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ENAMORADOS

UN ROMANCE Y UN BEBÉ CON EL HERMANO


MILLONARIO DE MI MEJOR AMIGA

L.A. PEPPER
ÍNDICE
Capítulo Uno: Desesperanzada
Capítulo Dos: Fascinado
Capítulo Tres: Secretos
Capítulo Cuatro: Encantados
Capítulo Cinco: Devastada
Capítulo Seis: Desesperado
Capítulo Siete: Apenas Funcional
Capítulo Ocho: Con Náuseas
Capítulo Nueve: Mareada
Capítulo Diez: Aturdido
Capítulo Once: Antojos
Capítulo Doce: Resplandeciente
Capítulo Trece: Delirante
Sobre L.A. Pepper
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Este libro es un trabajo de ficción, cualquier semejanza con personas, vivas o
muertas, o lugares o eventos, es pura coincidencia.
CAPÍTULO UNO: DESESPERANZADA

C uando fijé la última florecilla entre las guedejas de la


cabellera negra como tinta de Isabelle, mi corazón
creció al triple de su tamaño. —Eres la novia más
hermosa que he visto jamás. Tú y Lawrence son mi
inspiración, y jamás me enamoraré de nadie, a menos que
tenga un amor como el de ustedes dos.
Isabelle se volvió en su silla, mirándome con sus ojos grises
de tormenta. —Brooke Snow —me dijo—. ¡Estás mintiendo!
Dejé que se me escapara una exhalación frustrada, y recogí
el ramo de Isabelle. —Estoy haciéndote un cumplido en el día
de tu boda. No seas así, acéptalo. —Izzy se levantó, repasando
con sus manos el sencillo vestido blanco de seda que parecía
espumear en torno a su alta y esbelta figura. Estaba
despampanante con su altura de pasarela, parecía una diosa. —
¿Sabes por qué elegí que vistieras ese vestido de dama de
honor?
Miré el brillo plateado de mi vestido tipo corpiño, y su
caída en cascada hacia el suelo. Era muy bonito, pero
mostraba todas las curvas de mi cuerpo, y yo tenía
demasiadas. —¿Porque va con tu elección chic de esquemas
de color? —Le pasé a Izzy su plateado ramo chic.
—¡No! —Me replicó Izzy al arrebatármelo de entre las
manos. —Es porque te hace ver como luz de luna sobre el
océano… ¡y porque muestra tus fantásticos pechos! ¿Qué me
importan a mí las bodas? Ya sabes que odio las fiestas
formales. Quiero que mi hermano vea cómo te has puesto.
¡Perderá la cabeza!
No podía verlo de ese modo. Le di la espalda para tomar mi
propio ramo, compuesto de níveas flores de nube. La madre de
Isabelle tuvo un arranque por la elección ordinaria de su hija
en cuanto a las flores: la familia de Izzy nunca hacía ‘cosas
comunes’. Yo, como una común, lo sabía mejor que nadie. Yo
era la hija del cocinero de la familia. Pero, a los doce, Izzy
había reclamado su señoría sobre mí. Y lo que Izzy quería, lo
obtenía. Mi enamoramiento, dirigido hacia el hermano mayor
de Izzy, fue, entonces, el resultado de ser continuamente
arrastrada por ella como su dama de compañía. —¡Por favor,
no empieces de nuevo con eso! Era una chiquilla con un tonto
enamoramiento. No significa nada. Él ya no me interesa.
—Mientes —repitió ella—. Estás enamorada de mi
hermano desde los doce, y has estado guardándote para él.
¡Por eso todavía eres virgen!
Mis mejillas se encendieron. ¿Por qué no me permitía un
poco de dignidad?
—Es Ben. Siempre ha sido Ben, así que quiero que salgas
allí afuera y lo hagas enamorarse de ti. Quiero que seas mi
hermana de verdad.
—Creo que no es momento para tus confabulaciones
románticas. Hoy deberías enfocarte en lo mucho que amas a
Lawrence. —Fingí que me preocupaba por su cabello hasta
que ella me apartó las manos.
—He estado con Lawrence desde los dieciocho. La boda es
una mera formalidad para nosotros. Pero esta fiesta será mi
primera oportunidad verdadera, para juntarlos a ti y a Ben.
Se suponía que lloraría en este día por mi mejor amiga
casándose con el amor de su vida, no por la imposibilidad de
estar con el mío. —Él no piensa en mí de esa manera. Solo soy
la mejor amiga regordeta de su hermana.
—¡Ya no eres esa niña! Ahora eres la sirena encantadora
con ojos de verde mar y cabellera rubia hilada por la luna. ¡Y
tus pechos son para morirse!
—Estás obsesionada con mis pechos.
—Será porque yo nunca tuve. Ben se volverá loco cuando
los vea. —Sé que soy bonita, del modo inocente que hace que
los hombres se vuelvan medio idiotas. Soy suave, dulce, pero
eso no significa nada. Ninguno de esos hombres fue Ben. ¿Por
qué él querría estar conmigo?
He querido verlo, para así por fin ponerle un punto final a
esta historia larga de anhelo mío. —De todos modos, ¿qué
importancia tienen tus esfuerzos, Izzy? Él no estará en la boda.
—Ben canceló, por negocios. Así es la vida. Amo a Ben, y él
no sabe que yo existo.
—¿En serio pensaste que dejaría que Ben antepusiera los
negocios a mi boda? —Se veía muy satisfecha consigo misma.
—Hice que papá enviara el jet privado. Así que Ben te
escoltará al altar.
La vida abandonó mi cuerpo. El mundo se detuvo. Ben
estaba aquí. Izzy me sonrió, enlazó su brazo con el mío y
salimos al aire tropical que olía a flores. Me llené de
esperanza.
Quizás, si no lo pensaba demasiado, todo iría bien.
CAPÍTULO DOS: FASCINADO

D e todos los resorts que poseíamos, este no era mi


favorito. Era popular con un cierto tipo de clientes:
con las personas que odian mostrar su riqueza, y les
gusta aparentar que son tan especiales como el resto de los
demás mortales. Debíamos conseguir que todo en el resort se
mimetizara, que pareciera natural. Sí, que era un relajante
paraíso tropical… Pero estaba en medio del océano y la nada,
como un refugio contra la sociedad moderna. Yo lo encontraba
desquiciante. Estaríamos demasiado lejos de la civilización, y
yo tenía cosas qué hacer. Mi mano se contraía, ansiosa por
cerrarse en torno a mi teléfono móvil. Necesitaba llamar a
Nueva York antes de que mi trato se desplomara. Pero, como
era la boda de mi hermana pequeña, mi teléfono permaneció
en mi bolsillo.
—¡Benny, querido! —una voz familiar llamó mi atención.
Bette vino a mí para plantarme un besito minúsculo en los
labios. —Deja de pensar en los negocios, es la boda de tu
hermana.
—Me conoces demasiado bien. —Dije, mirándola de pies a
cabeza. Vestía con tela de chifón azul pálido, con un corte en
V que casi terminaba en la cintura. Su cabellera, del tono de
los chocolates, se veía rizada y suave. Las sandalias de tacón
con correas la hacían casi tan alta como yo. —¿Acecharás a
las damas hoy, querida? ¿Alguna prospecto?
Ella pellizcó mi muñeca. —No, querido. Se supone que
somos una pareja, ¿recuerdas?
Suspiré. —¿Es que no saldrás del clóset? ¿Qué no sabe tu
familia que estamos en el siglo veintiuno?
—Ni lo pienses. Y hasta que no muera mi abuela, no lo
haré. Así que sé mi compañero, por lo menos hasta que la
boda termine. Tú trabajas demasiado y parece horrible, así que
yo prefiero salvaguardar mi herencia.
—Tienes suerte de que te quiera.
—Oh, por favor. Te encanta la imagen de chico malo que te
da esta pantalla nuestra… La boda empieza, y tu madre ya
quiere que me siente junto a ella… Tus padres son peores que
los míos, están empeñados en que pongamos una fecha.
—Entonces se quedarán esperando toda la vida, porque eso
no sucederá. Anda, ve y diviértete.
Ella me besó las dos mejillas, y esbozó la sonrisa falsa que
usa siempre con mi familia. Puse también mi sonrisa falsa para
lidiar con la dama de honor que me tocaba escoltar. Al
volverme a saludarla, mi corazón se detuvo.
Sus ojos verdes de mar se rodeaban de pestañas negras, y
eran enmarcados por unos pómulos altos. Sus labios en rosa
pálido eran tan llenos, que sentí el impulso de besárselos en
cuanto ella se acercó a tomarme por el brazo. Olía a flores, al
mar, a calidez, y algo apetitoso que quería comerme.
—Hola. —No reconocí a mi voz en ese susurro.
Ella se lamió esos labios tan besables, y yo quise
presionarla contra mí. —Hola —dijo ella de vuelta, con
humor. Sentí que la conocía de toda la vida, pero no la había
visto antes jamás.
Tragué saliva en un intento de recomponerme. —No sabía
que mi hermana tuviera amigas tan hermosas.
Sus cejas finas se contrajeron en confusión, y me chistó.
¡Me chistó, como si fuera un niño! Quise reírme, pero ahora
ella me conducía por el pasillo hacia el altar. Se suponía que
sería yo quien guiara, pero la sangre ya no oxigenaba mi
cerebro. Mi hermana esperaba de pie bajo el dosel de flores
colocado contra el horizonte del océano. Se veía preciosa,
creo… La visión de la hermosura a mi lado me distraía. En el
altar nos detuvimos. No podía dejarla ir.
Ella me dio un empujoncito. —Ve a pararte junto a
Lawrence —dijo, soltándome para ir con mi hermana que me
sonreía. Así que me quedé mirando.
Sabía que una boda se celebraba frente a mí, sabía que
debería estar feliz por mi hermana. Pero era difícil, ella y
Lawrence eran prácticamente un viejo matrimonio. Lo que era
nuevo, era esta chica. La observé todo el tiempo mientras el
reverendo hablaba por un tiempo que me pareció eterno. Tal
vez no fue tan largo, pero así se sintió porque solo deseaba
volver a su lado.
Ahora que no la llevaba del brazo, veía más allá de sus ojos
verdes y sus besables labios. El vestido plateado dejaba ver su
figura de reloj de arena, y no podía creerme lo sexy que era.
Tenía las curvas en todos los sitios correctos. Era un misterio
para mí, que apenas notara su escote fantástico. Mi cuerpo
reaccionaba de una manera inapropiada para una boda… Por
lo que debía terminarse pronto, para poder acercármele otra
vez. Nada me importaba más.
Me pasé toda la fiesta intentando volver a su lado, pero, por
alguna razón, deberes y más deberes festivos continuaban
apartándome: fotos, tías, y encargos que Izzy me comandaba,
con un sospechoso destello en sus ojos. Mi madre quiso un
baile, después, Izzy, luego Bette, luego el resto de las
mujeres… Cuando quería bailar con ella, la chica, ya se
encontraba con otro, o no estaba por ningún lado. ¿Habría
acaso un complot en mi contra? ¿Alguien intentaba separarnos
a propósito? ¿Me evitaba ella? ¡Me estaba volviendo loco!
Cortaban la tarta y el cielo se tornaba púrpura cuando la
encontré por fin, sentada sola a una mesa. Bebía champaña
rosada mientras contemplaba el océano. Los músicos tocaban
una música suave, lenta, una canción antigua y romántica que
recordaba de mi infancia. El vocalista decía: —No puedo
evitar enamorarme de ti… —Me senté en la silla a su lado.
—Soy Benjamin Oldham —dije, usando el tono de voz
especial que hacía que las mujeres hicieran lo que les pedía.
Su risa, eran como campanillas de plata. —Todos saben
quién eres.
—¿Así que mi reputación me precede?
—Sabes que es así. Qué chico tan malo eres. —Dijo, dando
un sorbo a su copa. Se lamió una gota en sus labios y quise
seguir con mi lengua a la suya.
—¿Te gustan los chicos malos?
Ella ladeó la cabeza. —No me van mucho los chicos malos.
—Yo podría cambiar para ti.
Esta vez, ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una buena
carcajada. Debí sentirme insultado, pero en lugar de eso, solo
ansiaba morder el latido visible en la delicada columna de su
cuello. —Creo que tratas de seducirme. ¿Eso es un cambio
para ti?
—Lo que quieras, lo haré. Puedo hacerlo, sabes. Tengo la
fortuna entera de los Oldham a mi disposición. Dime tu
nombre.
—¿No me conoces? —preguntó ella, y la tristeza nubló sus
ojos. El mar se agitaba. No quería verla triste.
—Quiero conocerte. —Alargué mi mano para tomarle la
suya. Era pequeña, y se sentía fresca contra mis dedos.
—Ben… —Por un momento, creí que me diría los secretos
del universo y…
—¿Bola de Nieve?
Gruñí cuando Bette puso una silla justo en medio de mí y el
objeto de mi deseo… Ella soltó mi mano y se enderezó en su
silla. Sin duda intuía algo. Bette me pellizcó la mejilla, yo la
fulminé con la mirada. No la necesitaba ahora para recordarme
nuestro supuesto futuro compromiso. Hubiera o no ardides, yo
no debía coquetearle a nadie. ¡Pero yo quería conocer a esta
chica!
—Esta es mi amiga —dije, enfatizando la palabra ‘amiga’
para recordarle que la mataría si me arruinaba esto. —Bette
Durning. Bette, esta es… —Esperé a que se presentara, quizás
algo bueno saldría de la interrupción. Me enteraría de su
nombre, por ejemplo.
—Hola, Bette —dijo ella. Su voz perdía el toque cantarino,
se volvía monótona.
Los ojos de Bette la escanearon como si quisiera comérsela.
Su labial se notaba satinado, sus dientes afilados. Me hizo que
quisiera apartar a mi amiga, y envolver con la chaqueta de mi
esmóquin a la chica. Bette no debería de estarle coqueteando a
mi dama. —Por Dios, Bola de Nieve, ¡has madurado muy
bien!
—Espera. —El mundo se meció sobre su eje. —¿Qué?
—Oh, por Dios, Benny, ¿no has reconocido a Bola de
Nieve? Bueno, es que se ha convertido en una verdadera
belleza —Bette le dedicó la sonrisa especial que usaba con sus
chicas. Me hizo hervir. —¿Recuerdas a la rechoncha niñita que
te seguía a todos lados como un cachorrito perdido? Yo te
molestaba siempre, diciéndote que ella creía que eras su
príncipe encantador.
¡Brooke Snow! Bette era malísima con ella. La perseguía,
llamándola Bola de Nieve porque era tan redonda y blanca
como una. Su cabello rubio platinado seguía siendo el mismo,
pero los ojos verdes ya no se escondían tras unas gafas.
Cuando miré más de cerca, vi las pecas apenas visibles bajo el
maquillaje. En ese entonces, era solo una pequeña niña dulce y
adorable. Cuando los demás la molestaban, mirábamos
películas de Disney hasta que ella volvía a sonreír. Era la hija
del cocinero, la mejor amiga de Izzy… Su dama de honor.
—¿Brooke? —pregunté, pese al cortocircuito en mi
cerebro.
—Hola, Ben —dijo ella. Su sonrisa de infarto de momentos
previos, ya había desaparecido. Se mordía los labios. —Debo
irme —se quitó los zapatos, se levantó de su silla, y huyó
descalza de la fiesta.
Quise ir tras ella, pero Bette me detuvo por la muñeca.
Podía ser despiadada cuando quería. —Es Brooke—. dije, aún
aferrado a lo sucedido. A lo que significaba. Era Brooke, ¿qué
no lo entendía Bette?
—No puedes —me aclaró Bette. —Tu mamá está
preguntando de nuevo por nuestro compromiso.
—Te odio.
—No es cierto. —Ahora me miraba muy seria. —Ve por
una botella de champaña, y nos iremos de vuelta a mi
habitación.
—¿Es en serio?
—No. Bola de Nieve fue hacia la playa. Podrás encontrarte
con ella en las sombras.
Miré, y allí estaba, recargada contra una palmera, mirando
al océano.
—Nos vamos juntos, tú te desvías a la playa. No dejes que
nadie te vea. ¡Y no juegues con ella! Estaba muy enamorada
de ti. No rompas su corazón… No seas ese tipo que finges ser.
Las palabras no me salían. —No soy-Yo solo…
Bette negó con la cabeza. Me llevó por el codo mientras yo
seguía boqueando como un pez fuera del agua. Con una mano
robó una botella de champaña y con la otra me arrastró hacia
las cabañas. Ya en la penumbra, me empujó en dirección a la
playa, encerrándose en su habitación.
—¿Y la champaña? —pregunté.
—No es para ti, tonto, tú necesitas estar sobrio. Yo me
emborracharé y miraré televisión.
CAPÍTULO TRES: SECRETOS

E l cielo tropical se teñía de negro, las últimas hebras


escarlatas desapareciendo en el horizonte sobre el
océano tranquilo. Era el escenario más romántico del
mundo; elegantes cabañas, una casa club, atmósfera
bochornosa, y una amplia franja de arena y mar. Todo
pertenecía a los Oldham. El resort era suyo, una parte de su
imperio, pero yo no pertenecía aquí. Yo era Bola de Nieve, la
torpe y regordeta hija del cocinero. ¿En qué estaba pensando?
—¿Brooke?
El corazón se me hundió. O, tal vez, se rompió en pedazos.
Me sequé mis lágrimas estúpidas al salir Ben de la oscuridad.
Oh, se veía tan guapo con sus hombros anchos, más de lo que
solían ser… Se había quitado la corbata, y desabotonado el
botón superior de la camisa de su esmóquin. La piel de su
pecho se veía broncínea. La brisa ondeaba su negro cabello, y
quise recorrerlo con mis dedos. Nunca había querido hacérselo
a nadie. No entendía cómo es que era posible que lo amara
más que cuando era una niña, pero así era. Estaba siendo una
idiota, así que me levanté desde la arena en donde me había
dejado caer.
Él caminó hacia mí. —¿Por qué no me dijiste tu nombre?
Se había despojado ya de los calcetines y zapatos, y
enrollado las mangas. Sus dedos de los pies dibujaron sobre la
arena, y quise decírselo todo. Aún era el chico que me servía
limonadas. Podía confiar en él. —Me gustaba la forma en la
que me mirabas.
—No he podido quitarte los ojos de encima en toda la
noche. —Ben colocó su mano en el tronco donde me recargara
momentos antes, cercándome entre su cuerpo y la palmera. —
Aún te veo de esa manera, Brooke. —El modo en el que
pronunció mi nombre me hizo estremecer. Al notarlo, sonrió,
alzando su mano libre para juguetear con un mechón de mi
cabello que se salió del peinado a lo alto de la cabeza.
—Tienes una reputación qué mantener, Ben. Y yo no soy
más que Bola de Nieve.
Él enderezó la espalda y abandonó la farsa del seductor. —
Nunca pensé en ti de ese modo. Siempre me agradaste.
—Nunca trataste de seducir a Bola de Nieve.
—Deja de llamarte así. Ese era el problema de ellos, no el
tuyo. No deberías dejar que la opinión de los otros influya en
tu propia opinión sobre ti misma.
Me encogí, porque, por dentro, seguía siendo la misma. Si
ahora era hermosa y mayor, eso no cambiaba mi esencia
interior de… —Tal vez es quien soy.
—Eres Brooke. Y me gustas. Eres divertida, inteligente, y
la cosa más dulce. Amo tu corazón, nunca herirías ni a una
mosca. Y maduraste muy bien… Eres hermosa, Brooke.
—Quisiste seducirme cuando era solo otra chica linda, Ben.
No finjas que fue porque me conocías. Estoy al tanto de tu
reputación.
De pronto, me encontré presionada al tronco junto a su
cuerpo. Me gustó el calor de su cuerpo contra el mío. —Yo
nunca permito que la opinión de los otros influya en mí.
—¿Entonces quién eres? —No dejaría que estos
sentimientos en mi estómago tomaran el control, así que alcé
la barbilla y entrecerré los ojos. —Porque el Ben que yo
conocí, no estaría coqueteando con otras mientras está con
Bette.
Él suspiró con fuerza, acariciándome con su aliento la
frente; cerré los ojos. Con el más delicado toque de sus dedos,
barrió mi frente. Después, los deslizó hasta el costado de mi
cara. Esto me derritió antes de que me diera cuenta.
—No es así, Brooke.
Abrí los ojos, y él me miraba directamente. Con sus ojos
grises de nubes tormentosas. Había una luz en ellos… Seguro
reflejaban a la luna.
—Todos dicen que es así
Él sacudió la cabeza. —Bette es… —sus cejas se
fruncieron. ¡Yo conocía ese gesto! Era el mismo que ponía
cuando me contaba el secreto más grande, pero de modo
parcial, porque no estaba diciéndome toda la verdad. Lo hacía
cuando quería protegerme. —Tenemos un acuerdo, eso es
todo.
Asentí, apartándolo por el pecho con las manos. —Yo no
soy así, Ben.
En lugar de dejarme ir, enroscó un brazo para atraerme
hacia su amplio pecho. —Espera, Brooke. Espera, por favor.
No quiero dejarte ir. No he sido capaz de pensar en nada más
desde que te vi. Por favor.
—Estás con Bette, Ben.
—No estamos juntos, te lo prometo. Es solo que no me
corresponde a mí desvelar el secreto.
Quería llorar. Cuando era una niña, era una doña nadie en la
nueva ciudad. Los niños en la escuela eran el infierno, y él
siempre me dejó llorar sobre su hombro. Y prometía que jamás
contaría mis secretos, pues no le correspondía a él su
revelación. Este era mi Ben, aún era mi Ben, aunque me
guardara secretos y tuviera fama de casanova. Era él, detrás de
la barba de tres días en su fuerte mandíbula. Estaba tan alto,
sus hombros tan anchos…
Secó mis lágrimas. —No llores, cariño, no quiero que
llores.
No le contesté. Puse mi mano alrededor del cuello de Ben,
y atraje sus labios hacia los míos. Su pecho se infló contra mis
senos, presionándome al tronco de la palmera. Enterró los
dedos en mi cabello, devorándome la boca con la suya. No
había bebido mucha champaña, pero me sentí embriagada de
él. De Ben. Su mano izquierda acunó mi cabeza, y con la
derecha me aprisionó. Ya no estaba segura de dónde
comenzaba yo, y dónde terminaba él.
Sus labios dejaron los míos, y viajaron a mi oreja. —
Brooke, cariño… —susurró con voz temblorosa.
—Llévame a tu habitación, Ben. Por favor. —
Intercambiamos una mirada cargada de intención. Esa mirada.
No podría privarme de esto. De tenerlo a él. Quizás fuera por
solo esta noche, pero mi corazón siempre había sido suyo. —
Tómame.
Él retrocedió, estudiándome intenso con ojos serios.
Después, tomó mi mano y me guió por el camino silencioso,
sombreado de palmeras.
CAPÍTULO CUATRO: ENCANTADOS

E lla era un rayo de luz de luna en la oscuridad. Los


sonidos de la fiesta moribunda iban acallándose a la
distancia conforme la guiaba por el camino. Después
de dejarla pasar a mi cabaña, la presioné contra la puerta,
besándola con unas ansias que jamás sintiera antes. Necesitaba
tocarla, estar cerca. Ella se colgó de mí, presionando su suave
cuerpo contra el mío, gimiendo contra mis labios, haciendo
que algo primitivo surgiera desde mi interior. Quité los
pasadores de su cabello para que cayera sobre sus blancos y
suaves hombros. Su fragancia, era la de los capullos de
naranja, y la lluvia del verano. —Brooke. —Su nombre era
ligero como nube en mi lengua. Ladeé su cabeza para probar
por fin su cuello. Dulce. Muy dulce. Yo quería más. Dirigí mis
dedos, desde la columna de su cuello, hasta el cierre de su
vestido. Ella jadeó; de estar al costado de mi garganta, sus
manos pasaron a mi pecho para apartarme.
—Espera —me pidió.
—Te prometo que no estoy con Bet—
—No es eso —murmuró, una leve sacudida en su entrecejo.
—Ben, oh, Ben… —Dejó caer la cabeza, escondiendo sus ojos
de mí. No me gustaba que lo hiciera. Puse un dedo bajo su
barbilla, e hice que me mirara. Me atravesó el alma con sus
enormes ojos de un verde plateado, cercados por las pestañas
oscuras.
—Dime —Incapaz de hablar más alto, yo susurraba.
—Ben, yo nunca he… —Era como si viera directo a su
alma, y Brooke pudiera hacer lo mismo conmigo. Me sentí
incompleto.
Ella titubeó. Mi corazón latía a mil por hora. Esto era
diferente a todo lo que alguna vez experimenté. —Yo tampoco
me había sentido así nunca. —Acuné la suave piel de su
mejilla.
El fastidio cruzó sus facciones, las cejas fruncidas cuando
negó con determinación. —No es eso. —No parecía tan
absorta por el momento como yo. Ella aún pensaba, cuando yo
ya no podía detenerme a hacerlo ni un poco. Tragué saliva y
retrocedí, quizás necesitaba un poco de espacio…
—¿Quieres beber algo?
Ella dejó escapar un suspiro frustrado—. Está bien
Me volví, tratando de mantenerme bajo control. Yo siempre
mantenía el control, ya fuera presidiendo en la sala de juntas, o
en el dormitorio. Pero, no me sentía así ahora. El trago de
bourbon que acaba de servirme lo desaparecí de inmediato, así
que me serví otro. Luego, me hice con un vaso nuevo para
servirle uno a ella..
Me quité la chaqueta, depositándola en una silla, antes de
tomar los vasos para dirigirme a la cama. Me senté, pasándole
su vaso. —Ven aquí —pedí. —Dime qué sucede, puedes
confiar en mí.
Ella se lamió los labios, el deseo me recorrió. Maldita sea.
Dudó por unos momentos, pensé que estaría asustada, y luego
vino a sentarse junto a mí, su muslo rozando el mío. Su
fragancia propia era intoxicante. Tomó su vaso de bourbon y
yo dejé que mi mano libre vagara por su muslo, por debajo del
dobladillo de la falda, deleitándome en la ligereza de la tela.
Ella parpadeó, sorprendida, y se tomó de un trago el
contenido de su vaso. Comenzó a toser, así que le quité el vaso
vacío para dejarlo en la mesilla junto al mío. —¿Estás bien?
—Fenomenal —respondió ella, y no pude evitar reírme.
Divertida, ella era divertida. Me incliné, y sus labios de nuevo
se amoldaron a los míos. Yo no tenía el control. Pronto
estábamos tendiéndonos sobre la cama y mi mano paseaba
hacia arriba de su muslo. Debía tocarla más, aún más. Mi
lengua se movía ahora por su clavícula, ansiosa de probar su
exquisito escote.
Su respiración se notaba pesada, profunda, y no estuve
seguro de escucharla bien cuando dijo. —Nunca antes he
hecho esto.
Me aparté un poco para mirarla. —¿Qué?
—Bueno, o sea, sí me he besado con tipos —dijo,
poniéndome los ojos en blanco. ¿Cómo podía decirme eso tan
normal, cuando yo me sentía tan desbordado por ella? Colé
una mano dentro de su vestido, encontré un pezón erecto y lo
acaricié entre mis dedos. Brooke se quedó congelada en su
jadeo.
Por fin entendí lo quería que comprendiera. —¿Nunca has
hecho qué, exactamente?
Ella sacudió la cabeza. —No importa —respondió
arqueándose contra mi palma. —Haz eso de nuevo.
Conque ella nunca había hecho ESTO. Saqué la mano de su
vestido, sentándome. —¿Eres virgen, Brooke?
—Ben —me dijo. —No es la gran cosa. —Ella misma
alcanzó su espalda y se abrió el vestido, quitándoselo hasta
que quedó en nada más que sostén sin correas, y las bragas. Su
piel sedosa y blanca quedaba a mi alcance. Me moría por
tocarla, por tenerla… Mi corazón se aceleraba, mi mente se
arremolinaba.
La tomé por los hombros, temeroso de tocarla en otro sitio.
Hice que se acostara con la espalda sobre la cama, para que
dejara de desnudarse. Fue una idea torpe, porque tornó sus
caderas debajo de mí, haciéndome gruñir por el contacto. Así
que detuve con una sola mano sus caderas, para que dejara de
moverlas. —Eres virgen.
—Ya no quiero serlo. —Sus manos pequeñas se movieron
hacia mi torso. Antes de darme cuenta, me estaba quitando la
camisa. Apresé sus muñecas sobre la cama, para que parara.
Yo necesitaba entender lo que sucedía.
—¿Cómo es posible? ¿Es que los hombres a tu alrededor
están ciegos? Deberías de habértelos estado quitando de
encima todo el tiempo, porque eres lo más hermoso que he
visto nunca.
Eso hizo que dejara de intentar volverme loco con sus
caderas. Parpadeó, para después reírse. —No tienes por qué
decirme eso. Ya me tienes aquí, no necesito tus halagos de
mujeriego consumado.
—¿Bromeas? —No la entendía. —Me has hechizado,
Brooke, apenas si respiro cuando te veo, y no logro entender
cómo es que ningún hombre te ha deseado como yo lo hago.
Ella se encogió de hombros. —Claro que lo hicieron,
supongo. Pero ninguno de ellos era… —Se interrumpió,
horrorizada como si la hubiese sorprendido haciendo algo
vergonzoso. Tragó saliva, el miedo acumulándose en sus ojos.
—Quiero decir, que no estaba interesada en ellos.
Había estado a punto de decirme que ninguno de ellos era
yo. ‘Ella estaba muy enamorada de ti’, me había dicho Bette.
Fue mi turno de sorprenderme.
—¿Te has…? —Tenía que saberlo—. ¿Has estado
guardándote para mí?
Ella me frunció el entrecejo. —No a propósito.
—No ah… ¿Me has esperado a mí?
—Cuando tenía catorce, y los chicos me molestaba por ser
gorda, pálida como un pez, por ser yo… Me dijiste que yo
merecía a alguien que se preocupara por mí, tanto como lo
hacías tú. Y, pues, sólo… Nadie lo ha hecho.
Me sentí furioso al saber que nadie la había amado. Brooke
merecía que la amaran. Me senté para calmarme, pero Brooke
envolvió mi muñeca con su mano. —No te vayas. Quiero estar
contigo. Siempre lo he deseado.
De pronto, supe por qué besar a Brooke se sentía tan
diferente a besar a otras mujeres. Ninguna de ellas me amaba
por mí mismo. Amaban mi apariencia, mi dinero, mi
reputación, o el modo en que las hacía gemir de placer. Pero
ninguna me amaba.
Brooke me amaba. Siempre lo había hecho. Y no se trataba
de cómo se sentía ella respecto a mí, sino también a cómo me
sentía yo sobre ella. Era preciada. Me llenaba de luz. No solo
eran sus ojos, su piel o su belleza. Algo en ella me hablaba. Y
eso, me aterrorizaba.
—Por favor —susurró, colocando su palma en el sitio
exacto de mi corazón, que pareció latir por primera vez bajo su
contacto. —Hazme el amor.
Me rendí. A ella le daría el mundo entero. Era suyo, para
que hiciera conmigo lo que quisiera. Sus ojos verdes eran tan
profundos como el océano, e igual de peligrosos. Me ahogaba
en ellos.
Esta vez, cuando la tendí sobre la cama para cubrir sus
labios con los míos, el mundo entero desapareció. Estaba
solamente su piel, sus jadeos, su fragancia llenándome los
pulmones, hasta que por fin me sentí vivo. —Sí —murmuré
contra su piel, deslizándome hacia abajo. Mis manos, mi boca,
iban a todos lados. Ella gimió mi nombre, y sonó como nunca
antes, como si perteneciera a su boca, como si me forjara.
Cuando su éxtasis la hizo sollozar, se aferró a mí. Sus brazos
eran mi refugio. Me deslicé dentro de ella, muy lento,
cuidadoso, paciente mientras ella se paralizaba en reacción; la
derretí con mis besos, mis dedos, hasta que se disparó contra
mí, sus piernas envolviéndome para que entrara aún más,
rogándome, suplicándome temblorosa.
—Por favor, por favor —me encontré gimiendo, mi cabeza
en el hueco entre su cuello y hombro. —Por favor —le
supliqué, hasta que ella alzó mi cabeza y me hizo besarla. La
besé como si nunca fuera a dejarla ir; el placer llenaba mi
cabeza con estrellas.
Brooke lo era todo. Le daría el amor que necesitaba, porque
ya era suyo. Ya no tenía miedo. Nada nunca volvería a ser lo
mismo.
CAPÍTULO CINCO: DEVASTADA

C uando desperté, el manto de la noche lo cubría todo.


No existía confusión alguna dentro de mí. Estaba
consciente de lo sucedido. Mi cuerpo aún seguía
fascinado con todo lo que Ben me había hecho. Mi corazón
seguía expandido de felicidad.
En la penumbra nocturna, lo miré. Quería tocarlo, pero era
tan hermoso así, desnudo bajo la ligera sábana, su pecho
broncíneo reluciendo bajo la luz de la luna… Su respiración
era profunda, su rostro permanecía relajado. Dejé que mis ojos
vagaran por los arcos de sus cejas, por sus pómulos, la curva
de sus labios. Si lo tocaba, se despertaría, y me miraría de la
misma forma en que lo había hecho al hacerme el amor. Como
si significara tanto para él, como él lo hacía para mí.
No podía soportarlo.
Mientras dormía, lucía como el joven Ben que yo conocía.
Al despertarse, volvería a ser el chico malo, el Casanova, el
hombre que ganaba todos los tratos, y conseguía todo lo que
deseaba. No quería enfrentarme a aquel hombre, y darme
cuenta por fin de que él no me quería a su lado. Todo esto, no
fue más que la influencia del romance de la boda, del aire
tropical, la sorpresa de ver a alguien con quien no esperaba
encontrarse.
No quería estar ahí cuando me mirara, cuando se diera
cuenta de lo que habíamos hecho. Me negué a sentirme triste
al respecto. Yo era responsable de mis propias acciones. Sabía
que Ben me guardaba secretos, que era un mujeriego, y que
algo sucedía entre Bette y él. Fue mi decisión entregarme a
Ben, sabiendo que él no sería capaz de entregarse a mí de
vuelta. Fui una virgen, pero ello no me volvía tonta, o ingenua.
Tomé mis ropas del suelo, en donde las dejara, para
vestirme. Me escurriría hacia fuera de la habitación, en
silencio.
El pequeño laberinto entre las cabañas privadas me dejó
confundida. No conocía el camino a mi habitación, entonces
regresé al sitio de la boda. Así, supuse, podría encontrar el
camino de vuelta.
—Eres una chica más lista de lo que me atreví a reconocer
jamás. —Una voz, profunda y fría, me hizo saltar del susto.
—¡Sr. Oldham! —El hombre mayor se parecía muchísimo
a Ben, pero su forma de verme era helada, cruel. Retrocedí un
paso. —No lo vi, señor.
—No esperaba que lo hicieras. Estabas demasiado
enfrascada en tu plan para atrapar a mi hijo, que no notaste que
te vigilé toda la noche. Vi tus maniobras, tus jueguecitos al
hacerte la difícil. La manera en la que lo hiciste perseguirte.
Fue excelente. Nunca pensé que la hija simplona del cocinero
sería capaz de idear algo como esto.
Empezaba a tener mucho frío. —No fue así, señor, yo no—
—¡Por supuesto que no! —me interrumpió al levantarse de
la silla, en la que había estado plácidamente recargado, para
plantárseme enfrente. —Mi hijo está comprometido con Bette
Durning. Está escrito desde que nacieron. Los Durning y los
Oldham, juntos, crearán el imperio más grande y fuerte que se
haya visto. Y una pequeña puta interesada no lo cambiará.
Quería hablar, pero solo pude quedarme ahí parada,
boquiabierta. No sabía qué era peor: si la confirmación de la
mentira de Ben respecto a su compromiso con Bette, o que su
padre pensara que era una zorra que lo buscaba por su dinero.
Mi corazón, partiéndose en dos, revoloteó en mi pecho.
—No seas estúpida, niña —dijo con una mueca desdeñosa.
—Yo… —Le devolví la mirada. Era tan alto como Ben,
pero más corpulento. Me horrorizaba. El Sr. Oldham era la
personificación de todos mis temores respecto a lo que Ben
pudiera pensar de mí. Los ojos se me llenaron de lágrimas.
Quería defenderme, decirle que amaba a su hijo, que siempre
lo había hecho, y que incluso lo había esperado por todos estos
años, mi vida entera. Sin embargo, las palabras no me salían.
Creo que, aunque salieran, al señor Oldham no le importarían
en lo más mínimo.
—Ahora es el turno de las lágrimas —continuó con tono
helado. Sacó un cheque. —¿Te crees inocente? Pensé que eras
más inteligente. Esto debería bastar. Mi chófer te encontrará
frente a tu cabaña para llevarte a mi jet privado. Dejarás el
resort antes de que Benjamin despierte, ¿entendido?
Parpadeé. —Pero Izzy…
—Se acabó el juego, señorita Snow. Jugaste bien. Tu
estrategia duró años, e involucró a mis dos hijos. Pero perdiste.
Adiós. —Cruzó los brazos, mirándome con los mismos ojos
grises que Izzy y Ben poseían. No soporté que me miraran con
tanto desprecio. Con un sollozo abriéndose paso desde mi
garganta, me di la vuelta y corrí.
Me mordí la lengua todo el camino hasta mi habitación. El
chófer esperaba en la puerta con expresión neutra. Arrojé mis
cosas de vuelta a la maleta, solo deteniéndome a tomar una
abrasadora ducha para lavarme toda la suciedad del cuerpo. En
especial, la suciedad de los Oldham. Me negué a llorar.
Entré al auto sin dirigirme ni una vez al conductor. Me
llevó al avión privado. Nunca estuve en uno antes, pero no lo
disfruté. La azafata me trajo un vaso de vodka; tuve
intenciones de ponerme ebria. Pero no lo hice.
Miré por la ventana hasta que las estrellas se ocultaron,
dando paso a la luz del día. Me quedé dormida de puro
agotamiento, no desperté sino hasta que tocamos tierra en la
ciudad de Nueva York, y la azafata me sacudió para que
despertara.
Tampoco lloré en la limusina que ya me esperaba. No lo
hice cuando bajé, el sol quemándome la dolorida cabeza,
frente a mi apartamento en Brooklyn. No me quebré cuando
subí pisando fuerte por cuatro pisos de escaleras, y abrí la
cerradura de la puerta de acero; Diego, sentado en nuestro sofá
hundido, devoraba un cuenco de cereal.
Me miró, sorprendido, y dejó el bol. —¿Qué sucede? Pensé
que no regresarías en dos días. ¿Viste al amor de tu vida, como
esperabas?
Fue allí cuando me derrumbé. Solté mi maleta y comencé a
llorar a gritos.
Diego se acercó para envolverme entre sus brazos, como el
amigo verdadero que era. —¿Qué te hizo?
Abrí la boca para contárselo todo; de pronto, tuve unas
ganas intensas, violentas, de volver el estómago. Me
desembaracé de sus brazos para correr a la taza y… Vomité.
Diego vino detrás de mí. —Si algún día conozco a ese
cretino, le daré un puñetazo en la cara.
Y entonces no supe si estaba enferma, llorando, o riendo.
CAPÍTULO SEIS: DESESPERADO

E l restaurante era moderno, de un alto nivel de diseño.


La comida, gourmet y vanguardista. Creé notas para
ultimar los detalles del menú del restaurante de la
hermana del chef, que se exhibiría en el lobby de mi nuevo
hotel. Estábamos cerca de la gran apertura. Mientras que la
mayoría de las elecciones eran fantásticas, había otras bastante
cuestionables. Escribí un cáustico email y lo envié. Quizás el
chef se reiría. También, el aperitivo de sashimi necesitaba una
mejora lo más pronto posible…
—¿Alguna vez dejas de trabajar? —Bette, arrastrando las
palabras, se inclinaba sobre mi hombro. Estaba borracha, nada
raro en ella. Y estaba vestida como para cazar chicas, lo que
tampoco era inusual. A veces, ella representaba mucho mejor a
mi propia reputación.
—No.
—¿Ya notaste a la chica comiéndote con los ojos, en el bar?
Alcé la cabeza. Asiática. Su cabello negro liso y brillante
caía como un río. Unas piernas imposiblemente largas. Apenas
si la cubría el vestido, como a Bette. —Deberías lanzarte tú.
—Ella no me ve a mí, querido, te ve a ti. Ya pasaron seis
semanas. ¿Te has acostado con alguien desde la boda?
—Estoy trabajando, Bette.
Ella tomó un sorbo de su martini. —Me equivoqué al
advertirte sobre no romperle el corazón a Bola de Nieve. Ella
rompió el tuyo.
Un par de luminiscentes ojos verdes cruzaron por mi mente.
El sabor de su cremosa piel…
—Eres un pobre niño enfermo de amor. —Se reía de mí,
echándome su aliento caliente y molesto en la oreja. La aparté.
—Yo no tengo corazón. —Le arrebaté el martini,
bebiéndomelo de un solo trago. Bette bebía demasiado.
Además, estaba equivocada. Miré de nuevo a la chica asiática
en el bar. Quizás solo debería…
Mi corazón se detuvo.
Una mujer de platinado cabello rubio, recogido en una cola
de caballo, charlaba casualmente con el barman. No estaba
vestida para nada como la chica asiática, solo llevaba jeans y
una camiseta. Eso sí, poseía una nívea piel sedosa, y una
figura de reloj de arena. Se volvió para recargarse contra el
mostrador del bar, y yo ya estaba allí para antes de que me
viera venir
—¡Ben! —exclamó, sorprendida.
¿Cómo podía ser todavía más hermosa? Era increíble con
su cola de caballo, unas gafas de montura de alambre, y
ninguna mota de maquillaje que ocultara sus pecas. Parecían
constelaciones. No pude hacer más que mirarla como un bobo.
Lucía aún mejor que la última vez que la viera; aunque había
llegado a pensar que mis recuerdos exageraban sus encantos,
era adicto a ellos. La ansiaba.
—¿Qué haces aquí? —Me aclaré la garganta ante mi tono
llano. No supe por qué me había salido así, o dónde demonios
se encontraban mis encantos. Ya no estaban.
Ella resopló. Qué linda. —Trabajo aquí.
—¿Qué?
La notaba incómoda, rígida. —¿En la cocina?
—¿Eres chef? —¿Por qué no sabía eso? Pero, luego,
recordé que esa noche no hablamos, no como debimos. Quise
besarla.
Ella alzó la barbilla. —Sous chef. Acabo de terminar la
escuela culinaria. Tuve suerte de acabarla, justo en estas
vacaciones. —
Yo le daría todas las vacaciones que quisiera. Le daría su
propio restaurante. Haría cualquier cosa por ella. Me acerqué
más. —Me encantaría que nos pongamos al día, quiero saber
cómo has estado.
Sus ojos se desviaron a un lado, a mi mesa. Asintió con
torpeza. —Estoy bien. ¿Cómo está Bette?
Al mirar, noté a Bette robándole su bebida a alguien más
puesto que yo me había tomado la suya. Apreté la quijada. —
Está bien. No sabía que estabas en Nueva York. —Quería
saberlo todo sobre Brooke.
Un esbelto hombre latino caminó hacia ella, hasta detenerse
detrás suyo. ¡Casi estaba presionándose contra ella! Sentí la
necesidad de gruñirle a él, de apartarla a ella. ¿Por qué ese
estaba tocándola? El tipo exhibía una sonrisa en la cara, pero
sus ojos se veían algo tirantes. —¿Te está molestando este
tipo, Brookie? —Él tenía los dientes muy blancos, pude verle
las puntas de los caninos. Le devolví la sonrisa, pese a que
quería desgarrarle allí mismo la garganta.
—Diego —dijo Brooke, poniéndole una mano en el
hombro sin volverse a él, pues seguía con los ojos fijos en mí;
así como los querría siempre, pues la deseaba solo para mí.
Necesitaba soltar, de una buena vez, a ese tipo. —Este es
Benjamin Oldham. —Mi presentación le salió entrecortada.
Sin duda alguna, Diego sabía quién era yo. De inmediato
rodeó la cintura de Brooke con un brazo, atrayéndola hacia sí
de una manera muy posesiva, y apretó la mandíbula como si
quisiera golpearme. Oh, sí, me conocía. Yo también quería
golpearlo a él. No soportaba que la tocara. Brooke era mía.
Devolví mi mirada a Bette. Se sentaba ya, y miraba ahora la
escena. Reconocía a Brooke.
Fui un tonto, un niño enamorado. Tragué saliva y extendí la
palma. —Un gusto conocerte, Diego.
—Igualmente —murmuró sin mucha sinceridad. —¿Estás
lista para irte a casa, nena? —Nena. No podía creerlo.
¡Acababa de llamarla nena!
Por fin Brooke se tornó a mirarlo, y se comunicaron en
silencio. Odié a Diego con cada fibra de mi ser. Él arqueó una
ceja. Sus labios se apretaron de manera apenas perceptible. No
me hubiera dado cuenta de eso, de no ser porque los estudiaba
con atención. —Te veré afuera, Diego.
Él suspiró, sacudiendo la cabeza. Pero la besó en la mejilla,
y me fulminó de nuevo con la mirada antes de irse. Lo entendí.
Marcaba su territorio. Lo odié más, porque era mi territorio el
que marcaba.
Miré de nuevo a Bette. Sacudía su cabeza, decepcionada.
Cerré los ojos, intentando controlarme para no jalar a Brooke
hacia mí para besarla y hacerla mía.
Mi encanto seguía ausente. Pero es que era Brooke. La
conocía, y ella era… especial. No estaba a mi lado cuando
desperté aquella mañana, y me sentía vacío desde entonces.
No quería perderla de nuevo, incluso si se iba a casa con —el
nombre me pesaba— Diego. Aún quería cualquier cosa que
pudiera obtener de ella. —Oye, entonces —continué
torpemente—. es genial verte. No quería perderte de nuevo.
—Ben —comenzó ella, decepcionada, echando una ojeada
a Bette que atestiguaba todo en primera fila.
Suspiré. No estaba bien. La quería, de cualquier modo que
pudiera obtenerla. Y si este era el único camino, bien. Así
sería. —Como amigos, Brooke. Lo creas o no, soy nuevo en la
ciudad y trabajo todo el tiempo. No tengo muchos amigos.
Ella, dudosa, volvió a mirar a Bette, sentada a la mesa con
el grupo. —Esos no son mis amigos, Brooke. Son conocidos, a
lo sumo. Aduladores. Les agrada Benjamin Oldham, el
hotelero. No Ben. ¿Sabes cuándo fue la última vez que me
senté en un sillón a ver el Rey León, comiendo helado directo
del envase?
Ella rió alto y claro, como campanillas. Recordaba quiénes
fuimos el uno para el otro. Mi Brooke. Se mordió el labio y me
otorgó esta vez su sonrisa verdadera. —Dame tu teléfono —
me dijo. —Te escribiré mi número. Así podremos pasar el
rato. —Mientras escribía su número en el móvil que le pasé,
me echó una mirada cargada de intención. —Solo como
amigos.
—Viejos amigos —afirmé, sintiéndome como un cachorrito
que mueve la cola, que anhela le digan que ha sido un buen
chico, y lo acaricien detrás de las orejas. No era nada propio
de mí. Sin embargo, no me importó.
Ella agachó la cabeza, mirándome a través de las pestañas.
Un mechón de cabello de su cola de caballo se escapaba para
caerle sobre el hombro, y quise acomodárselo detrás de la
oreja. —Lo que pasó en la boda fue cosa de una noche, Ben.
Asentí, pese a que ansiaba decirle que debía ser cosa de
todas, no solo de una; que era mía, siempre había sido mía,
que nos pertenecíamos, y que estaba desolado desde que se
marchó.
—Fue lindo, pero nada más.
Asentí de nuevo. Como un tonto desesperado. —Pero
podemos ser amigos.
Ella se mordió el labio de nuevo. Me encantaría poderlo
hacer por ella: —Nos vemos luego —se despidió de mí,
dejándome. Solo.
Me escabullí hacia Bette.
—Oh, corazón —fue todo lo que me dijo, abriéndome sus
brazos. Me senté a su lado, apoyando mi cabeza en su hombro
mientras ella ordenaba otra ronda de martinis.
CAPÍTULO SIETE: APENAS FUNCIONAL

D iego me dejó pasar a nuestro departamento antes de


comenzar con su diatriba sobre Ben. Estaba
genuinamente impresionada de lo mucho que logró
contenerse.
—¿No estás orgullosa de mí? No le di un puñetazo en la
cara.
—Claro, súper orgullosa de que no te despidieran y
arrestaran por atacar a un billonario.
—¿Qué clase de imbécil engreído coquetea con otra en
presencia de su novia?
—Prometida —contesté, sintiendo ese vuelco ya familiar en
mi estómago, que sentía cada que pensaba en ello; o sea, todo
el tiempo.
—Es aún peor de lo que parece, Brooke. Tomó tu
virginidad y te mintió sobre estar comprometido.
Suspiré, derribándome sobre el sofá. Mis pies estaban
matándome, por lo que los subí a la maltrecha mesita del café.
Abrazar un cojín contra mi estómago me ayudaba a calmar los
retortijones. —Él en realidad no mintió. Habló más o menos
sobre ello. No lo negaba. —Le había dado un millón de
vueltas en mi cabeza. —Dijo que tenían un acuerdo, que
incluía planes sobre boda. —Le sonreí a Diego, pero era
evidente que no se lo creía. —Conocía los rumores… Aún así,
quise fingir que nada pasaba, lo quería a él… Nadie tiene la
culpa, excepto yo.
—Yo lo culpo. Lo estás dejando irse de rositas porque estás
enamorada. Pero él tiene la culpa.
Me encogí de hombros. Estaba cansada ya de fingir ante
Diego, que no estaba enamorada de Ben. A Diego lo conocí
cuando el restaurante me contrató; él me tomó bajo su
protección de inmediato, como el hermano mayor que nunca
tuve. Él sabía que yo era virgen, desde muchísimo antes que
yo estuviera lista para decírselo, y se enteró de mi historia-de-
amor-a-los-doce después de una ronda de margaritas cuando
me mudé al nuevo apartamento. Solo a Diego podía hablarle
de Ben, porque era el único que no lo conocía, pero sí que me
conocía a mí. Izzy no estaba al corriente de lo que sucedió
entre su hermano y yo. De hecho, aunque ella regresó a Nueva
York tras su mes de luna de miel, yo había estado evitándola.
Mis nervios alborotaban mis pensamientos, así que podía
añadir ‘dolor de cabeza’, a la lista de mis padecimientos.
Apenas si podía contenerme para no vomitar. Estaba exhausta,
por lo que me recosté sobre los cojines. Enamorarse era
horrible; no entendía por qué alguien, en su sano juicio,
querría hacerlo.
—¿Ya estás mejor tras haberlo visto? —Diego se acomodó
a mi lado, muy serio.
—Sigo con el corazón roto —repliqué—. pero estuvo bien
verlo.
—Que es muy sexy, entiendo.
Ben era hermoso. Con su traje, su cabello tan indómito que
parecía acabara de pasarse las manos por él, su mandíbula
sombreada por su áspero vello. —Trabaja mucho, se lo ve muy
cansado.
—¿Te preocupas por él? No bromees. Apenas si has
funcionado tú por seis semanas. Deberías ir al médico.
Sacudí la cabeza. —Solo es ansiedad, se me pasará. Es la
consecuencia de enamorarme de un hombre que no puedo
tener.
—¿Enfermarás de amor por el resto de tu vida?
Lo pateé en el muslo y él saltó para alejarse, riendo. —
Tengo un plan, Diego. Te explicaré por qué es bueno haber
visto otra vez a Ben.
—¿Un plan nuevo para que puedas pasarte otras seis
semanas sin comer, llorando hasta quedar exhausta? ¿Harás de
este sofá tu hogar?
—No. Lo superaré. Seremos amigos y descubriré que no es
tan especial como mis recuerdos me lo hacen creer. Es solo
otro tipo más, el hermano de mi mejor amiga.
—Es un cabrón rico que se aprovechó de ti.
Apreté los labios. No me gustaba que Diego lo llamara de
esas formas, pero tenía razón. Debía mirar los defectos de Ben,
si en realidad pretendía dejar de verlo como el héroe
romántico de mis fantasías virginales. —No se aprovechó de
mí. Era virgen cuando sucedió, pero yo supe en qué me metía.
Lo elegí, pese a que no podría conservarlo.
—Ay, Dios mío, Brooke. Si quieres barrer con las fantasías,
debes ser sincera con tus propios deseos. Querías que se
enamorara de ti como por arte de magia. Querías el cuento de
hadas completo, que él fuera tu Príncipe Encantador, porque tú
eres Cenicienta.
No admitiría que tenía razón. —Tiana. —Dije, mirándolo
con severidad—. No soy cenicienta, soy Tiana.
Diego sacudió la cabeza en decepción, dirigiéndose a la
nevera en la abarrotada cocineta.
—Tienes razón. Quería que se enamorara de mí, pero eran
fantasías. Se me permite soñar cosas imposibles, ¿no?
Enfrentaré los hechos. Y la verdad es que… —Traté de
imaginarme cómo la realidad me haría desenamorarme de
Ben. No pude, pero estuve segura que sucedería. Nadie podía
ser tan perfecto, no como mi corazón lo pintaba.
—Es un cabrón rico que se aprovechó de ti. Ya te lo dije.
Me disponía a tomar aliento para rebatir su argumento,
cuando el teléfono vibró en mi bolsillo. No pude evitar reírme
al leer la pantalla, y la mostré para que Diego pudiera verla. —
Es el cabrón rico.
Ben: Hey, compañera.
Ben: ¿Te gustaría un tour mañana por mi nuevo hotel? Eso
es lo que me tiene tan cansado. Déjame mostrarte qué buena
fortuna tiene tu amigo de la infancia.
—Dile que no. Veamos qué hace el cabrón rico con eso.
Lo pensé por un milisegundo, antes de que otro mensaje de
texto entrara.
Ben: Es la mejor vista de Manhattan.
No pude evitar sonreírme.
—No lo hagas, Brooke. No.
Miré a Diego, el corazón saltándome loco en el pecho.
Yo: ¿Dónde y cuándo?
—Idiota —dijo mi amigo.
Mientras yo determinaba los detalles del tour, Diego
rebuscó en el refrigerador. Cuando terminé con lo mío, él se
dejó caer en el sofá. Sostenía una cuchara frente a mi cara con
una mano, y un envase abierto de Ben & Jerry’s con la otra. —
Supongo que… ¿tendré que recoger tus restos si todo sale
mal?
—No saldrá mal. Superaré este tonto enamoramiento.
—¿De acuerdo?
No me creía, por supuesto que no. Diez largos años
transcurrieron, y yo no pude superarlo. Diego, casi
amenazante, agitó la cuchara frente a mi nariz. Supe por qué lo
hacía.
Por seis semanas, apenas y comí algo. Estaba tan triste,
desolada, que no tenía apetito. En ocasiones, lo único que mi
estómago soportaba, era el helado. Y si no podía comer
helado, después de haber visto a Ben, al quedar en una salida
amistosa con él… Entonces Diego tendría razón, y sería un
desastre.
Tomé la cucharada, hundiéndola en el helado. Me llené la
boca, hasta que lo tragué pese a que mi estómago se retorcía,
sintiéndose enfermo. —Estoy bien.
Al siguiente día, también estaba bien, parada allí en el
tejado del hotel de Ben, en el centro. El paisaje urbano de
Manhattan se extendía ante nuestros pies. Ben parecía un niño
pequeño al mostrarme la extensa piscina y el salón, las
habitaciones de lujo, la suite penthouse con vistas a la bahía, y
el restaurante que, sin duda, se convertiría en un punto de
moda. La verdad, es que me quedé más impresionada por su
confiado liderazgo, por la manera en la que respondía las
preguntas de sus empleados, por cómo revisaba los últimos
detalles o procesos de negocios o decoraciones; por la manera
en la que todos se dirigían a él, seguros de su habilidad para
manejarlo todo.
Mi corazón rebosaba al verlo; confiaban en él, acudían a
pedirle ayuda. No era así cuando niños, en ese tiempo era el
niño rico, el hermano mayor, el rompecorazones. Aquí, Ben no
jugaba a ninguno de esos papeles. Era solamente Ben. Este era
su proyecto, y lo estaba llevando a buen puerto. Sabía lo que
hacía, estaba a cargo y nada, ni nadie, podría detenerlo.
No pude evitar comérmelo con los ojos mientras me
hablaba de sus planes para la gran inauguración que se
acercaba. Estoy segura que lo notó, porque dejó de hablar y un
sonrojo coloreó sus bronceadas mejillas; mi estómago se llenó
de mariposas. ¡Era tan adorable!
—¿Te estoy aburriendo con mi cháchara? —Me sonrió; al
inclinar la cabeza, un mechón de cabello le cayó sobre la
frente. —Lo siento. ¿Puedo invitarte el almuerzo? —Sus ojos
grises se veían sinceros, amistosos.
Amistosos. Claro. —No, Ben —Su sonrisa resbaló por su
cara. Antes de que me dijera algo, lo tomé del brazo. —Yo voy
a llevarte a almorzar.
No me miró a mí, sino a la centelleante ciudad. —¿Ah, sí?
—Sí. Me has mostrado tu mundo. Ahora, me toca mostrarte
el mío.
Y fue lo que hice. Exigí una hora de su tiempo, y nos
acercamos en su auto al Lower East Side, donde un amigo mío
de la escuela culinaria aparcaba una furgoneta de tacos en un
minúsculo jardín de bolsillo. Como todas las bancas estaban
ocupadas, Ben y yo nos sentamos en la escalinata de un
edificio cercano; me hizo preguntas respecto a mi trabajo y
mis hobbies mientras los pedestres pasaban frente a nosotros.
Mantuve la charla ligera. —Están deliciosos —dijo él, ya
comiéndose su tercer taco. Yo apenas si había podido
comerme el primero, pues mi estómago se ponía a dar vueltas
y giros cada que lo miraba. Tomé un sorbo de la cremosa agua
de horchata. —¿Este es tu mundo? —preguntó Ben, mirando
alrededor de la transitada calle, toda cemento, tiendas, y al
pequeño parche de flores y árboles intentando hacerse un lugar
allí. Una brisa sopló en ese momento, sacudiendo sólo unos
centímetros a las ramas.
—Creo que lo es. Es muy diferente al tuyo. —Otro trago de
horchata terminó de asentar mi estómago. La manera en la que
sonreía, me ponía nerviosa; era difícil comer a su lado, así que
me tragué las mariposas de regreso al estómago. —Tú estás en
la cima del mundo, yo me siento en los pórticos.
Ben inclinó la cabeza, mirándome con una sonrisa que
jugueteaba en las comisuras de sus labios. —En este momento,
me siento en la cima del mundo.
Le devolví la mirada con curiosidad. Había dejado su
chaqueta y corbata en el auto, y se desabotonó la camisa,
enrolló sus mangas. Podía ver al niño despreocupado,
asomando por detrás del hombre dominante; ya no lucía como
el hotelero presumiendo sus negocios. Quise que mi mano
avanzara por su cuello, por su clavícula… Para desabotonarle
un botón más. Mis mariposas revolotearon en picada. Esto no
estaba bien, nada bien. Me levanté. Mis sentimientos no eran
amistosos, y nada haría que mis recuerdos románticos de Ben,
cambiaran. Desprenderme de mis sentimientos de esta manera,
fracasaría; estaba enterrándome más hondo en ellos. Creo que
sonreí, no estuve segura. Con los nervios que me tenían con
náuseas perpetuas, creo que fue más bien una mueca. —Me la
pasé bien hoy, Ben.
Su sonrisa ligera, al levantarse, perdió parte de su vibra
indulgente. —¿Tienes que irte?
—Sí, debo ir a casa para prepararme para el trabajo. Ya
sabes, de vuelta a la carrera de la rata y todo eso.
Él recogió los envoltorios de nuestra comida. —Déjame
darte un aventón a casa.
Sacudí la cabeza. No podría aguantar estar a solas con él en
su auto, no ahora mismo. No cuando quería tocarlo. Lo que era
raro para mí, pues nunca quise tocar o besar a nadie antes.
Nunca me sentí atraída hacia una piel, a su calidez, de manera
tan irresistible. Sólo pasaba con Ben. Tragué de nuevo mi
desazón, ignorando lo mucho que quería me rodeara con sus
brazos. —No quiero seguirte interrumpiendo de tus
actividades diarias, Ben. Eres un hombre ocupado que abrirá
pronto un hermoso hotel.
—No me importa lle… —comenzó él.
—Sé que es así. Pero el metro está justo aquí, y es mejor si
viajo en un tren por unas cuantas paradas, que tener que lidiar
con puentes y tráfico excesivo.
—Pero si yo te invité, debo asegurarme que llegas con bien
a casa.
Esbocé una sonrisa. —Como amigos, Ben. Eso significa
que, como amigos, me voy sola a casa. —Él se quedó en
silencio; quise dejar las reglas en claro, más para mí que para
él.
Arrojó la basura a un cesto, y después entrecerró los ojos en
mi dirección. Quise sospechar, pero su tono fue uno
demasiado conforme… —De acuerdo. Yo también me divertí.
—Luego me sonrió, y no supe si fue un gesto real, o uno de
esos que solía usar con todos, menos conmigo. No me gustó.
—Déjame encaminarte a la estación del metro.
Y caminó a mi lado, sus manos metidas en los bolsillos,
una brisa ondeando a través de su cabello oscuro.
—Bueno —comencé allí en lo alto de las escaleras del
metro. —Adiós, Ben. —Agité la mano, torpemente, desde una
distancia segura.
—Nos vemos, Brooke. —Respondió, amistoso. Sus ojos
grises destellaron, su sonrisa se extendió. Me di la vuelta,
huyendo hacia las escaleras con rodillas temblorosas.
Al siguiente día, escuché mi nombre al dirigirme a mi
trabajo. Cuando me volví, allí estaba Ben. —¡Ben!
El reía al alcanzarme. —¿Quieres café? —dijo,
poniéndome uno de los vasos en la palma. Seguí caminando,
pero ralenticé mi ritmo.
Torcí mi rostro en una mueca. —Dios, no. El simple olor,
últimamente, me da náuseas. Quizás tengo una infección, o
algo. —O estaba enferma de amor, pero él no necesitaba saber,
ni sabría, sobre eso.
—Nada de café entonces, es bueno saberlo —contestó
como si tomara nota de ello.
—¿Me compraste café??
Se encogió de hombros. Hoy no vestía un traje de negocios,
sino unos jeans, y una camiseta negra, tan ceñida, que
mostraba muy claramente los músculos fuertes de su pecho y
brazos. —No, estaba en el café comprando algo para mí, y
entonces te vi caminando por la calle. Pensé que querrías uno.
—¿Me estás diciendo que todo esto es una coincidencia
afortunada?
—Mi hotel está en el barrio. Me has hecho darme cuenta de
que debo salir para explorarlo un poco.
—Oh… ¿Y qué has encontrado?
—Que aquí todos beben café como unos adictos. Bueno,
excepto tú.
Me reí. —Bueno, estoy aquí para trabajar. —Estábamos ya
frente a mi restaurante, y yo me pregunté si me invitaría de
nuevo a salir. Como amigos.
La sonrisa que me dedicó, me animó un poco. —Nos
vemos, Snow —se despidió, alejándose. No supe si debí
sentirme aliviada, o decepcionada.
Dos días después, me lo encontré saliendo del trabajo, y me
encaminó al metro, despidiéndose con otro ‘nos vemos’ que
me dejó con una sensación rara, de que no era todo lo que
quería decirme.
Ese fin de semana, tenía un picnic en el parque, con mis
amigos del restaurant; volví a escucharlo. —Hola, Snow —¡Y
allí estaba, con el torso desnudo, en shorts, sacándose un
audífono de la oreja, la piel dorada y resplandeciente!
Me hice visera con la mano, para verlo bien. —¿Qué haces
aquí?
Él se señaló. —Troto. ¿Qué más estaría haciendo?
—No lo sé… —El cerebro no me funcionaba, y su pecho
sudado centelleaba al sol. Literalmente, centelleaba. Me quedé
con la boca seca.
—Bueno —dijo él, poniéndose un par de dedos a la
muñeca. —Debo mantener mis latidos a un ritmo alto, así que
seguiré. Diviértete, Brooke.
Se había ido, antes de que pudiera recuperar el aliento. Me
dejó deseando, únicamente, su regreso.
—¿Quién era ese? —me preguntó Suze, la chef de
pastelería.
—Es un viejo amigo —respondí, mirando cómo se alejaba
la espalda de Ben.
—Me encantaría tener unos amigos como esos.
Después de la quinta vez que me topé con él ‘por
accidente’, lo detuve antes de que pudiera despedirse con su
fórmula habitual. —¿Estás acosándome?
La sorpresa cruzó por su semblante, pues cargaba una bolsa
de comestibles. —Estoy de compras.
—Pero… ¿cómo es que siempre te encuentro rondándome?
—Me sentí un poco tonta. Era obvio que estaba comprando. Y
trotando. Y consiguiendo un café. Sin embargo…
Él metió la mano a la bolsa, y sacó de allí una cereza para
ofrecérmela. —¿Quieres una cereza?
—¿Y ahora qué? —¿En serio me ofrecía una cereza,
después de haberme quitado la virginidad?
Su rostro enrojeció, al comprender lo que acababa de hacer.
—No lo pensé así, lo juro. Solo quise una. —Sacó la bolsa
completa de cerezas, como para probar su inocencia. —Es
temporada.
Negué con la cabeza. —Eres ridículo. Mira, si quieres pasar
tiempo conmigo, solo dímelo. Los amigos hacen eso.
—Conque los amigos hacen eso, ¿eh? —Al inclinar la
cabeza, el mechón de siempre le cayó sobre la frente; me
estudió a través de él.
—Sabes que es así. Este fin de semana hay una feria.
¿Quieres que no encontremos para ir?
—¿Encontrarnos a propósito? —Su sonrisa creció, y yo
asentí.
—Sí, podríamos hacer eso.
Y así fue como me volví amiga de Ben Oldham, y sané mi
corazón enamorado. Ser simplemente su amiga, era casi tan
bueno como estar amándolo.
Eso es lo que me dije, lo que me obligué a creer, Podía ser
amiga de Ben Oldham. ¡Podría hacerlo!
CAPÍTULO OCHO: CON NÁUSEAS

Y a no puedo hacerlo más. No puedo. —Brooke era en


todo lo que podía pensar. Ser su amigo no era
suficiente, no evitaba que siguiera deseando estar a
su lado. Yo deseaba más de ella. Nada era más importante que
Brooke. No importaba cuántas obligaciones tuviera, cuántas
entregas, o cuán cerca estuviera la inauguración. Solo podía
pensar en Brooke, en su belleza, la dulzura de su sonrisa, la
frescura de su ingenio, su piel de leche y azúcar.
Fantaseaba con mostrarle el mundo, con comprarle un
restaurante, con vestirla para que me acompañara a todos
lados. No irme a dormir, sin que me torturaran las imágenes de
su cuerpo, de sus pechos; los sonidos que hacía cuando la
tocaba en sitios nunca antes tocados por nadie; cómo se sentía
estar dentro de ella, lo entero que me había hecho sentir, cómo
me completaba, la calidez de sus brazos a mi alrededor… ¡La
necesitaba! —No puedo ser su amigo.
—Querido, nunca te he visto así. ¿Cuál es el problema? Ya
llévala a la cama, está mensajeándote todo el tiempo.
Claramente, está tan loca por ti, como tú lo estás por ella. —
Bette se había ido a pasar la temporada a los Hamptons; ahora
que estaba de vuelta, nos poníamos al día en su lugar nocturno
favorito.
—Loca, así como en amigos. —Me reí con amargura,
empinando mi whisky escocés. —Ella tiene novio, se llama
Diego. —Con el bourbon quemándome el estómago, el
nombrecito me salió apenas por entre los dientes apretados. —
Mi espía me ha dicho que viven juntos. —¿Cómo Brooke
podía haberse mudado con otro hombre, al poco tiempo de la
noche que tuvimos juntos? ¿Acaso Brooke ya salía con Diego
cuando hizo el amor conmigo? ¿Por qué esperaría por mí, si ya
estaba con alguien más? Nada de esto estaba bien.
—¿Cómo que tu espía? —preguntó Bette, los ojos como
platos. —Benjamin, ¿has estado acosándola?
No dije nada. No era culpa mía si Suze, la chef pastelera del
restaurante de Brooke, venía a mi restaurante del hotel para
ayudar a mi chef, y los dos nos enzarzamos en una agradable
charla sobre Brooke. Por cierto, como Suze solo había hablado
maravillas sobre ella, mi obsesión no hizo más que crecer.
¡Sabía que sus buenas cualidades eran reales!
Bette comenzó a reírse. —Tantos años de indiferencia, con
mujeres cazándote a diestra y siniestra, y usándome a mí como
tu tapadera para no tener que comprometerte con ninguna…
¡Y ahora una chica que no quiere estar contigo, te tiene
comiendo de la palma de su mano!
—No tiene gracia.
—Pobre querido mío —dijo ella, palmeando mi mejilla con
quizás un poco de fuerza excesiva—. Oh, pobre mujeriego.
Has caído en tu propia trampa. ¿Qué tal se siente ser el
enamorado anhelante, mientras que el objeto de tu amor
permanece distante?
—Nada bien.
Bette me miró por encima de su copa de martini. —¿Estás
intentando decirme que Benjamin Oldham, el vástago del
imperio Oldham, el que siempre consigue lo que quiere, va a
dejar que una minucia, un novio, se interponga entre él y su
mujer deseada?
El aire no me entraba a los pulmones. —Eres una persona
espantosa, Bette. —…Solo era un novio. Los novios y las
novias rompían todo el tiempo. Era normal, parte de un
proceso completo… Y yo podría estar por ahí, listo para
ayudar a Brooke en esta transición natural.
Mi amiga depositó su copa, estirándose como un
depredador para reclinar la espalda contra el respaldo del
sillón de la cabina. —Por eso me amas, querido. ¿Qué harás
con Brooke?
Tomé el teléfono para escribirle un mensaje de texto. —La
seduciré.
Después de todo, yo también era una persona horrible. Mi
reputación me precedía.
Yo: Oye, Snow, ¿me ayudas a decidirme por un paquete
turístico para mi hotel? Necesito un compañero de pruebas, ¿te
apuntas?
Le envié la dirección, y nos reunimos en los muelles para
mostrarle de antemano el yate privado para el tour.
—¿Será en un velero? —Estaba preciosa, con su vestido de
motivos florales, y su cabello atado en lo alto con una simple
cinta.
Poniéndole una mano en la espalda baja, la guié hacia el
bote. —Es un tour de lujo, Brooke. —Al inclinarme hacia ella
para susurrarle en el oído, la sentí estremecerse. Sonreí, era un
buen comienzo. Abordamos, y el tour comenzó. La tripulación
preparó una comida ligera, bebidas, una música suave se
elevó, solo para difuminarse después con el ambiente: ahora
éramos solo nosotros dos, disfrutando de la puesta de sol en
una tarde de verano.
Brooke estaba hermosa. Ya lo sabía, pero me quedé
impresionado otra vez mientras navegábamos a solas, bajo el
domo del cielo, y con el horizonte citadino brillando a nuestro
alrededor. Allí, me di cuenta que todo parecía posible cuando
Brooke estaba a mi lado. Si tan solo me lo permitiera, le
concedería el mundo.
—Cuando dijiste que se trataba de un paquete turístico,
pensé que rodaríamos por Times Square en un autobús de dos
pisos.
Sonreí. —Mi negocio no se apoca a ese tipo de clientela.
—No, tú te dedicas a los turistas que pueden permitirse un
tour privado en veleros por la bahía de Manhattan, con
comidas gourmet, champaña, chocolates finos, y música
clásica a la luz del atardecer. Debí haberlo sabido, Ben. Nunca
dejas nada a medias, ¿cierto?
Alcé la copa hacia ella, como si brindara. —¿Crees que les
gustará a mis clientes?
Ella suspiró, reclinándose contra los cojines de su banco,
para así poder mirar el cielo. —Sí. Pero deberías anunciarlo
como un crucero romántico. No quiero ni imaginarme las
situaciones incómodas, si la gente llegara a pensar que se trata
de algo más… amistoso.
Estudié el agua, en lugar de verla a ella. —Buena
observación. —Se quedó callada de nuevo, mientras la música
sonaba y el bote surcaba las aguas. Cuando me atreví a mirarla
de nuevo, ella no me prestaba atención. Miraba al cielo, en
donde la última luz del día se extinguía. Estaba despejado, por
lo que las estrellas comenzaban a brillar en el firmamento.
Brooke se quitó la cinta del pelo, y el viento se apresuró a
volárselo. Me enderecé, al verlo caer sobre sobre sus hombros.
Se quitó las sandalias, y yo quise recorrer con mis manos sus
piernas. Aún no conseguía hacerlo, y lo deseaba. Había una
larga lista sobre lo que quería hacer para, con, y por Brooke
Snow.
—A veces, extraño las constelaciones —comentó,
tornándose a mirarme. —Hay tanta contaminación en la
ciudad, que las estrellas quedan ocultas.
Bebí un sorbo de champaña. No debía, porque necesitaba
mi ingenio intacto para seducirla. Pero necesitaba algo para
calmarme los nervios. Me levanté de mi banco, y fui a
sentarme al suyo. Ella se movió para dejarme espacio, pero no
dejé que se alejara mucho. Presioné mi cadera contra la suya, y
apunté hacia arriba.
—Puedes verlas —dije, rodeándola con un brazo para que
se viera obligada a apoyarse sobre mí. —Sigue mi brazo. —
Brooke se tensó contra mí, luego se rindió y depositó su
cabeza sobre mi hombro. —Allí está Arcturus, tan claro como
el día. Y la Osa Mayor. Por allá —dije, soplando la última
frase contra su oreja—. está Andrómeda. —Brooke se
estremeció.
Ella rió, intentando enderezarse sobre la banca. —Te lo
estás inventando todo. No debes saber nada sobre las
constelaciones.
—Tienes razón —admití, mi voz ronca de deseo. —Me lo
inventé todo porque quería tenerte contra mí. —Esta vez, el
escalofrío la recorrió de pies a cabeza. No pude evitar besarla
justo debajo de su oreja. Eran tan suave, delicada. Se relajó
contra mí, sin resistirse. Puse un dedo en su mandíbula, y la
giré para besarla, con gentileza, en la esquina de sus labios.
—Ben… —gimió por lo bajo, antes besarme. No pude
hacer más que saborear la miel de su boca, el calor de su
lengua, y el toque vacilante de sus dedos en el cabello de mi
nuca. Podía hacerme lo que quisiera, yo se lo permitiría.
Las estrellas podrían estarse cayendo del cielo, y no me
hubiese importado en lo más mínimo. Sus manos me
recorrieron el cabello, yo bebía su calor desde los labios. —
Déjate llevar, cariño —Sin saber su origen, murmuré esas
palabras contra sus labios. —No tienes porqué esconderte, si
estás conmigo. Yo te veo.
Brooke gruñó desde la parte baja de su garganta, y me
empujó sobre la espalda. Montándose a horcajadas en mí, su
vestido se alzó sobre sus muslos. Su toque, ya no era para nada
dubitativo. Me desabotonó la camisa y recorrió con sus manos
mi pecho, como si hubiera deseado esto tanto como yo. Miré
sus ojos verdes entrecerrados, su boca hinchada por los besos.
Se volvía salvaje conforme descendía a morderme, a darle
tirones a mis labios con sus dientes; introducía su lengua a mi
boca, posesionándose de mí. Yo la dejé hacerlo.
Enredé los dedos en su suave cabello, y pensé en no dejarla
parar de besarme. Brooke me cabalgaba, lentamente, y podía
sentir su calor abriéndose paso a través de nuestras capas de
ropa. La así por las caderas, aplastándola contra mí. Íbamos
demasiado lento, y necesitábamos llenar mucho entre nosotros.
La necesitaba toda, necesitaba el contacto de mi piel sobre su
piel. Sentirla caliente y resbaladiza, mis manos sobre ella.
Le di la vuelta para que quedara debajo de mí. Sentí a sus
labios curvándose contra los míos al encerrarme contra ella,
sus piernas rodeando alrededor de mis caderas. Recorrí por fin
sus piernas suaves como la seda, como supe que serían. Llegué
hasta su cadera, rodeando con mi palma su cintura. Seguí hasta
desabotonar su vestido; metí la mano por dentro de su
sujetador, acunándole un pecho. Era tan suave, tan cálida.
Brooke jadeó contra mis labios cuando circulé su pezón con
mi pulgar, rodándolo después entre mis dedos. Arqueó la
espalda bajo mi cuerpo, justo presionando su calidez contra mi
pene. Gemí, lamiendo un sendero desde su boca hasta su
pezón, ella retorciéndose cuando lo metí en mi boca.
—Mía —gruñí.
Ella se congeló en su sitio. —¿Qué? ¿Qué has dicho? —Me
separó la cabeza de su pecho, al jalarme desde el cabello. No
me gustó eso.
—Dije que eres mía, Brooke. Debes saber que—
—¿Soy tuya? —Su tono, era uno incrédulo. Me empujó y
comenzó a arreglarse el vestido. Cerró las piernas con tanta
rapidez, que casi me dio un rodillazo en la entrepierna. El
cabello sedoso le cubría como una telaraña el rostro, así que
apenas y podía vérselo; se retiró el cabello, hacia atrás, con
gesto impaciente.
La miré; mi cerebro aún no funcionaba bien, pero
comprendí que algo iba mal.
—¿Soy tuya? Debes estar bromeando. —Tenía la cara
pálida, y tragaba con dificultad, como si aquella idea se le
atorara en la garganta.
De pronto, me sentí furioso. Desde que me había levantado
de la cama esa mañana, guardaba en el estómago una pelota
compuesta de envidia, necesidad y hambre de ella. —No todos
podemos olvidar tan fácilmente, una noche como la que
tuvimos. Pensé que sentiste en verdad lo que hicimos. —Ella
me miraba boquiabierta. —Yo soy leal, Brooke, y si me
hubieras conocido de verdad, lo sabrías. —La idea de que
Diego le había enseñado a desencadenar así su deseo, para ser
capaz de montarse y aplastarse así contra un hombre… De que
se lo hubiera hecho a él… Ella era mía. ¡Y yo debería estar en
el lugar de él!
Ella abandonó la banca en la que se sentaba, para dirigirse
pisando fuerte hacia mí. Con un dedo afilado contra mi pecho
desnudo, me increpó. —¡Si serás hipócrita! ¿Cómo te atreves a
reclamarme como tuya, cuando tú mismo le perteneces a otra
mujer?
Parpadeé. El hecho de que yo le perteneciera, en cuerpo y
alma desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron,
volvía ridículo a su argumento. Había estado incompleto desde
que la perdí. También me quedé boquiabierto.
—Ya, supongo que ahora seguirás negando que estás
comprometido con Bette Durning.
—Te dije que no estoy con ella, Brooke. No te mentí.
Ella se burló, cubriéndose la boca. —Seguro. Me dijiste lo
que yo necesitaba oír, para así poder tirarte a la virgen. ¿Qué
fue eso, tu movimiento maestro? ¿Fui un trofeo para ti? ¿Una
marca más en el poste de tu cama? Pero no te preocupes, tu
padre me encontró cuando abandoné tu cama, y me puso al
corriente de tu compromiso con Bette.
—¡¿Te dijo qué?! —La furia creció dentro de mí.
—Aguarda, esto no está bien. Aclarémoslo de una vez por
todas, para que sepas bien qué soy yo para ti. Tu padre me dijo
que soy una puta, y una buscona que va tras tu dinero. Mi plan
para atraparte se remonta desde mis doce años, y tú has estado
comprometido con Bette desde siempre. Te casarás con ella.
Me escribió un cheque como pago por mis servicios, y me
metió en su jet privado para mandarme a casa.
—¿Mi padre hizo eso? —la frialdad se apropió de mi
interior.
—Y eso, entonces, es lo que soy. Una puta a la que le han
pagado por hacerlo.
Mi padre la envió lejos… A ese bastardo nunca le importó
otra cosa que el dinero. Yo sabía que él deseaba mi enlace con
Bette, para unir así los negocios. Yo siempre seguí la corriente,
por el bien de Bette; y sí, para evadir también las trampas de
las busconas reales. Pero, ¿que eso fuera lo que él pensaba de
Brooke? ¿Que tuviera el valor de decírselo a la cara?
—Mi padre es un hombre atroz, Brooke. Él no tenía
derecho a llamarte así. O de hacer todo eso. No permitiré que
se salga con la suya. No puedo creer que te enviara lejos. ¿Por
eso me dejaste? —Pese a lo horrorosas que eran, sus palabras
me aliviaron. Si pudiera explicarle todo, quizás me quedaba
una oportunidad con ella. —Por favor, Brooke—. traté de
tomarle una mano, que ella liberó para ponerla sobre su
estómago. —Por favor. No debes atender a nada de lo que mi
padre te haya dicho. Es solo un viejo odioso que cambió su
corazón por dinero. Yo no soy como él. Sabes que no lo soy.
Él no sabe de lo que habla.
—¿No estás comprometido con Bette?
—No es así, Brooke, tienes que entenderlo. —Toda la
situación era tan hilarante… Ella me miraba como si todo lo
que dijera, la hiciera sentirse enferma. Pero si supiera que
Bette y yo jamás nos casaríamos, podríamos superar esto.
Nada de esto tenía que ver con nosotros, todo era un enorme
malentendido. —Solo escúchame y te lo expli… —me
interrumpí.
La cara de Brooke se tornó más blanca que la tiza, y su piel
brilló por el sudor frío. Cerró los ojos, inclinándose sobre la
barandilla del barco… y vomitó en la bahía de Nueva York.
—Cariño, ¿estás bien? —corrí a su lado, apartándole el
pelo de la cara.
—No me toques —me escupió jadeante. Dejé caer las
manos.
—Déjame ayudarte, Brooke.
—Ayúdame a salir de este barco. Estoy mareada, lo que no
contribuye mucho a mi condición, pues todo lo que has estado
diciéndome me pone enferma también. —Se secó las lágrimas
de los ojos.
—Brooke, por favor.
—Ya no me hables, Ben. No quiero oír tus mentiras, no
puedo soportarlas. Si quieres ayudarme, bájame de este barco.
—Se atragantó, luego volvió a inclinarse en la barandilla.
Le dije al capitán que nos llevara de vuelta a los muelles.
Cuando Brooke dejó de vomitar, la envolví en mi chaqueta
para que no temblara más. Pero no me dejó hablarle, ni
explicarle. Solo me permitió enviarla a casa, si dejaba que ella
y el conductor fueran solos.
Tuve que soportar verla irse, y no me permitió hacerlo
mejor. La dejé marchar, porque supe que podría arreglarlo. La
haría entender.
CAPÍTULO NUEVE: MAREADA

M e lancé hacia arriba por las escaleras hacia mi


apartamento y el baño, apenas a tiempo para
vomitar. Para ser un día que había comenzado tan
fantástico, ahora se desmoronaba por completo; estaba
mareada, dolorida y exhausta.
—Vaya —dijo Diego al entrar al baño. —¿Estás bien?
—Estoy bien. Ben me llevó a un paseo en bote, y me
mareé.
—Te llevó a un paseo en bote. —Se recargó contra la
perilla de la puerta, y ladeó la cabeza.
—Cállate —le dije, al levantarme hacia el lavabo para
enjuagarme la boca y lavarme la cara. —No necesito tu
opinión en este momento.
—Yo creo que sí que la necesitas.
Lo ignoré, empujándolo al pasar a su lado para acercarme a
los armarios de la cocina. Unas galletas saladas asentarían mi
estómago.
—Brooke. Te llevó en un bote. ¿Vas a seguir fingiendo que
son solo amigos? Porque suena a que fue una cita. Romántica.
Tomé un paquete de galletas saladas y me derrumbé sobre
el sofá, abrazando a mi cojín estrujable favorito. —No me
levantaré más de este sillón, apenas si puedo alzar la cabeza.
Diego tomó asiento a mi lado, pasándome un vaso de
gaseosa de jengibre. —Para tu estómago. —Como
últimamente siempre tenía dolor de estómago, había empezado
a comprarme gaseosa de jengibre; decía que eso era lo que su
abuela le daba. —Brooke, ¿tuvieron una cita?
—Fue una cita —dije, la boca llena de galleta. —Me besó,
lo besé. Quería que fuera una cita.
—Te dije que era un mujeriego. Está comprometido.
—Saqué el tema a colación.
—Y qué te dijo?
—Comenzó a explicarse.
—’Y entonces?
—Y entonces vomité por la borda del barco, al agua. Y lo
hice enviarme a casa.
—¿Y no te explicó nada? ¿Una excusa, algo?
—Le dije que no quería escucharlo, porque sus palabras me
hacían querer vomitar. O llorar. O ambas. Oh, Diego… No sé
que haré. No creo que pueda verlo nunca más, pero siento que,
si no lo veo, me moriré.
—No morirás. Solo sentirás que querrás hacerlo. Así es,
cuando uno está enfermo de amor. Lo siento mucho, Brookie.
No te mereces esto. Creo que necesitas cortarlo de tu vida, y
solo así podrás superarlo. Y te sentirás mejor, ya verás. —
Diego acarició mi cabello sudado, apartándomelo de la frente.
—Pensé que estabas hecha un desastre cuando volviste de la
boda, pero, para ser honesto, solo has empeorado. Y cuando
dijiste que lo verías de nuevo, creí que tu ansiedad se
desvanecería, y estarías mejor. Pero eso no es lo que está
ocurriendo. Si no puede hacerte sentir mejor, ni cuando están
juntos, ¿entonces por qué quieres estar con él?
—Sí me siento mejor cuando estoy con él. Me hace feliz.
Siento como si existiera la esperanza en el mundo, como que
habrá una forma de arreglarlo todo. Me hace reír, me hace
sentir curiosidad por la aventura. Todo es mejor cuando él está
cerca. —Mi estómago dio una voltereta, y bebí gaseosa hasta
que se calmó. —Mi cuerpo está en contra mía. Suelo estar bien
cuando despierto, pero cualquier cosa me pone mal. Lo peor,
es el olor de ciertas comidas. Quiero decir, soy cocinera, pero
no puedo estar cerca cuando están preparando las reservas.
Él se rió, negando con la cabeza. —Si no te conociera, diría
que estás embarazada. Mi hermana estaba como tú. El aroma
del pollo cocinándose la hacía que corriera al baño para
vomitar.
De pronto, el mundo se detuvo. Diego me sintió tensarme
bajo su brazo. Gimió.
—Oh, Brookie, no me digas que no usaste protección…
¡Pensé que te había enseñado bien!
—¡Pues claro que la usamos! —repliqué—. No soy
estúpida. —Luego, lo repensé. Había estado tan abrumada, y
tan nerviosa por decirle a Ben que yo era virgen, y tan
preocupada por ser virgen, y por lo que él pudiera pensar, que
solo me dejé llevar. Me recordé suplicándole, y aferrándome a
él para que no se alejara, y… —¡Oh, no, Diego! ¿Cómo pude
ser tan estúpida?
—¿Entonces no usaste protección?
—Soy una estúpida.
—No, él fue un cabrón, lo sabía mejor que nadie. ¿En qué
estaba pensando?
—No creo que él estuviera pensando, Diego.
—No es excusa.
—Oh, no… Lo olvidé por completo, Diego. Debí
recordarlo, pero luego su padre me llamó puta, y yo estaba tan
avergonzada por el compromiso de Ben, que me sentí estúpida
y corrí.
—Y no has sido capaz de pensar con claridad desde
entonces, Brookie. Qué desastre.
—¿Y si no estoy enferma de amor, sino embarazada?
—Lidiaremos con eso.
Allí fue cuando lo supe. Sin lugar a dudas. Puse una mano
en mi estómago. —Estoy embarazada.
—Iré a conseguirte una prueba.
—Diego, estoy embarazada. Voy a tener el bebé de
Benjamin Oldham.
—Eso puede resolverse.
Lo miré; sabía a qué se refería. —No puedo, Diego. No al
bebé de Ben. No lo haré.
—Bueno, entonces tendrás que decírselo. Deja que se haga
responsable.
Mi corazón se hundió. —Jamás se lo diré. Dios mío, Diego.
Él pensará que su padre tenía razón. Fui una prostituta buscona
que quería atraparlo y arruinar su compromiso.
—¿Qué? No hiciste nada de eso.
—¡Pero fue lo que sucedió! ¡Es lo que él pensará! Oh,
Dios, ¿y si Ben llega a pensarlo? No puedo decírselo, ¡no
puedo! —Corrí de nuevo al baño. ¿Así se sentían las náuseas
de embarazo? Vomité otra vez, y no dejé de tener arcadas pese
a que no tenía nada más en el estómago.
—Iré a conseguirte esa prueba de embarazo —dijo Diego
desde la otra habitación, y oí un portazo.
Inclinada sobre el sifón, invadida por olas de náuseas, de
terror, puse una mano en mi vientre y susurré. —Creo que solo
seremos tú y yo, maní.
La prueba salió, por supuesto, positiva. Mi primera
llamada, fue a un doctor. La segunda, a mi trabajo. Al que
renuncié.
—¿Qué? ¡No puedes renunciar a tu trabajo! —Diego se
afligía por mí.
—Tengo que. Ben sabe dónde trabajo, sabe cómo
encontrarme. Ya tengo dos meses de embarazo. Se me
empezará a notar. Es la realidad, no puedo dejar que lo sepa.
Será un bebé secreto.
—No. ¡Debes decírselo! ¿Cómo pagarás la renta si no
tienes trabajo? ¿Le pedirás a tu madre un dinero que no podrá
darte?
—¡Dios, no! No puede enterarse, trabaja para los Oldham.
Tampoco puedo decírselo a Izzy. Nadie puede saberlo. —El
miedo me embrutecía, hasta que recordé algo… Fui a tomar
una bolsa, y escarbé en el bolsillo en el que había metido el
cheque del Sr. Oldham. —Supongo que esto será de utilidad,
después de todo.
CAPÍTULO DIEZ: ATURDIDO

H acía un claro, caluroso y hermoso día de verano. Los


árboles verdes daban su sombra. Los transeúntes
eran elegantes y se veían hermosos. Algunos me
detenían para hablarme sobre los rumores: el hotel abriría en
unos pocos días, y todo marchaba acorde al plan. Mi vida era
maravillosa. Caminé calle abajo con Izzy, escuchándolo todo
acerca de su nueva y feliz vida junto a su esposo, y de los
planes maravillosos que tenían para el futuro. Debería haber
estado feliz por ella, pero en lugar de eso, quería perder los
estribos, gruñir y gritarle que se callara.
Llevaba un mes controlando mi furia. Un mes desde que
Brooke Snow había dejado de tomar mis llamadas. Renunció a
su trabajo y cortó toda comunicación. Un mes desde que la
besara, y yo arruinara todo.
Dejé que Izzy siguiera y siguiera con su cháchara sobre
cualquier acontecimiento importante del que estuviera
hablando ahora, mientras yo reflexionaba sobre lo que le diría
a Brooke si volvía a verla. A veces, en mis fantasías, me
enfurecía, en otras le rogaba para que estuviera conmigo, en
otras le contaba un chiste, o solo quería escuchar sobre su día;
no quería hablarle, en otras ansiaba retorcerle el cuello; o la
besaba y la llevaba a la cama, para nunca más dejarla ir. Pero
la constante en todas mis fantasías, era que… Siempre estaba
pensando en Brooke.
—¿Brooke? —Como si pudiera escuchar mis
pensamientos, Izzy interrumpió sus parloteos. Volví mi cabeza
para mirarla, pero ella ya se alejaba para colocarse al lado de
una mujer en blusa suelta de franela y pantalones deportivos
—Brooke— que se apoyaba contra una pared de ladrillos,
doblada en posición fetal con la cabeza entre sus rodillas. Su
largo cabello platinado se rizaba casi hasta el suelo,
ocultándole el rostro.
Yo estaba aturdido. Miré. Estaba furioso, también.
Ella se quitó el pelo de enfrente y miró hacia arriba. —
¡Izzy! —¿Por qué sonaba tan nerviosa? Se levantó con
celeridad… Y luego me vio. El color abandonó su rostro; sus
ojos se abrieron a todo, el verde contrastando contra su piel
nívea. Sus párpados revolotearon, su cabeza rodó como si no
pudiera sostenerse más en pie, y allí estuve yo, deteniéndola.
Estaba de nuevo entre mis brazos. Se inclinó contra mí,
aceptando mi abrazo, reposando su cabeza en mi pecho.
—Brooke… —Todo mi enojo, ya no estaba. —Brooke,
cariño, ¿te encuentras bien? —Le metí el cabello tras las
orejas, y la sentí tensarse en mis brazos.
Ella negó con la cabeza, empujándome lejos. —No, no.
Estoy bien. Solo un poco indispuesta.
—¿Un poco indispuesta? —repitió Izzy, sin poderlo creer.
—¡Lucías a un pelo del desmayo!
—¿Estás enferma? —Quise atraerla de nuevo a mis brazos,
pero Brooke ya se colgaba su bolsa al hombro. Le volvía el
color; de hecho, sus mejillas enrojecían.
—Es es calor, eso es todo. —Mentía, ¡sabía que mentía! La
conocía, y por eso no podía verme a los ojos.
—¿También renunciaste a tu trabajo por culpa del calor? —
la increpé. Mi enojo volvía.
Ella me miró; parecía a punto de llorar, o, tal vez, de darme
un puñetazo.
—¿Renunciaste a tu trabajo? ¡Te encantaba! —Izzy se
estaba poniendo suspicaz. —Creo que necesitamos ponernos
al día. Sé que he estado ocupada con Lawrence desde que
volvimos de la luna de miel, pero no pensé que te extrañaría
tanto.
—Lo siento, Izzy, tengo que irme… —Alzó una mano, y un
taxi amarillo se detuvo a su lado. Antes de que pudiera pensar
en mi próxima frase, Brooke entró allí. —Te llamaré, Izzy, ¿de
acuerdo?
—Sí, claro —respondió Izzy, confundida cuando la puerta
del taxi se cerró. —Espera… Te he estado llamando, pero no
me has llamado de vuelta, Brooke… ¡Brooke!
El taxi ya se alejaba. —No va llamarte —afirmé con
amargura.
Izzy, con la mandíbula desencajada, siguió mirando al taxi
hasta que desapareció. Luego, se volvió hacia mí. —¿Qué le
hiciste, Ben? —Apreté los dientes. No le contesté. Mi hermana
me tomó por el brazo para zarandearme. —¡Benjamin
Oldham, dime ahora mismo qué le hiciste a Brooke, para que
ella huya así de ti!
—Creo que más bien huía de ti, Izzy.
—Y un demonio. Huía de ti. ¡Yo conozco a mi mejor
amiga!
—¿Entonces por qué también te evita?
—¿También? No, no, Ben. Si la has lastimado, te mataré.
¿Qué fue lo que sucedió?
—No quise hacerle daño a propósito. —Dije, y, de pronto,
todo era demasiado para mí.
Sus ojos grises se tornaron severos. —Dormiste con ella en
la boda. —Me miraba con tanta intensidad, que parecía quería
hacer un agujero a través de mí. Me lo merecía.
El recuerdo de Brooke en mis brazos, tan suave y cálida,
me recorrió. Cerré los ojos. —Estoy enamorado de ella, Iz. No
puedo… No puedo estar sin ella, y ahora ella no quiere
hablarme. —Quise llorar, pero me lo aguanté.
Isabelle me dio un puñetazo en el pecho. —Eres un capullo.
Dormiste con ella estando comprometido con Bette, y ahora
estás enamorado, pero te casarás con otra. ¡No puedo creer que
seas mi hermano! ¡No puedo creer que la animé a ir tras de ti!
Pensé que solo necesitabas conocer a una buena mujer,
¡porque Brooke es una buena mujer! Pero yo no sabía que ya
estabas comprometido con Bette. ¡Nunca debí decirle que
fuera detrás tuyo!
—¿Qué? ¡No! Bette y yo no estamos juntos. Me he cansado
de decirles a todos que no estamos juntos. Espera… ¿Le dijiste
a Brooke que lo estábamos?
—Díselo a nuestros padres, porque mamá está planeando tu
boda. Con Bette. —Izzy actuaba como si creyera que esa era la
prueba final. —Vengo de visitarlos, y debí aguantar ¡horas! de
elecciones nupciales. Si odié eso para mi propia ceremonia,
¡ahora imagínate la tuya! Es especialmente odioso, sabiendo
que te casarás con Bette. Solo para que lo sepas, estoy segura
que ya han decidido la fecha.
Exhalé lentamente para calmarme, pues no quería
estrangular a mi hermana pequeña. —Bette —dije entre
dientes—. es lesbiana. No vamos a casarnos. Solo fingimos
ante nuestros padres porque ella sigue en el clóset.
—¿¡Bette es lesbiana!?
Me reí, porque de lo contrario esta sería mi propia tragedia
orquestada por mí, y no podía soportarlo. —¿Es que no has
notado su coqueteo perpetuo hacia las chicas hermosas?
—Pensé que solo era amistosa…
—Oh, sí, es muy amistosa con las chicas.
—¡Bette es lesbiana! —Izzy se quedó boquiabierta; puso
una mano en su cintura, y ladeó la cabeza. Pude darme cuenta
de que repasaba sus recuerdos, y ataba cabos.
Me reí de nuevo, porque todo esto era ridículo, y porque no
sabía qué hacer. —O sea, sé que nuestros padres no tienen ni
idea, pero no pensé que tú también fueras una idiota.
—¡Tú eres el idiota! —contraatacó ella. —Dormiste con
Brooke, y ella piensa que te casarás con Bette.
—¡No lo haré!
—¿Se lo has dicho?
—Traté de hacerlo, pero ahora ya no me habla. Bloqueó mi
número.
—Oh, Dios, ¡eres un tarado! Brooke ha estado enamorada
de ti por diez años, guardó para ti su virginidad, y tú
terminaste comprometiéndote con otra mujer.
—No lo hice.
—¡Pero ella no lo sabe! ¿Qué hiciste para que te bloqueara?
—Traté de ser su amigo, solo pasar el rato, lo juro. La
quería en mi vida a como diera lugar, y lo estaba haciendo lo
mejor que podía, y luego Bette me dijo que… Bueno… La
quise de vuelta. Así que…
—¿Qué, Ben? ¿Qué hiciste?
—Armé un plan para seducirla. La besé. Y no debí hacerlo.
—No mientras estabas comprometido con alguien más, no.
Estaba comenzando a enfadarme. —¡Nunca estuvimos
comprometidos! —Esto, se suponía que no nos impediría estar
con quienes deseábamos, sino que apartaría a aquellos que no
deseábamos. Me sentía monumentalmente estúpido, y eso me
ponía de mal humor. —Además, no es como si Brooke no hizo
un movimiento relámpago después de que dormimos juntos.
Un segundo estaba dándome su virginidad, y al otro la vi con
su novio, así que dudo de tus afirmaciones sobre su
enamoramiento de diez años porque…
—No, de ninguna manera. Ni en un millón de años ella se
conseguiría uno. Ha estado sin novio por diez años. —Izzy me
clavó un dedo en el pecho. —Ha esperado. —Dedo—. Todo
este tiempo. —Dedo, más fuerte—. ¡Por ti!
La sujeté, antes de que me lo clavara de nuevo. —No sólo
se consiguió un novio, se mudó con él.
Izzy se quedó boquiabierta. —Se mudó. ¿¡Te refieres a
Diego?!
—Sí, Diego. —Odiaba su nombre, y se notaba.
Izzy se dobló por la mitad, sujetándose la muñeca… Y
comenzó a reírse como una histérica. —¿Cómo un tipo tan
inteligente como tú, puede llegar a ser un idiótico, patético
tarado?
¡Ahora sí estaba enojado! La tomé por los hombros para
que me enfrentara. —¿Cómo soy un tarado? Brooke tiene
novio. No me ama, aunque deseo ojalá lo hiciera. Vive con
Diego. Tenía espías en su trabajo, y ellos me lo dijeron.
—¿La espiaste?
—Necesitaba saber de ella, Izzy. Estaba desesperado.
—Por Dios, sí que estás perdido. ¿Entonces estás
enamorado de mi Brooke?
‘Mi Brooke.’ Yo quisiera decir eso, poder reclamarla. Pero
no lo diría en voz alta, a nadie, especialmente no frente a mi
hermana. Así que solo la miré.
Ella sacudió la cabeza, como si me compadeciera. —Diego
es su compañero de piso, Ben. Algo así, como un hermano
mayor. La tomó bajo su protección, y no dejó que ningún tipo
la tocara, porque sabía que ella era virgen. Así que eso
significa que debió saber quién eras, y solo estaba protegiendo
a su Brooke.
—¡Es mi Brooke! —Se me salieron las palabras.
Los ojos de Izzy se abrieron al máximo, su boca abierta. —
Tienes que ir a hablar con ella, Ben. Ve a su apartamento y
háblale. Le rompiste el corazón. Ella está enamorada de ti, lo
sé con certeza aún si me dejaron fuera de esta comedia suya…
¡Debí haberla obligado a que me dijera todo lo que pasó en la
boda! Debí saber que algo sucedería si te veía de nuevo… —
Volvió a sacudir la cabeza, como si pensara que yo era
lastimoso. Y lo era. —Ella piensa que la usaste, Ben, y que vas
a casarte con Bette; ¡oh, mi pobre Brooke! ¡Será mejor que
arregles esto! —Me clavó de nuevo el dedo en el pecho, pues
se lo permití.
¿Ella me amaba? No lo creería hasta que lo escuchara de
sus labios. —No sé dónde vive.
—¿No te lo dijo? Pobrecilla, seguro intentaba protegerse…
También eres idiota, Brooke. —Izzy me escribió la dirección,
poniéndomela en la mano—. ¡Ahora vete! ¡Taxi! —Las ruedas
del taxi amarillo chirriaron al detenerse junto al bordillo de la
acera. —Dile que la amas, que no estás comprometido. No la
hagas esperar por diez años más.
CAPÍTULO ONCE: ANTOJOS

D espués de que se me salieron los ojos de tanto llorar,


abracé a mi cojín favorito y adopté posición fetal en
el sofá. Todo lo que me quedaba ahora, eran mis
camisas de franela, y los pantalones deportivos que antaño me
iban demasiado grandes. Estaba ya en el segundo trimestre;
mis mareos y falta de apetito habían sido sustituidos por
antojos. En el camino a casa después de ver a Izzy y Ben,
llamé a Diego para decirle que debía traerme tacos del camión,
o lo asesinaría.
Las únicas cosas que me harían sentir mejor en este
momento, eran los tacos que Diego me traería, Diego mismo;
y una sesión, por milésima vez, del Rey León. Puse a Timón y
a Pumba a que me cantaran Hakuna Matata con el volumen
silenciado. Estaba impaciente, necesitaba con urgencia esos
tacos. A Diego le gustaba bromear sobre que era el maní quien
no tenía ni una gota de paciencia; si no tenía de inmediato lo
que se me antojaba, yo me convertía en un monstruo. Y estaba
a cinco segundos de volverme uno. Desde la puerta del
apartamento, me llegó esta insistente y ruidosa llamada de
alguien golpeando con el puño. ¡Mis tacos!
—¿¡Olvidaste tus llaves de nuevo, Diego?! —grité al
levantarme, saboreándome ya los tacos al pastor; tendrían
mucho cilantro, cebolla morada, y jugo fresco de limón. Se me
hacía agua la boca. —Lo juro —continué diciendo al abrirle la
puerta. —Si no tuvieras la cabeza pegada al cuerpo, seguro…
Era Ben. Ben, allí parado, su cabello despeinado como si se
hubiera pasado las manos por él. Con sus ojos grises de nubes
de tormenta, sus cejas fruncidas por la preocupación; su piel
suave de bronce, y mirándome como si yo fuera lo mejor del
mundo. —Bette es lesbiana, Brooke.
Parpadeé. —¿Qué? —Aún seguía conmovida.
Él suspiró. —Bette es lesbiana. No soy su prometido, nunca
lo fui. Soy su coartada, para que sus padres no se enteren de
que es gay. Y me ayuda a mantener a las interesadas, lejos de
mí. No pude decírtelo en la boda, porque nuestros padres
estaban allí. Nunca hemos estados juntos, te lo dije. Lo decía
en serio. Bette ha sabido que es lesbiana desde que éramos
adolescentes.
Un sollozo se abrió paso desde mi pecho. No estaba
comprometido. No me había mentido. —No estás
comprometido con Bette.
—Y tú no sales con Diego.
Tragué saliva. —No salgo con Diego. —Me sentí culpable;
había querido que Ben pensara que salíamos pese a que Diego
y yo, nunca tuvimos ese tipo de relación.
Él inspiró profundamente, como si hubiera pasado mucho
tiempo desde que lo hiciera, y sonrió. —Mi hermana me lo
dijo. —Me alargó la bolsa de papel. —Me encontré escaleras
abajo con Diego. Me disculpé con él, por quererlo matar por
tocarte. Y él me dio éstos. Dijo que le ordenaste te los trajera,
pero que lo estás dejando seco.
—¿Tacos? —Tomé la bolsa, mirándolo. Seguía aterrorizada
de lo que se vendría, pero necesitaba mis tacos. Así que fui al
sofá a sentarme. No le ofrecí nada, lo que me convirtió en una
pésima anfitriona.
Solo podía pensar en el hecho de que Ben no sabía que
estaba embarazada de su bebé. Él me siguió al sofá conforme
yo escarbaba en la bolsa, devorando los tacos. Así era esto. El
bebé quería tacos. El maní siempre obtenía lo que deseaba.
—Nunca te había visto comer tanto —dijo él con asombro.
Me terminé el taco, alargándole la bolsa. —¿Quieres uno?
Él negó con la cabeza, sonriendo. Se veía feliz de estar
conmigo. Yo también estaba feliz de que estuviera aquí.
Estaba aliviada, me sucedía por fin algo bueno, después de
haberlo pasado tan mal. Pero luego recordé mi secreto, así que
me metí otro taco entero a la boca para no tener que hablarle.
—Lo tomaría yo mismo, pero temo que me muerdas la
mano.
Lo miré. —Sí lo haría —respondí con la boca llena.
Ben se quedó conmigo hasta que apacigué mi apetito voraz,
y terminé bebiendo mi agua de horchata. Estábamos en
silencio, mientras el Rey León pasaba en la tele. Miramos por
unos minutos, hasta que Ben habló:
—Brooke —comenzó; le había costado reunir el valor para
pronunciar mi nombre. —Quiero salir contigo.
Mi corazón dio un vuelco en mi pecho. ¡Yo también quería
salir con él! Pero… —No puedes salir conmigo.
Él exhaló con fuerza, y sus ojos se nublaron. Alcanzó mi
mano con delicadeza, como si fuera su tesoro. —No estoy con
Bette. Tú no estás con Diego. ¿Por qué no podemos estar
juntos? ¿Te gusto, cierto?
Me reí, la palabra se quedaba corta para describir lo que
sentía por Ben. —Sí, me gustas muchísimo. Pero no puedo
salir contigo.
—¿Es por lo que mi padre te dijo? Porque él no me ordena
con quién puedo estar.
No supe qué responderle. No sabía cómo decírselo. —Más
o menos…
Sus fosas nasales se ensancharon. —¿Más o menos,
¿cómo? —Su mano me apretó, su voz se tornó peligrosa.
—Porque tu padre tenía razón.
—¿De que eres una interesada y una puta? Pues no me lo
creo para nada.
—No quise hacerlo, Ben. Pero resultó así. No tenían un
plan. Pero cobré el cheque que él me dio. Eso significa que, de
algún modo u otro, tenía razón sobre mí.
Ben dejó caer mi mano, para pasarse la suya por el cabello
en un gesto frustrado. —Dices que no puedes salir conmigo,
pero no me has dicho que no quieras. ¿No quieres salir
conmigo?
Mis ojos se humedecieron. —Sí quiero. —Desabotoné el
botón inferior de mi camisa de franela, y tomé su mano para
colocarla sobre la pequeña hinchazón en mi barriga. Era difícil
de notar, pero allí estaba. —No puedo simplemente salir
contigo, Ben.
Su mano se sentía grande y cálida en mi piel. Estudié sus
facciones, el deseo, sorpresa y shock recorriéndolas a un
mismo tiempo. Se inclinó hacia mí, volviéndose para quedar
aún más cerca de mi cuerpo. —¿Brooke?
—Estoy embarazada
Despegó los labios, las pupilas dilatadas. Se quedó así por
un buen rato, mirándome, su mano en mi vientre. Luego
respiró de nuevo y su pulgar trazó un delicado círculo en mi
estómago. Se me aceleró el pulso. —Mío —con su voz tan
áspera, no fue una pregunta.
Asentí. —Tuyo.
Sacudió su cabeza, como si no comprendiera. Su otra mano
se posó en mi nuca, su pulgar acariciándome la barbilla; me
depositó un beso firme, fuerte, determinante, en los labios. Era
una declaración.
—Mío —repitió, y sentí su palabra en mi boca. Lo respiré,
me abrí a él. Esta vez, cuando me besó de nuevo, me reclinó
contra los cojines del sillón, cubriendo mi cuerpo con el suyo.
Su brazo me envolvió, apretándome contra él. Su lengua buscó
a la mía; nos encontramos en un maremágnum de calidez,
anhelo y conexión. Fue un beso que me llegó hasta la punta de
los dedos de los pies. Se sintió verdadero, real.
Ben se echó hacia atrás, jadeando, y se presionó de tal
forma contra mí, que quedamos tocándonos por el pecho. —
No me dejes otra vez, Brooke —susurró. —No podría
soportarlo.
Tragué saliva, sin poder hablar. Solo asentí.
—No, Brooke, de verdad que no puedes. Te necesito.
—No lo haré —dije finalmente.
—Así me gusta, cariño —me apartó el cabello de la cara,
enredando sus dedos en él.
—Eres mía, y yo soy tuyo. Tomaste mi corazón, huiste con
él, y no he vuelto a sentirme completo desde entonces.
¡No podía creerlo! No lo creí. Sacudí la cabeza. Así no era
como él se sentía… No podía sentirse igual que yo.
Él asintió, lamiéndose el labio mientras miraba mi boca. —
Sí. No sé qué me hiciste, y no comprendo cómo es que estuve
existiendo sin ti, todo este tiempo. Luego te encontré, y
estabas con Diego… —Ben logró pronunciar apenas su
nombre, como si lo odiara.
—No era así. Él dijo que eras un cabrón, y trató de
protegerme de ti. Él pensó que me usaste al robarme la
virginidad. Quería darte un puñetazo. Pero Diego es como mi
hermano mayor. Él nunca…
Ben se rió, acariciándome con sus dedos la clavícula. —Eso
me gusta. Mereces protección. Y si alguien te hubiera hecho
algo como eso, lo habría destruido. Pero no fuiste eso para mí,
Brooke. Jamás. Nunca fuiste solo otra chica más. Tú eres tú.
Yo nunca… —Me le aferré cuando besó mi mandíbula, justo
debajo de la oreja. —Nunca me he sentido así antes. Nunca
nadie… —Cuando me besó, fue tan suave, tan lleno de
emoción, que entendí lo que quería decirme; supe por qué no
podía decírmelo.
—Te amo —murmuré cuando se echó hacia atrás; lo tomé
con mis manos para que no se alejara mucho. —Te he amado
toda mi vida, Ben. Nunca se me fue este sentimiento. Estoy
enamorada de ti, y esta es quién soy en realidad.
Su respiración sonó como un sollozo. —Dios, Brooke, te
amo tanto. Por favor no me dejes nunca más.
—¿No estás enojado por el bebé?
Ben metió la mano por debajo de mi camisa para acariciar
mi estómago. Sus ojos se encontraron con los míos, plateados
como las nubes con el sol ocultándose detrás. —No tiene
sentido, debería estar en shock, debería de estar muy
conmovido, pero… Solo estoy feliz de estar contigo. Y tras
saberlo, solo afirmo esta sensación de que todo está donde
debería estar. Vas a tener mi bebé. Mío. Ahora me perteneces.
—Alto ahí, niño rico. Me pertenezco a mí misma.
—Me perteneces, y yo te pertenezco. No quiero que nos
alejemos nunca más, fue horrible. Quizás inició antes, cuando
era niño, no lo sé… Lo cierto es que… Nunca me he sentido
más cómodo en mi vida. —Recorrió con sus manos, arriba y
abajo por los costados de mi barriga, sin dejar de mirarme a
los ojos. —Siempre estuve buscando algo, o a alguien. Creo
que te buscaba a ti. —Ben inclinó la cabeza. —Tómame,
Brooke, soy tuyo. Haz conmigo, lo que quieras.
—¿Lo que sea? —culebreé hasta el botón de sus
pantalones.
Ben rió. —Lo que quieras.
—No he podido dejar de pensar en ti. Creo que son las
hormonas… Pienso en nuestra noche juntos. —Ben recorrió
mi labio inferior con su pulgar. —Lo pienso todo el tiempo.
—Es que una noche no es suficiente —asintió, besándome
de nuevo. —Deberíamos hacerlo más.
No, no era suficiente. Lo jalé por la camisa, para quitársela.
Necesitaba el tacto de su piel, pero me quedé atrapada en su
beso. Ben trató de alejarse, pero me aferré a él con más fuerza.
—No dejes de besarme, Ben…
—Oh, cariño… Te besaré por siempre. Déjame llevarte a la
cama, quiero sostenerte.
Un fuego se inició en mí. —Sí, a la cama. —Lo quité de
encima mío; sujetándolo con fuerza por la mano, lo llevé a mi
habitación. Las columnas de libros se esparcían por el suelo, y
necesitaba sacar el cesto de la ropa sucia. No me importó si
estaba hecho un desastre, o parecía vulgar. Le saqué la camisa,
besándole el pecho suave. Cuando quiso tocarme, lo empujé
en dirección a la cama deshecha de sábanas rosas con líneas
doradas. Ben rió encantado.
—¿Qué le pasó a mi virgen inocente?
—Ahora es un monstruo hambriento —respondí,
despojándome de la camisa de franela y los pantalones. Me
monté encima de él. —No solo quiero que me abraces, Ben.
¿Por favor?
Él cerró los ojos, y se dio la vuelta para quedar encima de
mí. Sus manos se movieron por doquier, deslizándose a mis
senos, punteando mis pezones, metiéndose a mis bragas.
Gemí, echando la cabeza hacia atrás, y él aprovechó para
atacar mi garganta expuesta.
—Eres tan receptiva. —Sentí su sonrisa contra mi piel—.
Amo el hecho de que ningún hombre te ha tocado así antes.
Amo que me esperaste.
—Fue deplorable, Ben, estuve muy triste, casi
desesperanzada.
Me besó en silencio. —Pero aún te quedaba una poca.
Tienes razón, cariño, somos el uno para el otro. Tú lo viste
antes, cuando yo aún era muy estúpido para comprenderlo.
—Era una chiquilla enamorada. Tú eras un hombre… No
había nada que ver. —Él desabrochó mi sujetador, besándome
la piel desnuda; se concentró en uno de mis pezones. Me
arqueé hacia él.
—Ya no eres una niña. Eres una mujer, y por Dios, Brooke,
te amo. —Empujé mis caderas contra sus dedos, mientras él
me torturaba con sus caricias. —Soy adicto a ti. —Sus ojos
grises de tormenta me deslumbraron al mirar mi reacción a sus
acciones, a cómo me estaba haciendo sentir. Me retorcí bajo
Ben, perdida en el placer de las olas que me llevaban más, y
más alto. Él me acarició, hasta que volví a él. Abrí los ojos,
solo para encontrarme con la más dulce de sus sonrisas. —
Bésame —le dije. Y él lo hizo, mientras yo desabotonaba sus
pantalones. Lo rodeé con mis dedos. Él gimió. —Oh, Ben,
fóllame —murmuré contra sus labios. —Tómame, soy tuya.
Él no perdió tiempo en desnudarse por completo; se colocó
por completo encima de mí, dominándome. Tras colocarse,
comenzó a deslizarse dentro de mí; lo hacía lento, como si
vacilara.
—¡Por favor! —gemí, pues deseaba que me llenara toda. —
No te contengas, por favor. Te necesito, lo he deseado por
tanto tiempo… —En un jadeo anhelante, Ben empujó dentro
de mí, tan fuerte y profundo, que no pude reprimir un grito.
Me embistió con tanta energía, que casi perdí la cabeza; me
impulsé hacia él, rodeándolo con piernas y brazos. No dejaría
que se apartase de mí, nunca jamás lo dejaría ir.
Más tarde, recostada sobre su pecho sudoroso mientras los
dos intentábamos recuperar el aliento, Ben me besó el cabello.
—Cásate conmigo, Brooke. Te amo, y no puedo perderte de
nuevo. Por favor, di que serás mía.
Acuné su mandíbula en mi palma, inclinándome a presionar
mis labios contra los suyos. —Siempre seré tuya, Ben. Pero no
puedo casarme contigo.
Él se tensó. —¿Qué quieres decir con eso? Vas a tener a mi
bebé. Tienes que hacerlo.
—Por eso no podemos. Solo me lo pides porque estoy
embarazada. No quiero ser esa trampa para ti.
—Yo no pienso así. Eso es una idea de mi padre.
—¿Crees que es así como quiero iniciar una familia? ¿Con
mi suegro pensando que soy una interesada?
—No permitiré que él se interponga entre nosotros, Brooke.
Yo te conozco, y no eres así. Te conozco desde que eras una
niña, jamás harías eso. Nunca he querido a nadie como te
quiero a ti, y no te perderé de nuevo. No seré ese tonto.
Al presionarme contra él, me deleité con la sensación de su
hombría contra mi cuerpo, mis pechos y muslos, contra la
pequeña hinchazón de mi barriga. Ben se sentía tan bien, que
no podía imaginarme existía una sensación mejor. Jugueteé
con el nacimiento del cabello en su nuca. —No vas a
perderme. Te amo, aquí estoy. Yo sólo… Quiero que
esperemos, nos conozcamos mejor. Nos aseguremos de que
esto es real.
—Es real —se quejó él.
—De acuerdo, es real. Pero…. Sólo vayamos más despacio,
¿sí?
—Así que quieres salir conmigo. Pero no puedes salir
conmigo, porque eres la madre de mi hijo, ¿recuerdas? Esto no
es sólo salir, es… —Me refugié en su pecho, escuchando los
latidos de su corazón. Él me rodeó con sus brazos.
—Tienes razón. No puedo. Yo solo… Tengo miedo, Ben.
He soñado siempre con esto, y necesito asegurarme de que no
es solo eso, un sueño.
—Ojalá te hubiera encontrado antes, años atrás. Creo que
siempre he estado buscándote, y no lo sabía.
Asentí a sus palabras. —Yo también. Tomémoslo con
calma, sólo para asegurarnos.
—Está bien —dijo, y su frase retumbó en su pecho. —
Iremos despacio. Tendrás todo el tiempo que quieras. Porque
esta, para mí, ya es mi vida entera. Esta es.
Inhalé profundamente, y exhalé con lentitud. Apenas si
podía creerlo… Mis sueños, se volvían realidad.
CAPÍTULO DOCE: RESPLANDECIENTE

E l hotel relucía, perfecto, como si le hubieran sacado


brillo. De los altos techos colgaban las lámparas
esculpidas, y un fino arte adornaba las paredes
forradas de terciopelo. Hoy celebrábamos la gran inauguración
de mi hotel; mientras el cuarteto de jazz tocaba en una
esquina, los camareros, vestidos a punto y cargando bandejas
con delicias para los invitados, serpenteaban por toda la
habitación.
—Deberías estar orgulloso de ti mismo, hijo. —Me volví
hacia mi padre, que portaba del brazo a mi madre; hermosa
como siempre, ella se engalanaba con un vestido gris muy
chic. A ella la besé en la mejilla, pero aún no podía superar mi
enojo contra mi padre por haberse metido entre mí y Brooke.
—Estoy orgulloso, pero, más que eso, soy feliz.
—Sí, feliz de que hayas cosechado el éxito por tus
esfuerzos. No estaba seguro de que este hotel urbano de lujo
fuese el rumbo correcto para nuestra compañía, pero te has
probado como digno de mi nombre. Siempre supe que lo
tenías dentro de ti. Eres un verdadero heredero mío.
—No, papá. Estoy feliz porque estoy enamorado. Voy a
casarme con ella.
Él se notó sorprendido, mi madre rebosaba de felicidad. —
¡No puedo esperar a que Bette sea mi hija! —exclamó ella.
Me preparé para barrer con sus expectativas. Bette y yo, ya
lo habíamos discutido previamente: la noche anterior, ella les
dijo a sus padres que era lesbiana, y que no nos casaríamos.
No le hablaban ya, por cierto. —No, mamá. No voy a casarme
con Bette, nunca pensé en hacerlo. Bette es lesbiana. —Antes
de que pudieran recuperarse de la impresión, proseguí. —Me
casaré con Brooke Snow, la amo, y ella me ama también. Nos
tomó diez años encontrarnos, y no pienso dejarla ir.
—¿Brooke Snow? —Los delicados arcos de las cejas de mi
madre, se le dispararon hacia el nacimiento del cabello. —¿Mi
pequeña Brooke, que me ayudaba con las rosas? Creció muy
hermosa. —La sonrisa de mi madre se ensanchó.
Me reí. ¿Conque le ayudaba a mamá con sus rosas? Aún
había mucho de Brooke, que no conocía. —Eso suena a algo
que mi Brooke haría.
—Esa pequeña puta. —Me volví con frialdad ante el
gruñido de mi padre. —Para que lo sepas, ella cobró mi
cheque como la interesada buscona que es.
—¡Charles! —lo reprendió mi madre, consternada.
—Ya sé que lo hizo, y tuvo sus razones. Te pagaré el dinero
del cheque. Dárselo, y llamarla de aquellas maneras tan
deplorables, fue algo que jamás debiste haber hecho. No
quiero volverte a oír diciendo esas cosas sobre ella.
—Esto es inaceptable —continuó mi padre, como si no
acabara de escucharnos a mi madre y a mí. —Te casarás con
Bette Durning. Si quieres, podrás conservar a tu pequeña puta
como amante, pues es intrascendente.
—No hables así de la madre de tu nieto —escupí, mi voz
grave.
Mi padre frunció el entrecejo, mi madre me aferró del
antebrazo. —¿Nieto?
Asentí. —Brooke está embarazada, mamá. Y nos
casaremos cuando ella lo decida. Y probablemente ella no
quiera hacerlo pronto —continué, lanzándole una mirada
acusatoria a mi padre. —porque tu esposo la llamó prostituta,
y le dio un cheque para que me dejara.
—Te está engañando. Debe ser el hijo de algún otro.
Quise tomarlo del cuello de la camisa para obligarlo a
disculparse, pero me contuve. No era el momento, ni el lugar
adecuados. —Soy el único hombre con el que Brooke ha
estado. Era virgen cuando dormimos juntos. Y voy a hacerla
mía. Por tus inoportunas intromisiones, casi la pierdo. No
interferirás de nuevo.
Justo en ese momento, Brooke entró a lobby; todo el
mundo se detuvo, excepto por ella. Su cabellera de luz de luna
se ondulaba sobre sus hombros desnudos; llevaba un vestido,
reluciente como la plata misma, que abrazaba todas sus curvas
femeninas. La hinchazón de su barriga apenas si se notaba.
Sus ojos verdes se encontraron con los míos, y todo lo demás
se esfumó. Al sonreírme, mi corazón se henchió de gozo.
—¡Oh, mírala! Está resplandeciente —dijo mi madre a mi
lado. No parecía para nada molesta de que no fuera a casarme
con Bette. —¿En verdad Brooke te hace feliz? —Asentí de
nuevo. —¡Bien! Es una buena chica. Sigue pidiéndoselo hasta
que te diga que sí. No la dejes ir.
—No lo haré nunca, mamá.
Ella tomó a mi padre por el brazo, jalándolo para llevárselo.
Pude escuchar que despotricaba, pero no me importó.
Me abrí paso entre la multitud hasta llegar al lado de
Brooke, que se acomodó a mi costado, a donde pertenecía. La
besé detrás de la oreja, en el punto que yo sabía la hacía
estremecerse de placer. Era mi propósito, el besarla allí lo más
que pudiera. Me puso una mano en el pecho, como si quisiera
detenerme, así que la besé allí de nuevo.
En su mano libre, sostenía una copa de vino. Fruncí el
entrecejo. —¿Por qué estás bebiendo vino? —Quise decirle
que eso no era bueno para el bebé, pero no me salían las
palabras pues alguien podía escucharnos.
Ella me sonrió, derritiéndome. —No es para mí, tonto. Es
para ti.
La tomé de su mano entre risas. No la necesitaba, su mera
presencia bastaba para embriagarme. Dejé la copa en la
charola de un camarero que pasaba, y acerqué a Brooke para
besarla. —Tu amor, es mejor que cualquier vino en el mundo.
—Cuando nuestros labios se encontraron, nada nos detuvo; la
alegría fluía por mis venas como el alcohol del más fino vino.
Ella suspiró cuando me aparté.
—Cásate conmigo —susurré en su oreja.
Ella rió, dándome un empujoncito en el pecho. —Hoy no,
Ben. Es tu gran inauguración.
—Conviértelo en el mejor día de mi vida, diciéndome que
sí. —Ella sacudió la cabeza, enterrándola después con timidez
en mi pecho. —Seguiré preguntándote hasta que me digas que
sí.
Ella rodeó con ambos brazos mi cintura. —De acuerdo —
respondió con un hilo de voz.
CAPÍTULO TRECE: DELIRANTE

E sta semana, el maní me exigió piña.


Yo yacía en la cama; teniendo cuidado de no
derramar ni una gota de jugo en las sábanas de algodón
egipcio, comía con las manos un cuenco de suculenta fruta
mientras miraba por la ventana las centelleantes luces del bajo
Manhattan. Mis labios ya estaban insensibles por la acidez de
la piña, pero no podía dejar de comerla; era una de las cosas
que me hacían feliz hasta el delirio. Nuestra suite se localizaba
en lo alto del edificio, y los últimos rayos del sol, reflejándose
en la bahía, llegaban hasta el interior de nuestro dormitorio.
Ben se encontraba en el baño, alistándose para la cama.
—Diego me envió un mensaje de texto —llamó Ben desde
el baño—. para recordarte que tu cita semanal se acerca, y que
debes decirle antes que a nadie, si será un sobrino o sobrina.
—En realidad no es mi verdadero hermano —repliqué
ligeramente fastidiada, mientras me lamía el jugo de la piña de
los dedos. —¿Por qué Diego tiene tu número? Es el latoso más
grande del mundo.
—Porque está de mi lado. —Ben se recargó contra la
cerradura de la puerta del baño, la toalla colgándole desde la
cintura estrecha. Dejé que mis ojos vagaran por su cuerpo,
hasta que vi la forma en la que me miraba; me sonreía con una
ceja arqueada. —También quiere que te cases conmigo.
—Se supone que esté de mi lado, es mi amigo. Creo que me
gustaba más cuando ustedes dos se odiaban.
Él sofocó una risa y vino hacia mí, depositando el cuenco
vacío de fruta en la mesita de noche. —No es cierto, Brooke
—me dijo, quitándose la toalla de la cintura para meterse
conmigo a la cama. Al envolverme con sus brazos, olí su
aroma limpio y masculino, con el toque justo de jabón, y de
esa esencia única tan suya—. Cásate conmigo. —Dejó caer
una cajita de terciopelo azul sobre mi muslo.
—¿Qué es esto? —pregunté, sorprendida. Mi corazón
comenzó a latir con más rapidez.
—Ábrelo, corazón. —Respondió, besándome la mejilla.
Bajo la tapa que abrí con lentitud… Era un anillo antiguo
de zafiros y diamantes, engastados en un aro filigranado de
oro. Jadeé. Era tan hermoso, que lo amé de inmediato. Tragué
saliva para que las palabras me salieran. —Es más pequeño de
lo que esperaba —bromeé, sonriéndole. Él sabía que odiaba
los anillos fastuosos, de grandes diamantes, porque estorbaban
al cocinar. Ya lo habíamos discutido.
—Era de mi abuela. Es una herencia, y mi madre quería
que lo tuvieras.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. —¿Tu madre no me odia?
Él sacudió la cabeza. —Para nada. Cásate conmigo, Brooke
Snow. Sé mi esposa. —Sus ojos grises de nube me llenaron de
luz de sol, lluvia y sentimientos intensos; quise guardarlos
para siempre.
—Ben… —dije, cerrando la hermosa caja del anillo. —Me
lo preguntas cada día. —Tenía miedo de que fuera demasiado,
de no poder conservar este amor. Nunca imaginé que tendría
un romance como este.
Él asintió, tomando la cajita para ponerla también en la
mesita de noche. Luego, se inclinó hacia mí. —Estará aquí
para cuando lo necesites. —Me besó en mi punto favorito, y su
aliento cálido envió escalofríos de placer por mi columna
vertebral. —Seguiré preguntándote hasta que digas que sí. —
Me aseguró con voz suave, su mano acunando la hinchazón
visible de mi vientre.
Rodé sobre Ben, hasta que quedamos pecho con pecho,
latidos juntos; nuestros alientos se mezclaron, nuestros ojos se
encontraron. —Te amo. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé —dijo él, la piel de las esquinas de sus ojos
arrugándosele por la sonrisa amplia. Me peinó el cabello hacia
atrás, dejando que sus dedos resbalaran por el costado de mi
cara para acunarme la mandíbula. —Yo también te amo,
Brooke. Seguiré preguntándotelo cada día, hasta que estés
lista.
Salvé los pocos centímetros que nos separaban, para
besarlo en los labios; sabían a dicha, amor, a casa. —Te amo.
—No estuve segura de que me escuchó, pues mi tono de voz
fue muy bajo.
Ben me había oído. —Te esperaré—. concluyó besándome
de vuelta.
Iba a decirle que sí. Me casaría con él.
Había encontrado a aquel a quien mi alma amaba.
SOBRE L.A. PEPPER

Al igual que usted, L.A. ama las historias románticas contemporáneas y es una
ávida lectora.

Su corazón ha sido roto por el verdadero amor, sin embargo, ¡todavía es adicta a los
finales felices!

Cuando L.A. no está escribiendo sobre la próxima novela romántica contemporánea


del chico malo multimillonario, disfruta de una copa de Chianti, de raclette con sus
amigas, de clases de spinning y de ver el amanecer cada mañana.

Es una ama de casa desesperada autoproclamada y vive en un callejón sin salida de


historias emocionantes, dramáticas y románticas. Muchas de sus ideas están
inspiradas aquí.

L.A. recibió su apodo de una de sus hijas adolescentes, ¡y lo acuñaron amigos y


familiares!

Leanne vive en Canadá con su marido, y 4 hijos.

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