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Por Juan Forn
E S C RIBEN HOY
Muy atractivo no parecía aquel número vivo que anunciaba a un hombre Adrián Melo
Alejandro Dramis
capaz de enhebrar una aguja, peinar una peluca y afeitarse con destreza Alejandro Modarelli
Cristian Carrillo
Cristian Vitale
Cristina Civale
Dani
todos los martes, jueves y sábados delante del público. Pero el pequeño
Umpi
Daniel Gigena
Darío Pignotti
detalle que había convocado a tanta gente en aquella esquina de Londres Diego Fischerman
Eduardo Febbro
era que el artista en cuestión decía ser “un alemán nacido sin manos ni Elena Llorente
Eric Nepomuceno
Facu
piernas, capaz de milagrosos actos que nadie con manos y piernas ha Soto
Fernando Krakowiak
Flor
realizado nunca en este reino”. Para hacer más atractiva la venta, el anuncio Monfort
Guadalupe Treibel
Horacio
Bernades
Ignacio D’Amore
Juan Forn
decía que al susodicho le habían sido cortadas al nacer las piernas a la
Juan Pablo Cinelli
Juliana Mandolesi
altura de los muslos, y los brazos a la altura de los codos, porque así eran Laura Vales
Luciana Peker
Mariana
las reglas del juego en el mundo de los artistas callejeros en 1717: había Carbajal
Marina Yuszczuk
Marisa
mucha competencia, y mucho morbo también. Enanos había a montones, Avigliano
Marta Dillon
María Pía
deformes también, pero Matthias Buchinger se tenía fe: no por nada había López
Matías Máximo
Miguel Hein
cruzado el mar desde Alemania. Lo suyo no se reducía a exhibir Pablo C. Vargas y David Aruquipa
Paula Jiménez España
Renata Padín
pasivamente ante el público su extraña naturaleza. El buen Matthias tenía
Roxana Sandá
Santiago Giordano
mucho más que ofrecer. De hecho, su plan era llegar hasta la corte del rey Sebastián Ackerman
Silvina Friera
Jorge, asombrarlo y convertirlo en su mecenas. Pero para eso necesitaba Silvina Herrera
Soledad Vallejos
Sonia
que su fama lo antecediera. Tessa
Vanina Escales
Victoria
Lescano
Washington Uranga
Werner
Cuando hubo suficiente público, el artista hizo su aparición: medía apenas Pertot
74 centímetros, sus brazos y muslos terminaban en muñones encallecidos,
vestía una chaqueta larga que parecía la tulipa de un velador y realizó todo
su número de pie sobre un almohadón, colocado encima de una mesa.
Primero procedió a enhebrar una aguja, cosió un botón de su chaqueta,
luego peinó una peluca y se la puso, luego se afeitó impecablemente con
una navaja, con la que después se puso a afilar una pluma de ganso.
Cuando la tuvo lista, sacó tintero y papel y comenzó a hacer proezas
caligráficas (escribía con letra igual de impecable de izquierda a derecha y
de derecha a izquierda, como demostró cuando sometió ese último texto a
un espejo). Después se puso a dibujar retratos asombrosamente meticulosos
y vívidos de los presentes, que procedió a venderles, pero antes les hacía
ver los retratos con una lupa: lo que parecían meros trazos sinuosos de la
cabellera enrulada de una dama eran en realidad frases de los Salmos,
escritas en letra microscópica. A continuación mostró su puntería con armas
de fuego, hizo música con varios instrumentos, algunos inventados por él
mismo, y culminó con unos trucos de magia, en el último de los cuales hizo
salir una paloma de un dedal.
Por esa razón (y porque el rey Jorge era de origen germano) cruzó Matthias
a Inglaterra en 1717, con el propósito de asombrar al monarca y acceder a
su patronazgo. El plan falló: Jorge le dio una bolsa de monedas de oro pero
lo despachó, y así empezó la carrera itinerante del buen Matthias por
Inglaterra, Escocia (donde aprendió a tocar la gaita), Gales, Irlanda,
Dinamarca, Francia y de vuelta a las islas. Mal no le iba: se casó cuatro
veces, tuvo veintidós hijos, en uno de sus dibujos confesó haber conocido
carnalmente a más de setenta mujeres (siempre agregaba glosas
autobiográficas al pie de sus autorretratos), pero nunca logró ser
considerado otra cosa que un fenómeno de feria, a pesar de sus
asombrosos dones. Se carteaba con el Duque de Oxford, a quien le hacía
confesiones: que no usaba lentes de aumento ni espirógrafos de ninguna
especie para sus dibujos, que prefería inventar instrumentos a tocar música
con ellos, que la obligación de actuar para dar de comer a su familia lo
desviaba de sus verdaderos propósitos artísticos, que su genio era
malinterpretado. Su correspondencia se interrumpió luego de que le ofreciera
al Duque un dibujo que había tardado quince meses en hacer, “por el precio
que Su Alteza estime justo”. Su Alteza rechazó el convite sin siquiera ver el
dibujo.
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