Está en la página 1de 2

El arrepentimiento: Parte de mi camino a la

perfección
Nombre omitido

“El arrepentimiento no es una experiencia vergonzosa; nos ayuda a ser más como Cristo”.

Entré en la oficina del obispo sintiéndome completamente sin ningún valor.

El obispo sonrió y me ofreció un asiento. Le expliqué lo que había sucedido, sintiéndome más y más
avergonzado con cada palabra. Pregunté, con lágrimas en los ojos: “¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo
puedo volverme completamente limpio otra vez?”.

El obispo se quedó en silencio por un momento y luego dijo: “Definitivamente puedes quedar limpio
de esto. Pero no creo que entiendas una parte importante del arrepentimiento”.

“¿Qué quiere decir?”, pregunté, algo desconcertado.

“Estás pensando en el arrepentimiento como si estuvieras accionando un interruptor de la oscuridad


a la luz”, dijo él. “Como si hubieras sido un perfecto 10 y, porque pecaste, ahora eres un 8 o un 7”.

Asentí lentamente.

“En realidad”, continuó el obispo, “ninguno de nosotros es un 10; de hecho, probablemente estemos
más cerca de ser un 1 o un 2. Para comenzar, no somos perfectos. El arrepentimiento puede
limpiarnos del pecado, pero también nos ayuda a progresar de ser un 2 a un 3 y de un 3 a un 4, y así
sucesivamente hasta que lleguemos a ser ese perfecto 10 algún día. El arrepentimiento nos ayuda a
ser más como Cristo”.

El obispo oró conmigo y me aconsejó estudiar el don del arrepentimiento.

Cuando salí de su oficina, me senté en mi auto por un largo tiempo, pensando en lo que él había
dicho.

Me di cuenta de que tenía razón. Había pensado en el arrepentimiento únicamente como una forma
de volver a ser como era, volver a ser un “10” una vez más. Debido a que pensaba que estaba
completamente limpio antes, el peso de esa “perfección” me hacía sentir sin ningún valor e
irredimible, tal como siempre lo sentía cuando debía arrepentirme.

Pero tener que arrepentirme no constituía una experiencia negativa o vergonzosa; era el principio
fundamental de llegar a ser semejante a Cristo. Me permitía dejar mis pecados atrás y me habilitaba
para ser mejor de lo que era antes. El Salvador no es un hombre que hace reparaciones, llenando las
grietas de mi alma, sino un arquitecto que me edifica hasta alturas que nunca podría alcanzar de otro
modo.

Este conocimiento eliminó mi culpa perfeccionista. No era perfecto y no tenía que serlo; no todavía. El
arrepentimiento era parte de mi camino a la perfección. Entré en mi casa con una perspectiva
cambiada y un corazón humilde.
Desde entonces, me he arrepentido y he abandonado el pecado que me llevó a la oficina del obispo
ese día y hoy realmente me siento limpio. Todavía estoy lejos de ser perfecto, pero, afortunadamente,
la gracia de Cristo es suficiente para salvar. Gracias a Él, puedo ser perdonado, sanado y recibir la
fortaleza para superar mis debilidades; y, a través de Su don del arrepentimiento, puedo ser moldeado
en la persona que se espera que llegue a ser.

Aspirar a una vida cristiana

“Todos nosotros aspiramos a una vida más cristiana de la que frecuentemente logramos vivir. Si
admitimos con sinceridad que estamos tratando de mejorar, no somos hipócritas, somos humanos.
Ruego que no dejemos que nuestras imprudencias humanas y las inevitables flaquezas de aun los
mejores hombres y mujeres a nuestro alrededor nos vuelvan cínicos sobre las verdades del Evangelio,
la veracidad de la Iglesia, nuestra esperanza por el futuro o la posibilidad de la divinidad. Si
perseveramos, en algún momento de la eternidad nuestro refinamiento habrá terminado y será
completo, que es lo que en el Nuevo Testamento significa la perfección”.

Élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, “Sed, pues, vosotros perfectos… con el
tiempo”, Liahona, noviembre de 2017, pág. 42.

Descubre más

El artículo de Liahona “Santos: La historia de la Iglesia—Capítulo 6: El don y el poder de Dios”


comparte la travesía habilitadora y purificadora de José Smith después de la pérdida de las 116
páginas manuscritas del Libro de Mormón.

También podría gustarte