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CANTO A MIS NIETOS

Tomás Polanco Alcántara


Aparto hoy las preocupaciones del momento y aprovecho la cercanía
Navideña para escribir, no acerca de mis nietos sino para mis nietos.

Viven un mundo de maravillas, diferente del mío, con lenguaje,


realidades y valores distintos de aquellos que conducen mi existencia. El
único puente entre esos dos mundos está formado por una doble vía de
comprensión y amor.

Han sido dos docenas de niños. Uno se fue al Coro de los Angeles.
Los demás están cerca del abuelo. A ellos quiero escribir. No entenderán
ahora. Ojalá alguno haya recibido, entre sus genes, el que me dio mi padre
para buscar en los archivos, algún día encuentre estas líneas y si le gustan,
las pase a los otros usando un medio eficaz que entonces exista.

Quisiera que mis nietos lean, en el Génesis, que el ser humano es


libre, debe ser libre y tiene que ser libre. En ejercicio de esa libertad
constantemente se encontrarán en la necesidad de escoger entre dos caminos.
Uno, el del mal, que muchas veces es placentero, productivo, cómodo. Otro,
el del bien, con frecuencia costoso, difícil, duro. Ojalá tengan coraje para
tomar el camino del bien y rectificar cuando escojan los senderos del mal.

Quisiera que mis nietos busquen ardorosamente la sabiduría que


preserva de atajos tortuosos, de la necedad, de actos inicuos. Esa sabiduría
que siempre encuentran quienes la buscan.

Quisiera que mis nietos traten de hallar la belleza donde quiera que
esté presente.

Quisiera que mis nietos aprecien la cultura, los conocimientos, la


constante búsqueda de la verdad.

Quisiera que mis nietos practiquen la justicia acompañada de la


bondad, porque justicia sin bondad es inhumana.

Quisiera que mis nietos cumplan sus deberes y protejan y defiendan


los derechos de los demás.
Quisiera que mis nietos aprendan que la única forma de obtener
sustento es mediante el trabajo que cansa y hace sudar.

Quisiera que mis nietos nunca sean especuladores, agiotistas,


mercaderes del dolor y del sufrimiento.

Quisiera que mis nietos sepan que se vive en una comunidad de seres
humanos cuyos miembros deben ser respetados, tomados en cuenta,
asistidos.

Quisiera que mis nietos nunca causen daño a nadie, nunca discriminen
a nadie, nunca odien a nadie, nunca sean enemigos de nadie.

Quisiera que mis nietos sepan que no se viene a la vida a ser servido
sino a servir para algo útil, decente, provechoso.

Quisiera que mis nietos siempre estén al servicio de causas nobles,


aprecien el valor de la democracia y nunca permanezcan entre los cortesanos
de los autócratas.

Quisiera que mis nietos, como aconsejó el gran Pablo de Tarso a sus
amigos Filipenses, aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de
justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y
merezca elogio.

Quisiera que mis nietos amen entrañablemente a su Patria Venezuela


y sepan que hay otras Patrias, que también son hermosas pero que la suya es
ésta y ella necesita la labor constante, intensa y fecunda de sus hijos.

Quisiera que mis nietos crean y confíen en Dios y gocen de la paz


que, para los seres de buena voluntad, anuncian los Angeles que cuidan el
pesebre de Belén.

Cuenta un cronista del tiempo que cuando José Antonio Páez, ya


exiliado, entró a Filadelfia, lo hizo a caballo y lucía con los ojos brillantes y
la cabeza en alto.

Quisiera que mis nietos, cuando vivan el siglo que les toca, también
pasen por él a caballo, es decir en forma honrosa. Con los ojos brillantes,
que indican que está encendida la luz de la inteligencia. Con la frente en
alto, señal de que la conciencia nada tiene que reprocharles.

¡Ex corde!

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