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Estática

Si pudiera abrir mi mente como un cajón que resguarda un puñado de fotografías, una de las más
antiguas seguro sería la de mi sombra emulando al ojo de Horus. No tengo forma de explicar el
porqué de niño esperaba a las tres de la tarde para ver a mi otro yo superpuesto en el césped, y
dar comienzo al acto ritual de hacer un ovalo con mis brazos, y acto seguido alzarlo encima mío,
de tal forma que la sombra de la cabeza cumpliera la función de la imagen de una cornea, y la de
mis brazos el contorno del ojo. Fue un acto que poco a poco se fue arraigando en mi ser, hasta
volverlo casi instintivo, haciéndolo día a día en soledad por el absurdo temor a que alguien más
viera mis ritos. Pero, Por más curioso que pueda sonar, desconocía enteramente sobre la
procedencia de tal símbolo, dando con este varios años después en una revista arqueológica, y en
consecuencia dar con la figura del mismo Horus, hijo de Isis, aquella que sabe el verdadero
nombre de Ra. Tal hecho en mis cavilaciones me hizo dar a la idea del posible poder místico que
podía tener esa particular seña. Me hizo dar a la idea de que tal vez aquel acto ritual era el mismo
que los antiguos egipcios adoptaron milenios atrás a la hora de rezar a Horus, y que tal vez yo
estuviera reviviendo su culto con el acto de mi sombra. Aun hoy día cuando Ra nos castiga con
toda su presencia me veo en la tentación de practicarlo y ver mi silueta en el suelo.

Otro hecho que pueda llegar a tener cierta índole mística en mis memorias, sucedió un día
desconocido de junio en el que sin nada interesante que hacer, fui a la vieja piscina del condómino
y la encontré en la más imperturbable soledad. Hasta ese momento nunca había visto que la
superficie no se estremeciera ante un violento chapuzón, lo que no me imaginaba es que el agua,
aun sin que nadie la perturbara, demostrara estar tan llena de vida; fluctuando con danzarinas
formas bajo la porcelana azul, o haciendo destellos que aparecían y desaparecían bajo el rabillo
del ojo. La superficie tenía un movimiento ondulante mecida tal vez por la breve brisa veraniega,
llevando a las cigarras muertas de un lado para el otro. No me atreví a destruir tan sublime
espectáculo, y me dejé llevar por el tiempo necesario que pudiera resistirme en cuclillas bajo el
sol, cosa que me hizo ganarme algunos días de cama sintiendo en todo el cuerpo el dolor de la
insolación.

Poco después de haber cometido tal acto de soberbia ante Ra, empecé a tener un curioso sueño
que, por raro que suene, se limitaba a ser simplemente estática. Aquella que se encuentra al dar
con una televisión sin señal. Siendo un tipo de sueño que desde ese momento se ha repetido a lo
largo de mi vida. Cada vez en menor intensidad, he de decir. No son sueños particularmente
interesantes: imaginen estar en una inmensa nada gris multiforme hecha de puntos que van de un
lugar a otro, más rápido de lo que se pueda llegar a seguir con la mirada. Con el característico
siseo constante que lleva a la inactividad mental y al apabullante silencio de cualquier
pensamiento. Si alguna vez han despertado sin algún tipo de sueño, descubriendo que en menos
de un parpadeo han pasado de la noche a la mañana, seguro han llegado a compartir la misma
sensación que en mi provoca soñar con estática. Esto no llamaría particularmente la atención, si
no fuera porque hasta hace poco, en el último de estos sueños, algo ajeno a mi hubiera
demostrado cierto interés de comunicación. Como si la señal por fin empezara a llegar y, en ese
instante, ese algo, me expresara dentro de la mente, un pensamiento, algo dicho sin palabras,
pero una idea en sí:

"Yo soy aquel que está detrás de las lunas rojas"

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