Está en la página 1de 4

El anillo de Giges

Anónimo – El Anillo de Giges, siglo XVI – Licencia: de dominio


público
«Y para demostrarte que nadie respeta la justicia, si no es a la
fuerza, cuando siente que no puede violarla, hagamos una
suposición. Demos a todas las personas, sean justas o injustas, el
poder de hacer cada una todo lo que quiera; y sigámoslas y
veamos a dónde les lleva a cada una la pasión… Enseguida
sorprenderíamos a la persona que era justa siguiendo el mismo
camino que la que ya era injusta desde antes: ambas se verían
igualmente arrastradas por el deseo de adquirir siempre más y más
cosas, que no es más que una inclinación natural, y por tanto
buena en sí misma, pero que la ley reprime y limita por la
fuerza, por respeto a la igualdad.

Cuando digo ‘el poder de hacer cada uno todo lo que quiera‘, me
refiero a algo así como lo que se cuenta de Giges, antepasado de los
lidios… Giges era pastor del rey de Lidia. Y, después de una
tormenta, a la que siguió un terremoto, la tierra se abrió justo por
donde pacía su ganado. Lleno de asombro por lo sucedido, bajó por
un caballo de bronce, en cuyo vientre había abiertas unas pequeñas
puertas, por las que asomó la cabeza para ver lo que había dentro, y
encontró allí un cadáver de una talla superior a la humana. El
cadáver estaba desnudo: sólo tenía en un dedo un anillo de oro.
Giges lo cogió y se fue.

Más tarde, estando reunidos los pastores como acostumbraban cada


mes, para rendir cuentas al rey del estado de sus ganados, Giges
acudió llevando en el dedo su anillo, y se sentó entre los demás
pastores. Entonces sucedió por casualidad que se le giró la piedra
preciosa del anillo hacia el lado interior del dedo… y Giges se
volvió invisible, de manera que los demás hablaban de él como si
estuviera ausente… Sorprendido por ello, Giges volvió la piedra
hacia fuera, y en el acto se hizo visible. Viendo que el anillo tenía
ese poder, trató de asegurarse repitiendo la experiencia y otra vez
ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro la piedra del anillo, él se
hacía invisible; y, cuando ponía la piedra hacia fuera, se volvía
visible de nuevo. Una vez se aseguró de ello, se hizo incluir entre los
pastores que habían de ir a rendir cuentas al rey, y, al llegar a
palacio, sedujo a la reina, y con su ayuda se deshizo del rey y se
apoderó del trono.

Ahora bien, si hubiera dos anillos como ese, y se diera uno a una
persona justa y otro a una injusta, todo el mundo sabe que muy
probablemente no habría nadie con un carácter lo bastante fuerte
como para mantenerse en la justicia y abstenerse de quedarse
con los bienes ajenos, cuando podría tomar de los lugares públicos
todo lo que quisiera, con total impunidad, y entrar en las casas,
abusar de cualquiera, matar a unos, liberar de sus cadenas a otros
y, en fin, hacer todo lo que quisiera, con un poder tan grande como
el de los dioses, en comparación con el resto de los mortales. En nada
se distinguirían, pues, las conductas de ambas personas: las dos
buscarían lo mismo. Y esto es la mejor demostración de que nadie
es justo por su propia voluntad, sino sólo por necesidad; y
que ser justo no es un bien para nadie en particular, puesto
que cualquier persona se vuelve injusta en cuanto
puede hacerlo sin temor a ser descubierta.
Así, los partidarios de la injusticia concluirían que, en el fondo de
su alma, cualquiera cree -y con razón- que la injusticia siempre
es más ventajosa que la justicia; pues, si alguien, habiendo
recibido un poder semejante, no quisiera hacer daño a nadie, ni
tocara los bienes de otro, todos los mirarían como la persona más
desgraciada e insensata de todas. Sin embargo, en público,
todos elogiarían su virtud, aunque, en realidad, sólo con la
intención de engañarse mutuamente y por el temor de sufrir
ellos mismos alguna injusticia por parte de otros»

(Platón, La República, II, 3, 359 b – 360 d). -Cfr. ‘El anillo de Giges’,
en Wikipedia.

– ¿Justicia es lo que las leyes impongan… o una virtud de


las personas, que pueden y deben desarrollar mediante la
educación ética?

También podría gustarte