FRANCISCO BUSTAMANTE • MARÍA LUISA GONZÁLEZ

DERECHOS
HUMANOS
EN EL AULA
REFLEXIÓNES Y EXPERIENCIAS DIDÁCTICAS
PARA LA ENSEÑANZA MEDIA
SERVICIO PAZ Y JUSTICIA
URUGUAY, 1992
 DEMOCRACIA
Derechos Humanos y Educación
La verdad que llegué a casa destruida...En un abrir
cerrar de ojos esos chiquilines tan agradables se
volvieron un coro de fanáticos, cerrados a todo
razonamiento. Ni se cómo salió el tema de la
delincuencia, pero automáticamente, casi todos
dieron por hecho que la única solución era la pena de
muerte. Uno me decía: “Si encuentro a alguien
robando en mi casa, yo lo mato, porque no voy a
dejar que en un minuto nos quiten lo que costó años
reunir, ¿Usted se dejaría robar?'. Par más que quise
explicarle que la vida humana, aún la de un ladrón,
vale más que un videograbador, fue imposible. ¿Qué
sentido tiene nuestro trabajo, que aprendan
logaritmos o poemas, si no somos capaces enseñar
que la paz y el respeto a la vida son preferibles a la
ley de la selva?
¿Se puede educar en derechos humanos? ¿Realmente
es posible aprender a respetar los derechos del Otro y
compartir juntos una existencia basada en la justicia?
Estas son cuestiones medulares teniendo en cuenta los
problemas mundiales de estos días. (No es superfluo
fechar la redacción de estas líneas: mientras escribimos,
la guerra cosecha muertes en el Golfo Pérsico. Así
mismo, en otro plano, se pueden agregar otras
interrogantes: ¿cuál es la prioridad educativa en un pe-
queño país empobrecido que enfrenta el reto de
sobrevivir a la revolución técnica y científica de fin de
siglo? ¿Una educación que forme seres creativos que
contribuyan a elevar el nivel en calidad y cantidad de las
producciones nacionales? ¿Y acaso no es un enfoque
complementario pensar en una educación cimentada por
una opción ética en la que los valores de la excelencia
también se plasmen en el respeto y promoción de la
persona humana?
DE CARA AL FUTURO. DEMOCRACIA Y DERECHOS
HUMANOS PARA VIVIR MEJOR.
Nos proponemos responder esos interrogantes partiendo
de la experiencia de la última década en América latina.
Es sabido que en los años setenta en esta región
imperaron los regímenes militares, los que llevaron el
irrespeto a la dignidad humana hasta niveles antes nunca
vistos. Los gobiernos civiles que les sucedieron se vieron
desafiados a reimplantar un sistema político basado en la
convivencia, el diálogo, el pluralismo, la consulta de la
voluntad soberana. Además había que satisfacer las
necesidades materiales de vastos sectores populares
carentes de lo mínimo. En resumidas cuentas, el desafío
consistía en refundar un sistema democrático atable e
impulsar el desarrollo de estas naciones. Ante un reto de
tal magnitud es comprensible que las tareas que exigía
no hayan terminado, ni dado de inmediato todos sus
frutos; ni por lo tanto, se haya revertido integralmente la
situación. Aún así, para nosotros es cuestión de
principios reconocer que las transiciones democráticas
impusieron algunos cambios que nadie de buena fe
puede desmentir. En ese sentido, es innegable que
básicamente se ha consolidado un sistema de vida
política donde la ciudadanía puede expresarse
libremente y hacer valer sus pareceres. Pero nadie
ignora que el panorama económico y social no sólo no ha
mejorado sino que puede empeorar.
Es superfluo llamar la atención del papel cumplido por los
derechos humanos, tanto en la transición hacia la
democracia como en su consolidación y en la conquista
del bienestar para la población. En la superación de
aquellos regímenes netamente autoritarios, los derechos
humanos han sido una de las principales banderas
alzadas, contribuyeron a fundamentar, legitimar, impulsar
y esperanzar los escuerzos de muchas mujeres y
hombres comprometidos en superar la grave situación
que se vivía. Aquí se produjo un fenómeno trascendente,
los derechos humanos perdieron su condición de asunto
de eruditos para convertirse en el punto consensual de
movilización hacia la libertad. Antes de haber soportado
estas dictaduras, no era habitual que la gente común
hablara de derechos humanos, ellos eran motivo
reservado para juristas y filósofos.
En la década del 60 no era usual que se reivindicaran los
derechos humanos. La crisis socioeconómica y la
existencia de regímenes que conservaban ciertos
elementos constitucionales pero que al mismo tiempo
practicaban políticas represivas hicieron que cundiera el
descrédito hacia la democracia. Muchas veces se
denunciaban sus falencias más con el ánimo de
desenmascararlas como ardides que con la intención de
depurar el sistema. Tuvo que hundirse definitivamente el
ordenamiento jurídico democrático para que se
justipreciaran las ventajas de sus aún más frágiles
garantías. Hoy nos encontramos con que todos los
involucrados en construir una sociedad más digna
acuerdan en asignar a los derechos humanos y a la
democracia el marco indispensable para intentarla
mejora de las condiciones de vida de los más
necesitados.
Sería equivocar el planteo pensar que los derechos
humanos son exclusivamente el resultado de una
elevación de la prosperidad de un país, una especie de
lujo de la riqueza, como a veces se dice respecto de las
naciones del mundo desarrollado. Inversamente, también
los derechos humanos pueden ser una palanca del
desarrollo, puesto que un pueblo que vive en libertad y
equidad, convencido de que integra una comunidad que
respeta y premia sus esfuerzos y no una «jungla> done
prima la ley del más fuerte; un pueblo en esas
condiciones, es capaz de los más grandes sacrificios
porque comprende que ellos son el requisito para el
bienestar más pleno de las generaciones futuras. Si
observa que pese a vivir en un país pobre y en un tiempo
de crisis, los frutos esenciales son asegurados a los más
débiles, esas mujeres y hombres que ven plasmarse la
justicia en medio de las privaciones, no dudarán en
lanzarse a la conquista de las más audaces metas
productivas. En consecuencia, la tarea sigue siendo
promover el respeto de los derechos humanos para
adquirir una democracia sólida en una sociedad que
logre nutrir a todos sus hijos.
LAS TAREAS DE LA HORA
El camino que resta es muy largo pero no podemos
descreer de la utopía por difícil que sea su
materialización. La resignación y el fatalismo no pueden
paralizar nuestro empeño en modificar las condiciones
actuales, es necesario trabajar sin descanso... A algo así
se refería Martin Luther King cuando decía: «aún
cuando me dijeran que mañana se termina el mundo,
yo igual plantaría mi manzano». Por eso batallaremos
obstinadamente por afianzar la vida, no por tonto
voluntarismo sino por la convicción profunda de que esa
causa ha de triunfar. Aquí sugeriremos en general
aquellas tareas para toda persona o grupo que desee
que los derechos humanos crezcan, después se verán
las tareas específicas dentro del sistema educativo.
Denunciar
Una tarea básica es propagar información acercarle
violaciones a la dignidad humana. La experiencia dice
que cuando se quiere sobrellevar entre unos pocos el
conocimiento de una realidad traumatizante, sé lo vive
como una carga insoportable; mientras si esos datos se
publicitan y se reflexiona sobre ellos su difusión adquiere
una dimensión educativa por sí misma. Enseña a los
humildes la extensión y profundidad de sus males,
implica una toma de conciencia para encarar soluciones.
Pero hay que actuar con un escrupuloso rigor de
investigación y documentación, apelando al auxilio de los
más aptos instrumentos científicos disponibles. Una
información errónea, exagerada, parcializada, además de
ser un atentado a la verdad, a la larga, produce un
efecto peor a la situación que se quiso combatir al
difundirla y comporta desde ese momento un esfuerzo
mucho mayor. Al denunciar debemos proceder con la
cautela necesaria para tener serenidad y absoluta
objetividad, lo que no significa neutralidad ni excluye un
apasionamiento por nuestra tarea.
Investigar
Pero informar sobre la situación sería un tarea
incompleta si no se continuara con una lúcida indagatoria
sobre las razones que conducen a que los derechos
humanos sean violados. No hay que pecar de ingenuos y
por lo tanto se debe hurgar a fondo en ras causas,
procurando controlar el cuadro completo de motivaciones
que confluyen para explicar un fenómeno social,
rehusando simplificaciones panfletarias, unilateralismos y
causas únicas.
Difundir experiencias de conquista y promoción
Reducir los derechos humanos quedándose en sus
violaciones es como definir a una red como un conjunto
de agujeros olvidándose del hilo y de sus nudos. Por
desolador que sea el panorama, hay que admitir la
existencia de logros; si se desea que la vida prospere
hay que difundir sus avances, por parciales y provisorios
que a veces sean. Si queremos mejorar situación, el
conocimiento debe traducirse en acción, por lo que otra
tarea es organizar la obtención y la protección de los
derechos humanos. Por un lado, se impone resaltar
aquellos valores que son efectivamente respetados y
demostrar la vía por la que se alcanzaron. Y respecto de
los múltiples derechos que aún están lejos de obtener su
plena vigencia, hay que descubrir y mostrar cual es el
camino que (leva a ella. Teniendo presente que edificar
la dignidad humana es tanto una obligación de los
gobiernos como un derecho de las personas y de las
comunidades y que su protección es un cometido de
ambos.
Desarrollar las conciencias
Queremos insistir en la importancia que tiene la
conciencia de las personas en la materialización
duradera de la dignidad humana. Como lo dice
admirablemente el Preámbulo de la Constitución de la
UNESCO:
«puesto que las guaros nacen en las de los
hombros, es en las mentes de los hombres que
debe erigirse baluartes de la paz».
la restante tarea, por consiguiente, es la educación.
Refiriéndose al período inmediatamente posterior al retiro
de varias dictaduras militares latinoamericanas, Luis
Pérez Aguirre decía:
«¿Cómo podríamos pretender cosechar frutos
de humanidad allí donde casi nada sembramos?
Hacen bien los verdugos en poner
obscenamente delante nuestro las violaciones
que han cometido: ¿Será esa vitrina insopor-
table la que cambie nuestras inteligencias ya
que la Declaración poco pudo hacer?»1
En los países que vienen de una dictadura, las
organizaciones de derechos humanos quedan atrapadas
-muchas veces a pesar suyo- de un papel demasiado
rígido; ellas son vistas por la sociedad como las
permanentes litigantes, siempre están elevando sus
quejas al cielo, denunciando crímenes horribles. Se trata
de un comportamiento reactivo, que por supuesto, es
necesario pero que es completamente insuficiente. Hay
que lograr una modalidad proactiva, vale decir, una
estrategia que aliente la defensa y la promoción de los
derechos humanos. La educación es la gran metodología
proactiva, ella se dirige hacia el futuro, no puede calmar
los sufrimientos del presente, pero si puede actuar como
una medicina preventiva adelantándose a que los males
se declaren. Y es la única garantía segura de cura social,
como afirma un proverbio chino:
1
PEREZ AGUIRRE, L. .Educación para la Paz y los Derechos
Humanos en Uruguay. Objetivos y metodologia. en PEREZ
AGUIRRE, L. et al. Una aproximación a la educación y derechos
humanos Cuadernos Paz y Justicia, Montevideo, 1986, p. 4.
 «Si tus planes alcanzan a un año, siembra
grano. Si llegan a diez años, planta un árbol. Si
llegan a cien años, instruye a un pueblo».
Claro que ninguna mejora en las condiciones de vida de
un pueblo se producirá sin que él mismo se resuelva a
hacerlo. Los derechos humanos no son dones que se
han caído de las manos de los dioses, su conquista ha
demandado y demanda arrojo y claridad; esas virtudes
brillan por su ausencia cuando la inmensa mayoría
carece de conciencia de su propia dignidad. Conviene
aquí recordar lo que dice el Premio Nobel de la Paz,
Adolfo Pérez Esquivel: «la naturaleza de la opresión
pasa más por la debilidad de los oprimidos que por la
fuerza de la opresión»1 . Por ello, es necesario enseñar
qué son los derechos humanos, lo que a pesar de su
importancia no será ningún descubrimiento maravilloso
para mucha gente sencilla. Pensamos que cada pueblo
es capaz de formar su senda educativa a través de la
cuál descubre su propio valor y, consecuentemente, lo
cuida y fomenta. Hablamos, intencionalmente, de
educación en un sentido muy amplio. Nos referimos a la
presencia de los derechos humanos dentro de la vida de
las instituciones del sistema educativo como a toda
actividad que contribuya a propiciar la reflexión
participativa de la comunidad. Los derechos humanos
tienen cabida en todo lugar en que el pueblo construye
su cultura, designa y se apropia del mundo, alimenta las
1
PEREZ ESQUIVEL, A. Organización y métodos de acción no- vio-
lenta pa ro la defensa y promoción de los derechos humanos y el
derecho de los pueblos. Buenos Aires, SERPAJ, 1982 (mimeo).
raíces de su devoción a la vida, a la libertad, a la
solidaridad.
EL PAPEL DEL SISTEMA EDUCATIVO
Si concentramos el tema dentro del sistema educativo,
nuestro punto de partida es sostener que las instituciones
de enseñanza tienen una responsabilidad fundamental
en la formación de los valores y los comportamientos
humanos. No admitimos en cambio la tesis de que la
educación sistemática o formal es intrínsecamente
conservadora, limitándose a reproducir el estado de
cosas imperante. Estamos convencidos de que el
sistema educativo puede contribuir positivamente a
transformar la sociedad eliminando las injusticias y
atrasos. Históricamente ha sido demostrado que la
expansión de la enseñanza produce la ampliación de la
participación política y social. En América latina durante
los dos últimos siglos el sistema educativo ha aportado a
la formación de la ciudadanía, esto es, actores políticos
y sociales capaces de impulsar un proceso de desarrollo
y de participación responsable en la gestión pública. José
Pedro Varela asignó ese papel a la escuela pública al
afirmar: «para crear a la República primero es preciso
crear a los republicanos» .
En los años anteriores a la dictadura, el sistema
educativo uruguayo no logró sembrar conciencias
firmemente asentadas en el principio de cuidar toda vida
como a la propia, lo que quedó demostrado en el
desprecio a la vida humana experimentado entre las
décadas del 60 y el 80. Pero esto no quiere decir que el
fracaso sea inherente al sistema, pensamos que las
instituciones educativas han naufragado en esa meta por
desinterés de unos y también interés de otros. Las
instituciones no son edificios vacíos, las componen seres
humanos; si hubo años en que no se enseñó
fructíferamente a respetar los derechos humanos es
porque los hombres y mujeres que educamos no vimos
con la suficiente claridad la importancia de ese asunto,
no abrazamos con ardor esa causa, entendimos que no
era necesario explicitarlo tanto, que no era prioritario, que
no era prudente, que no era conveniente, que habían
otros objetivos más importantes...
Creemos que la escuela Y el liceo, donde acude la
inmensa mayoría de los niños y jóvenes uruguayos,
constituyen un formidable instrumento de socialización
en los valores de la dignidad humana. Los principales
documentos sobre derechos humanos no de' dudas
respecto al papel que puede desempeñar la educación
en este campo. En la Declaración Universal de los
Derechos Humanos aprobada en 1948 en su preámbulo
se presenta al contenido de ésta «como ideal común
por el que todos los pueblos y naciones deben
esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las
instituciones, inspirándose constantemente en ella,
promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el
respeto a estos derechos y libertades, y aseguren,
por medidos progresivas de carácter nacional e
internacional, su reconocimiento y aplicación
universales y efectivos, tanto entre los pueblos de
los estados miembros como entre los de los
territorios colocados bajo su jurisdicción» (subrayado
nuestro).
Por su parte el artículo 26 en su numeral 2 dispone que
«la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo
de la personalidad humana y el fortalecimiento del
respeto a los Derechos Humanos y a las libertades
fundamentales; favorecerá la comprensión, la
tolerancia y la amistad entre las naciones y todos los
grupos étnicos o religiosos; y promoverá el
desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas
para el mantenimiento de la paz.»
La UNESCO ha dedicado particular importancia a
fomentar la enseñanza de los derechos humanos. Así en
su «Recomendación sobre la educación para la
comprensión , la cooperación y la paz internacionales y
la educación relativa a los Derechos Humanos y las
libertades fundamentales de diciembre de 1974 señala
que «la palabra «educación» designa el proceso
global de la sociedad, a través de la cual las
personas y los grupos sociales aprenden a
desarrollar conscientemente en el interior de la
comunidad nacional e internacional y en beneficio de
ellas, la totalidad de sus capacidades, actitudes,
aptitudes y conocimientos». La consulta sobre este
tema realizada en Morges (Suiza) en 1981 recomienda
considerar particularmente todos aquellos factores que
influencian el desarrollo de las actitudes y la interacción
entre la escuela y la comunidad. Y, lo que para nosotros
es capital, se enfatiza el que la enseñanza sobre la paz,
el desarme y los derechos humanos exige una
preparación previa eficiente de maestros y educadores.
Respondiendo a esas motivaciones es que el SERPAJ
ha desarrollado sus actividades de las que este libro es
una parte.
DIEZ PREGUNTAS SOBRE LA ENSEÑANZA DE LOS
DERECHOS HUMANOS EN EL LICEO.
Quisiéramos retomar buena parte de los asuntos
planteados, discutiendo lo que consideramos que son las
cuestiones esenciales en que se implica una educación
de los derechos humanos.
1 ¿Acaso la situación actual de la educación no
condena de antemano al fracaso todo intento
de enseñar los derechos humanos? No sería
mejor buscar primero ciertos cambios
sustanciales como incrementar los recursos
-en especial la mejora del salario docente-, la
autonomía y la participación de docentes,
estudiantes y padres?
No ignoramos la existencia de dificultades ni
minimizamos su peso Pero creemos que su superación
no tiene porque inhibir de educar para los derechos
humanos. Es bien conocida la situación de la enseñanza
pública dentro del deterioro general de los servicios
sociales que atienden las necesidades de Id población
incapaz de solventárselos por sí misma. Para educar se
necesitan recursos que son escasos. Por supuesto que
mejor podrá realizar su labor un/a docente con remune-
ración honrosa en un local adecuadamente provisto y
actuando con libertad y respaldo junto con un alumnado
igualmente considerado. La reinvidicación de esas
condiciones es de estricta justicia y cometería una grave
incongruencia alguien preocupado por los derechos
humanos que no actuara en consecuencia. Ya que así
como el estado tiene la responsabilidad de impulsar la
educación y de velar e impulsar los derechos humanos,
tienen los educadores y la sociedad especialmente a
través de padres y alumnos, la misma obligación de
reclamar a aquél para que cumpla con los principios
constitucionales. Pero pensamos que la falta de recursos
no es todo el problema; repetimos que nadie puede
abdicar de la obligación de educar para la paz y el
respeto de los derechos humanos. También existiría y
existe una omisión cuando para empezar a trabajar
esperamos la solución de todos los problemas en el
mejor de los mundos posibles. La participación y la
consulta a los/las docentes están consagradas por la ley
uruguaya, y aunque sean perfectibles sus instrumentos,
no se puede claudicar su ejercicio. Por lo demás,
creemos que no existe tarea más importante que ésta,
que no excluye ni puede ser excluida por otras justas
empresas.
2. ¿Dónde es que se juega el corazón de la
enseñanza de los derechos humanos?
La educación en los derechos humanos afecta el área
moral de las personas, por lo que debe tenerse presente
 Que son los
DERECHOS
HUMANOS
y como
han llegado a serlo
A pesar de su sencillez, frecuentemente se encuentra
una gran confusión con lo que son los derechos
humanos. Naturalmente, casi todo el mundo entiende a
que valores refieren los derechos humanos, esto es, la
vida, la justicia, el bienestar, la paz, la solidaridad. Pero
no siempre se capta la naturaleza específica de este
instrumento que está al servicio de las personas y de los
pueblos.
LOS DERECHOS HUMANOS SÓN NORMAS
JURÍDICAS
Todo, grupo humano crea sus normas de convivencia, de
justicia, de conducta recta, en suma, de todo aquello que
esa cultura establece que le corresponde a la persona
humana para ser considerada como tal, aquello que el
ser humano merece por el sólo hecho de serlo. En
consecuencia, a lo largo de la historia de la humanidad
se ha forjado la noción de dignidad humana, que se
expresa en absolutamente todas las cinturas existentes
en sus tradiciones religiosas, morales y en sus leyes.
No obstante, la noción de derechos humanos es
originariamente un producto de la cultura europea
occidental a partir de un momento histórico preciso.
Luego se expandirá a todas las culturas este instrumento
de respeto y estímulo a la dignidad de la persona, cuya
peculiaridad es ser normas jurídicas. Quiere decir que
son derechos reconocidos por el poder político y que con
independencia de las convicciones que posean los
gobernantes están obligados a garantir su cumplimiento.
Son normas totalmente imperativas, en caso de in-
fracción u omisión, el poder político debe utilizar los
medios coactivos necesarios para tornarlas vigentes.
Sin embargo, advertimos algo que ya hemos dicho y
seguramente repetiremos en este libro. La naturaleza
jurídica de los derechos humanos no los convierte en un
objeto exclusivo para los especialistas en leyes; antes
bien, todos los humanos debemos ser entendidos en el
amparo y el progreso de nuestros derechos.
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LOS DERECHOS
HUMANOS
Los derechos humanos no son intemporales ni han caído
del cielo, son el resultado de la lucha de los pueblos
creando instrumentos para que se les respete su
dignidad. No han sido definidos de una vez para siempre,
mañana habrán otros derechos humanos, porque en
cada época se producen nuevas y diferentes formas de
opresión y se revelan nuevas sensibilidades hacia grupos
oprimidos. Su historia tampoco es lineal, no hay un
avance continuo sino que también se producen enormes
retrocesos.
En el actual desarrollo de los derechos humanos se
destaca la siguiente evolución cronológica. La secuencia
de aparición de, en primer lugar, los derechos civiles y
políticos, luego de los derechos económicos, sociales y
culturales y, por último, de los derechos de los pueblos,
permitió designar a esas tres categorías respectivamente
como primera, segunda y tercero generación de
derechos humanos.
• La forja universal de la dignidad humana a
través de la tradiciones religiosas y morales
Pero la primera etapa a considerar es el enorme período
que va desde el origen de la humanidad hasta el siglo
XVII, que puede llamarse la prehistoria de los derechos
humanos. En ese lapso, la conciencia de la dignidad
humana, vale decir, lo que le corresponde a la persona
para poder ser considerada como tal, emanaba de las
religiones y la moral de cada grupo. Ello hacía que el
cumplimiento de esos preceptos -aún cuando a veces
tomaran la forma de ley- dependían de la rectitud de los
poderosos. Faltaba la clara noción de que el gobernado
podía exigir legítimamente el cumplimiento de aquello
que era deseable pero no necesariamente obligatorio. En
este régimen los gobernados eran concebidos como súb-
ditos, miembros de la sociedad carentes de derechos
pero no de deberes; el respeto de su dignidad era en
última instancia una eventualidad derivada de la
discrecionalidad de los gobernantes. Un documento
hallado en la tumba del gobernador Amenenhat, de la
provincia de Oryx en la XII dinastía egipcia, de
comienzos del II milenio A.C. es un caso ilustrativo:
“No he hecho mal a la hija del pobre, no he
oprimido a la viuda, no he molestado al
campesino, no he maltratado al pastor. Cuando
llegaron los años del hambre he trabajado todos
los campos de la provincia de Oryx, desde las
fronteras del sur a las del norte. Tomé las
medidas para que sus habitantes hiciesen
provisiones para sobrevivir y que nadie sufriese
hambre. He dado a la viuda lo mismo que a la
que tenía marido. No he favorecido más al
adulto que al muchacho.”
El carácter predominantemente negativo de la
declaración indica que, aún cuando fuera cierta, la
conducta del soberano se explicaría por una
autolimitación voluntaria de sus prerrogativas.
De todos modos, importa resaltar que absolutamente
todas las religiones y tradiciones éticas han forjado su
concepto de dignidad humana y la actual conciencia
universal se nutre de todas ellas. Comenzar a hacer un
recuento de los aportes, siempre resultaría en
menoscabo de alguna de esas vertientes, pues todas, sin
excepción, han contribuido. En consecuencia, remitimos
a la lectura de la excelente antología «El derecho a ser
hombre, realizada por la UNESCO bajo la dirección de
Jeanne Hersch, donde se hallará una exhaustiva
presentación de los aportes de las diversas culturas a los
derechos humanos.
• Las revoluciones burguesas y la primera
generación de derechos.
En el propio seno del mundo feudal europeo, se fue
gestando la burguesía. Una nueva clase de comerciantes
y artesanos se asentó en las ciudades (burgos) y desde
allí comenzó a reclamar a la nobleza, a la Corona y a la
Iglesia las condiciones para ejercer su existencia. Las
franquicias de las ciudades y los privilegios de las
diversas corporaciones medievales fueron el primer
germen de los derechos humanos.
Se forjó así una concepción teórica del poder que se ha
dado en llamar contractualismo. Los burgueses al triunfar
en sus luchas signaban cartas donde se estipulaban sus
libertades; por ello, con el tiempo, sus ideólogos
diseñaron una teoría del gobierno que partía de la ilusión
de imaginar que el ser humano había vivido
originalmente en un estado de naturaleza, de
autosuficiencia individual y sin gobierno. El pasaje
inevitable a la vida en sociedad haría provocado el
surgimiento del poder político mediante la realización de
un pacto o contrato social, en el que los gobernados
cederían sus derechos. Para algunos, la cesión sería
total; para otros, los gobernados se reservan algunos
derechos inalienables, sin los que se pierde la condición
humana: la vida, la libertad, la propiedad.
Las triunfantes revoluciones burguesas contra las
monarquías absolutas de los siglos XVII y XVIII en
Holanda, Inglaterra, EEUU, Francia, dieron la ocasión de
celebrar un pacto fundante del nuevo orden político. Las
declaraciones de derechos de esas revoluciones crearon
un marco jurídico básico garante de la acción del
gobernado en la sociedad. Este es ahora un ciudadano,
denominación que indica -además de su origen urbano-
que es sujeto de derechos. La dignidad humana ahora
depende de la ley que regula las relaciones entre las
personas y con el estado; se trata de normas
impersonales y generales previamente establecidas. El
hombre fue concebido en una dimensión esencialmente
individual en lucha contra el estado, la limitación de
determinados poderes de éste era la garantía de la
salvaguarda de los derechos del ciudadano. En caso de
que el orden político no respetara los derechos
imprescindibles haría devenido en un despotismo y en
consecuencia, se consideraba legítima la apelación al
recurso supremo de resistencia a las autoridades. Para la
filosofía política del liberalismo burgués, los «derechos
del hombre» eran casi exclusivamente lo que hoy se
llaman los derechos civiles y políticos: libertad de
pensamiento, opinión, reunión, asociación, participación
política, integridad personal garantías judiciales. La
excepción es el derecho a la propiedad, considerada
sagrada e inviolable»; salvo ésta, las necesidades
materiales de los miembros de la sociedad no son men-
cionadas. El estado es definido como «Juez y
Gendarme», encargado exclusivamente de la vigilancia
del orden interno y la protección de la agresión externa.
Pero absteniéndose de ocuparse de otras metas, so
pena de mellar las «libertades». Se piensa que, siempre
que esté garantida la igualdad de todos ante la ley, el
bienestar social y económico vendrá por añadidura a
condición de que el individuo sea un sujeto emprendedor,
apto para proveerse con ingenio y trabajo los medios
necesarios a su subsistencia. La propia distinción que
hace la declaración francesa de 1789, entre derechos del
hombre y derechos del ciudadano, parece distinguir entre
«el hombre», aquel ser en estado de naturaleza cuyos
derechos son inalienables y «el ciudadano» que es ya el
subordinado a la autoridad estatal por lo cual sus
derechos dependen de su condición de miembro de la
sociedad política. En consecuencia, para esta
concepción, mientras los derechos del hombre, entre los
que está la libre propiedad no pueden ser limitados, los
derechos del ciudadano, o sea las libertades cívicas, sí
pueden ser limitadas y de hecho están condicionadas a
la posesión de la propiedad que es la que lo hace
realmente libre.
• Las luchas sociales de los siglos XIX y XX y la
segunda generación de derechos
No pretendemos desconocer el avance que estas
declaraciones significaron para la teoría jurídica y política
de su tiempo. Ciertamente, no es poca cosa que la ley
-aún cuando la consideremos arbitraria- rija por igual a
todas las personas, sin distinción de su origen o
condición. Pero no se puede soslayar el carácter
abstracto de las libertades proclamadas, allí se estaba
confundiendo la igualdad legal con la igualdad de
oportunidades de vida. El reconocimiento de garantías
políticas como la libertad de expresión del pensamiento
era una ficción absoluta para la mayoría de los miembros
de la sociedad, seres hambrientos cuyo único
pensamiento era como evitar que sus hijos carecieran de
sustento. Amparados en la formal declaración de la
igualdad de todos los hombres ante la ley, regímenes
adherentes a esa concepción de los derechos humanos
prohijaron y toleraron largamente la miseria social y la
opresión política, sin por ello sentirse en contradicción.
En los siglos XIX y XX, las luchas de campesinos y
obreros unidas a diversas corrientes del pensamiento
social como el socialismo, el anarquismo, el
socialcristianismo y las propias críticas del radicalismo
liberal, gestaron un clamor en torno a la llamada cuestión
social», nombre con que se aludía a la miseria de las
masas urbanas y rurales. De la prédica y las luchas,
nacerá una nueva categoría de derechos humanos, vale
decir derechos económicos, sociales y culturales
(trabajo, salario digno descanso, sindicalización huelga,
previsión social, vivienda, alimentación, salud, educación,
cultura etc.) que hicieran realidad la igualdad jurídica
postulada por el liberalismo clásico. Surge así la
concepción de exigir para las personas la satisfacción de
sus necesidades materiales imprescindibles. Se llega al
convencimiento de que al contrario de los otros
derechos, que para que se materializaran se requería la
abstención del poder político, esta nueva categoría de
derechos humanos reclaman de los gobiernos una
acción decidida para nivelar las desigualdades sociales.
Se comprendió que los hombres por más que se los
declarara con el más enérgico y bien intencionado
voluntarismo, no nacían libres e iguales, puesto que
llegaban al mundo marcados a fuego por la miseria o la
fortuna de su grupo comunitario y por consiguiente, era
imprescindible que el estado creara condiciones
favorables para los humildes para edificar un orden social
justo.
En el siglo XIX, varios países europeos recogieron en su
legislación esta segunda generación de derechos
humanos. Ya en este silo, le correspondió al México
revolucionario en 1917, incluimos nuevos derechos
dentro de su texto constitucional. Lo mismo sucedería
con la constitución soviética de 1918 y la de Weimar. De
esa forma quedó establecido que todos los demás
derechos del ciudadano, así como la garantía de su
eficacia se basan en una situación económica
determinada, en un estado especial de condiciones
materiales en relación, entre otras cosas, con la situación
social y cultural de las personas.
• El mundo de la segunda posguerra y los
instrumentos jurídicos
Arribados a este recodo de la historia, en pleno siglo XX,
comenzó a ser patente la necesidad de dar una
protección más efectiva a los derechos humanos. El
mundo recién estaba emergiendo de la Segunda Guerra
Mundial, cuyos horrores aún lo estremecían. Millones de
seres humanos tenían frescas las heridas de la barbarie
racista y belicista. Y sin embargo, aquellos dolores no
impidieron que se elevara una esperanza universal, la de
que las nuevas relaciones entre los pueblos y los estados
y de ellos entre sí, debían edificarse sobre la base de la
igualdad de todos ante la ley, el respeto a la libertad de
los individuos, la justicia social y la fraternidad entre las
personas y las naciones. Por otro lado, ya en ese
entonces era una realidad incontrastable que se había
producido una fractura profunda en la anterior unidad del
mundo capitalista; la sociedad burguesa coexistía con un
nuevo sistema, el socialista que también reconoce los
derechos humanos, con lo que demostraba que estos
podían arraigar en sociedades de muy diverso tipo. Estos
hechos condujeron a la conclusión de que ya los
estrechos límites nacionales de la ley constitucional no
bastaban para la protección de los derechos humanos,
máxime cuando la realidad de estos estaba
trascendiendo las fronteras nacionales y además que era
posible lograr un acuerdo sobre este punto entre diversas
naciones.
Fruto de esas inquietudes, es la aprobación en 1948 de
la Declaración Universal de los Derechos Humanos
realizada por las Naciones Unidas. Los derechos
humanos saltaron a una dimensión internacional del
derecho positivo, se comenzaron a dar pasos para que
estos derechos dejen de ser una promesa que el estado
hace a los ciudadanos, para convertirse en una
obligación contraída entre los diversos estados de la
comunidad internacional.
Otro paso adelante se dio en 1976 con la entrada en
vigor del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales. Ambos
instrumentos explicitan el compromiso de los estados
firmantes en dictar las disposiciones legislativas o de otro
carácter que fueren necesarias para hacer efectivos los
derechos allí reconocidos (que son los mismos de la
Declaración Universal/; se prevén las circunstancias
excepcionales en que estos se podrán limitar o
suspender; establecen aquellos derechos que no están
comprendidos por suspensión o ¡imitación alguna;
obligan al estado parte a informar inmediatamente la
suspensión de derechos y sus motivos. En los pactos los
derechos consagrados son descriptos con mayor
precisión, salvando así la pobreza con que los derechos
económicos, sociales y culturales eran incluidos en la
Declaración Universal (apenas 5 artículos en un total de
301. Los estados firmantes se comprometen a garantizar
que toda persona cuyos derechos hayan sido lesionados
pueda interponer un recurso efectivo, aún cuando la
lesión dependiera del estado. Finalmente los estados
partes se comprometen a enviar informes periódicos
acerca de la situación de los derechos allí consagrados y
se someten al dictamen de dos órganos -el Comité de
Derechos Humanos para los derechos civiles y políticos y
el Consejo Económico y Social para los derechos
económicos, sociales y culturales- con competencia para
tratar las reclamaciones que le dirijan los ciudadanos
pertenecientes a los estados firmantes.
En otro plano, se debe hacer notar que la división en dos
pactos para distintas categorías de derechos humanos
traduce las profundas divergencias filosóficas que al
respecto sustentan los dos bloques en que el mundo
quedó polarizado tras la Segunda Guerra Mundial. Las
Naciones Unidas al dividir salomónicamente en dos
pactos el mecanismo de ejecución de la Declaración
Universal, evitó pronunciarse acerca de cuáles de ellos
han de tener una implementación prioritaria.
Un dilema de ese estilo es inaceptable. Los derechos
humanos hay que entenderlos como un conjunto
indivisible, son aquellos factores de la existencia tanto
materiales como espirituales que permiten el desarrollo y
plena utilización de todas las facultades de la persona.
Debe haber, pues, un equilibrio. Es tan insostenible la
tesis que cree que un Estado de Derecho lo es todo
aunque coexista con la miseria y hasta obstaculice su
eliminación, como la concepción que subordina las
libertades cívicas a un plan económico, por más
equitativas que sean sus metas. El pan y el sufragio no
pueden ni oponerse ni condicionarse el uno al otro; tanto
la conquista como la defensa del bienestar y de la
democracia se han de emprender sin sacrificarse
mutuamente. Las Naciones Unidas, en su documento
A/2929, cap. II del 1 de julio de 1955, han declarado:
«Todos los derechos humanos deben ser
desarrollados y protegidos. En ausencia de los
derechos económicos, sociales y culturales, los
derechos civiles y políticos corren el peligro de
ser puramente nominales; en ausencia de los
derechos civiles y políticos, los derechos
económicos, sociales y culturales no podrían
ser garantizados por mucho tiempo»
• El proceso de descolonización y la tercera
generación de derechos
Esta nueva generación parte del reconocimiento del
pueblo como titular de unos derechos que trascienden al
individuo, aunque sin oponerse a los de él. Esta
concepción nació del fragor de la lucha por la
descolonización desencadenada después de la Segunda
Guerra Mundial. Las jóvenes naciones se toparon con
que la anhelada independencia política era apenas el
comienzo. Las potencias coloniales se habían resignado
a perder el control territorial directo de sus antiguas
posesiones pero habían tejido una apretada red con la
que seguirles expropiando sus recursos económicos y
someterlas a presiones políticas más sutiles. Se había
creado un sistema económico mundial dominado por un
puñado de naciones industriales enriquecidas a costa de
los países productores de materias primas. A esos
países, que erróneamente se denomina
<subdesarrollados> pero que más certeramente se debe
designar como países empobrecidos, se les drenan sus
fuerzas de múltiples formas. Despreciando sus
exportaciones, apropiándose indebidamente de sus
recursos naturales y culturales, envenenando su medio
ambiente, impidiéndoles autonominarse en el terreno
científico y técnico. Haciéndolos víctimas de la agresión
militar y del bloqueo económico. Propiciando regímenes
autoritarios en su interior que protejan los intereses de
las empresas transnacionales que hacen todas estas
cosas además de invertir en ellos y esquilmar el valor del
trabajo de su mano de obra. Los pueblos de las naciones
empobrecidas están expuestos al desprecio y/o la
negación de su identidad cultural. Muchas veces viven
las tensiones de las sociedades pluriétnicas, los vestigios
de regímenes racistas.
El clamor de los pueblos por el derecho a su existencia
libre, pacífica y en desarrollo, se viene gestando en
diversos encuentros como los del Movimiento de No
Alineados y en el seno de las organizaciones
intergubernamentales donde los países del Tercer
Mundo forman mayoría. Pero fue con la Declaración de
los Derechos de los Pueblos proclamada en Argel el 4
de julio de 1976 que esta nueva generación tomó cuerpo.
Sin embargo, esta tercera generación se halla en estado
embrionario, ni siquiera cuenta con instrumentos de
derecho internacional que le den regulación normativa ni
tampoco con órganos ante los cuales pueda reclamarse
su cumplimiento. Varios hechos pueden ilustrar cómo las
potencias hegemónicas burlan los derechos de los
pueblos, se podría señalar la actitud del gobierno de los
Estados Unidos oponiéndose a la sentencia del Tribunal
Internacional de justicia del 27 de junio de 1986 que le
ordenaba cesar de inmediato su apoyo a la guerrilla
antisandinista. En ese caso debió recurrir al veto en el
seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,
instrumento que los demás miembros permanentes
(Francia, China, Reino Unido y la URSS) también han
utilizado para desbaratar resoluciones de la Asamblea
General u organismos especializados, contrarias a sus
intereses. Otras veces, algunos países industrializados
recurren a desfinanciar a las organizaciones
intergubernamentales consideradas «molestas» como ha
sucedido con la UNESCO, la OEA y la ÓNU. Lo cual no
los priva de seguir con el despilfarro de la carrera
armamentista en aras de la seguridad>.
• ¿Un invento europeo?
Hemos dicho que los derechos humanos tal como hoy
los concebimos fueron un instrumento desarrollado por la
burguesía revolucionaria en su lucha contra el
absolutismo del estado, y que comienza a plasmarse con
toda claridad a partir del siglo XVII en Europa occidental.
No obstante es preciso hacer dos observaciones al juicio
anterior. La primera es que la propia Europa negó
sistemáticamente a sus colonias la vigencia de los
derechos que había proclamado. Para lograr su
emancipación los americanos, africanos y asiáticos
debieron luchar a brazo partido para lograr un derecho a
la autodeterminación que Europa no estaba dispuesta a
reconocer en sus colonias. En plena marea
revolucionaria, Francia se apresuró a aclarar por la
elocuencia de los hechos que la frase «todos los
hombres nacen y permanecen libres e iguales en
derechos» del artículo 1 de Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano, no se refería a los esclavos
de sus colonias. Thomas Paine en su libro «El sentido
común» (1776) demostró que los ingleses no tenían
argumentos para oponerse a que los revolucionarios
norteamericanos hicieran exactamente lo mismo que
ellos habían hecho un siglo atrás. Europa también posee
entonces, una historia de violencia y muchas veces de
invocación hipócrita de los derechos humanos. La otra
observación es que la idea de la dignidad humana no es
patrimonio de nadie en particular, ha nacido del grito de
rebelión de los explotados de la Tierra. Como dice el
filósofo africano Paulin Hountondji, que le reconoce a
Europa haber sabido conducir sobre este tema una
investigación sistemática bajo la forma de un debate
abierto y progresivo, «Europa no ha producido la cosa,
sino el discurso sobre la cosa. Por último, conviene hacer
un comentario acerca de las fuentes de los derechos
humanos en América latina. Generalmente, se afirma
que se originan en el pensamiento ilustrado francés, lo
cual con ser cierto no es suficiente. Se olvida la
contribución del pensamiento revolucionario
norteamericano y lo que es más importante, el aporte
cristiano ibérico. La filosofía escolástica medieval fue
aplicada a la resolución de los graves problemas éticos
que originaron la Conquista y la Colonización de
América. Baste citar entre otros, el pensamiento y la
acción protectora de Vitoria, las Casas, Vasco Quiroga,
Pedro Claver, las Misiones Jesuíticas, como ejemplo de • Organismos de la ONU encargados de los
lo que afirmamos. derechos humanos.

En consecuencia, los derechos humanos en su forma ONU

actual no pueden ser atribuidos a una sola época, Fundada en 1945
sociedad, clase o nación. Lo medular de ellos es el
resultado de la sedimentación de la evolución de toda la
especie en su conjunto. Asamblea General

EL SISTEMA INTERNACIONAL DE PROTECCIÓN DE

LOS DERECHOS HUMANOS ECOSOC Misiones Comités Secretaría
(54 países) de Invest.

los derechos humanos han dejado de ser un asunto

doméstico que concierne a cada nación para pasar a ser
una materia del Derecho Internacional. Es así que una Com. De la Comisión Agendas
serie de organismos intergubernamentales y redes de condición de de DDHH espec.
la mujer
organizaciones no gubernamentales (ÓNGs) se
encargan de estimular los derechos humanos y velar por
su respeto.
ACNUR OIT FAO OMS UNESCO
• Lo que las Naciones Unidas hacen por los
derechos humanos.
la Organización de Naciones Unidas (ÓNU) fue fundada
en 1945 y actualmente la integran la inmensa mayoría de
los estados del mundo. La protección y promoción de los
derechos humanos a escala mundial es el fin último de la
ÓNU, y desde ese punto de vista son contemplados sus
demás objetivos: paz y seguridad internacional,
establecimiento de relaciones amistosas entre las
naciones, cooperación internacional.
humanos en el continente. Además realiza estudios,
informes, compilaciones documentales que se reparten
entre instituciones oficiales, órganos educativos,
sindicatos etc. También hace ciclos de conferencias y
seminarios para desarrollar el interés por los derechos
humanos a nivel académico y profesional.
Varios ejemplos se pueden citar en concreto de la
efectiva labor de la CIDH. En 1980 la CIDH realizó una
«observación in loco en la Argentina que contribuyó a
frenar la oleada de desapariciones que efectuaba la
Junta Militar; ese mismo año, ayudó a solucionar el
problema de la ocupación de la embajada dominicana en
Bogotá y a la toma dé varios rehenes diplomáticos por
un grupo de insurgentes. En 1984 en nuestro país fue
asesinado por torturas el médico Vladimir Roslik, la CIDH
realizó una acción urgente que contribuyó a salvar la vida
de otros détenidos y a que el gobierno militar reconociera
el homicidio.
• La Corte Interamericana de Derechos Humanos. En
1978, al entrar en vigor el Pacto de San José, se creó la
Corte que es una institución judicial autónoma cuyo fin es
el de aplicar e interpretar dicho instrumento legal
interamericano. De ese modo la Corte estudia las
denuncias que le transmite la CIDH acerca de
violaciones al pacto y evacua consultas de los países de
la OEA. Hasta el momento sólo diez países de los veinte
firmantes del pacto han aceptado su jurisdicción.
En junio de 1988, la Corte emitió una sentencia histórica
responsabilizando al gobierno de Honduras por la
desaparición forzada de un ciudadano hondureño.
• El Instituto Interamericano de Derechos Humanos
(IIDH)
Estrechamente ligado a la Corte, este instituto fue
creado en 1980 por un convenio entre ésta y el gobierno
costarricense. Se trata de una institución académica
dedicada a la educación, investigación y promoción de
los derechos humanos. Anualmente realiza un curso
interdisciplinario dirigido a profesionales de todo el
continente, también se destacan sus actividades de
capacitación a público más amplio, su asesoramiento a
comisiones nacionales de derechos humanos, sus
publicaciones e investigaciones sobre Democratización,
Derecho Indígena, Refugiados.
• El papel de las ÓNG
Las organizaciones no gubernamentales (ÓNG) tienen
un rol fundamental en la defensa y promoción de los
derechos humanos puesto que esta tarea no puede
reposar exclusivamente en el estado. Aún cuando se
tratara de un estado donde impere el régimen
democrático, los miembros organizados de la comunidad
por la independencia que mantienen frente al estado y
por ser o estar vinculados a grupos de intereses, son los
que mantienen una mayor sensibilidad para detectar
omisiones, errores, lentitudes o desviaciones individuales
o sistemáticas, también son los que poseen mayor
libertad Dora denunciarlas. Las ongs de toda índole
(asociaciones religiosas, culturales, laborales, por edad,
etc.) pueden y deben colaborar señalando al estado las
injusticias que se cometen y proponiendo las vías de
reparación y de evitar su repetición. Los organismos de
las Naciones Unidas han reconocido este papel a las
ongs y especialmente en el ECOSOC donde se les
concede estatuto consultivo que les otorga el derecho a
enviar observadores a la s sesiones de los organismos y
a médica, la documentación, las publicaciones y el uso de
presentar declaraciones orales y escritas, así mismo las
ongs son consultadas sobre asuntos de su especialidad.
• Algunas ongs internacionales y concientización con líderes populares o con docentes.
latinoamericanas
Un ejemplo de labor decidida y efectiva en favor de los
derechos humanos por parte de una ong lo da Amnistía
Internacional (Al). Esta prestigiosa organización trabaja a
escala mundial para obtener la libertad de los presos de
conciencia, lograr un juicio justo para los demás
detenidos y oponiéndose a la s desapariciones forzadas
la tortura y la pena de muerte. La fuerza de Al está en su
obstinado trabajo de envío de cartas a las autoridades
responsables de las violaciones de los derechos
humanos y a la absoluta imparcialidad de sus
procederes, al punto que los miembros de Al de un país
sólo pueden desarrollar su labor en favor de los presos
de otra nación.
En nuestro continente, la mayoría de las ongs de
derechos humanos se crearon en la segunda mitad de la
década de los ochenta, en respuesta al surgimiento de
regímenes militares fuertemente represivos.
Enumeramos algunas de sus características, muchas de
ellas deben su origen a iglesias o grupos cristianos, la
mayoría son de pequeñas dimensiones y se apoyan
parcialmente en el trabajo de voluntarios. Otro rasgo es
la negativa a mantenerse exclusivamente en el terreno
de las denuncias, entre las otras actividades se destaca
el asesoramiento jurídico, la atención psicológica y
los medios de comunicación. Pero una actividad
recientemente privilegiada son las labores educativas,
casi todas ellas realizan tareas de capacitación y
Unas pocas de esas ongs constituyen redes conti-
nentales, son ellas la Federación latinoamericana de
Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos
(FEDEFAM), el Servicio Paz y justicia (SERPAJ), otras
actúan a una escala regional como la Comisión para la
Defensa de los Derechos Humanos en Centro América
(CODEHUCA), la Comisión Andina de Juristas. También
podemos mencionar el trabajo de ongs nacionales, como
es la ejemplar labor de la Vicaría de la Solidaridad en
Chile y de las mundialmente famosas Madres de la Plaza
de Mayo en Argentina.
EL SENTIDO DE LOS DERECHOS HUMANOS
• Una guía y una crítica constantes del orden vigente
los aspectos abordados hasta ahora dejan en claro que
los derechos humanos constituyen un «ideal común para
todos los pueblos y naciones, son su sistema universal
de valores. Siempre han sido propuestos como la guía
del orden jurídico, el faro que orienta las leyes de la
sociedad. Si bien hay doctrinas que sostienen que los
derechos humanos son anteriores e independientes del
estado, estos no alcanzan su verdadera realización sin el
reconocimiento y la protección del poder político. Es
preciso que las leyes incorporen los derechos humanos,
y que los ofendidos por una de sus transgresiones
puedan recurrir a los tribunales para que se les haga
justicia empleando el poder coactivo estatal.
En ocasiones pueden haber derechos humanos
reconocidos en instrumentos universales (como los
textos de la ÓNU) que no estén aún incorporados a la s
leyes de una nación, olas normas que los protegen son
deficientes. En ese sentido, los derechos humanos
ejercen una función crítica, juzgan al orden vigente,
estimulan la movilización de la opinión pública y dejan al
descubierto los factores que impiden su completa
realización.
• Los derechos humanos y el estado
Lo anterior nos (leva a considerar a los derechos
humanos como un conjunto de obligaciones positivas y
negativas del estado. Los derechos de la persona y de
los pueblos tienen como contrapartida los deberes
estatales. Como se ha visto, los derechos humanos
surgieron como un sistema de protección del individuo
frente al poder abusivo de las instituciones. No obstante,
la misma estructura que supone una amenaza mía los
derechos individuales es luego convocada a proteger
derechos socioeconómicos y culturales. Muchas veces,
una mala solución de esta paradoja deriva de una
parcialización de los derechos humanos, al reducirlos a
una sólo dimensión y sacrificar el resto, se le asigna
diferentes papeles al estado.
Desde una perspectiva ultraliberal, hay sociedades
donde los sectores económicamente dominantes aducen
el pisoteo de sus derechos individuales cada vez que el
estado ataca sus privilegios para mejorar la calidad de
vida de la mayoría. En otros regímenes -que pueden ser
tanto socialistas como capitalistas- el estado pretende
que la satisfacción paternalista de necesidades
materiales de la población ahogue sus reclamos de
libertad política. Pero el estado no debe ser ni enemigo,
ni prescindente respecto a los derechos humanos, un
estado democrático debe hacer un complejo equilibrio a
fin de garantizar un real acceso de todos los miembros
de la sociedad a condiciones de vida digna que implica
atender las tres generaciones de derechos humanos.
• No hay derechos sin deberes
En 1947, cuando aún la DUDH se estaba elaborando,
Mahatma Gandhi el caudillo de la independencia de la
India y apóstol de la no-violencia activa le dirigió una
carta a Julian Huxley, director general de la UNESCO,
donde afirmaba:
«Aprendí de mi madre, que aún sin haber
estudiado era muy sabia, que todos los
derechos dignos de merecerse son aquellos
ganados por el cumplimiento del deber. Así, el
mismo derecho a la vida no se nos da más que
cuando cumplimos con nuestro deber de
ciudadanos del mundo. Partiendo de este
 principio fundamental, se hace difícil definir los
derechos del Hombre de la Mujer y unir cada
derecho al correspondiente que es preciso
haber cumplido. Podría demostrarse que cual-
quier otro derecho que no cumpliera con esas
condiciones sería en realidad una usurpación
por la que casi no valdría la pena luchar.»
Estas palabras nos llevan a la noción de que los
derechos nunca son irrestrictos. La concepción hinduísta
en la que abreva Gandhi sostiene que se recoge lo que
se siembra. En consecuencia el derecho siempre se
gana y se merece, pero también puede ser desmerecido.
En ese sentido, quien pretende negar a los demás los
derechos que él o ella disfruta, se gana la suspensión de
sus derechos para limitar sus desbordes. Quiere decir
que todo miembro de una comunidad política no sólo
tiene el derecho de satisfacer sus propias necesidades
sino que debe complementarlo con el deber de asegurar
las mismas condiciones para los demás miembros. Si se
observa el artículo 29 de la DUDH (el núltimo) se
apreciará que se plantean las restricciones de r
derechos, condicionándolos a los deberes res ecto a los
demás: «Toda persona tiene deberes respecto a la
comunidad puesto que solo en ella puede desarrollar
libre y plenamente su personalidad».
• ¿Para que sirven las declaraciones si luego no se
cumplen?
La primera reacción que recogemos al hablar de los
derechos humanos es una mezcla de escepticismo e
ironía en nuestros interlocutores. Cada vez que se mide
el foso que separa las palabras y la realidad es inevitable
que surja el descrédito o que se alegue que muchas
veces estas declaraciones tan solemnes son una
coartada para proclamar algo que no se está dispuesto a
realizar. Ciertamente, muchos tienen ese propósito pero
otros sienten que los derechos humanos son un
instrumento formidable para construir un orden humano
de convivencia fraterna.
Ninguno de los documentos que hemos presentado inició
automáticamente una era de respeto irrestricto a la
dignidad humana. Los derechos humanos generan
utopías, los valores que postulan implican un nuevo
orden no del todo realizable en lo inmediato. Pero al
margen del grado de vigencia que tengan, hoy los
derechos humanos son una meta de la convivencia
humana que no puede ser borrada. Los gobiernos
despóticos y poderes tiránicos de antaño podían
parapetarse' en sus propias prerrogativas, alegaban no
tener que rendirle cuentas a nadie. Hoy deben recurrir a
toda suerte de justificaciones y ocultamientos ante sus
propios pueblos y la comunidad internacional. Hoy quien
quiere pertenecer a la comunidad internacional comprar y
vender, tener representantes diplomáticos, debe
atenerse al juicio moral -y a veces legal- del mundo.
Las leyes no cambian el mundo por arte de magia, pero
son una herramienta que posibilita su transformación.
Para empezar, la existencia de estos textos son los que
permiten denunciar su incumplimiento. Con la DUDH y
otros textos similares en la mano, los pueblos pueden
exigir justicia a sus gobiernos. Pongamos un ejemplo,
nuestro país que fuera puntal en la proclamación de los
derechos humanos a nivel nacional como en el sistema
interamericano y de Naciones Unidas, cayó después en
una dictadura que violó sistemáticamente lo que antes
había sido consagrado. El gobierno militar uruguayo fue
reiteradamente sentado en el banquillo de los acusados
en diversos foros internacionales; el enorme desprestigio,
aislamiento diplomático y presiones diplomáticas que
padeció fueron útiles en mejorar la situación de
muchísimos prisioneros y perseguidos políticos y
finalmente, importantes en el advenimiento de un
régimen democrático. Internamente, la DUDH se difundía
en aquellos años sombríos como un texto ciertamente
subversivo que sirvió para fundamentar, legitimar,
impulsar y esperanzar la lucha democrática de miles y
miles de uruguayos.

• ¡Pues, hagámoslas cumplir!

Muchos dicen y con razón: «las declaraciones de
derechos humanos no se cumplen y eso es grave, pero
más grave sería si éstas fueran incumplibles. Pensamos
que eso no es así, nuestra esperanza está cifrada en la
capacidad racional de la humanidad para construir un
mundo habitable pacíficamente por todos. Sin caer en
simples voluntarismos, creemos que la realización de esa
meta depende primordialmente del esfuerzo de la gente
sencilla en la defensa de sus propios derechos. La
energía depositada en este libro responde a la
convicción de que ayudar a que un pueblo conozca
cuáles son sus derechos contribuye a hacer que las
declaraciones de derechos humanos se cumplan.