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VAN
BEETHOVEN
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CRISTINA RECHE JIMÉNEZ. 5º EE.PP.
Índice.
1. Biografía.
1.1 Infancia y formación.
1.2 Sus “años felices” en Viena.
1.3 Gran crisis moral.
1.4 Últimos años de su vida.
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1. Biografía.
(Bonn, actualmente Alemania, 1770 – Viena, 1827). Compositor alemán.
Nacido en el seno de una familia de origen flamenco, su padre ante las
evidentes cualidades para la música que demostraba desde muy joven, intentó
hacer de él un segundo Mozart, aunque con escaso éxito.
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1.1. Infancia y formación.
Los testimonios de estos años trazan un sombrío retrato del niño, hosco,
abandonado y resentido, hasta que en su destino se cruzó Christian Neefe, un
músico llegado a Bonn en 1779, quien tomó a su cargo no sólo su educación
musical, sino también su formación integral. Diez años más tarde, el joven
Beethoven le escribió: «Si alguna vez me convierto en un gran hombre, a ti te
corresponderá una parte del honor». A Neefe se debe, en cualquier caso, la
nota publicada en el Cramer Magazine en marzo de 1783, en la que se daba
noticia del virtuosismo interpretativo de Beethoven, superando «con habilidad
y con fuerza» las dificultades de El clave bien temperado de Johann Sebastian
Bach, y de la publicación en Mannheim de las nueve Variaciones sobre una
marcha de Dressler, que constituyeron sin duda alguna su primera
composición.
En junio de 1784 Maximilian Franz, el nuevo elector de Colonia, nombró a
Ludwig, que entonces contaba catorce años de edad, segundo organista de la
corte, con un salario de ciento cincuenta guldens.
Amarga habría sido la vida del joven Ludwig en Bonn, sobre todo tras la
muerte de su madre en 1787, si no hubiera encontrado un círculo de excelentes
amigos que se reunían en la hospitalaria casa de los Breuning: Stefan y
Eleonore von Breuning, a la que se sintió unido con una apasionada amistad,
Gerhard Wegeler, su futuro marido y biógrafo de Beethoven, y el pastor
Amenda. Ludwig compartía con los jóvenes Von Breuning sus estudios de los
clásicos y, a la vez, les daba lecciones de música.
Habían corrido ya por Bonn (y tal vez este hecho le abriera las puertas de los
Breuning) las alabanzas que Mozart había dispensado al joven intérprete con
ocasión de su visita a Viena en la primavera de 1787. Cuenta la anécdota
que Mozart no creyó en las dotes improvisadoras del joven hasta que Ludwig
le pidió a Mozart que eligiera él mismo un tema. Quizá Beethoven recordaría
esa escena cuando, muchos años más tarde, otro muchacho, Liszt, solicitó
tocar en su presencia en espera de su aprobación y aliento, y que a pesar de su
inicial rechazo a escucharle, quedó maravillado ante las dotes del que fue uno
de los grandes compositores y pianistas.
Estos años de formación con Neefe y los jóvenes Von Breuning fueron de
extrema importancia porque conectaron a Beethoven con la sensibilidad liberal
de una época convulsionada por los sucesos revolucionarios franceses, y
dieron al joven armas sociales con las que tratar de tú a tú, en Bonn y, sobre
todo, en Viena, a la nobleza ilustrada. Pese a sus arranques de mal humor y
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carácter adusto, Beethoven siempre encontró, a lo largo de su vida, amigos
fieles, mecenas e incluso amores entre los componentes de la nobleza
austriaca, cosa que el más amable Mozart a duras penas consiguió.
Beethoven tenía sin duda el don de establecer contactos con el yo más
profundo de sus interlocutores; aun así, sorprende la fidelidad de sus relaciones
en la élite, especialmente si se considera que no estaban habituadas a un
lenguaje igualitario, cuando no zumbón o despectivo, por parte de sus siervos,
los músicos. Forzosamente la personalidad de Beethoven debía subyugar,
incluso al margen de la genialidad y grandeza de sus creaciones. Así, su
amistad con el conde Waldstein fue decisiva para establecer los contactos
imprescindibles que le permitieron instalarse en Viena, centro indiscutible del
arte musical y escénico, en noviembre de 1792.
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Seguro de su propio valor, consciente de su genio y poseedor de un carácter
explosivo y obstinado, despreciaba las normas sociales, las leyes de la cortesía
y los gestos delicados, que juzgaba hipócritas y cursis. Siempre atrevido, se
mezclaba en las conversaciones íntimas, estallaba en ruidosas carcajadas,
contaba chistes de dudoso gusto y ofendía con sus coléricas reacciones a los
distinguidos presentes. Y no se comportaba de tal manera por no saber hacerlo
de otro modo: se trataba de algo deliberado. Pretendía demostrar con toda
claridad que jamás iba a admitir ningún patrón por encima de él, que el dinero
no podía convertirlo en un ser dócil y que nunca se resignaría a asumir el papel
que sus mecenas le reservaban: el de simple súbdito palaciego.
En este rebelde propósito se mantuvo inflexible a lo largo de toda su vida. No
es extraño que tal actitud despertase las críticas de quienes, aun reconociendo
que era un compositor de inmenso talento, lo tacharon de misántropo,
megalómano y egoísta.
Durante estos «años felices», Beethoven llevaba en Viena una vida de libertad,
soledad y bohemia, auténtica prefiguración de la imagen tópica que, a partir de
él, la sociedad romántica y postromántica se forjaría del «genio». Esta
felicidad, sin embargo, empezó a verse amenazada muy pronto, ya en 1794,
por los tenues síntomas de una sordera que, de momento, no parecía poner en
peligro su carrera de concertista. Como causa los biógrafos discutieron la
hipótesis de la sífilis, enfermedad muy común entre los jóvenes que
frecuentaban los prostíbulos de Viena, y que, en cualquier caso, daría nueva
luz al enigma de la renuncia dolorosa de Beethoven a contraer matrimonio.
La gran crisis moral de Beethoven no estalló, sin embargo, hasta 1802.
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El caso es que el músico creyó acabada su carrera y su vida y, acaso
acariciando la idea del suicidio, se despidió de sus hermanos en el
llamado Testamento de Heiligenstadt.
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El genio, sin embargo, no se privó de menospreciar públicamente su propia
composición, repleta de sonidos onomatopéyicos de cañonazos y descargas de
fusilería, tildándola de bagatela patriótica. El Congreso de Viena marcó en
1813 el fin de la gloria mundana del compositor, pues sólo dos años más tarde
habría de derrumbarse el frágil edificio de su estabilidad.
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El desastre económico se sumó casi necesariamente al doméstico pese a los
esfuerzos de sus protectores, incapaces de que el genio reordenara su vida y
administrara sus recursos.
Una segunda manera o estilo abarca desde 1801 hasta 1814, tiempo este que
puede considerarse de madurez, con obras plenamente originales en las que
Ludwig van Beethoven hace gala de un dominio absoluto de la forma y la
expresión (la ópera Fidelio, sus ocho primeras sinfonías, sus tres últimos
conciertos para piano, el Concierto para violín).
La tercera etapa comprende hasta la muerte del músico y está dominada por
sus obras más innovadoras y personales, incomprendidas en su tiempo por la
novedad de su lenguaje armónico y su forma poco convencional; la Sinfonía
nº 9, la Missa solemnis y los últimos cuartetos de cuerda y sonatas para piano
representan la culminación de este período y del estilo de Ludwig van
Beethoven.
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3. Comentario del 1er mov. de la Sonata
“Patética”.
La Sonata n.º 8 en do menor, Op. 13 de Ludwig van Beethoven, subtitulada
«Pathétique», fue publicada en 1799, y escrita entre 1798 y 1799, cuando el
compositor tenía 27 años. Beethoven dedicó el trabajo a su amigo el
príncipe Karl von Lichnowsky.
Algunos autores señalan que la "Patética" fue llamada así por el mismo
Beethoven y respondería a la situación anímica en que se encontraba al
momento de su publicación, cuando comenzarían a manifestarse los primeros
signos tormentosos de su sordera. Otros postulan que fue idea del editor, lo que
parece más probable.
El primer movimiento, acerca del que voy a hablar, tiene una estructura de
forma sonata y presenta un lenguaje armónico cromático, lo que permite
encuadrarla dentro del primer período creativo de su autor. La tensión
emocional del movimiento, concentrado, extenso y complejo, no se había dado
nunca antes en la literatura pianística.
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La introducción, (ya descrita) de textura homofónica y en do menor, deja paso
a la exposición del tema (11-134): el Allegro di molto e con brio, que
representa el eslabonamiento de un conflicto dramático en escala heroica. Esta
consta de una sección A, un puente modulante, una sección B (que se dividirá
a su vez en b1 y b2) y la coda.
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Ahora, Beethoven interpola 4 compases de la introducción (133-136): los tres
primeros en Sol menor y el resto en Mi m. Esta nos llevará a la segunda parte
del primer movimiento: el desarrollo (137-194), que se divide en tres frases:
una primera del 137 al 167, otra del 167 al 187, y una última de 8 compases,
que hacen de anacrusa hacia la reexposición. El material temático utilizado es
derivado del motivo principal, del puente y de b1. A lo largo de este realizará,
aunque de manera más extensa, progresiones a tonalidades relativas como: Mi
m, Re M, Sol m, La b M, Fa M, Si b M o Do m. Esta tonalidad se prolongará
ya hasta la reexposición.
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fin
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