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Nicolás Fratarelli
Fig.1
Existen cientos de teorías sobre el Erecteion. Cientos de autores se animaron a examinar a esta
pequeña maravilla de la arquitectura.
¿Qué podemos decir nosotros, hoy, frente a tanto material? ¿Ante tantos estudios realizados
sobre esta joya construida hace dos mil cuatrocientos años? Lo más conveniente, sería, creemos,
detenernos frente a la obra, hacerles preguntas e interpretar las respuestas que nos da este
“juego sabio de volúmenes bajo el sol”.
Apenas se acerca la obra ante nuestros sentidos, lo primero que se nos ocurre ensayar, es que el
Erecteion no es una obra más. Su “flexibilidad”, “gracia” y “elegancia” (Roth) nos habla de una
obra singular, de una obra intersticial dentro del período de la Grecia clásica. Su diseño revela que
la obra circunvala lo clásico, lo rodea, lo escudriña, lo estudia. Que mientras da vuelta a su
alrededor, examinando sus reglas, desconfía de las mismas.
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El Erecteion no nos habla de clasicismo a simple vista (como sí puede hacerlo el Templo de Afaia
en Egina: Templo dórico, simétrico, hexástilo, períptero, que cumple con casi todas las reglas del
ideal clásico) sino, por el contrario, nos invita a dilucidar la clasicidad (la clasicidad, no sólo su
clasicidad). Porque si bien, esta obra de arte es una obra eminentemente clásica, se acerca más a
una obra experimental (de búsqueda, de inspección a las herramientas clásicas existentes) que a
una de las obras paradigmáticas del período en la que se diseñó y construyó.
El Erecteion se implantó en la Acrópolis alrededor del año 420 a.C., aproximadamente veinte años
después del Partenón y a poco más de 50 metros de distancia de éste.
Menudo desafío fue, para el proyectista, tener que implantar un edificio en el mismo terreno
(sagrado) en el que se encontraba nada menos que el Templo que era el paradigma de la
clasicidad y la obra de arquitectura más importante de toda la Hélade. ¿Cómo hacer para
interactuar “respetuosamente” con semejante vecino?
Para hacerlo se podían tomar por lo menos dos caminos. Uno, seguro, pero menos interesante:
repetir o continuar los lineamientos del gran ejemplo contiguo; otro, más desafiante aunque
incierto: crear un objeto artístico-arquitectónico distinto, un ejemplo único, que rompiera con los
modelos conocidos pero que pudiera dialogar con “la austeridad olímpica del Partenón” (Roth).
El arquitecto al que se le adjudica la obra, ¿Filocles? ¿Mnesicles? , optó por este segundo camino.
Sin despegarse de los cánones clásicos, revisando sus conceptos y organizándolos de otra manera,
buscó conciliar su creación con la obra más importante de la clasicidad griega: Mantuvo, en el
Erecteion, la idea de armonía y orden, y cambió el lenguaje y el modo de composición unitario
hasta el momento utilizado.
En el Erecteion se pueden advertir numerosas diferencias con el paradigma clásico. Citaremos tres
como ejemplo.
La primera tiene que ver con su implantación en el lugar. El edificio se adapta al desnivel del
terreno y no posee como es habitual en las obras clásicas, una plataforma uniforme (estilóbato)
donde “apoyarse”.
Otra de las diferencias significativas que se puede notar rápidamente, está relacionada con la
ruptura de las reglas de unidad y de simetría en su composición general. En este caso la simetría
afecta a las partes (tanto a los segmentos en planta como en elevación) pero no a su totalidad.
Y por último podemos enumerar, como variación importante de este edificio (en comparación con
el orden tradicional clásico) la ruptura del lenguaje, porque además del cambio del orden dórico
por el jónico, el templo presenta por primera vez el uso de cariátides como elemento
arquitectónico, pasando así de la alegoría a la figuración, del símbolo femenino del jónico a la
figura rotunda de la mujer; avisando contundentemente que lo que antes significaba lo femenino,
ahora era lo femenino, sin mediación.
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FIRMITAS, UTILITAS ET VENUSTAS
El volumen principal resalta por su tamaño pero también por su pureza. Su claridad se destaca en
el conjunto. El mármol blanco que remite a la iconografía occidental, colabora con esa sensación.
Debajo de este volumen (que se asemeja a un templo áptero clásico, o sea que carece de
columnas laterales) se encuentran las tres salas destinadas a los dioses: La de Atenea (A) que mira
hacia el este y, sin conexión alguna, a su espalda -y partido en dos- el de Erecteo (E) y el de
Poseidón (P).
Vista Sur
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Vista Oeste
E P
Planta
Las ubicaciones de estas cellas (hay varias reconstrucciones, hubo varios cambios en el interior del
templo. Tomamos aquí la planta más divulgada) nos llevan a realizar algunas especulaciones.
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El frente Sur -que mira al Partenón- es el que le da mayor singularidad al edificio: allí está la
galería donde aparecen las cariátides (seis). Aquí se encuentra la tumba de Erecteo (primer rey de
Atenas). Esta es la parte más característica del templo y a su vez es la vista más austera. La galería
de cubierta plana tiene apenas en su costado derecho la gran pared desnuda de la cella del templo
de Atenea (lo que hace que resalte aún más la aparición de las cariátides).
El edificio, en su composición parcial, no se aparta de las reglas clásicas. Cada parte es simétrica en
sí misma y a su vez cada parte respeta las proporciones áureas que se repiten en diversos
tamaños, y sucesivamente, donde hace falta. (Fig. 2)
Fig.2
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la masa en su cabeza (como lo juzgan algunos libros de historia) puede pensarse como el triunfo
de Atenea que tiene la ciudad bajo sus pies.
A medida que vamos recorriendo el edificio vemos que en cada detalle hay un persistente
cuestionamiento a lo clásico, una especie de “manierismo” (interesante) que disloca las
convenciones establecidas, un nuevo argüir que recorre lo formal, pero también lo constructivo
porque hasta la misma idea del uso de la estructura trilítica, tan típica en la arquitectura de la
Grecia clásica, aquí tampoco se ve con claridad, ya que a simple vista, el edificio denota una
construcción muraría, austera, con poca decoración agregada (típico, esto sí, de esta clasicidad
griega) pero muraría al fin, tan muraría como serán las arquitecturas sucesivas, las arquitecturas
sucesoras.
Como epílogo, podríamos decir que, tal vez, el clasicismo griego nunca fue tan clásico y que, tal
vez, esta idea del clasicismo griego incluido en una batea con código de barras, sólo resulta
pedagógicamente necesaria para que la historia de la arquitectura pueda organizar un discurso
explicativo de la antigüedad.
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