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EDGAR ALARCON debería tener los días contados como contralor de la República.
Las razones para su destitución o renuncia están suficientemente fundamentadas, a
diferencia de gran parte de sus conclusiones –incluyendo atribuciones de
responsabilidad penal– en el caso del aeropuerto de Chinchero, donde se evidenció la
indebida politización de su gestión.
Ante las denuncias presentadas por el auditor Walter Grados, la también fujimorista
Karina Beteta archivó el caso, según dijo, por temas formales y no materiales. Sin
embargo, el caso es ahora muy mediático para ser metido debajo de la alfombra. Por
más cómodo que le resulte en el corto plazo a Fuerza Popular tener a un contralor
complaciente y con rabo de paja, la evidencia en contra de Alarcón es tan contundente
que protegerlo equivaldría a un suicidio político ante la opinión pública. Si bien el
fujimorismo no tiene libertad absoluta para designar al sucesor de Alarcón (debe hacerlo
a propuesta del Ejecutivo), sí tiene una mayoría que le permite negociar una alternativa
con el Ejecutivo. El presidente Pedro Pablo Kuczynski, en tal caso, tendría que buscar
un candidato que sea intachable, pero que no genere más confrontaciones con el
fujimorismo si quiere evitar que el asiento de Alarcón se mantenga vacante. Es lo que
busca el mecanismo de elección: alguien que esté por encima de diferencias y
mezquindades políticas, idealmente por su limpia trayectoria. Así, cualquier sucesor
derivado de un consenso sería una alternativa mejor al actual contralor.
Desarrolle el siguiente CASO.