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SEXUALIDAD MASCULINA: Algunas Reflexiones desde la experiencia de

trabajo entre hombres

Eduardo Liendro Zingoni1

Hablando de sexualidad entre hombres

En los años 80’ me inicié en un grupo de hombres hablando de mi masculinidad, mi


sexualidad y mi vida afectiva. A pesar de mis temores y mi rigidez, comprendí que no
era el único en sentir las contradicciones de mantener un discurso de seguridades y
potencias, con experiencias de insatisfacciones, dudas y búsquedas. En ese momento
aún no me daba cuenta que ese espacio marcaría el rumbo de mi vida.

Por entonces trabajaba con jóvenes en un programa de educación sexual en barrios


populares de Santiago de Chile, inventando espacios y metodologías para hablar y
compartir ese lado oculto de nuestras experiencias, cuando la sexualidad y las
experiencias de identidad de género eran secundarias para muchos activistas
preocupados por derribar el macrosistema de poder político, económico y social que
imponían una dictadura militar. Entonces, sólo llegué a intuir de manera vaga, pero
certera, que todo eso tenía algo que ver con la manera en que los hombres vivíamos
nuestras experiencias cotidianas y participábamos de las microestructuras de ese
mismo poder dominante que tanto queríamos cambiar y que reproducíamos día con día.

Al cabo de los años me he dado cuenta que el tema de la sexualidad masculina no es una
novedad, pues gran parte de las disciplinas que se especializaron en crear un discurso
"científico" que describiera, clasificara y evaluara los comportamientos sexuales, se
han dedicado a llevar al estatus de norma universal la sexualidad masculina y esto ha
permeado la concepción misma que tenemos de nuestra propia sexualidad y la de los
demás.

Como bien lo ha señalado Jeffrey Weeks "la imagen del sexo masculino como una
fuerza incontrolable y desenfrenada...como un volcán, es la imagen que ha prevalecido
en nuestra respuesta a la cuestión del sexo" (1993:139) El modelo de explicación
esencialista de la sexualidad humana que ha prevalecido históricamente, ha recogido y

1
Antropólogo Social, Fundador del Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias, A.C. y fundador
de Diversidades y No Discriminación, A.C., ambas organizaciones en México.
ha alimentado la percepción masculina de estos llamados “instintos sexuales” y de las
conductas que se supone, se derivan de estos.

Tampoco es una novedad que entre hombres tengamos un discurso compartido en


relación a la sexualidad, pues muchas conversaciones tienen que ver con una cierta
manera de abordarla, donde más que una expresión volcánica, se representan sesiones
pirotécnicas de hazañas y proezas dibujadas en los imaginarios individuales para ser
representados en escenarios colectivos.

Lo que si puede constituir una novedad es la reflexión crítica de la sexualidad y el


erotismo, donde, más allá de las demostraciones de hombría, se compartan las dudas,
los temores, los deseos y las experiencias cotidianas de la intimidad sexual de los
hombres; más novedoso aún es hacerlo entre hombres de diversa condición social, sin
alcohol y sin afán de competencia.

Placer y poder

Contrario a lo que muchos pudieran creer, hablar de las experiencias relacionadas a la


sexualidad entre hombres no es fácil, pues nuestras vergüenzas y temores, nos
censuran. También, porque implica hablar de sentimientos, de deseos, de temores, de
disfrutes; implica intimar y muchas veces mostrar aspectos vulnerables, todo lo cual ha
sido excluido de nuestro repertorio masculino hegemónico de demostraciones y
reforzamientos de una imagen de potencia, más ilusoria que real.

Que un grupo de hombres se junten a hablar de sexualidad, puede parecer peligroso a


más de alguien. Recuerdo que a propósito de un taller sobre sexualidad para hombres,
una amiga me comentó con enojo que de seguro nos juntábamos “para hablar de
pornografía o algo así”, lo que descifré entonces como una desconfianza que
seguramente tenía importantes y dolorosos episodios en su historia de vida. También
reafirmé la importancia de abrir estos espacios, pues en mi propia historia no encontré
muchos momentos que entre hombres habláramos de algo más que de aventuras,
pedazos de cuerpos, conquistas o “algo así”. Al hablar de sexualidad necesariamente
estamos poniendo una carga valórica dependiendo de la posición a tomar, pues
exponemos una cierta significación motivadora en relación a una posible acción a
experimentar (Otfried Höff, 1994) que muchas veces pone en juego cuestiones de
poder, dolor, jerarquías y opresión.
Aún con las dificultades y el analfabetismo emocional y sexual de muchos hombres,
cuando es posible contar con un espacio de seguridad, donde no hay juicios, ni
consejos, donde la confidencialidad también posibilita hablar “aquí entre nos”, surge un
gran interés y necesidad por sacar de nuestras historias personales inquietudes, dudas
y experiencias de dolor y placer que permanecieron escondidos por años en nuestro
interior, donde es posible comenzar a hablar de “mi sexualidad” en primera persona
singular.

Sin embargo, como bien lo han planteado Horowitz y Kaufman(1989), la tensión interna
de la sexualidad masculina radica entre el placer y el poder. El placer, derivado del
cuerpo y de su capacidad (y posibilidad) de tocar, sentir, fantasear e intimar. El poder,
que es de dos clases; uno el poder del placer, y el otro, el poder derivado de las
relaciones sociales de poder de los hombres sobre las mujeres, de la heterosexualidad
sobre la homosexualidad y el poder de la interiorización de las estructuras de la
masculinidad dominante que da estatus y prestigio. La sexualidad no se puede divorciar
de los placeres derivados de las relaciones de poder, o inversamente; pues la forma en
que nuestros cuerpos experimentan placer resulta de la interacción entre el cuerpo y
el mundo real.

Sexualidad e identidades de género

A través de una metodología participativa y vivencial, exploramos nuestras


sexualidades y poco a poco descubrimos las complejidades, las diversidades, las huellas
y las necesidades de cada quién. En un ejercicio donde hablamos de las identidades de
género me ha llamado la atención que muchos hombres expresan por escrito que “me
gusta ser hombre porque puedo ejercer mi sexualidad de manera más libre, puedo
tener varias parejas, puedo hablar de sexo, puedo obtener placer más fácilmente,
etc...”. Destaca que se coloque a la sexualidad como una dimensión positiva de la
identidad de género, donde se busca la satisfacción personal; sin embargo es imposible
sustraerse a las expresiones que dan cuenta de la ventaja comparativa en relación a las
mujeres (“más libre”, “más fácilmente”, etc.), lo que nos abre las puertas a indagar
cómo vivimos esas ventajas de ser hombre y cómo percibimos la sexualidad de las
mujeres.

En ese mismo ejercicio, exploramos que sucedería si fuésemos mujeres e


invariablemente, hay expresiones de querer ser mujeres sexualmente muy activas:
“tendría muchas parejas”, “sería una puta”, “me vestiría con minifaldas”, “buscaría ser
más libre sexualmente”, “tendría relaciones a diario”, “no me casaría y andaría con
varios”, “saldría a divertirme cada semana”, “me masturbaría sin culpa”, etc. Lo que
denota una cierta demanda hacia las mujeres de expresar más su sexualidad; sin
embargo, cuando se les plantea si podrían tener una pareja con esas características,
las respuestas negativas no dejan de plantear una serie de dudas y temores. Por otro
lado, la proyección de una sexualidad masculina en las mujeres, nos hace creer que las
expresiones eróticas de ellas pasa por las formas en que los hombres fantaseamos y
actuamos; sin concebir que las mujeres han creado otras formas de expresión erótica
y que sus deseos también pasan por otros canales sensoriales y emocionales, que
pueden llevarlas a otras formas de concebir sus deseos. Esta proyección y creencia de
que “ellas querrán hacer lo mismo que hacemos nosotros”, está en la base del control
de la sexualidad de las mujeres y la violencia que esto conlleva.

Vergüenza y dolor

Nuestras historias personales, remontadas a nuestros primeros recuerdos


relacionados a nuestra sexualidad, surgen en muchos casos contradictorias
experiencias de vergüenza y dolor. Por un lado porque interiorizamos en nuestra
sexualidad infantil había que “callar y no tocar”, con una carga de suciedad y culpa que
nos indicaba que algo malo estábamos queriendo hacer, muy relacionado a las creencias
de pecado y culpa fomentadas por la religión católica, tan presentes en nuestras
culturas latinoamericanas; por otro lado, porque al mismo tiempo se nos alentaba y
celebraba cada vez que expresábamos alguna actitud o conducta que nos hacía
“hombrecitos”: tocar o mostrar nuestros genitales, expresar activamente simpatía por
una niña, hacer bromas sexuales, decir “malas palabras”, etc.

Sin embargo, en nuestras historias de vida también surgen experiencias de dolor, pues
la violencia y el abuso sexual forma parte de la carga oculta de muchos hombres, más
de lo que imaginamos. La vergüenza de hablar del dolor y de la vulnerabilidad de estas
experiencias de la infancia, hacen que después de varias horas y días, cuando se ha
construido un espacio de seguridad y confianza, algún hombre se abra a compartir
estas experiencias, a veces por primera vez en su vida ante otros hombres. Lo que
generalmente viene después, es el permiso implícito para que otros hombres abran sus
propias experiencias de dolor, en un primer paso para sanar heridas guardadas por
mucho tiempo. Esta necesidad de reconocer la violencia y el abuso sexual hacia los
hombres, principalmente por parte de otros hombres, requiere de más espacios
dedicados a procesar estas experiencias y de darnos cuenta cómo han afectado
nuestra manera de relacionarnos.
Genitalización de la sexualidad

¿Cómo llegamos a concebir y vivir los hombres una sexualidad centrada en los
genitales? ¿Por qué genitalizamos tan a menudo el placer ? Estas son preguntas que
trabajamos en el recorrido por la adolescencia y el principio de nuestra juventud,
donde la importancia del pene, la masturbación y las fantasías del coito, se
transforman en la manera en que la mayoría de los hombres reafirmamos nuestra
condición masculina y aprendimos (a canalizar) nuestro placer. Las historias,
referencias y anécdotas al pene y la masturbación creadas en esta edad son tan
prolíficas que se podrían escribir y llenar las puertas y muros de toda la ciudad, como
ocurre con frecuencia en escuelas, bares y baños públicos. La masturbación como
forma de autoerotismo, se transforma muchas veces en la manera compulsiva de tomar
contacto placentero con el cuerpo, calmar ansiedades y alimentar las fantasías del
coito. Según la antropóloga Carol Vance, el órgano sexual más importante se encuentra
“entre las orejas”, sin embargo para los hombres en esta edad, y para muchos en el
resto de la vida, se centra directamente “entre las piernas”.

No podemos decir que esto ocurre como un proceso natural, o como la confirmación de
la creencia social tan arraigada entre hombres y mujeres de que “ellos tienen más
necesidades”. Por supuesto que en la adolescencia hay una revolución hormonal donde
los cambios corporales implican el re-descubrimiento de sensaciones y emociones
intensas, pero el hecho que los hombres nos centremos en nuestra genitalidad,
desensibilizando y minimizando el resto del cuerpo, tiene que ver más con la forma en
que nos aproximamos a la sexualidad y al erotismo desde nuestro aprendizaje de la
masculinidad y la hombría, en un período de la vida de intensa confirmación y re-
afirmación de las identidades de género. Más que una expresión natural, la
genitalización de la sexualidad en los hombres forma parte del aprendizaje de los
códigos y formas predominantes de la masculinidad y de cómo los hombres hemos
aprendido a valorarnos como personas a partir de una parte de nuestro cuerpo y los
significados depositados en ello.

Cosificación y pornografía

En este proceso, los grupos de pares constituyen un referente de suma importancia,


pues es a través del aprendizaje entre hombres que se reafirman las identidades
masculinas y se construyen formas de percibir y de convivir socialmente aceptadas.
Explorando algunas formas de concebir la sexualidad, realizamos individualmente un
ejercicio de cómo miramos a alguien que nos atrae sexualmente, luego compartimos
estas percepciones y construimos el cuerpo que observamos. La mayoría de los talleres
de sexualidad para hombres, han estado conformado hasta ahora por hombres
predominantemente heterosexuales y es recurrente que coincidan en construir
cuerpos de mujeres mutiladas por nuestra mirada: cuerpos constituidos principalmente
de grandes nalgas y piernas con grandes pechos, ocasionalmente con ojos y algo de
cabello.

Para reflexionar sobre una de las formas más recurrentes de condicionar nuestra
miradas y conductas sexuales, revisamos críticamente los primeros textos de
educación sexual para muchos hombres: las revistas de modelos desnudas, las revistas
de fotonovelas y dibujos eróticas, los calendarios de mujeres semidesnudas en la
tienda de la esquina, las postales, videos, etc. y un sin fin de materiales pornográficos o
semi-pornográficos; y en todos ellos el modelo de imagen de mujer destacaba por sus
grandes nalgas y piernas con grandes pechos, así como también en algunos casos sus
genitales pulcramente depilados. La mayoría habíamos comenzado a ver estas imágenes
a partir de los 10 u 11 años y para muchos fue la primera imagen de mujer desnuda y
las primeras lecciones de anatomía comparada, así como los primeros pasos de
condicionamiento de nuestro deseo y de nuestra mirada. ¿Por qué no fijarnos en las
orejas, en las manos, en los pies o por qué nuestra atención no está en tatuajes y
adornos del cuerpo como en India, o en los dientes y la capacidad para mover los ojos,
como en algunas tribus nómadas de Nigeria? No es casualidad que las imágenes que nos
ofrece el comercio sexual y la publicidad, coincidan con la forma en que los hombres
occidentales miramos y nos relacionarnos desde la sexualidad y el erotismo. Sin
embargo no se trata de censurar con una actitud moralina, sino de ampliar nuestras
concepciones y enriquecer nuestras percepciones, donde el énfasis este puesto en las
personas como una integralidad corporal, mental y espiritual y no cómo ciertos pedazos
de cuerpos cosificados a desear.

Homofobia

Otro aspecto importante a trabajar es la manera en que ha influido nuestro temor y


rechazo a ser considerados “fuera del lugar” o “inadecuados” frente a los parámetros
sexuales masculinos dominantes, valorados positivamente. La dificultad para tomar un
rol pasivo, ser tocado en ciertas partes del cuerpo o expresar sentimientos amorosos
de manera directa y espontánea, son relacionados con la dificultad de transgredir las
fronteras de la organización de género y verse en un campo considerado como
“femenino”. Esta amenaza tiene que ver con la desvalorización que conlleva cualquier
posibilidad de ser confundido con algún aspecto relacionado a la feminidad; y para
muchos lo mas cercano a un hombre feminizado es un hombre homosexual
(erróneamente, pues la feminidad y la masculinidad de un hombre, no necesariamente
se corresponden con su orientación sexual).

Esta misma causa es la que condiciona nuestra distancia afectiva y corporal entre
hombres y limita de manera dramática nuestra capacidad de relacionamiento,
restringiéndola muchas veces a la violencia y la competencia. La homofobia
internalizada como parte de nuestro aprendizaje de la hombría, establece las normas
conocidas por la mayoría de los hombres heterosexuales para confirmar cada día su
suficiencia masculina y no dejar lugar a dudas o a posibles “confusiones”.

Según Badinter (1993), uno de los aspectos claves en la adquisición de la identidad


masculina es la lucha por la diferenciación, la "lucha por no ser femenino" (no ser
mujer, no ser homosexual y no ser niño) y por la condena a marcar socialmente esta
diferencia durante la mayor parte de la vida. De esta manera plantea la fragilidad de la
masculinidad, pues este esfuerzo constante por confirmarse lo lleva a una desgastante
reafirmación compulsiva, que implica dedicar gran cantidad de energía y tiempo
(trabajo).

Esto también esta en la base de la homofobia y el sexismo: el miedo que tenemos los
hombres a ser considerados afeminados. Según Kimmel (1994) "la mujer y los
homosexuales se convierten en el "otro", es decir la contraparte en la cual los hombres
heterosexuales proyectan sus identidades, a través de despojar a los "otros" de la
equidad, desvalorizándoles de tal manera que en cualquier situación dada ellos siempre
tienen la ventaja; así, a través de este proceso, la identidad masculina logra ser
reforzada".

Esto también contribuye en gran medida a alimentar el rechazo y los temores de


muchos hombres para entrar a espacios considerados socialmente “femeninos”, como
el cuidado de la salud, el trabajo doméstico o el cuidado de los hijos. De tal manera, la
identidad de género masculina está directamente relacionada con una particular
concepción de la sexualidad entre los hombres.

La experiencia de reflexión sobre la sexualidad entre hombres indica que a mayor


rigidez de las identidades, los estereotipos y roles de género, hay mayores
posibilidades de tensión en relación a las credenciales de una “adecuada sexualidad” y
del poder que en ella se juega.
Violencia sexual

Hace unos años nos vimos en la necesidad de nombrar y subrayar la violencia sexual en
la reflexión entre hombres, pues de muchas maneras se negaba, se invisibilizaba en
otras formas de violencia o se minimizaba como parte de las tradiciones y las
costumbres.

Al preguntar si alguno ejercía violencia sexual en sus relaciones casi ninguno la


reconocía, pues estaba la idea de sólo considerarla como un acto de violencia brutal,
como asaltar a una mujer en la calle, violarla y dejarla moribunda. Cuando fuimos
detallando las diferentes maneras de violencia sexual en sus vidas cotidianas, como el
criticar su cuerpo, el tener otras relaciones a pesar de los acuerdos tácitos de
“fidelidad”, el no querer ejercer el sexo seguro (uso de condón), o el tratar de
“convencer” a la pareja de tener una relación sexual a pesar de su negativa, o el
chantaje de “buscar en otra parte” si no accedía a su “deber marital”, el obligarla a ver
material pornográfico como revistas o videos, tocarla o acariciarla cuando ella no
quiere, obligarla a tener sexo oral o anal cuando ella no quería, hasta la “sutil”
costumbre de ver a otras mujeres cuando va con su pareja (algo que he escuchado
como reclamo de muchas mujeres) o la mirada persistente o el “piropo” a cualquier
mujer que se cruza en el camino. Cuando vemos esas diferentes formas de violencia,
entonces son una gran mayoría los que reconocen haber usado alguna de esas formas
con alguna mujer en la calle, con su pareja actual o con una pareja anterior, incluyendo
por supuesto la violación en el noviazgo y el matrimonio, algo mucho más común y oculto
en las parejas.

Difícilmente podemos imaginar lo que significa el abuso y la violencia sexual si no


aceptamos la propia violencia hacia nosotros mismos, la que ejercemos nosotros y la
que es ejercida por otros hombres hacia nosotros. Recuerdo que cuando tenía 25 años
comprendí de manera dramática las sensaciones y emociones de vivir la violencia sexual
en carne propia. Esperaba el autobús en una transitada calle de la Ciudad de México,
cuando de pronto pasa muy cerca de mi un automóvil del cual sale una mano que golpea
mis genitales y acelera entre gritos y risas de un grupo de hombres adolescentes que
iba en su interior. Mi primera reacción fue de parálisis y miedo ante lo sorpresivo, lo
segundo fue el dolor del golpe, he inmediatamente después impotencia y ganas de
llorar, “¿por qué a mi?”; rabia y ganas de romperles todos los vidrios de su coche;
también llegué incluso a pensar que fue mi culpa porque mi vestimenta no era adecuada
o que estaba de manera imprudente demasiado cerca de la calle, etc; realmente me
sentía muy mal y esa sensación de vulnerabilidad se quedó por varios días.
Posteriormente me di cuenta que mis sentimientos y mi respuesta, guardando la
distancia del caso, eran muy parecidos a las que viven las mujeres que han vivido
situaciones de violencia sexual, que en muchas ocasiones va mucho más que un “simple”
golpe. Ojalá que los hombres no tengamos que pasar por situaciones extremas para
comprender que las consecuencias de la violencia sexual afectan de manera tan
profunda a las personas que la viven.

La violencia sexual está invisibilizada socialmente como gran parte de la violencia en las
relaciones de género. La posibilidad de ponerla en nuestras manos y detenerla es
realizando una reflexión critica de nuestra sexualidad de manera global: de las
concepciones y las conductas que utilizamos para relacionarnos cotidianamente;
también necesitamos explorar las expectativas de autoridad y de servicios que
demandamos en el ámbito de la sexualidad a las mujeres y a otros hombres, para
deconstruir nuestras creencias masculinas de superioridad y aprender a relacionarnos
de manera equitativa y respetuosa desde el cuerpo y el placer.

Sexualidad y reproducción

Platicando entre hombres muchos comentaron haber llegado a la paternidad como una
consecuencia inesperada del ejercicio de su sexualidad. Sin embargo la posibilidad de
la reproducción está presente en las formas de relacionarse sexualmente y en el uso o
no de anticonceptivos para prevenir un embarazo; también la paternidad en los
hombres está relacionada a un complejo de experiencias relacionadas con los temores,
las expectativas y proyectos de vida, además de las permanentes decisiones en el
ejercicio de su sexualidad. La sexualidad humana no necesariamente tiene que ser
reproductiva y eso implica aceptar que puede tener un fin exclusivamente placentero
entre los involucrados, lo cual a muchos asusta, pues esto plantea el desafío de la
libertad y el disfrute de la vida, lo cual para una cultura del sacrificio y la culpa, esto
puede llegar a ser amenazante.

Muchos de los hombres latinos nos educamos en esta cultura de culpa y sacrificio, que
afecta la posibilidad de asumir la sexualidad abiertamente como un disfrute
responsable y respetuoso de la otra o del otro, más allá de los discursos de una
sexualidad desbordada e incontrolable.
Esta conflictiva entre la sexualidad placentera y el cuidado necesario para evitar un
embarazo, lleva muchas veces a embarazos no deseados que terminan en abortos o en
hijos/as no deseados, con un frágil ejercicio de la paternidad.

Los malestares de la sexualidad masculina

Desde hace unos pocos años que se han popularizado los avisos de ocasión en los
periódicos locales que ofrecen servicios nacionales e importados para solucionar
problemas de impotencia, pérdida de excitación, eyaculación precoz, etc... en los
hombres. Está el éxito comercial del viagra (de los primeros medicamentos vendidos en
el mundo) y otros fármacos y aparatos (como la bomba de vacío) que ayudan a
recuperar la erección del pene; soluciones que muchos hombres confunden con la
posibilidad de recuperar el deseo sexual, cosa que no les sucede, pues es mucho más
complejo que un problema mecánico de vasodilatación local y endurecimientos
prolongados (muchas veces hasta dolorosos).

Estas señales de los tiempos modernos de la sexualidad masculina, han puesto en


cuestión también la propia valoración de la hombría frente a estas problemáticas
frecuentes que enfrentan a los hombres, aunque de eso no se hable en las
conversaciones cotidianas. ¿Cuánta tensión interna nos guardamos al querer mostrar
una imagen de potencia, cuando nuestras experiencias nos dicen lo contrario? En los
talleres de reflexión, muchos hombres reconocen tener insatisfacciones y
problemáticas de relacionamiento sexual, sin que necesariamente esto se transforme
en una búsqueda de apoyo pro-activa; el peso de la vergüenza y el temor a “perder
algo” o a no poder “recuperarlo” es una carga pesada para muchos hombres que
necesitamos alivianar.

Enamoramiento y Amor

Otro aspecto a tomar en cuenta de manera central es el relacionado a las experiencias


sentimentales de los hombres, como un aspecto dentro de nuestra sexualidad y no
fuera. Hablar de nuestras experiencias de enamoramiento en nuestras historias de
vida y de como nos sentíamos, es un primer paso: la atracción, la aceptación del otro, la
pasión, etc. en un tiempo que necesariamente es transitorio y limitado.

El otro paso, es el reconocer que las relaciones de amor son un momento posterior y se
dan cuando colocamos la voluntad y cuando estamos dispuestos a construir una relación
de respeto y afecto, de aceptación de las partes negativas y positivas del otro en un
tiempo ilimitado de construcción y alimentación permanente de un vínculo. Reconocer
estos dos momentos en detalle, para muchos hombres constituye la primera reflexión
que cuestiona la concepción predominante (en hombres y en mujeres) del “amor
romántico” que se transmite en canciones, telenovelas, cine, etc. donde se plantea la
renuncia a las individualidades en una eterna promesa de enamoramiento, a costa
incluso del sometimiento, la dependencia y el respeto a los espacios personales
diferentes fuera de la relación.

Otros caminos

Lo primero es comenzar por recuperar el cuerpo. La sensibilización erótica en los


hombres es un desafío crucial, pues en el camino por recuperar el sentido del cuerpo
global pasa por descentralizar el erotismo de la genitalidad. Aprender a sentir desde
otras zonas erógenas y descubrir las particulares maneras de relacionarnos desde el
cuerpo, constituye un proceso de integración y reconocimiento de nuestro propio
erotismo como hombres y como personas.

El desafío para que los hombres podamos mirar críticamente nuestras historias y
experiencias de la sexualidad, implica un cuestionamiento de nuestras creencias
occidentales judeo-cristianas acerca del placer, la sexualidad y el cuerpo, así como a
las relaciones de poder entre hombres y entre hombres y mujeres. Implica abrirnos a
las posibilidades de otras formas de mirar, desear y sentir, implica desatar las
barreras de nuestras creencias masculinas de poder y control, replantearnos nuestra
visión dicotómica y excluyente de “lo masculino” v/s “lo femenino”, “lo pasivo” v/s lo
activo”, así como reconocer nuestras necesidades afectivas y nuestros sentimientos
como parte del placer; así como transformar nuestras experiencias sexuales en
experiencias eróticas de manera integral en nuestras vidas cotidianas.

BIBLIOGRAFÍA

* Badinter, Elisabeth. XY La identidad masculina. 1994. España

* Kaufman, Michael. “Los hombres, el feminismo y las experiencias


contradictorias del poder entre los hombres”. En Género e Identidad. Ensayos
sobre lo femenino y lo masculino. Luz G. Arango y otras.Edt. TM, 1995. Colombia.
* Nuñez, Guillermo. “Desconstruyendo la homofobia. Una lectura política del
erotismo.”. En Género y Violencia. Edt. El Colegio de Sonora, 1997. México.

* Horowitz y Kaufman. “Sexualidad masculina”. En Hombres poder placer y cambio.


1989. Dominicana

* Sanz, Fina. Psicoerotismo femenino y masculino. Edt. Kairos, 1997. España.

* Weeks, Jeffrey. El Malestar de la sexualidad. Talasa Edts. 1993. España

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