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Trabajo Práctico Nº8
Trabajo Práctico Nº8
Carlos Canchi
1) Uno de los antecedentes que se nombra en el texto es la distinción que plantea Kant
entre juicios analíticos y juicios sintéticos, los cuales aparecen en su libro “La crítica de
la razón pura”. Los juicios, desde una perspectiva filosófica, son esencialmente
pensamientos, que se expresan en forma de proposición y que consisten en negar o
afirmar un predicado en relación con el sujeto. Por ejemplo, podemos nombrar
proposiciones o enunciados tales como “Un gato es negro”, siendo el gato el sujeto y el
color negro el predicado. Ahora bien, esta relación se puede entender de dos formas: o
bien el predicado se encuentra implícitamente contenido en el sujeto, siendo este el
juicio analítico, o bien el predicado no está contenido en el sujeto, siendo este el juicio
sintético. En los juicios analíticos, el lazo entre el sujeto y el predicado se piensa por
medio de la identidad. El predicado se identifica con el sujeto, porque no le añade
información nueva, sino que explicita la información que ya se tenía; por ello, también
son denominados como juicios explicativos. En contraste con los juicios sintéticos, no
encontramos una identidad del sujeto con el predicado, porque siempre aportan
información nueva, ampliando nuestro conocimiento.
Por otra parte, Hume hace una relación equivalente a la anterior, pero ahora se distingue
entre ideas y cuestiones de hecho. El filósofo dirá que todos los objetos de nuestra razón
pueden ser dividido en dos clases: la primera comprende las relaciones de ideas y las
segundas las cuestiones de hecho. A las ideas pertenecen todas las proposiciones de
geometría, de algebra y de aritmética, es decir, todo aquello que son o intuitivamente o
demostrativamente ciertas, en cambio, no se establece así la certeza de las cosas de
hecho. En ella se encuentran los razonamientos de causa y efecto, dejando de lado la
posibilidad de contradicción y dando lugar a la posibilidad. El conocimiento de
cuestiones de hecho se refiere al mundo empírico y se fundamenta en la experiencia, y,
al contrario que en la matemática y la lógica, no permite un saber estricto (universal y
necesario) sino basado en la probabilidad, y ello porque lo contrario de cada hecho
siempre es posible. Podríamos decir que la primera es un saber a priori, mientras que la
segunda un saber a posteriori.
Por último, Leibniz hace una distinción entre verdades de razón y verdades de hecho.
Las primeras son aquellas verdades necesarias y, por lo tanto, su verdad no admite la
contradicción, fundando su identidad en el principio de contradicción. Además, esta
afirma que sus verdades lo son en todos los mundos posible, es decir, que no pueden ser
falsas. Por otra parte, las verdades de hechos son aquellas verdades contingentes y
empíricas, por lo que su verdad se fundamenta en el principio de razón suficiente o
causalidad, y, además, pueden ser contradictorias. Esta división de Leibniz es paralela a
la que hizo Hume entre relaciones de ideas y cuestiones de hecho, y a la de Kant,
entre juicios analíticos y juicios sintéticos, y a la habitual entre a priori y a posteriori.
Una de las diferencias fundamentales entre estos autores consiste en que, según Leibniz,
las verdades de hecho también son verdades de razón para una mente infinita.
2) Quine afirma que el empirismo moderno ha sido condicionado por dos dogmas: uno
es la creencia en la distinción entre verdades analíticas, basadas en significaciones y
con independencia de consideraciones fácticas, y verdades sintéticas, basadas en los
hechos. El otro dogma es el reductivismo, que es la creencia en que todo enunciado es
equivalente a alguna construcción lógica de la experiencia inmediata.
En el texto, se pone énfasis en esos enunciados del tipo analítico, los cuales son
independiente de los hechos, es decir, pueden ser verdades sin recurrir a ellos, y, a un
reductivismo de la experiencia inmediata. Por ello, se plantean las siguientes tesis:
Una de sus principales tesis es que los enunciados analíticos poseen negaciones
que son autocontradictorias, es decir, no pueden ser falsa. Esto es así porque un
enunciado analítico es verdadero por virtud de significación e independiente de
los hechos facticos. En ella se plantea a la analiticidad de dos formas: las
lógicamente verdaderas, por ejemplo “ningún hombre no casado es casado”,
que no solamente es un enunciado verdadero, sino que sigue siéndolo para toda
nueva interpretación de hombre y casado. La segunda clase puede ser “ningún
soltero es casado”. Lo característico aquí es que esta puede convertirse en una
verdad lógica sustituyendo sinónimos por sinónimos. Sin embargo, ¿Es posible
esto? Además de esta cuestión, aquí lo problemático será la incomprensibilidad
del concepto de “analiticidad” y el de “significación”, dando lugar a diversas
problemas y formas de mantenerlo en pie.
Una de estas formas tiene que ver con el concepto de definición que puede
afirmar una reducción entre conceptos que son sinónimos. Dichos sinónimos
están basados en el uso, y, por ende, las definiciones que aportan casos de
sinonimias son informaciones acerca del uso, por lo que pueden ser
reemplazadas y ser una verdad lógica siempre y cuando coincidan. Sin embargo,
se dice que la definición no es el fundamento de la sinonimia, por lo que se
propone una actividad de definición que no se limita a informar, sino a
perfeccionar el definiendo, siendo esta la explicación.
Otra ocurrencia muy natural es la que afirma que la sinonimia de las formas
lingüísticas consiste en su intercambiabilidad en todos los contextos, sin que
cambie el valor veritativo. Aquí, lo único que nos ocupa atención es lo que
conocemos como sinonimia cognitiva, la cual podríamos expresarlo de la
siguiente manera: decir que “soltero” y “hombre casado” son cognitivamente
sinónimos es lo mismo que decir que el enunciado “todos y solo los solteros son
hombres no casados” es analítico. Aquí entra en juego también lo conocido
como lenguaje extensional. En ella, decimos que siempre que dos predicados
coinciden extensionalmente (que son verdaderos de los mismos objetos) son
intercambiables salva veritate.
También, se dice a menudo que la dificultad de distinguir entre enunciados
analíticos y sintéticos en el lenguaje ordinario se debe a la vaguedad de este, y
que, en cambio, la distinción es clara cuando se trata de un lenguaje artificial
con reglas semánticas precisa, que evitan esta vaguedad y ambigüedad.
Siguiendo la idea de un lenguaje artificial, decimos que la analiticidad de un
enunciado es verdadera por la regla semántica, y no simplemente verdadero.
Para salvar la cuestión también entra en juego la teoría de verificación de la
significación, la cual sostiene que el sentido o significación de un enunciado es
el método de confirmación o confutación empírica del mismo. Aquí, unos
enunciados son sinónimos sí y solo sí coinciden en cuanto al método de
confirmación o invalidación empírica. De esta forma, un enunciado analítico es
aquel caso limite que queda confirmado en cualquier supuesto. Así pues, la
teoría de la verificación puede aceptarse como explicación adecuada de la
sinonimia de enunciados, salvando así a la noción de analiticidad.
El reductivismo radical sostiene que todo enunciado con sentido es traducible a
un enunciado acerca de experiencia inmediata, la cual puede ser verdadero o
falso. En una forma u otra, el reductivismo radical precede a la teoría de la
verificación. En ella se lleva a cabo la adopción de una actitud pragmática en la
elección entre formas lingüísticas o estructuras científicas.
3) Quine sostiene que ambos dogmas están mal fundados porque: en primer lugar, se
desdibuja la frontera entre la metafísica especulativa (idea no fundamentada) y la
ciencia natural; en segundo lugar, por la orientación hacia el pragmatismo. Esto es así
porque, en primer lugar, en relación con la analiticidad, que eran aquellos enunciados
analíticos cuyas negaciones son autocontradictorias, y que sus verdades estaban
fundadas en la significación, mas no en los hechos, se enfrentan a un problema de
explicación o fundamentación, pues, tanto la noción de autocontrariedad como la
analiticidad necesitan clarificación, cosa que no la poseen.
Ahora bien, ¿Podemos decir que la significación puede explicar a la analiticidad? Para
saber esto, primeramente, se debe de saber: ¿Qué clase de cosas son las significaciones?
Pues bien, el objeto primario es la sinonimia de las formas lingüísticas y la analiticidad
de los enunciados; sin embargo, nos dice Quine, que, si seguimos por este camino, nos
encontramos nuevamente con el mismo problema, pues, seguimos careciendo de una
caracterización adecuada, ya que nos hemos basado en una noción de sinonimia que
también necesita aclaración.
Ahora bien, se dice a menudo que la dificultad de distinguir entre enunciados analíticos
y sintéticos en el lenguaje ordinario se debe a la vaguedad de este, y que la distinción es
clara cuando se trata de un lenguaje artificial con reglas semánticas precisa, que evitan
esta vaguedad y ambigüedad. Sin embargo, esto es una confusión, pues, según Quine,
con ello no basta, pues no hemos conseguido ningún progreso real, ya que en vez de
apelar a la inexplicada frase “analítico” estamos apelando ahora a la inexplicada frase
“regla semántica”. Realmente, no podría decirse que el problema de la analiticidad
quede eliminado por el lenguaje artificial. De esta forma, decimos que las reglas
semánticas como determinantes de los enunciados analíticos de un lenguaje artificial no
tienen interés más que si hemos entendido ya la noción de analiticidad, pero no prestan
ninguna ayuda a la comprensión de ella.
Este dogma reductivista está en intima conexión con el otro dogma, a saber, que hay
una distinción entre lo analítico y lo sintético. El primer dogma sostiene el segundo del
siguiente modo: mientras se considere significante hablar de la confirmación o la
invalidación de un enunciado, parece también significante hablar de un tipo límite de
enunciados que resultan confirmados ocurra lo que ocurra (enunciados analíticos). En
lo que respecta al segundo dogma, según Quine, tanto Carnap como Lewis y otros
adoptan una actitud pragmática en la elección entre formas lingüísticas o estructuras
científicas; pero su pragmatismo se detiene ante la imaginaria frontera entre lo analítico
y lo sintético.
De esta forma, podemos decir que la ciencia presenta una doble dependencia: del
lenguaje y de los hechos, por lo que resulta absurdo buscar una divisoria entre
enunciados sintéticos, que valen contingentemente y por experiencia, y enunciados
analíticos que valen en cualquier caso. Todo enunciado debe concebirse como valedero
en cualquier caso siempre que hagamos reajustes suficientemente drásticos en otras
zonas del sistema, y por la misma razón, no hay enunciados alguno inmune a la revisión
(incluyendo los analíticos). De esta forma, Quine cree que la ciencia total (matemática,
natural y humana) está subdeterminada por la experiencia, y, por ende, decimos que el
contorno del sistema tiene que cuadrar con la experiencia; el resto, con todos sus
elaborados mitos y ficciones, que tiene como objetivo la simplicidad de las leyes. Desde
este punto de vista, las cuestiones ontológicas van de par con las científicas naturales.
4) Lo más relevante que veo en este texto es el problema del conocimiento respecto al
empirismo. En general, el problema del conocimiento consiste en explicar qué es lo que
justifica aquellas creencias nuestras que constituyen conocimiento del mundo y en qué
consiste esa justificación. Dado que uno de los supuestos básicos compartidos por los
empiristas es que nuestras creencias sobre el mundo sólo pueden justificarse por la
evidencia empírica (la información que nos llega del mundo a través de los sentidos),
para el empirista el problema del conocimiento consiste entonces en dar cuenta del
modo en que la evidencia empírica permite justificar nuestras creencias sobre el mundo.
Dar respuesta a este problema es lo que constituye el programa empirista que puede
resumirse en el siguiente objetivo general: reducir nuestro conocimiento del mundo en
términos de experiencia sensible. Y esto es así porque creo que no pueden existir
proposiciones que sean verdaderas y a la vez, independiente de los hechos factos, como
lo son las proposiciones analíticas.