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Noveccento: la verdadera libertad

Alessandro Baricco
Un piano tiene 88 teclas, un mundo finito. Aquel que se siente frente al bello instrumento de
color negro brillante, él o ella llevan dentro las posibilidades infinitas de tocarlo. Ese era el caso
de Danny Boodman T. D. Lemon Novecientos, “el más grande pianista que haya tocado alguna
vez sobre el Océano” (Baricco, 1994, pág.3).

Dentro del barco Novecientos era alguien, era reconocido por tocar espléndidamente, por
emocionar. Fuera del barco no era nadie, ni siquiera era un extranjero porque para ser
extranjero primero debes tener patria, Novecientos no la tiene, no estaba registrado en ningún
lugar. Pero dentro de sus límites, dentro de su barco y flotando sobre el océano, Novecientos
podía visitar todos los rincones del mundo sin tener que tocar tierra, pues había creado en su
mente un mapa de imágenes, olores, sensaciones, luces, texturas, relieves y colores gracias a
las anécdotas e historias de los viajeros que subían al barco. Cuando tocaba el piano con la
mirada perdida, podía visualizarse en su mapa, caminado y viviendo en carne propia los lugares.
Es como si el joven, hubiera creado una especie de Aleph interno, creando su mundo de
posibilidades a través de otros.

“Novecientos escuchaba. Después comenzaba a acariciar las teclas, mientras aquellos


cantaban o tocaban, acariciaba las teclas y de a poco aquello se iba convirtiendo en un
verdadero tocar, salían sonidos del piano –vertical, negro– y eran sonidos del otro mundo.
Dentro estaba todo: de una sola vez todas, todas las músicas de la tierra. Te quedabas helado”
(Baricco, 1994, pág.24).

En ese sentido, el joven pianista creaba sus escenarios y sus mundos internos siempre a partir
de conocer, de oír y aún más importarte de escuchar con verdadero asombro e interés. Al ser
de ningún lado, el pianista miraba y escuchaba todo con ojos y oídos de extranjero, era humilde
y admitía sus límites, pero siempre les daba la vuelta a las situaciones para poder, de alguna
forma, escapar a donde prefería.

Me parece fascinante pensar que en realidad todos somos como Novecientos, dentro de
nuestro metafórico barco cual zona de confort, flotando en medio de la incertidumbre oceánica,
definidos solo por el impacto que otros dejan en nosotros mientras transitan la vida con nosotros.
Definimos nuestro acento e idioma con los sonidos de otros, definimos nuestras ideas gracias
a la síntesis generada a partir del choque con ideas externas, definimos lo que creemos ser
solo en función de lo que otros señalan, nos definimos siempre a partir de otros, formando ese
mapa, esas posibilidades internas. Mentores, rivales, amigos, autores, padres, abuelos,
familiares, parejas, todos juegan un papel importante en ayudar a definirnos. Solo escuchando
y prestando atención a aquello que viene de fuera podremos pintar un paisaje interno, solo
escuchando historias podremos volvernos magníficos contadores de las mismas, al punto de
vivirlas cada vez que las contemos.

La verdadera libertad no se encuentra en los lugares comunes, la verdadera libertad no está en


poder recorrer el infinito universo, el extenso mundo, un continente o el océano. Mucho menos
se encuentra en establecerte en un lugar concreto, casarse y tener hijos, solo porque el resto
de personas lo hace. La verdadera libertad se encuentra en no pertenecer a ningún lugar y a la
vez haber pertenecido a todos por un instante, eso nutre verdaderamente el espíritu, al mundo
interno. Si escuchas con atención los detalles precisos de las personas indicadas, podrás viajar
a lugares increíbles y vivirlos, todo sin la necesidad de dejar de ser quien eres, sin la necesidad
de doblegarnos y renunciar a nuestros valores, a nuestros principios, a nosotros mismos.

Puedo salir de esta habitación y del cuerpo que habito, explorar mundos enteros, posibilidades
infinitas y volver intacto para la cena. Porque soy una mera posibilidad de todas las conductas
y comportamientos humanos, soy una mera posibilidad de todas las estructuras
caracterológicas, porque mi cuerpo solo es el instrumento de 88 teclas que conozco a la
perfección, dentro de mí se encuentra la verdadera capacidad de encontrar posibilidades
infinitas al entonar sus notas.

Al final, Novecientos decidió quedarse a bordo. “La tierra es un barco demasiado grande para
mí. Es un viaje demasiado largo. Es una mujer demasiado bella. Es un perfume demasiado
fuerte. Es una música que no sé tocar. Perdónenme. Pero no bajare´. Déjenme volver atrás”
(Baricco, 1994, pág. 44). Aunque bien podría interpretarse que se mostró cobarde ante
comenzar una nueva vida, me parece que la interpretación que le he dado es totalmente
opuesta. Novecientos no bajo del barco porque bajar del barco sería aceptar establecerse, sería
aceptar que no podría conocer el mundo por completo y que esa incertidumbre absurda
dominaría su vida. Sería vivir atado a los límites y reglas del mundo y no a los suyos propios.
Renunció a toda posibilidad de vida común para morir aferrado a su libertad junto con el Virginal,
junto al único lugar al que pertenecía.

Referencias

Baricco, Alessandro. (1994). Noveccento. Argentina: Buenos Aires. Recuperado de:


http://jlnarvaja.com.ar/publicaciones/03-e-obras/ABaricco-Novecientos.pdf

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