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El Martin dormilón

En un bosque no tan lejano había un gusanito llamado Martin que vivía en una
guayaba situada en un árbol junto a una casa en la que vivían unos niños,
siempre en las mañanas, después que los niños iban al colegio, los juguetes
se asomaban a la ventana y saludaban Marín ya que le tenían mucho respeto.

Un día, sin embargo, Martin no respondió, y los juguetes, preocupados,


empezaron a llamarlo y a buscarlo, como no respondía, salieron de la casa y
fueron al jardín, y allí volvieron a buscarlo por todas partes, pero no
encontraron nada, siguieron buscando hasta que oyeron un extraño ruido
procedente los arbustos, y hacia allí fueron corriendo, pero al llegar no
encontraron nada más que algunos juguetes de los niños, pero al callar todos
siguieron oyendo el ruido, y éste los llevó al balón de fútbol, todos volvieron a
llamar a Martin, y desde dentro del balón asomó una cabecita diciendo:

- Pero bueno, que estoy durmiendo, ¿es que ya no puede ni estar tranquilo uno
en su casa, respeten mis horas de descanso?.

Todos rieron el comentario, y entonces Martin comprendió que no estaba en la


manzana, ante su cara de sorpresa y las preguntas de sus amigos, apareció el
Carlos el ciempiés diciendo:

- Yo lo vi todo; y les voy a contar lo que paso.

Y entonces Carlos el ciempiés les contó que la noche anterior Martin se había
entretenido mucho y había llegado al árbol cuando ya era de noche, el no vio
que en lugar de en su manzana, se metía a dormir dentro del balón que habían
colado los niños en la copa del árbol, y aquella misma mañana, antes de salir,
el padre de los niños había recogido el balón.

Todos se divirtieron con la aventura, y se alegraron de que a Martin no le


hubiera pasado nada malo, pero mientras Martin volvía al árbol, un poco
contrariado por las risas de los juguetes, pensaba para sí mismo que debía ser
más puntual, respetar a sus amigos que se preocuparon y por el empezar a
volver a casa más temprano...
La Mariposa sin Reloj

La Mariposa Fernanda siempre llegaba tarde fuera a donde fuera, porque


nunca tenía en cuenta el reloj, por las mañanas se levantaba a la hora que más
le apetecía normalmente justo cuando el sol de mediodía llegaba al árbol con
esos rayos llenos de luz y calor que le hacían cosquillas en la cara. Luego
desayunaba muy muy despacito y con mucha calma.

A Fernanda le gustaba comenzar el día con buen pie, por eso desayunaba un
buen néctar, saboreaba cada cucharada que introducía en su boca y lamía el
tazón hasta no dejar ni rastro.

Después se miraba en el reflejo de la laguna, Fernanda era muy presumida y


le gustaba peinarse y repeinarse, ponerse llamativas diademas, pintarse las
uñas, lavarse bien los dientes hasta que resplandecieran y echarse algunas
gotitas de perfume, cuando terminaba se planchaba su ropita con mucho
cuidado porque no le gustaba nada mirarse al reflejo del agua y verse arrugas.

Conociendo la rutina diaria de Fernanda, sus amigas optaron por hacerle


entender lo importante que era para ellos que Fernanda respetara los horarios
de encuentro, así todos tendrían tiempo de hacer sus quehaceres por la
mañana y no llegaría tarde.

En las tardes tocaba siesta y Fernanda no quería saltársela por nada del
mundo, y mucho menos pasar un día sin merendar su tazón de néctar, así que
al final de un modo u otro llegaba siempre muy muy tarde a todas las citas
porque siempre era más importante ella que los demás y como sabía que sus
amigos la esperarían, era impuntual un día sí y otro también.

Al principio las amigas de Fernanda no se lo tomaban mal, incluso en uno de


sus cumpleaños le dieron los mejores regalos para que su amistad no se viera
dañada por su irrespeto e impuntualidad.

.- Toma Fernanda, ábrelo – le dijeron a la mariposa mientras le entregaban una


caja envuelta en papel de regalo.
- Oh, ¿un reloj despertador? - dijo algo molesta Fernanda.
- Sí, para que ya nunca llegues tarde a tus citas con nosotras.
- ¿Y qué es esto? ¿Un reloj de mano? - dijo Fernanda, algo enojada.

- Sí. Pensamos que te vendría muy bien y te gustaría, es muy bonito.


- Pues están equivocados. No me gusta nada. No es para nada mi estilo y
sobre todo no pienso usarlo porque no lo necesito – dijo la Fernanda ante el
asombro de sus amigas.

Sus amigas siguieron sin tener en cuenta la falta de puntualidad y respeto


continuaron esperando por ella, pero llegó un día en que la Fernanda llegó a su
cita con suma puntualidad y dio la casualidad que sus amigas llegaron todas
tardísimo.

Fernanda entonces comprendió la paciencia y amabilidad de sus amigas hacia


ella, para agradecerles a todas que no se hubieran cansado nunca de
esperarla, prometió que desde ese día nunca más volvería a llegar tarde.

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