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Retórica, claridad y democracia constitucional

Mucho se dice repecto del derecho a comprender la ley. En general los argentinos,
venimos hablando –con toda la razón del mundo- de la importancia de los derechos
porque hace muy poco tiempo el estado, tomado por autoridades ilegítimas, violaron
masiva y sistemáticamente derechos humanos básicos. Entonces, recuperar la
dignidad de los derechos para nosotros es un principio ineludible y para que se
respeten nuestros derechos los tenemos que conocer y reclamar.

Pero hoy me toca comentar otro lado de esta idea y es que muchas veces los
argentinos y las argentinas desobedecemos las leyes porque seguimos actuando en
base a una idea muy arraigada en nuestra tradición: la convicción de que la
autoridad que genera la ley es ilegítima y que por lo tanto las leyes son obedecidas
solo cuando nos conviene obedecerlas. El semáforo en rojo es una sugerencia para
disminuir la velocidad, el cartel de “PARE” en las esquinas de nuestras ciudades no
se sabe muy bien para que está. Entonces,más allá de la necesidad de promover los
conocimientos y los reclamos de derechos necesitamos recrear, crear, construir
seguir construyendo la legitimidad de la autoridad.

Lo primero que hicimos los argentinos a partir del ´83 resultó clave: terminar con los
golpes de estado. Desde entonces tenemos autoridades legítimas porque las
votamos luego de una deliberación pública, pero el desafío no concluye alli. Es en
ese contexto que quiero proponer la discusión sobre la necesidad de expresar las
normas en lenguaje claro. No solo como un derecho a la claridad de los ciudadanos,
sino como una obligación de la autoridad para construir su legitimidad cuando emite
la ley.

¿Qué tiene que ver la claridad con la legitimidad? Cuando acordamos vivir en una
democracia constitucional lo que acordamos es resolver nuestros conflictos
conversando y no obedeciendo a un soberano, cuando decidimos vivir en
democracia ya no hay más soberanos y súbditos. Somos todos soberanos, la
voluntad popular es soberana y eso quiere decir que vivimos entre personas
autónomas a las que, para que hagan cosas que no quieren hacer debemos
convencerlas, conversando.

Conversar para convencer para lograr el consentimiento de la otra parte.

¿Cuáles son las varias formas en que tratamos de que el otro haga cosas que no
quiere hacer? Una de las formas fundamentales es deliberar entre representantes
mayoritarios para acordar lo que uno espera, hubieran acordado todos los afectados
por la decisión si hubieran estado presentes. Intentamos acercar la política
mayoritaria lo más posible a esa deliberación ideal, en la que todos están presentes,
tienen toda la información relevante, son relativamente iguales y en definitiva
deciden por unanimidad lo que quieren hacer. Como no podemos lograrlo, cuando
estamos lejos de eso tenemos entonces una manera de conversar que es a través
de nuestros representantes mayoritarios quienes dictan la “ley”. Pero además hace
mucho tiempo nos pusimos de acuerdo que esa deliberación mayoritaria tiene
límites. Uno de sus límites son los procesales: no cualquier deliberación de
representantes mayoritarios genera leyes válidas, hay reglamentos, hay formas de
conversar, hay pautas que cumplir para que la ley sea ley válida.

Pero además de los procesos hay límites que el contenido de las leyes no puede
violar: los derechos, los presupuestos de la conversación. En efecto, si la
conversación es entre personas libres las leyes no pueden violar nuestra libertad, si
la conversación es entre personas que no se utilizan mutuamente, entonces no
pueden las leyes obligar a utilizarnos los unos a los otros sin consentimiento. Los
procesos y el contenido de las leyes, ese límite, lo brinda la Constitución. Así que ley
y Constitución. Y algo más: el compromiso de que estos acuerdos que logramos a
través de la Constitución y de las leyes sigan vigentes a lo largo del tiempo. No
podemos cambiarle las reglas de juego a la gente cada cinco minutos.

Tenemos que mantener el significado de las palabras de los acuerdos a los que
llegamos. Una vez que creamos esos productos: la ley, la constitución, las
sentencias de los poderes judiciales, pretendemos que la gente los cumpla. Lo que
pretendemos en realidad es que en general, la gente no eche mano a la violencia
para resolver sus conflictos sino a la ley en el sentido lato, que cuando tenga que
resolver un conflicto la gente conozca la manera en que acordamos todos como ese
conflicto se debe resolver y pare la mano y lo resuelva conforme la ley. En particular
en el Poder Judicial lo que pretenden los jueces y las juezas es que la gente cuando
tenga un conflicto en vez de matarse o de echar mano a la violencia vaya a la
justicia.

Esa idea de que la gente deje las armas y recurra a la ley es lo que llamamos
legitimidad. La legitimidad es esa fuerza que aspira conflictos de la sociedad y los
convierte en leguaje del derecho, la legitimidad atrae el conflicto a la autoridad
legítima. Solo es posible que la autoridad atraiga el conflicto cuando ella es percibida
como legitima. Si la autoridad no es percibida como legitima por la gente la gente no
viene a la autoridad a resolver sus conflictos, los resuelve como no queremos que
los resuelvan. Entonces construir legitimidad de la autoridad resulta clave para
resolver conflictos en una democracia costitucional.

Aceptar que lo que decide la autoridad legítima es lo que uno debe hacer, lo
llamamos, en vez de legitimidad, consentimiento, obediencia. Pero la obediencia en
una democracia constitucional no es obediencia ciega a una orden de un soberano
externo, la obediencia, en una democracia constitucional, es la aceptación de la
decisión de una autoridad legítima sin importar que esa decisión vaya en contra de
mi autointerés; en el extremo una persona que es sentenciada a la cárcel tiene que
aceptar que esa es la decisión legítima y que debe ir a la cárcel. ¿Se imaginan el
desafío que significa para la autoridad legitimarse? ¿El desafío de lograr que vengan
a nosotros, a la ley, a la Constitución, al poder judicial a entregarnos sus conflictos y
una vez que nos entregan sus conflictos aceptar la solución que damos como la
correcta, aun cuando para la parte que pierde?

A veces uno se olvida pero es muy difícil lograrlo, le estamos diciendo a nuestros
conciudadanos que nos entreguen la tenencia de sus hijos, el éxito de sus
empresas, su libertad, su patrimonio y que cuando tomemos la decisión final que
entiendan las razones institucionales, jurídicas, constitucionales por las cuales
tomamos esa decisión y la acepten aún en contra de su interés.

Entonces necesitamos persuadir, las autoridades necesitan persuadir para


legitimarse, para que vengan a nosotros, para que obedezcan cuando decidimos.
Lograr persuadir es una destreza muy particular, muy difícil de practicar. Pero
felizmente es una destreza que como muchas otras se aprende.

¿Dónde se aprende esa destreza de la persuasión? En Grecia Antigua había un


grupo de personas que se dedicaba solamente a eso. Los Sofistas enseñaban
retórica. ¿Por qué los griegos necesitaban profesores de retórica? Porque su vida
dependía de ganar las discusiones en el ágora. Por eso uno le pagaba a Protagoras
para que le dé clases de retórica. Pero lo interesante de los sofistas no es la
cuestión individual, lo interesante de los sofistas en la cuestión colectiva. Imagínense
lo siguiente, ustedes son un ciudadano, lo digo en masculino porque en esa época
no había ciudadanas mujeres, un ciudadano que se está poniendo la toga para ir al
ágora. Ese día Atenas decide si va a la guerra contra, supongan, el Imperio Persa,
ustedes tienen tres hijos en edad de ir a la guerra y por lo tanto ustedes están yendo
al ágora a discutir con sus conciudadanos si sus hijos van a morir. ¿Les gustaría
haber tenido clases de retórica? Obviamente que sí. En las clases de retórica
ustedes saben que hay falacias que tienen una enorme efectividad y han aprendido
a decirlas muy bien.

Ahora y entonces la pregunta es ¿Van a cometer falacias en el ágora? Si las


expresan bien, en principio estaría muy bien ir a ganar con falacias al ágora. Sin
embargo, el problema que ustedes tienen es que al mismo tiempo que ustedes se
están probando su toga ante un espejo hay otro ciudadano griego que también se
está probando su toga frente el espejo, pero el interés de ese conciudadano es ir a
la guerra contra Persia porque el Imperio Persa le cerró todas sus fuentes de
comercio y está a punto de quebrar y su familia la va a pasar muy mal también y si el
Imperio Persa sigue avanzando su familia, la familia que está cerca de Persia, va a
caer en la esclavitud. Esa persona también contrató los servicios de los Sofistas y
usted sabe que él sabe que la falacia que yo estoy proponiendo es una estrategia
retórica torpe si la identifico como falacia. Entonces lo primero que va a pasar es que
él va a detectar mi falacia y yo voy a pasar vergüenza en el Ágora y voy a perder. Mi
conciudadano va a decir: “Pero esa, Martín, la aprendimos en la segunda clase de
Gorgias, no seas idiota”, y todo el mundo se va a reír. Esto que yo cuento
aparentemente los historiadores dicen que efectivamente pasaba en el Ágora y por
lo tanto la gente evitaba los peores argumentos y llevaba al Ágora los mejores
argumentos que podían generar. Esa mecánica de intentar llevar los mejores
argumentos en forma clara hizo de Atenas un imperio. Esa tradición retórica de los
sofistas y de formación en retórica siguió durante siglos en las Universidades donde
la retórica y la sofistica eran materia obligatoria. Nosotros, sin embargo, las
perdimos. Tanto las perdimos que la facultades de derecho no se enseñan ninguna
de estas destrezas. Los abogados de la sala recordarán sus tiempos de facultad
donde solamente aprendían textos y los repetían de menoría en los exámenes y la
destreza de la memoria es la única que forman a nuestros jueces, juezas, abogados,
abogadas, fiscales, defensores, defensoras.

El esfuerzo que vienen haciendo muchos decanos y decanas en los últimos tiempos
y nosotros ahora desde el Ministerio de Justicia está centrado en una reforma
sustancial de la enseñanza del derecho. Lo que estamos haciendo es producir
materiales para formar en destrezas en las facultades de derecho. La idea es
generar materiales de enseñanza para la formación en destrezas y luego formar
formadores para que puedan formar, no solamente contenidos en textos, sino
también en destrezas democráticas.

Es complicado formar en destrezas cívicas, porque son predisposiciones casi les


diría de carácter, son formas de ser, son concepciones del ser, del tipo de
ciudadano, ciudadana que requiere una democracia constitucional. Este tipo tiene un
carácter determinado: tiene paciencia, tiene escucha, tiene tolerancia, entiende los
datos empíricos, tiene capacidad de argumentación, de contra argumentación, tiene
capacidad de decir “tenés razón”, habla claro. Son capacidades yo diría morales
muy complejas que están vinculadas con las disposiciones básicas de la práctica de
la democracia constitucional.

La idea tradicional de justicia es “la disposición permanente de dar a cada uno lo


suyo”. Suelo repetir eso no por la idea de dar a cada uno lo suyo dado que es muy
difícil saber qué es lo suyo de cada uno, sino por la primera parte: que la justicia es
una disposición permanente a discutir entre todos ¿Qué es lo suyo de cada uno? Lo
que le demos de suyo a cada uno va a depender de la capacidad de deliberación
que tengamos como sociedad. Las sociedades que tienen más información y que
están mejores educadas van a dar mejores argumentos, van a ser más ricas, no solo
en lo material sino también en lo espiritual que otras. Pero como digo, esta
predisposición es una destreza.
Ahora, si bien todos los ciudadanos necesitan tener estas destrezas, las autoridades
en particular, quienes escriben normas en particular, tienen que volver a acordarse
de que su legitimidad no viene dada automáticamente por el hecho de tener una
función pública, la legitimidad de la autoridad se construye y como sabemos en la
Argentina se destruye. Se construye muy dificultosamente y se destruye muy
fácilmente.

Tom Tyler es un profesor norteamericano que estudia cuestiones de legitimidad y


obediencia. El cree con mucha prueba empírica que la gente obedece más por
legitimidad que que por premios y castigos. Los incentivos, los premios y castigos
tienen vida corta, funcionan mientras funcionan pero cuando se levantan, cuando el
policía deja de estar abajo del semáforo la cosa vuelve más o menos adonde estaba
antes. Los premios y castigos solos no construyen legitimidad.

¿Por qué la gente obedece más por legitimidad? ¿Qué entiende Tom Tyler por
legitimidad? Entiende dos cosas, una orden es legítima o es vivida como legítima,
hay confianza en esa autoridad o en esa orden cuando la gente percibe en la
creación de la norma que de alguna manera fue consultada, fue parte de la consulta
previa de la creación de la norma. La segunda parte de la legitimidad surge cuando
la autoridad que me impone la norma me trata con respeto. Si voy como testigo a
Tribunales uno supone que me atenderán puntualmente, que si el Código de
Procedimiento dice que me va a tomar la audiencia el juez o la jueza, me va a tomar
la audiencia el juez o la jueza, que si tengo ganas de ir al baño, va haber un baño,
que si hace calor va a haber aire acondicionado dirigido hacia a mí y si tengo que
esperar va haber una sala de espera y cuando entro a ser testigo en una causa
donde se juega los destinos de la gente el lugar donde doy testimonio es un lugar
digno de esa función. Espero que en todas estas instancias se me hable claro. Si,
supongamos, la gente que va como testigo a Tribunales le dicen que tiene que
esperar media hora, que el baño está cerrado y las llaves las tiene el Secretario, que
el aire acondicionado no es para uno, que no hay un lugar donde sentarse, que lo
atiende alguien que no se sabe muy bien quien es, pero es demasiado joven como
para ser Jueza o Juez en un lugar que no tiene ni de lejos la majestuosidad de la
justicia, y que el lenguaje con el que se dirigen a una es incomprensible, yo como
testigo, tiendo a obedecer menos cuando me dicen, por ejemplo, que no debo
mentir.

Eso es lo que Tyler llama legitimidad y aumentar la legitimidad es hacer participar


incluyentemente a la gente en la creación de las normas y respetar a la gente
cuando uno las impone. Sobre todo cuando a la gente que uno le impone las
obligaciones pierde en el cumplimiento de esa norma. Así que en eso estamos,
intentando acompañar a todos a desarrollar en la instituciones y en ciudadanía las
destrezas básicas de una democracia constitucional.
Muchas gracias.

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