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DÓNDE ESTABAS

Se me ha caído. Se me ha caído el libro de Alda Merini a la arena. Me la había


traído para leer en la playa y se me ha caído. He sentido pánico, confieso, porque
nunca se me había caído un libro en la arena y por nada del mundo quería que
se mojara; por suerte sigue entera, Alda, digo, porque a Merini no hay arena que
la entierre.

Desde que cogí La loca de la puerta de al lado, no he podido soltarlo. Nunca he


leído nada igual; su fluir desordenado de conciencia, sus pensamientos, todas
sus palabras, me llenan la boca y explotan dentro, como el bocado más dulce a
la primera fruta del verano.

Alda abre en este libro cuatro cajones llenos de recuerdos y nos los muestra;
pareciera sentarse en una silla ¾o ser la silla¾ y decir: “tomad, coged lo que
queráis”. Los comenta sin orden, como si cogiera una fotografía al azar de su
interior y nos contara. Porque da igual que no tenga orden, ella empieza a contar
y tú no puedes hacer otra cosa que escuchar con atención. Es imposible apartar
los ojos. Al fin, una vida no es más que eso: recuerdos desordenados, y los de
La loca de la puerta de al lado son, además, poesía.

En esos cajones de La loca de la puerta de al lado están «El amor», «El


secuestro», «La familia» y «El dolor». Así llama a las divisiones de esta peculiar
autobiografía. Y es que hasta del paso por esos manicomios o de la locura hace
Merini algo poético. Los episodios más crueles los viste con un lirismo
desbordante.

Los nombres se suceden unos tras otros: los amantes, las calles, los pacientes
del manicomio, la familia… Todos los recuerdos. Y paso las páginas diciendo
para mí: “Cuéntame, Alda, algo más. Háblame de Titán, de Marina, de tu marido,
del padre Richard. Cuéntame más del Naviglio. ¿Sabes? Mi padre también era
empleado de banca, y también mi madre es la mujer más bella que he visto
jamás. Qué es la poesía, dónde está Dios o el amor ¾¿existe alguno de los
dos?¾. Se nace loco o llega después la locura. Quiero saber”. Y sin darme
cuenta ya no quedan hojas, ya no hay palabras.

Yo no conocía a Alda Merini hasta que Tránsito editó este libro, y después de
leerlo no me queda más remedio que guardarle un lugar especial y privilegiado
entre mis lecturas. Dónde estabas, Alda. Más bien, dónde estaba yo, qué
inconsciente. Gracias, Raquel Visedo, por traducirla. Gracias, Tránsito, por hacer
posible que yo tenga este libro.

Cierro el libro y voy corriendo a llamar a mi madre, pero La señora Merini ya se


queda, para siempre y sin remedio, en mi memoria, con una puerta solo para
ella, dentro de esta casa.

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