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Alda Merini
Alda Merini
Alda abre en este libro cuatro cajones llenos de recuerdos y nos los muestra;
pareciera sentarse en una silla ¾o ser la silla¾ y decir: “tomad, coged lo que
queráis”. Los comenta sin orden, como si cogiera una fotografía al azar de su
interior y nos contara. Porque da igual que no tenga orden, ella empieza a contar
y tú no puedes hacer otra cosa que escuchar con atención. Es imposible apartar
los ojos. Al fin, una vida no es más que eso: recuerdos desordenados, y los de
La loca de la puerta de al lado son, además, poesía.
Los nombres se suceden unos tras otros: los amantes, las calles, los pacientes
del manicomio, la familia… Todos los recuerdos. Y paso las páginas diciendo
para mí: “Cuéntame, Alda, algo más. Háblame de Titán, de Marina, de tu marido,
del padre Richard. Cuéntame más del Naviglio. ¿Sabes? Mi padre también era
empleado de banca, y también mi madre es la mujer más bella que he visto
jamás. Qué es la poesía, dónde está Dios o el amor ¾¿existe alguno de los
dos?¾. Se nace loco o llega después la locura. Quiero saber”. Y sin darme
cuenta ya no quedan hojas, ya no hay palabras.
Yo no conocía a Alda Merini hasta que Tránsito editó este libro, y después de
leerlo no me queda más remedio que guardarle un lugar especial y privilegiado
entre mis lecturas. Dónde estabas, Alda. Más bien, dónde estaba yo, qué
inconsciente. Gracias, Raquel Visedo, por traducirla. Gracias, Tránsito, por hacer
posible que yo tenga este libro.