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Estos días han sido decisivos para darnos una idea, sobre el destino que tomará la “estrategia de

seguridad” en el país. Por una parte, la legitimación de la Guardia Nacional en tareas de seguridad
pública en manos de las Fuerzas Federales, y, por otra parte, la extensión de sus labores hasta el
año 2028, lo que ha provocado incluso la ruptura de la alianza política entre el PRD-PRI- PAN, más
el descontento de algunos sectores de la sociedad de la política que externan su preocupación
sobre la “militarización” por venir que se contempla.

Por otra parte, las discusiones ocurren en momentos claves donde la evidente falta de
contrapesos y vacíos de poder en materia de seguridad no pueden ser obviados, por más que el
presidente, los gobernadores y en algunos casos las presidencias municipales lo pretendan. Para
muestra, solo habrá que recurrir a los últimos casos que han cobrado relevancia nacional esta
semana, no sólo por lo trágico que implica ver niños morir, como fue el caso de Heidi de 4 años,
quien lamentablemente pierde la vida, por una bala perdida en la cuál se vio involucrada la
Guardia Nacional en Nuevo Laredo, Tamaulipas, sino por la falta de empatía de las autoridades
para asumir responsabilidades.

Por otra parte, las balaceras y quema de camiones llevada a cabo en Orizaba, Veracruz entre la
Guardia Nacional y grupos criminales, que se detonaron el pasado 12 de septiembre, que nos
vuelve a confirmar la incapacidad de las autoridades a nivel local, estatal y federal, de poder llevar
a cabo operaciones de seguridad, que no pongan en riesgo a civiles, que en esta ocasión corrieron
con suerte, porque nadie resultó herido. A su vez, en esta misma semana, pudimos apreciar a un
grupo criminal con armamento, uniformado y montado en camionetas en Zirándaro, Guerrero, -
los cuáles fueron grabados por sus pobladores- haciendo rondín en una procesión sin ningún
temor, evidenciando un vacío de poder que existe de facto, que incluso reconoció el secretario de
seguridad pública del estado. Estos tres escenarios que platicamos ocurrieron después de que en
el fin de semana se acumularan 235 homicidios dolosos. Esta es la realidad.

Es evidente que la seguridad del país está a merced en muchos territorios de la voluntad y
capacidades de los grupos criminales, y en otros casos, de los despliegues territoriales emergentes
de la Guardia Nacional que llegan y se van pero no resuelven los problemas de inseguridad.

Por otra parte, el papel de las policías y fuerza civil a niveles locales, regionales y estatales, se
debilita cada vez más, lo cuál hace evidente que solo quede el recurso militar para hacer frente a
la criminalidad en todas sus formas. Lo delicado de la situación es que hasta el momento, la
Guardia Nacional tampoco ha dado resultados concretos, y no se ha logrado comprender el papel
de sus incursiones en el ámbito local o estatal salvo en las emergencias, pero las lógicas delictivas
se han complejizado cada vez más, lo cuál implica que, mientras no se establezca un verdadero
plan de acción de contención criminal, más allá de los discursos y la retórica invasiva de todos los
días, nada de facto ocurrirá en el tiempo por venir. Esto rebaza la esfera del neoliberalismo, del
conservadurismo y de los enemigos del régimen… que tanto gustan pretextar hoy algunos de
nuestros gobernantes.

El problema es aún más grave, ya que, en estos vacíos de poder local, regional y estatal, la
espontaneidad de los grupos delictivos y su falta de límites nos puede conducir a escenarios más
inciertos y complejos que los de hace 15 años. Llevamos años desgastado las herramientas
institucionales sin concretar proyectos viables en materia de seguridad por intereses
principalmente políticos, pulverizado el horizonte en materia de paz y tranquilidad social, y ahora,
incluso desde la federación nos dicen que “no es tan grave lo que pasa” -como fue el caso de
Orizaba, ¿por qué? ¿Por qué en esta ocasión nadie murió, por suerte?...¿Y después? ¿Qué será lo
grave entonces? Hace quince años recuerdo que en algún medio de comunicación dije que el
problema de la inseguridad no se resolvería sin voluntad política… Hoy a la distancia, lo sigo
sosteniendo, pero también es cierto que, si se quiere, siempre habrá a dónde ir.

Todo parece indicar que mañana Andrés Manuel López Obrador no usará la tribuna destinada al
jefe del Estado mexicano para la celebración del día más importante del calendario cívico nacional,
para fijar su personalísima postura ante el reclamo legal de Estados Unidos y Canadá por el trato
desigual que da su administración a las empresas extranjeras en materia energética.

Tal parece que mañana lo que escucharemos es un recuento más de todo lo que hemos escuchado
durante cuatro años, con énfasis en la retórica de la paz del mundo que López Obrador estrenó a
principios de agosto pasado.

Escucharemos cómo propondrá formalmente a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a


través del canciller Marcelo Ebrard, un plan para negociar el fin de la invasión rusa a Ucrania. El
Presidente le llama la “guerra en Ucrania”, como para no recargar responsabilidades en el régimen
de Vladimir Putin.

Retomará su iniciativa de una tregua mundial de cinco años, que abarque desde África hasta Haití,
y que esa pausa bélica sea supervisada por un comité que encabecen el secretario general de la
ONU, Antonio Guterres, el primer ministro de India, Narendra Modi, y el papa Francisco.
En fin, promete un discurso así, en un tono de planeación de lo que ve como su trascendencia
histórica mundial y no como una arenga nacionalista en contra de las empresas extranjeras.
Siempre con el temor de que en un exabrupto discursivo pudiera llevar a estropear las relaciones
comerciales de México con el resto de Norteamérica.

Ahora, el hecho de que no suceda mañana, en plena conmemoración del aniversario de la


independencia, no significa que no pueda llegar a explotar este tema en cualquier mañanera
futura.

Sobre todo, cuando el propio López Obrador tenga que aceptar ante sus seguidores que ese tono
extremadamente diplomático y amable que usaron el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en
su carta y el secretario de Estado, Anthony Blinken, en su visita a Palacio Nacional, no tienen nada
que ver con la ruta marcada por las consultas del gobierno estadounidense en el marco del TMEC.

El Presidente presume que la secretaria de Economía de Estados Unidos, Gina Raimondo, no le


habló de aranceles, sanciones y nada de nada.

Y es que esas represalias comerciales son un paso extremo al que se llega después de un proceso
de consultas, que si fallan se establecen paneles de solución de controversias que, eventualmente
pueden decidir la aplicación de esas cuotas compensatorias.

No era el papel de Raimondo sacar ese tema en una visita de trabajo al Presidente. Además de que
es la representante comercial de La Casa Blanca, Katherine Tai, quien lleva esos temas difíciles del
comercio bilateral.

Hay pues sobre la mesa una oportunidad para que se reconsidere el trato discriminatorio a las
empresas energéticas extranjeras, para que se planteen proyectos de largo alcance en materia de
energías limpias, que interesan al gobierno de Biden, para que, en ese proceso de alejamiento
comercial con China, México se convierta en un puerto seguro y cercano para el desarrollo de las
nuevas tecnologías de movilidad no contaminante y microprocesadores.
Pero también hay el riesgo de que el nacional-populismo eche todo a perder, al menos durante los
dos siguientes años.

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