Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cuando digo ‘el poder de hacer cada uno todo lo que quiera‘, me
refiero a algo así como lo que se cuenta de Giges, antepasado de los
lidios… Giges era pastor del rey de Lidia. Y, después de una
tormenta, a la que siguió un terremoto, la tierra se abrió justo por
donde pacía su ganado. Lleno de asombro por lo sucedido, bajó por
un caballo de bronce, en cuyo vientre había abiertas unas pequeñas
puertas, por las que asomó la cabeza para ver lo que había dentro, y
encontró allí un cadáver de una talla superior a la humana. El
cadáver estaba desnudo: sólo tenía en un dedo un anillo de oro.
Giges lo cogió y se fue.
Ahora bien, si hubiera dos anillos como ese, y se diera uno a una
persona justa y otro a una injusta, todo el mundo sabe que muy
probablemente no habría nadie con un carácter lo bastante fuerte
como para mantenerse en la justicia y abstenerse de quedarse
con los bienes ajenos, cuando podría tomar de los lugares públicos
todo lo que quisiera, con total impunidad, y entrar en las casas,
abusar de cualquiera, matar a unos, liberar de sus cadenas a otros
y, en fin, hacer todo lo que quisiera, con un poder tan grande como
el de los dioses, en comparación con el resto de los mortales. En nada
se distinguirían, pues, las conductas de ambas personas: las dos
buscarían lo mismo. Y esto es la mejor demostración de que nadie
es justo por su propia voluntad, sino sólo por necesidad; y
que ser justo no es un bien para nadie en particular, puesto
que cualquier persona se vuelve injusta en cuanto
puede hacerlo sin temor a ser descubierta.
Así, los partidarios de la injusticia concluirían que, en el fondo de
su alma, cualquiera cree -y con razón- que la injusticia siempre
es más ventajosa que la justicia; pues, si alguien, habiendo
recibido un poder semejante, no quisiera hacer daño a nadie, ni
tocara los bienes de otro, todos los mirarían como la persona más
desgraciada e insensata de todas. Sin embargo, en público,
todos elogiarían su virtud, aunque, en realidad, sólo con la
intención de engañarse mutuamente y por el temor de sufrir
ellos mismos alguna injusticia por parte de otros»
(Platón, La República, II, 3, 359 b – 360 d). -Cfr. ‘El anillo de Giges’,
en Wikipedia.