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DE LA LIBERTAD
Colección dirigida por
Jesús Huerta de Soto
JOSÉ CARLOS HERRÁN ALONSO
EL ORDEN
JURÍDICO
DE LA
LIBERTAD
La aportación de F.A. Hayek
al estudio del Derecho
SEGUNDA EDICIÓN
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por las leyes, que establecen penas de prisión y multas,
además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeran total o parcialmente el
contenido de este libro por cualquier procedimiento electrónico o mecánico, incluso fotocopia, grabación magnética, óptica o
informática, o cualquier sistema de almacenamiento de información o sistema de recuperación, sin permiso escrito de UNIÓN
EDITORIAL, S.A.
Dedico esta segunda edición
a mi primer sobrino,
Francisco Escanellas Herrán
ÍNDICE
PRÓLOGO, por Jesús Huerta de Soto
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN, por Dalmacio Negro Pavón
INTRODUCCIÓN, por José Carlos Herrán Alonso
CAPÍTULO PRELIMINAR. EL PENSAMIENTO DE F.A. HAYEK
I. RACIONALISMO
II. EL CONOCIMIENTO. LA IGNORANCIA SOBRE CASI TODO
III. LA FATAL ARROGANCIA
IV. LOS VALORES DE LA LIBERTAD
V. JUSTICIA SOCIAL E INTERVENCIÓN
VI. LA GRAN SOCIEDAD
PRIMERA PARTE
ORDEN, REGLAS Y DERECHO
CAPÍTULO 1. EL ORDEN ESPONTÁNEO. COSMOS Y TAXIS
I. ORDEN AUTORREGULADO. COSMOS
II. CARACTERÍSTICAS DEL ORDEN ESPONTÁNEO
III. ORGANIZACIÓN. TAXIS
IV. LAS CONSECUENCIAS NO QUERIDAS. INTERVENCIÓN EN EL ORDEN ESPONTÁNEO
CAPÍTULO 2. REGLAS
I. ORDEN SENSORIAL
II. REGLAS, PERCEPCIÓN E INTELIGIBILIDAD
III. REGLA DE RECONOCIMIENTO
IV. ORIGEN DE LAS REGLAS DE RECTA CONDUCTA
V. DOS TIPOS DE NORMAS: NOMOS Y THESIS
VI. EXPECTATIVAS
CAPÍTULO 3. EL DERECHO
I. EL CONCEPTO DE DERECHO
II. EVOLUCIÓN DEL DERECHO
1. Formación del Derecho
2. Articulación
3. Los dos momentos del Derecho
III. LA NORMA
IV. EL ORDENAMIENTO JURÍDICO
V. PRETENSIÓN/RECLAMACIÓN
VI. LA CERTEZA
VII. COACCIÓN
VIII. CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES
CAPÍTULO 4. FUENTES DEL DERECHO
I. FUENTES COMUNES DEL ORDEN DE REGLAS
II. LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO
III. LA COSTUMBRE Y LOS USOS
IV. EL PAPEL DE LOS JUECES
V. EL PAPEL DE LOS JURISTAS
VI. EL PAPEL DEL LEGISLADOR
CAPÍTULO 5. DERECHO Y OTROS ÓRDENES DE REGLAS. MORAL Y
OBEDIENCIA DEL DERECHO
I. DERECHO Y MORAL
II. DERECHO Y REGLAS DE CUMPLIMIENTO VOLUNTARIO
III. OBEDIENCIA DEL DERECHO
IV. EL CONTENIDO NORMATIVO. SISTEMA DINÁMICO
SEGUNDA PARTE
DERECHO, ÉTICA Y POSITIVISMO
CAPÍTULO 6. CONTRA EL POSITIVISMO JURÍDICO. LA INEFICIENCIA
ENDÓGENA DEL PROCESO LEGISLATIVO
I. NORMATISMO: VALIDEZ, EFICACIA Y NORMA
II. LA LEGISLACIÓN. INFLACIÓN LEGISLATIVA
III. THESIS, LA LEY DE LA LEGISLACIÓN
IV. TEORÍA DEL DERECHO
C APÍTULO 7. HAYEK Y EL DERECHO NATURAL. ÉTICA DE LA
LIBERTAD Y JUSTICIA
I. PRINCIPIOS Y VALORES DE UN ORDEN SOCIAL LIBERAL
II. DERECHO NATURAL Y RAZÓN
III. IUSNATURALISMO: ONTOLÓGICO Y DEONTOLÓGICO
IV. ÉTICA OBJETIVA
V. JUSTICIA
CAPÍTULO 8. LA CIENCIA JURÍDICA
I. DOGMÁTICA JURÍDICA
II. SOCIOLOGÍA DEL DERECHO
III. EL MÉTODO DE HAYEK
IV. LOS TRES NIVELES PARA EL ESTUDIO DE LAS CIENCIAS SOCIALES
TERCERA PARTE
DERECHO, LIBERTAD Y POLÍTICA
CAPÍTULO 9. LA LIBERTAD INDIVIDUAL
I. LIBERTAD Y PODER
II. DOS CONCEPTOS DE LIBERTAD
III. LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD
IV. LA LIBERTAD Y LA LEY
CAPÍTULO 10. LAS GARANTÍAS JURÍDICAS DE LA LIBERTAD
I. PROPIEDAD PLURAL (PROPIEDAD PRIVADA)
II. EL IMPERIO DE LA LEY
III. IGUALDAD FORMAL FRENTE A IGUALDAD MATERIAL
IV. CRÍTICA AL ESTADO DE DERECHO
V. EL CONSTITUCIONALISMO
VI. DERECHOS FUNDAMENTALES
CAPÍTULO 11. JURISDICCIÓN, FUERZA Y PODER
I. DERECHO Y FUERZA
II. LEGITIMIDAD DEL PODER
III. HAYEK Y EL ESTADO
IV. LA JURISDICCIÓN
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
PRÓLOGO
No hay nada más satisfactorio para un profesor que comprobar cómo uno de
sus alumnos logra, en el marco de sus explicaciones y bajo su consejo y
apoyo, el máximo reconocimiento académico. Eso hizo el autor de la presente
obra, José Carlos Herrán Alonso, que tras ser alumno de la primera
promoción del Máster en Economía Austriaca impartido bajo mi dirección en
la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, y gracias a su tenaz convicción,
culminó la tesis doctoral que es el germen del trabajo de investigación que
ahora prologo. Este ha sido, efectivamente, el primer fruto del referido
máster, aunque por suerte, a día de hoy, son ya varios los alumnos que en este
ámbito académico han terminado o están desarrollando sus proyectos de
investigación. No cabe duda de que el producto del trabajo de todos ellos es
el mejor resultado que puede desear quien, como yo, ha puesto toda su
determinación y esperanza en introducir dentro de la universidad española
este hito internacional que supone la creación de un máster de economía
planteado desde la perspectiva de la Escuela Austriaca.
Hayek y Mises son los estandartes más conocidos de la referida escuela de
economía. El primero, alumno y seguidor del segundo, desarrolló una carrera
de investigación multidisciplinar que le hizo interesarse, no solo por el
estudio de la economía, donde alcanzó el máximo reconocimiento
internacional obteniendo el Premio Nobel en esa materia, sino que le llevó
también a profundizar, valiéndose de una maquinaria teórica y metodológica
muy perfeccionada, en el estudio de la Psicología y el Derecho, entre otras
ramas del conocimiento científico social. La presente obra trata de condensar
las aportaciones hayekianas en el ámbito del estudio jurídico, todas ellas
fundamentadas en el análisis de los órdenes espontáneo y en sus diferencias
esenciales con las organizaciones creadas deliberadamente. A partir de esta
distinción, Hayek advierte cuáles son las características propias de las reglas
que rigen en cada uno de dichos sistemas, siendo las propias del orden
espontáneo las de tipo abstracto, general, de origen evolutivo y no
intencional, mientras que las reglas típicas de una organización, se
caracterizan por ser específicas y determinadas, a partir de mandatos expresos
emitidos racional e intencionalmente.
En el presente caso, y siguiendo esta misma línea de investigación
desarrollada por Hayek, nos encontramos ante una obra multidisciplinar, muy
completa y rigurosa, que trata de abarcar todos los temas y debates
fundamentales en torno al estudio de la conducta y el Derecho desde la
perspectiva hayekiana (aunque apoyándose también en otros autores como
Bruno Leoni, Rudolf Stammler, Sergio Cotta o Gustav Radbruch), para,
finalmente, elaborar una dura y fundamentada crítica al positivismo jurídico,
como fuerza teórica altamente dominante en nuestras universidades,
ofreciendo con ello una alternativa correcta y mucho más explicativa desde la
que aproximarse al conocimiento del Derecho y demás normas de conducta
reguladoras de la vida en sociedad.
El autor vertebra su obra entorno a una idea que, si bien se atisba en el
planteamiento de Hayek, adquiere especial relevancia y desarrollo en este
trabajo de investigación: el automatismo de la conducta. Lejos de posiciones
deterministas, y siempre desde un enfoque profundamente interesado en la
formación cognitiva del individuo, se afirma que la mente humana, como
gran instrumento de clasificación sensorial, genera una estructura de conducta
básica de la que el individuo a duras penas podrá desprenderse u obviar, por
lo menos en la parte más interiorizada del contenido normativo total que
define su comportamiento. La formación evolutiva de reglas de mera
conducta, tratada por Hayek en sus obras, adquiere en el presente trabajo una
importancia mucho más acentuada, buscando diferenciar, en un plano teórico,
aquellos contenidos normativos que rigen la conducta de manera íntima, de
aquellos que la afectan de forma más superficial. La interiorización puede
medirse en la reproducción (inconsciente o semiinconsciente) de
regularidades ante determinadas situaciones o comportamientos ajenos. El
«automatismo» al que se hace referencia en esta obra, resulta perfectamente
identificable con lo que yo mismo he denominado «piloto automático» de la
conducta, o contenido moral tácito del comportamiento.
Conectado con todo lo anterior, y en clara referencia a las implicaciones
que todo este estudio de la conducta y el Derecho pudieran tener con el resto
de ámbitos propios de las ciencias sociales (en concreto, la economía), el
autor procede a presentar una clasificación de contenidos normativos en
función de su grado de exigibilidad. Distingue, para ello, entre normas que
deben ser acatadas obligatoriamente y normas de cumplimiento voluntario.
Entre ambos extremos se situaría un eje que se desplaza en una u otra
dirección, bien de forma espontánea, o bien de forma deliberada si es el
resultado de políticas constructivistas llevadas a cabo en el orden social. El
movimiento de dicho eje en un sentido u otro, modifica el ámbito de las
normas que son consideradas exigibles y a las cuales el individuo no se puede
resistir. Pudiendo aproximarse o alejarse de los contenidos tradicionales y
morales, definiendo los propios poderes públicos qué debe entenderse por
recto y justo.
En el proceso de formación de las normas la información y el
conocimiento no están dados, sino que se crean, transmiten e interpretan de
forma subjetiva, el orden social requiere para su correcto funcionamiento que
las fases de formación de las normas que lo regulen sean dinámicos, flexibles
y que permitan el sano desarrollo de la función empresarial, facilitando la
generación de nuevo conocimiento, que proporcione al mismo tiempo
seguridad y coordinación social. Si en lugar de dar prioridad a esta manera de
entender la formación de las normas que regulan el mercado, se anteponen las
ideas típicas del positivismo jurídico (que tienen amparo en los fundamentos
de la economía estática, que entienden el mercado como situación de
equilibrio), La Gran Sociedad, tal y como la denominó Hayek, peligra, al
surgir inevitablemente tendencias totalitarias y de ingeniería social
extremadamente peligrosas para el desarrollo y progreso de la civilización.
El Derecho, la moral y el resto de normas en que se concreta nuestra
conducta no deben ser producto de un órgano de planificación central,
básicamente por una cuestión de tipo de conocimiento, ya que la información
aquí relevante es producto de un largo proceso evolutivo donde intervienen
toda una infinidad de individuos a lo largo de generaciones, mediante
complejos mecanismos de creación y transmisión de información y
conocimiento práctico, que los organismos legislativos y de planificación
central no pueden conocer ni tan siquiera parcialmente. Es más, ni pueden
tener dicha información, ni pueden poseer los criterios objetivos adecuados
para determinar la perfecta delimitación entre qué normas deben ser de
obligado cumplimiento y cuáles no.
De esta manera, el eterno debate entre moral y Derecho, o la obediencia
exigida por este último, adquieren en esta obra una singular solución teórica,
que, según creo, se aproxima mucho más a la verdad y, por tanto, goza de un
mayor rigor científico que sus alternativas positivistas.
Finalmente, y no por resultar de menor relevancia, debo resaltar la
importancia que le concede el autor, muy en la línea de mis planteamientos, a
la existencia de una serie de principios generales del Derecho, y de principios
éticos fundamentales (junto con la idea de eficiencia dinámica del proceso
social), que constituyen las dos caras de la misma moneda, y permiten al
científico conocer cuales son los motores y pilares en los que se sustenta la
vida en sociedad y el mercado. Hayek habló, en general, de una serie de
principios jurídicos y morales de carácter tradicional, sin los que la sociedad
libre y extensa no sería posible. No quiso sin embargo considerarlos
universales y objetivos, sino que, siguiendo los postulados de la teoría
evolutiva de las instituciones, los tomó como resultado de un largo proceso
espontáneo de composición no deliberada, y que, una vez comprobada y
aceptada su conveniencia, deberían ser afirmados y respetados por quienes
defiendan el tipo de sociedad que de ellos se deriva. Yo mismo he ido más
allá de Hayek, planteando una alternativa que, con una visión particular, se
retoma en la obra que aquí nos concierne, y que se refiere a la dualidad del
racionalismo extremo frente a la explicación evolucionista. De esta forma, los
principios generales del Derecho, junto con una ética que realmente sea
garantía de la libertad del individuo, quedan definidos en este libro como un
conocimiento al que los individuos se aproximan paulatinamente, en el
contexto cultural e histórico de sus investigaciones, tratando de perfilar y
depurar las formulaciones más estrictas y asépticas posibles. Este esfuerzo,
según el autor, nunca hallará su fin, pero bajo la perspectiva que solo la
verdad proporciona, permitirá sucesivas aproximaciones. Es, sin duda, una
sabía forma de explicar el eterno dualismo en que se debate el método
científico, y que ya se ha mencionado: racionalismo ingenuo, por un lado, y
estudio histórico compositivo y evolutivo, por otro.
La importancia del respeto a los principios generales del Derecho y de
descubrir cuál debe ser su correcto contenido, está de total actualidad cuando,
en el momento de publicación de este trabajo, arrecia una de las crisis
económicas más virulentas de la historia reciente de nuestro mundo. Fueron
también los componentes de la Escuela Austriaca, y en particular Hayek,
quienes nos proporcionaron los elementos teóricos para comprender sus
causas, detonantes y efectos. Pero debemos ir más allá, conectando el estudio
moral y jurídico con la detección de los condicionantes que derivan en
situaciones de crisis como la actual.
Son obras como esta las que nos ayudan (desde esa perspectiva
multidisciplinar que aúna el estudio de las ciencias sociales, incluido el
Derecho y la Economía) a comprender el funcionamiento del proceso social y
de mercado, que, como ya dijera Hayek, es sin lugar a dudas el orden más
complejo del universo. El Derecho fue hace tiempo relegado al dominio del
constructivismo, como herramienta al servicio del Estado en cuanto a su tarea
de intervención y fiscalización de la acción humana. Con todo ello numerosas
generaciones se han entregado a un estudio complaciente y superficial de la
teoría y la filosofía del Derecho, que en nada se corresponde con la extrema
complejidad del análisis que merecen los procesos de formación de
contenidos normativos. Esta obra, siguiendo las ideas de los pensadores
austriacos, y otros contados autores, que supieron desarrollar y componer con
brillantez, se suma al esfuerzo que hoy, en España y en otras partes del
mundo, varios pensadores vienen realizando con la firme intención de
destapar las falacias y errores intelectuales que encierra el positivismo
jurídico y sus revisiones, más o menos críticas.
JESÚS HUERTA DE SOTO
Catedrático de Economía Política
Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
PREFACIO
A LA SEGUNDA EDICIÓN
El predominio, a la verdad más ideológico que científico, del normativismo
positivista, llevado al extremo por Kelsen, es la causa de que se descuidase el
tema capital de la naturaleza del orden jurídico. Según esa concepción
metafísicamente idealista y políticamente voluntarista, el orden social debe
ser organizado o incluso construido mediante el ordenamiento jurídico. Carl
Schmitt y Friedrich Hayek han sido seguramente los dos mayores adversarios
realistas de esa visión, supuestamente liberal y progresista.
Para Hayek, el orden social no es ni puede ser un orden creado por la razón
y la voluntad humanas: es un orden natural, espontáneo, cuya lógica es el
Derecho. Pues como dice el Dr. Herrán, «el Derecho es la institución
evolutiva clave por sus vínculos con el resto de las instituciones sociales». El
orden social no puede existir sin el Derecho, con el que es consustancial. Su
función en el orden social no es ni creadora ni organizadora, sino ordenadora
y civilizadora en tanto su finalidad consiste en conservar y restaurar, en su
caso, el orden natural de las cosas. El Derecho es securitario y, en este
sentido, conservador.
El error del normativismo y el positivismo jurídicos, que vienen a ser la
misma cosa, radica en la creencia en que la función del orden político, que es
solo aquel aspecto o parte del social cuya misión consiste en garantizar el
respeto al Derecho, consiste en crear el orden social justo, con la ilusión de
que sea el definitivo. Mas, de este modo se instrumentaliza el Derecho
convirtiéndolo en Legislación.
Con palabras del gran jurista italiano Paolo Grossi, «el Derecho no
pertenece al mundo de los signos sensibles». Surge espontáneamente en la
vida social, pues las cuestiones de derecho se plantean solamente en caso de
conflicto. La Legislación, que se enseña y estudia desde hace tiempo como si
fuese el Derecho, es en cambio un producto intencionado de la voluntad
humana. No está en la mano del legislador crear el Derecho. Mientras este
último dirime los conflictos encauzándolos, la Legislación puede suscitarlos
y crear inseguridad jurídica. Esto está ocurriendo cada vez más intensamente
a causa de la proliferación legislativa, que pretende condicionar, la acción
humana, o automatizarla, organizando y reglamentando la conducta para
conseguir establecer la sociedad justa.
La Legislación es un derecho que crea situaciones, en tanto el Derecho es
derecho de relaciones. El Derecho, una rama de la Ética, se refiere a las
relaciones que surgen de la acción, pues, igual que, en contra de lo que
pensaba Kant, no existen acciones morales o inmorales en sí mismas,
tampoco existen acciones jurídicas o antijurídicas por naturaleza, como
presupone la Legislación. Esto mismo puede aplicarse a las demás ramas de
la ética, entre ellas a la Economía en tanto Economía Política, concepto en
desuso, que tampoco presupone la existencia de acciones o actividades
económicas en sí mismas, como sostiene la teoría objetiva del valor.
Tales errores derivan del ingenuo derecho natural racionalista del
contractualismo político, que, al erigir la razón pura en juez absoluto,
potencia la cultura cuantitativa, de masas, el caldo de cultivo del positivismo,
en detrimento de la cultura cualitativa. Por ende, en aquella le corresponde a
la Matemática el lugar de honor, en la segunda al Derecho. La consecuencia
es un creciente desorden social a causa de la instrumentalización del Derecho
y de lo que llamaba Ihering el sentimiento del Derecho —la rectitud de los
actos conforme a la moral del êthos de los pueblos—, sustituidos por la
Legislación, en la que la coacción sustituye al sentimiento natural de lo que
es recto. Un resultado es el imperio de la demagogia que, sobre todo desde la
Segunda Guerra Mundial, dirige una revolución legal universal en pro de la
asintótica justicia social y los pseudoderechos humanos. Revolución que
llega a postular un cambio radical de la civilización mediante la
transformación legal de la misma naturaleza humana.
El interés de Hayek por la naturaleza del orden fue relativamente tardío.
No obstante, considerada su obra en conjunto, su problema central es el
artificialismo. Constituye precisamente uno de sus grandes méritos el haberse
liberado del mitificado Estado de Derecho; además, como austriaco, en su
versión Rechtsstaat heredera del Polizeistaat, en la que confiaba todavía su
maestro Mises, aunque supo ver también que el culto a la estatalidad es la
antesala del modo de pensamiento totalitario.
Hobbes puso en circulación el mito del Estado como la gran forma
artificial de orden. La revolución francesa lo afirmó como la forma posible y
perfecta del orden humano. En el siglo XX, empezó a hacerse realidad lo que
era para Hobbes una analogía retórica, cuando decía que Leviatán es un deus
mortalis. Hayek refutó esta ideología cientificista, que sacraliza la estatalidad,
con su concepción científica del orden jurídico, cuyo estudio constituye el
objeto de este libro de José Carlos Herrán, cuyos méritos avala el hecho de
que una obra especializada como esta, alcance en poco tiempo la segunda
edición.
DALMACIO NEGRO PAVÓN
Catedrático de Ciencia Política
Universidad CEU San Pablo
INTRODUCCIÓN
Los estudios de Filosofía y Teoría del Derecho convencionales impartidos en
nuestras universidades presentan al alumno una forma muy concreta de
aproximarse al conocimiento de las normas que rigen el orden social. No nos
detendremos en la consideración de causas o momentos históricos donde
aconteció la desgraciada desvinculación entre las ciencias económicas y las
ciencias jurídicas.[1] El trabajo que ahora iniciamos pretende aunar los
avances logrados dentro del estudio de los procesos de mercado y la
economía política con las construcciones teóricas trazadas de forma paralela
en torno al Derecho.
Nuestra intención es poner en valor la figura de Hayek como autor
multidisciplinar que supo reunificar lo que nunca debió ser encuadrado en
ámbitos ajenos de estudio. Las ciencias encargadas del análisis del Derecho,
como cuerpo normativo que rige el orden social efectivo, se han venido
autodefiniendo como un orden de cosas distinto al estudio económico. Esta
incomprensible separación ha contribuido a la confusión y deterioro de los
resultados no solo en las ciencias jurídicas sino también en las económicas.
La comprensión de los procesos que forman el orden social no puede obviar o
diferenciar nunca dos ámbitos distintos y estancos de conocimiento.
Las dos obras principales que hemos tomado como referencia son Los
Fundamentos de la Libertad y Derecho, Legislación y Libertad. La primera,
publicada tras un ciclo de conferencias celebradas en California en junio de
1958, y de las que Bruno Leoni concluiría su afamada La Libertad y la Ley,
nos presenta la intención de reformular y explicar los principios de la
filosofía política de la libertad desprestigiados y desvirtuados por los
decenios y la tergiversación intelectual perpetrada por defensores y
detractores. Hayek revisa conceptos ahondando en los orígenes de la
civilización occidental y el poder creador de la misma. Se centra con atención
en los valores que hicieron y hacen posible su nacimiento y perdurabilidad.
En cuanto al estudio del Derecho avanza en la delimitación de lo que será su
gran aportación al respecto. Se identifican las diferencias fundamentales entre
ley en su sentido tradicional, como norma de mera o recta conducta general y
abstracta, y mandato, específico y concreto en pos de la consecución de un
fin pretendido por su emisor. Revisa, de igual modo, las ideas de Estado de
Derecho y Constitucionalismo apreciando el auge de dichos planteamientos
como garantías efectivas de la libertad individual, así como su degradación y
fracaso en tal cometido.
Desde la publicación de Los Fundamentos de la Libertad, de carácter más
político que jurídico (con su tercera parte dedicada a la crítica del Estado de
bienestar y la idea de justicia social o redistributiva) Hayek profundiza en
multitud de razonamientos y construcciones teóricas que afianzan el estudio
multidisciplinar capaz de reunificar los ámbitos de análisis jurídico y
económico. A penas diez años después será publicado Derecho, Legislación y
Libertad. Puede considerarse como la gran obra de Hayek, su aportación
definitiva en lo que al Derecho se refiere. Para comprender y ampliar la
exposición conceptual trazada a lo largo de sus interesantes apartados, hemos
recurrido a lo que son trabajos preparatorios o específicos incluidos en sus
Estudios y Nuevos Estudios.
Con la primera parte de esta obra, dedicada a Normas y Orden, Hayek
logra desentrañar y dar sentido a todas las inquietudes del científico social
que no puede conformarse con el estudio estanco y distinto del Derecho y la
economía política. El orden espontáneo que es el proceso social y de
mercado, en cuyo análisis han logrado altas cotas de comprensión los
economistas de los últimos dos siglos (herederos de una tradición dispersa
pero reconocible trazada desde la antigua Grecia hasta la España de la
escolástica tardía, o la Francia y Escocia modernas y contemporáneas) aporta
al estudio del Derecho altas dosis explicativas que no debieron de ser negadas
a las ciencias jurídicas.
La teoría evolutiva de las instituciones, en cuanto a la formación no
intencional de las mismas (lenguaje, dinero, mercado o Derecho) se sitúa
como una de las bases epistemológicas que Menger legó a la Escuela
Austriaca de Economía a la que perteneció Hayek. Derecho, Legislación y
Libertad corresponde a esa larga tradición, alterada y discontinua, pero que
pudo tomar forma sistemática desde la revolución marginalista y la teoría del
valor subjetivo mengeriana. Hayek traza la distinción entre Orden y
Organización, y de igual manera, diferencia entre las reglas que rigen en el
primero (de carácter abstracto y general) y aquellas que imperan en las
organizaciones (mandatos específicos y concretos). Las primeras, nomos,
permiten la persecución de multitud de fines particulares por parte los
intervinientes en el proceso, instituyendo evolutivamente un referente básico
del que servirse para diluir la incertidumbre inerradicable propia del orden
social. Las segundas, thesis, son de tipo intencional y deliberadas
persiguiendo un fin concreto ideado y pretendido por el actor que dirige los
objetivos de la organización. Hayek aclara que el orden social jamás existiría
bajo un régimen de normas intencionales; al menos no la sociedad abierta y
extensa que representa la civilización occidental.
De ese escrupuloso estudio científico, se desprenden conclusiones
importantísimas en todas las direcciones. Hayek aporta el examen
emprendido sobre el racionalismo y el conocimiento, obteniendo una
combinación que aporta altas dosis explicativas en un ámbito como el
jurídico, que permanecía ajeno, estático y extremadamente formalizado desde
su desvinculación del estudio del orden social y de mercado.
Sin adelantar ideas ni futuras valoraciones y desarrollos conceptuales,
aclaramos en esta introducción que la gran aportación hayekiana al estudio
jurídico parte de ese tratamiento multidisciplinar y flexible basado en un
racionalismo crítico, una formulación de la naturaleza del conocimiento y la
información relevantes que confluyen en el desarrollo de la teoría evolutiva
de las instituciones y el descubrimiento del tipo de reglas que rigen el orden
social, así como su enunciación y eventual articulación.
Vemos por tanto como el hilo conductor de este trabajo rompe con los
esquemas propios de la filosofía y la teoría del Derecho convencionales, con
independencia de las tendencias particulares, aportando un importante matiz
que renueva los intentos explicativos, devolviendo así al Derecho al lugar del
que nunca debió ser extirpado. Se comprenderá cómo las causas de este
brutal divorcio pueden ser muchas y variadas, pero de entre todas ellas
advertimos que la positivista, el anhelo de una ciencia jurídica formalista
confirmada a través de los fundamentos epistemológicos y metodológicos de
las ciencias naturales, no solo fue, y sigue siendo, la más peligrosa en cuanto
a sus consecuencias, sino la menos explicativa de todas las presentadas hasta
el momento.
Este trabajo, y en cierta medida la originalidad de muchas de las
conclusiones que en él se alcanzan, toman como fuente de sus razonamientos
no solo a F.A. Hayek y sus dos obras fundamentales sobre Derecho sino otros
muchos autores, que resultan igualmente indispensables para perfilar una
visión general, capaz de generar resultados explicativos como los alcanzados.
Como contra punto, al margen de la utilización de obras clásicas de corriente
principal y la investigación de varios autores que podríamos denominar
convencionales, incluimos las ideas de Rudolf Stammler y Gustav Radbruch,
juristas de renombre y especial trascendencia, que si bien distan bastante (a
veces no tanto) de los planteamientos hayekianos, son indispensables para
estructurar razonamientos, aproximar ideas a lo que viene siendo el
pensamiento jurídico durante decenios, siempre en contraste con las
conclusiones positivistas. Kelsen, y su teoría, servirán de referente, por
contraposición y crítica, para ubicar la fundamentación jurídica hayekiana y,
resolver las carencias explicativas que esas ideas kelsenianas sembraron en
las ciencias del Derecho.
El presente trabajo recibe su particularidad no solo de las muchas
conclusiones obtenidas de la investigación emprendida en su elaboración y
expuestas a lo largo de los capítulos (incluido el dedicado en exclusiva a
recogerlas y desarrollarlas), sino también al esfuerzo de sistematización que
se ha querido efectuar organizando los contenidos en pos de alcanzar mayor
claridad así como la posibilidad de que el lego en la materia acceda a ellos
con facilidad. Pretendemos divulgar la originalidad hayekiana y su impronta
en las ciencias sociales. Resolver vicios cometidos por el pensamiento
jurídico, enmendar falacias y reconducir el objeto de estudio. El mismo
Hayek nos recuerda que «la familiaridad con los hechos es ciertamente
importante; pero la observación sistemática solo puede comenzar una vez
planteados los problemas».[2] Todo es mejorable. Esto es de lo que hemos
sido capaces.
JOSÉ CARLOS HERRÁN ALONSO
El Pimpollar, 30 de Junio de 2010
CAPÍTULO PRELIMINAR
EL PENSAMIENTO DE F.A. HAYEK
Como parte introductoria que es, no pretendemos ahondar en determinados
argumentos con una excesiva intensidad. Tratamos únicamente de exponer
algunas ideas sobre las aportaciones hayekianas, explicando los elementos
más importantes que forman el pensamiento general del que en su momento
nacieron obras como Los Fundamentos de la Libertad y Derecho,
Legislación y Libertad. Sobre ellas y sus contribuciones tratará en gran
medida este trabajo. El objetivo trazado al iniciarlo, más si cabe cuando se
recurre a capítulos introductorios como este, es presentar al lector la esencia
de aquel bagaje intelectual que vertebrará de alguna forma la argumentación
que sigue.
Muchos han estudiado y comentado con anterioridad la naturaleza e
importancia del pensamiento de F.A. Hayek.[3] No podemos sino tomar de
aquellos sus líneas fundamentales como base de nuestro particular
razonamiento. Por ello, sin ánimo de ser rigurosos, repasaremos los temas
más estrechamente relacionados con el Derecho y el orden social dentro del
sistema de Hayek, dejando ideas y razonamientos abiertos ante ulteriores
conclusiones en sus apartados correspondientes.
Coincidimos con el pensador austriaco en la motivación que le llevó a
escribir Derecho Legislación y Libertad. Es esa la empresa que pretendemos
abordar, explicando y contrastando el pensamiento jurídico de Hayek en
relación con el resto de corrientes que componen la tendencia principal
dentro de este ámbito de las ciencias sociales:
«La primera de estas consideraciones es que un orden espontáneo que se
autogenera y una organización son cosas distintas, y que esa distinción está
en conexión con las dos distintas formar de normas o leyes que en casa uno
de estos órdenes prevalecen.
La segunda es que lo que actualmente suele considerarse como justicia
“social” o distributiva solo tiene sentido dentro de la segunda de estas clases
de orden, es decir, la organización (…).
La tercera es que el modelo predominante de instituciones liberales
democráticas, en el que el mismo cuerpo representativo produce las normas
de recto comportamiento y las que regulan la acción del gobierno, conduce
necesariamente a una transformación gradual del orden espontáneo de una
sociedad libre hacia un sistema totalitario al servicio de alguna coalición de
intereses organizados».[4]
I. RACIONALISMO
Uno de los aspectos más relevantes del pensamiento hayekiano es el análisis
que realiza sobre el racionalismo, sus características y las implicaciones
epistemológicas y de actitud científica que de él se derivan. De esta
concepción nacen muchas de las ideas más importantes,[5] y lo que es
fundamental, un rigor capaz de hacer posible discernir entre el extremo, o lo
ingenuo, de argumentos, tan extendidos y asumidos por el mundo científico
social de nuestros días, que pocos se atreven a cuestionar.
Para Hayek existen dos tradiciones de la Libertad. Por un lado tenemos a
los empiristas británicos (anglicanos), y por otro, como contraposición
radical, a los racionalistas franceses (galicanos). La teoría empírica se centra
en el análisis de las instituciones, estudia el orden espontáneo, la libertad
como ausencia de coacción y el desarrollo orgánico lento y semiinconsciente.
Los racionalistas continentales alimentan la idea de interés general frente al
particular, adoleciendo de una profunda incomprensión sobre el proceso
social y sus características elementales. Estiman estos detractores del
empirismo, tal y como aduce Hayek, que la libertad encarna el caos. Los
auténticos liberales, muy por el contrario, entienden la libertad como
oportunidad.
Esta oposición de planteamientos radica en la representación que cada
corriente de pensamiento compone sobre el cometido de la Razón. Hayek
lamenta que muchos no entiendan que siempre «antes de tratar de remodelar
inteligentemente la sociedad, debemos adquirir conciencia de su
funcionamiento».[6] Cabe exigir una actitud previa de moderación y
humildad intelectual que impida caer en la exacerbación del poder de la razón
humana. Hayek se define a sí mismo como un antirracionalista, pero en
ningún caso irracionalista.
Su crítica más feroz va dirigida contra el racionalismo de tipo cartesiano.
De esa concepción de la Razón todo poderosa se llega inevitablemente a la
tentación de aplicarla directamente a las cuestiones sociales. La idea de
corrección o justificación de acciones queda, desde ese momento, supeditada
a este criterio. Por ello «las instituciones y prácticas que no han sido
diseñadas de esta manera solo accidentalmente pueden resultar beneficiosas».
[7] El racionalismo ingenuo pretende refundarlas, redefinir dinero, lenguaje,
escritura o Derecho; siempre desde la idea que afirma el origen deliberado de
toda institución social. De estos planteamientos surgen aberraciones como la
idea del contrato social de Hobbes o Rousseau (cada uno con sus
particularidades).
Del racionalismo cartesiano nace la «preferencia hoy dominante por todo
cuando se hace de manera “consciente” o “deliberada”, y de ella reciben los
términos “irracional” o “no racional” el sentido peyorativo que tienen».[8]
Siguiendo esta máxima epistemológica toda aproximación a la realidad
podría realizarse a través de un método de deducción lógica a partir de
premisas explícitas.
Hayek lamenta que el necesario conocimiento sobre la conexión entre
medios y fines sea olvidado por estos autores. Obvian por completo el origen
evolutivo de las instituciones sociales así como los procesos que conducen a
las mismas. Este abandono o total incomprensión de la realidad, deriva en
conclusiones distorsionantes, contribuyendo al fracaso de la pretensión
liberal. Como veremos en los capítulos que siguen, prácticamente todo el
pensamiento hayekiano pivota entorno a ideas claras y certeras, nunca
alejadas de la realidad que pretenden explicar, procedentes de la humildad
científica y el análisis sosegado y riguroso. El racionalismo extremo nunca
comprenderá que el hombre ha tenido y «tiene éxito no porque conozca por
qué puede observar las normas que observa, o porque sea capaz de formular
todas estas normas en palabras, sino porque su pensamiento y su acción están
gobernados por normas que, mediante un proceso de selección, han
evolucionado en la sociedad en que vive, y que de este modo son fruto de la
experiencia de generaciones».[9]
El científico social riguroso debe ponderar la capacidad que le asiste en el
estudio de una realidad compleja y diversa cuando de sistematizar principios
estables y coherentes se trata. No cabe otra posibilidad que recurrir a la
abstracción mental, asumiendo los límites que impiden conocer de forma
preclara y absoluta el mundo que le rodea. Este racionalismo moderado se
traduce en la idea de que esa «confianza en lo abstracto no es, pues, resultado
de una sobreestima, sino más bien de una comprensión de los limitados
poderes de nuestra razón».[10] La Razón resulta ineludible: es la única arma
de la que disponemos en la investigación científica. Pero exclusivamente
conociendo y asumiendo sus límites podremos estar seguros de que
caminados por el sendero correcto.
«El racionalismo constructivista rechaza esta disciplina de la razón, porque
se equivoca pensando que la razón puede dominar directamente todos los
particulares, y por tanto se ve llevado a preferir lo concreto a lo abstracto, lo
particular a lo general debido a que sus defensores no comprenden que de
este modo limitan el alcance del verdadero control que ejerce la razón».[11]
Únicamente tomando conciencia y aceptando el auténtico poder de la razón,
seremos capaces de dar el siguiente paso y comprender que el proceso social
y las reglas que lo gobiernan, pertenecen a un mundo totalmente opuesto a la
pretensión dirigista del mandante intencional. Los elementos que componen
ese acervo que hace posible la viabilidad del orden social, no pueden ser
dominados y moldeados por antojo de una voluntad racional. No existe el
origen deliberado, no es posible el diseño social (en el capítulo dedicado a
metodología se analizarán las diferencias fundamentales que impiden aplicar
el mismo método en el estudio de la formación y evolución institucional y en
la teoría económica).
«La abstracción ayuda a nuestra mente a progresar más de lo que
progresaría si intentara dominar todos los particulares».[12] De esta forma se
alcanzan conceptos mucho más claros y afinados. El racionalismo extremo, al
negarse a aceptar la abstracción, termina por coincidir con el mero
irracionalismo, conduciendo a lo que se conoce como la rebelión contra la
razón, definida en los términos que siguen: «la ilusión que constantemente
conduce a los racionalistas constructivistas a una especie de entronización de
la voluntad, consiste en la idea de que la razón puede trascender el reino de lo
abstracto y determinar por sí misma la deseabilidad de acciones particulares».
[13] Esta ilusión desprende al pensador de la realidad que busca comprender,
entregándolo en manos de la falacia y la ingenua arrogancia.
Esta aparente rebelión racionalista contra la razón permanece abierta
también contra la abstracción del pensamiento, sin comprender estos
racionalistas ingenuos o extremos que el pensamiento no puede desprenderse
de la abstracción en ningún caso (con una intensidad variable, eso sí).
Mediante la razón somos capaces de advertir circunstancias concretas en las
que nuestras acciones no serán exitosas, pero en ningún caso podremos
descifrar por completo el orden en el que nos desenvolvemos, trazando a
partir de ahí un diseño consciente de todas sus partes y expresiones.
Conviene apuntar la idea que maneja Hayek sobre la mente humana
preocupándose durante su vida intelectual no solo de los procesos sociales
desde un punto de vista profundamente multidisciplinar, sino también de los
vericuetos de la estructura mental del ser humano. El Orden Sensorial es
muestra de la superioridad que representa Hayek respecto a otros autores más
especializados y cegados en dicha concreción. Gracias a su amplitud
conceptual llega a la conclusión de que la mente «es una adaptación a las
circunstancias naturales y sociales en que el hombre vive y que él ha
desarrollado en constante interacción con las instituciones que determinan la
estructura de la sociedad».[14] De esta idea obtenemos la claridad y
contundencia de la siguiente cita: «el hombre obró antes de pensar y solo
posteriormente llegó a comprender».[15]
Hayek asume un racionalismo moderado, del que trata de afinar los
resultados y la capacidad limitada de la Razón. Se opone por completo a la
versión arrogante e ingenua del racionalismo defendido por los
constructivistas, de todo corte y condición, que tratan de determinar de forma
consciente cada acción particular. En el orden espontáneo, como veremos, el
actor persigue sus propios fines realizando una composición subjetiva tanto
sobre sus posibilidades, como sobre los medios que considera adecuados y a
su disposición. Todo constructivismo, como ya demostró Mises y supo
reafirmar Hayek, incurre en error intelectual. El socialismo es imposible en
sus propios términos.
«Es preferible no distinguir entre “racionalismo” y “anti-racionalismo”,
sino entre racionalismo constructivista y racionalismo evolucionista».[16] En
esto, y en otras muchas cosas, Hayek se vio influenciado por un Karl Popper
«viejo». Este prefirió distinguir entre un racionalismo de tipo ingenuo, o
constructivista, y otro crítico, propio del planteamiento moderado hayekiano.
La abstracción procede de esa incapacidad que tiene el ser humano para
conocer el mundo que le rodea. Ante un estímulo o necesidad, cuando un
sujeto advierte que puede resolver un malestar actuando en un sentido
determinado, partirá de una esquematización de tipo abstracta, más allá de
una especificación mental de las circunstancias que intervienen en la
situación. Esa es la única respuesta viable que posibilita el éxito en las
empresas que inicia el Hombre. Es la «adaptación a su ignorancia de la mayor
parte de los hechos particulares que integran el medio en que vive».[17] Y de
esta forma, cabe afirmar que «ha sido siempre el reconocimiento de los
límites de lo posible lo que ha permitido al hombre hacer pleno uso de sus
poderes».[18]
Toda la crítica que emprende Hayek contra las posiciones extremas del
racionalismo, así como la conclusión de que de él procede la crisis misma de
la razón y todas las consecuencias nefastas del irracionalismo, buscan definir
una posición, una actitud intelectual, desde la que contradecir la corriente de
pensamiento dominante en diversos ámbitos de las ciencias sociales. Sin duda
presenciamos, al leer sus obras, un combate contra el constructivismo y su
pretensión de remodelar el proceso social en pos de fines concretos.
Veremos en este trabajo, centrado en el estudio del Derecho, pero siempre
partiendo de los hallazgos y conclusiones alcanzados por Hayek en relación a
los órdenes complejos y, en concreto, el proceso social (como ejemplo de
orden espontáneo), la batalla dada desde sus posiciones contra el positivismo
científico. Será este, en el ámbito del Derecho quizá con más relevancia que
en otros, quien proceda a la distorsión y destrucción de las instituciones
básicas que sostienen y dan viabilidad al orden social. De ahí la importancia
en plantear alternativas, resucitar viejas ideas, y reformular otras,
construyendo una teoría capaz de refutar el grave error intelectual en el que
incurre el normativismo.
Hayek afirma con rotundidad que «la subyacente idea de que toda
institución positiva es fruto de previa intencionalidad, y de que solo tal
intencionalidad la hace o puede hacerla adecuada a nuestros propósitos, es
errónea en gran medida».[19] El positivismo interpreta toda regularidad
observada desde un punto de vista antropomórfico e intencional.
Cerramos este apartado tal y como lo empezamos. Del racionalismo de
tipo cartesiano proceden muchas de las taras que contribuyen a anular el
espíritu crítico y la solvencia científica en el estudio de los procesos sociales
y las instituciones evolutivas que los sostienen. Hayek orienta su
argumentación con acierto y precisión, resultando evidente que «los errores
del racionalismo constructivista están íntimamente relacionados con el
dualismo cartesiano, es decir, con la concepción de una mente que existe
independientemente como sustancia separada del cosmos de la naturaleza y
que permite al hombre, dotado de esa mente desde el principio, diseñar las
instituciones de la sociedad y la cultura entre las que vive».[20]
I. ORDEN SENSORIAL
La amplitud del pensamiento hayekiano es tan rica como integradora. El tipo
de reflexión requerida en el estudio de las reglas de mera conducta que
forman el orden de acciones efectivo no puede excluir indagaciones y
comentarios sobre el funcionamiento de la mente. Hayek alcanza en «El
orden sensorial» un nivel de profundidad y rigor que aún hoy, décadas
después de su publicación, sigue corroborándose en los hallazgos empíricos
propios de la neurología. Valiéndose del nivel de conocimiento científico
logrado hasta la década de los cincuenta del siglo XX (la obra fue publicada
en 1952), Hayek emprende un análisis minucioso sobre el funcionamiento de
la mente, encuadrado dentro de su interés por la estructura perceptiva y
práctica a fin de aclarar sus conexiones con el comportamiento humano.
Podemos hablar de un orden mental consciente e inconsciente definido en
función de órganos receptores de estímulos. La asimilación de dichos
estímulos, procedentes del mundo exterior, no se corresponde íntegramente
con las características físicas reales. La mente genera mecanismos y
relaciones que adaptan e interpretan las sensaciones, en función del órgano
receptor o de la previa clasificación mental.
El orden sensorial, por así decirlo, se compone de un baile de neuronas en
interconexión. Forman entre ellas una red estable pero adaptativa, donde cada
una tiene su propio lugar y traza relaciones o vínculos concretos con las
demás. El orden crece y se desarrolla desde el comienzo de la actividad
cerebral del individuo. Cabe reconocer la previa capacidad de clasificación,
en forma de un orden mental simple, primigenio o primordial. Dentro de un
proceso de continua adaptación y nacimiento de nuevas conexiones, la mente
puede definir un orden sensorial dado en cada momento.
Hayek utiliza el término Mapa para referirse a la red de relaciones estables.
Recurre a Modelo como expresión de la variedad de órdenes particulares
insertos en esa red de relaciones relativamente estables. Son teorías insertas
en el mapa que lo condiciona en virtud de su configuración.
Distinguiendo entre dos tipos de conocimiento, inconsciente y consciente,
debemos señalar que en el segundo tienen una especial importancia el
conjunto de categorías básicas que se forman en las primeras fases de
desarrollo mental gracias a la experiencia sensorial. Dichas categorías previas
aparecen como requisito para que la mente perciba. El siguiente paso consiste
en la clasificación de dichas percepciones, como función indispensable para
la explicación de fenómenos.[118] Un fracaso clasificatorio exige la
sustitución de las claves perceptivas en forma de criterios internos de
clasificación. El orden sensorial es dinámico y permanece expuesto a la
continua adaptación. La red neuronal varía y crece en complejidad.
Si analizamos detenidamente la obra de Hayek seremos capaces de
encontrar los aspectos que mejor nos ayuden a comprender el enredo mental,
el tipo de reglas que rigen en el orden sensorial, y de ahí derivar conclusiones
imprescindibles para el estudio de la conducta humana.
La función primordial del cerebro es la constitución de una estructura
sensorial que contribuya a simplificar la tremenda complejidad del mundo
físico en el que se encuentra el ser humano, procurando la adaptación al
entorno en base a regularidades estables y conexiones entre precepciones y
consecuencias. El objeto de estudio de la psicología resulta ser una mente
creativa, dinámica y activa. Hemos comentado con anterioridad, y debe ser
una idea presente en el desarrollo de este trabajo, que evolución biológica y
cultural caminan unidas, no a la misma velocidad ni experimentando idéntica
intensidad en los cambios y variaciones, pero siempre impulsadas una por la
otra. La razón humana, como capacidad de abstracción, tiene una evolución
paralela al orden social o institucional. La mente humana es social, favorece
la interacción, prepara al individuo para su integración en la red de relaciones
sociales. La acción humana se rige por reglas mentales que comprenden
contenidos diversos en los que también se integran los que son propios de las
reglas de mera conducta (en sentido general y amplio).
Hayek distingue entre dos órdenes definidos, el físico y el mental.
Fenómenos que en nuestra mente son clasificados bajo la misma categoría
pueden pertenecer a tipos distinguibles en términos físicos, y de igual forma
«acontecimientos que físicamente deben ser de la misma o, al menos, similar
categoría pueden aparecer del todo diferentes a nuestros sentidos».[119] La
mente humana se nos presenta como «un orden particular de un conjunto de
acontecimientos que tienen lugar en cierto organismo y que en cierto modo
están relacionados con el orden físico de los acontecimientos del entorno
(aunque no son idénticos al mismo)».[120] O lo que es igual, «nuestra mente
es la totalidad de las relaciones que constituyen ese orden».[121]
Siguiendo esa definición debemos entender por mental «todos los procesos
que implican una clasificación de acontecimientos en términos de orden
cualitativo similar al que conocemos por nuestra experiencia sensorial
subjetiva, y que es diferente del orden físico de estos acontecimientos».[122]
De esta forma el sistema nervioso sería un mero instrumento de clasificación
de estímulos. Cada nueva acción o experiencia altera la estructura de
conexiones del sistema nerviosos. La flexibilidad nerviosa se expresa en la
capacidad de asimilación generando nuevas pautas y transformando las
anteriores. Se trata de un «proceso de continua reordenación de los
elementos».[123]
Semejante entramado teórico tiene una especial relevancia en el estudio de
las normas de conducta dada su cualidad eminentemente tácita. El individuo
interioriza una serie de contenidos que es incapaz de articular por completo, y
solo en una pequeña parte llega a articularlos de forma suficiente. Esas
normas conscientes o la expresión viva de lo que parece regula nuestra
conducta no es sino una ligera verbalización de una cantidad de conocimiento
muy superior a la que somos capaces de concebir. El orden mental también
comprende el fondo íntimo que dota de contenido a las normas, aun cuando
estas nos resulten de una certeza enunciativa incontestable. La conducta
humana es la manifestación social del orden sensorial que Hayek estudia
también desde una perspectiva psicológica (de forma inconsciente
interpretamos la conducta y las acciones de otras personas). Veremos en el
siguiente apartado la manera en que ciertas características inherentes a las
reglas meramente perceptivas o prácticas derivan en una mejor compresión
de la auténtica entidad de las reglas de conducta.
VI. EXPECTATIVAS
El orden social es el escenario donde millones de sujetos interactúan
persiguiendo fines particulares, en ocasiones compatibles, en otras no, a
veces complementarios, e incluso contradictorios. Los individuos se sirven
del orden cumpliendo las reglas de recta conducta, abstractas y generales, que
hacen posible la viabilidad del mismo.
Esa persecución de objetivos individuales tiene que enfrentarse de forma
irresoluble con la inerradicable incertidumbre que toda proyección de
circunstancias futuras genera. Las acciones se realizan en el tiempo, y en el
discurrir del tiempo varían los elementos que afectan al escenario así como
los eventos relevantes para la acción. Las reglas son certidumbres,
proporcionan certeza, incompleta pero suficiente para que el Hombre se
atreva a dar el paso y logre, en la mayoría de los casos, el resultado
pretendido. Más allá del contenido expreso, domina la conducta un contenido
mucho más amplio y profundamente arraigado en la mente de la mayoría de
los individuos.
Cada sujeto tiene sus propias expectativas de futuro, y en base a ellas
construye sus planes de acción o el impulso para emprender dichas acciones.
Esperamos de los otros una conducta determinada, ajustada en gran medida a
las reglas que nosotros mismos hemos interiorizado y esperamos sean
cumplidas por los demás.[163] Hablamos de expectativas compatibles
cuando mantenemos la convicción de que nuestra pretensión no hallará
obstáculo en pretensiones de terceros. Las expectativas recíprocas esperan
que el comportamiento de uno o varios individuos, en la persecución de sus
propios fines, sirvan a nuestra causa ayudándonos a lograr los nuestros. Por
ejemplo, articulado como principio general del Derecho, encontramos estas
pautas en el contenido de la máxima pacta sunt servanda.
Puede ser que dos partes contratantes subjetivamente interpreten el
resultado de su pacto de forma distinta, dándole un significado particular a la
institución jurídica involucrada. De estos conflictos no queridos surgirán
resoluciones capaces de interpretar las reglas y generar nuevas certezas de
cara al futuro,[164] mejorando el escenario de expectativas de todo partícipe
en dicho orden social.
Hayek hace una declaración de principios cuando dice que «la tesis de este
libro (Derecho, Legislación y Libertad) es que una situación de la libertad en
la que a todos se les permita hacer uso de su conocimiento para sus propios
fines, limitada solo por reglas de recto comportamiento de aplicación
universal, es probable que les proporcione las mejores condiciones para
alcanzar sus objetivos».[165] Los sujetos que actúan libremente en pos de
alcanzar sus objetivos particulares, los adaptan junto con su comportamiento,
de forma espontánea, semiinconsciente o inconsciente, a un orden de reglas
de mera conducta (contenido normativo amplio) capaz de hacer compatibles
el mayor número de las expectativas del grupo.[166] Parece evidente que no
todas las expectativas se verán satisfechas, ni serán respetadas por el
contenido de las reglas. Puede incluso que sean las expectativas no
reconocidas el motor de ulteriores cambios en beneficio de los resultados de
una mayoría que momentáneamente actúa negando la posibilidad de aquellas.
En efecto, el proceso es dinámico y competitivo, basado en la ausencia de
coacción ilegítima (este punto se explicará debidamente en lo que queda de
trabajo).
Visto de este modo, la función primordial de las reglas de recta conducta
será delimitar el campo de acciones legítimas de cada individuo. El orden
dinámico exclusivamente podrá defender algunas expectativas: «no todas las
expectativas pueden ser protegidas mediante reglas generales, sino también
que la posibilidad de proteger el mayor número posible de expectativas solo
aumentará si algunas de ellas se desatienden de forma sistemática».[167] No
se puede prevenir todo lo que perjudica a los demás.
Lo único que puede gozar de certeza absoluta para el común de los
individuos partícipes de un orden social es que cualquier fin podrá ser
pretendido, en su caso, aunque no podrán hacer uso de cualquier medio. Es
decir, la interferencia reglada y el respeto de la integridad de los otros residen
no tanto en la pretensión de un fin concreto, por muy descabellado que
parezca, sino en los medios a disposición del actor para tratar de conseguirlo.
De este modo se nos hace evidente que en función de la restricción de medios
habrá fines ilícitos de facto.
CAPÍTULO 3
EL DERECHO
Pretendemos aplicar las aportaciones hayekianas en el campo del Derecho y
el resto de ciencias sociales, como referente para una revisión de los
conceptos e ideas más importantes en el estudio jurídico. Conceptualizar el
Derecho de una forma alternativa, coherente con las nociones explicadas
sobre el orden social, sus características y funcionamiento, así como con las
reglas de recta conducta que rigen en el orden jurídico.
No podemos proceder a la crítica de las corrientes de pensamiento jurídico
mayoritarias sin que antes demos una definición coherente de lo que
entendemos por Derecho a la luz de la teoría esgrimida por F.A. Hayek.
Tampoco podremos nunca realizar un examen certero e integrador de los
postulados mayoritarios en el estudio jurídico sin desarrollar un concepto
alternativo de Derecho en sus partes fundamentales, ahondando en las
garantías que hacen posible un orden jurídico dinámico y eficiente.
I. EL CONCEPTO DE DERECHO
No es posible una aproximación rigurosa a un campo tan complejo y por
muchos tratado y distorsionado como es el de las ciencias jurídicas, sin
apostar por un concepto de Derecho[168] con el que afrontar ulteriores
argumentaciones. Hay distintas concepciones que influyen en la definición
del Derecho.[169] Es uno de los puntos más difíciles y el que entraña un
mayor número de obstáculos en la labor del investigador.
Una buena forma de comenzar es observar lo que se entiende comúnmente
por Derecho. Cuando nos referimos a Derecho, con mayúscula, pretendemos
diferenciarlo de derecho, en su sentido subjetivo, como poder o
reconocimiento personal. Son muchos los significados que el lenguaje
concede a Derecho. Al escribirlo con mayúscula pretende el jurista referirse
al Derecho en su sentido objetivo. Aun así la polisemia acecha y parece
inevitable centrar aún más la definición.
Derecho como justicia, o idea de justicia, como lo razonable, la posibilidad
de hallar una solución equitativa, justa o proporcional. Cada uno siente el
término con más o menos intensidad en alguna de las apreciaciones vulgares
de la palabra. El científico social, dentro del amplio y complejo campo de
estudio en el que opera, necesita definiciones rigurosas. Entenderemos
Derecho como conjunto de normas efectivas por su exigibilidad práctica
asegurada por una autoridad. Quede claro que al referirnos a autoridad no
queremos conjeturar sobre su naturaleza, origen y condición (aún) sino sobre
la calidad del sujeto que esté capacitado, de una forma u otra, para imponer
una resolución, una norma contingente e incluso revestir determinados
preceptos coercitivamente (la potestad emana del previo reconocimiento de
autoridad).
Derecho como ordenamiento jurídico; en esto podemos estar parcialmente
de acuerdo con el positivismo, pero nunca en cuanto al contenido de dicho
ordenamiento. Si bien el Derecho expresa, con carácter previo o contingente
(esto es importante) la exigibilidad de una norma concreta en una situación
específica, nada tiene que ver el planteamiento hayekiano que aquí
esgrimimos con otras posiciones doctrinales.[170] Quienes no comprenden o
se niegan a comprender el funcionamiento, origen y desarrollo del proceso
social, del orden espontáneo o autorregulado, no ven, o no quieren ver, la
trascendental implicación que esta realidad tiene en el ámbito jurídico. La
explicación al respecto se irá analizando a lo largo de este trabajo, razón por
la que en este apartado preferimos centrarnos en la idea conceptual del
término Derecho.
Existe una tendencia desaforada que entiende el Derecho Positivo como
único orden normativo capaz de dar coherencia a un orden social concreto.
Esta ingenuidad racionalista es desarmada sin paliativos por Hayek, pertinaz
en destapar las carencias teóricas de los ingenuos arrogantes. Kelsen, quizá
el jurista con más relevancia y repercusión de nuestra historia reciente, desde
una idea relativamente acertada del concepto de Derecho, quiso excluir otras
ideas esenciales, construyendo una Teoría general aséptica, de efectos muy
perjudiciales para la comprensión ulterior del orden social y sus
implicaciones jurídicas.
Podemos entender Derecho,[171] más allá del carácter exigible de sus
normas, como expresión de un sistema de valores e ideologías.[172] Estas
relaciones entre Derecho y moral las veremos más adelante como reflejo de
los vínculos que guardan los diferentes órdenes normativos o de reglas,
siempre sobre la base de las reglas de recta conducta que rigen el orden
espontáneo.[173] La diferenciación de unos y otros, así como sus relaciones y
zonas grises son tal vez la confirmación más evidente de la teoría aquí
defendida.
El Derecho también puede estudiarse como fenómeno histórico, aunque en
general se olvidan nociones evolucionistas cayendo en un formalismo y una
rigidez que impiden concluir del esfuerzo comprensivo que exige el estudio
histórico nada capaz de implementar y mejorar aciertos o desmanes previos.
De los posibles significados que tiene el concepto de Derecho quizá el más
común sea el de Ordenamiento jurídico. De este modo llamaríamos Derecho
a un conjunto de normas que rigen un orden público concreto. El
ordenamiento jurídico español, el francés, o el italiano. El Derecho nacional o
propio de un territorio, de un grupo humano, de un pueblo o una cultura. No
incluimos aquí el elemento dinámico del Derecho, que más allá del
formalismo positivista, conlleva la novación sostenida del contenido de las
normas, aunque la articulación de las mismas no varíe en términos literarios.
Derecho es todas y cada una de las normas exigibles, incluidas las
resoluciones judiciales, en este sentido. El dinamismo impide considerar un
cuerpo normativo específico, si bien es cierto que las nuevas normas
tenderán, como se ha visto, a una integración coherente con el sustrato
previo.
Podemos entender Derecho[174] como las Normas exigibles en un
contexto concreto, pero también como estudio de las normas de ese tipo.
Puede ser sinónimo de justicia, en el sentido material (o en el sentido
tradicional, de dar a cada cual lo que le corresponde). Bruno Leoni afirma el
carácter objetivo de Derecho, con mayúscula, distinto del derecho subjetivo,
relacionado íntimamente con su idea de pretensión.
El Derecho como sistema normativo recoge reglas de conducta humanas,
patrones o modelos que son expresados a través de normas y articulados en
preceptos concretos. Esa idea como Código normativo se pierde en los
principios de unidad, coherencia y plenitud, abandonándose en un concepto
estático que ignora la naturaleza del proceso social.
Tres son los conceptos que acompañan al de Derecho jugando un papel
fundamental en su análisis científico. En torno a estas tres características
girarán las discusiones más importantes entre las distintas teorías y corrientes
de pensamiento jurídico. Hablamos de Validez, Eficacia y Justicia. El
Derecho[175] se entiende como un todo ordenador de conductas,[176] de ahí
su naturaleza normativa. Pertenece a un mundo de proposiciones
prescriptivas, distintas de las descriptivas, no siendo posible establecer un
criterio de veracidad o falsedad, al contrario de las que si expresan la
situación de un orden de cosas en el universo. Esa distinción entre el ser y el
deber ser impulsó a Kelsen a la elaboración de su Teoría General del
Derecho.
La validez de una norma, para Kelsen, se estima en su pertenencia a un
ordenamiento. Para ser jurídica debe pertenecer al Derecho, o dicho de otro
modo, ser exigible coactivamente con el respaldo de la autoridad. La validez
de la norma para los positivistas depende de tres elementos en sucesión:
órgano competente, procedimiento adecuado y no ser derogada por norma
posterior, o no contradicción con normas superiores. Sin duda, un criterio
mecanicista, coherente con la idea de sistema normativo pleno y perfecto.
La eficacia de una norma concurre en la medida que sus destinatarios
ajusten su conducta a lo establecido por aquella. El positivismo encalla en el
razonamiento teleológico del Derecho; no tiene claro el concepto de
acatamiento espontáneo (interiorización y disciplina inconsciente o
semiinconsciente), distinto de la obediencia consciente vía coerción o
amenaza de sanción. No incluyen la idea de regla de recta conducta como
base fundamental de toda norma, y de ahí su tendencia a ser cumplida de
forma automática. La intervención anula esta condición dejando el concepto
de Derecho vacío, hueco, a modo de un formalismo útil, pero contrario al
orden espontáneo.
En cuanto a la justicia, dependerá de la adecuación de la norma a un
determinado sistema axiológico, de fines y valores. En realidad, la justicia
debe entenderse en su sentido tradicional (concepto formal), dar a cada cual
lo que le corresponda por su legítimo derecho. Pero como veremos, la
cuestión es complicada y merecerá un tratamiento distinguido en este trabajo.
En el sentido expuesto hasta ahora, nos sirve con afirmar que a través de un
juicio de valor se establece si la norma es o no es justa.
Como bien señala Bruno Leoni, en el término Derecho positivo, dado el
relativismo en cuanto al concepto de justicia y la posible ineficacia de la
norma o su eventual ineficiencia (aun siendo cumplida no logra los fines
propuestos), caben todo tipo de combinaciones. El debate no es únicamente
entre el Positivismo ideológico frente al iusnaturalismo, sino también contra
la interesante visión sociológica del Derecho.
Por desgracia, a pesar de excepciones y matices, en gran medida es
dominante la conceptualización mecanicista del Positivismo jurídico: se
entiende la validez de la norma dentro de un ordenamiento, persiguiendo la
neutralidad metodológica, como teoría (concepto de Derecho), o ideología
(Estatismo, anula la independencia de la moral). Por su parte el realismo
jurídico, conectado con la sociología, subordina la validez (o la condición
jurídica de la norma) a la eficacia de la misma.
Trataremos de resolver controversias y aplicar la gran aportación
hayekiana con el fin de sistematizar una forma alternativa y ajustada con los
descubrimientos realizados en otros campos de las ciencias sociales.
2. Articulación[179]
Manejamos el término «articulación» en su sentido estricto, muy lejos de las
diferentes interpretaciones que pudiera tener en el campo legislativo.
Hablamos de expresión en sus partes y contenido de una información o
conocimiento latente en la mente humana. En este caso de reglas de recta
conducta, evolutivas y generalmente semiinconscientes, cuando no
inconscientes, la articulación adquiere las características propias del intento
de expresión de un conocimiento tácito, de tipo privativo y subjetivo, que
sirve al sujeto a la hora de emprender cursos de acción, pero que difícilmente
resulta transmisible íntegramente. Estas reglas rigen nuestros actos de manera
táctica. El esfuerzo intelectual que exige su articulación y la cantidad de
contenido que se queda fuera de su verbalización, debe guiarnos como
certeza ineludible en el estudio del Derecho.
«El lenguaje se utilizó ya desde el principio para dar a conocer las reglas,
pero solo como medio para indicar qué acciones concretas estaban prohibidas
o eran exigidas en determinadas circunstancias».[180] Se trata de un estadio
evolutivo centrado en la imitación y en un lenguaje poco elaborado. La
necesidad de aclarar nociones normativas concretas impulsa el primitivo
lenguaje. El mercado, los intercambios incipientes, la relaciones entre
individuos, las obligaciones mutuamente aceptadas, todo ello participa al
unísono en el desarrollo del lenguaje y sus posibilidades expresivas, al
tiempo que de estas se servían los sujetos en la verbalización de reglas tácitas
que pretendían hacer exigibles o más ciertas si cabe (enunciando una pare
mínima de su contenido, generalmente el menos complejo o superficial).
Ese lento proceso de articulación verbal es definido por Hayek como sigue:
«acaso fue la necesidad de justificar las órdenes del primer tipo la que
llevaría al intento de articular verbalmente las reglas que pretendían sancionar
(…). La formulación explícita de las prácticas o costumbres establecidas en
reglas verbalizadas tendería a buscar el consenso acerca de su existencia, y no
a la creación de una nueva regla».[181]
Tiene una especial importancia el tipo de conocimiento aplicado en el
proceso de formulación normativa. Su carácter intuitivo, en un primer
momento, pero siempre sostenido en ulteriores indagaciones, marca la
naturaleza de estas primeras normas. En el camino, como se ha dicho más
arriba, se perdió contenido, pero también se compiló otra información
anteriormente desconectada, generando de la nada nuevas reglas (y por tanto,
nuevo contenido normativo) de forma inintencional. Esta cualidad no
deliberada en la articulación de contenidos, aunque pudiera ser otra la
intención del agente jurídico en cuestión, traslada las características de las
reglas de recta conducta a las ya normas. A pesar de esta verbalización de
reglas con la intención de hacerlas exigibles no quiere decir que se produjera
una suplantación de las reglas no articuladas, «sino que operarán, y serán
inteligibles, solo en el marco de reglas aún no verbalizadas».[182]
Puede apreciarse desde el exterior un orden de acciones derivado de la
observancia de dichas reglas, como también de las normas expresadas
verbalmente por los incipientes agentes jurídicos. Del conflicto surge la regla
implícita en el sistema general, gracias a un complejo proceso de
descubrimiento.
Entramos aquí en una parte fundamental de la explicación donde muchos
pensadores querrán hallar elementos que justifiquen su osadía al obviar el
origen y el orden perpetuo que da consistencia al conjunto de normas que
rigen en una sociedad. Hayek distingue por un lado entre reglas descriptivas,
que tratan sobre regularidades observables, incluso derivadas de la acción
humana (hechos y actos), y por otro las reglas normativas, o prescriptivas,
que dadas unas circunstancias (muchas veces las descritas por el otro tipo de
reglas) van seguidas de una consecuencia con carácter exigible. La
articulación de las reglas de recta conducta puede hacerse de una u otra forma
en función de su contenido y del principio defendido en él.
Hayek reafirma que a pesar de haber llegado hasta nuestros días vestigios
de normas escritas del pasado, o al menos nociones sobre normas
verbalizadas, no debe atribuírsele un origen deliberado al margen del orden
de reglas evolutivo. El código de Hammurabi o las romanas Doce Tablas, no
son sino la formulación de unas normas preexistentes, de un Derecho previo
y compilado a posteriori con semejante forma. Únicamente si estos vestigios
articulados guardaron coherencia con el contenido normativo efectivo puede
afirmarse que llegaron a gozar de la eficacia e impronta que dispusieron en su
momento.
El Derecho se desarrolló (y así debería desarrollarse hoy a pesar de la
rigidez de los sistemas estatales contemporáneos) más allá de la articulación
consciente de sus preceptos. La evolución institucional es dinámica y supera
las formalizaciones contingentes, si bien es cierto que en base a ellas, en la
medida que sean acatadas con espontaneidad y gocen de una eficacia
reconocida, se desarrollarán ulteriores normas sistematizándose contenidos y
soluciones implícitas en el orden de reglas que hasta el momento no fueron
advertidos, menos aún expresados de esa forma.
La evolución del Derecho lleva al paulatino descubrimiento de unos
principios generales que dan coherencia interna al orden normativo resultante
y eficaz en un grupo humano concreto. Como sucediera en Roma gracias a
los juristas, de normas previas, de reglas implícitas y del orden espontáneo
mismo, obtuvieron aquellos postulados fundamentales vigentes hasta
nuestros días gracias a su rigor en el proceso de descubrimiento. También
convierte en factible la aspiración intelectual de descubrir y depurar
principios que conecten el contenido normativo latente con la propia
naturaleza del ser humano.
El Derecho forma parte del patrimonio privado: institución al margen de la
acción intencional de un legislador, que siempre, en la medida en que asuma
imposible imponer normas y pretender que el proceso social no se detenga,
buscará la manera en que sus mandatos lleguen a ajustarse a dicho contenido.
La opción contraria agudizará la descoordinación social haciendo inviable la
más mínima conquista propuesta. Un agente es capaz de obtener resultados
en base a expectativas personales en la medida que discipline su conducta
con las reglas que de forma efectiva hacen sostenible y dinámico al proceso
social. De lo contrario fracasará en todos sus objetivos.
El Hombre tiende a creerse en posesión de un poder que en realidad no
está a su alcance. Siempre cae en el error de verse capaz de rehacer el orden
logrando mejores resultados. El final de la Edad Media hace renacer ese
impulso autodestructivo. Nos recuerda Hayek como la «absorción progresiva
de ese nuevo poder de estatuir nuevas normas de conducta en el más antiguo
poder de los gobernantes siempre habían ejercido, el de organizar y dirigir el
aparato del gobierno, hasta que estos dos poderes se mezclaron
inextricablemente en el que se concibió como poder unitario de “legislar”».
[183] Es el punto de inflexión determinante en la historia de la aparición y
consolidación del Estado[184] como estructura de dominación política al
margen del orden y la autoridad reconocida que pudieran surgir
evolutivamente de un orden social concreto.
La libertad de los ingleses, admirada a partir del siglo XVII, no fue fruto
de la separación de poderes, como quiso ver Montesquieu, sino que fue
resultado de la common law, Derecho independiente desarrollado por
tribunales independientes, en el que el Parlamento no intervenía. El Derecho
evolutivo ha marcado el impulso de la formación de un orden de acciones
eficaces. La codificación ha intentado siempre sistematizar el orden logrado
pero también intervenir en él.
V. PRETENSIÓN/RECLAMACIÓN
Introducimos este apartado al considerarlo de extrema importancia como
complemento indispensable a las ideas aportadas por F.A. Hayek en el campo
de las ciencias jurídicas. Bruno Leoni, con sus particularidades y su visión
más académica, cercana al ideal continental de Derecho —frente a la
tendencia anglosajona y del common law hayekiana—, aporta nociones y
razonamientos que no encontraremos en Hayek, pero que bien entendidos son
perfectamente incluíbles dentro de la teoría que este pretende.
En Lecciones de Filosofía del Derecho, Leoni afirma que el Derecho no es
sino un mundo de reclamaciones. No hace referencia tanto al origen, a la
realidad del orden espontáneo y sus reglas, que subyacen en el orden social y
jurídico que acompañan la creciente complejidad y especialización de la
sociedad, pero sí desarrolla el concepto de reclamación de forma muy
coherente con todo aquello.
Entiende la reclamación como hecho psicológico, un dato de la indagación
empírica, un acto de voluntad. Dentro de la idea de pretensión entran en
escena las nociones de previsión y probabilidad; Leoni asevera que «no tiene
sentido pretender que una persona adopte una línea de conducta que el autor
de la reclamación considera imposible o inevitable».[186] Se reclama en cada
momento lo que se entiende más probable. La reacción ante una supuesta
vulneración de las normas que se creen vigentes en un orden concreto, por
ejemplo, revela el contenido de una reclamación al respecto por parte del
actor. Dice Leoni que «el Derecho nunca resplandece tanto como cuando es
violado».[187]
El jurista italiano reduce a tres las características fundamentales de la
reclamación[188]:
1) La previsión de un comportamiento considerado probable.
2) La previsión de otros comportamientos —considerados también
probables— sustitutivos del comportamiento que pudiera faltar
(intervención).
3) Un residuo consistente en el hecho de que el sujeto de la reclamación
tiene la voluntad (la intención) de provocar aquella serie de comportamientos,
en caso de que los mismos no se verifiquen.
Diferencia entre la idea de poder como autoridad constituida, y la facultad
de hacer algo. En este sentido, las ideas de reclamación y poder caminan
estrechamente unidas. Quien ejerce una reclamación se cree con el poder de
hacerlo. Pero ese poder se estima propio, más allá de que efectivamente
exista una autoridad que asegure la consecución de lo pretendido. La norma
en cuestión, interpretada subjetivamente por el sujeto, le concede, o eso cree,
el poder para emprender su pretensión; es decir, sucede al margen de la
autoridad (forma parte del Derecho aquello que se estima será exigible si
fuera reclamado a una autoridad, eventualidad innecesaria para que a priori
cierto contenido normativo se considere jurídico).
Define Leoni el derecho, con minúscula (derecho subjetivo distinto al
Derecho objetivo), como conjunto de normas en cuanto a la facultad que
genera en relación a hacer o conseguir algo de otros. Es una facultas agendi.
De ahí que los comportamientos sean medios para alcanzar los fines
pretendidos con la reclamación. En las reclamaciones recíprocas se exige una
conducta determinada de un tercero.
Las relaciones entre norma y reclamación son resumidas por Leoni en el
énfasis que pone la primera (la norma) en la idea de obligación, o
exigibilidad. Pueden existir órdenes sociales donde las reclamaciones se
presenten sin que queden formuladas en normas concretas y fijas, lo que se
ajusta a la perfección con las ideas hayekianas ya vistas.
VI. LA CERTEZA
Entramos en uno de los dos puntos más interesantes del estudio del Derecho,
y al que más relevancia le concede Hayek. El siguiente apartado está
dedicado a la Coacción, desde la perspectiva liberal hayekiana, para terminar
el capítulo revisando los conceptos jurídicos fundamentales, desde una óptica
más propia de la corriente principal de pensamiento, pero con las objeciones
y matices de nuestra concepción del Derecho.
«El legislador suministra oportunidades y posibilidades, pero nunca
certezas en lo que respecta a los resultados de los esfuerzos individuales».
[189] Aunque en esta cita se introduce la figura del Legislador, como fuente
del Derecho, nos es útil para comprender el concepto de certeza en relación
con las normas jurídicas, y a su vez con las reglas de recta conducta que las
inspiran. Es imposible, y esto es importante, más aún cuando manejamos una
perspectiva propia de la Escuela Austriaca de economía, garantizar
resultados en base a dictámenes previos, menos si cabe cuando estos son
prescripciones en relación a conductas determinadas.
Las normas afianzan hasta cierto punto las «oportunidades y
posibilidades», pero en ningún momento son capaces de intervenir en los
resultados. El proceso social es dinámico, la información y el conocimiento
relevantes se crean de la nada a partir del ejercicio de la función empresarial.
[190] El Derecho sugiere certezas abstractas y generales, en cuanto a lo que
puede llegar a ser exigible en una situación determinada, pero nada puede
hacer (o nada debería tratar de hacer) en relación con los resultados. Los
mandatos, que pretenden fines concretos y se sirven de la acción particular
como medio para alcanzarlos, son incompatibles con la idea de Derecho, o de
Ley material manejada por Hayek, y que responde a su comprensión y
análisis del orden espontáneo y complejo que es el proceso social.
La certeza en Derecho aparece como un requisito o garantía para asegurar
la libertad individual. Únicamente a partir de Leyes conocidas y ciertas puede
el individuo prever la consecuencia de sus actos y conductas dentro de un
orden jurídico dado. Pero esto choca con la crítica que hemos hecho de la
visión estática del ordenamiento jurídico si entendemos leyes y normas como
enunciados promulgados con la suficiente publicidad y los mecanismos
oportunos.
El Derecho y la certeza van de la mano en cuanto a que los individuos,
normalmente, dentro de un grupo social, son conscientes de los límites de sus
esferas de libertad, así como los límites de sus acciones respecto a terceros,
también dotados de una esfera, difusa, pero efectiva. Produce confusión dado
que el término «certeza» es muy utilizado en los sistemas normativos de tipo
legislativo, donde todo el ordenamiento procede del acto de positivización
por parte de una autoridad.
«El grado de certeza de la ley debe ser enjuiciado tomando en
consideración las disputas que no acaban en litigios, puesto que los resultados
son prácticamente ciertos tan pronto como se examina la postura legal. Son
los casos que nunca se ventilan ante los tribunales, y no los que estos últimos
resuelven, los que dan la medida de la certeza de ley».[191] Existen normas
cuyo contenido es más claro respecto a las posibilidades y probabilidades de
la pretensión, al estilo de Leoni. Es decir, entendemos certeza como una
característica propia de la norma (para ser efectiva y poder considerarse tal
cosa), muy lejos de la idea de publicidad de su contenido dentro de un
ordenamiento deliberado, sino simplemente en cuanto a la claridad del
mismo sea cual fuere su origen.
Hayek señala la importancia del poder de predicción, como ya vimos en la
explicación sobre las reclamaciones. La capacidad de predecir resulta más
importante que el hecho de que «todas las reglas que las determinan se
puedan manifestar mediante palabras».[192] La concordancia entre las
resoluciones de los tribunales, que son normas articuladas o verbalizadas, con
las reglas ya existentes, nada tiene que ver con estas estuvieran previamente
articuladas, por la vía que fuera. «Hay reglas a las que nunca puede darse una
forma explícita. Muchas de esas reglas se reconocerán solamente porque
conducen a decisiones coherentes y predecibles, y lo serán por aquellos a
quienes sirvan de guía, todo lo más como manifestaciones del “sentido de
justicia”».[193] Es decir, el contenido normativo permanece inarticulado pero
presente gracias a la interiorización individual y la consecuente disciplina en
la conducta. La coordinación y la recta conducta no dependen tanto del nivel
de articulación normativa, o la certeza formal lograda, como que los distintos
agentes actúen guiados de forma inconsciente o semiinconsciente por
aquellas reglas que hacen posible y sostenible el orden social.
Hayek habla de unos principios generales latentes que dan armonía y
coherencia conjunto de normas; también al Derecho. Estos principios
generales, que se analizan y comentan en otros apartados, no deben
confundirse con principios éticos inspiradores de un orden de reglas
determinado, sino como la esencia que armoniza esas reglas, al margen de
valoraciones éticas o morales. Lo cierto es que estos principios terminan por
ser coherentes también con aquellas bases éticas. Las normas de recta
conducta incrementan la certeza en las expectativas. Esta es la idea principal.
Lo hacen de una forma que en un primer momento no parece evidente, pero
sí cuando adquirimos consciencia del orden abstracto generado a partir de las
mismas.
La certeza adquiere otros condicionantes al introducir, como se ha visto, la
ley articulada, la norma puesta o positivizada. Crea la apariencia de hacer
posible la predicción de las decisiones judiciales. No lo negamos por
completo (hay casos sencillos), pero recordamos que por muy claro que
parezca el enunciado de una norma positiva, gran parte del contenido de la
regla que rige en el orden abstracto que hace posible la coordinación y el
ajuste social, se pierde en ese acto de articulación, pero aun así disciplina la
conducta individual de forma efectiva.
La certeza no es absoluta en cuanto a normas escritas. Si el juez toma
decisiones deducidas lógicamente de reglas previamente formuladas parece
fácil elegir entre pretensiones, entre expectativas en conflicto. Pero no sucede
de esta forma; la certeza se diluye, no solo por el contenido que no vemos en
esas normas positivas, sino también en la interpretación subjetiva (aplicando
su conocimiento privativo) que hace el juez al tomar una decisión, más allá
de pretender (esa debe ser su función) que la resolución emitida se incorpore
al orden abstracto de forma coherente.
De ahí que muchos juristas y científicos del Derecho crean ingenuamente
que la certeza se garantiza por completo si todas las normas relevantes —
aplicables—, son articuladas, explicitadas dentro de un ordenamiento
positivo que sirviera de herramienta exclusiva tanto para particulares, como
autoridades y jueces, en la previsión de consecuencias jurídicas, valoración
de expectativas y discriminación entre pretensiones. Como si se tratara
exclusivamente de una cuestión de inferencia lógica. Hayek habla sobre esta
idea como un prejuicio arraigado y muy difícil de extirpar.
Sin embargo importa, y mucho, la idea de Certeza del Derecho más allá de
lo explicado, cuando hacemos referencia al Derecho Penal: nulla poena sine
lege. Esto, según Hayek, no guarda el sentido debido si entendemos por ley
solo el acto legislativo. Vendría a ser como tratar de «proteger al acusado y
permitir que el culpable quede libre antes que castigar al inocente, no hay
muchas razones que apoyen semejante delimitación cuando el juez esté
comprometido a aplicar una solución equitativa entre las partes en conflicto».
[194] ¿Es el Derecho Penal Público o Privado?; el orden que se busca
restablecer, ¿pertenece a la paz social o a la paz del Estado?[195] Dudamos si
un código penal garantiza las libertades de los individuos o simplemente
aspira ingenuamente a disciplinar la conducta de los súbditos de un Estado (la
mayoría de los individuos no comenten atentados con la vida, integridad o
propiedades ajenas, no por el miedo a la sanción, sino porque sencillamente
consideran malo, poco recto o injusto semejante comportamiento. Cuando esa
creencia se diluye y la ley penal del Estado representa el único freno, ni
siquiera las sanciones más duras desincentivan el desorden y la criminalidad).
La decisión del juez no tiene porque sorprender o romper con lo que se
espera de ella en el caso concreto, aunque no existiera una ley promulgada al
efecto con anterioridad. El Derecho escrito no es pleno, está dominado por
las lagunas donde el juez deberá interpretar en base a principios no
formalizados. Las tres características básicas del ordenamiento jurídico
(Derecho según los normativistas), unidad, plenitud y coherencia, se
desvanecen incluso en el supuesto de que todas las autoridades sirviesen
mecánicamente a la organización social deliberada.
La sociedad, el proceso social, funciona de una manera muy distinta; la
naturaleza creativa y empresarial del ser humano no cabe dentro de sistemas
rígidos y estáticos como los explicados por la corriente principal de
pensamiento jurídico. La formulación jurídica siempre es imperfecta, los
principios se captan mejor en la práctica que articulados por el lenguaje.
VII. COACCIÓN
Las implicaciones de lo que entendamos por coacción desbordan el campo
del estudio de la Libertad, como valor, como principio o como derecho
subjetivo, invadiendo todos los aspectos del Derecho, como conjunto de
normas, o la comprensión que podamos alcanzar del orden espontáneo o
proceso social. Reproducimos la definición hayekiana de coacción porque
será a partir de ella desde donde construiremos toda nuestra argumentación:
entendemos coacción como aquella «presión autoritaria que una persona
ejerce en el medio ambiente o circunstancia de otra. La persona sobre la que
se ejerce dicha presión, en evitación de mayores males, se ve forzada a actuar
en desacuerdo con un plan coherente propio y a hacerlo al servicio de los
fines de un tercero (…) elimina al individuo como ser pensante que tiene un
valor intrínseco y hace de él un mero instrumento en la consecución de los
fines de otro».[196]
Hayek afirma que la coacción no puede negarse por completo en términos
lógicos: «el único camino para impedirla es la amenaza de coacción».[197]
Es un tema controvertido si introducimos la idea de monopolio del uso de la
violencia. Bastiat lo trató como la colectivización de la fuerza para lograr la
justicia personal,[198] pero la cuestión va más allá y sus implicaciones
políticas y sociológicas exceden la sencillez de su conclusión. Un grupo
humano colectiviza la resolución de conflictos confiriendo a una autoridad
comúnmente reconocida la capacidad de ejercer violencia ante el
incumplimiento de las normas propias de la comunidad o en la lesión de los
legítimos intereses y propiedades de alguno de sus miembros (potestad). Esta
colectivización es espontánea, evolutiva y no debemos atribuirla a la mera
existencia de un Estado, como estructura de dominación territorial. El
monopolio es fáctico, aunque tiende a constituirse en Orden Público
institucional que en origen no impide formalmente la competencia, y que en
todo caso se demuestra plural.
No debemos caer en el error de los estatistas que no ven más allá de una
situación contingente y de origen perfectamente discernible. El Estado ha
suplantado las funciones de las autoridades públicas, pero también de los
poderes públicos (potestad), o de las magistraturas evolutivas que sirven al
grupo humano en su integración política. La típica identificación de Coacción
y Estado, o de Estado y Derecho ha distorsionado el estudio de la realidad
jurídica, histórica y política.[199]
Hayek identifica el origen de la confusión sobre el mismo en que «no
distinguimos claramente entre lo que otros hombres nos hacen y los efectos
que en nosotros tienen las circunstancias físicas».[200] La coacción debe
proceder de otro individuo (alteridad) en su pretensión de convertirnos en
medio para sus acciones, sus objetivos y fines particulares. Todo aquello que
pudiera impedirnos actuar, sin más, y proceda de cualquier fenómeno o
realidad física del mundo natural, no pude decirse que esté ejerciendo
coacción sobre nosotros. Si no discriminados en este sentido, la confusión
abre la puerta a cualquier esperpento conceptual, como podemos comprobar
en la larga historia de las ideas y las implicaciones en el mundo del Derecho.
Hayek lo aclara: por un lado está la capacidad de elegir del sujeto y por otra
la fuerza que un tercero ejerce tratando de torcer su voluntad. Continúa
diciendo que aún pudiendo elegir entre acatar el mandato o no hacerlo, las
alternativas están de por sí distorsionadas, dependiendo del grado de
intensidad o del ambiente coactivo general, hasta el punto en que prefiera
inmediatamente someterse a la voluntad del tercero, antes que asumir las
consecuencias de la negativa. Coacción conlleva la amenaza de un mal, o
coerción, «como la intención de provocar de ese modo en otros cierta
conducta».[201] No estaremos ante una coacción cuando falte alguno de
estos elementos: intencionalidad y pretensión de que otro (alteridad) quede a
disposición de nuestros fines con acciones concretas.
Quien es coaccionado no queda per se privado de su capacidad de
perseguir fines propios. Es cuestión de intensidad. Siempre que se puedan
prever las consecuencias y la coacción sea institucional y sistemática, queda
un margen de maniobra disponible para el sujeto (por pequeño que sea). Los
ámbitos sobre los que se ejerce la coacción con intensidad se convierten en
zonas oscuras donde los individuos carecen de ningún incentivo para
practicar su función empresarial: no descubren ni crean la información y el
conocimiento relevantes para lograr el ajuste y la coordinación social.[202]
La coacción sistemática e institucional apaga el proceso social, destruye el
orden, convierte a los individuos en seres irresponsables y deshumanizados
(la imposición de normas positivas de contenido sesgado pero ingenuamente
considerado pleno y suficiente, pervierte la interiorización de las reglas
tácitas que sí contribuyen a la formación de un orden social dinámico y
extenso, generando descoordinación y desajustes sistemáticos). Si la
intensidad coactiva pretende dominar el orden completo, como demostraron
Mises y Hayek, se impide la viabilidad del proceso social: «La coacción es
mala porque se opone a que la persona use de un modo completo su
capacidad mental, impidiéndole, por consiguiente, hacer a la comunidad la
plena aportación de la que es capaz».[203]
Otra de las puntualizaciones importantes que hace Hayek en su revisión del
concepto de coacción son sus relaciones con la idea de Poder. Define este
como la capacidad de conseguir algo querido, grosso modo. Cuando el Poder
es utilizado como arma coactiva para torcer y dominar la voluntad de un
tercero, se termina convirtiendo en algo perjudicial e indeseable. Cosa bien
distinta sería el poder director de una empresa, por ejemplo, en los mandatos
que emite sobre sus empleados, a la coacción institucionalizada que ejerce el
Estado. El primero es un poder consentido, un sometimiento voluntario y que
en cualquier momento puede ser interrumpido tanto por la voluntad del
«director» como por el lado del empleado, o sujeto que cumple las órdenes de
aquel (contratos libres y voluntarios en escenarios competitivos). Sin
embargo, la relación entre el Estado, como estructura de dominación
irresistible, y el súbdito (por muchos derechos, o prerrogativas reconocidas
contra la acción del Estado, siempre será un súbdito en mayor o menor grado)
hace que este último no pueda resistir contra la pretensión del primero sin
sufrir males mayores —que muy pocas veces son afrontados y aceptados
como el coste de la Libertad—.
Podemos hablar de Coacción institucional, siempre que sea sostenida por
un sujeto o grupo de individuos, siempre a través de una estructura de
dominación expresa, con fines propios, como es el Estado, o una Mafia, por
ejemplo. Hayek diferencia entre Dependencia y Coacción: dependemos de los
demás para satisfacer nuestras necesidades, lo que no implica coacción,
incluso cuando «imponen» condiciones, para tomar esa prestación
lícitamente. Con el ejemplo del monopolista se ve claro que para coaccionar
debería ser propietario de todo el recurso a nivel universal, o en el contexto
social concreto, privando al resto de individuos del acceso a otras vías de
suministro (en este punto se abre la polémica entre los postulados enfrentados
de Rothbard y Hayek). Esto es prácticamente imposible. En su caso,
posiblemente el paso que daría el grupo humano iría en la dirección de forzar
al monopolista a fijar unos precios iguales para todos o no
«discriminatorios», según Hayek (este es uno de los puntos más débiles de la
argumentación hayekiana, pero que preferimos no tratar aquí por exceder el
objetivo principal de este trabajo). Cuando hablamos de un Estado totalitario
que domina el orden social sin excepción, siendo el único empleador, si
estaremos ante una caso evidente de coacción.
De la intensidad en la coacción depende en gran parte la percepción y el
estado real de la libertad individual en un contexto social concreto. La
defensa de una esfera privada individual,[204] protegida de las injerencias de
terceros (incluido el poder o el Estado) representa el punto sobre el que
pivota la convivencia en libertad de varios individuos en interrelación.
«Únicamente la autoridad que dispone del poder necesario puede asegurar al
individuo la no fiscalización, por parte de un tercero, de ciertos aspectos de
su actuar; por tanto, solo la amenaza de coacción evita que un individuo se
imponga a otro».[205]
Las normas generales y abstractas, el Derecho material, evolutivo, fruto de
las reglas de recta conducta que rigen el orden espontáneo que es el proceso
social, son los únicos mecanismos capaces de armonizar la libertad
individual, la defensa frente a la coacción, así como la coacción mínima
necesaria para garantizar la vigencia de un orden de convivencia pacífica.
Estas normas establecen el ámbito difuso pero discernible (en los conflictos
se ponen límites expresos contingentes pero con vocación y posibilidad de ser
permanentes y fuente de ulteriores resoluciones) de la esfera de libertad
individual necesaria para que cada actor identifique sus objetivos, cree y
descubra la información que subjetivamente estime relevante, y afronte sus
decisiones dentro de un orden de expectativas en base a la previsión de las
ajenas entendiéndolas compatibles con las propias (o no).
Esas reglas que rigen el orden espontáneo son verbalizadas y articuladas,
como hemos visto, en los puntos confusos o conflictivos. De ellos surgen
normas que poco a poco van conformando un orden jurídico, o Derecho,
capaz de regir el orden social profundizando en principios como la certeza, y
acotando y sistematizando la justa coacción.
Las normas generales minimizan la coacción, y como dice Hayek, «las
sanciones de la ley solamente se encaminan a impedir que una persona haga
ciertas cosas o a que cumpla obligaciones contraídas antes voluntariamente».
[206] La mera denominación legal de un mandato no hace que este quede
inserto en el ámbito del auténtico, dinámico y evolutivo Derecho.
Estamos recurriendo a la idea de coerción exclusivamente como amenaza
de coacción ante concretas acciones prohibidas. Hayek pone un ejemplo
curioso en su estudio de la intensidad coactiva y la libertad garantizada. A
pesar de determinados deberes impuestos por el Estado, como la exacción
fiscal, el individuo, dependiendo del grado de dicha presión impositiva, podrá
mantener su discrecionalidad y capacidad emprendedora incluyendo este mal
dentro de su plan de acción. Es decir, la previsibilidad de la coacción, la
institucionalización o sistematización de la misma, siendo un obstáculo para
el normal desarrollo del orden social gracias al ejercicio de la función
empresarial, dependiendo del ámbito restringido y de la intensidad de la
restricción, no es del todo ímproba. En el pensamiento hayekiano este
seguramente sea uno de sus puntos de vista de corte más utilitarista, muy
lejos de principios éticos objetivos, o de los valores y principios generales
con los que pretende suplir aquellos.
Hayek advierte otra confusión en el uso del término coacción
identificándolo con los de fraude o engaño: «aunque llamarlos coacción sería
forzar el significado de las palabras, un atento examen pone de manifiesto
que las razones que nos hacen desear la evitación del fraude y del engaño son
las mismas que se aplican a la coacción. El engaño, lo mismo que la
coacción, es una forma de manejar los principios en que confía una persona, a
fin de obligarla a hacer lo que el embaucador quiere que haga».[207]
Concluyendo con la siguiente definición: «La libertad no exige otra cosa que
el impedimento de la coacción y la violencia, el fraude y el engaño, excepto
en lo tocante a la utilización de dicha coacción por el gobierno con el único
objeto de hacer cumplir preceptos conocidos que tiendan a asegurar las
mejores condiciones para que el individuo pueda contar con normas
coherentes y racionales que guíen sus actividades».[208] Hace alusión a la
necesidad de una autoridad (que él identifica con el Gobierno) capaz de
establecer garantías haciendo cumplir las normas generales y abstractas. Este
tema exige un mayor comentario que excede el objetivo de este apartado.
Y por último, para cerrar el extenso análisis que hemos dedicado a la
coacción, reproduciremos alguna de las ideas hayekianas sobre el vínculo y
las relaciones entre moral y coacción, que servirán para allanar el camino que
más adelante retomaremos en el estudio de las relaciones entre el Derecho y
otros órdenes normativos. Hayek parece hacer referencia al concepto de
ilícitos sin víctima, que aun siendo reprobados por la moral común o social
(en su momento se definirá), no representan motivo suficiente para ser
restringidos coactivamente mediante normas jurídicas. La propia sociedad
genera respuestas o represalias no coactivas capaces de reordenar la
situación, en su caso, o excluir del grupo a quienes practiquen dichos hábitos.
Este es un argumento contrario al Prohibicionismo. «La moralidad de la
acción dentro de la esfera privada no es objeto adecuado del control coactivo
por parte del Estado»;[209] matizaríamos sustituyendo Estado por Derecho.
El Prohibicionismo deriva de la identificación de específicos valores
subjetivos con el Estado, o la Sociedad, haciendo exigible la moral. Siempre
existe un sustrato moral dentro de toda norma jurídica a pesar de su vocación
objetivista. Solo el racionalismo extremo cree en la posibilidad de un
Derecho eficiente y efectivo al margen de la moral. Existen otras vías,
distintas a la mera exigibilidad jurídica (mínima coacción indispensable) para
sancionar o reprobar un hábito o una conducta concreta. Las reglas de mera
conducta que rigen el orden espontáneo son el referente para este tipo de
situaciones excluidas del ámbito del Derecho.
Quizá pueda parecer que estemos adelantado conceptos pero resulta
indispensable delimitar el contenido del término «coacción» antes de afrontar
ulteriores análisis. Por ejemplo, Hayek advierte la importancia de «los
inconformistas», o subversivos en algún elemento de convivencia, incluso los
vanguardistas, si se prefiere. Su capacidad de generar nueva información o
conocimiento, de probar nuevas prácticas, de servir como experimentación
social, facilita la evolución tal y cómo la hemos explicado.
«Toda coacción distinta de la que está orientada a hacer cumplir las reglas
generales, tiene como fin la consecución de algún resultado particular
previsible, pero de ordinario no se conoce lo que la misma acaba
impidiendo».[210] Cita en la que apreciamos nociones presentadas
anteriormente por autores como Mandeville y Bastiat, en su reflexión sobre
consecuencias no queridas o costes indirectos, o que no se ven de inmediato.
[211]
«El Estado debería tener el monopolio de la coacción necesaria para limitar
la coacción misma; esto no significa que el Estado deba tener el derecho
exclusivo a perseguir fines públicos».[212] Mucho hemos avanzado y nos
queda por avanzar teóricamente al respecto como para hacer de esta idea
dogma del pensamiento hayekiano. Gracias a una buena teoría del poder
público, la autoridad y la jurisdicción seremos capaces de demostrar la
innecesaria presencia de una estructura de dominación irresistible, como es el
Estado, dentro del orden social libre y dinámico.
I. DERECHO Y MORAL
Por ser un tema recurrente dentro de la corriente principal de pensamiento
jurídico, preferimos tratarlo en un primer momento desde las que son sus
posiciones fundamentales (presentando los puntos importantes de discusión)
para, a continuación, desarrollar lo que Hayek puede aportarnos al respecto,
resumido en las siguientes palabras:
«La pretensión de que los esquemas morales sean justificados por vía
racional no es sino un nuevo subterfugio encaminado a distraer la
atención del verdadero problema plateado, maniobra que, sin embargo,
no deja de contar con el respaldo de ciertos erróneos e incoherentes
enfoques epistemológicos y metodológicos tradicionales que, aunque
muchas veces se remontan a tiempos más remotos, son especialmente
fruto —sobre todo en lo que atañe a materias aquí analizadas— de las
tesis avanzadas por Augusto Comte en el sentido de que el ser humano
es capaz de reconstruir en su integridad cualquier esquema moral y de
sustituirlo por normas que hayan sido conscientemente elaboradas y
racionalmente justificadas».[262]
Para la corriente principal de pensamiento jurídico (volvemos a recordar
que el empleo de esta reducción a efectos dialécticos no olvida la variedad
existente entre paradigmas y posiciones epistemológicas) el Derecho tiene
como misión la ordenación de la sociedad, con evidentes rasgos de
constructivismo. Aun así, se admite la existencia de otras normas que regulan
o interfieren en las conductas humanas. Se habla de concurrencia del Derecho
con la moral, el trato social o la educación cívica, sin percatarse de su esencia
común y menos aún proceder al estudio de la realidad que subyace a las
mismas.
El criterio es establecer hasta qué punto debe la autoridad intervenir y
hacer exigible determinada conducta. Ese es el juicio de un intervencionista
consciente de su error primordial. Los pensadores de la corriente principal no
advierten la realidad, limitándose a tratar de encajar estos «otros» órdenes
normativos en su esquema de equilibrio y racionalismo desmesurado. El
estaticismo es recurrente y fuente del grave error intelectual con el que
pretenden explicar la realidad de normas y reglas.
Las sanciones o la coacción no tienen por qué estar organizadas en un
órgano corrector revestido de autoridad. Hay otras formas, incluso no
violentas, donde los individuos son capaces de mostrar su desprecio y privar
al infractor de los «beneficios» del trato social (ajustado a las reglas de recta
conducta no juridificadas). No todo debe ser Derecho,[263] por mucho que
este tipo de orden de normas se haga indispensable a medida que la sociedad
se hace más compleja y los agentes solicitan resoluciones capaces de
constituir normas exigibles entre ellos.
Los pensadores y filósofos, desde la edad antigua hasta la actualidad,
vienen centrado sus estudios en temas morales y su engarce social. El jurista
no puede obviar que el ser humano porta una estructura mental que responde
a esquemas morales.[264] Cosa muy distinta sería advertir la naturaleza y la
entidad evolutiva de estas normas. Todas las corrientes de pensamiento
jurídico han apostado por un tipo de relación entre Derecho y Moral.[265] La
polémica resulta inevitable cuando no se comprende la naturaleza evolutiva
de las normas de mera conducta y su paulatina exigibilidad coactiva por parte
de autoridades impuestas o reconocidas, dentro de un proceso de formación
institucional igualmente evolutivo y competitivo.
La discusión es importantísima. La separación en departamentos estancos
condujo en su día hasta contradicciones que hoy se tratan de resolver
indagando en supuestos vínculos razonables.[266] La ciencia jurídica da
pasos de ciego; en general no revisa el camino recorrido, instalados en una
convicción estática y normativista que, por muchos elementos que incorpore,
siempre adolecerá del lastre de toda teoría que no acepta el argumento de la
eficiencia dinámica institucional.
El ser humano es un ser básicamente moral. El Derecho privado es fruto de
una conducta moral en determinados ámbitos y conflictos. Se habla de ética
privada frente ética pública, o moral personal y moral social.
El Derecho articulado siempre emana de una voluntad derivada de un
juicio de valor concreto nacido en una mente estructurada moralmente (esta
articulación no procede de la nada, sino que trata de hacer explícitos
contenidos latentes en el orden, efectivamente seguidos, como reglas que
hacen posible el proceso social. Una vez emitida una articulación concreta,
como hemos visto, se incorpora al proceso evolutivo institucional). La moral
está en la esencia misma de la norma exigible. Quien verbaliza tal norma, a
partir de ese esfuerzo intelectual que pretende estimar expectativas, advertir
reglas conocidas y eficaces dentro de un grupo social al tiempo que completa
y articula el razonamiento jurídico capaz de producir una norma eficiente en
términos dinámicos, no puede evitar su condición moral. La moral social dota
de todo su contenido no estructural al Derecho.
Los pensadores de la corriente principal se entregan a la diferenciación
entre modelos de relación entre Derecho y Moral sin deconstruir las ideas y
argumentos defectuosos que les llevaron a esta confusa situación. El
Puritanismo confunde la moral de un grupo con el Derecho aplicable general.
Ese Derecho no es sino la ley formal de la que venimos hablando. Vacía del
contenido auténtico que debe poseer una ley en el sentido tradicional del
término. Obviando el orden espontáneo se busca organizar la sociedad a
partir de fórmulas de producción normativa que olvidan por completo la
naturaleza de las reglas que lo hacen posible. De este modo la moral, los
juicios de valor comunes, o los de un grupo concreto, tornan exigibles a
través del Derecho, como medio para hacer exigible una conducta. Quedan
perfectamente identificados Derecho y Estado.[267] La negación de la moral
exige revestir unos fines incluidos en mandatos coactivos específicos con la
idea formal de ley, o Derecho (como ordenamiento), para dotarles de una
legitimidad de la que carecen. Este tipo de Derecho es coacción pura puesto
que anula los fines de todos a favor de los de unos en concreto.
Kelsen pretende una ciencia jurídica aséptica y perfecta, de ahí su
relativismo, su idea de norma y de Derecho positivo. La realidad nos indica
que el Derecho bebe del orden moral social dominante (el efectivo,
interiorizado y fuente de disciplina en la conducta de la mayoría de los
individuos miembros del grupo humano) pero permanece abierto a la
innovación. Hablamos de un Derecho conceptualizado tradicionalmente. En
cuanto a la relación entre Derecho y Moral, G. Radbruch aduce lo siguiente,
si bien no llega a satisfacernos, requiriendo su interpretación a la luz de una
visión menos estricta respecto de la diferenciación entre los dos órdenes
normativos:
«El Derecho y la moral en el contenido de sus exigencias coinciden
solo en parte y casualmente. La relación entre ambos dominios de
normas reside, más bien, en que la moral es por un lado Fin del
Derecho, y por otro fundamento de su validez obligatoria».[268]
El Derecho positivo puede someter a los individuos de un territorio; a este
solar regido por un implacable código normativo u ordenamiento jurídico
podrán llegar, eventualmente, individuos procedentes de otros ámbitos
culturales. Ese Derecho alimentado y en cierta armonía con una moral
generalizada (asumida por la gran mayoría y que en gran medida lo hacen
soportable a pesar de su intrusismo) colisionará (si es que porta un alto nivel
de carga moral) con el orden moral del visitante que se instale con vocación
de permanencia (hablamos en todo caso de la moral como orden normativo
que modera la conducta y cabe distinguirse como algo común a todos los
individuos; no de la moral privada, con rasgos particulares, de cada uno).
Cuando el Derecho asume un contenido moral excesivo complica la
integración de los individuos. Sucede siempre, pero se hace más evidente con
los movimientos de grupos relativamente amplios, aunque cada individuo lo
haga persiguiendo sus fines particulares.
El debate se ubica en los límites de inclusión o exclusión de fundamentos o
valoraciones morales en el código normativo exigible. Una sociedad abierta y
dinámica excluye gran parte de la moral manteniendo tan solo los principios
y valores básicos, así como algunas conductas que generalmente se entienden
como debidas (moral social). El grado de intromisión en la esfera privada,
por muy generalizados que sean unos hábitos en un grupo humano, depende
de la flexibilidad y el dinamismo social.[269] El ajuste es continuo. Solo las
normas invasivas y estáticas generan conflictos de difícil resolución.
Se admite la autonomía de la moral, así como la dependencia de ese
Derecho positivizado que enreda todas las reflexiones jurídicas. En realidad
el problema es de legislación y su adecuación a la realidad cambiante, y no de
un Derecho dinámico con fuentes flexibles y vínculos espontáneos y
autorregulados con el resto de órdenes de reglas de conducta, o normativos.
Resulta paradigmática, la convicción que muchos de los positivistas,
paulatinamente menos radicales, mantienen sobre el acatamiento de la norma.
Se verá en el apartado dedicado a la obediencia, pero señalemos aquí la
existencia de una idea: el Derecho se acata externalizando una actitud o una
acción positiva al respecto, mientras que interiormente se mantiene la
divergencia de fines, principios o valores.[270] En realidad la moral debe
diferenciarse del Derecho en la medida que este comprenda aquellas reglas
que tornan en exigibles gracias a la actuación de una autoridad (la
sistematización pasa a formar parte del acervo jurídico). Es la idea de
coacción organizada, aunque también aquí se comprueba la rigidez de ciertas
conclusiones.
Aclarados estos puntos procedamos al comentario de las posiciones
hayekianas al respecto. Hayek trata el tema con astucia. La innovación moral
o cultural requiere de un quebranto hasta cierto extremo consentido por el
resto de partícipes. El protagonista o los protagonistas de este cambio de
rumbo o innovación romperán con alguno de los preceptos morales
comúnmente respetados, y con toda seguridad, también con la base
conceptual o ideológica de alguna norma jurídica. Hayek advierte que sin
estas vanguardias no sería posible la evolución institucional mediando
procesos de aprendizaje, prueba, error y competencia.
La innovación será experimentada, transmitida, sesgada en su contenido
tácito original (en mente de su creador) y transformada en cierta medida hasta
que otros tantos la secunden e interioricen. Si demuestra ser superior en
resultados o mejora la probabilidad de los mismos, o simplemente amplifica
contribuyendo al orden general las posibilidades en cuanto a fines
particulares perseguibles, arraigará en la medida que la dinámica social
apueste por el crecimiento y amplificación de la complejidad y división del
trabajo y el conocimiento.
Hayek pone una condición para que esta innovación tenga más
posibilidades de triunfar finalmente: el acatamiento escrupuloso por parte de
sus practicantes del resto de reglas morales comunes del grupo social. De ahí
lograrán la legitimidad y será posible, aunque no segura, su difusión. Es
evidente que si el Derecho absorbe en gran medida esa moral social de la que
hablamos, más trabas hallarán las vanguardias de innovadores, que aún
pudiendo estar equivocados, siempre serán esos individuos quienes hagan
posible el cambio a mejor. Aduce Hayek que su engarce en el orden social
efectivo se hará «tomando en consideración su coherencia o compatibilidad
con el resto del sistema desde el punto de vista de su eficacia en la
contribución a la formación del mismo tipo de orden general de las acciones a
cuyo servicio están todas las demás reglas».[271]
Hayek da una importancia a estas reglas morales y tradiciones de
cumplimiento voluntario, que tienen mecanismos de exigibilidad distintos a
la que es propia de las normas jurídicas (no todas las sanciones son jurídicas,
caben formas de boicot, rechazo social o negativa a trabar vínculos
comerciales con el infractor). De las reglas de recta conducta se articulan
costumbres, tradiciones, morales y pautas de educación cívica y decoro
social, que solo tornan exigibles bajo la autoridad de una magistratura
reconocida en su calidad jurisdiccional, cuando el conflicto es presentado
ante la misma en repetidas ocasiones, generándose una norma de forma
evolutiva destinada a colmar esa necesidad surgida del proceso social (los
contenidos que terminan siendo exigibles, o parte de una norma jurídica,
coincidirán en gran medida con aquellas reglas que el común de los partícipes
consideraban ya parte incuestionable del Derecho práctico, entendido este
como lo justo o lo recto exigible en todo caso). Hayek apuesta por el respeto
del código moral dominante, como él lo denomina, consciente de su valor
ordenador y garantizador de la viabilidad de la Gran Sociedad.
Las ideas morales crean instituciones, así como las instituciones crean
morales. La conducta moral es un valor social en la medida que su
acatamiento por parte del individuo genera en los demás conciencia de su
rectitud y contribución al orden general. La conducta moral debe verse como
virtuosa dentro del grupo, al margen de su contenido, siempre y cuando este
sea asumido mayoritariamente. De igual modo quien aparenta escrupulosidad
en el cumplimiento de las normas que se saben o creen jurídicas, de los
pactos que contrae y las obligaciones que se le estiman, será considerado
como un sujeto justo y socialmente apreciable.
Se juzga al sujeto por sus actos positivos, y no tanto por la aquiescencia
interna, como evento psicológico. Dice Hayek que «la moral se mantiene
discriminando entre las personas que la observan y las que no la observan, sin
tener en cuenta por qué algunos pueden infringirla. Toda moral presupone un
esfuerzo hacia la excelencia y el reconocimiento de que algunos la alcanzan
mejor que otros. A quien observa las normas se le considera «mejor», en el
sentido de que se le atribuye un valor superior que al que no las observa, y
que por consiguiente los demás podrían no querer admitir en la propia
comunidad. Sin esta distinción la moral no podría seguir existiendo».[272] El
Derecho no puede resistir, al margen de esta realidad.[273]
El orden de reglas morales tiende a infiltrarse en el orden jurídico de forma
espontánea. El problema es la deliberada absorción por parte del legislador
positivo de un determinado código moral, aún cuando sea el mayoritario, y
las implicaciones que esto tendrá en cuanto a la naturaleza dinámica del
proceso social.[274] Los dos órdenes normativos son compatibles, mantienen
zonas comunes, pero necesariamente no deben solaparse ni confundirse en
exceso. Para introducir algo de luz en nuestros argumentos, aclaremos que al
utilizar el término moral social hacemos referencia a ese grupo de reglas que,
dentro de un grupo, es posible aprehender y enunciar con cierta precisión por
muy ligero que llegue a ser el contenido que seamos capaces de articular y
comprender de forma expresa.
«En una cultura formada por la selección de los grupos, la imposición del
igualitarismo acaba por detener cualquier evolución ulterior».[275] Cabe
afirmar la existencia incontestable de un imperio de la moral. El recurso a la
coacción institucionalizada y sistemática, positivizando la moral social se
desarrolla como un proceso parcial. Nunca será posible articular su contenido
específico y completo, además del problema estático ya comentado. La ley
formal, que enmascara mandatos interesados emitidos por el dominador
social, tiende a perseguir fines concretos sirviéndose de la legitimidad que
proporciona la forma y el recurso a principios morales. La intervención no
puede sostenerse sin estos requisitos. Siguiendo a Bastiat, en cuanto al
recurso que se hace de La Ley, y compartiendo la idea expuesta por Mises en
La Acción Humana sobre la opinión pública, debemos suponer que la
formación favorable de la misma solo es posible valiéndose de principios
morales asumidos como superiores y previamente manipulados, utilizándolos
como medios para la consecución de esos fines que impiden a los individuos
la persecución de los suyos propios. El intervencionismo, en todos los
ámbitos sobre los que extienda su acción, mantendrá en todo caso un discurso
moral que justifique su impronta y determinación.
«La libertad no ha funcionado nunca sin la existencia de hondas creencias
morales, y la coacción solo puede reducirse a un mínimo cuando se espera
que los individuos, en general, se ajusten voluntariamente a ciertos
principios».[276] Jesús Huerta de Soto utiliza la idea de un piloto automático
de la libertad como traducción de la anterior afirmación hayekiana. Estando
la mente humana estructurada en clave moral, de forma inconsciente o
semiinconsciente, imperan en ella una serie de reglas, como vimos, que rigen
la adecuación de nuestra conducta con el orden general, haciendo posible el
respeto de un número creciente de expectativas individuales.[277] Acudimos
al mercado con ese bagaje adquirido inintencionalmente de nuestro ambiente.
Gracias a este piloto automático resulta posible la coordinación y la
convivencia pacíficas.[278] De esta forma no cabe afirmar que en la práctica
totalidad del contenido normativo el hombre pueda realizar un cálculo
estimativo con base en los incentivos que tiene cumplir o no determinada
norma. Su estructura mental interioriza contenidos que convierte en
estructurales. Únicamente la parte más superficial de los mismos (variable en
cada individuo, y progresivamente más amplia en la medida que las reglas de
mera conducta sean suplantadas por mandatos simples) puede cuestionarse,
con dificultad relativa. El individuo tiende a cuestionarse la sumisión a
aquellas normas que de alguna forma es capaz de articular. Estas no dejan de
ser una ligera expresión del contenido reglado que efectivamente disciplina y
adecúa su conducta.[279]
De nuevo, haciendo referencia a las relaciones entre morales y normas
jurídicas, debemos comprender en su justa medida la capacidad que las
primeras tienen para lograr un acatamiento casi infalible.[280] Solo en
contadas ocasiones requieren de una exigibilidad coactiva, autoridad y poder
(potestad) mediante. El acatamiento mayoritario[281] genera una condena
social más intensa y efectiva que la que una norma jurídica pueda
proporcionar. Esto tiene una traducción en muchos otros aspectos del estudio
del orden social, más orientados en temas económicos con implicaciones
jurídicas como son los costes de exclusión y su relevancia en la definición de
los bienes públicos como conjunto vacío.[282]
El racionalista considera inaceptable esta reverencia por lo tradicional.
Hayek responde que «nuestra moral no es un producto, sino un presupuesto
de la razón, una parte de los fines para cuyo servicio ha sido desarrollado el
instrumento de nuestro intelecto».[283] Esta diferencia epistemológica
amplía el abismo que se abre entre el particular, diverso y coherente
pensamiento hayekiano, y todo tipo de racionalismo extremo o ingenuo.
Hayek logra un equilibrio complicado, que si bien en nuestra opinión
requiere de puntos de apoyo que no llega a desarrollar, resiste sin problema y
con superioridad los envites procedentes de sus rivales intelectuales.
Es importante que tengamos clara la definición dada de Moral Social y no
confundirla con el dirigismo individual a través de preceptos arbitrarios. La
moral social es el conjunto de normas aprehensibles, en cierta medida
articulables, que rigen en un grupo humano. Teje una serie de hábitos, en
gran parte inconscientes, que el individuo adopta y adapta facilitando su vida
en sociedad.
La Libertad puede entenderse también como principio moral, en la medida
que «exige que se acepte como valor intrínseco, algo que debe respetarse sin
preguntarnos si las consecuencias serán beneficiosas en un caso particular».
[284] Sostenemos una idea de Libertad como credo; elemento muy
interesante siempre y cuando lo interpretemos dentro del contexto del
pensamiento hayekiano. Su ideal de Sociedad libre, con tendencias
individuales autocorregidas, impone un debate en torno al grado de
exigibilidad de preceptos originalmente morales. En la medida en que el
Derecho sea más general, abstracto y proclive a la competencia de actitudes
(respetando un orden global), podrán esos «disidentes» proporcionan a una
gran contribución en la evolución del proceso social y las instituciones que
rigen en él.
Debemos tener en cuenta el hecho de «que nuestras obligaciones morales
nazcan del hecho de que nos beneficiamos de un orden que se funda en
ciertas normas es simple reverso del hecho de que lo que integra a los
individuos en el orden que denominamos sociedad es observar unas normas
comunes, y que dicha sociedad únicamente podrá persistir si existe algún tipo
de presión que induzca a sus miembros a obedecer dichas normas».[285]
Observando con más detalle las relaciones y vínculos, Hayek proporciona
ideas interesantes entre los dos órdenes de reglas, el jurídico y el moral. Al
defender el solapamiento puntual y relevante entre Derecho y Moral, los
planteamientos hayekianos colisionan con los positivistas. Por esa razón toma
al jurista H.L.A. Hart, tachado por muchos de positivista, para apuntar que
aunque así fuera, en su obra se advierte el razonamiento que asume la égida
de algunos imperativos morales en la consagración definitiva del contenido
de leyes positivas concretas.
Hayek, siguiendo a este autor,[286] señala que Derecho y Moral son cosas
distintas pero relacionadas, dos órdenes independientes pero conectados en su
relación con el orden global de reglas de recta conducta que los alimenta. Su
papel en la dinámica social es diferente, pero en muchas ocasiones reclama
que sus preceptos se coordinen bajo el signo de la exigibilidad.
De todo ello Hayek obtiene una conclusión que señala un criterio de ajuste
en las relaciones entre la moral y el Derecho. La coacción procedente de una
autoridad, impuesta o requerida, como poder público o reclamo particular,
únicamente goza de sentido siendo como es el orden social, en pos de la
protección, definición y defensa de la esfera de libertad individual. Esto, si ya
es de por sí difuso, puede plantear objeciones.
Por nuestra parte admitimos el razonamiento por ser el único capaz de
solventar la cuestión. «El Derecho está al servicio del orden social, es decir,
de las relaciones entre los individuos, a las acciones que solo conciernen a los
individuos que las realizan no deberían estar sometidas al control del
Derecho, por más fuertemente que puedan estar reguladas por la costumbre y
la moral».[287] Esta importante afirmación ubica con meridiana claridad el
discurso y las conclusiones analíticas de Hayek.
Del conflicto de acciones y valores personales frente a los que son propios
de terceros convivientes, mediante un proceso experimental, procederá el
desarrollo de costumbres y morales en los términos vistos en este y otros
capítulos. Quedando en el ámbito de lo exigible a través de coacción
autoritaria (por la autoridad del magistrado emisor de esa norma
perteneciente al segundo momento del Derecho al que hicimos referencia en
su momento) exclusivamente aquello que perjudique a la esfera de control
individual, como base desde la que los sujetos pueden iniciar sus acciones,
perseguir sus fines particulares y definir ámbitos de control excluibles, o
cuanto menos negociables con terceros.
«La diferencia entre reglas morales y jurídicas no implica la diferencia
entre reglas desarrolladas espontáneamente y normas emanadas
deliberadamente. Muchas normas jurídicas no han sido concebidas desde el
primer momento con un acto voluntario. Es más bien una distinción entre las
normas con un procedimiento de aplicación reconocido por parte de un
autoridad constituida y normas que carecen de ese reconocimiento, y se trata
por tanto de una institución que perdería significado si todas las reglas de
comportamiento reconocidas, incluidas las consideradas por la comunidad
como reglas morales, tuvieran que ser sancionadas por la autoridad. Cuáles
deban ser las normas con naturaleza y fuerza de ley es algo que depende no
solo de la designación de algunas normas particulares como aplicables por la
autoridad, sino en los que exige la observancia de cada una de ellas para
alcanzar el orden al que sirven las ya designadas como aplicables, en
particular para la preservación de un orden global de acciones».[288]
Reproducimos el párrafo anterior por su alto nivel conceptual y sintético.
Resume a la perfección las ideas defendidas en este trabajo. El criterio que
nos ayude a discernir entre las reglas que deban quedar dentro o fuera del
Derecho debe pivotar escrupulosamente en el estudio del orden global de
acciones vigente y la contribución que uno u otro precepto pudiera
proporcionar al mismo.
Todas las reglas efectivas de ese orden, sean o no exigibles
jurisdiccionalmente, participan a distinto nivel en su conservación y
perpetuación. Que cambien o no de ubicación depende de muchos más
factores que el mero capricho de la autoridad, por muy satisfactorio que
entienda el efecto coordinador en el conflicto particular, o en su caso, en un
contexto general.
Hayek se percata de la dependencia que existe entre el avance y aumento
de la complejidad (división del trabajo y el conocimiento en un grupo
humano concreto) y el tipo de moral social efectiva. En este sentido, la
Sociedad Abierta[289] se afianza y crece a medida que los sujetos persiguen
fines particulares olvidándose de los presuntos fines comunales. De esta
forma se logra el acto más puro de solidaridad, puesto que de cada acción en
pos de un fin individual el actor genera bienes que satisfacen necesidades
ajenas, de personas que ni siquiera llega a conocer, creando y transmitiendo
información y conocimiento que otros utilizarán en la consecución de sus
objetivos personales.[290]
En la medida que la moral social propicie esta conducta desligada de
tradiciones tribales propias de grupos pequeños y de complicada
supervivencia (o clave familiar), propiciará avances beneficiosos para todos.
Determinados deberes morales arraigados en estadios menos desarrollados de
la civilización fueron olvidados en el salto evolutivo dado hacia la sociedad
abierta. Sin embargo estos rasgos permanecen latentes haciendo peligrar
nuestra civilización.
Hayek admite que «este ethos en su forma más pura considera como deber
primario perseguir del modo más eficaz posible el propio fin elegido
libremente sin preocuparse de su papel en la compleja red de las actividades
humanas. Es la idea que ahora suele definirse como ética calvinista, aunque
esto es algo engañosos, pues prevalecía ya en las ciudades mercantiles de la
Italia medieval y la enseñaban los jesuitas españoles mucho antes de
Calvino».[291]
Lo contrario, en clave moral, puede llevar a pensar que hacer el bien es
únicamente preocuparse por las necesidades de personas conocidas. «Es
mucho mejor ayudar a un hombre conocido que se muere de hambre que
aliviar las necesidades agudas de un centenar de personas desconocidas».
[292] No es el egoísmo y el altruismo lo que define para bien o para mal el
orden de mercado basado en la propiedad privada. Como se ha visto, el ser
humano «en realidad beneficia a un mayor número de personas si aspira a
obtener una ganancia mayor que si se concentra en la satisfacción de las
necesidades de personas conocidas».[293]
«Los ideales del socialismo» y la «justicia social» «no ofrecen una nueva
moral, sino que tan solo apelan a instintos heredados de un tipo de sociedad
más antiguo». Ese tipo de moral tribal «no solo destruiría la Gran Sociedad,
sino que además amenazaría la supervivencia de la gran población que la
humanidad ha alcanzado gracias a tres siglos de orden de mercado».[294]
Cuando estos preceptos morales se infiltran dentro del Derecho haciéndose
jurídicamente exigibles, no solo se invade la esfera de libertad individual,
sino que a través de la coacción sistemática e institucionalizada[295] se apaga
la capacidad creativa del individuo, su función empresarial, anulando el
producto que el orden espontáneo generaría si no.
Hayek introduce en su discurso puntos de vista más sutiles en lo que a la
importancia en distinguir entre órdenes normativos diferentes se refiere. En
su explicación de las características de la Sociedad Abierta aprecia que la
libertad individual que la hace posible no solo se garantiza con una adecuada
formación del orden jurídico conforme a criterios de abstracción y
generalidad, sino que en esa definición de ley en sentido material debe
incluirse otra cautela: resulta indispensable advertir, respetar y comprender
los límites, difusos pero existentes, entre los ámbitos regulatorios de los
distintos tipos de reglas, no dejando dentro del ámbito del Derecho elementos
que, no solo prestan mejor su función desde la moral o las reglas de
cumplimiento voluntario, sino que siendo exigibles por vía coactiva anularían
por completo su efecto coordinador así como su contribución al orden global
de acciones y expectativas.[296]
La Gran sociedad hayekiana excluye, en la medida de lo posible, la
consagración de deberes positivos respecto a terceros, trazando un Derecho
definido básicamente por un concepto negativo de Libertad, como ausencia
de coacción.
DERECHO, ÉTICA
Y POSITIVISMO
CAPÍTULO 6
CONTRA EL POSITIVISMO JURÍDICO.
LA INEFICIENCIA ENDÓGENA
DEL PROCESO LEGISLATIVO
El siglo XX representó el triunfo del cientismo en el ámbito de las ciencias
sociales. También en el Derecho logró el positivismo jurídico alcanzar la
hegemonía académica. Pocos han osado a plantear una oposición frontal.
[322] Los reformadores han preferido matizar puntos, pero nunca enfrentarse
a los fundamentos esenciales de esta corriente de pensamiento dominante.
Hayek incluye la exaltación de esta forma de ver el Derecho dentro de lo que
denominó la decadencia de la ley.
Fue en Alemania donde el ideal del Estado de Derecho adquirió su mejor
desarrollo, pero también donde antes comenzó la reacción. «Al igual que
sucede con la mayor parte de las doctrinas socialistas, el pensamiento jurídico
que iba a minar el imperio de la ley tuvo su origen en Alemania,
extendiéndose desde allí al resto del mundo».[323] La corriente de
pensamiento que terminó por arrastrar a la inmensa mayoría de los juristas
hasta los postulados del positivismo no tuvo un único origen, pero sí recibió
un impulso determinante desde las universidades alemanas. La década de los
setenta (del siglo XIX), con la unificación del país «reforzó la creencia de que
la sociedad debía ser organizada según patrones preconcebidos».[324] El
criterio de utilidad social se apoderó del mundo académico expulsando
corrientes, en otro momento respetadas y seguidas por muchos.
Hayek señala la presencia de cuatro movimientos en el ámbito jurídico
durante esos años de finales del s. XIX y comienzos del s. XX: «en orden de
importancia decreciente, el positivismo jurídico, el historicismo, la escuela
del “libre arbitrio” judicial y la doctrina del “interés jurídicamente
protegido”».[325] La Teoría del interés jurídicamente protegido sostiene un
acercamiento sociológico parecido al «realismo jurídico» americano:
personal ponderación de los intereses en juego en el caso concreto. La
Escuela del Libre arbitrio judicial, en paralelo a la anterior, estuvo pero
centrada en campo de lo criminal. La idea central era la resolución bajo el
«personal sentido de justicia» del juzgador. Y por último, el Historicismo,
centrado en descubrir leyes de evolución histórica, contingentes, «deduciendo
las instituciones adecuadas a cada situación»,[326] proclive al relativismo.
Desde una perspectiva científica del Derecho, el positivismo jurídico[327]
es fundamentalmente un planteamiento de Teoría del Derecho.[328] Aparta
de él consideraciones en torno a la justicia, y se centra en el Concepto de
Derecho. No tiene porque acoger fundamentos del positivismo científico,
aunque en ocasiones lo haga. En ciencias naturales lo válido es lo que puede
ser verificado;[329] este razonamiento genera una entelequia cuando es
aplicado al mundo del Derecho. El positivismo[330] mantiene un Concepto
de Derecho opuesto al del Derecho Natural. Su idea de Validez jurídica está
vinculada únicamente al órgano legítimo de producción normativa, al
procedimiento previsto y a la no contradicción con una norma superior. No
existe otro Derecho que el positivo, es una definición restrictiva.[331]
Sus orígenes podemos comprenderlos en un amplio espectro de
acontecimientos y pensadores que van desde la compilación de Justiniano al
pensamiento de Hobbes. Impera la omnipotencia del legislador, contrario al
imperio del Derecho Natural; está profundamente unido al movimiento por la
codificación. Otras tantas corrientes políticas y filosóficas alimentarán su
hegemonía posterior. Desde el racionalismo, la democracia radical, el
utilitarismo social, la idea del interés general, la voluntad general, y un largo
etcétera de movimientos con tendencias colectivistas y profundamente
liberticidas y estáticos en sus planteamientos.
El Positivismo jurídico trata de introducir el Derecho, redefiniéndolo, en
un mundo científico sencillo. Le obsesiona la posibilidad de crear una
Ciencia Jurídica.[332] Las normas son la pieza clave del entramado perfecto
al que aspira; su definición resulta esencial para sostener el edificio teórico
que le sigue. Esto deriva en una determinada forma de teorizar sobre el
Derecho y los elementos, además de la norma, sobre los que pivota este
ámbito de estudio: coacción, legislación, Estado, Poder, Fuerza, plenitud,
coherencia y unidad.
Genera una concreta ideología, por no lograr ser neutral en todos o en
ninguno de sus pronunciamientos. Según Bobbio defiende la existencia de un
deber absoluto e incondicionado de obedecer la legislación vigente. De este
modo podemos relacionar esa incondicionalidad con un cierto positivismo
ético.
El positivismo ético no es incompatible con el iusnaturalismo
deontológico, o eso sostienen los autores que buscan conciliar aspectos de
ambas corrientes. Debemos admitir, por lo menos, cierto estado de
renovación en las posiciones más radicales, impulsado principalmente por la
conciencia adquirida: sin revisarlas, ulteriores desarrollos teóricos resultan
indefectiblemente proclives a la justificación de casi cualquier cosa.
V. JUSTICIA
«Fue la búsqueda de la justicia la que creó un sistema de reglas generales que
a su vez se convirtieron en base y garantía del desarrollo del orden
espontáneo. Para mantener un orden tal, el ideal de justicia no tiene necesidad
de determinar el contenido particular de las normas que pueden considerarse
justas (o por lo menos no injustas). Lo único que se precisa es un control
negativo que permita descartar progresivamente normas que se revelan
injustas porque no son universalizables dentro del sistema de normas cuya
validez se pone en duda».[462] En el análisis de la Justicia como en tantos
otros, volvemos a toparnos con el Hayek más esquivo y no por ello menos
acertado.
Huyendo de afirmaciones categóricas, Hayek expresa todo lo que necesita
incluir en su razonamiento, remarcando con agudeza una actitud intelectual
modesta y amplia. La idea de justicia mueve la formación del orden en la
medida que genera soluciones a conflictos, produciendo articulaciones
parciales de contenido normativo, capaces de dar a cada uno lo que le
corresponde sin quebrar el sistema de acciones o las expectativas legítimas
vigentes.
«La búsqueda del ideal de justicia como la búsqueda del ideal de verdad»
no presupone «el conocimiento de la justicia (o de la verdad)»[463] es el
motor del cambio, del proceso, de la adaptación y del ajuste individual y
coordinador. Pero, ¿qué es la justicia?, se preguntó Kelsen con gran acierto,
si bien no supiera alcanzar una buena conclusión. No lo hizo porque no partía
de nociones claras sobre el orden social y la naturaleza del ser humano,
apreciada o descubierta en sus conductas y acciones exitosas.
Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi,
concluyó la tradición jurídica en la antigua Roma. Dar a cada cual lo que es
suyo, tan simple como rico en matices. Son muchas las deliberadas
distorsiones perpetradas contra esta máxima social.
La justicia,[464] como concepto, se caracteriza por su alteridad, siempre
referida a la interacción intersubjetiva. Cabe distinguir entre justicia formal y
justicia material, e introducir aquí el elemento subjetivo de la definición de
coacción. También conviene que recordemos qué se entiende por
responsabilidad. El proceso social no garantiza resultados, únicamente pautas
institucionales de comportamiento debido, del que todos podemos obtener
escenarios y expectativas para emprender libremente cursos de acción. Los
objetivos o fines perseguidos pueden colisionar con el orden espontáneo o
con las legítimas expectativas de terceros. Los conflictos se solventan
observando la conducta debida en el conocimiento que tenían las partes sobre
aquella, así como las expectativas planteadas a priori.
Cuando entendemos justicia como igualdad en los resultados, o garantía de
un resultado concreto (justicia «material»), pervertimos el significado
original.[465] Para lograrlo resulta indispensable una acción positiva de un
tercero que fuerce el entorno y las circunstancias a fin de procurar un
desenlace concreto. Todo ello al margen del ajuste de expectativas o el
acierto en el cálculo, la perspicacia y la comprensión de las señales, incluidas
las normas o reglas de mera conducta.
Alguien resulta coaccionado cuando un tercero imprime violencia directa o
indirecta, convirtiéndolo en medio para sus fines. Es decir, la coacción exige
la acción de un tercero (alteridad). Esta definición debe relacionarse con la de
responsabilidad, en la medida en que el actor no soporta los costes de sus
acciones derivándolos a terceros sin que estos consientan. La explicación de
estos términos mantiene una íntima relación con el de justicia, que exige una
actitud negativa como ausencia de interferencia y, en su caso, la corrección
de la misma devolviendo la situación al anterior estado o a uno equivalente y
resarcido en términos relativos.
No existe otra actitud social que la persecución de un ideal de justicia. De
este motor nace el orden autorregulado de ajuste individual. El ideal de
justicia aspira a dos resultados: resolver controversias, y al mismo tiempo
concretar normas resolutorias que sirvan al orden con vocación generalizable.
Hayek juega con esta idea y de nuevo evade la necesidad de afirmar la
existencia de una ética o un Derecho Natural. Simplemente se percata de
mecanismos, actitudes y procesos intelectuales de los que el orden vigente
toma soluciones que lo hacen más coordinado y ajustado, generando un
incremento de complejidad, paulatino e inintencional. El Derecho goza de ese
reconocimiento: es exigible por su perenne vocación de justicia.
Destaquemos que este concepto formal y utilitarista hasta cierto extremo,
incluye la distinción entre principios éticos y deberes morales: «La justicia no
impone a nuestros semejantes el deber de cuidar de nosotros»,[466] lo que
contribuye a aclarar posibles controversias y, al mismo tiempo, asienta una
actitud perfectamente calculada al tiempo que efectiva que lo aleja del
precipicio relativista donde sí cae el objetivismo.
Para adecuar la norma a esta idea de justicia o resolver y crear una norma
nueva inspirándose en él, Hayek propone la realización de una prueba
negativa de justicia: debe regir «la prueba negativa de universalización,
asumiendo el compromiso de hacer universalmente aplicables las normas
establecidas, y la ardua tarea de modificar y complementar las normas
existentes para eliminar todos los conflictos entre ellas».[467] Hayek no
pretende plenitud, unidad o coherencia al modo normativista. Su visión es
dinámica: presenta el engranaje que hacen viable y perdurable el orden social
o las reglas de mera conducta rectoras del mismo.
El Derecho positivo, sea o no una estructura de dominación irresistible
quien lo valide, siempre representa una opción moral y política, es decir, una
visión ideal de un orden justo. Este criterio externo sirve para evaluar la
justicia o injusticia del Derecho positivo. Todos apelan a la idea de justicia, si
bien es cierto que el concepto carece de un contenido uniforme en cada uno
de los idearios de quienes lo utilizan.
Kelsen se pregunta ¿qué es la justicia?,[468] reiterando su carácter
relativista. Al contrario que Hayek y su audaz individualismo, identifica
justicia con los asuntos públicos, olvidándose del individuo, su libertad,
propiedad e integridad. Aparece de nuevo la necesidad de legitimar una
estructura organizativa de dominación irresistible, que prescinde de la
comprensión y respeto del tipo de orden y las reglas que imperan en el
proceso social, dada su naturaleza invasiva y su vocación por suplantar orden
y reglas que le son propias.
Frente a las dificultades que se le platean al positivismo jurídico, debe
sostenerse la vigencia de la máxima que sigue: «toda nuestra concepción de
la justicia descansa en la creencia de que cabe dirimir opiniones
contendientes sobre asuntos particulares descubriendo normas que, una vez
enunciadas, suscitan asentimiento general».[469]
I. DOGMÁTICA JURÍDICA
La dogmática jurídica es considerada por sus representantes como el
verdadero conocimiento de tipo científico que puede hacerse sobre el
Derecho. Se trata de un entramado de complejos sistemas formalistas
compuestos por dogmas o tipos, a partir de los cuales se obtienen
conclusiones necesarias y coherentes con el resto de conceptos y elementos
variablemente manejados. Se trata de técnicas de estudio científico altamente
estáticas y caracterizadas por una gran abstracción, así como por la
realización de operaciones lógicas y sistemáticas en orden de lograr
resultados óptimos. Al comentar y criticar el positivismo pudimos presentar
todos los ámbitos en los que desde un planteamiento evolucionista y
dinámico hallábamos posturas enfrentadas.
En Roma, analizando su jurisprudencia, encontramos un método práctico.
Siglos más tarde, en la Edad Media, cambia para convertirse en dogmático,
obsesionado con el legado romano. Será en la Edad Moderna cuando llegue
el racionalismo introduciendo la abstracción y el razonamiento lógico
deductivo, concluyendo en el iusnaturalismo racionalista. El salto que se
produce a finales del siglo XIX y principios del XX rompe con los esquemas
tradicionales implantando con fuerza el cientismo. Se busca una teoría pura,
formal, abstracta y alejada de la contingencia histórica. Este positivismo de
finales del XIX, como ya explicamos, triunfó frente al historicismo, que tuvo
hasta entonces su momento de brillantez en el ámbito jurídico.
El historicismo[472] de la Escuela histórica del Derecho (nada que ver con
la de Economía) fue capaz de explicar una idea antigua pero en constante
declive a merced del engrandecimiento del Estado Moderno y
Contemporáneo. Su máximo exponente fue Savigny, que estudió, con
bastante acierto y relativa singularidad respecto a sus compañeros de
tendencia, la realidad histórica de tipo variable así como la naturaleza
evolutiva del Derecho. Se enfrentó al racionalismo extremo, ingenuo y
teorizante. De ese combate contra el positivismo salió derrotado el
historicismo,[473] rematado por Hans Kelsen, padre de la Teoría general del
Derecho. Como ya hemos explicado con profusión, Kelsen reduce el Derecho
a un conjunto lógico-formal que toma como base la norma, previamente
definida para así evitar contradicciones internas del sistema.
Desde una perspectiva hayekiana resulta evidente la identificación entre el
arrogante cientificismo y este dogmatismo jurídico que tanto alejó a la
inmensa mayoría de los estudiosos del Derecho de la realidad estudiada. La
pretensión por aplicar la epistemología de las Ciencias naturales, extrapolable
a todo campo de análisis científico, estableció el criterio de distinción entre lo
que era ciencia y lo que no. El cientismo fulminó toda posibilidad de seguir
avanzando en el buen camino. Pocos autores, entre ellos Hayek (bebiendo de
las aportaciones de Menger) supieron despojarse de los errores del
normativismo.
En este escenario, donde el positivismo dominaba las ciencias jurídicas,
varios fueron los que con más o menos acierto, al margen del evolucionismo,
intentaron estudiar el Derecho desde otras ópticas y a partir de concepciones
epistemológicas en muchos casos divergentes. Más abajo hablaremos de la
sociología del Derecho, pero también existen corrientes como la centrada en
la Historia del Derecho, o la que lo examina desde una perspectiva jurídica
Antropológica. La ciencia del Derecho hoy en día es la que estudia normativa
e internamente el Derecho, mientras que otras ciencias se dedican al estudio
externo como realidad social, aplicando saberes extrajurídicos (psicología,
lógica, análisis económico…).
Hecha esta breve introducción procedamos al comentario sucinto de las
características de la autodenominada Ciencia del Derecho, así como de las
ramas en las que podemos diferenciar sus enfoques y posiciones
metodológicas:
1. En sentido estricto la Dogmática jurídica supone centrarse en un sistema
concreto y en su contenido. Es un método exegético de interpretación
dogmática del Deber ser formal. Dentro de esa intención interpretativa
advertimos descripción, interpretación práctica, y propuestas normativas
concretas, así como crítica a la práctica judicial.
2. Por su parte, con sus particularidades, la Teoría General del Derecho
acentúa el aspecto formal y estructural del sistema jurídico. Se trata de un
análisis lógico-formal de los conceptos fundamentales del Derecho (deber
jurídico, norma jurídica, derecho subjetivo, coherencia normativa, unidad
sistemática, plenitud jurídica, deber ser formal, etc.). Es una perspectiva
científica que analiza el Derecho, como ordenamiento jurídico (exigible por
una autoridad concreta), de manera descriptiva y tratando de conceptualizar
sus partes dentro de una lógica sistematizada.
3. El tipo de estudio que supone el conocido como Derecho comparado
busca contrastar diferentes sistemas normativos a partir de una teoría previa.
4. Por su parte, dentro de este ámbito, la Teoría de la legislación estudia
cómo se procede a la articulación normativa deliberada partiendo de criterios
teleológicos, pragmáticos e incluso éticos. Se ocupa de criticar las técnicas
legislativas.
Sin duda, una reflexión metajurídica, yendo más allá de lo empírico,
cavilando sobre Derecho natural, principios y valores, puede hacer mella en
la integridad del positivismo, como así ha sido. Buscar fórmulas de
supeditación ante objetivos comunes ha llevado a muchos filósofos del
Derecho a producir postulados manifiestamente tendenciosos y poco
rigurosos.
Resulta interesante identificar los estudios de epistemología y metodología
jurídicas, aprendiendo a distinguir entre Derecho y ciencia del Derecho.
Siguiendo con esta explicación podemos advertir la pretensión de conformar
una Ontología jurídica, tratando de conseguir un objetivo unitario: sintetizar
todas las aportaciones respondiendo a una aspiración holística, cuando no
totalitaria. Al contrario que la Axiología Jurídica, lejos del Sollen (deber ser
formal) kelseniano, centra sus esfuerzos en estudiar un deber ser sustantivo,
en función del contenido, así como la idea de justicia y los valores del
Derecho.
Hayek nos recuerda que «la mayoría de las obras contemporáneas de
filosofía del Derecho están también llenas de gastados clichés sobre la
supuesta tendencia auto destructora de la competencia, o la necesidad de la
“planificación”, que sería exigida por la creciente complejidad del mundo
moderno, clichés derivados de la gran marea de entusiasmo por la
“planificación”, cuando la misma era ampliamente aceptada sin que todavía
se percibieran claramente sus implicaciones totalitarias».[474] El filósofo del
Derecho cuando falla no lo hace porque esa sea su voluntad sino porque no
adopta, o no sabe adoptar, los principios de economía política adecuados.
Tomando como punto de partida sofismas, errores intelectuales como la
Falacia de Montaigne o el mismísimo socialismo (error intelectual donde los
haya), los pensadores jurídicos equivocan su camino construyendo castillos
en el aire.
Hay que admitir que «el origen de muchos de los hechos perjudiciales que
se producen en el mundo no están en hombre perversos sino en magnánimos
idealistas, y que en particular los fundamentos de la barbarie totalitaria los
pusieron estudiosos respetables y bienintencionados que jamás reconocieron
la prole que engendraron».[475] El totalitarismo se ha servido de teorías
elaboradas por generaciones de juristas, como Kelsen, y otros muchos, que
repitiendo incongruencias económicas y políticas quisieron moldear un orden
de normas afín a los objetivos planteados por el constructivismo.
El Derecho privado, libre, fruto de la interacción dinámica, de la
intervención de agentes en competencia, tomando de las reglas que rigen el
orden espontáneo que es el proceso social las soluciones que son capaces de
descubrir, interpretar y articular (en la medida de lo posible) se enfrenta al
Derecho organizado (Público), intencional, mandatario y deliberado.
Hayek afirma con acierto que según estos equivocados juristas, «el
Derecho no debe consistir en normas abstractas que hagan posible la
formación de un orden espontáneo por parte de la libre acción de los
individuos mediante la limitación de su radio de acción, sino que debe ser un
instrumento de organización para que los individuos sirvan determinados
fines concretos».[476] La fatal arrogancia, los males derivados del error
intelectual que representa todo tipo de socialismo, tiene en el Derecho, el
instrumento clave para perpetrar sus desmanes, muchas veces
bienintencionados, pero no por ello dolientes de una peligrosa ingenuidad.
DERECHO, LIBERTAD
Y POLÍTICA
CAPÍTULO 9
LA LIBERTAD INDIVIDUAL
La libertad es la pieza sobre la que pivota todo el esquema de razonamiento
practicado en este trabajo, por lo que merece un lugar destacado y cierto
detenimiento en la explicación. Desde un punto de vista formal
interpretaremos la relación entre libertad individual y ley, (en sentido
material hayekiano) o Derecho, en lo referente al tipo de normas y reglas que
resultan exigibles o eficazmente practicas en un ámbito social concreto. La
observancia espontánea de esas normas depende básicamente de su
naturaleza general y abstracta, señalando conductas interdictas o al menos
restringiéndolas, acorde con el esquema común de valoraciones; todo ello
dentro de un orden de acciones estable.
Debemos tener en cuenta que «incluso las normas generales y abstractas,
igualmente aplicables a todos, pueden constituir severas restricciones de la
libertad».[514] Por esta razón nos parece indispensable entender el
significado del concepto Libertad e incluir tal convicción en el contenido
sustantivo de las normas.
El Derecho únicamente indica de forma abstracta un ámbito extenso en el
que podemos plantear expectativas factibles, aunque no siempre realizables,
pero sí coherentes con el orden de acciones que resulta de la efectividad de
unas normas jurídicas en particular. Cada uno de nosotros interpreta sus
circunstancias o el contenido normativo cierto o difuso de una forma
subjetiva y personal: estamos expuestos al error, pero en la medida que
interioricemos dichos semejantes contenidos y disciplinemos nuestra
conducta acorde a ellos, crecerá la mera razonabilidad de nuestras
expectativas, así como la factibilidad de nuestras pretensiones. Una norma
nueva puede crear nuevas expectativas. Esas expectativas representan
certezas relativamente vagas; aun así, también circunstancias esperadas
siempre y cuando se respete la esfera de libertad individual de cada
individuo. Proyectar expectativas es el acto más puro de libertad.
Un orden en el que se actúa libremente, salvo las mínimas restricciones
planteadas por las reglas y normas de recta conducta que componen o
inspiran el Derecho (y el resto de órdenes normativos), propicia que cada
individuo persiga autónomamente sus fines particulares. Muy lejos de las
posturas restrictivas o que recelan de la libertad, los liberales son conscientes
de que únicamente cuando cada partícipe del orden social persigue sus
objetivos con la única limitación en el respeto de unas pautas mínimas que
disciplinan su comportamiento, al mismo tiempo que contribuyen a hacer
más probable la consecución de lo que se hubiera propuesto lograr, se logra
coordinar el proceso social. Es un mutuo ajuste consecuente.
I. LIBERTAD Y PODER
La diferenciación entre libertad y poder se presenta como la más urgente de
las prioridades que todo pensador liberal debe acometer, dado su profundo
enquistamiento social. De esta confusión se desprenden muchos de los
errores y sofismas que peor impronta dejan en el ámbito de estudio de las
ciencias sociales.
La palabra Libertad, y no hace falta hacer aquí una revisión etimológica, ha
representado históricamente la idea de hacer sin que otra voluntad, un tercero,
interfiriera en las decisiones individuales y la propia capacidad de iniciar
cursos de acción. Libertad como ausencia de esclavitud, por ejemplo. En
definitiva, libertad como ausencia de coacción.
Definida ya la coacción en otro capítulo solo nos queda poner los dos
conceptos en relación. Esta idea de libertad en sentido negativo esclarece la
diferenciación que pretendemos. Si manejamos palabras distintas para decir
lo mismo puede que logremos enriquecer el lenguaje evitando la monotonía.
Pero si vaciamos de contenido una palabra para llenarla del que ya es
comprendido en otra (con el simple objetivo de olvidar y distorsionar ese
contenido primero que queda sin continente) en nada favorecemos ni al
lenguaje, ni al pensamiento fluido y coherente[515] que debe primar en todo
esfuerzo científico.
La palabra Libertad debe reafirmarse en su significado como oposición al
resto de conceptos que no son la misma cosa y, por tanto, deben permanecer
en sus propios ámbitos. Del mismo modo cabe entender que coacción merece
una definición clara y distinguible. Esa violencia, física o psicológica siempre
depende de la voluntad de un tercero. Si bien es cierto que podemos
referirnos a un tipo de coacción institucional, no debemos olvidar que dichas
instituciones dependerán en su capacidad coactiva (en su sentido arbitrario,
como medio de imposición a terceros de fines particulares que les son ajenos)
de la voluntad concreta de una o varias personas. Dicha voluntad querrá
servirse de la fuerza del coaccionado como medio para los fines de aquellos
(los que coaccionan, sea su acción de tipo sistemática o asistemática). Es
decir, puede institucionalizarse la coacción pero no toda institución debe
entenderse como coactiva.
De hecho las instituciones jurídicas, el conjunto de reglas o de normas que
rigen comportamientos, fraguadas históricamente a través de procesos de
aprendizaje, prueba, error y competencia, terminan por no servir a la voluntad
de nadie como mecanismos de sujeción de terceros coaccionados. Es muy
distinto señalar la recta conducta o la definición de un derecho concreto sobre
un bien, o las consecuencias de una acción respecto al damnificado, por
ejemplo, que el establecimiento de un mandato coercitivo o coactivo por una
autoridad concreta institucionalizando la sujeción de terceros en pos de
alcanzar fines propios de dicha autoridad (hablamos de reglas negativas
frente a mandatos positivos).
Hayek afirma la inexistencia de la ausencia total de coacción. En todo caso
un orden social generará algún tipo coacción en la medida que las
resoluciones de conflictos sean impuestas por el juzgador autoritario (en el
sentido que veremos más adelante) en detrimento de la libertad del
sancionado (potestad derivada del reconocimiento social o institucional de
autoridad). El orden dinámico tiende a minimizar la coacción que no vaya
precedida de un conflicto en el que se solicite o se exija resolución. Sin duda,
la labor del pensador y el jurista será el hallazgo de fórmulas ajustadas con el
orden vigente de normas y acciones donde sea posible minimizar la coacción.
Recordemos que libertad supone la «independencia frente a la voluntad
arbitraria de un tercero».[516] Esa esfera privada y su garantía deben ser el
objetivo.
Dentro de la carrera emprendida por muchos de los enemigos de la libertad
hacia la distorsión de su significado[517] nos topamos con la proliferación de
conceptos alternativos y erróneos de libertad. Por ejemplo la libertad política;
siendo en realidad un derecho de participación política y representación en un
concreto ámbito común de toma de decisiones. Igualmente se ha tratado de
definir libertad en sentido colectivo, atribuyéndosela a un conjunto como tal,
frente a un tercero individual o un ente igualmente colectivizado. Se habla de
una supuesta libertad interior o psicológica, llevando al absurdo retazos
incomprendidos de lo que es en realidad esta idea. Hayek aduce que «el
determinismo científico ha destrozado las bases de la responsabilidad
individual»,[518] argumento que veremos con mayor claridad más adelante.
El peor atentado que ha podido padecer el concepto de libertad, generando
todos los males decibles y proporcionando argumentos falaces pero muy
efectivos a los mayores enemigos de la misma, ha sido la confusión entre los
contenidos semánticos de libertad y poder.
De esa inconmensurable confusión, unida a una idea de coacción
manifiestamente errónea, se ha tenido a bien identificar sin mayor problema
los posibles límites físicos o biológicos que padece el ser humano, per se, o
en ámbitos o espacios concretos, con su personificación en una voluntad
deliberada que busca impedir el éxito de las acciones que caprichosamente
nos planteáramos. Los límites naturales, indisponibles, no impuestos por un
tercero en absoluto, son, aun así, entendidos como coacciones arbitrarias y
opresoras. Se utiliza Libertad como un tipo de omnipotencia absurdo del que
podemos obtener conclusiones igualmente sin sentido.
Ser libre como los pájaros, como el viento, poder volar, ser inmortal, no
morir de una enfermedad. De esta psicosis conceptual puede concluirse casi
cualquier cosa. La distorsión conceptual de la ideas de liberad y coacción
degenera en la renovación del concepto de justicia. Ajeno a su sentido
negativo, como ausencia de una acción que sitúe ilícitamente a un individuo
en un estado distinto al que legítima y libremente disfrutaba, Justicia se
convierte en un mecanismo positivo de intervención.
Si la naturaleza coloca a un sujeto en unas condiciones concretas
consideradas como «injustas», deberá actuarse en pos de alcanzar un
reequilibrio que garantice resultados óptimos y «justos». La libertad será ese
poder estar de una forma concreta, más allá de la no interferencia ilícita en
nuestros cursos de acción y pretensiones. Resulta similar a la identificación
de libertad con riqueza.
«Las libertades únicamente aparecen cuando la libertad falta».[519] En
este sentido la conquista de especiales libertades, e incluso privilegios,
debemos encuadrarla dentro del siguiente razonamiento: «la diferencia entre
libertad y libertades es la que existe entre una condición en virtud de la cual
se permite todo lo que no está prohibido por las reglas generales y otra en la
que se prohíbe todo lo que no está explícitamente permitido».[520] De estas
palabras damos el salto a los siguientes apartados, donde trataremos de
distinguir entre los dos conceptos alternativos de libertad así como el modo
en que debemos interpretarlos en relación con el Derecho, sea este evolutivo,
o en su caso, meros mandatos positivos orientados hacia un fin concreto y
arbitrario decidido por el emisor.
V. EL CONSTITUCIONALISMO
El Constitucionalismo puede concebirse tanto desde una perspectiva jurídica
como política. Encaja perfectamente dentro de una teoría general del poder
público. La norma constitucional pretende establecer, con vocación
largoplacista, un límite original al poder, predefiniendo su forma y sistema,
así como sus competencias del mismo. La teoría constitucional varía en
función de la ideología que enmascare. El liberalismo siempre ha pretendido,
y de ahí procede el auge constitucionalista que ha llegado hasta nuestros días,
configurar una definición del poder y las facultades del mismo con estricta
contención de cara al futuro. Hayek encaró el problema con una especial
dedicación, describiendo un orden constitucional como propuesta para una
sociedad libre. Hablamos de la norma superior del ordenamiento, en clave
kelseniana. Introducida dentro de la teoría positivista ha quedado relegada, en
muchos de sus aspectos fundamentales, al servicio de un ordenamiento
jurídico jerárquico y la pretendida plenitud articulada.
«Ningún poder debe ser arbitrario (…) todos los poderes deben estar
limitados por una ley superior».[590] Hayek extiende esta afirmación
haciendo referencia a concretas características que necesariamente debe
poseer un texto constitucional. No puede limitarse a indicar qué órgano
produce la ley o el reglamento, cómo se relacionan entre sí y qué
competencias pueden cubrir con su contenido. La Constitución debe conceder
poderes específicos y predefinir la relación entre la autoridad y el sometido a
la misma. Debe por tanto otorgarse categoría constitucional a las bases de lo
visto en el apartado anterior sobre el denominado Estado de Derecho.
Es curioso que Hayek, a pesar de su desilusión democrática, haga
referencia a la fuente de legitimidad de la que se sirve el constituyente para
aprobar su texto con vocación de perpetuidad: «la fórmula de que todo el
poder deriva del pueblo se refería no tanto a la periódica elección de
representantes como al hecho de que el pueblo organizado en asamblea
constituyente tiene el derecho exclusivo de determinar los poderes de la
legislatura representativa».[591] Esa conclusión puede ser discutida desde
diversas visiones doctrinales y teóricas. Simplemente señalemos la dificultad
existente a la hora de definir el criterio de representatividad suficiente para
colmar estas palabras de cierto realismo.
Hayek se refiere a la relación entre el poder constituyente respecto del
constituido como aquel llamamiento del pueblo embriagado al pueblo sobrio.
La Constitución no limita el poder del pueblo como tampoco es capaz de
controlar a la opinión pública administrada por la clase política y los grupos
de interés que participan en la decisión estatal. Es una especie de voluntad de
afirmar principios estables y criterios perpetuos.
Hayek, siguiendo a Mises o a Hume, reconoce que el hecho constituyente y
su respeto ulterior, no responde en absoluto a la idea de poder, como
capacidad de sometimiento del pueblo dominado, sino más bien «un estado
de opinión que hace que las gentes obedezcan».[592] Ese acatamiento
político legitima en cierta medida el producto normativo del poder,
confundiendo el concepto de auténtica ley y orden dinámico con la
voluntariedad política que sostiene la toma de decisiones. Esta perversión
intelectual es posiblemente una de las grandes causas de muchas de las
distorsiones teóricas que nos preocupan.
El constitucionalismo moderno, desde sus orígenes en los Estados Unidos
y las constituciones de los Estados federados (antiguas 13 colonias), siempre
persiguió fines que con el paso de las décadas fueron sometidos al tamiz del
avance estatista. Primero se hablo de imperio de la ley, del gobierno de las
leyes, se delimitaron competencias, o se tasó aquello sobre lo que el poder
político no podía actuar.
La intención primigenia del constitucionalismo fue la defensa de un
concepto amplio y complejo de libertades, más allá de las declaradas en
específicas cartas de derechos. Estas nacieron de incursiones del poder;
amenazas evidentes. Las Constituciones formales trataban de establecer un
marco de limitación (dar luz a esos principios constitucionales latentes o
relativamente afirmados). Es decir, proteger unos concretos derechos
subjetivos (articulados) puede entrañar que el resto carezcan de protección, o
lo que es igual, que el gobierno pueda interferir en lo que no está
expresamente protegido. Aunque se prevea este hecho en el texto, como
sucede en el americano, tiende a obviarse con el tiempo.
En la historia del constitucionalismo hay un hito importante con
repercusión en todas las corrientes de pensamiento jurídico: el dictamen del
presidente de la corte suprema, Marshall, Marbury versus Madison, de 1803,
que afirma la posibilidad de una revisión judicial del acomodo constitucional
de las leyes. De este logro conflictivo nacerá uno de los principios básicos de
todo orden constitucional occidental contemporáneo, también utilizado por el
positivismo kelseniano como parte estructural de su sistema normativo
estático.
Los sistemas constitucionales articulan la separación de poderes como
límite, o contrapeso indispensable para evitar la amenaza de la dictadura. La
separación puede ser rígida o parcial, variando entre sistemas
presidencialistas hasta el parlamentarismo más incoherente. Se busca un
poder judicial independiente y estable, aunque no siempre se logra un
sometimiento claro del resto de poderes a sus decisiones oportunas y
casuísticas. «Un sistema constitucional basado en la separación de poderes
presupone una clara distinción entre leyes propiamente dichas y aquellos
otros estatutos provenientes de la legislatura que no son reglas generales».
[593] Por desgracia, el mero hecho de presuponer como función del poder la
legislación abierta y en amplio sentido, impide que la Ley material, estricta,
conserve todos sus rasgos definitorios.
Hayek aspira a una limitación de la legislatura mediante reglas generales.
«Si la coacción se ha de utilizar únicamente de la forma prevista por las
reglas generales, resulta imposible para el gobierno emprender ciertas
tareas».[594] Una legislatura ilimitada abre las puertas de toda irrupción en el
orden jurídico viable dentro del orden espontáneo que es el proceso social o
sociedad. Sin competencias definidas, cabe casi cualquier amago regulatorio.
Aun con todo, Hayek reafirma al Constitucionalismo como «adecuada
salvaguardia institucional a la libertad individual» con el «artificio de la
separación de poderes (…) no ha permitido ciertamente alcanzar los objetivos
deseados (…). El primer intento de garantizar la libertad individual por medio
de constituciones ha fracasado».[595] Varios años después de tratar el tema
en Los Fundamentos de la Libertad llegó a esta demoledora conclusión al
comienzo de Derecho, Legislación y Libertad.
«¿Acaso el papel de la misma ha de quedar reducido a garantizar que la
máquina del gobierno funcione con suavidad y eficacia, sean cual fueren sus
objetivos?».[596] Hayek pregunta y también responde: «la pérdida de la fe en
una justicia independiente de los intereses personales; el consiguiente uso de
la legislación para autorizar la coacción, no solo para evitar acciones injustas
sino para alcanzar resultados particulares a favor de específicos grupos de
personas; y la fusión en las mismas asambleas legislativas de la tarea de
articular las normas de comportamiento relativas al funcionamiento del
gobierno».[597]
La degeneración de los sistemas constitucionales no puede atribuírsele a la
falta de claridad de aquellos ideales que dan sentido a la promulgación de una
carta magna. Es el propio funcionamiento del Estado intervencionista el que
exige esa relajación de principios y la adecuación de los órdenes constituidos
a sus necesidades concretas. Desgraciadamente en nuestros días la
democracia es utilizada como fuente de toda legitimidad (esté orientada o no
la medida encaminada en la consecución de mejores garantía para la libertad
individual). El liberal clásico siempre ha luchado por un gobierno limitado.
[598] Parece ser que la baza constitucional, al cobijo del ideal democrático,
ha dejado de prestar el servicio original.
El Derecho constitucional está formado por normas de asignación y
limitación de poderes del gobierno. Se entiende como un tipo de normas
jerárquicamente ubicadas en la cúspide del ordenamiento (Kelsen). Su única
dignidad excepcional es haber logrado el acuerdo consensuado, de un amplio
sector de esa misma sociedad sobre la que ejercerá sus funciones el poder
estatal constituido. Hayek lo define como «sobreestructura construida para
asegurar el mantenimiento del Derecho, más bien que, según se hace
normalmente, como la fuente de todas las demás normas».[599] Esta idea
tiene conexiones con otras planteadas por Kelsen, tal y como hemos visto en
otros apartados de este trabajo.
Nos encontramos frente a un tipo de acuerdo formal que toma la dignidad
histórica del Derecho como reclamo de legitimación. Un acuerdo consciente
que pone fin a un largo conflicto civil. «Nada de esto modifica el hecho de
que una constitución es esencialmente una superestructura erigida sobre un
sistema de normas preexistente y encaminada a organizar la sanción y
aplicación de esas leyes».[600] De nuevo Hayek transmite rasgos kelsenianos
a pesar de mantener una posición divergente.
El Derecho privado resiste ante los cambios constitucionales. También lo
hace, o al menos eso sostienen algunos teóricos y personajes históricos como
Cánovas del Castillo, una base esencial, un sustrato histórico que resiste los
cambios de régimen perpetuando elementos discernibles. Esta idea peca de
historicista y puede refutarse con multitud de ejemplos concretos donde una
Constitución ha supuesto tal novedad que nada queda del orden institucional
público anterior. Es importante tener claro que «la constitución crea
elementos para preservar la ley y el orden y para aprontar el aparato
destinado a prestar otros servicios, pero no define lo que son el Derecho y la
Justicia».[601]
Hayek parece empeñado en rescatar el constitucionalismo de su crisis
histórica presentándonos un modelo de carta magna, que si bien no aspira a
ser impuesta en ningún lugar, sí pretende servir como punto de referencia. La
separación de poderes parece ser el tema clave de toda Constitución. El
constituyente debe impedir que el Estado, como estructura de dominación
irresistible, sobreviva al acto de limitación consciente. Dividir el poder de
forma efectiva puede suponer un gran avance.
El tipo de ley o norma jurídica compatible con un orden social dinámico
únicamente soporta que las magistraturas que resuelven conflictos, aplican
Derecho y descubren nuevas normas, permanezcan independientes de
cualquier otro poder. La Administración de lo común, en su caso,
permanecerá sometida al control judicial, como última instancia a la que
acudir, capaz de imponer sus resoluciones sin oposición posible. Esta
independencia judicial, unida a un sistema de acceso adecuado que no
represente una barrera institucional arbitraria, conforma el requisito de todo
orden constituido que pretenda defender la libertad. Hemos visto, al estudiar
a los jueces como fuente del Derecho, las características que deben tener para
serlo.
Hayek no oculta su resignación en cuanto a la existencia del Estado y la
situación política internacional como justificación, en cierta medida, de su
continuidad aún hoy en día. Habla de una Constitución que prevea
situaciones de excepción, guerra o sitio, por ejemplo, proporcionando así,
dentro de lo extremo del momento, una garantía formal a los ciudadanos ante
los ataques invasivos producidos desde su gobierno. Del mismo modo
ampara que la ley prevea situaciones excepcionales en las que el gobierno
pueda irrumpir en el orden de propietarios disponiendo sobre las cosas y las
personas.
Regresa al garantismo prefiriendo previsión normativa y seguridad judicial
a la intemperie de un orden no constituido o al menos institucionalizado en
base a normas concretas. Hayek se deja llevar por el pragmatismo y a pesar
del buen bagaje conceptual no da el paso hacia la enunciación de una teoría
del poder público capaz de solventar cuestiones que en su obra quedan
abiertas sin solución.
I. DERECHO Y FUERZA
La relación entre Derecho y fuerza responde a la naturaleza exigible de toda
norma considerada como jurídica dada su naturaleza exigible, pero no tanto
en cuanto a su origen y evolución. La identidad entre Derecho y Estado solo
resiste bajo planteamientos positivistas,[616] manejando una idea de mandato
diferente a la de norma general y abstracta. De acuerdo con estos
planteamientos propios de la corriente de pensamiento jurídico mayoritaria, el
Derecho representa un cúmulo de mandatos revestidos por la fuerza que
supone la amenaza del uso de la violencia. El Estado recibe todo su poder de
ese monopolio institucionalizado[617] del uso de la violencia. De lo que
concluimos que identificar Derecho y Estado parece un paso sencillo, más si
cabe cuando se atribuye un origen eminentemente político al contenido
efectivo de las normas.
Es aquí de donde podemos comprender la importancia que tiene para el
positivista la idea de legitimidad en el origen del poder ejercido por el Estado
que, recordemos, surge bajo falaz presunción de ser la única garantía de
exigibilidad del contenido de la norma jurídica. Como todo esto ya se ha
analizado en la crítica planteada sobre el normativismo, demos el siguiente
paso sin dilación.
En realidad estamos ante el tratamiento de una idea de poder muy influida
por conceptos estatistas modernos y contemporáneos. Excluye una definición
más certera y ni siquiera responde a otras renuncias anteriores practicadas
frente al estatismo, como la del propio Bastiat cuando se refería a la legítima
defensa organizada.[618]
El siguiente error, del que obtendremos mejores argumentos para respaldar
nuestra posición, es la constante e indiscriminada identificación de poder
público con Estado perpetrada no ya por los estatistas, sino también por los
mayores enemigos del mismo. Todo surge a partir del complejo en torno a la
idea de eficacia del Derecho a partir del poder autoritario.[619] Cuando
hablamos de poder sencillamente hacemos referencia a la definición dada
más arriba. No toleramos identificarlo con la noción tan extendida de poder
supremo. Siguiendo a Bruno Leoni, poder es sencillamente creerse en la
posibilidad de lograr un resultado favorable ejercitando una pretensión o
derecho. En una sociedad compleja y plural el poder tiende a ser ejercido por
figuras dotadas de autoridad en base a un reconocimiento general. La
Autoridad verá reconocida su capacidad de convertir en exigibles sus
resoluciones. El poder (potestad), en un orden social libre, emana de la
autoridad, y nunca al contrario.
La autoridad procede del reconocimiento o de la aquiescencia respecto a
una magistratura histórica y arraigada. Muchas veces se resiste en el poder
muy a pesar de la opinión pública contraria, si bien es cierto, siguiendo a
Hume, Mises o Hayek, esta termina por derribar cualquier clase de régimen o
magistrado. Autoridad deben tener tanto el cargo como quien lo ostente en
cada momento. Ese poder autoritario tiene la capacidad de imponer sus
resoluciones en la medida en que los particulares acudan a él en busca de una
solución a sus conflictos. La aparición del Derecho autoritario deriva del
arraigo de estas instituciones, que practicarán su poder de forma desigual y en
función de condicionantes de toda índole, para trazar un ámbito de orden
social en el que deberán respetarse sus mandatos y sus normas. Las
consecuencias son diversas, todo depende del límite al poder o del
cuestionamiento de la autoridad; básicamente si esta facultad jurisdiccional,
que explicaremos más abajo, es o no asumida por un dominador político
irresistible constituido en estructura de poder estable. En definitiva que la
potestad que deriva de la autoridad no acabe convirtiéndose en Imperio
jurisdiccional.
Debemos diferenciar entre la supremacía del Poder sobre el Derecho y la
supremacía del Derecho sobre el Poder. Procede cuestionar la legitimidad del
poder, su autoridad en casos concretos, sometiendo su ejercicio a unos
principios inamovibles que quedan fuera del ámbito de intervención pública
respecto a ese orden deliberado. La distinción formal entre Estado y Poder
debe incluir el análisis de los límites jurídicos impuestos al poder mismo.
Cuando el Derecho es expropiado resulta inevitable que derive en la
constitución de la una estructura de dominación o monopolio del uso de la
violencia invasivo por naturaleza: imperio.
Por un lado apreciamos la necesaria separación entre poder y Derecho (de
acuerdo con el ideal romano, entregado a la búsqueda de lo justo) mientras
que por otro reconocemos la sumisión del poder político al Derecho
evolutivo, como parte más o menos explícita de ese orden normativo de
reglas de mera conducta. De esta forma nos aproximamos a lo que podría ser
una idea mucho más clara de poder público, al margen del político, como
expresión de la necesaria exigibilidad y garantía del Derecho. No hablamos
de división de poderes, sino de magistraturas independientes y de facultades
arraigadas evolutivamente. Mientras que el poder sea policéntrico y
permanezca disperso podremos hablar de un Derecho privado, dinámico, a
pesar de la institución de ámbitos de interés comunes sobre los que se exige
sin posibilidad de oposición particular un orden público determinado.
Frente a esta reflexión, que trata de identificar los elementos más
relevantes, nos topamos con el hiperformalismo positivista, volcado
exclusivamente en justificar el estatismo. De ahí el carácter parcial de su
análisis, siempre estático y con una ingenua vocación de plenitud que impide
la crítica en sus propios términos. El siguiente paso es relacionar Estado con
Derecho. De la idea de limitación del poder recaba el positivismo una
sistematización teórica capaz de construir argumentos, distorsionar la
realidad analizada y confundir gravemente al resto de estudiosos o individuos
sometidos a la égida de sus planteamientos.
Entender el gobierno de las leyes como el gobierno del legislador
corrompe por completo su significado original. Si entendemos leyes como
generales y abstractas, y también estables, puede que formalmente podamos
estar de acuerdo, pero nada se dice en cuanto a su contenido (ético, evolutivo
o consecuencia de un cálculo arbitrario de utilidad). La idea de poder hacer
todo salvo lo expresamente prohibido pierde su contenido original cuando la
prohibición se extiende sin límite.
El constitucionalismo como limitación originaria del poder peca del mismo
defecto cuando concede la legislación a una institución constituida. El poder
constituyente tiende a ser primigenio, original, fuente de un nuevo orden
político. Cabe la reforma parcial, pero es excepcional cuando toca temas
estructurales o estrechamente a la ideología que lo sostiene. Es el propio
Estado quien decide en qué poderes y en qué términos se divide. Una vez
constituido, a través del legislador, procede a todo tipo de intromisiones en el
orden social sin que tenga la necesidad de vulnerar la constitución, dado que
esta resulta lo suficientemente moldeable como para que reine la
discrecionalidad.
El antiguo ideal que confía en la separación de poderes como el
instrumento definitivo para limitar al Estado, resulta igualmente pretencioso y
vacío de contenido en la mayoría de los casos. El Estatismo absorbe toda la
estructura de poder. Resulta improbable la independencia. Un complejo
proceso de formación de la voluntad estatal, las mayorías que copan sus
instituciones y cargos, más allá de que inicialmente formen parte de facciones
rivales, exigiría un análisis distinto al que aquí pretendemos.
Tal y como explicamos al estudiar las garantías de la libertad, la
articulación de un listado de derechos fundamentales, quedando recogidos en
la constitución o en una carta aparte, amparados por un tribunal especial y
supuestamente independiente (como respaldo definitivo del gobierno de las
leyes y la esfera de libertades de los ciudadanos), si bien concede una
singular (quién sabe si efectiva) esfera de protección, dada su irremediable
indefinición termina amparando amplios márgenes de arbitrariedad. De igual
forma el ideal de los derechos fundamentales procede de una concepción
errónea sobre la entidad de su contenido, incurriendo en limitaciones desde el
mismo momento en que tratan de ser articulados. En definitiva, tienden a ser
resortes que agilizan la intervención del Estado concediendo discretas
prerrogativas a los administrados (ciudadanos).
Encuadrar el análisis de la relación entre poder, fuerza y Derecho en una
velada y tendenciosa formulación del Estado, tramando toda la explicación en
torno a la identificación exclusiva de este con el Derecho, no solo conduce al
equívoco y desvirtúa conceptos y valores, sino que ampara la comisión de las
peores atrocidades, como ya vimos en el tema dedicado al positivismo. Todo
Estado tiende a quebrar el ideal de estar gobernado por las leyes y no por los
hombres, principalmente por su propia condición de Estructura de
dominación arbitraria y deliberada, por muy compleja que sea la formación
de «su voluntad» concreta. Nada tiene que ver el ejercicio de este poder
arbitrario con lo que supone la exigibilidad del Derecho por parte de una
autoridad reconocida dotada de jurisdicción.
IV. LA JURISDICCIÓN
El camino emprendido desde la introducción, pasando por todos los
capítulos, ubicados bajo un orden premeditado, ha tratado, y esperamos
haberlo conseguido, de desarmar al lector de todas las deficientes
conceptualizaciones previas para introducirlo sin mayor quebranto en una
explicación distinta, predefinida por F.A. Hayek y otros autores en la mayoría
de sus términos, pero engarzada, y esa es la originalidad de este trabajo, de
una manera novedosa, siempre encaminada a plantear una alternativa
contundente en contra de las posiciones más asentadas y mayoritarias del
pensamiento social, y en especial, el jurídico.
Cuando nos disponemos a conceptualizar y definir la idea de jurisdicción
resulta indispensable hacer la anterior advertencia. También lo ha sido revisar
sutilmente alguno de los conceptos más distorsionados que inundan los
escritos políticos, jurídicos o económicos. Descartar el pensamiento
hayekiano de nuestra posición responde al rigor planteado desde el principio,
tratando de obtener de cada autor su aportación más rigurosa.
Visto que Hayek no profundiza demasiado en los conceptos (aunque si
juegue con ellos diseñando un modelo alternativo de límite constitucional)
creemos procedente hacer lo propio con el término que más discrepancias
puede plantear no solo entre constructivistas y liberales, sino también dentro
de este último credo entre antiestatistas o meros limitadores. La jurisdicción
puede generar debates encendidos dados los elementos claros que contiene el
significado de la palabra; sencillamente, decir Derecho.
Hoy día se entiende por jurisdicción el poder irrevocable y definitivo
ejercido por los jueces y magistrados dentro de una estructura de resolución
de conflictos rogados o con intervención de oficio, complicado por el
desarrollo de una legislación inflacionaria y el desmoronamiento del
concepto tradicional de Derecho.[632]
En realidad la idea de jurisdicción va más allá. Decir Derecho incluye la
promulgación de una norma de forma independiente al conflicto particular
que pudiera suscitar la emisión de una sentencia resolutoria. El magistrado
dotado de esta potestad detenta el poder de poner Derecho: transformar
costumbres, normas o reglas latentes, que rigen evolutivamente el orden
social, a través de un proceso de articulación donde se perderá gran parte de
su contenido y función efectiva, pero que a su vez logrará una mayor certeza
formal en lo sencillo y superficial. O eso es lo que se pretende, aunque como
hemos visto, el resultado tiende a ajustarse de nuevo con el orden dinámico y
espontáneo, en busca de la armonía con las expectativas y el resto de reglas
eficaces. Dejémoslo en que este tipo de normas son planteadas de forma
alternativa, como parte de una oferta jurídica en directa competencia. Las
instituciones sociales proceden en gran medida de este proceso.
Debemos ampliar la idea que manejamos de jurisdicción antes de
profundizar en su conceptualización. Jurisdicción es aquel poder que hace
posible la exigibilidad de la norma jurídica. Separar la resolución de la mera
promulgación necesaria, arbitraria o contingente, ayuda a comprender que
para la formación de un orden de acciones viable y dinámico como es el
social debe cuidarse mucho la articulación normativa generalista, aun siendo
la búsqueda de la certeza formal el destino de tal intervención.
El Derecho dinámico halla su articulación dentro del caso concreto o del
dictamen del jurista. De forma evolutiva las instituciones jurídicas acaban por
alcanzar cierta nitidez en los términos arrastrados por jueces y pensadores. Es
ahí donde un magistrado podrá tratar de formalizar de una vez todo ese
bagaje evolutivo. La norma promulgada o positiva (puesta) gozará de la
eficacia de aquellas a las que pretenda dar luz y certeza. Esa eficacia medirá
la habilidad del emisor, y este obtendrá del éxito de su propuesta la autoridad
que le brindará la oportunidad de volver a descubrir y articular Derecho.
Estamos ante un sistema policéntrico y plural donde ninguna de las
magistraturas encargadas de expresiones concretas derivadas de esa necesaria
exigibilidad de la norma jurídica puede permanecer al margen de lo hecho
con anterioridad o en la actualidad por el resto de agentes jurídicos. No
queremos entrar aquí sobre la idea del precedente obligatorio o las
dificultades para acometer un cambio legal importante, incluso beneficioso
para ampliar el orden mejorando la probabilidad de cumplir más expectativas
lícitas. Siguiendo el argumento hayekiano, quien quiera innovar deberá ser
fiel cumplidor del resto de instituciones y reglas vigentes. Tendrá que gozar
de una autoridad previa así como de una capacidad para extenderla sobre
normas incomprendidas en origen por la opinión pública. Pero el dinamismo
de la creación de Derecho, donde intervienen jueces, juristas, particulares y
otros magistrados, haría posible que un cambio necesario adquiriese la
suficiente fuerza previa antes de ser introducido.
Tengamos en cuenta que en este orden de cosas la mera promulgación no
generaliza el acatamiento. Como vimos, el Derecho dictado puede
incumplirse por diversas razones. La obediencia de la norma dentro de un
sistema dinámico no tiene suficiente con la mera amenaza de coacción. Su
validez formal siempre queda supeditada a la eficacia de la norma así como al
examen de justicia que pueda hacérsele, en la medida que se integre dentro
del orden que pretenda alimentar.
La jurisdicción dentro de un orden complejo, alejado de los orígenes
tribales de la sociedad, acaba por desprenderse de la figura de líder autoritario
en clave familiar. El origen del orden espontáneo marca también un cambio
en la dinámica de selección de los detentadores de la potestad jurisdiccional.
Cuanto más complejo y abierto sea el proceso social y de mercado, mayores
serán los incentivos para que varios sujetos compitan por la autoridad. Esta
será compartida aunque su tendencia irá encaminada hacia la integración
estable, al menos bajo algún tipo de instancia comúnmente reconocida. Es
decir, dentro de un grupo humano políticamente compacto en cuanto a sus
relaciones, interacciones y preocupaciones comunes, existirá una clara
tendencia a que sea mucho más beneficioso culminar el dictado de
resoluciones o la capacidad de compilar normas en magistraturas únicas,
separadas e independientes, con una égida estabilizada (en este sentido
operarían límites razonables de integración).
La jurisdicción practicada por un magistrado puede ser de dos tipos:
personal o territorial. Será personal cuando su ejercicio someta a un tipo
concreto de individuos, discriminándolos respecto a otros. Puede existir
jurisdicción comercial, o dentro del comercio, en un tipo de producción o
actividad concreta. Se establecerán de forma espontánea figuras dotadas de
autoridad reconocida en las que los intervinientes ubicarán a los individuos
con más prestigio demostrado. Vemos como la magistratura en sí misma no
es sino un continente vacío. El dinamismo del orden hace que únicamente un
resolutor, o únicamente un dictador de normas, culmine en un ámbito
definido la exigibilidad del Derecho con carácter irresoluble. Quién sea el
magistrado depende del proceso y no es este el lugar para comentar los
diversos mecanismos que pudieran surgir para llegar a su nominación.
A medida que el orden se hace más complejo y crece la intensidad de
interacciones intersectoriales (comercio extenso unido a una progresiva
especialización de trabajo y conocimiento) terminará consolidándose la
jurisdicción territorial. Decimos que surge otra vez porque resulta lógico
pensar que en los orígenes de la humanidad la jurisdicción ejercida por el jefe
o los jefes del grupo se extendía hasta el límite de lo que consideraban sus
tierras. Del mismo modo, en momentos en los que se combinan diferentes
grupos sobre los mismos territorios o bajo un sistema de propiedad plural
dentro un orden social común, la jurisdicción propicia la perpetuación de esa
sujeción respecto del Derecho y la autoridad primitiva.
Se dicta Derecho para un territorio o se goza de autoridad sobre un
territorio (compuesto de multitud de ámbitos de dominio privado). Es decir,
la exigibilidad se hace efectiva y definitiva forzando a las partes en conflicto
a culminar su conflicto (no hablamos ya de buscar resoluciones previas
alternativas), si así llegara a producirse, bajo la jurisdicción de una
magistratura soberana, en el sentido estricto del término. De este modo cabe
afirmar que los órdenes espontáneos generan instancias jurisdiccionales que
garantizan cierta homogeneidad en la resolución de conflictos, siendo el
territorio concreto escenario de interacciones intensas y certeras. Unimos por
tanto al orden social distinguible la necesidad de instituir una autoridad
concreta a la que denominaremos Poder Público en su esfera de facultades
resolutorias de conflictos intersubjetivos. Nos encontramos de esta forma
ante una heterocomposición tendente a la integración.
Comentemos por fin la irrupción que distorsiona esta composición
dinámica y espontánea de autoridades que logran hacer exigible el Derecho
más allá de la aquiescencia de alguna de las partes en conflicto o de los que
pudieran necesitar hacer valer su pretensión en virtud de una norma puesta.
Hablamos siempre de magistraturas independientes, más allá de la fórmula
utilizada para alcanzarlas, en competencia contingente o por ostentación
institucional del cargo. Únicamente cuando una sola persona es capaz de
asumir las facultades y potestades de todas las magistraturas que
espontáneamente surgen del orden social, peligra su entidad y el sentido que
cumplen respecto al mismo.
El imperio es el poder absoluto. Conviene recordar de nuevo que ningún
poder resulta sostenible sin una opinión pública favorable. Cuando hablamos
de imperio nos referimos a la dominación irresistible. Ese sujeto o grupo de
sujetos ejercerán las potestades públicas distorsionando sus fines personales
con la recta función de dichas potestades. Irrumpirán en el orden que
pretenden gobernar destrozando en primera instancia los engranajes del
mismo a la hora de resolver conflictos intersubjetivos o compilar contenidos
normativos de origen evolutivo. La viabilidad de su posición depende de lo
explicado en referencia a la labor de los jueces, por ejemplo, aunque también
lo podríamos extender al de los legisladores. Los primeros, en la medida que
sigan respondiendo a la entidad tradicional y espontánea, a pesar de la
arbitrariedad de los mandatos o la inflación legislativa, continuarán sirviendo
con intensidad relativa al orden espontáneo sostenible. Por su parte, los
legisladores, siempre que conserven el espíritu real de las leyes, generales y
abstractas, y no falten a las instituciones evolutivas, podrán encajar sus
mandatos específicos o sus contenidos contrarios a los valores y principios
que sostienen el orden, sin crear un daño irremediable o terminal en el
proceso social.
Del imperio surge la estructura de dominación, hasta alcanzar cotas de
crecimiento y estabilidad que, aun cambiando de régimen político o casta
dirigente, pervivirá sin perder su capacidad de intervención. El Estado
procede del imperio aunque no sean exactamente la misma cosa.[633]
Resulta evidente, viendo esta conexión, la distancia que separa al Estado de
esas magistraturas públicas en sentido estricto (y no desvirtuado por su
utilización como pretexto del estatismo). Vemos como el Estado surge de la
constitución abrupta o paulatina de un poder absoluto o imperial que acaba
siendo detentador de todas las facultades propias de las magistraturas
concretas e independientes.
Conviene señalar que el dinamismo propio del orden libre y espontáneo del
que surgen estas magistraturas dificulta la comprensión de las mismas
complicando mucho la capacidad explicativa de sus características y entidad.
Cabe advertir sus expresiones más nítidas en las antiguas magistraturas
romanas, o en el sistema de jueces y árbitros que nació rápidamente del
Derecho mercantil medieval. Pero también son muchos los ejemplos pasados
o aún vivos donde podemos hallar, dentro de órdenes relativamente
complejos, retazos de esta teoría del poder público.
Sirva este breve análisis como avance de un estudio mayor y mucho más
riguroso que si bien excede el objetivo de este trabajo, lo completaría
haciéndolo más comprensible y satisfactorio.
CONCLUSIONES
«El Derecho —lo recto— es anterior a la ley»[634]
Iniciamos estas conclusiones realizando algunas aclaraciones. Como se
anunció en la introducción, el objetivo planteado en esta obra ha sido doble.
No solo hemos pretendido aunar en un único cuerpo teórico y explicativo las
aportaciones de dos ciencias sociales, como son la jurídica y la económica,
dando soporte estructural al estudio del Derecho, poniéndolo en relación con
el tipo de orden espontáneo que es el proceso social y de mercado mismo. En
ese cometido nuestra atención no ha podido centrarse en un autor distinto a
F.A. Hayek, premio Nobel de Economía, que dedicó gran parte de su vida
científica al estudio jurídico, psicológico y antropológico, tejiendo una red
explicativa multidisciplinar capaz de proporcionar argumentos muy
superiores y certeros que los servidos por la corriente dominante de
pensamiento.
De esa doble vocación investigadora ha surgido un trabajo que trata de
recoger, sistematizar y organizar las grandes aportaciones hayekianas, en
relación, crítica y comentario con las realizadas por otros autores afines a sus
planteamientos, y siempre, en confrontación con las doctrinas del positivismo
jurídico, máximo exponente de la corrupción epistemológica de las ciencias
sociales.
Durante todos y cada uno de los capítulos, hemos tratado de exponer con
claridad una explicación de las ideas y razonamientos planteados por Hayek
en su obra dedicada al Derecho, así como del estudio de los órdenes
espontáneos, el conocimiento, o su crítica al racionalismo constructivista.
Entrelazados, contrastando autores, matizando posturas controvertidas del
mismísimo Hayek, han sido presentadas tesis relevantes obtenidas del
estudio, investigación y comparativa de los argumentos utilizados para dar
cuerpo al texto. Culminada por fin la parte más costosa y ardua del proceso
de elaboración de un trabajo tan complejo y diverso, damos por alcanzado el
objetivo primordial propuesto. Las que siguen son conclusiones, pero
también propuestas de estudio y análisis; propuestas que asumimos como
cometido propio y que esperamos sean abordadas por tantos investigadores
como sea posible:
1. Hemos reformulado, amparándonos en los esfuerzos realizados por
otros, tratando de completarlos y dotarlos de engarce en una explicación
general del Derecho, conceptos como autoridad, norma jurídica, fuentes de la
misma, reglas que rigen el orden social, diferencias entre este y el orden
resultante de la actividad intelectual de juristas y particulares en su esfuerzo
por dilucidar soluciones a partir de un cuerpo normativo latente de origen
evolutivo.
2. El orden espontáneo se caracteriza por la múltiple concurrencia de fines
particulares en un mismo pero diverso escenario de interacción. Los
individuos actúan en función de conocimiento e información personal, de tipo
tácito y en gran medida inarticulable, captado del proceso social en forma de
señales que interpretan subjetivamente, y lo que es más importante, creado en
el ejercicio de su innata Función Empresarial.
3. El orden de acciones se hace posible gracias a la función que
desempeñan las reglas de mera conducta, de contenido igualmente tácito, que
hacen probables un gran número de expectativas que nunca están dadas, son
descubiertas y se transforman en el ejercicio de la perspicacia empresarial de
los agentes que intervienen en el proceso social.
4. De esta argumentación se concluye de forma necesaria la diferencia
entre las normas que rigen, el orden social (aun cuando se verbalicen o traten
de articular, ignorando parte del contenido latente que permanece en forma
tácita dando consistencia al orden) y las normas que, de forma deliberada,
quedan prescritas por voluntad de actores en la persecución de sus fines,
siempre y cuando exijan relaciones de sujeción (voluntarias o no) con
terceros.
5. El que pretenda organizar la acción, planificar la consecución de unos
objetivos, y para ello dependa de la interacción de otros dentro de un orden
intencional y, concebido al efecto, requiere de normas distintas a las que
seguirán rigiendo el orden espontáneo general donde esa organización deberá
acudir en busca de conocimiento relevante.
6. Los mandatos, concretos y específicos, que subordinan a terceros en la
ubicación predefinida, son de una naturaleza y condición absolutamente
distinta al tipo de conocimiento, información y conductas latentes en las
reglas del orden espontáneo social.
17. Muchas veces, los contenidos de esos mandatos deben ceder
concreción y especificidad a favor de una mayor abstracción y generalidad
que permita al destinatario de sus disposiciones una eficiencia más intensa en
la consecución de sus objetivos.
18. La imposibilidad de la suplantación de un sistema de normas dinámico
y policéntrico nacido libremente del orden de reglas de mera conducta que
hacen posible el orden social, es una cuestión que atañe al tipo de
conocimiento relevante.
19. Es imposible organizar la Sociedad a través de mandatos. La
coordinación nace de la capacidad para darse cuenta de oportunidades de
ganancia, en virtud de desajustes descubiertos ejercitando la perspicacia
empresarial. Se genera en ese momento nueva información y conocimiento,
transmitida a terceros en forma de señales que son interpretadas
subjetivamente por los distintos agentes.
10. Las reglas que hacen posible y sostenible el orden o proceso social, son
fruto de la interacción y el tipo de conocimiento relevante para proceder al
ajuste y la coordinación entre distintos fines particulares, cuya libre
persecución es el único incentivo para hacer viable y extender las
posibilidades generales del orden.
11. Pertenece a una actitud sinóptica, ingenua, cuando no arrogante, la
creencia en que resulta posible adaptar los contenidos normativos
intencionales de reglas positivas, a los requisitos que dotan de eficiencia
dinámica a las instituciones de las que se sirven los actores para aminorar la
incertidumbre inerradicable y emprender acciones.
12. El constructivismo jurídico es un error intelectual, de la misma
naturaleza que el gravísimo error teórico que supone el Socialismo, como
pretensión suplantadora del orden espontáneo y de mercado a través de
coacción institucional y sistemática desde una voluntad central, que aspira a
conseguir coordinar la sociedad mediante un conocimiento sesgado e
irremediablemente incompleto, por no decir, irrelevante.
13. El Derecho, como todo aspecto relevante del proceso social y el orden
de mercado, implica un problema de información y conocimiento. El orden
espontáneo social, como orden general de acciones, proviene de la formación
y seguimiento de un cuerpo indeterminado de reglas de recta conducta.
14. La definición de las reglas adquiere mayor importancia cuanto al
mantenimiento del orden en la medida que vayan surgiendo conflictos
intersubjetivos. El individuo actúa siempre a través de reglas, sea o no
consciente de ello.
15. La verbalización o articulación, descubriendo normas o interpretando
otras predefinidas con anterioridad, supone un gran esfuerzo de
sistematización y sana crítica que aportará nueva información interpretable
subjetivamente por el resto de actores.
16. El Derecho resulta exigible por sí mismo; es una característica que le es
propia e innegable. Tanto en el momento cuando el Derecho está formado por
los contenidos que se estiman exigibles, como llegado el momento en el que
una autoridad enuncia contenidos tratando de resolver controversias de forma
compatible con el orden de acciones efectivo, el Derecho se distingue del
resto de órdenes normativos por esa condición de exigibilidad.
17. De la actuación de estos operadores jurídicos, con niveles variables de
autoridad, como simples agentes o jurisconsultos, todas sus conclusiones
generan nueva información o dan versiones del latente contenido de las reglas
y normas de recta conducta.
18. La formación, adaptación y continuidad del orden social depende de
que se creen información y conocimiento capaces de adaptar el cuerpo
normativo a las nuevas circunstancias.
19. El sistema evoluciona con base en procesos de prueba, error,
competencia y aprendizaje. Es un proceso libre en el que intervienen multitud
de actores, como operadores jurídicos, y el resto de individuos, como agentes
interesados con expectativas fundadas o no.
20. Es un sistema dinámico de conocimiento en continua adaptación,
reformulación y creación, imposible de ser dominado por un órgano de
dirección único, encargado en su caso de la emisión excluyente de normas.
21. Para que el orden persista y sea eficiente, a pesar del intento por
centralizar y simplificar (e incluso desvirtuar) la ley en su sentido original
(como norma general y abstracta) pasando a ser concreta y específica, de
carácter teleológico, deberá seguir viva la aportación policéntrica y libre de
distintos operadores.
22. Los jueces, dentro de un ordenamiento centralizado y monopolizado,
en la medida que sigan siendo tal cosa (jueces en el sentido tradicional del
término), deberán adaptar sus resoluciones al orden efectivo de acciones,
tratando de interpretar las normas emanadas del legislador central,
amortiguando mandatos, siempre dentro de sus posibilidades. Si esto dejara
de suceder el orden desaparecería paulatinamente y el proceso social
intervenido se apagaría sometido a una ineficiencia insuperable.
23. Al igual que sucede con el mercado general donde la información
relevante para coordinar y ajustar únicamente surgirá de la libertad en la
persecución de fines particulares, por la naturaleza subjetiva y dispersa del
conocimiento, así como del cumplimiento de normas abstractas y generales
de mera conducta, el orden jurídico (el que abarca esas normas) solamente
hallará el contenido que mejor consiga adecuar el orden de acciones vigente a
los continuos cambios que sufre el proceso social, de la libertad de los
agentes que intervengan en la formación del Derecho.
24. No es posible que impere una organización regida por una voluntad
concreta (no necesariamente personal) en persecución de fines particulares y
excluyentes. El orden jurídico coordinado y eficiente surge de la libre
concurrencia, la competencia y la formación de conocimiento propios del
orden espontáneo.
25. El estatismo, como hecho histórico con un desarrollo y fases
discernibles en el estudio de los acontecimientos y circunstancias, ha sido, de
forma velada o evidente, motivo de reflexión para los grandes filósofos y
pensadores de los últimos siglos.
26. El auge del Estado tuvo en el positivismo jurídico y su identificación
(la del Estado) con el Derecho, la más grave contribución al desbaratamiento
y distorsión en el estudio de las ciencias jurídicas y las reglas que rigen el
orden social.
27. Identificar unas fuentes sustantivas del Derecho resulta indispensable
para la confección de un estudio riguroso y amplio sobre la materia.
28. Asumiendo que el Derecho propio de un orden social libre, no
sometido a la égida arbitraria de una estructura de dominación injusta (por
redistributiva y expoliadora), nace de la competencia entre agentes y el juego
de autoridades socialmente reconocidas, debemos negar la calidad jurídica de
toda definición normativista de las fuentes del mismo.
29. La verbalización de normas, su articulación y exigibilidad de las
mismas por parte de autoridades, deberá nacer en todo caso del tipo de reglas
generales y abstractas, de mera conducta, que rigen el proceso social.
30. Si quisiéramos dar concreción a estas palabras, podríamos identificar
fuentes específicas, pero nunca negar la realidad dinámica de la que surgen
sus contenidos normativos. El orden policéntrico de generación de normas
jurídicas responde a la necesaria eficiencia que hace sostenible el proceso
social.
31. El Derecho es la institución evolutiva clave (por sus vínculos con el
resto de instituciones sociales). Convierte en viable un orden de acciones
compatible con la libertad y la creatividad empresarial. Debemos identificar e
integrar la definición de Derecho, como norma exigible por una autoridad,
una vez verbalizado y articulado un contenido latente en el orden abstracto,
con la idea de lo recto, que dio nombre en su momento a ese tipo de reglas.
32. Cuando hablamos de dispersión del conocimiento, eficiencia
institucional, dinamismo o competencia, aceptando el estudio realizado sobre
los fenómenos complejos y los órdenes espontáneos, comprendemos que no
todo es Derecho, dada una u otra definición. Por esa razón hemos
considerado sus vínculos y relaciones con el resto de órdenes normativos y de
reglas, como una compenetración elemental debida a la identidad en el origen
de su contenido normativo. Hablamos de un conjunto de reglas de mera
conducta que evolutivamente toman una condición u otra en función de los
aspectos que vienen a regular.
33. De esos procesos de aprendizaje, prueba, error, competencia y
conflictividad, obtenemos concretas nominaciones aprehensibles por el
pensador jurídico, capaz de clasificar cada norma en virtud de sus
características fundamentales. Hablamos de Moral, Derecho y reglas de
cumplimiento voluntario. Pero también del tipo de continente que las porta en
su interior. Hablamos de costumbres, tradiciones, principios generales o
Derecho.
34. La incursión del Estado como monopolio emisor de normas exigibles,
ha desbaratado en gran medida la trama de relaciones entre los diferentes
tipos de reglas, normas, y continentes evolutivos en los que se adaptan y
desarrollan con el paso de las generaciones y la aparición de nuevos
conflictos.
35. Al definir el Derecho como aquello que emana de la voluntad del
legislador monopolístico y soberano, se deshace el orden, cambiante pero
sostenible, que desde la posición del científico social resultaba aprehensible
con cierta claridad.
36. El positivismo jurídico vino a dar respaldo y garantía formal,
epistemológica y metodológica, a la aspiración hiperracionalista del
constructivismo estatista. Cegados por el error intelectual, poco a poco los
pensadores obviaron la fuente de toda regla (el orden espontáneo), dando
pasos de ciego en un camino que ha sido capaz de todo tipo de esperpentos y
atrocidades.
37. El Concepto de Derecho debe tomarse como una idea múltiple en la
medida que a tantos interesa definirlo como tantos otros lo interpretan de una
forma distinta. Por ello, más allá de las conceptualizaciones presentadas en
este trabajo, debemos afirmar la pluralidad como mejor resorte para la
comprensión, sin caer en dogmatismos estériles y cerrar definiciones
excluyentes. El Derecho es lo recto. La falta de acuerdo o certeza sobre la
norma se resuelve como veremos más abajo.
38. El Derecho es exigible en la medida que una norma jurídica sea aquella
que quepa imponerse frente a todos una vez clarificado su contenido, y
asignados costes y responsabilidades (si de un conflicto se tratara). Derecho
como conjunto de normas abstractas y generales, en la medida que no prevén
soluciones concretas, resultados delimitados, ni señalan a individuos
específicos. Tejen una red de prohibiciones, de reglas negativas de recta
conducta, a fin de reconocer cierta posibilidad en la vigencia de expectativas
así como la libertad de perseguir fines particulares buscando el ajuste desde
una perspectiva subjetivista, con un conocimiento tácito, privativo e
inarticulado.
39. El Derecho, como institución, debe proporcionar niveles aceptables de
certeza. Pensar que la única vía para alcanzar una predictibilidad suficiente es
la articulación completa con vocación de plenitud y unidad del ordenamiento
jurídico, incurre en la ingenuidad propia de quien cree poder dominar el
conocimiento disperso y tácito dentro de una legislación estable, eficiente y
completa.
40. La certeza exige, al menos, la perdurabilidad de los aspectos regulados;
es decir, las reglas deben permanecer en el tiempo, más allá de lo que pudiera
considerarse como un contingente cortoplacismo. La novación perpetua
destruye el requisito de certeza normativa. Hayek aduce que aun topándonos
con normas invasivas que erosionan aspectos importantes de la esfera de
libertad individual, el sujeto tiene la capacidad de afrontar las limitaciones
siempre y cuando estas sean estables. Algo muy parecido comenta Bruno
Leoni.
41. Dalmacio Negro introduce una conclusión notable al respecto: si una
estructura de dominación basada en la coacción sistemática
institucionalizada, pretende suplantar al orden espontáneo con la idea de
lograr mejores resultados gracias a una organización deliberada de la
coordinación y el ajuste social, no puede permitirse estatuir normativa
estable, dado que, en cualquier caso, por muy insoportable que fuera la
intervención, con el tiempo (dependiendo de cada caso) los actores afectados
comenzarían a generar un orden distinto, privado y más dinámico que la
imposición externa. Por esa razón, los Estados totalitarios, se ven obligados a
perpetuar la revolución (B. Jouvenel).
42. La certeza debemos entenderla como seguridad respecto a
determinados contenidos y la probabilidad de concretas expectativas. No es
indispensable que dichos contenidos estén articulados. De hecho, es
imposible formalizar por completo lo que las reglas de mera conducta
afectivamente regulan.
43. Resulta ilusorio creer que el juez aplicará sin más el literal de la norma
legislada. Siempre recurrirá a su sana crítica y, en la medida que se comporte
como un juez en sentido estricto (de carácter tradicional) buscará la inclusión
de su acto resolutivo en el orden de acciones vigente; es decir, buscará la
solución justa en los términos expuestos en esta publicación, siguiendo la
argumentación hayekiana.
44. La certeza impulsa la consolidación de órdenes normativos más allá de
su articulación. Un orden de acciones despliega certezas que son
interpretadas subjetivamente por los distintos actores en función de su
conocimiento y expectativas. La tendencia empuja a la verbalización de
normas que adquieren la claridad suficiente como para que, recogidas en un
texto, no perviertan su original cometido dentro del proceso social de
interacciones entre los individuos partícipes del mismo.
45. El Estado tiene dos vías de asimilación y monopolización del Derecho:
el recurso a un concepto tendencioso de seguridad jurídica, y la garantía del
acatamiento de normas y resoluciones. Del estudio de los fenómenos
complejos y las reglas que rigen nuestra percepción y acción, estableciendo
nexos causales y regularidades estables que ordenan nuestra capacidad
comprensiva del entorno social en el que nos desenvolvemos, es fácil
concluir la innecesaria presencia de un ente monopolista de la articulación de
contenidos, promulgación y exigibilidad del Derecho.
46. La moral es un tipo de norma que señala lo bueno, distinto de lo malo,
en pos de alcanzar un virtuosismo que haga posible la armonía social. Es
contingente, aunque de ella, en la medida que contribuya al éxito del grupo
en un paulatino incremento de la complejidad, la división del conocimiento y
la extensión del orden social, podremos advertir principios éticos estables en
los términos que veremos más abajo.
47. El innovador jurídico o moral se caracteriza (y esto es muy importante
extrapolarlo a todos los ámbitos donde los hombres se aferran a instituciones
arraigadas) por ser cumplidor escrupuloso de todo el orden. Busca encajar su
aportación, la nueva norma o regla, en el orden vigente. Hablamos del
innovador que es capaz de introducir su nueva conducta en el mismo ámbito
donde solía desenvolverse hasta el momento.
48. Distinto es que el resto de sujetos la lleguen a asumir, pero lo cierto es
que su superioridad práctica, lejos de ser evidente y por ello reproducida
paulatinamente por el grupo, adquiere una evidencia tácita gracias a la
rectitud exhibida por el innovador en el resto de facetas de su actuación en
sociedad. El respeto y la toma en consideración, incluso el mimetismo
inintencional, tiende a ser efectivo en la medida que el innovador sea
escrupuloso con el resto de conductas, morales y tradiciones.
49. Podemos aplicar esta conclusión al ámbito de la resolución judicial y el
cambio de orientación en la resolución previa de conflictos. Un mismo juez
puede lograr la comprensión de su auditorio y conservar su autoridad intacta
cuando revisa con inteligencia, y una argumentación acorde, el contenido y la
intencionalidad de las sentencias propias dictadas con anterioridad.
50. Cuando un precedente vinculante adquiere características
institucionales, despliega dos facultades. Por un lado, garantiza la certeza
respecto a un contenido mínimo del Derecho en esa parcela tratada, y por
otro, puede llegar a plantear un problema si su carácter estático adquiere un
reconocimiento que imposibilite la novación adaptativa y dinámica en pos de
dotar de mayor eficiencia al proceso social.
51. Para solventar esta circunstancia operan las mismas conclusiones que
afectan al innovador moral. El juez que pretenda novar lo que ya es un
precedente estable y arraigado, deberá ser absolutamente coherente con el
resto de instituciones, morales, reglas y normas jurídicas, incluidas las
resoluciones que respalden o garanticen en parte el contenido del precedente
que busque reformular o derogar.
52. El innovador tiene frente a sí la ardua tarea de tratar de hacer más
eficiente el comportamiento del orden jurídico respecto a nuevos conflictos, y
también los antiguos. La búsqueda de la justicia exige rectitud en los agentes
jurídicos que operan y tratan de lograr la autoridad y relevancia suficientes
para poder contribuir a la coordinación del orden social y de acciones vivo en
ese momento.
53. Los individuos actúan guiados por un piloto automático. La moral
personal es fruto del aprendizaje y adaptación a unas morales latentes en el
entorno donde se desarrolla el individuo desde su nacimiento. Esta
asimilación traza reglas de percepción y de acción, y al mismo tiempo
introduce represiones instintivas, o la categorización de lo bueno, lo recto, lo
malo o lo indebido.
54. El éxito puede proceder del fraude de las reglas que los otros esperan
cumpla el actor. Pero el infractor siempre debe dar la imagen de ser un
escrupuloso seguidor de las mismas si quiere lograr la confianza del resto. La
estructura moral de nuestras mentes hace que incluso el deshonesto trate de
ser visto como todo lo contrario.
55. La honestidad es clave. La conciencia sobre la misma nos ayuda a
percibir cómo debemos comportarnos, más allá de conocer, de manera
explicitada o verbalizada, la regla que tradicionalmente impera en un orden
social definido. La mente humana no actúa de nuevas, no viene de vacío; es
capaz de resolver dudas y conflictos siempre y cuando impere con claridad el
principio que mejore la interacción y ayude a disolver la incertidumbre que
nos acecha: ser honesto en todo caso.
56. El Derecho mantiene las relaciones explicadas en este trabajo con el
resto de órdenes normativos y de reglas. En su contenido sustantivo recibe
retazos de moral y decoro social. El equilibrio entre los distintos órdenes y el
mantenimiento de cada tipo de reglas, por lo regulado y los efectos que tiene
una eventual exigibilidad coactiva sobre dichas conductas, es complejo y
depende de la libertad que disfruten los actores intervinientes en el proceso.
57. Únicamente en libertad el individuo interioriza el orden de acciones
vigente y el contenido tácito de las reglas fundamentales, disciplinando su
conducta de forma necesaria, reduciendo la intervención de un resolutor de
conflictos a casos muy puntuales.
58. El Derecho (como norma exigible) se hace necesario en la medida que
crezca la conflictividad (o mejor dicho, la complejidad del tracto social),
siendo perfectamente delimitables los contenidos que quedan enmarcados en
su ámbito regulatorio. El resto de contenidos normativos pertenecerán al
ámbito de la moral y de las reglas de cumplimiento voluntario, que regirán en
el orden social.
59. La moral (su parte fundamental) no puede imponerse a través del
Derecho. Tampoco el decoro social. Puede que una norma jurídica o
resolución deba (o eso crea su emisor) en un caso puntual asimilar
jurídicamente contenidos morales o de decoro social. El caso debe ser
excepcional y extremo, ya que la exigibilidad de los mismos concluye en la
tendencia al fraude y la pérdida de eficacia.
60. Las normas jurídicas deben estar en armonía con la moral social. El
operador jurídico hará depender siempre el acierto en sus postulados del uso
que haga de contenidos morales.
61. Hayek no fue un antiestatista en los términos que se han visto. Creía en
un gobierno con capacidad de intervención tratando de resolver «fallos» de
mercado. Opina, eso sí, que su actuación debería ser competitiva, sin impedir
el acceso a los agentes privados que quisieran intentar el ajuste por su cuenta
y riesgo.
62. El Derecho, como monopolio estatal, unido al de la fuerza,
entrelazados ambos por la necesaria legitimidad de la segunda, en virtud de
un orden jurídico indispensable para coordinar la sociedad, no es cualquier
tipo de intervención.
63. Cuando el Estado asume la exclusiva emisión normativa impone
forzosamente su vigencia, obligando a todos a su acatamiento bajo la
amenaza coactiva que le concede el monopolio en el uso de la violencia. El
Derecho, por muy acertados que puedan ser determinados mandatos respecto
al orden de acciones espontáneo, deja de cumplir su natural condición, para
convertirse en las reglas organizativas de un ente de dominación irresistible
con objetivos determinados y, pretendidos resultados.
64. No cabe en nuestra argumentación teórica la posibilidad de que el
Estado intervenga en el ámbito jurídico por el simple hecho de que no se crea
en la existencia de incentivos para que el proceso mismo genere las fórmulas
de resolución y articulación normativas. Como se ha visto, el orden impera a
pesar del Estado.
65. El Estado, como estructura de dominación, es relativamente reciente.
Su proceso de absorción e intento de suplantación de todos los elementos que
hacen viable la Sociedad y el Mercado, puede analizarse históricamente. Esto
no impide que el estudio científico del Derecho excluya el análisis de la
presunta necesidad de un monopolio jurídico excluyente.
66. Hayek pecaría de esa ingenuidad que supo rehuir con acierto, si creyera
que el Estado, por naturaleza propia, puede convivir en competencia abierta y
sin barreras de acceso en el ámbito jurídico. La mera existencia del Estado
exige su identificación con el Derecho, en los términos defendidos por el
positivismo.
67. Dicha pretensión es en cierto sentido dinámica, dado que el proceso
social prosigue muy a pesar de la intervención y el monopolio formal,
generando ajustes jurídicos al margen de la égida estatal; sea en cada una de
las resoluciones judiciales, o en la formación de un corpus normativo
mercantil internacional, por poner dos ejemplos.
68. La propiedad plural (o privada) aparece como la institución evolutiva
que despliega y conecta contenidos y soluciones dentro del conjunto general
que es el Derecho. Como garantía de la libertad individual, camina pareja al
desarrollo e incremento de complejidad del orden espontáneo.
69. Siendo su mejor soporte, experimenta una evolución acorde con las
expresiones contingentes de la autonomía de la voluntad en la persecución de
fines particulares; requisito elemental para la formación del orden social
fundado en la división del conocimiento y su extensión sin límite previsible.
70. Su conceptualización y definición resulta ser la tarea más importante
que deberán afrontar el resto de normas y garantías jurídicas. Los operadores
jurídicos y los individuos en interacción, desde una idea básica sobre el
dominio y la disponibilidad, padecerán nuevos conflictos en la medida en que
las relaciones y las posibilidades de apropiación se multipliquen y varíen de
una forma impredecible y dinámica.
71. La eficiencia de la institución propietaria resulta indispensable para que
el juego con el resto de instituciones, las reglas que rigen el orden social, los
principios y valores que debemos afirmar sin más (al modo hayekiano), o los
elementos descubiertos y depurados de una posible ética objetiva compatible
con la libertad, se coordinen y logren ajustarse (tarde o temprano), haciendo
sostenible y viable el proceso social y de mercado.
72. La expropiación de la institución del dominio, disponibilidad y
exclusión (propiedad privada), representó un paso necesario en la formación
y crecimiento del Estado. El expolio necesita de justificación y legitimidad
derivadas ambas de una previa expropiación del Derecho. El Estado debe
presentarse como garante de resultados, un Estado Moral, dedicado a la
procura de los necesitados y guiado por objetivos nacionales o colectivos (el
interés general y el bien común).
73. Los individuos pasaron a ser súbditos en la medida que variaron su
condición de contribuyentes (que al menos conserva cierto matiz de
voluntariedad) a la de meros sujetos fiscalizados, expropiados de manera
perpetua e irresistible. El Estado adquiere así el monopolio sobre la
propiedad de los individuos, tratando de sostener un equilibrio inestable
donde debe modular la intensidad del expolio presentándolo ante la población
como un bien para todos (o un mal necesario).
74. La expropiación propietaria va más allá, entrando a regular todos los
aspectos de asignación y defensa de derechos de propiedad, obviando
principios generales y tradicionales, o resoluciones arraigadas y eficientes, en
pos de la consecución de otro tipo de fines o cálculos de utilidad social. Esta
intervención genera distorsiones, descoordinación, e impide el ejercicio de la
función empresarial en las áreas del proceso social sometido a regulación
extrema.
75. La Libertad no aparece como una consecuencia directa de cualquier
orden social. Únicamente a través de ciertas normas, reglas, costumbres,
hábitos y morales, se logra dar el salto desde la comunidad tribal hasta la
Gran Sociedad. Es en esa evolución donde unos determinados principios y
valores terminan por imperar; de ahí procederá la garantía de libertad como
ausencia de coacción arbitraria.
76. Del mismo modo que la Libertad individual, como circunstancia
consustancial a la naturaleza estable del ser humano, se consolida y es
descubierta en sus formas y expresiones específicas mediando un proceso
evolutivo de adopción de contenidos normativos y morales concretos, la Ética
experimenta un camino similar.
77. La Ética, como conjunto de principios consustanciales a la naturaleza
estable del Hombre (su propia entidad genética cambia y no sabemos de qué
manera lo hace y hará en el futuro; aunque cabe afirmar cierta estabilidad
relativa y suficiente), es descubierta y sistematizada en la medida de lo
posible a través de la investigación y el uso de la razón dentro de escenarios
culturales específicos.
78. Interesa analizar la intensidad con la que esa ética, disponible solo en
parte para la razón y siempre en función del orden social donde se pretenda
su sistematización, varía a lo largo de la historia, incluso en las culturas que
han logrado altas cotas de libertad individual y complejidad social.
79. Afirmamos que el Hombre es capaz de aproximarse a una ética de la
libertad, consustancial a su propia naturaleza, solo cuando su esfuerzo se
enmarque dentro de un orden social regido por principios, valores y morales
que hayan hecho posible de manera evolutiva esa posibilidad.
80. Identificamos la consecución de altas cotas de división de
conocimiento y trabajo, así como de incremento de la complejidad y apertura
sociales, con la realización efectiva de un orden en libertad, como ausencia de
coacción, en el que sea posible realizar aproximaciones sucesivas,
satisfactorias solo en parte, hasta unos principios éticos que podamos
considerar atemporales (en términos relativos en función de la estabilidad en
la naturaleza del Hombre) y universales.
81. Quedan por tanto entrelazados sin remedio el aspecto evolutivo (el
éxito del grupo humano en la creación de un orden espontáneo y extenso
capaz de generar más oportunidades y garantizar esferas privadas de libertad)
con la posibilidad de descubrir y formular con rigor y acierto principios
éticos compatibles con la naturaleza del hombre.
82. No todo contenido incluido en el Derecho Natural a lo largo de los
siglos, resulta perfectamente compatible con la ética que brota y puede
descubrirse de la naturaleza humana. Sin mantener unidas las dos visiones
(evolutiva y de ética objetiva) resulta imposible advertir esos principios en las
normas y reglas vigentes en una sociedad.
83. Las normas jurídicas evolutivas tienden a ser de tipo negativo.
Prohíben determinadas conductas no invadiendo el resto de posibilidades de
acción. La extensión excesiva de ese prohibicionismo puede deberse al
extremo puritanismo en la articulación de reglas expresas en un estado de
opinión determinado.
84. El Derecho incluye, dentro del contenido de sus normas, elementos
procedentes de otros órdenes normativos como son la moral, o el decoro
social (reglas de cumplimiento voluntario). En la medida que se transforme
en una herramienta de represión de conductas no lesivas en términos
estrictos, pero sí contrarias a fundamentos morales más o menos
mayoritarios, dejará de servir al dinamismo del orden espontáneo
contribuyendo a su anquilosamiento.
85. El Derecho debe ser mínimo, estable en sus términos estructurales y
generales, y guardar una tendencia evolutiva, logrando que la prohibición de
conductas se circunscriba al mero ámbito de protección de la vida, su
integridad, la propiedad y la libertad individual como ausencia de coacción.
86. No hablamos de rehacer el Derecho, sino de que su evolución siga el
camino de lograr una mayor y mejor libertad con los descubrimientos y
formulaciones éticos consecuentes. Se trata de una tutela crítica basada en los
principios y valores que hacen posible el orden extenso y la sociedad abierta.
87. Como han señalado varios autores el Derecho en manos del Estado,
despojado de su naturaleza privada y espontánea, se convierte en la
herramienta indispensable para procurar el cambio social. Lejos de adecuar el
ordenamiento jurídico a través de la legislación a realidades que gozan de
arraigo suficiente por sí mismas, el legislador constructivista pretende el
cambio en sentido estricto.
88. Sirviéndose de normas imperativas y exigibles, aspira a representar
concepciones arbitrarias e ideológicas que prefiguran en sus mentes como
más eficientes, mejores, más justas o moralmente superiores.
89. El Derecho, como institución evolutiva, privada y libre, en la medida
que se desarrolle dentro de un proceso social con determinados valores y
principios que lo conviertan en un orden de libertad y autonomía de la
voluntad, camina independiente (siempre interdependiente con el resto de
instituciones libres), como resultado de las acciones individuales, pero sin un
patrón deliberado y previo por el que adecuar sus variaciones.
90. Todo lo concluido hasta ahora evidencia el grave error y la peligrosa
ingenuidad con la que se recurre a la legislación en busca de cambios o
resultados concretos en el proceso. El teorema de la imposibilidad del
socialismo, en cuanto a la información y el conocimiento relevantes, unido a
la comprensión de los órdenes espontáneos y la naturaleza de las reglas que
rigen en ellos, no dejan margen para el titubeo en el científico social riguroso
y sin prejuicios.
91. La economía contemporánea estudia el mercado como representación
de un orden espontáneo, manteniéndose de espaldas al estudio en
profundidad de las normas que regulan el proceso social.
92. Deben reunificarse las disciplinas para poder así dar soluciones
coherentes mucho más explicativas. El razonamiento multidisciplinar aparece
como elemento indispensable para aproximarse a verdad con más seguridad
sobre los resultados. Adoptar los tres niveles de estudio asumidos en este
trabajo es quizá la mejor recomendación metodóloga de la que humildemente
seamos capaces.
93. Únicamente combinando el estudio de una ética objetiva (tratando de
descubrirla del examen de los contenidos, principios y valores que sostienen
las reglas evolutivas que hacen posible el orden extenso), la comprensión de
la teoría que explica tal evolución institucional, y el desarrollo de una teoría
económica que tome como respaldo, en sus conclusiones y producción de
leyes de tendencia (el estudio de la praxeología, como ciencia de la acción
humana) será posible realizar aproximaciones paulatinas y rigurosas a la
realidad que nos envuelve.
94. Las coincidencias cronológicas pueden no significar nada o, en cambio,
tener un efecto paradigmático para quien las descubre o sabe de ellas. Hans
Kelsen, jurista y filósofo del Derecho, padre de la Teoría pura del Derecho
(desideologizada y amoral) nació y falleció en los mismos años que Ludwig
von Mises (1881 y 1973 respectivamente), siendo ambos súbditos del
Imperio Austrohúngaro, primero, República Federal austriaca después.
95. Estas coincidencias sirven como recurso discursivo cuando la
comparación entre los dos personajes deja tanto que decir. No es este el lugar
para cotejar sus recorridos vitales y aportaciones singulares, pero sí para
advertir sendos legados en la impronta de la civilización occidental. Mises
fue sin duda alguna el mejor economista del siglo XX.
96. Kelsen es el teórico del Derecho más relevante. La importancia de
Mises, por desgracia, no adquirió la repercusión que sí tomó la obra
kelseniana. El mundo del siglo XX, con todos sus padecimientos y miserias,
tiene en Kelsen a un legitimador, con su positivismo jurídico, de las
maquinarias estatales capaces de los mayores crímenes y vejaciones.
197. Mises, en su defensa del subjetivismo liberal, allí por donde pasara
(Viena, Ginebra o Nueva York), contribuyó como pudo a frenar el avance
totalitario o, al menos, despertar en la mente de muchos de sus seguidores la
pasión por la libertad y la mejor teoría económica capaz de respaldarla.
198. Con un efecto similar al que supuso la obra y pensamiento de Lord
Keynes, Hans Kelsen formó parte del grupo de científicos sociales que, con
mayor o menor intención, contribuyeron decisivamente a la justificación del
error socialista como fórmula de organización social.
199. El estatismo, como expresión de aquel, y medio indispensable para
acometer sus desmanes, tiene en el positivismo su ideología. Negarlo, como
trató de hacer Kelsen con su Teoría desideologizada y amoral, no es sino un
burdo intento por revestir de rigor lo que ya en su momento, y hoy con más
evidencia si cabe, fue una contribución tan liberticida como la teoría
económica keynesiana.
100. El Estado, desde sus orígenes hasta la actualidad, ha logrado el
imperio, o irresistibilidad, gracias a su fuerza generalmente incontestable, y a
la legitimidad con la que consigue poner de su parte a la opinión pública,
bien por indiferencia, alienación o sincera adhesión.
101. Para lograr los niveles de intervención y domino de nuestros días, ha
recurrido, primero la manipulación, y después la expropiación o publificación
de las instituciones sociales por antonomasia.
102. Manipula y pretende manejar a su antojo el lenguaje, en virtud de
fines espurios o intrincadas estrategias de distorsión y manipulación.
Expropió el dinero, generando todas las dislocaciones y falsas señales que
generan ciclos recurrentes, haciendo del crecimiento económico un proceso
plagado de altercados, expansiones desaforadas y profundas pérdidas de
riqueza en forma de recesión y reajuste (y no el crecimiento sostenible, sin
errores masivos de inversión, que propiciaría el respeto de los principios
generales del Derecho).
103. Quiso expropiar el mercado, interviniéndolo hasta sus últimas
consecuencias, e incluso suplantándolo, haciendo imposible el cálculo
económico. A pesar de ello, la imposibilidad del socialismo, como coacción
institucionalizada y sistemática sobre el ejercicio de la función empresarial de
los individuos, demostró en la práctica su teorizado fracaso.
104. El Estado intervencionista triunfó sobre el socialismo «real» gracias a
nuevas formas de dominio sobre el mercado, aminorando su carga y
liberando sectores, al tiempo que extendió regulaciones y distorsiones, que
con el tiempo han contribuido a generar nuevas crisis y quebrantos.
105. Aun así, haciendo caso a L. von Mises cuando señalo la fatalidad que
suponía «matar a la gallina de los huevos de oro» (en La Acción Humana), el
estatismo sobrevivió y perpetúa su égida sin aparente final.
106. El proceso estatista, del que no queremos proceder a simplistas
personificaciones que inhabiliten el discurso aquí expuesto, tiende, por su
propia naturaleza, a todas las invasiones citadas. Para acometerlas recurre a la
fuerza, pero también, como se ha señalado, a la legitimidad y el refrendo
activo u omisivo de la opinión pública.
107. Para lograrlo se ve impelido a identificarse con el Derecho, como
conjunto de normas que generan certezas, aclaran expectativas y resuelven
conflictos, haciendo de él la herramienta de dominación fundamental, con la
que proceder al resto de asaltos y suplantaciones.
108. Obviando las diferencias entre orden y organización, tratando al
proceso social como si de un todo dado y planificable se tratara, el Estado
promulga sus propias reglas (necesariamente, en gran medida, idénticas en
contenido a las propias de la institución jurídica espontánea y evolutiva; de lo
contrario el proceso se detendría por completo) y de ellas alcanza la
legitimidad, el método y los mecanismos para formalizar y justificar
científicamente su monopolio exclusivo en el ejercicio de la violencia.
109. De él toma el resto de sus facultades; sin el refrendo del monopolio
sobre el Derecho tal circunstancia sería más difícil cuanto más complejo
fuera el proceso social.
110. Hemos visto cómo el pensamiento científico acompaña en esta carrera
por la destrucción del orden y su suplantación por una organización racional
y deliberada que persigue fines concretos y aspira a resultados preconcebidos
(la ilusión sinóptica impera en las convicciones estatistas), creando teorías y
refrendos, supuestamente científicos, con los que dotar de consistencia al
proceso de expansión y consolidación estatista.
111. A pesar de ello, el orden espontáneo resiste (haciendo viable ese
intervencionismo que no termina por apagarlo), y las reglas que rigen en él
mantienen su vigor en términos relativos. El Derecho estatizado, expropiado,
socializado, convive con el Derecho evolutivo y el resto de órdenes
normativos y de reglas que hacen posible y sostenible el proceso social. Sin
ellos solo tendríamos mandatos, que harían inviable la coordinación dentro de
una Sociedad compleja y extensa como la occidental.
112. Los científicos sociales debemos enfrentarnos a la justificación y
legitimación del estatismo, más si cabe desde el pensamiento jurídico y
económico, contra todos aquellos que pretendan el refrendo de lo que a todas
luces es un error intelectual ineficiente y contrario a la ética discernible y
mínima que cabe afirmar en el ser humano. Ética y eficiencia son dos caras
de una misma moneda.
113. El estatismo expropiador y monopolista se topa indefectiblemente con
sus propias contradicciones cuando trata de invadir por completo una parcela
del proceso social.
114. Si hoy sigue vivo (el Estado) es gracias a la generación espontánea de
nuevas formas jurídicas, a la labor de los jueces (a pesar del intento por
convertirlos en meros burócratas), y el impulso que la libertad imprime en los
actores que desde todos los frentes generan el conocimiento y la información
a partir del descubrimiento de oportunidades de ajuste, coordinando
eficientemente el orden social. El Estado no es viable sin algo de
espontaneidad.
115. El Derecho, como institución evolutiva, resiste a pesar de la
intervención. La tarea de las ciencias sociales debe ser su identificación,
análisis y confrontación con la legislación, en los términos vistos en esta
publicación.
El Derecho adquirió su dinamismo en la regulación de un ámbito, variable
pero ciertamente estable, del orden social, gracias a la intervención de varios
agentes jurídicos que concurrieron sin que ninguna estructura de dominación
los suplantara por completo. Hablamos de jueces tradicionales, de autoridad
libremente reconocida y siempre sometida al acierto de sus resoluciones y la
competencia con otros, poniendo en juego de igual manera la conservación
de la magistratura ejercida.
Entre jueces, particulares y juristas, o conocedores del Derecho que aspiran
igualmente a gozar de autoridad o reconocimiento social en base a sus
alternativas o contribuciones a la mejor formulación jurídica, se conforma un
orden dinámico, eficiente y respetuoso con la libertad, la certeza jurídica y las
exigencias del mercado, siempre cambiante y alimentado por la creatividad
que despliega el ejercicio de la función empresarial innata del ser humano.
El Derecho, el resto de instituciones sociales y reglas morales básicas o
pautas de decoro social, tienden a extenderse libremente en la medida que las
interacciones individuales lo lleguen a hacer. Se estratifica por capas y
ámbitos, con peculiaridades y expresiones particulares, pero siempre
adaptado a las necesidades efectivas derivadas de los intercambios entre
individuos de diferentes lugares, con tradiciones morales y jurídicas diversas.
La formación de un Derecho Mercantil (Derecho Mercantil Medieval y
actual formación de un Derecho mercantil internacional) al margen de la
disposición de una autoridad central o el concierto de varias, o la extensión
más o menos espontánea de un sistema jurídico y de normas de cumplimiento
voluntario a lo largo de grandes extensiones territoriales (Derecho Romano),
son los mejores ejemplos que clarifican la exposición teórica presentada en
este trabajo, sus conclusiones y Tesis principal.
El orden social libre, único sostenible y capaz de satisfacer los fines
dinámicos (que nunca están dados) de los individuos que lo conforman, se
sustenta sobre un Derecho Privado como base para la consecución de
objetivos particulares, incluso si estos requirieren una organización para tal
efecto, así como del tipo de reglas que rigen estos órdenes deliberados con
fines específicos y concretos.
La organización libre, voluntaria y localizada (sociedad de intereses), en
nada se parece a la aspiración por suplantar el Derecho privado, propio del
proceso social como orden espontáneo autorregulado, por un Derecho
constructivista, prediseñado, fruto del racionalismo ingenuo y extremo, e
impuesto de forma coactiva al resto de partícipes de la sociedad. Ese falso
Derecho, emitido y promulgado por una estructura de dominación irresistible,
pretende organizar el orden espontáneo como medio para alcanzar mejores
resultados, o resultados concretos.
Es normal que nos extrañen ciertas demostraciones e ideas, o que nuestra
mente, conceptualizada y organizada en base a una realidad (el Estado y el
Derecho Positivo), nos haga dudar, desconfiar o temer la incontestabilidad de
determinadas aseveraciones. Ese recelo debe superarse gracias a un arduo
ejercicio de reformulación intelectual que solo parece posible volviendo a
reunir los ámbitos de estudio de la economía (sería más preciso utilizar el
término Cataláctica, siguiendo a Hayek, Mises y el resto de autores
austriacos) y el Derecho. Reconduciendo sus estudios, integrando de nuevo
sus hallazgos, confrontando resultados y conceptos, y utilizando el mejor
método científico del que seamos capaces, afrontaremos sin complejos ni
prejuicios, por muy respaldados que estuvieran por siglos de pensamiento
jurídico, el estudio y comprensión del orden social.
Hayek admite que fue el reconocimiento de la incapacidad de la razón
humana por suplantar y mejorar los resultados del orden espontáneo a través
de una organización deliberada, lo que le impulsó a estudiarlo desde todos los
frentes imaginables. Ese es el espíritu que ha guiado la elaboración del
trabajo que ahora concluye.
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[1] Hayek trata este tema con especial interés en varias de sus obras, y siempre, con la pretensión
de aclarar cuál es su actitud científica. Desde la unidad de la Filosofía social, que comprendía casi todo
lo que hoy es objeto de las ciencias sociales, la especialización del estudio concluyó en su segregación
y encapsulamiento perverso en demérito de la necesidad explicativa y la capacidad conjetural del
científico multidisciplinar.
[2] F.A. Hayek, «La Teoría de los Órdenes Complejos», Estudios de Filosofía, Política y
Economía, p. 59.
[3] Raimondo Cubeddu, La Filosofía de la Escuela Austriaca, p. 122.
[4] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 17.
[5] F.A. Hayek, «Los errores del constructivismo», Nuevos Estudios de Filosofía, Política y
Economía, p. 18: «El hombre no poseía la razón con anterioridad a la civilización».
[6] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 102.
[7] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 28.
[8] Ibid., p. 29.
[9] Ibid., p. 30.
[10] Ibid., p. 55.
[11] Ibid., p. 55.
[12] Ibid., p. 56.
[13] Ibid., p. 54.
[14] Ibid., p. 36.
[15] Ibid., p. 36.
[16] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 51.
[17] Ibid., p. 52.
[18] Ibid., p. 26.
[19] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 26.
[20] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 36.
[21] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 47.
[22] Ibid., p. 47.
[23] Jesús Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, Capítulo II, pp.
41 ss.
[24] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 56.
[25] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 30.
[26] Ibid., p. 30.
[27] Ibid., p. 330.
[28] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 33.
[29] Ibid., p. 34.
[30] Ibid., p. 88.
[31] Ibid., p. 137.
[32] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 49: «La idea de que el hombre está dotado
de una mente capaz de concebir y crear civilización es fundamentalmente falsa (…) La concepción del
hombre que construye deliberadamente su civilización brota de un erróneo intelectualismo para el que
la razón humana es independiente de la naturaleza y posee conocimientos y capacidad de razonar
independientes de la experiencia».
[33] Ibid., p. 49.
[34] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 34.
[35] Ibid., p. 34.
[36] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 273: «Engreídos en el convencimiento de que el orden
existente ha sido creado deliberadamente, y lamentando no haberlo realizado mejor, se aprestan a
abordar con decisión la tarea reformista. La meta socialista no es otra que la radical reconstrucción
tanto de la moral tradicional como del Derecho y el lenguaje, para así acabar con el orden existente y
sus presuntamente inexorables e injustas condiciones, que nos impiden acceder al imperio de la razón,
la felicidad y la verdadera libertad y justicia».
[37] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 35.
[38] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 86.
[39] Ibid., p. 90.
[40] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 542.
[41] Ibid., p. 543.
[42] Ibid., p. 543.
[43] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 68.
[44] Ibid., p. 69.
[45] Ibid., p. 56.
[46] Ibid., p. 65.
[47] Ibid., p. 58.
[48] Ibid., p. 59.
[49] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 81.
[50] Ibid., p. 81.
[51] Ibid., p. 82.
[52] Ibid., p. 83.
[53] Ibid., p. 54.
[54] Ibid., p. 55, Hegel, Philosophie der Weltgeschichte.
[55] Ibid., p. 85.
[56] Ibid., p. 86.
[57] Ibid., p. 87.
[58] Véase el Prólogo a la edición española de Camino de Servidumbre (volumen II, Obras
Completas de F.A. Hayek, Unión Editorial, Madrid 2008) escrito por Carlos Rodríguez Braun donde
queda en evidencia la mencionada falta de coherencia o contundencia respecto a la mera posibilidad de
que el Estado intervenga, mucho o poco, en determinados ámbitos de la sociedad. No parece
compatible defender la libertad individual como ausencia de coacción mientras que se reconoce que
cierta intervención dulcifica el orden social, y por ello parece razonable defenderlo. Es, quizá, la crítica
más aguda que puede hacérsele a Hayek.
[59] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 231.
[60] Gustav Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 84.
[61] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 233.
[62] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 269.
[63] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 282.
[64] Ibid., p. 270.
[65] Ibid., p. 288.
[66] No ha quedado del todo claro quién sigue a quién, cuando lo más probable es que fuera
Popper el que se viera profundamente influenciado por el pensamiento hayekiano. Las diferencias entre
«el Popper joven» y «el Popper viejo» son notables.
[67] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 534.
[68] Ibid., p. 338.
[69] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 339.
[70] Ibid., p. 340.
[71] Ibid., p. 187.
[72] Ibid., p. 195.
[73] Ibid., p. 217.
[74] Ibid., p. 32.
[75] Ibid., p. 354.
[76] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 47, A.N. Whitehead, Introduction to
mathematics, Londres 1911, p. 61.
[77] Esta es una de las características más notables del pensamiento popperiano que consideramos
importante trasladar a este estudio.
[78] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 58.
[79] Ibid., p. 145: «La demostración que hacen los economistas del hecho de que el mercado
produce un orden espontáneo es considerada por la mayoría de los juristas con recelo, e incluso como
un mito. Aunque hoy se acepta incluso por los economistas sociales, el modo en que la mayoría de los
racionalistas constructivistas persisten en no admitir la existencia de un tal orden espontáneo impide a
la mayoría de ellos, que no son economistas de profesión, captar esta concepción, fundamental para
comprender la relación existente entre el Derecho y el orden de las ciencias humanas».
[80] Ibid., p. 31.
[81] En otro de los aspectos en los que merece la consideración y comprensión del orden
espontáneo, podemos definirlo como red o estructura de elementos y categorías conceptuales con cierto
grado de complejidad.
[82] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 59.
[83] Este es uno de los errores cometidos por la Escuela Clásica de economía, que de alguna forma
contiene en su falaz conclusión el germen de toda pretensión constructivista. En la medida que el
mercado parece no proveer del ajuste aparentemente indispensable, se considera dicha situación como
un fallo que demuestra la necesidad de una intervención pública que garantice el bien o el servicio en
cuestión.
[84] Véase R. Cubeddu, La filosofía de la Escuela Austriaca, p. 240.
[85] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 69.
[86] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 62.
[87] Ibid., p. 63.
[88] Ibid., p. 63.
[89] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 203: «El orden extenso no surgió de repente, sino a
través de un largo periodo de tiempo y con muchos más estadios intermedios de lo que pueda sugerir la
simple contemplación del modelo actual».
[90] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 65.
[91] Ibid., p. 66.
[92] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 66.
[93] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 67.
[94] Ibid., p. 67.
[95] Ibid., p. 534.
[96] Ibid., p. 141.
[97] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 68.
[98] Ibid., p. 135.
[99] Véase Michael Polanyi, The Logic of Liberty, Diferencias entre orden monocéntrico y orden
policéntrico.
[100] Cuadro presentado por Jesús Huerta de Soto en su libro, La Escuela Austriaca, p. 144,
señalando las distinciones entre el proceso social espontáneo y el socialismo, que sirve para
comprender los efectos de la confusión entre orden espontáneo y organización en la práctica política.
[101] Ibid., p. 125.
[102] Ibid., p. 71.
[103] Ibid., p. 69.
[104] Ibid., p. 69.
[105] Ibid., p. 72.
[106] Ibid., p. 73.
[107] A partir de ciertas ideas pertenecientes al pensamiento hegeliano podemos detectar un
impresionante desconocimiento de lo que es en realidad la sociedad, como red de relaciones
intersubjetivas donde no existe ni interés ni voluntad general alguna. El estatismo representa la
negación misma de todos los elementos que sostienen la sociedad extensa. Ubicarlo como consecuencia
de aquella, como sumun incuestionable, plantea muchas dudas sobre la rigurosidad intelectual de la
corriente que así lo defienda.
[108] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 73.
[109] Ibid., p. 74.
[110] Véase Bruno Leoni, La Libertad y la Ley.
[111] Nada tiene que ver esta situación con las ideas de competencia perfecta planteadas por
ciertas corrientes de pensamiento económico. Es el Estado, como estructura de dominación irresistible
el único que puede conceder privilegios identificables con una idea de monopolio que debemos
matizar. No es ilegítima la preeminencia o soledad de un agente en un mercado concreto. Sí que dicho
agente impida por la fuerza que otros aspiren a dispensar el bien o el servicio dentro de su ámbito de
«control». Véase I.M. Kirzner, Competencia y Función empresarial, cap. III, «competencia y
monopolio».
[112] Bruno Leoni, Lecciones de filosofía del derecho, p. 57.
[113] Bruno Leoni, Lecciones de filosofía del derecho, p. 168.
[114] Bruno Leoni, Lecciones de filosofía del derecho, p. 168.
[115] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 54.
[116] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 61.
[117] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 32.
[118] F.A. Hayek, El Orden Sensorial, p. 95: «las cualidades sensoriales, que conocemos por
nuestra experiencia subjetiva, forman un sistema autofundado, de tal modo que podemos describir
cualquiera de estas cualidades solo en términos de sus relaciones con otras cualidades análogas, y que
muchas de estas relaciones pertenecen al orden cualitativo».
[119] Ibid., p. 47.
[120] Ibid., p. 65.
[121] Ibid., p. 69.
[122] Ibid., p. 229.
[123] Ibid., p. 195.
[124] F.A. Hayek, «Reglas, Percepción e inteligibilidad», Estudios…, p. 87.
[125] Ibid., p. 91: «nuestra capacidad de imitar el andar, la actitud o los gestos de alguien no
depende ciertamente de nuestra capacidad de describir todo esto con palabras. Con frecuencia somos
incapaces de hacerlo, no solo porque nos faltan las palabras adecuadas, sino porque no somos
conscientes de los elementos que conforman estos modelos, ni del modo en que estos se hallan
relacionados».
[126] Ibid., p. 107.
[127] Ibid., p. 107: Implica una «limitación de nuestro posible conocimiento explícito y, en
particular, la imposibilidad de explicar siempre y de manera exhaustiva una mente compleja como la
nuestra».
[128] Ibid., p. 109.
[129] Ibid., p. 110.
[130] Ibid., véase la p. 38.
[131] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 41.
[132] Ibid., p. 42.
[133] Ibid., p. 43.
[134] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, p. 9: los individuos «viven en el ámbito del Derecho, actúan
jurídicamente sin saberlo o, al menos, sin pensar en ello».
[135] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 211: «La evolución biológica y la evolución cultural
discurren paralelas: el hombre devino inteligente porque dispuso previamente de ciertas tradiciones —
que ciertamente hay que emplazar entre el instinto y la razón— a las que pudo ajustar su conducta».
[136] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 127.
[137] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 235.
[138] Ibid., p. 130.
[139] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, «la regla es el elemento fundante del Derecho», p. 85.
[140] Ibid., «vivimos en el ámbito jurídico de un modo espontáneo, natural», p. 10.
[141] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 38.
[142] F.A. Hayek, «Reglas, percepción e inteligibilidad», Estudios…, p. 109: «Siempre habrá
reglas que guían la mente que la misma no es capaz de comunicar y que, si por ventura consiguiera
adquirir la capacidad de comunicarlas, ello supondría que ha adquirido reglas mucho más complejas
que hacen posible la comunicación anterior, pero que aún sería posible comunicar».
[143] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 41.
[144] F.C. von Savigny, System des heutigen römischen Recht, Berlín 1840, pp. 331-332. (Los
Fundamentos de la Libertad, p. 195).
[145] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 196.
[146] Ibid., p. 196.
[147] Ibid., p. 197.
[148] B. Leoni, La Libertad y la Ley, p. 242: «la ley, como el lenguaje, no es un artilugio que un
hombre pueda inventar a voluntad».
[149] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 197.
[150] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 198.
[151] J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo económico y Función empresarial, p. 113: «Los
mandatos impiden, de manera especialmente más efectiva, el ejercicio de la acción humana en dichas
áreas».
[152] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 198.
[153] Ibid., p. 199.
[154] Ibid., p. 200.
[155] Ibid., p. 201.
[156] Ibid., p. 207.
[157] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 331.
[158] Ibid., p. 97.
[159] Ibid., p. 97.
[160] Ibid., p. 98.
[161] Ibid., p. 98.
[162] Ibid., p. 99.
[163] F.A. Hayek, «Reglas, percepción e inteligibilidad», Estudios…, p. 103: «La percepción de
los modelos de acción propios ofrece los modelos principales mediante los cuales se reconocen los
modelos de acción de los demás individuos».
[164] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, p. 47: «es el propio individuo el que, para que su vida esté
completa y a salvo, exige el descubrimiento y la intervención de principios rectores (reglas, normas,
modelos de comportamiento) que favorezcan y consoliden su necesidad de abrirse y de amistad, al
tiempo que disminuyen la posibilidad de cerrarse y de enemistad».
[165] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 79.
[166] Ibid., p. 137: «Solo puede conseguirse mediante la protección de algunas expectativas, no de
todas, y el problema central consiste en saber qué expectativas hay que proteger para maximizar la
posibilidad de que en general esas expectativas se cumplan, lo cual implica distinguir entre expectativas
“legítimas”, que el Derecho debe proteger, y otras que puede dejar que se frustren».
[167] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 132.
[168] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 60: «El Derecho —lo recto— es anterior a la
ley».
[169] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, p. 29: en cuanto a la investigación que se cuestiona ¿qué
cosa es el Derecho?, «para ser exhaustiva, pasa por cuatro niveles o etapas que hacen referencia a: 1) la
forma externa o morfología; 2) la forma interna o estructura; 3) la causa originaria. En los dos primeros
se determina Cómo es el Derecho; en los dos siguientes, por qué».
[170] Para Kelsen el Derecho es un conjunto de normas coactivas.
[171] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, pp. 86-87: «La actividad jurídica, el obrar conforme a reglas,
hace que todo aquel que se adapte a la regla entre, como los demás, en una relación de sociabilidad
abierta, ampliable, de manera potencialmente ilimitada».
[172] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 119: «Para la concepción individualista los valores
de las obras y de la colectividad están al servicio de los valores de la personalidad. La Cultura es solo
un medio para la formación personal, el Estado y el Derecho solo son instituciones para la seguridad y
el progreso de los individuos. Para la concepción supraindividualista los valores de la personalidad y de
las obras están al servicio de los valores colectivos, la Moralidad y la Cultura al servicio del Estado y
del Derecho. Para la concepción transpersonal los valores colectivos y de la personalidad están al
servicio de los valores de la obra y del trabajo; tanto Moralidad como Derecho y Estado, al servicio de
la Cultura. Las metas supremas, resumidas en una frase, son: para la concepción individualista, la
Libertad, para supraindividualista, la Nación y para la transpersonal, la Cultura».
[173] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 232: «La homogenización termina con el
Derecho, dando lo mismo que el Derecho sea absorbido por la moral o por la política». Origen del
totalitarismo.
[174] R. Stammler se cuestiona, ¿Qué es?, ¿para qué es? y ¿por qué es el Derecho? Concluye que
el Derecho no implica organización estatal y su función no es de regla causal. Para él el Derecho
muestra la voluntad vinculatoria, autárquica e inviolable. Voluntad en cuanto a fines (choca con la
concepción evolutiva y espontánea), deliberada (en la medida que es articulado o descubierto, pero no
respecto a su contenido, del que podemos advertir su inintencionalidad), y autárquica porque el
Derecho obliga por sí mismo (esta idea de Stammler es muy discutible). El Vínculo se interpreta en
cuanto su entidad entrelazante. Para Stammler los conceptos jurídicos son a priori. El Derecho positivo
es justo si cumple unos requisitos materiales. El Derecho es siempre histórico.
[175] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 266: «En una sociedad libre, la única
seguridad es la que da el Derecho, no las leyes sin Derecho».
[176] Veáse B.L. Benson, Justicia sin Estado, p. 401: la distinción hecha por Epstein sobre las
funciones del Derecho.
[177] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 100.
[178] Ibid., p. 102.
[179] F.A. Hayek, «La confusión del lenguaje en el pensamiento político», Nuevos Estudios…, p.
111: «Las normas articuladas y no articuladas interactuarán constantemente».
[180] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 103.
[181] Ibid., p. 104.
[182] Ibid., p. 105.
[183] Ibid., p. 112.
[184] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, y B.L. Benson, Justicia sin Estado.
[185] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 299.
[186] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 69.
[187] Ibid., p. 74.
[188] Ibid., p. 83.
[189] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 209.
[190] J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, Capítulo II, pp.
41 ss.
[191] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 288.
[192] Ibid., p. 288.
[193] Ibid., p. 288.
[194] Ibid., p. 148.
[195] Véase B.L. Benson, Justicia sin Estado.
[196] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 45.
[197] Ibid., p. 45.
[198] Véase F. Bastiat, La Ley.
[199] Véase Capítulo XIII de esta misma publicación.
[200] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 177.
[201] Ibid., p. 178.
[202] Véase J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, Capítulo
III, El Socialismo.
[203] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 179.
[204] Ibid., p. 185: «La “legitimidad” de las expectativas de uno o los “derechos” de tal individuo
son el resultado del reconocimiento de dicha esfera privada».
[205] Ibid., p. 185.
[206] Ibid., p. 188.
[207] Ibid., p. 190.
[208] Ibid., p. 190.
[209] Ibid., p. 192.
[210] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 81.
[211] Véase B. Mandeville, La fábula de las abejas. Los vicios privados hacen la prosperidad
pública, y F. Bastiat, Lo que se ve y lo que no se ve.
[212] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 356.
[213] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, p. 17: «No hay, en consecuencia, derecho subjetivo sin
norma, es decir, sin Derecho Objetivo, así como tampoco hay ley que no sea causa de derechos
subjetivos».
[214] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, p. 147: «la sanción jurídica se caracteriza por estar
socialmente organizada (…), y eso es lo que la diferencia de sanciones propias de las relaciones
amistosas, las costumbres sociales o la moral interpersonal, que suelen denominarse sanciones difusas o
espontáneas».
[215] El common law era en exceso consuetudinario, frente al Derecho Romano, mucho más
doctrinal y adaptativo.
[216] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 114.
[217] Ibid., p. 114.
[218] Ibid., p. 523.
[219] Ibid., p. 532.
[220] Ibid., p. 535.
[221] Ibid., p. 536.
[222] Ibid., p. 537.
[223] Ibid., p. 541.
[224] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 113.
[225] Ibid., p. 200.
[226] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 533.
[227] Véase B.L. Benson, Justicia sin Estado, y su reflexión sobre el Derecho Mercantil medieval,
de origen claramente consuetudinario. Según el autor, mucho más flexible que cualquier sistema
estatizado, p. 266.
[228] Véase J.S. Mill, Sobre la Libertad, Alianza Editorial, Madrid 2004.
[229] Véase J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial.
[230] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 115.
[231] Ibid., p. 115.
[232] Ibid., p. 116.
[233] Ibid., p. 127.
[234] Ibid., p. 293.
[235] Ibid., p. 124.
[236] Ibid., p. 124.
[237] Ibid., p. 126.
[238] Ibid., p. 127.
[239] Ibid., p. 129.
[240] Ibid., p. 132.
[241] Ibid., p. 132.
[242] Ibid., p. 150.
[243] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 117.
[244] Véase B. Leoni, La Libertad y la Ley.
[245] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 151.
[246] Ibid., p. 150.
[247] Ibid., p. 151.
[248] Ibid., p. 151.
[249] Ibid., p. 153.
[250] Los grandes jurisconsultos romanos fueron los que primero supieron comprender la
naturaleza dinámica del Derecho, afirmando que tal institución, como el resto de instituciones sociales,
no son resultado de una conducta deliberada o un plan predeterminado por una única mente. Son fruto
de generaciones de comportamientos y conductas pautadas, resultado de la acción humana pero
espontáneo e inintencional.
[251] Hayek concede justa relevancia a lo que Cicerón escribió citando a Catón sobre la
superioridad de la constitución romana frente a la de otros pueblos. La romana se basa «en el genio de
muchos hombres y no en el de un solo hombre; no se instituyó en una generación, sino durante un largo
periodo de varios siglos y muchas generaciones de hombres. Pues… nunca ha existido un hombre
poseedor de tan gran genio que nada le escapara; ni los poderosos convenidos de todos los hombres,
viviendo en un determinado momento, podrían hacer todas las previsiones de futuro necesarias, sin la
ayuda de la experiencia y la gran prueba del tiempo»: Los Fundamentos de la Libertad, F.A. Hayek, p.
87, de M. Tulio Cicerón.
[252] Ibid., p. 90.
[253] Ibid., p. 90.
[254] Ibid., p. 90.
[255] Ibid., p. 91.
[256] Ibid., p. 91.
[257] Ibid., p. 94.
[258] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 90.
[259] El Estado, en su propio proceso histórico de formación, tenderá a imponer sus resoluciones
con cada vez menos resistibilidad por parte del individuo. El simple acceso a la legislación convierte en
ingenua la pretensión de que esta fuera meramente informadora o supletoria.
[260] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 90.
[261] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 208.
[262] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 274.
[263] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 102: «Tan solo puede hablarse de normas jurídicas,
de deber ser jurídico, de validez jurídica, de deberes jurídicos, cuando el imperativo jurídico ha sido
investido, en la propia conciencia, de fuerza moral de obligar».
[264] Dijo Hume que las normas morales no son conclusiones de nuestra razón. Añadimos que es
«la razón» la que tiene una estructura moral.
[265] Siguiendo la distinción kantiana no podemos aceptar que separación total entre Derecho y
Moral en cuanto acciones internas y externas, dado que no cabe duda sobre el momento psíquico, o
interno, distinto del físico, o externo, que normas morales y jurídicas comparten.
[266] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 93: «La conducta externa es susceptible de
valoración moral, como la interna de la jurídica. No hay ningún dominio de acciones internas o
externas que no pueda someterse a valoración tanto jurídica como moral».
[267] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, capítulo IX, «Liberalismo y Estado
Moderno», pp. 185 ss.
[268] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 101.
[269] F. Bastiat, La Ley, Obras Escogidas, p. 187: «Cuando la ley y la moral se contradicen, el
ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la
ley».
[270] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 96: «La moral exige que se cumpla el deber por el
sentimiento de ese deber, el Derecho admite otros impulsos. A la moral le basta únicamente la
conciencia conforme a la norma, al Derecho la conducta conforme al precepto, o con expresión
kantiana: la moral exige “moralidad”, el Derecho solo legalidad».
[271] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 540.
[272] Ibid., p. 545.
[273] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 103: «La sanción del Derecho por la moral es
cabalmente posible, porque el Derecho a pesar de toda la diversidad posible de su contenido, tiene,
empero, a la moral como su fin».
[274] Ibid., p. 105: «El Derecho puede únicamente posibilitar la moral, y no forzarla porque el
hecho moral por necesidad conceptual solo puede ser un hecho de la libertad; pero porque solo puede
posibilitar la moral, tiene también de modo ineludible que posibilitar lo inmoral».
[275] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 546.
[276] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 95.
[277] Véase F.A. Hayek, Reglas, Percepción e Inteligibilidad, Estudios…, pp. 85 ss.
[278] F.A. Hayek, Los errores del Constructivismo, Nuevos Estudios…, p. 34: «Las normas
morales no sirven directamente para satisfacer los deseos individuales, sino que son necesarias para
garantizar el funcionamiento de un orden, y también para domar algunos instintos, que el hombre ha
heredado de su vida en pequeños grupos en los que transcurrió la mayor parte de su evolución».
[279] Posible matiz a alguna de las conclusiones propias de la teoría de los juegos, donde la norma
infringida será en su caso perfectamente articulable y conocida de forma expresa por todos los que
voluntariamente accedan a jugar. El orden social no es un juego, sino que arraiga en la formación
misma de la mente humana. Los contenidos normativos son bien distintos, pudiendo ubicar los propios
de las reglas de juego en esa parte superficial y mínima del resto de reglas de conducta general.
[280] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 101: «Únicamente la moral es capaz de fundar la
fuerza obligatoria del Derecho».
[281] Ibid., p. 93: «La conducta externa interesa solo a la moral, en cuanto es un testimonio de una
conducta íntima; la conducta interna emerge solo en el círculo del Derecho, en cuanto de ella cabe
esperar una acción externa».
[282] Si entendemos «bien público» en su definición clásica, como aquel no rival y no excluible,
aplicando al razonamiento una visión sesgada, centrada en el estudio del Derecho como única
posibilidad normativa eficaz, cabe la posibilidad de obviar la relevancia que tienen otro tipo de reglas y
normas en la resolución de costes de transacción que siguiendo esa tendencia incompleta, nos harían
claudicar en el intento de vaciar el conjunto formado por dichos bines públicos. La moral social
establece situaciones en las que decisiones y acciones concretas facultan la apropiación del producto o
rendimiento, así como la exclusión en el consumo, sin recurrir a la compulsión y la exigibilidad que se
supone del Derecho.
[283] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 96.
[284] Ibid., p. 101.
[285] Ibid., p. 215.
[286] Ibid., p. 254: «como resultado de la obra del profesor H.L.A. Hart, que en muchos aspectos
me parece una de las críticas más atinadas del positivismo jurídico, esta expresión se asocia a menudo
“a la simple afirmación de que no es en absoluto una verdad necesaria que las leyes reproducen o
satisfacen algunos imperativos morales”. Al propio profesor Hart, que defiende esta postura, se le
califica de positivista (por ejemplo, Dworkin). Sin embargo, a pesar de que yo rechace la tesis del
positivismo que hemos considerado en el párrafo anterior, no veo motivos para rechazar la afirmación
del profesor Hart antes citada, si se la valora atentamente en todos sus términos. Ciertamente, muchas
normas jurídicas no tienen relación alguna con las reglas morales y otras pueden ser sin duda leyes
válidas aunque estén en conflicto con normas morales reconocidas. Además, su afirmación no excluye
la posibilidad de que en algunos casos el juez deba hacer referencia a las normas morales existentes
para descubrir cuál es la ley: en particular en aquellos casos en que unas reglas jurídicas reconocidas
hacen explícita referencia a concepciones morales como la “buena fe”, etc., o presuponen tácitamente la
observancia de algunas otras normas de comportamiento que en el pasado no tuvieron necesidad de ser
aplicadas, pero que tiene que ser obedecidas si se quiere que las normas jurídicas ya articuladas
aseguren el orden al que sirven».
[287] Ibid., p. 255.
[288] Ibid., p. 256.
[289] Véase, K. Popper, La Sociedad Abierta y sus enemigos.
[290] Véase J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial.
[291] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 351.
[292] Ibid., p. 350.
[293] Ibid., p. 350.
[294] Ibid., p. 352.
[295] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, Capítulo IX, Liberalismo y Estado
Moderno, pp. 185 ss.
[296] Véase J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, capítulo
III, punto tercero, «La imposibilidad del socialismo desde la óptica de la sociedad», y punto sexto,
«Otras consecuencias teóricas del socialismo».
[297] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 108: «La vanidad de todos los intentos hasta aquí
realizados, obliga a sospechar en la imposibilidad de una delimitación entre Derecho y
convencionalismo, y en efecto, puede demostrarse tal imposibilidad».
[298] Las reglas de cumplimiento voluntario o de decoro social tienen un carácter preparatorio,
por así decirlo, respecto del Derecho y la moral.
[299] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 110: «Porque el decoro social reúne en sí, aunque
sea por una ficción, la doble fuerza de la obligatoriedad interna y externa, es por lo que es más
poderoso que el Derecho y la moral».
[300] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 94.
[301] Ibid., p. 95.
[302] Ibid., p. 100.
[303] Ibid., p. 194.
[304] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 108: «El decoro social está respecto al Derecho y la
moral en una conexión histórica, mejor que sistemática. Es la protoforma común, en que todavía se
contienen indistintos el Derecho y la moral».
[305] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 546.
[306] S. Cotta reflexiona sobre la tradición posterior a Kant en la que se considera la obediencia al
Derecho como un fenómeno derivado exclusivamente del temor a la sanción, a lo que responde: «las
mismas condiciones de nuestra existencia son las que nos impulsan a vivir jurídicamente, para hacer
posible el desarrollo individual del ser humano y la seguridad en sus relaciones. Precisamente porque el
Derecho-Justicia asegura la paz entre los hombres, es algo que no les constriñe desde fuera, sino que se
corresponde con su deseo más profundo y humano. En la medida en que las reglas jurídicas consigan
establecer objetivamente una convivencia pacífica, es razonable pensar que serán obedecidas más por
una íntima convicción que por el temor a la pena. Así se comporta, de hecho, el hombre justo, el que
está convencido del valor de la ley» (¿Qué es el Derecho?, p. 143).
[307] B.L. Benson, Justicia sin Estado, p. 46: Formas de cumplimiento: Hay otras formas de hacer
efectivo el cumplimiento de las normas y los contratos. Ejemplo del Derecho mercantil medieval:
incentivo moral y económico. La buena fe. Coste moral social».
[308] Véase J.S. Mill, Sobre la Libertad, Alianza Editorial, Madrid 2004.
[309] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 125.
[310] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 267: «La adhesión a normas abstractas, tal y como en
su día señaló Proudhom, ha hecho posible la aparición de un tipo de libertad que, en contraste con las
que consiste en una simple ausencia de restricciones, “no es hermana, sino madre del orden”».
[311] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 125.
[312] Ibid., p. 129.
[313] Ibid., p. 134.
[314] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 217.
[315] Ibid., p. 548.
[316] Ibid., p. 550.
[317] Ibid., p. 551.
[318] Véase J. Huerta de Soto, Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos, capítulos I, II y
III.
[319] Para S. Cotta, en ¿Qué es el Derecho?, moral privada «significa solo que tengo deberes que
respetar aunque no estén ante la mirada de los demás o estos no estén en disposición de exigir de mí
cierto comportamiento» (p. 50).
[320] Véase, J. Huerta de Soto, Teoría de la Eficiencia Dinámica de las Instituciones.
[321] Quedan abiertos muchos temas de investigación. Entre ellos, la continuación explicativa de
las otras vías de transacción o exclusión que posibilitan la refutación de la teoría de los bienes públicos.
El análisis económico del Derecho permanece, sin embargo, al margen de muchas de las conclusiones
presentadas en esta publicación.
[322] Un ejemplo significativo sería el de R. Dworkin y su particular desarrollo teórico y
filosófico. Quizá la confrontación entre este y los planteamientos hayekianos sean uno de los campos
de investigación más atractivos para todo a aquel que acepte lo expuesto en esta publicación y sus
implicaciones en el pensamiento jurídico contemporáneo. El resultado adquiriría, sin duda, altas cotas
explicativas, e interesantes conclusiones.
[323] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 317.
[324] Ibid., p. 317.
[325] Ibid., p. 319.
[326] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 319.
[327] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 252: «Mucho antes de que Augusto Comte acuñara el
término “positivismo” (…), Jeremy Bentham ya había establecido las bases fundamentales de eso que
hoy solemos denominar positivismo moral y jurídico, es decir, de esa interpretación constructivista de
los esquemas jurídicos y éticos según la cual la validez y contenido de estos depende exclusivamente de
la voluntad e intención de quienes los establecen».
[328] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 150: «La pasada época del positivismo, con fatal
unilateralidad, solo vio la positividad y la seguridad del Derecho y ocasionó que por largo tiempo
quedara silenciosa la investigación metódica de los fines y hasta de la justicia del Derecho establecido,
haciendo enmudecer durante decenios a la Filosofía jurídica y a la Política del Derecho».
[329] Hayek, al igual que Mises (en Teoría e Historia, por ejemplo), defiende el dualismo
metodológico, distinguiendo entre ciencias sociales y ciencias naturales, frente al monismo
metodológico característico del cientismo positivista. Véase P. de la Nuez, La Política de la Libertad…,
pp. 95 ss.
[330] Véase F.A. Hayek, La Contrarrevolución de la Ciencia, en especial la segunda parte,
titulada de igual modo, capítulo dedicado a la Escuela Politécnica francesa, como germen de la
tendencia, y los capítulos dedicados a Sain-Simon y Comte, pp. 165 ss. de la edición española de Unión
Editorial.
[331] F.A. Hayek, Los errores del constructivismo, Nuevos Estudios…, p. 30: «El propio término
(positus significa “puesto”) expresa la preferencia por lo que es creado deliberadamente frente a todo lo
que no ha sido proyectado racionalmente».
[332] Véase F.A. Hayek, La Contrarrevolución de la Ciencia, p. 319, VIII.
[333] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 89: «Del carácter normativo del Derecho se origina
la doble posibilidad de actuar de acuerdo con él o en su contra, y con ello se nos dan los conceptos de
juridicidad y antijuridicidad, ante los cuales todo hecho jurídico ha de demostrar la obligatoriedad a
priori».
[334] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 177.
[335] Ibid., p. 177.
[336] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 107: «Fuerza coactiva de carácter psicológico,
indispensable para la validez del Derecho».
[337] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 199.
[338] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 201.
[339] Ibid., p. 201.
[340] El normativismo forma parte del entramado ideológico estatista. Véase D. Negro, La
Tradición Liberal y el Estado.
[341] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 165: «si el Derecho es fruto de la decisión,
Derecho deviene sinónimo de leyes, se hace también estatal y desaparece la ciencia aristotélico-tomista
de lo justo».
[342] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 207.
[343] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 191: «El normativismo jurídico descansa en
el supuesto del Estado que, como horizonte límite de la existencia, crea el único orden jurídico
posible».
[344] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 216.
[345] Ibid., p. 218.
[346] Ibid., p. 221.
[347] Ibid., p. 222.
[348] Ibid., p. 222.
[349] Sergio Cotta, en su ¿Qué es el Derecho?, comenta la distinción realizada por Antonio
Rosmini entre Bien Común y Bien Público, siendo el primero el bien de todos los miembros de un
orden social, mientras que el segundo comprendería un bien atribuible al cuerpo social como un todo,
incluso identificado con la organización estatal.
[350] Ibid., p. 226.
[351] Ibid., p. 226.
[352] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 226.
[353] Ibid., p. 227.
[354] Ibid., p. 228.
[355] Ibid., p. 229.
[356] Ibid., p. 229.
[357] Ibid., p. 231.
[358] Ibid., p. 231.
[359] Ibid., p. 233.
[360] Ibid., p. 234.
[361] Ibid., p. 236.
[362] Ibid., p. 236.
[363] Ibid., p. 237.
[364] Ibid., p. 239.
[365] Ibid., p. 241.
[366] Ibid., p. 241.
[367] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 197: «el problema del normativismo, al
carecer de otro fundamento que una supuesta decisión colectiva, nacional, guidada tal vez por la ilusión
técnica, estriba en el gravísimo peligro de desarrollar sistemas de dominación sin el ethos adecuado».
[368] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 250.
[369] Ibid., p. 250.
[370] Ibid., p. 252.
[371] Ibid., p. 258.
[372] Ibid., p. 260.
[373] Ibid., p. 263.
[374] F. Bastiat, La Ley, Obras Escogidas, p. 224: «Una vez que el legislador abandona los
comicios, el lenguaje cambia. La nación cae en la pasividad, en la inercia, en la nada, y el legislador
toma posesión de la omnipotencia».
[375] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 210.
[376] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 223: «El socialismo significaría la casi plena
absorción del Derecho privado por el Derecho Público, mientras que el anarquismo exige una
ordenación jurídica puramente de Derecho Privado».
[377] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 210.
[378] Ibid., p. 211.
[379] Ibid., p. 211.
[380] El Estado ocupa todo el «espacio» a disponible, y trata de convertir en disponible todo el
«espacio» que sea capaz de advertir.
[381] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado.
[382] Véase B.L. Benson, Justicia sin Estado.
[383] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 119.
[384] Véase L. v. Mises, La Acción Humana, capítulo XXXVII, apartado segundo, p. 1.020.
[385] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 121.
[386] F. Bastiat, La Ley, Obras Escogidas, p. 181: «¡La ley pervertida! ¡La Ley —y con ella todas
las fuerzas colectivas de la nación—, la ley, digo, no solo desviadas de su fin, sino aplicada a perseguir
un fin directamente contrario al que le es propio! ¡La ley convertida en instrumento de todas las
codicias en lugar de ser su freno! ¡La ley que perpetra por sí misma la iniquidad que tenía por misión
castigar!».
[387] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 155.
[388] Ibid., p. 156.
[389] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 156.
[390] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 156.
[391] Ibid., p. 157.
[392] Voltaire, en su Diccionario de Filosofía: (Derecho, Legislación y Libertad, p. 47).
[393] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 158.
[394] Ibid., p. 159.
[395] Ibid., p. 159.
[396] Ibid., p. 163.
[397] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 316: «Si en la legislación vemos el contenido de un
determinado querer, se nos manifiesta, entonces, como Derecho, si en ella contemplamos la existencia
de un querer con un determinado contenido, se personifica en el Estado. La legislación es el Estado en
cuanto ordenación ordenadora y es el Derecho en cuanto ordenación ordenada. El Estado y Derecho se
comportan recíprocamente como organismo y organización. El Estado es el Derecho como actividad
normativa, el Derecho es el Estado como situación normada; ambos, pues, pudiéndose distinguir, pero
no separar». Ejemplo de la confusión conceptual del positivismo jurídico de acuerdo con las
explicaciones vistas en este trabajo.
[398] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 164.
[399] Ibid., p. 166.
[400] Ibid., p. 171.
[401] Ibid., p. 171.
[402] Ibid., p. 172.
[403] Ibid., p. 172.
[404] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 174.
[405] Ibid., p. 175.
[406] Ibid., p. 175.
[407] Ibid., p. 177.
[408] Ibid., p. 178.
[409] Ibid., p. 178.
[410] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado.
[411] Véase F. Bastiat, Lo que se ve y lo que no se ve.
[412] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 369.
[413] Véase B.L. Benson, Justicia sin Estado.
[414] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 369.
[415] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 203: «Kelsen vacía el Estado de todo
contenido sociológico y lo reduce al Derecho, con el que se confunde como una instancia normativa de
conducta».
[416] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 196.
[417] Ibid., p. 196.
[418] Ibid., p. 196.
[419] Ibid., p. 198.
[420] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 322.
[421] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 324.
[422] A.L. Malitzky, Die Rechstheoretischen Grundlagen des Sovietstaates, Viena 1929. Cita en
Los Fundamentos de la Libertad, p. 325.
[423] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 124.
[424] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 135.
[425] Ibid., p. 239.
[426] Ibid., p. 239.
[427] Ibid., p. 241.
[428] H.L.A. Hart, The Concept of Law, cita en Derecho, Legislación y Libertad, p. 242.
[429] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 243.
[430] Ibid., p. 244.
[431] Ibid., p. 247.
[432] Ibid., p. 247.
[433] Ibid., p. 248.
[434] Ibid., p. 248.
[435] Véase J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial.
[436] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 249.
[437] Ibid., p. 250.
[438] Ibid., p. 252.
[439] Ibid., p. 252.
[440] Ibid., p. 468.
[441] H. Kelsen, Das Naturrecht in der politischen Theorie, cita en Derecho, Legislación y
Libertad, p. 253.
[442] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 371: «Nuestra moral tradicional, fruto de una
evolución espontánea, es algo natural, no artificial, y por ello podemos justamente considerar tales
normas tradicionales como “ley natural”». Muy en la línea de R. Stammler.
[443] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 80.
[444] Ibid., p. 80.
[445] Ibid., p. 83.
[446] Ibid., p. 83.
[447] Ibid., p. 320.
[448] Ibid., p. 320.
[449] Véase la obra de Rudolf Stammler.
[450] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 234.
[451] M.N. Rothbard, La Ética de la Libertad, p. 27.
[452] Para R. Stammler el contenido del Derecho natural no es inmutable, sino que varía.
Tampoco puede extraerse de la naturaleza racional, dadas las opiniones divergentes respecto a lo que es
o no es la propia naturaleza del ser humano. Véase M.I. Garrido, Teoría y Filosofía del Derecho de
Rudolf von Stammler.
[453] M.N. Rothbard, La Ética de la Libertad, p. 35.
[454] Ibid., p. 36.
[455] Ibid., p. 54.
[456] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 112.
[457] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, p. 54: «el iusnaturalismo consideraba el Derecho de las
comunidades políticas como derivación particular del Derecho Natural universal. El primero tenía la
misión de dictar normas para los casos particulares, a partir de los principios o reglas generales del
segundo, por lo que no se consideraba válido si se apartaba de este. La política, desde este punto de
vista, estaba subordinada al Derecho».
[458] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 257.
[459] Ibid., p. 258.
[460] Ibid., p. 259.
[461] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 186.
[462] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 251.
[463] Ibid., p. 251.
[464] Para S. Cotta, en ¿Qué es el Derecho?, son cinco los elementos estructurales de la Justicia:
primero, la igualdad (reconocer la pertenencia a una misma clase, la humanidad común); segundo, la
simetría de las situaciones y comportamientos; tercero, la reciprocidad («si un sujeto, sobre la base de
la simetría, tiene derecho a a exigir algo, sea un bien o un comportamiento, los demás sujetos tienen el
deber de proporcionarle ese bien o aquel comportamiento», p. 141); cuarto, proporcionalidad; y quinto,
la imparcialidad de juicio, lo que proporciona el carácter objetivo de la justicia (pp. 139-141).
[465] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 83: «Lo justo, en cambio, en el sentido de justicia
objetiva no puede ser más que una relación entre hombres. El patrón de lo moralmente bueno se
expresa en un hombre ideal, el patrón de la justicia en una ordenación ideal de la sociedad».
[466] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 304.
[467] Ibid., p. 233.
[468] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 86: «La justicia ve el caso singular desde el punto de
vista de la norma general, la equidad busca en el caso singular su propia ley, que al mismo tiempo y
finalmente debe tolerar su conversión en ley general, ya que en fin de cuentas, la equidad como la
justicia es de naturaleza generalizadora».
[469] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 202.
[470] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 202: «La ciencia del Derecho es la ciencia del
sentido objetivo y no del subjetivo del Derecho. Precisa de qué manera hay que entender el Derecho,
pero no necesariamente cómo ha sido pensado».
[471] F.A. Hayek, La Contrarrevolución de la Ciencia, p. 71.
[472] Véase F.A. Hayek, La Contrarrevolución de la Ciencia, p. 317, definición de Historicismo.
[473] El Historicismo de la Escuela Histórica del Derecho no debe confundirse con el propio del
cientismo. Hayek señala ciertas características de esta Historia cientista: pretende hallar «una base
empírica para una teoría de la historia o (empleando el término filosofía en el antiguo sentido de
“teoría”) una “filosofía de la historia”, y establecer una sucesión necesaria de “etapas” o “fases”,
“sistemas” o “estilos” en el desarrollo de la historia. Este enfoque, por un lado, intenta encontrar leyes
en donde la naturaleza del caso no lo permite, es decir, en la sucesión de fenómenos históricos únicos y
singulares; y por otro lado, niega la posibilidad de la única clase de teoría que puede ayudarnos a
entender los conjuntos únicos (irrepetibles), la teoría que muestra las distintas formas en que los
elementos que nos son familiares pueden ensamblarse para producir esas combinaciones únicas que
encontramos en el mundo real». En La Contrarrevolución de la Ciencia, pp. 118-119.
[474] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 93.
[475] Ibid., p. 96.
[476] Ibid., p. 96.
[477] B. Leoni, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 242.
[478] Ibid., pp. 243-244.
[479] Ibid., p. 269.
[480] Ibid., p. 272.
[481] Ibid., p. 272.
[482] Ibid., p. 273.
[483] Ibid., p. 274.
[484] Ibid., p. 275.
[485] Ibid., p. 276.
[486] Ibid., p. 278.
[487] Ibid., p. 279.
[488] Ibid., p. 280.
[489] Ibid., p. 281.
[490] Ibid., p. 282.
[491] Ibid., p. 283.
[492] Ibid., p. 284.
[493] Ibid., p. 284.
[494] Ibid., p. 285.
[495] Ibid., p. 287.
[496] Ibid., p. 290.
[497] Ibid., p. 291.
[498] Ibid., p. 292.
[499] Ibid., p. 293.
[500] Ibid., p. 294.
[501] Ibid., p. 297.
[502] Ibid., p. 299.
[503] Método compositivo: instituciones como resultado no intencionado.
[504] Hayek, con El Orden Sensorial, da un paso adelante en la comprensión del proceso
evolutivo social aunando el estudio institucional y psicológico.
[505] Véase F.A. Hayek, La contrarrevolución de la ciencia.
[506] Véase F.A. Hayek, La Contrarrevolución de la Ciencia, parte primera, apartado cuarto, El
método individualista y «compositivo» de las ciencias sociales: «mientras que el método en las ciencias
naturales es, en este sentido, analítico, el de las ciencias sociales se define mejor como compositivo o
sintético», siguiendo a Menger, tal y como indica en un pie de pág. referenciado.
[507] Derecho, Legislación y Libertad, p. 92.
[508] Ibid., p. 168.
[509] Véase F.A. Hayek, La Contrarrevolución de la Ciencia, Primera parte, apartado tercero, El
carácter subjetivo de los datos de las ciencias sociales, pp. 49 ss.
[510] C. Martínez Meseguer, La Teoría Evolutiva de las Instituciones, p. 153.
[511] Ibid., p. 171.
[512] J. Huerta de Soto, «Historia Conjetural, Ciencia Económica y Ética Social», Estudios de
Economía Política, p. 105.
[513] Ibid., p. 108.
[514] Ibid., p. 203.
[515] Véase F.A. Hayek, «La Confusión del lenguaje en el pensamiento político», Nuevos
Estudios…, pp. 99 ss.
[516] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 33.
[517] Véase I. Berlin, La Traición de la Libertad, seis enemigos de la libertad humana. Entre ellos
Rousseau, Hegel o Saint-Simon.
[518] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 38.
[519] Ibid., p. 43.
[520] Ibid., p. 44.
[521] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, pp. 266-267.
[522] J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo Económico y Función empresarial, p. 103.
[523] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 297.
[524] I. Berlin, Dos Conceptos de Libertad, p. 47.
[525] Ibid., p. 53.
[526] Véase Murray N. Rothbard, La Ética de la Libertad, capítulo XXVI, «La Libertad negativa
de Isaiah Berlin», pp. 294 ss.
[527] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 132.
[528] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 105.
[529] Ibid., p. 109.
[530] Ibid., p. 110.
[531] Ibid., p. 111.
[532] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 112.
[533] Ibid., p. 113.
[534] Ibid., p. 114.
[535] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 117.
[536] Ibid., p. 119.
[537] B. Leoni, La Libertad y la Ley, p. 20.
[538] Ibid., p. 21.
[539] Ibid., p. 27.
[540] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 248: «La libertad como institución política no ha
surgido de los seres humanos “en lucha por la libertad” en el sentido de supresión de cualquier
limitación, sino del empeño de proteger un ámbito individual conocido».
[541] B. Leoni, La Libertad y la Ley, p. 28.
[542] Ibid., p. 31.
[543] Ibid., p. 40.
[544] Ibid., p. 109.
[545] Ibid., p. 173.
[546] Ibid., p. 200.
[547] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 204.
[548] Ibid., p. 205.
[549] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 285.
[550] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 249: «La reciprocidad del mercado creó el
reconocimiento recíproco de la propiedad. Durante todo el tiempo que en la economía doméstica
cerrada cada unidad económica se bastó a sí misma, la propiedad fue más relación con una cosa que
relación con otros hombres; pero luego que la cosa se convirtió en mercancía surgió la relación de la
propia cosa con otros y de la cosa ajena con nosotros, apareció la pretensión al respeto recíproco de
derecho de propiedad como una relación entre hombres… ».
[551] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 186.
[552] S. Cotta, ¿Qué es el Derecho?, p. 32: «La propiedad, en sentido jurídico, implica que no es
suficiente la mera posesión material del bien, sino que hay que justificarla con el denominado “título de
propiedad” y garantizar su disponibilidad».
[553] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 187: «Somos independientes de la voluntad
de aquellos cuyos servicios necesitamos, porque dichos prestatarios nos sirven movidos por sus fines
particulares y ordinariamente les interesa poco el empleo que hagamos de tales servicio.
Dependeríamos mucho de las opiniones de nuestros semejantes si estuvieran preparadas para vendernos
sus productos solamente cuando aprobaran nuestros fines y no buscando su propio beneficio».
[554] Ibid., p. 187.
[555] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia, p. 287.
[556] C. Menger, Principios de Economía Política, p. 152: «La Economía humana y la propiedad
tienen un mismo y común origen económico, ya que ambos se fundamentan, en definitiva, en e hecho
de que la cantidad disponible de algunos bienes es inferior a la necesidad humana. Por consiguiente, la
propiedad, al igual que la economía humana, no es una invención caprichosa, sino más bien la única
solución práctica posible del problema con que nos enfrenta la naturaleza misma de las cosas, es decir,
la antes mencionada defectuosa relación entre la necesidad y masa de bienes disponibles en el ámbito
de los bienes económicos».
[557] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 138: «Comprender que “buenas vallas
hacen buenos vecinos” (Robert Frost, poema Mending wall), es decir, que los hombres pueden emplear
su propio conocimiento para intentar alcanzar sus propios objetivos sin interferir los unos con los otros
si pueden trazarse límites claros entre las respectivas áreas en que pueden actuar libremente».
[558] Ibid., p. 138.
[559] Ibid., p. 138.
[560] Ibid., p. 139.
[561] Ibid., p. 140.
[562] Ibid., p. 140.
[563] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado.
[564] Véase F. Bastiat, La Ley, y El Estado.
[565] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 283.
[566] Ibid., p. 283.
[567] Ibid., p. 284.
[568] Véase B.L. Benson, Justicia sin Estado.
[569] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 123.
[570] Ibid., p. 129.
[571] Ibid., p. 131.
[572] Ibid., p. 137.
[573] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 284.
[574] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 290.
[575] Ibid., p. 290.
[576] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 198: «El Rechtsstaat es un producto del
pensamiento constructivista».
[577] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 249.
[578] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 152.
[579] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 294.
[580] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 202: «El Estado de Derecho, creador y
legitimador del Derecho, encierra la vida en su jaula legal, impersonalizándola».
[581] Véase F.A. Hayek, «La confusión del lenguaje en el pensamiento político», en Nuevos
Estudios…, pp. 99 ss., en especial el apartado dedicado a la distinción entre Demarquía y Democracia
(pp. 124 ss.).
[582] Ibid., p. 274.
[583] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, en especial el capítulo IX, «Liberalismo
y Estado Moderno», aparato primero, «El Concepto del Estado de Derecho», pp. 197 ss.
[584] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 278.
[585] Ibid., p. 278.
[586] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 390: «Las instituciones representativas
actuales han sido configuradas por las necesidades del gobierno, no de la legislación».
[587] De este modo, cabe afirmar, siguiendo a Jesús Huerta de Soto a través de sus obras
principales y artículos, que la expresión, «Estado de Derecho», es una contradicción en los términos.
[588] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 208.
[589] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 203.
[590] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 239.
[591] Ibid., p. 242.
[592] Ibid., p. 246.
[593] Ibid., p. 257.
[594] Ibid., p. 262.
[595] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 15.
[596] Ibid., p. 16.
[597] Ibid., p. 16.
[598] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado.
[599] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 168.
[600] Ibid., p. 168.
[601] Ibid., p. 169.
[602] Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789: «La sociedad en la que
no se garanticen los derechos o no se establezca la separación de poderes carece de Constitución».
[603] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 77: «El medieval ejercía sus libertades para
conseguir derechos, declaraciones legales que las protegían».
[604] Ibid., p. 303.
[605] Ibid., p. 304.
[606] Ibid., p. 305.
[607] Ibid., p. 306.
[608] Ibid., p. 306.
[609] Ibid., p. 307.
[610] Ibid., p. 300.
[611] Ibid., p. 300.
[612] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado.
[613] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 297.
[614] Ibid., p. 297.
[615] Véase D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado.
[616] G. Radbruch, Filosofía del Derecho, p. 147.
[617] B.L. Benson, Justicia sin Estado, p. 58: «Las instituciones y las leyes del Estado han
evolucionado para imponerse o reemplazar a las instituciones privadas y al Derecho Consuetudinario».
[618] F. Bastiat, La Ley.
[619] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 168: «Poder y Derecho son irreductibles. Su
unificación en el Estado es la causa principal del totalitarismo».
[620] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 58: en Roma «se estableció un sistema casi
perfecto de arbitraje, al instituirse a partir del año 367 a. de C. la figura del Pretor, que, tras obligar a las
partes litigantes a abandonar la violencia, nombraba un árbitro denominado iudex, el que dice ius,
encargado de comprobar la veracidad de la pretensiones de las partes».
[621] F.A. Hayek, «La Confusión del Lenguaje en el Pensamiento Político», Nuevos Estudios…,
p. 108: «El gobierno, pues, deriva la autoridad y el Derecho a la obediencia de los ciudadanos solo si
conserva los fundamentos de aquel orden espontáneo en que se basa el funcionamiento de la vida
cotidiana de la sociedad».
[622] F. Bastiat, «El Estado», Obras Escogidas, p. 171: «El Estado es esa gran ficción a través de
la cual todo el mundo se esfuerza por vivir a expensas de todo el mundo».
[623] F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 70.
[624] Véase F. Bastiat, La Ley, y su definición del Derecho.
[625] Véase F.A. Hayek, Derecho, Legislación y Libertad, p. 71.
[626] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 303.
[627] Ibid., p. 304.
[628] Ibid., p. 305.
[629] F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, p. 306.
[630] Ibid., p. 312.
[631] Ibid., p. 315.
[632] Decía Hume que era necesaria cierta autoridad arbitraria entregada a un magistrado como
única forma de que un orden público subsista.
[633] Véase, D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado.
[634] D. Negro, La Tradición Liberal y el Estado, p. 60.