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El carnicero Basualdo está cortando carne para los clientes en su carnicería en una mañana fría y temprana. Los clientes observan atentamente cómo Basualdo corta la carne con su cuchillo afilado, pasando muy cerca de su mano. Mientras tanto, el gato come los restos de carne que Basualdo le lanza cada vez más alto a medida que atiende a más clientes.
El carnicero Basualdo está cortando carne para los clientes en su carnicería en una mañana fría y temprana. Los clientes observan atentamente cómo Basualdo corta la carne con su cuchillo afilado, pasando muy cerca de su mano. Mientras tanto, el gato come los restos de carne que Basualdo le lanza cada vez más alto a medida que atiende a más clientes.
El carnicero Basualdo está cortando carne para los clientes en su carnicería en una mañana fría y temprana. Los clientes observan atentamente cómo Basualdo corta la carne con su cuchillo afilado, pasando muy cerca de su mano. Mientras tanto, el gato come los restos de carne que Basualdo le lanza cada vez más alto a medida que atiende a más clientes.
E l Tacuara Basualdo hace rechinar la hoja del cuchillo
sobre la chaira. De un lado y del otro. Gira la muñe
ca con el mismo ritmo, concentrado, como si en ese ir y venir de metales se le fuese la vida. Una hilera de clientes tempraneros espera su turno del otro lado del mostrador; algunos ·se frotan las ma nos y otros mueven los pies para quitarse el frío. Detrás de ellos, las vacas cortadas en mitades cuelgan desde los ganchos de hierro y van dejando un rastro de gotas oscuras sobre el piso de granito. Un hedor intenso a sangre y grasa, mal disimulado con la lejía, lo impregna todo. Nadie conversa esa mañana. Sólo clavan la vista sobre la nalga que acaba de desguazar el carnicero y siguen sus movimientos cuando él se pone a cortar los bifes que pi dió una clienta. El filo se hunde en la carne y asoma del otro lado, pasando a milímetros de su mano izquierda. Un poco más allá, el ventanal muestra la calle desier ta del pueblo: los árboles grises y desnudos, el humo que serpentea desde las chimeneas, y un cielo despejado recién amanecido. El gato devora unos pellejos que Basualdo le tira, cada vez a mayor altura, a medida que los bifes se van