel, porque para Dios no
hay nada imposible, concluye el arcángel.
Cuando nos habituamos a contemplar a Dios –Señor
de la historia: de la mía– presente en los sucesos de cada
jornada, tenemos paz. Lo sentimos como un Padre inspi-
rando y protegiendo cada paso nuestro: queriéndonos. Por-
que nos comprende y nos sonríe con el cariño afectuoso de
siempre. También cuando, quizá sin darnos mucha cuenta,
intentamos rebajar la exigencia sin verdadero motivo, “escu-
rrir el bulto”. Es que no es obligación, discurrimos. Y le escu-
chamos en el fondo del alma: “¿Me quieres?” Y ya sabemos
que a la pregunta por el amor se responde con la vida: “que
obras son amores...”
Ayúdame, Señor, a decirte siempre que sí. Auménta-
me la fe para ver más claramente qué esperas de mí cada
mañana y cada tarde. El “sí” de María, el día de la Anun-
ciación, fue a ser Madre de Dios. El Verbo se hizo humano
en sus entrañas, por el Espíritu Santo y su consentimiento.
Nuestros “sí” a Dios de todos los días, se parecen a los que
Nuestra Madre pronunciaba de continuo, amando a Dios
en cada momento y circunstancia de la vida. Eran en Ma-
ría enamoradas afirmaciones –silenciosas casi siempre– de
una conversación que no termina, como no terminan nunca
las palabras de afecto en los enamorados, aunque sólo se
contemplen. Madre mía enséñame a querer19.
19 Fluvium 2004.
103
Cree a quien yo he creído
“Tanto a Zacarías como a María se les promete un hijo,
y ella repite casi las mismas palabras que Zacarías ¿Qué
había dicho Zacarías?
¿De dónde me viene esto a mí? Yo soy anciano, y mi
mujer entrada en años (Lc 1,18) ¿Qué dijo también santa
María? ¿Cómo sucederá esto? Parecidas las palabras, pero
muy distinto el corazón. Escuchemos las expresiones seme-
jantes al oído, pero averigüemos la distinta disposición del
corazón ante las palabras del ángel. Pecó David y, corregido
por el profeta, confesó: He pecado, e inmediatamente se le
dijo: Se te ha perdonado el pecado (2 Re 12,13). Pecó Saúl,
y, reprendido por el profeta, dijo: He pecado, pero no se le
perdonó el pecado, sino que la ira del Señor quedó sobre él.
¿Qué vemos aquí, sino que a palabras iguales corresponde
un corazón distinto? El hombre oye las palabras, pero Dios
escruta el corazón. Al quitarle el habla condenando su incre-
dulidad, el ángel vio que en aquellas palabras de Zacarías
no había fe, sino duda y desesperación.
En cambio, María dijo: ¿Cómo sucederá eso, pues, no
conozco varón? (Lc 1,34). Reconoce aquí el propósito de la
virgen. Si hubiese pensado yacer con varón, ¿hubiese dicho:
Cómo sucederá esto? No hubiese dicho esas palabras en el
caso de nacer su hijo como suelen hacerlo los demás niños.
Pero ella se acordaba de su propósito y era conscien-
te de su voto. Porque sabía lo que había prometido y porque
sabía que los niños les nacen a las mujeres casadas que ya-
cen con sus maridos, cosa que estaba fuera de su intención,
su pregunta ¿cómo sucederá eso?, se refería al modo, sin
que incluyese duda alguna sobre la omnipotencia de Dios.
¿Cómo sucederá eso? ¿De qué manera tendrá lugar
tal acontecimiento? Me anuncias un hijo, y me dejas en vilo;
dime, pues, el modo. Pudo, en efecto, la virgen santa temer
o ignorar los designios de Dios, como si el querer que tuvie-
se un hijo significase desaprobar su voto de virginidad.
104
¿Qué pasaría si le hubiese dicho: «Cásate y únete con
tu esposo»? Dios no hablaría nunca así, pues en cuanto Dios
había aceptado el voto de la virgen, y recibió de ella lo que
él le había donado. Dime, pues, mensajero de Dios: ¿Cómo
sucederá eso? Ella advierte que el ángel lo sabe y le pre-
gunta sin dudar lo más mínimo. Como vio que ella pregunta-
ba sin dudar del hecho, no rehusó instruirla. Escucha cómo:
«Tu virginidad se mantendrá; tú no tienes más que creer la
verdad; guarda la virginidad y recibe la integridad, puesto
que tu fe es íntegra, quedará intacta también tu integridad.
Finalmente, escucha cómo sucederá eso: El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con
su sombra, porque concibes mediante la fe, creyendo, no
yaciendo con varón, quedarás encinta:
Por eso lo que nacerá de ti será santo y será llamado
Hijo de Dios» (Lc 1,35).
¿Qué es lo que vas a dar a luz? ¿Cómo lo has mereci-
do? ¿De quién lo recibiste? ¿Cómo va a formarse en ti quien
te hizo a ti?
¿De dónde, repito, te ha llegado tan gran bien? Eres
virgen, eres santa, has hecho un voto; pero es muy grande
lo que has merecido; mejor, lo que has recibido. ¿Cómo lo
has merecido? Se forma en ti quien te hizo a ti; se hace en
ti Aquel por quien fuiste hecha tú; más aún, Aquel por quien
fue hecho el cielo y la tierra, por quien fueron hechas todas
las cosas; en ti la Palabra se hace carne recibiendo la carne,
sin perder la divinidad. Hasta la Palabra se junta y une con la
carne, y tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio; vuelvo
a repetirlo: tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio, es
decir, de la unión de la Palabra y de la carne; de él sale el
mismo Esposo como de su lecho nupcial (Sal 18,6). Al ser
concebido te encontró virgen, y, una vez nacido, te deja vir-
gen. Te otorga la fecundidad, sin privarte de la integridad.
¿De dónde te ha venido? ¿Quizá parezca insolente al
interrogar así a una virgen y pulsar como inoportunamente
105
con estas mis palabras a sus castos oídos. Mas veo que
ella llena de rubor, me responde y me alecciona: « ¿Me pre-
guntas de dónde me ha venido todo esto? Me ruborizo al
responderte acerca de mi bien; escucha el saludo del ángel
y reconoce en mí tu salvación. Cree a quien yo he creído.
Me preguntas de dónde me ha venido eso. Que el ángel te
dé la respuesta».
- Dime ángel, ¿de dónde le ha venido eso a María?
- Ya lo dije cuando la saludé: Salve, llena de gracia (Lc
1,28)”. (San Agustín, Sermón 291, 4-6).
106
La Anunciación
Mensajero de Dios, Ángel bendito
pregonero del Santo y su Palabra
a tu anuncio la virgen se consagra
y toma carne humana el infinito.
107
Anunciación
La noche de los tiempos
llegaba a su final frente a tu aurora,
un designio tremendo
se abre paso en tu hora
la propuesta del Dios que te enamora.
Un ángel en su vuelo
llega hasta Ti radiante y premuroso
y su voz corre el velo
al rayo luminoso
que quiere, en tus entrañas, ser tu esposo.
El Hijo de la Vida
eterna procesión del Padre Bueno
sanando la caída
del hombre en su terreno
haciéndose en tu prado crisantemo.
El Sí brota en tu seno
la fe en su gracia única te envuelve
su Espíritu de trueno
en brisa se resuelve
y el Dios del universo en Ti se pierde.
Misterio de inocencia
Inmaculada Madre y Virgen Santa
que acoges la clemencia
del cielo que le canta
al niño Dios su gloria sacrosanta.
108
La Visitación
Recorre el Arca de la Nueva Alianza
las montañas sedientas de Judea
Israel y su hijo, dulce espera
se alumbra ya en sus ojos la esperanza.
109
Feliz me llamarán
Feliz me llamarán,
bendecida y dichosa,
los siglos cantarán mis alabanzas
y me bendecirán
como a una flor hermosa
que aroma las más bellas esperanzas.
110
Visitación
Allá por las montañas
el Arca de la Alianza peregrina
y lleva en sus entrañas
el brote que germina
del tronco de Jesé que ya ilumina.
Israel ya te espera
la aridez de su desierto ha fecundado
su canto es primavera
del gozo renovado
del hijo que es profeta consumado.
Te proclaman dichosa
la madre, el hijo, el cielo y las estrellas
mujer maravillosa
belleza en la doncella
mujer de luz, del cielo la más bella.
111
Meditabas...
Meditabas, paciente, la Escritura
espera y salvación, pueblo elegido;
un Dios que, te parece, se ha dormido
y habita en tu paciencia, Virgen pura.
112
El nacimiento
La noche está de fiesta, canta el cielo
un pesebre de paja y una madre
el designio infinito del Dios Padre
y la tierra se llena de consuelo.
113
Presentación en el templo
Llega el Señor, el templo se estremece
llena de luz la casa de la Alianza
es cumplimiento de anuncio y esperanza
el Sol que da la vida en Él se mece.
114
Jesús perdido y hallado en el templo
Pascua de niño, padres peregrinos
Jerusalén de fiesta y multitudes
en el Templo trompetas y laúdes
Jesús que reconoce su camino.
115
María del Espíritu...
María del Espíritu donado,
del pueblo que ha nacido a nueva vida
Oh Madre de la paz y la alegría
tu Sí, del sino, al pueblo ha rescatado.
116
Arca de salvación...
Arca de salvación sobre los montes,
tu paso lento todo lo ilumina.
En tus entrañas, un cielo que germina,
el Reino ha comenzado, en Ti se esconde.
117
Aroma del paso del Altísimo...
Aroma del paso del Altísimo
fragancia del huerto que plantó su mano
el jardín en que se recrea, soberano
la imagen más bella de su mismo.
118
Camelia angelical...
Camelia angelical es tu figura
estás envuelta en ráfagas de cielo
amparo es tu mirada de consuelo
destellas en tus ojos su hermosura.
119
De la Iglesia naciente...
De la Iglesia naciente en su costado
eres Madre en Amor y unción del cielo
y pecho acogedor en desconsuelo
cuando el hijo creyente está cansado.
120
El manto del Señor
El manto del Señor cubre tu vida
Mujer de entrega fiel y enamorada
ha sido tu palabra acrisolada
la que trocó la historia en acogida.
121
El triunfo de la vida
El triunfo de la vida
se manifiesta en ti porque has creído,
te ruego, Madre mía
inclina el oído
al pueblo por tu Hijo redimido.
Asciende la Victoria
en tu cuerpo, de cielo atravesado
haciéndose memoria
del triunfo proclamado
sobre el hades, la muerte y el pecado.
Tu fe nos ha salvado
bendita siempre Tú, hoy te proclamo
tu Amor me ha rescatado
llevándome en tus manos
al reino de tu Hijo soberano.
Envuélveme en tu manto
Esposa del Espíritu de vida
y te alabe mi canto
primera redimida
Esposa del Amor que me cautiva.
122
María, Madre y Reina
María, Madre y Reina
de los frailes menores que te imploran
tu dicha ya es eterna
magnífica Señora
tu trono está en las luces de la aurora.
Discípula perfecta
eres hija del hijo que has formado
creatura predilecta
del Padre que te ha dado
la luz que ha prevenido tu pecado.
El astro de su cielo
que refleja la gracia en su pureza
su amparo y su consuelo
espejo de nobleza
vestida con su luz y su realeza.
123
Pentecostés
Mi Espíritu les doy, les doy mi Vida
reciban este Soplo Santo y Puro
los llevará a la Verdad, es don seguro
es mi Madre su esposa y preferida.
124
Bautismo del Señor
Desciende al río milenario y santo
el Hijo Amado, su misión comienza
purifica las aguas su inocencia
y María lo acuna con su canto.
125
Las Bodas de Caná
Abres Tú el milagro de las bodas
María del Amor y del buen vino
el del Hijo que marcha su camino
y el pueblo rescatado está en su hora.
126
El Anuncio del Reino
La voz del huracán, truena el desierto
Palabra poderosa lo inhabita
el fuego del Espíritu palpita
el cielo del Eterno ya está abierto.
127
Transfiguración
La luz se hizo materia que en tu seno
acampó para salvarnos de la muerte
encarnada en tu Sí para encenderte
en la esencia divina del Dios bueno.
128
Eucaristía
Jueves Santo, la cena, el pan bendito,
tu Hijo se hace Pascua anticipada
una Vida en sus dones entregada
y se escucha en su boca lo inaudito.
129
Mujer de eternidad
Mujer de eternidad, del tiempo nuevo
en Ti se ha hecho carne mi Camino
Él es el que consagra tu destino
el Salvador triunfante en el que espero.
130
¿Qué es el hombre?
¿Qué es el hombre, tan frágil como el polvo?
para que mires, benigno, su figura.
Has dejado tu huella y hermosura
derramada en la hondura de su rostro.
131
Rosa Mística
Rosa Mística, fragancia del Eterno
que perfumas mi templo en tu presencia
aroma suave de su complacencia
que floreces en el frío del invierno.
132
Rocío del alba
Rocío del alba, fresco y puro
suavidad de una mañana refrescante
María, que despiertas el levante
Rosa de sol cromático y seguro.
133
Rumias...
Rumias tu vocación y tu destino
tu seno acuna auroras sin ocaso
en él imprime el tiempo con su paso
el luz que enciende el Norte en mi camino.
134
Señora de la paz
Señora de la paz y la armonía
hay un pueblo en dolor que a Ti suplica
la Iglesia que la historia crucifica
el cuerpo de tu Hijo en carne viva.
135
Tabernáculo del cielo
Tabernáculo del cielo anonadado
cofre de bendición arca del tiempo
acoges en tu seno el firmamento
y el lamento de un mundo atormentado.
136
Todo es bendición
Porque todo es bendición
te alabo con el sol de la alborada
y te canto mi canción
con la música dorada
del campo en que se extiende mi mirada.
Y se vuelve adoración
el aliento que sube a tu presencia
que brota del corazón
y se vuelve permanencia
del alma cobijada en tu clemencia.
Y la Hija de Sión
estrella en la misión del peregrino
es arca de salvación
que me señala el camino
del Hijo que ha marcado mi destino.
Es la Mujer de la Unción,
perfume del Espíritu divino
y mi música y canción,
con el canto matutino,
le entrego si me caigo y si camino.
137
Tú eres la montaña…
Tú eres la montaña del encuentro santo
en que el cielo se abraza con la tierra
es la magnolia que perfuma el canto
ardiente y milenario que el Amor encierra.
138
Tú quemas en su Amor...
Tú quemas en su Amor sin consumirte
y eres la zarza de la Alianza nueva
que se enciende en el tiempo de la espera
de la Iglesia que quiere bendecirte.
139
Tu seno unificado
Tu seno unificado
por la Palabra viva que te habita
está purificado
y en él con fuerza grita
el Verbo que hecho carne allí palpita.
Su canto te ha entregado
y en música y perfume glorifica
el seno consagrado
que en el tiempo me invita
a ser unción de Dios que santifica.
Anida su frescura
en el valle sagrado del encuentro
y llena de hermosura
te deja en el silencio
contemplando su historia desde el centro.
María de la gracia
bendecida mujer porque has creído
tu esperanza se sacia
en el Dios que ha querido
encarnar al Mesías en tu nido.
140
Un ángel de oro
Un ángel de oro azul llegó a tu casa
y en el acorde melodioso de una lira
con la voz de la dulzura dijo un nombre:
María.
141
Visitación
Por las colinas del mundo
va un arca de Alianza Nueva
porque el tiempo de la espera
se ha demostrado fecundo.
142
Pues se cumplen las promesas
de Dios que es fiel y que escucha
el clamor de los que luchan
confiados en su realeza.
La novedad ha llegado
en el centro de la historia
a iluminar la memoria
del Mesías anunciado.
Pentecostés de alabanza
Isabel, Juan y María
por Jesús que es la alegría
y razón de su esperanza.
143
Aparición…
Se alza el sol en la noche
su luz resplandeciente todo llena,
la luz en su derroche,
su Amor desencadena
Resurrección y la Pascua se hace plena.
El tiempo se ha cumplido
el viviente está al fin resucitado,
en carne aparecido,
María lo ha contado,
el Hijo en sus entrañas encarnado.
Presentas a tu Madre
las llagas de tu cuerpo atravesado
porque te vas al Padre,
Amor resucitado
y María se vuelve tu legado.
María te contempla,
corazón doloroso traspasado
estás vivo, y se templa
el discípulo amado
en la fe que la Madre ha conservado.
Resucitó el Amado,
Esposo de la Iglesia peregrina,
el tiempo ha comenzado
y el mundo se encamina,
la estrella de tu Madre lo ilumina.
144
Asunción de maría
La esperanza es real
Celebrar este misterio debería contagiarnos esperanza.
La Asunción es un grito de fe en que es posible la
salvación y la felicidad: que va en serio el programa salva-
dor de Dios. Es una respuesta a los pesimistas, que todo lo
ven negro. Es una respuesta al hombre materialista, que no
ve más que los factores económicos o sensuales: algo está
presente en nuestro mundo que trasciende nuestras fuer-
zas y que lleva más allá. Es la prueba de que el destino del
hombre no es la muerte, sino la vida. Y además, que es toda
la persona humana, alma y cuerpo, la que está destinada a
la vida total, subrayando también la dignidad y el futuro de
nuestra corporeidad.
En María ya ha sucedido. En nosotros no sabemos có-
mo y cuándo sucederá. Pero tenemos plena confianza en
Dios: lo que ha hecho en ella quiere hacerlo también en no-
sotros. La historia “tiene final feliz”.
146
La Eucaristía nos eleva
Cada vez que participamos en la Eucaristía, elevamos
a Dios nuestro canto de alabanza, como hizo María con su
Magníficat. La plegaria eucarística que el presidente procla-
ma en nombre de todos es como un Magníficat prolonga-
do por la historia de amor y salvación que va construyendo
Dios.
Cada vez que participamos en la Eucaristía recibimos
como alimento el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado:
y él nos aseguró: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre,
tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día”. La Eucaris-
tía es como la semilla y la garantía de la vida inmortal para
los seguidores de Jesús. Por tanto, de alguna manera, tam-
bién nosotros estamos recorriendo el camino hacia la glo-
rificación definitiva, como la que ya ha conseguido María,
nuestra Madre.
Cada Eucaristía nos sitúa en la línea y el camino de la
Asunción. Si la celebramos bien, vamos por buen camino20.
La reina
“En ese momento se abrió el Templo de Dios que está
en el cielo y quedó a la vista el Arca de su Alianza, y hubo
rayos, voces, truenos y un temblor de tierra, y cayó una fuer-
te granizada.
Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer re-
vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de
doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y grita-
ba de dolor porque iba a dar a luz. Y apareció en el cielo
otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete
cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una dia-
dema. Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas
147
del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso
delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su
hijo en cuanto naciera. La Mujer tuvo un hijo varón que de-
bía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero
el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer
huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio
para que allí fuera alimentada durante mil doscientos se-
senta días.
Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus
Ángeles combatieron contra el Dragón, y este contraatacó
con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del cie-
lo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Ser-
piente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo
entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles. Y
escuché una voz potente que resonó en el cielo:
«Ya llegó la salvación,
el poder y el Reino de nuestro Dios
y la soberanía de su Mesías,
porque ha sido precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que día y noche los acusaba delante de nuestro
Dios” (Ap 11,19-12,10).
El Apocalipsis es un libro simbólico muy sugerente.
Fue escrito para dar consuelo a una comunidad persegui-
da por el poder establecido. La visión que nos presenta es
un notable cuadro plástico. En medio del cielo aparece una
mujer vestida del sol, con la luna bajo los pies y una corona
de doce estrellas. Es la mujer que ha dado a luz un hijo que
el dragón quiere devorar. La escena se hace sonora: “Ya lle-
ga la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando
de su Mesías”.
Los cristianos siempre han aplicado este texto a María,
la que ha engendrado al Verbo de Dios, el Mesías Salvador,
el que muerto y resucitado reina y obra poderosamente. To-
do desde un trasfondo de Antiguo Testamento referido al
148
pueblo de Dios que, en Moisés aparece radiante de luz y
coronado con la diadema de las doce tribus. Es un texto
que podemos aplicar a María con mucha propiedad. Ella,
en la gracia primero y en la gloria después, es la mujer llena
de Dios. Es Reina y Señora. Y su corona son los hijos de la
Iglesia, simbolizados en los doce patriarcas del Nuevo Tes-
tamento, los apóstoles.
El misterio de María asunta es el de la resurrección
que, en Cristo ha vencido a la muerte. La Virgen habita, re-
sucitada, en la gloria de Dios. De modo que la Asunción es
la Pascua de María, realidad del triunfo de la redención y
prenda de la plenitud que nos espera. Por eso sabemos que
“llega la victoria de nuestro Dios”.
Es la hora oportuna para poner todo nuestro interés en
la victoria definitiva que nos espera y que alcanzaremos con
la imitación de Cristo.
La Pascua de María es una promesa para nosotros.
Los hijos nos alegramos al ver el triunfo de la madre. Una
solemnidad destinada a aumentar la esperanza en nuestros
corazones. Por eso, en la Asunción, levantamos los ojos y
suspiramos por el cielo. Sabemos que el mundo pasa y que
hacemos camino hacia la Tierra Prometida, el cielo. La fe se
convertirá en visión. Visión de la Trinidad. Visión de María.
Visión de los santos. Alegría, alegría inmensa.
No obstante, el misterio de la elevación no nos aleja
para nada de la tierra. Sino que, como María, sabemos que
todo depende de la respuesta de ahora, de la caridad y el
servicio, de la disponibilidad y la diligencia, de la capacidad
de alabanza de Dios y de amor a la humildad del reconoci-
miento de la gracia.
Nuestra tarea es la asunción transformadora del mun-
do aportando la presencia salvadora y gozosa de Cristo21.
149
Canto de Amor
Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y
la casa paterna.
Prendado está el rey de tu belleza;póstrate ante él,
que él es tu señor.
Las traen entre alegría y algazara, van entrando en el
palacio real. (Sal 44,11. 12ab. 16).
Romance de un rey y una reina, esponsales de un prín-
cipe y una princesa, alianza entre Dios y su Pueblo, unión de
Cristo con su Iglesia.
Este es un poema de amor entre tú y yo, Señor; es
nuestro cántico privado, nuestra fiesta de amor espiritual,
nuestra intimidad mística. No es extraño que me sienta ins-
pirado y las palabras fluyan de mi pluma.
«Me brota del corazón un poema bello, recito mis ver-
sos a un rey: mi lengua es ágil pluma de escribano».
¡Qué bello eres, príncipe de mis sueños! Eres el más
bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia, el
Señor te bendice eternamente. Dios te ha ungido con aceite
de júbilo. A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos, desde
los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Y te oigo decir de tu escogida: « ¡Qué bella eres, hija
del rey, princesa de Tiro, vestida de perlas y brocado, enjo-
yada con oro de Ofir, con séquito de vírgenes. Entre alegría
y algazara!».
El corazón de la religión es el amor. Estudio, investiga-
ción, saber y discusiones ayudan, sin duda, pero me dejan
frío. Deseo conocerte, Señor, pero a veces el conocimiento
se queda en puro conocimiento, y al estudiarte a ti me olvido
de ti. Por eso hoy quiero dejarlo todo a un lado y decirte, pu-
ra y simplemente, que eres maravilloso, que llenas mi vida,
que sé que me amas, y que yo te amo más que a ninguna
otra cosa o persona sobre la tierra. Eres lo más atractivo que
150
existe, Señor, y tu belleza me fascina con el encanto infinito
que sólo tú posees. Te amo, Señor.
Te amo desde mi niñez. Descubrí tu amistad en mi ju-
ventud, me enamoré de tus evangelios y aprendí a soñar
cada día con el momento de encontrarte en la Eucaristía. Si
alguna vez ha habido un idilio en la vida de un joven, ¡éste lo
fue! Para mí la fe es enamorarse de ti, la vocación religiosa
es sostener tu mirada, y el cielo eres tú. Esa es mi teología y
ése es mi dogma. Tu persona, tu rostro, tu voz. Orar es estar
contigo, y contemplar es verte. La religión es experiencia.
«Vengan y vean» es el resumen de los cuatro evangelios
y de toda la escritura. Verte es amarte, Señor, y amarte es
gozo perpetuo en esta vida y en la otra.
Mi amor ha madurado con la vida. No tiene ahora la
impetuosidad del primer encuentro, pero ha ganado en pro-
fundidad y entender y sentir. He aprendido a callar en tu pre-
sencia, a confiar en ti, a saber que tú estás en el andar de
mis días y en el esperar de mis noches, contentándome con
pronunciar tu nombre sagrado para sellar con fe la confian-
za mutua que tantos años juntos han creado entre nosotros.
Te voy conociendo mejor y amando más según vivo mi vida
contigo en feliz compañía.
Tú has hablado de una boda, de esponsales, de espo-
so y esposa, de príncipe y princesa; tú mismo has escogido
una terminología que yo no me hubiera atrevido a usar por
mí mismo, y te lo agradezco y hago míos los vocablos del
amor en la valentía de tus expresiones. Has escogido lo me-
jor del lenguaje humano, las expresiones más intensas, más
íntimas, más expresivas, para describir nuestra relación; y
ahora yo me apropio ese vocabulario con reverencia y ale-
gría. El amante sabe escoger palabras, acariciarlas, llenar-
las de sentido y pronunciarlas con ternura. De ti he recibido
esas palabras, y a ti te las devuelvo reforzadas con mi de-
voción y mi amor. ¡Bendito seas para siempre, Príncipe de
mis sueños!
151
«Quiero hacer memorable tu nombre por generacio-
nes y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos
de los siglos»22.
El triunfo
“En aquellos días, María partió y fue sin demora a un
pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías
y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño
saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: « ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de
mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño sal-
tó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se
cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se
estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con
bondad la pequeñez de su servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su
Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en genera-
ción sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los sober-
bios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los hu-
mildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los
ricos con las manos vacías.
152
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su mi-
sericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en
favor de Abraham y de su descendencia para siempre».
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego
regresó a su casa” (Lc 1,39-56).
El triunfo de María es el triunfo de la vida sobre todas
las fuerzas de la muerte que hay en el mundo. Es la Pascua
de María: en la desembocadura de la peripecia humana que
fue la vida de Jesús estaba el Padre y la vida plena de la
resurrección; la vida plena, gracias a Cristo, es también la
desembocadura de aquella mujer de Nazaret, María, la ma-
dre de Jesús. “¡Dichosa tú, que has creído!”, podemos re-
petir con Isabel; lo que te ha dicho el Señor se ha cumplido.
¡Dichosos los que hemos creído! Al contemplar cómo
el triunfo de Jesús rebosa y se derrama sobre su madre,
primera de “todos los cristianos”, el corazón se nos llena de
gozo y de esperanza. Este movimiento no se detiene: des-
pués de Jesús, María; después de María, nosotros.
La vida plena es la perspectiva del pequeño rebaño a
quien el Padre ha tenido a bien dar el Reino.
El Reino -la vida de Dios en nosotros- no se reduce a
las perspectivas de espacio y tiempo que enmarcan ahora
nuestra vida, sino que nos abre a las perspectivas de Dios,
a sus horizontes de plenitud y eternidad. Creer es edificar
nuestra existencia sobre una esperanza que nos hace mi-
rar hacia arriba y seguir adelante: está anclada donde está
Cristo con el Padre. Todos somos de Adán, de tierra; por
eso todos morimos. Pero los creyentes llevamos en nosotros
una semilla que ha nacido de arriba; por eso viviremos con
Cristo y con María.
El Poderoso es quien obra estas maravillas, quien
es capaz de destruir la Muerte. Los hombres buscamos la
plenitud, pero sin conseguirla. La buscamos donde no se
encuentra. El Señor “dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humil-
153
des; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos
los despide vacíos”. El cántico de María es revolucionario:
celebra un vuelco; “todo principado, poder y fuerza” deben
ser destituidos, no son ellos los que construyen el Reino. El
Padre “mira la humillación de su esclava” y da el Reino gra-
tuitamente, generosamente, a los que creen, como María, a
los que se fían de su Palabra y edifican sobre ella su vida.
La Madre de mi Señor ha venido a visitarme. La llena
de gracia se va decididamente a casa de Isabel. Su grande-
za no la aleja de nosotros, sino que la acerca: porque no se
trata de “principado, poder y fuerza” que se imponen, sino
de amor que se comunica.
El pueblo cristiano ha recurrido a María y la ha venera-
do en miles de santuarios, la ha representado y vestido de
mil modos, le ha cantado mil himnos y tonadas de la tierra.
Podemos confiar en ella. Podemos recurrir a ella. No
para que nos salve “milagrosamente”, sino para que nos
transforme el corazón, para que realice en nosotros aquel
vuelco que ella cantó23.
154
Asunción de María
La muerte anonadada en su victoria
ya no tiene poder sobre tu pecho
hay perfume de azahares en tu lecho
María, que te elevas a la gloria.
155
El cielo te recibe…
El cielo te recibe, Inmaculada,
se alegra en tu pureza,
la muerte ya vencida,
hay cantos de alegría y de victoria,
primera redimida,
humilde tu grandeza,
hoy subes a los cielos, rescatada.
156
Eres Iglesia…
Eres Iglesia en carne
que al Amor se ha entregado,
que en el Amor ardiente no te quemas,
y para consolarme
cuando estoy apenado
me miras con ternura y de Él me llenas.
Contemplo tu hermosura,
tu cándida pureza,
tu tersura, tu casta lozanía,
¡Oh virgen fiel y pura!
Se exalta tu realeza
cuando tu gloria, en fe, se vuelve mía.
Alienta mi esperanza
el triunfo que te envuelve,
de luz estás radiante y coronada,
me brota una alabanza
que el gozo me devuelve
¡Oh Madre del Amor, inmaculada!
157
Coronación
Te corona de luz, de paz, de estrellas
de piedad y de sol, de luna y brisa
Él enciende en tus labios su sonrisa
Tú la Madre, la Esposa, la más bella.
158
Toda vestida de Sol
Toda vestida de sol
con la luna a tus pies,
coronada de estrellas:
las tribus de Israel.
Jerusalén esperada,
Monte de salvaci6n,
Madre de los vivientes,
Hija de Sión.
Virgen Inmaculada,
Asunta en plenitud,
Mediadora de gracia,
Bendición y Salud.
159
Del Espíritu Esposa,
eres Madre de Dios,
Predilecta del Padre,
Templo del Salvador.
160
Asunción de María
Los ángeles te llevan
con alas de victoria
al encuentro del Dios que te ha elegido
y se desencadenan
los destellos de gloria
con los que en sus bondades Él te ha ungido.
Su amor te ha sumergido
en la presencia pura
que vence las cadenas de la muerte
pues en Él te has dormido
y su Don te asegura
que en su luz más preciosa ha de envolverte.
161
Dormición
Espera tu venida
la mística presencia de tu encanto
orante sumergida
en el arroyo santo
del cielo entretejido con su manto.
Y se queda dormida
la Madre del Señor del Universo
su cándida armonía
se enlaza con el verso
del ángel en la luz de un cielo inmenso.
Asciende a la morada
del Santo de los Santos que te ha dado,
María Inmaculada,
la herida en su costado,
como muestra de Amor crucificado.
De cielo coronada
de santidad perfecta revestida
de sol atravesada
de luna embellecida
como Reina de paz constituida.
162
Dormición II
Y la rosa más pura
tan blanca como luna en primavera,
tan cándida y segura,
culmina ya su entrega
y en éxtasis se va la nueva Eva.
Tu Espíritu la envuelve,
llena de gracia, de paz y de armonía,
y el cielo le devuelve
su cuerpo en lejanía
radiante de tu angélica alegría.
María se ha dormido
y en los brazos del Verbo rescatado
su cuerpo envejecido
ya está resucitado
y en un carro de fuego se ha elevado.
163
Estás brillando en el cielo...
Estás brillando en el cielo,
la Reina de las estrellas,
Madre de Dios, la más bella
mujer que habitó este suelo.
Coronada de virtudes,
Reina de sabiduría,
causa de nuestra alegría,
hacia el Rey del cielo sube.
164
El Amor que se hizo carne
y por tu fe te bendijo,
habitó tu seno el Hijo
que te eligió como madre.
No conoce la muerte
aquella en que la muerte se ha vencido,
y el mundo quiere verte
el cielo enardecido
en fuego del Amor que se ha encendido.
Radiante, esplendorosa,
coronada en el Sol de la justicia,
Madre de Dios gloriosa
que anuncia la noticia
del cielo victorioso, la primicia.
De gracia mediadora,
Madre de Dios, María Inmaculada,
potente intercesora,
esposa enamorada,
de justicia divina coronada.
166
Ya bajan…
Ya bajan desde el monte
los pies del mensajero
que anuncia Buenas Nuevas al caído,
y el cielo le responde
que el divino alfarero
entre esteras y paja ya ha venido.
¡Proclama la alegría
y que tu voz invada
los valles y collados como un trueno!
porque ha llegado el día
de la luz más soñada
en que se ha hecho un pequeño mi Dios bueno.
¡Proclama la victoria
de la Palabra eterna
que derrota la muerte en una cuna!
y queda, en la memoria,
la luz que, en la caverna,
ha brillado en Amor como ninguna.
167
En las fuentes del Nilo…
En las fuentes del Nilo
encontraste el refugio que buscabas,
y el hombre perseguido,
que solo se encontraba,
ha sentido que el cielo lo escuchaba.
Jacob en el exilio,
por los suyos herido y rechazado,
clamor que pide auxilio
al cielo que ha mandado
un Salvador inerme, anonadado.
La cruz ignominiosa,
desconcertante y cruel, está en tus manos,
regalo de la esposa
del Amor soberano,
que se ha vuelto Emmanuel y Dios cercano.
168
Mi madre y mis hermanos
(Mc 3,31-35)
169
Son aquellos que se entregan sin reserva
y experimentan, del Amor, su providencia,
los que lavan, en mi fuente, su conciencia,
y en la pureza de mi Palabra se conservan.
170
La Madre del Amor…
La Madre del Amor, mi Amor te entrega,
pues, en su pecho, arde Amor primero,
el fuego que enciendo en tu brasero
en las horas sencillas de la espera.
171
Mi canto glorifica
Mi canto glorifica
tu misterio insondable
de pureza que exalta la gracia de creer,
y el mundo magnifica
la gloria incomparable
del Soplo de la vida que ha llenado tu ser.
Inmaculada esposa
del Santo que ha querido
elevarte a ser Madre del Hijo redentor
y en amor te desposa,
el cielo a Ti venido,
para darle tu sangre a Jesús salvador.
Misterio de confianza,
de celo y abandono,
tu vida le entregaste con un sí sin igual
y llena de esperanza
has llegado a su trono
como Reina y Señora de un mundo angelical.
172
Un vientre puro y santo
Un vientre puro y santo
el Señor ha elegido
para traer al mundo la gracia de su Amor,
y te envolvió en su manto
la gloria del Ungido
que te dio la pureza de la azucena en flor.
Un sí sin condiciones
buscó en tu carne pura,
un místico pesebre para anidar su luz
y allí sin dilaciones
el cielo me asegura
la gracia de la vida que es victoria en la cruz.
Y Tú le has respondido
con un sí inigualable,
con el don de tu vida entregada en amor,
Él hizo en Ti su nido,
el Dios inabarcable
se hizo niño en tus brazos, pequeñez y Señor.
173
Tu sí…
Tu sí fue la canción de un alma pura,
la entrega radical que te ennoblece
y el sol de la justicia ya amanece
en medio de la noche más oscura.
174
En el cielo…
En el cielo hay un trono
que Dios se ha reservado
para una Madre pura, para una Virgen fiel,
no hay odio ni abandono,
se ha vencido al malvado
y su gracia ha rendido al enemigo cruel.
La luz es tu corona,
su gracia tu virtud,
en Ti al mundo se asoma el cielo en su fulgor,
eres rosa y aroma
melódico laúd
que al ungido le entrega su gracia y su candor.
175
La Inmaculada Concepción
María.
Por Jesucristo, que es el hijo de María.
Por Jesucristo, que se hizo presente en este mundo
gracias al amor, a la fidelidad, a la generosidad de aquella
muchacha de Nazaret que se llamaba María. Porque Dios
quiso que María, la que tenía que traer a Jesucristo al mun-
do, la que tenía que ser el camino por donde entrase el que
liberaría a los hombres del mal y del pecado, fuera totalmen-
te, ya desde el principio, un camino limpio, un camino libre
del mal y del pecado que Jesús venía a borrar.
Por eso decimos que María es inmaculada: ella, por
gracia de Dios, nació libre de la marca del pecado. Y eso,
por encima de todo, es para nosotros un estímulo para ano-
tarnos de verdad, convencidamente, en la senda que Jesu-
cristo ha abierto. Es decir, para incorporarnos en la senda
del amor, que es capaz de deshacer y borrar el desbarajus-
te de nuestra historia24.
179
La llena de Gracia
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Dios
ha querido una atmósfera acogedora, libre de pecado, para
su Hijo, y pensando en esta misión importantísima ha hecho
lo que parece imposible, excluir a María del pecado que
se transmite y heredamos en la historia del mundo. La que
iba a ser Madre de Jesús, Salvador, fue ella misma salvada
desde el momento de su concepción. Llena de gracia, el Se-
ñor sólo estaba con ella. Para Dios no hay nada imposible,
y cuando llama para una tarea concede el don. Nosotros,
cuando recibimos un encargo, medimos nuestras fuerzas.
Cuando es Dios quien tiene un plan, sólo cabe medir las
fuerzas de Dios.
Por eso, nuestra primera actitud ha de ser de asom-
bro, alabanza y gozo. Bendita tú entre las mujeres. Nada
esclaviza ni aparta a María de su fidelidad a Dios. Con plena
conciencia puede decir: Yo soy la esclava del Señor. Jesús
va a encontrar en María la acogida de un ser totalmente dis-
ponible al plan de Dios, generoso, lleno de cariño, abierto
hacia los demás, dispuesto al sacrificio que pide toda tarea
que tiene que ver con el Reino de Dios.
En vistas a su vocación de Madre de Jesús, Dios no
ha querido que participara como todos los hombres de la
herencia del pecado que ha ido cristalizando en el pecado
del mundo.
Acoger a Jesús
Pero nuestra alegría se convierte en perplejidad cuan-
do nos damos cuenta de que se ha encomendado a la co-
munidad cristiana hacer hoy presente a Jesús en el mundo.
Mundo en que existe pecado y hombres no exentos de ese
condicionamiento hereditario del pecado.
Quizá habrá que concluir que lo que a María se le con-
cedió como don, a nosotros se nos pide como tarea. Un
180
esfuerzo por liberar al mundo del pecado, por crear una at-
mósfera acogedora a la presencia de aquél que no puede
ser concebido en tierra de pecado.
Si Dios creyó necesario librar a María de la cadena
hereditaria del pecado en vistas al nacimiento de Jesús, la
comunidad cristiana debe esforzarse por luchar contra el
pecado para ofrecer un hogar digno al Salvador.
No se trata del pecado personal solamente. María
no tenía pecado personal, pero Dios consideró necesario
librarla de su parte en el pecado del mundo en vistas a la
salvación de Cristo. Tampoco la comunidad cristiana debe
contentarse con evitar el pecado personal, sino que debe
acumular sus esfuerzos en combatir los pecados del mundo
que impiden que Jesús se haga hoy presencia sentida en-
tre los hombres. Por eso no tiene sentido oponer el pecado
personal y el pecado estructural, el pecado de que nos sen-
timos culpables y el pecado acumulado en el mundo. Dios
mostró en María cómo para Jesús quería un lugar libre del
pecado personal y del pecado heredado y respirado como
una atmósfera en el mundo.
No tiene sentido decir que la comunidad cristiana sólo
debe esforzarse en la santificación personal, y que lo que
ocurra en las estructuras del mundo no es de su incumben-
cia. Buscar la justicia, la paz, la libertad, acompañar a los
marginados, curar a los enfermos, dar esperanza a los so-
litarios, desterrar de la vida económica las explotaciones,
ayudar al hombre a respirar a pleno pulmón en medio de
nuestra historia, es hacer retroceder ese pecado del mundo
incompatible con la presencia de Jesús. Ella fue liberada de
toda mancha de pecado para recibir a Jesús. Un don que
nos alegra. En su vida creó una atmósfera de gracia en la
que Jesús pudo cumplir su misión. La comunidad cristiana
recibe la misión de ganar terreno a la atmósfera de pecado,
el gran pecado del mundo que vamos heredando de gene-
ración en generación, para hacer posible la actuación de
Jesús.
181
¿Cómo será posible esto, a nosotros, hombres peca-
dores, débiles, que no podemos pretender contar con la
prerrogativa de María concedida una vez por todas en orden
a su maternidad divina? No nos faltará la gracia. Dichosos
nosotros, como ella, si creemos, porque aquello a que nos
ha llamado se cumplirá. Todo esfuerzo cristiano por hacer
vivir a los hombres en una atmósfera de amor, de esperanza,
de generosidad, de felicidad, en lugar de egoísmo, odio,
guerra, olvido, paro, es preparar hoy a Jesús una acogida, si
no igual, sí más cercana a la que María le ofreció por gracia.
Dios quiso liberar a María de toda herencia de peca-
do para ser Madre de Jesús. Y Dios quiere que hoy luche-
mos por hacer retroceder el pecado del mundo para que la
Iglesia alumbre a Jesús, el Salvador. Anunciamos la Buena
Noticia desde una postura de resistencia al pecado cristali-
zado ya en la historia, a la vez que evitamos aumentarlo con
nuestra propia vida25.
“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucris-
to, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes
espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la
creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprocha-
bles en su presencia, por el amor.
Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio
de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para
alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo
muy querido.
En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos
recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su
gracia, que Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda
sabiduría y entendimiento.
Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad, confor-
me al designio misericordioso que estableció de antemano
en Cristo, para que se cumpliera en la plenitud de los tiem-
182
pos: reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,
bajo un solo jefe, que es Cristo.
En él hemos sido constituidos herederos, y destinados
de antemano –según el previo designio del que realiza todas
las cosas conforme a su voluntad– a ser aquellos que han
puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria.
En él, ustedes, los que escucharon la Palabra de la
verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella,
también han sido marcados con un sello por el Espíritu San-
to prometido.
Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia y pre-
para la redención del pueblo que Dios adquirió para sí, para
alabanza de su gloria” (Ef 1,3-14).
187
Nombre de María
Es tan dulce y tan suave,
tan tierno y poderoso,
tan cristalino como el agua pura,
como el vuelo de un ave,
pronuncio silencioso
tu nombre que la vida me asegura.
188
Proclaman tu pureza
Proclaman tu pureza
la luna y la frescura
de la brisa que llega tan fresca desde el mar
y exalta la grandeza
de toda la hermosura
el Aliento del cielo que me invita a alabar.
189
Salve “Palacio de Dios”
Salve “Palacio de Dios”
creatura primordial, divinizada,
hoy te consagro mi voz
¡Oh María inmaculada!
¡Oh Madre de la gracia regalada!
Primogénito vergel,
virgen pura en la luz de su mirada.
¡Salve madre de Israel!
de la nación consagrada
en la sangre del Hijo edificada.
190
Inmaculada
Con la luna a tus pies,
con el Sol de justicia en tus entrañas,
eres flor de la mies,
del Dios de las montañas,
de Aquel que con su Amor
ha vencido la muerte y el dolor.
Coronada de luz,
estrellas te rodean y embelezan,
la Madre de Jesús
a tus pies ya florecen
los campos y trigales
regados con tus ojos celestiales.
Inmaculada y fiel,
Señora del que reina soberano
en tus ojos la miel
del Dios que se hizo humano,
de Jesús Salvador,
que proclamo, en victoria, mi Señor.
191
Corazón inmaculado
Tu corazón me invita
a amar de un modo nuevo,
María madre y virgen consagrada,
pues dios en él habita,
de Jesé es el renuevo,
su Espíritu te deja transformada.
Presencia inmaculada,
sin mancha, en su pureza,
el Verbo de la Vida hecho presencia,
eres cuna sagrada
para su fiel realeza,
pues Él quiso habitar mi contingencia.
192
Amando tu inocencia
Amando tu inocencia
se clavó su mirada en tu figura
y se hizo permanencia
de gracia y de ternura
encendiendo en tu rostro su hermosura.
Te acuna su clemencia
y sus brazos sostienen tu misterio
Él llena tu indigencia
de Amor en cautiverio
¡Oh rosa florecida de su imperio!
Tu Dios te ha bendecido
desde el eterno arcano de la historia
en ella te ha elegido
forjando tu memoria
en la alabanza plena de su gloria.
Tu seno ha concebido
por obra de su dedo victorioso
a Aquél que ha decidido
ser el divino Esposo
del alma que se entrega y es su gozo.
193
Predestinación
Predestinada en Amor,
preservada de la culpa del pecado,
acrisolada en dolor
por el Dios que se ha humanado
Aquel que está en tus brazos entregado.
La paz en tu corazón
palpita con el ritmo de la ausencia
y serena, la creación
que contemplas con tu ciencia
penetrando los misterios de su esencia.
María, es tu condición,
ser consuelo en la indigencia
abrirnos el corazón
en tiempo de contingencia
envueltos en tu manto de indulgencia.
194
Esposa del Esposo...
Esposa del Esposo,
del Espíritu Santo prometido
su cántaro y su gozo
transformado tu vino
en la sangre del hombre redimido.
María Inmaculada
Esposa del Espíritu donado
Iglesia engalanada
de perlas y brocado
del don desde los cielo derramado.
Cortejo de virtudes
los ángeles en coro te proclaman
te cantan multitudes
seráficos , te aclaman,
los astros que en tu cielo se engalanan.
195
Hoy, Madre…
Hoy, Madre, yo te entrego
el amor que me has dado,
el Hijo que engendraste con tu cuidado fiel,
y libre del apego,
estoy aquí postrado,
ofreciéndote el mundo que permanece infiel.
En tu manto me envuelves
de estrellas azuladas,
de plegarias ingentes e intercesión fontal,
y con él me devuelves
las horas devanadas
en los atrios del templo del Amor celestial.
Te consagro mi vida,
María Inmaculada,
eres perla preciosa del mar de mi Señor,
tú has sido preferida
y del mal preservada
para ser Madre pura consagrada en su honor.
196
Soy esclava y señora
Soy esclava y señora,
Virgen pura y doncella,
un vaso que ha elegido y consagrado
el Dios que me enamora
y me ha hecho tan bella,
mi Señor y mi Esposo bien amado.
197
Te pensó inmaculada
Te pensó inmaculada,
sin mancha ni pecado
el Dios que te hizo madre desde siempre,
de luz engalanada,
y el sol hecho brocado
adornando tu seno de repente.
Mujer apasionada
de un pueblo consagrado
a adorar al Viviente en cada cosa,
eres niña elevada
en el Don del Amado
con el candor sublime de una rosa.
Inmaculada Reina,
eres Tú la elegida,
arca sublime de la Nueva Alianza,
y la canción más tierna
que fuera concebida
en la cuna que acoge la Esperanza.
198
Predestinación
Rosa de sol, aurora que, encendida,
en la fuente de Unción y de Belleza
engendra en el tiempo la realeza
de Aquel que te ha amado sin medida.
199
Predestinada
Antes que el sol naciera en su hermosura
y que el valle en su vida floreciera
Antes que el alba en su fulgor te viera
y el cielo recortara tu figura.
200
Nacimiento de María
Envuelta con pañales de ternura
dos jazmines perfuman tu misterio
pues ha llegado el fin del cautiverio
y aroma la mañana tu frescura.
201
Antes...
Antes de que el tiempo te diera la existencia
antes que en la vida cuajara tu hermosura,
antes que en la luna brillara tu figura,
Dios ya te conocía, Mujer, en su clemencia.
202
María inmaculada
María inmaculada,
la camelia más pura,
madre del sol, destello de la luna,
eres virgen amada,
de adorable ternura,
resplandeces de luz como ninguna.
Discípula de amor,
y arca preparada
que contiene la Alianza nueva y santa,
conoces el dolor,
la bondad desgarrada
y por eso mi alma a Ti te canta.
Te canta el ruiseñor
su música primera,
el zorzal te engalana con sus notas,
y te ofrece su ardor
la nueva primavera
que surge cuando el mal en Él derrotas.
203
La llama del Amor
La llama del Amor arde en tu seno
maría la más pura, Inmaculada
La Virgen desde siempre consagrada
por el designio divino del Dios bueno.
204
Los grillos, los violines...
Los grillos, los violines y su encanto
la mañana tranquila al sol despierta
y la puerta del huerto queda abierta
al paso de la luz del cielo santo.
205
Tus horas de silencio…
(Jesús encarcelado)
Tus horas de silencio,
una cárcel a oscuras,
tu madre que te busca, llanto ahogado,
ensangrentado el lienzo,
y el dolor desfigura
la belleza en tu rostro atormentado.
Estás encarcelado
y mi luz ya vacila,
intento comprender pero no puedo,
mi amor desfigurado
y una noche tranquila
se volvió la penumbra en que me quedo.
Tiniebla y tempestades,
huracán silencioso
y mi pecho oprimido en su congoja,
mañana en soledades,
torturado el Esposo,
y mi rostro en tus lágrimas se moja.
206
Corre sangre en el río...
Corre sangre en el río de la vida,
es Raquel que llora a sus pequeños,
la mano del tirano hirió su sueño,
maternidad en lágrimas hundida.
207
Tu Madre, en soledad
Tu Madre, en soledad,
contempla, traspasada,
la cruz en que la única verdad,
en llagas de impiedad,
está crucificada;
se anonada tu eterna potestad.
En tu dolor ungida,
la Madre del Amor,
se arrodilla a tus pies y está clavada,
tu llaga y tus heridas
le ofrecen el sabor
de la vida que queda anonadada.
Silencio y soledad,
calvario y beatitud,
su corazón, de Madre dolorosa,
hoy sufre la crueldad
que quiebra mi laúd,
sangrantes las espinas en la rosa.
208
Me pregunto, María…
Me pregunto, María, si su cuerpo en tus manos,
de pan blanco y cocido,
silencioso y callado,
te acaricia realmente o te mira en silencio,
es cuerpo de tu amado,
de Aquel que ha padecido,
para salvar al mundo, a ti y a tus hermanos.
209
María
A los pies del madero
la Madre se deshace en dolor tierno,
redime al mundo entero
el Hijo en el invierno
de un Amor que desciende a los infiernos.
La cruz de la ignominia
se yergue como mástil de esperanza,
comienza la vendimia
que traerá la alabanza
del mundo que le entrega su confianza.
Espíritu esperado
del que nace la Iglesia, Madre mía;
soy discípulo amado
que vida nueva ansía,
que está de pie y espera tu alegría.
Yo recibo a tu Madre
como legado fiel y testamento,
ella, el cielo, me abre,
y del abatimiento
me levanta y cuál madre da sustento.
210
Descendimiento
Está tibio tu cuerpo,
te bajan de la cruz que nos has dado,
el Espíritu cierto
del Amor entregado
que en esa cruz gloriosa has espirado.
Tu Madre te recibe
a los pies de tu cruz está doliente,
y en ella se percibe
el Amor trascendente
que en sus ojos se entrega totalmente.
El discípulo amado
la recibe en su vida y la hace suya,
está justo a su lado,
deja que el Amor fluya,
renacido en tu sangre, es obra tuya.
Pentecostés ungido,
Espíritu en tu Soplo entregado,
tu cuerpo descendido
y huracán desatado,
el mundo ya en tus llamas inflamado.
211
La oración de Jesús en el huerto
Suplicante, tu rostro ensangrentado,
la cruz al horizonte, en el silencio
el monte del olivo y del incienso
y el Padre de la Vida está callado.
212
La flagelación
El flagelo del mal, tu pecho herido
asumes la injusticia de los hombres
al juicio de Pilato corresponde
la victoria de un Dios que se ha escondido.
213
La Corona de espinas
Rey de gloria, de espinas tu corona
clavado está en tu mente mi pecado
te contemplo reinando ensangrentado
y el dolor, en tu herida, se aprisiona.
214
El Camino de la Cruz
Camino de la cruz hacia el calvario
tu Madre que te sigue, destrozada,
sin palabras, sin voz, anonadada,
contempla el sufrimiento solitario.
215
La crucifixión
Clavado en una cruz nos perdonaste
primicia fue un ladrón arrepentido
tu corazón de luz estaba herido
y en un suspiro, Vida le entregaste.
216
La Resurrección
Truena el sepulcro, vencida ya la muerte
el Padre, su victoria, es ya la Vida
estalla como luz de mediodía
el alba del Cordero y quiere verte.
217
La Ascensión
Al Padre Yo me vuelvo y los envío.
Vayan al mundo, anuncien lo ocurrido
lo que el Hijo del hombre ha redimido
que está resucitado y está vivo.
218
Indice
El Autor ........................................................................... 5
A modo de prólogo ........................................................ 7
Introducción mariana . ................................................... 14
Madre . ............................................................................ 23
Siempre virgen ............................................................... 32
Indigno siervo… .............................................................. 41
Eres Arca de Dios… . ...................................................... 42
Madre del Sol .................................................................. 43
Corazón eucarístico... ..................................................... 44
Madre del Verbo . ............................................................ 46
Bendito el vientre... ......................................................... 47
Como un sol escondido .................................................. 48
La belleza se hizo carne ................................................. 49
Un rayito de luz... ............................................................ 51
Se alumbra un sol… ........................................................ 53
En la noche una estrella… .............................................. 54
Un niño nos ha nacido… . ............................................... 55
Eres Madre de Dios . ....................................................... 56
Noche buena . ................................................................. 57
De la paz anunciada ....................................................... 58
María, madre de Dios . .................................................... 59
Niño Frágil ....................................................................... 60
¡Oh Emmanuel! ............................................................... 61
Hay una perla preciosa... ................................................ 62
En la noche una luz… ..................................................... 63
El seno de tu madre… .................................................... 64
Te estrecha suavemente ................................................. 65
Hermosa, te contiene… .................................................. 66
219
Soy madre de la aurora… ............................................... 67
San José . ........................................................................ 68
Abres el seno… . ............................................................. 69
Balido de cordero… ........................................................ 70
La noche en su silencio .................................................. 71
Navidad ........................................................................... 72
Los ángeles… ................................................................. 73
Noche buena . ................................................................. 74
Estoy buscando… ........................................................... 75
Y te envolvió en pañales… . ............................................ 76
El Verbo se ha humanado… ........................................... 77
Vengo en la noche… ....................................................... 78
¿A quién han visto pastores? .......................................... 79
Entre la fronda helada… ................................................. 81
Hay un niño que llega... .................................................. 82
Nacimiento ...................................................................... 83
Inocentes . ....................................................................... 84
La Adoración de los Magos ............................................ 85
Epifanía ........................................................................... 86
Desde el Oriente... .......................................................... 87
Es el Señor... . .................................................................. 88
Exilio... ............................................................................. 89
El Niño Jesús hallado en el templo ................................. 90
Hay llanto y alarido… ...................................................... 91
Alumbra la mañana ......................................................... 92
En tu pecho ..................................................................... 93
Eres la estrella... .............................................................. 94
Hoy se renueva el día ..................................................... 95
La mañana... ................................................................... 96
María te contempla ......................................................... 97
La anunciación del Señor .............................................. 98
La Anunciación ............................................................... 107
Anunciación .................................................................... 108
La Visitación .................................................................... 109
220
Feliz me llamarán ............................................................ 110
Visitación ......................................................................... 111
Meditabas... .................................................................... 112
El nacimiento ................................................................... 113
Presentación en el templo . ............................................. 114
Jesús perdido y hallado en el templo ............................. 115
María del Espíritu... ......................................................... 116
Arca de salvación... ........................................................ 117
Aroma del paso del Altísimo... ........................................ 118
Camelia angelical... . ....................................................... 119
De la Iglesia naciente... . ................................................. 120
El manto del Señor .......................................................... 121
El triunfo de la vida . ........................................................ 122
María, Madre y Reina ...................................................... 123
Pentecostés . ................................................................... 124
Bautismo del Señor ......................................................... 125
Las Bodas de Caná ........................................................ 126
El Anuncio del Reino ....................................................... 127
Transfiguración . .............................................................. 128
Eucaristía . ....................................................................... 129
Mujer de eternidad . ........................................................ 130
¿Qué es el hombre? ........................................................ 131
Rosa Mística .................................................................... 132
Rocío del alba ................................................................. 133
Rumias... ......................................................................... 134
Señora de la paz ............................................................. 135
Tabernáculo del cielo ...................................................... 136
Todo es bendición ........................................................... 137
Tú eres la montaña… ...................................................... 138
Tú quemas en su Amor... . ............................................... 139
Tu seno unificado ............................................................ 140
Un ángel de oro .............................................................. 141
Visitación ......................................................................... 142
Aparición… ..................................................................... 144
221
Asunción de María ......................................................... 145
Asunción de María .......................................................... 155
El cielo te recibe… .......................................................... 156
Eres Iglesia… .................................................................. 157
Coronación ...................................................................... 158
Toda vestida de Sol ......................................................... 159
Asunción de María .......................................................... 161
Dormición ........................................................................ 162
Dormición II ..................................................................... 163
Estás brillando en el cielo... ............................................ 164
Asunción y Coronación ................................................... 166
Ya bajan… ....................................................................... 167
En las fuentes del Nilo… ................................................. 168
Mi madre y mis hermanos (Mc 3,31-35) ......................... 169
La Madre del Amor… ...................................................... 171
Mi canto glorifica ............................................................. 172
Un vientre puro y santo ................................................... 173
Tu sí… . ............................................................................ 174
En el cielo… .................................................................... 175
La Inmaculada Concepción ........................................... 176
Nombre de María ............................................................ 188
Proclaman tu pureza ....................................................... 189
Salve “Palacio de Dios” . ................................................. 190
Inmaculada ..................................................................... 191
Corazón inmaculado ....................................................... 192
Amando tu inocencia ...................................................... 193
Predestinación ................................................................ 194
Esposa del Esposo... ...................................................... 195
Hoy, Madre… .................................................................. 196
Soy esclava y señora ...................................................... 197
Te pensó inmaculada ...................................................... 198
Predestinación ................................................................ 199
Predestinada ................................................................... 200
Nacimiento de María ....................................................... 201
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Antes... ............................................................................ 202
María inmaculada . .......................................................... 203
La llama del Amor ........................................................... 204
Los grillos, los violines... ................................................. 205
Tus horas de silencio… (Jesús encarcelado) ................. 206
Corre sangre en el río... . ................................................. 207
Tu Madre, en soledad ..................................................... 208
Me pregunto, María… ..................................................... 209
María ............................................................................... 210
Descendimiento .............................................................. 211
La oración de Jesús en el huerto . .................................. 212
La flagelación .................................................................. 213
La Corona de espinas ..................................................... 214
El Camino de la Cruz ...................................................... 215
La crucifixión ................................................................... 216
La Resurrección .............................................................. 217
La Ascensión . ................................................................. 218
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Este libro se terminó de imprimir en el mes de septiembre de 2013,
en Mundo Gráfico S.R.L., Buenos Aires, Argentina.
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