Está en la página 1de 46

3.

Las relaciones
patriarcales en el campo
El trabajo invisible de las mujeres y la división sexual
del trabajo
Los estudios feministas han aportado a la teoría social
el concepto de trabajo invisible de las mujeres, unido muy
estrechamente al de división sexual del trabajo, e incluso a la
crítica de la familia patriarcal.
Escribieron al respecto Isabel Larguía y John Dumoulin:

La familia surge con la disolución de la comunidad primi-


tiva. No es casual que la palabra “familia” se refiriera origi-
nalmente al derecho de propiedad privada que tenía el pater-
familias tanto sobre las personas como sobre los bienes que
componían su casa. La «casa» surge como primera forma
de empresa privada, propiedad del jefe de la familia, para la
producción, el intercambio y la competencia con las demás
casas, y para la acumulación del plus-producto... La propie-
dad que ejercía el jefe de la familia implicaba la herencia

89
Somos tierra, semilla, rebeldía

por línea paterna, la propiedad total de la mujer, así como


el dominio y confiscación de la fuerza de trabajo femenina.67

En nuestro continente, la familia patriarcal fue estable-


cida a partir de la conquista y la colonización, que destruye-
ron la vida de las comunidades originarias sometidas a ser-
vidumbre, y de los pueblos traídos de África como esclavos.
La imposición de la familia patriarcal en América Latina,
fue funcional al objetivo colonial de saquear y robar para
las coronas europeas. Tras este objetivo, las mujeres fue-
ron racializadas y sometidas a triple explotación, y por ello
jamás pudieron acceder a la propiedad de las tierras con-
quistadas por Europa.
La familia patriarcal – señalan Larguía y Dumoulin – se
basa en la división de la vida social:

…en dos esferas nítidamente diferenciadas: la esfera pública


y la esfera doméstica. La mujer fue relegada a la esfera domés-
tica por la división del trabajo entre los sexos, al tiempo que
se desarrollaba a través de milenios una poderosísima ideo-
logía que aún determina la imagen de la mujer y su papel
en la vida social. A partir de la disolución de las estructuras
comunitarias y de su reemplazo por la familia patriarcal, el
trabajo de la mujer se individualizó progresivamente y fue
limitado a la elaboración de valores de uso para el consumo
directo y privado. Segregada del mundo del plusproducto, la
mujer se constituyó en el cimiento económico invisible de
la sociedad de clases. Por el contrario, el trabajo del hombre
cristalizó a través de los diferentes modos de producción en
objetos económicamente visibles, destinados a crear riqueza
al entrar en el proceso del intercambio. En el capitalismo, ya

67  Isabel Larguía y John Dumoulin, Hacia una ciencia de la liberación de la mujer,
Barcelona: Editorial Anagrama, 1976.

90
3. Las relaciones patriarcales en el campo

sea como propietario de los medios de producción, o como


operador de los mismos por medio de la venta de su fuerza de
trabajo, el hombre se define esencialmente como productor
de mercancías. Su posición social se categoriza gracias a esta
actividad, y su pertenencia a una u otra clase se determina
según la situación que ocupe dentro del mundo creado por la
producción de bienes para el intercambio.

La mujer, expulsada del universo económico creador de plus-


producto, cumplió no obstante una función económica fun-
damental. La división del trabajo le asignó la tarea de reponer
la mayor parte de la fuerza de trabajo que mueve la econo-
mía, transformando materias primas en valores de uso para
su consumo directo. Provee de este modo a la alimentación,
al vestido, al mantenimiento de la vivienda, así como a la
educación de los hijos... Así, el trabajo del hombre cristalizó
en objetos y mercancías económicas y socialmente visibles.
El trabajo femenino en el seno de la familia no producía direc-
tamente un plusproducto ni mercancía visible: se la marginó
de la esfera del intercambio, donde todos los valores giraban
en torno a la acumulación de riquezas. El trabajo de la mujer
quedó oculto tras la fachada de la familia monogámica, per-
maneciendo invisible hasta nuestros días. Parecía diluirse
mágicamente en el aire, por cuanto no arrojaba un producto
económicamente visible como el del hombre. Por tanto, este
tipo de trabajo, aun cuando consume muchas horas de rudo
desgaste, no ha sido considerado como valor. La que lo ejer-
ció fue marginada por este hecho de la economía, de la socie-
dad y de la historia. El producto invisible del ama de casa es
la fuerza de trabajo.68

68 Ibid.

91
Somos tierra, semilla, rebeldía

En el caso de las mujeres rurales, cuando hablamos de


trabajo invisible, nos referimos a ese trabajo doméstico no
remunerado, pero también a lo que podría ser conside-
rado como trabajo productivo estricto, que sin embargo no
se registra en las cuentas nacionales porque se considera
como una extensión de las tareas de reproducción bioló-
gica y de la reproducción de la fuerza de trabajo. El cuidado
de las huertas, de los animales, de las semillas, la recolec-
ción de frutos, la búsqueda del agua, se vuelven parte de
las tareas no remuneradas y consideradas como no pro-
ductivas, aunque provean de alimento, y hagan a las con-
diciones de sobrevivencia de millones de personas en el
mundo.
Según la FAO, entre un 60 y un 80% de la producción de
alimentos en los países del Sur, recae en las mujeres, un
50% a nivel mundial. Las mujeres rurales son las principales
productoras de cultivos básicos como el arroz, el trigo y el
maíz. La invisibilización del trabajo de las mujeres campe-
sinas, que se basa en la naturalización de la división sexual
del trabajo, favorece que este trabajo no sea recompensado
económicamente, y contribuye a consolidar las diferencias
entre hombres y mujeres en el acceso a la propiedad de la
tierra, a los créditos, a la formación técnica. Es decir, hay un
modo sistemático de desvalorizar el aporte de las mujeres
que genera el ordenamiento patriarcal, que resulta funcio-
nal a las políticas de reproducción ampliada del capital, de
acumulación por desposesión, de sobre explotación de la
fuerza de trabajo, en procesos de generación de máximas
ganancias para las oligarquías locales y para los dueños de
las tierras.
Señala Gloria Patricia Zuluaga Sánchez en el estudio sobre
el acceso a la tierra de las mujeres de Antioquía, Colombia,
que:

92
3. Las relaciones patriarcales en el campo

En la división sexual del trabajo en el campo, cabe a ellas


(las mujeres), mayoritariamente, la producción de alimen-
tos para el consumo familiar, por medio de huertas y cría
de pequeños animales… Las mujeres en América Latina son
responsables del 90% de la producción de alimentos para
las familias rurales y además participan de las actividades
relacionadas con el procesamiento, conservación y comer-
cialización de los productos agrícolas. A pesar de ese dato,
se las sigue excluyendo de la asistencia técnica y de los pro-
gramas de crédito agropecuario… El aparato del desarrollo
invisibiliza a las mujeres campesinas, en primer lugar, por-
que los sistemas productivos que éstas implementan en sus
parcelas, no son grandes generadores de riquezas de capi-
tal, ni están vinculadas con el mercado de insumos y mer-
cancías, lo cual es un reto para las organizaciones mismas,
así como para las ONGs que las asesoran, pues requieren la
deconstrucción de conceptos y discursos sobre el desarro-
llo. La problemática descrita, requiere un reconocimiento
de las mujeres como sujetos de derechos agrarios, de no ser
así la economía campesina se hará más vulnerable de lo que
actualmente es; aumentando los riesgos socioeconómicos,
políticos y ambientales, no sólo de las zonas rurales sino
también de las ciudades, que se ven presionadas por masas
de población migrante altamente empobrecida”.69

Esther Vivas, en un artículo publicado en Rebelión, analiza


en la misma dirección:

Las mujeres campesinas se han responsabilizado durante


siglos de las tareas domésticas, del cuidado de las personas,

69  Gloria Patricia Zuluaga Sánchez, “El acceso a la tierra: asunto clave para
las mujeres campesinas en Antioquía, Colombia”, Revista Facultad Nacional de
Agronomía – Medellín, No. 64 (enero-junio), 2011..

93
Somos tierra, semilla, rebeldía

de la alimentación de sus familias, del cultivo para el auto-


consumo y de los intercambios y la comercialización de algu-
nos excedentes de sus huertas, cargando con el trabajo repro-
ductivo, productivo y comunitario, y ocupando una esfera
privada e invisible. En cambio, las principales transacciones
económicas agrícolas han estado, tradicionalmente, llevadas
a cabo por los hombres, en las ferias, con la compra y venta
de animales, la comercialización de grandes cantidades de
cereales... ocupando la esfera pública campesina. Esta divi-
sión de roles, asigna a las mujeres el cuidado de la casa, de la
salud, de la educación y de sus familias, otorga a los hombres
el manejo de la tierra y de la maquinaria, en definitiva de la
“técnica”, y mantiene intactos los papeles asignados como
masculinos y femeninos, y que durante siglos, y aún hoy, per-
duran en nuestras sociedades. 70

En el informe realizado por la Red Centroamericana de


Mujeres Indígenas y Campesinas (Recmuric) ya mencio-
nado se afirma que:

Las mujeres rurales centroamericanas producen más de la


mitad de los alimentos que se consumen en la región, se ocu-
pan de tareas clave en las explotaciones familiares, y atesoran
un conocimiento tradicional sobre cómo producir de forma
sostenible o conservar las semillas nativas. Pese a estas múl-
tiples responsabilidades, su papel como productoras no es
reconocido y su aporte económico no queda registrado en las
cuentas nacionales. Relegadas a la esfera doméstica y some-
tidas a la autoridad patriarcal, escasamente participan en
las organizaciones campesinas e indígenas y mucho menos

70  Esther Vivas, “Soberanía alimentaria, una perspectiva feminista”, Rebelión, 9 de


febrero de 2012, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144380

94
3. Las relaciones patriarcales en el campo

en las decisiones sobre políticas públicas que las afectan


directamente.

El último censo agropecuario de Nicaragua, por ejemplo,


apenas contabilizaba 61.000 mujeres productoras agrícolas
respecto a una población total de 1.100.000 mujeres rurales.
Las cuentas nacionales y las estadísticas de empleo tampoco
incluyen en sus cálculos el aporte económico de las mujeres
ni las consideran población ocupada.

En toda la región de América Latina, de 58 millones de muje-


res rurales, sólo 17 millones son reconocidas como parte de
la población económicamente activa. Esto tiene graves impli-
caciones cuando tratan de optar a programas estatales de
adjudicación de tierras o de fomento productivo. Es el caso
de El Salvador, donde muchas mujeres son excluidas como
demandantes de tierra porque la ocupación que registra
su documento oficial de identidad es la de ama de casa en
lugar de agricultora. La principal barrera cultural es que no
se reconoce a las mujeres rurales como productoras agrícolas
pues todas las tareas que llevan a cabo en la unidad familiar
son asimiladas como una extensión del trabajo doméstico,
igualmente invisible e infravalorado. En general se toma a la
familia como referencia de la unidad productiva, y al hombre
como el jefe de familia, situándolo en el centro de las políti-
cas y programas de redistribución de tierras y de asistencia
al desarrollo agropecuario. Por su parte, las organizaciones
campesinas e indígenas tradicionalmente han excluido a
las mujeres como socias y en los órganos de dirección. Esto
les impide participar en las decisiones y en los beneficios, y
sobre todo acceder a la tierra a través de los programas esta-
tales de distribución y titulación colectiva. Por ello las muje-
res organizadas demandan cambios en las leyes que rigen los
sistemas de cooperativas.

95
Somos tierra, semilla, rebeldía

En ocasiones son las propias mujeres quienes renuncian a


sus derechos debido a imposiciones culturales socialmente
aceptadas. Por ejemplo en la herencia, a pesar de la igualdad
de derechos consagrada en las leyes nacionales, a menudo
en la práctica las mujeres viudas ceden las tierras que les
corresponden a favor de sus hijos varones para que ellos asu-
man la explotación familiar. Análisis recientes han demos-
trado que las jerarquías de género y de edad, y las luchas
dentro de y entre ellas, son centrales para comprender la
economía campesina. La toma de decisiones raras veces se
realiza de manera democrática – sean con referencia a deci-
siones agrícolas, al acceso a los recursos, a la distribución de
la fuerza de trabajo disponible entre diferentes actividades
generadoras de ingresos y otros. Más bien, los que detentan
más autoridad y poder de negociación – hombres, y las per-
sonas mayores en general – tienden a tomar las decisiones.
Adicionalmente, como lo ha señalado Deere (2002) las “estra-
tegias domésticas” no siempre reflejan los intereses de todos
los miembros de la familia, y es escasa la participación de
las mujeres y los niños. Continúa diciendo la autora que las
relaciones internas se caracterizan por un proceso continuo
de negociación, contratos, renegociación e intercambio. Pero
raras veces los hombres y las mujeres negocian como iguales.

96
3. Las relaciones patriarcales en el campo

Al contrario, sus negociaciones son limitadas y definidas por


el mismo sistema de autoridad que estructura las relaciones
domésticas. Las mujeres de las organizaciones objeto de este
estudio, manifestaron que en muchas oportunidades son los
hombres (maridos, padres, hermanos e hijos) los que deci-
den qué producir. Ellos tienden como prioridad los cultivos
comerciales, tales como la caña panelera o el café para los
municipios de Yolombó; las flores y la mora, en el caso de La
Ceja; por lo que el espacio para la siembra de alimentos para
el consumo familiar o para la venta queda muy limitado, lo
que las lleva a recurrir a la estrategia de sembrar en algu-
nos resquicios como son los linderos o los lotes con meno-
res condiciones de fertilidad y con restricciones hídricas o de
fertilidad. Veamos algunos de los testimonios de las entrevis-
tadas. “Yo heredé un pedacito de tierra, pero mi marido es el
que decide qué sembrar”. “Yo sí tengo tierra, pero es él quien
trabaja…”. “A pesar que la tierra es de los dos, yo tengo que
estar negociando para que me deje sembrar mis cultivos”.
“Mi marido vendió la tierra sin mi permiso… y yo no tuve
como revirar”. Adicionalmente, expresaron que la mayoría
de los varones suelen decidir discrecionalmente sobre el
dinero obtenido por el trabajo agrícola, así ellas hayan parti-
cipado activamente en dicha actividad. Las limitaciones en el
acceso y control de los recursos que experimentan las muje-
res, conllevan al aumento de la vulnerabilidad en situaciones
difíciles, no sólo de ellas sino de su prole. La participación
de las mujeres en la agricultura está enormemente subes-
timada, pues a la gran mayoría de ellas no se las considera
agricultoras sino amas de casa. A pesar de que sus jornadas
de trabajo se extienden en promedio hasta las 16 horas dia-
rias (según datos del Observatorio Centroamericano Mujeres
y Tierra y las múltiples encuestas de uso del tiempo consul-
tadas) durante las cuales combinan tareas dentro y fuera del
hogar, las estadísticas ocultan su aporte productivo bajo la

97
Somos tierra, semilla, rebeldía

categoría del trabajo doméstico. Un trabajo no valorado eco-


nómicamente, pese a incluir tareas con un valor económico
y laboral importante como el manejo de los huertos caseros,
la producción de abono, la alimentación y el cuidado de las
aves y demás animales de patio, la siembra y la recolección
de granos básicos, la producción de harinas y conservas o
la venta en los mercados locales, entre muchas otras cosas.
Para analizar con mayor precisión la participación laboral de
las mujeres sería necesario considerar tanto el trabajo para el
mercado como para el autoconsumo, valorando dichos traba-
jos como actividad económica, tal como lo establece la OIT. 71

La invisibilidad del trabajo de las mujeres está natura-


lizada por la división sexual del trabajo, que reproduce la
enajenación de las mujeres, entendiendo por esto que las
mujeres no pueden reconocerse en el producto de su tra-
bajo, ya que ni siquiera se reconoce al mismo como trabajo.
La desvalorización del trabajo de las mujeres, y en conse-
cuencia de las mismas mujeres, es uno de los factores que
naturaliza su vulnerabilidad y que fomenta la violencia de
género. Pero este sistema de ideas, además, sostiene y cons-
truye la creencia de que hay oficios o trabajos para hom-
bres y otros para mujeres, y que por lo tanto hay estudios
para hombres y estudios para mujeres, en el caso de poder
acceder a los mismos. Lo que sucede generalmente entre
los sectores pobres del campo, es que se considera que los
varones deben estudiar y que no es necesario que lo hagan
las mujeres, ya que los aprendizajes de la vida doméstica los
realizan junto a sus madres y abuelas.
En esa perspectiva, también se establece una división
entre la esfera pública de lo social y la esfera considerada
privada. La esfera pública, y especialmente la política, según

71 RECMURIC, Tierra para nosotras, op cit.

98
3. Las relaciones patriarcales en el campo

esta división de roles, está en manos de los hombres, que


son quienes toman decisiones que afectan o involucran a
todos los géneros. Mientras tanto, la reproducción de la vida
a través del trabajo doméstico, es considerada actividad de
las mujeres, que deben realizarla cumpliendo determinados
mandatos culturales organizados alrededor del deseo y de
los intereses de los hombres, subordinadas y bajo control
masculino.
Esta división sexual del trabajo, se extiende en muchos
casos a los movimientos populares y políticos, en los que la
representación y la dirección, la toma de decisiones, suelen
estar predominantemente en manos de los varones, mien-
tras que las mujeres quedan a cargo de tareas de administra-
ción y de funcionamiento de la organización… del “cuidado
de la casa”. Recién en los últimos años se ponen en discu-
sión estos roles, así como también las conductas de líderes
políticos de movimientos populares, que en muchos casos
en el seno de sus familias reproducen el orden patriarcal
e incluso su violencia. Trasformar esta situación, significa
abrir estos debates entre las mujeres, generando redes que
sostengan la posibilidad de crear autonomía, y al mismo
tiempo en toda la organización, para que no se vuelva un
escenario de reproducción del patriarcado.
Observamos una búsqueda interesante en el contexto
boliviano, cuyo proceso proclama específicamente como
objetivos la descolonización y despatriarcalización de la
sociedad. En el informe realizado por el Estado Plurinacional
de Bolivia – revisando el cumplimiento de los acuerdos de
Beijing, se señala:

El sistema capitalista colonial patriarcal... se sostiene en


la división sexual y jerarquizada del trabajo y la naturali-
zación de los roles reproductivos y de cuidado como atri-
butos y responsabilidades femeninas, con lo que el trabajo

99
Somos tierra, semilla, rebeldía

doméstico y de cuidado ha sido considerado no trabajo. De


esta manera, el aporte de las mujeres a la reproducción de
la vida, en términos económicos, sociales y culturales, ha
sido invisibilizado y desvalorizado. Por otro lado, la carga
de trabajo doméstico y de cuidado recae sobre la madre de
familia y/o las mujeres en general. Esta visión ha invisibi-
lizado el trabajo no sólo reproductivo sino también pro-
ductivo de las mujeres, catalogadas bajo la categoría de
“amas de casa” en los censos nacionales. Sin embargo, la
Constitución Política del Estado en su Artículo 338 que dice
“El Estado reconoce el valor económico del trabajo del hogar
como fuente de riqueza y deberá cuantificarse en las cuen-
tas públicas”, sienta las bases para implementar acciones
específicas en este sentido”… “Todo indica que la compleji-
dad de esta problemática requiere medidas para desestruc-
turar los mecanismos y sistemas que reproducen la discri-
minación y subordinación de las mujeres, y se asientan en
la división sexual del trabajo como factor estructurante de
las relaciones de género y la naturalización de las desigual-
dades y jerarquías. Estos datos indican que aún existe una
marcada segregación por sexo en los mercados laborales.72

El reconocimiento como Estado de estos aspectos fun-


dantes de la cultura patriarcal, aún sin llegar a resolver lo
que la misma significa en la vida cotidiana de las mujeres,
es un paso adelante en la posibilidad de pensar y formular
políticas públicas que tiendan a la búsqueda de soluciones
profundas, en el mediano y largo plazo.
Las feministas comunitarias de Bolivia han denunciado

72  ”Informe del Estado Plurinacional de Bolivia,” disponible en: http://www2.


unwomen.org/~/media/headquarters/attachments/sections/
csw/59/national_reviews/bolivia_review_beijing20.ashx?v=1&d=
20140917T100729

100
3. Las relaciones patriarcales en el campo

a la vez el papel de muchas ONGs, en el tratamiento de los


temas de género. Dice Julieta Paredes al respecto:

Con los cuerpos marcados por el colonialismo, las mujeres


hemos recorrido la historia, relacionándonos unas con otras
y relacionándonos como mujeres con los varones, también...
Sin duda las mujeres de clases medias y altas se beneficia-
ron en la época neoliberal y se siguen beneficiando del tra-
bajo manual y doméstico de las mujeres jóvenes indígenas.
Las ONG tramitaron leyes especiales, leyes de segunda para
las hermanas, ahora llamadas trabajadoras del hogar, cuyos
niveles de explotación no se han reducido como se esperaba;
en general, se han modificado muy poco, es que las ONG
de mujeres se negaron sistemáticamente a discutir el tra-
bajo doméstico, porque, total, no ensuciaban sus manos con
esta labor, contrataban una chola como empleada y listo. ¡Es
tiempo de reflexión compañeras!73

En el caso de Brasil, hay un aporte importante en esta


temática, realizado por las mujeres del Movimiento Sin
Tierra. En la tesis de María Carballo López se relata:

La primera reivindicación de las mujeres dentro del MST fue


que las mujeres sean reconocidas como agricultoras, ya que
en los documentos lo que figuraba como profesión era la de
“ama de casa”. La segunda de ellas es conseguir que todas
tengan la documentación exigida en regla, como ciudadanas
y como agricultoras, ya que era habitual que no la tuviesen,
lo que repercutía en su reconocimiento para poder acceder a
la tierra, a ayudas, a créditos y a los derechos que les corres-
ponden como trabajadoras.74

73  Julieta Paredes, “Hilando fino desde el feminismo comunitario”, op cit.


74  María Carballo López, “VEM, TEÇAMOS A NOSSA LIBERDADE”, op cit.

101
Somos tierra, semilla, rebeldía

Para luchar por sus derechos, las mujeres tenían que dejar
de ser invisibles. En la misma investigación, se vuelve a
repetir lo dicho en el caso de otros países y otros movimien-
tos: “La jornada cotidiana de las mujeres en el campo suele
ser subestimada, ya que su trabajo agrícola es considerado
como trabajo doméstico, es decir, una extensión de sus atri-
buciones como madre, esposa y ama de casa”. En un docu-
mento del Colectivo Nacional de Mujeres del MST, de 1998,
se reflexiona sobre cómo se expresa esta división sexual del
trabajo en las posibilidades de militancia de las mujeres en
el movimiento: “Tal vez porque la concepción y la práctica
de lo que es “militancia”, sea por un lado de aquellos que
ejercen tareas en las instancias de poder, y por otro lado sea
excesivamente “masculinizada” y no ofrece espacios para
que se sea militante / madre / mujer, al mismo tiempo, para
las compañeras, esta militancia las excluye prácticamente
de toda la vida política, porque si ella sale para la militancia,
no sólo los maridos y los hijos le cobran, sino toda la vecin-
dad, la sociedad”.
El Movimiento de Mujeres Campesinas de Brasil, formado
en el año 1985, tuvo la necesidad de realizar campañas para
exigir el reconocimiento de sus derechos específicos como
mujeres del campo, así como para la visibilización de sus
demandas. En el estudio de esta experiencia, Roxana Longo
recupera las voces de diferentes integrantes de este movi-
miento que comparten sus esfuerzos:

Recuerdo que en 1986, organizamos la primera caravana de


36 mujeres que fue para Brasilia. Cuando llegamos allá, los
políticos nos dijeron: ‘qué es lo que quieren ustedes acá, si no
tienen ninguna profesión`. Ni siquiera teníamos el reconoci-
miento como trabajadoras rurales. Entonces, se inicia toda
una lucha por el reconocimiento de la profesión. La mayo-
ría de las mujeres no teníamos documentos de identidad.

102
3. Las relaciones patriarcales en el campo

No éramos reconocidas como ciudadanas, por lo cual inicia-


mos toda esta lucha que año tras año se fue fortaleciendo”.
(Integrante del MMC – 45 años).75

Es con la lucha organizada que las mujeres campesinas


de Brasil van obteniendo logros en términos de reconoci-
miento y de derechos: “En la Constitución de 1988, con
muchas luchas que iniciamos las mujeres del movimiento
autónomo, conseguimos muchas cuestiones en torno al
reconocimiento de la profesión como trabajadoras rurales,
y todo el acceso al sistema de seguridad social, a los 55 años
para las mujeres y a los 60 años para los hombres, resguardo
en caso de enfermedad, y en caso de viudez”.76
Es interesante, en la búsqueda de respuestas a estas
situaciones, compartir la experiencia realizada por la Red
Popular de Mujeres de la Sabana, en Colombia, organiza-
ción que trabaja con mujeres en el campo y la ciudad, que
ha lanzado la campaña “Mi trabajo también Vale”, ten-
diente a la valoración y la valorización del trabajo domés-
tico. Esta iniciativa se ampara en el marco legal establecido
por la Ley 1413 del 11 de noviembre de 2010, que establece
“incluir la economía del cuidado conformada por el tra-
bajo de hogar no remunerado en el Sistema de Cuentas
Nacionales, con el objeto de medir la contribución de la
mujer al desarrollo económico y social del país, y como
herramienta fundamental para la definición e implementa-
ción de políticas públicas”. Visibilizar el aporte de las muje-
res a la vida misma, es parte de las posibles actividades e
iniciativas de políticas públicas para replantear la división

75  Roxana Longo, El protagonismo de las mujeres en los movimientos sociales.


Innovaciones y desafíos. Prácticas, sentidos y representaciones sociales de mujeres que par-
ticipan en Movimientos Sociales, Buenos Aires: América Libre, 2012.
76  Integrante del MMC, 41 años

103
Somos tierra, semilla, rebeldía

de tareas en el hogar, y la valorización del trabajo domés-


tico en general.

Feminización de la agricultura campesina

El debate sobre el concepto de agricultura campesina


En América Latina, como consecuencia de los procesos
de concentración de la tierra, y de las luchas campesinas
e indígenas por su redistribución, surge una estructura de
tenencia de la tierra compleja, en la que existe un sector
de agricultura considerada como “comercial y moderna”, el
“agronegocio” y otro sector de agricultura campesina, fami-
liar, al que se lo considera como una rémora del pasado, que
debe subordinarse al primer sector, o bien desaparecer.
La agricultura del primer tipo se basa en la concentración
de la propiedad, en el monocultivo, en la elevada capitaliza-
ción de las unidades productivas, en la utilización intensiva
de insumos químicos y en la mecanización. Emplea poca
gente, mal remunerada, precarizada, ya que adopta una tec-
nología intensiva en capital y economiza fuerza de trabajo,
obteniendo superganancias a partir del despojo realizado
previamente por las políticas coloniales, y actualmente
por distintas modalidades de continuidad de las políticas
extractivistas.
La agricultura campesina – en la que se incluye el campe-
sinado tradicional, el pequeño agricultor familiar que vende
parte de su producción en el mercado, y los beneficiarios
de las reformas agrarias – ocupa generalmente las tierras
de calidad inferior y, en un contexto en extremo adverso,
lucha por la supervivencia, combinando períodos de trabajo
en sus tierras con períodos de trabajo asalariado.
En los últimos años, frente a la crisis producida por el
hambre de millones de personas en el planeta, así como
por el cambio climático, viene siendo revalorizada desde

104
3. Las relaciones patriarcales en el campo

distintas perspectivas la agricultura familiar, como parte de


las políticas contra el hambre, que se extiende en el planeta.
La FAO estableció el año 2014 como Año Internacional de
la Agricultura Familiar (AIAF). Esta decisión, según la FAO:

…tiene como objetivos aumentar la visibilidad de la agricul-


tura familiar y de los pequeños agricultores, focalizando la
atención mundial en su importante papel en la erradicación
del hambre y la pobreza, provisión de seguridad alimentaria
y nutrición, mejora de los medios de subsistencia, gestión de
los recursos naturales, protección del medio ambiente y para
el desarrollo sustentable, particularmente en las áreas rura-
les. El objetivo del AIAF 2014 es re posicionar a la agricultura
familiar en el centro de las políticas agrícolas, ambientales y
sociales en las agendas nacionales, identificando brechas y
oportunidades para promover un cambio rumbo a un desa-
rrollo más equitativo y equilibrado. El AIAF 2014 va a promo-
ver una amplia discusión y cooperación en el ámbito nacio-
nal, regional y global para aumentar la consonantización y

105
Somos tierra, semilla, rebeldía

entendimiento de los desafíos que los pequeños agricultores


enfrentan y ayudar a identificar maneras eficientes de apo-
yar a los agricultores familiares.

La Vía Campesina, a pesar de las críticas a las concepcio-


nes de la FAO, decidió sumarse a esta campaña, para realizar
en el marco de la misma una intensa disputa de contenidos.
En un documento elaborado por la CLOC, que sintetiza los
análisis y debates realizados por las organizaciones campe-
sinas que la integran se sostiene:

No caben dudas de que esta declaración de FAO se da en


un contexto de avances de los conceptos y propuestas que
La Vía Campesina ha presentado a lo largo de los más de
20 años de lucha en todo el mundo. La FAO ha retrocedido
sobre sus pasos, para volver a confiar en que sólo puede
luchar contra el hambre de la mano de la agricultura cam-
pesina, indígena y familiar... En el marco de la crisis alimen-
taria que azota a los pueblos del mundo, el hecho parece ser
una oportunidad para profundizar los análisis y desafíos.
Sin embargo, se percibe que no será excepción a la disputa
de sentido. ¿Qué significa Agricultura familiar? ¿Cuál es su
importancia y rol? ¿Cuáles son las causas del hambre? Las
corporaciones ya lanzaron su arremetida para cooptar la
memoria histórica sobre el rol de los campesinos y campe-
sinas, ahora van por todo, construyendo un relato que encu-
bre las causas y subordina a la agricultura mundial a sus
intereses especulativos. 77

77  CLOC-Vía Campesina, “La CLOC-Vía Campesina en el Año Internacional de la


Agricultura Familiar”, América Latina en movimiento, 14 de marzo de 2014, http://
www.alainet.org/es/active/72077

106
3. Las relaciones patriarcales en el campo

A continuación, el documento de la CLOC desnuda la


posición de las corporaciones en relación a la agricultura
familiar, y propone otra interpretación:

La estrategia de las corporaciones para el año de la agricul-


tura familiar:

a) El Sujeto: En un primer lugar aparece con claridad la inten-


ción de deformar el concepto sobre quienes son agriculto-
res familiares: para las corporaciones, así como para la OMA
(Organización mundial de agricultores) entran en la catego-
ría los empresarios agropecuarios que administra las empre-
sas desde una “tradición familiar”. Es decir, los agronegocios
conducidos por familias, entrarían en su amplio concepto de
Agricultura Familiar.

b) El sistema agropecuario: el lobby busca instalar que la


salida es la integración y convivencia de la agricultura indus-
trial con la agricultura familiar. Planteando la subordinación
vertical de la agricultura familiar a la cadena agroalimentaria
dominada por las transnacionales. La idea de la “integración”
de los agricultores familiares a la cadena agroindustrial global
supone un libre mercado en el que todos podemos competir
y donde las reglas son “claras”. Veamos algunos datos: con
tan solo ¼ de las tierras arables del mundo, los campesinos
y campesinas alimentamos al 70% de la población mundial,
y según la FAO, más del 40 % de los alimentos de la cadena
agroindustrial se pierden por descomposición. El 90% del
mercado mundial de granos está en manos de cuatro corpo-
raciones: ABC, Bunge, Cargill y Dreyfus. Monsanto controla el
27% del mercado global de semillas, y junto a otras 9 corpora-
ciones más del 90 % del Mercado de agrotóxicos. Esta concen-
tración les permite presionar especulativamente para que
los precios de los commodities aumenten sistemáticamente.

107
Somos tierra, semilla, rebeldía

Además su estrecha alianza con la banca internacional les


permite disponer de enormes masa de capital de origen
especulativo que se utiliza para el acaparamiento de Tierras,
el lobby y presión a los gobiernos del mundo, la corrupción,
etc. ¿De qué mercado libre nos hablan? El “mercado” es rehén
de las corporaciones y el capital financiero. Si sumamos al
monopolio, los problemas de pérdida de biodiversidad y cri-
sis ambiental provocada por grandes extensiones de mono-
cultivos, los problemas graves de salud y contaminación por
miles de millones de toneladas de agrotóxicos que fumigan
indiscriminadamente, el trabajo esclavo, el uso indiscrimi-
nado de combustibles fósiles, la destrucción de mercados
locales, entre otros, aparece con claridad que no es posi-
ble armonizar agricultura campesina, con la agricultura de
las corporaciones, así como no será posible terminar con el
hambre de la mano de ese sistema nacido con la revolución
verde.78

Desde CLOC-Vía Campesina tenemos claridad: que


el sistema del capital financiero para el campo es La
Agricultura Industrial en manos de las corporaciones
transnacionales y eso es totalmente contradictorio con la
Soberanía Alimentaria y la Agricultura Familiar Campesina
Indígena.
Frente a este debate, la CLOC-Vía Campesina hizo
un llamado a sus organizaciones a colocar como temas
centrales:

La afirmación de la urgencia de la Reforma Agraria y la demo-


cratización de la tierra y los bienes naturales. (Campaña
Global por la Reforma Agraria), con políticas de educación y
salud e infraestructura rural adecuadas a la vida campesina,

78 Ibid.

108
3. Las relaciones patriarcales en el campo

proporcionando la vuelta al campo desde las ciudades a los


millones de campesinos y campesinas que han sido expulsa-
dos del campo. La lucha contra los transgénicos y la defensa
de las semillas criollas (Campaña por la defensa de las
semillas patrimonio de los pueblos al servicio de la huma-
nidad). La lucha contra los agrotóxicos y en defensa de la
vida (Campaña global contra los agrotóxicos). La Soberanía
Alimentaria, de la mano de la agricultura campesina indí-
gena, con producción diversificada, con técnicas agroecoló-
gicas, Agroindustrias campesinas locales, fortalecimiento de
los mercados locales.79

Diego Montón y Deo Carrizo, miembros de la Coordinación


Nacional del Movimiento Nacional Campesino Indígena
(MNCI) de Argentina y de la Secretaría Operativa de la CLOC-
Vía Campesina señalan frente a esta realidad:

Los avances necesarios no serán posibles tan solo de la


mano de “políticas públicas”, sino a través de una ofensiva
popular contra las corporaciones, no sólo resistiendo des-
alojos sino avanzando en ocupaciones de tierra; y en las
comunidades y tierras conquistadas, avanzar con nues-
tra propuesta campesina, con técnicas agroecológicas y
agroindustria local, donde, sin explotación, la juventud
rural tenga trabajo digno. Es clave la movilización y el pro-
tagonismo popular en las calles, debatiendo y colocando,
desde ahí, nuestro programa, articulando con los sectores
urbanos nuevas dinámicas de mercados populares, cons-
truyendo, junto a sindicatos y movimientos, organizacio-
nes de “consumidores” que faciliten el acceso a los ali-
mentos. La lucha contra las leyes de privatización de las
semillas, el uso de agrotóxicos y transgénicos y el trabajo

79 Ibid.

109
Somos tierra, semilla, rebeldía

esclavo, debe ser frontal y sin tregua, buscando todas las


alianzas posibles.80

Silvia Ribeiro, investigadora de ETC en México, ha llamado


la atención sobre el hecho de que el 70% de la población
mundial se alimenta de lo que producen campesinos, pes-
cadores artesanales, huertas urbanas, todo lo que se deno-
mina pequeña producción, que sólo disponen cerca del 20%
de la tierra. Señala que la agricultura industrial usa el 80%
de la tierra, y el 80% de toda el agua y los combustibles que
se usan en la agricultura. Y aunque producen un volumen
muchísimo mayor de algunos granos, sólo llegan a un 30 %
de la población en el mundo.81
En el caso de Argentina, la agricultura familiar representa
el 20% del PBI del sector agropecuario nacional, el 20% de
las tierras productivas, y el 27% del valor de la producción.
Comprende 30,9 millones de hectáreas totales, y el 65% del
total de los productores. La actividad constituye el 53% del
empleo rural.82
En Brasil, datos del Ministerio del Desarrollo Agrario
señalan que existen 4.139.369 establecimientos rurales
familiares, ocupando un área de 107,8 millones de hectá-
reas. A la agricultura familiar le corresponde la produc-
ción de más del 70% de los alimentos consumidos inter-
namente, incluyendo el autoconsumo de las familias
campesinas. Los agricultores familiares producen 24% del

80  Diego Montón y Deo Carrizo, “CLOC VC: Después de 20 años de luchas, grandes
desafíos”, América Latina en Movimiento, 2 de julio de 2014, http://www.alainet.
org/es/active/75087
81  Entrevista realizada por la autora.
82  “Entró en vigencia la ley de Agricultura Familiar”, Telam, 28 de enero de 2015,
http://www.telam.com.ar/notas/201501/93295-ley-de-agricultura-familiar-vigen-
cia-boletin-oficial.html

110
3. Las relaciones patriarcales en el campo

valor bruto de la producción del ganado de carne, 54% del


ganado lechero, 58% del ganado porcino, 40% de las aves y
huevos, 33% del algodón, 72% de la cebolla, 67% del frijol,
97% del tabaco, 84% de la mandioca, 49% del trigo, 58% del
plátano y 25% del café. Escribe el agrónomo brasileño Celso
Marcatto:

Con el debido incentivo de crédito, acceso a tierras, a la tec-


nología, a los demás medios de producción y a los merca-
dos, la agricultura familiar puede promover un conjunto de
servicios que van más allá de la producción de alimentos.
Su característica de distribución de renta y generación de
empleos posibilita a millones de personas tener condicio-
nes de acceso a los alimentos. La agricultura familiar puede
todavía contribuir con los procesos de conservación de sue-
los y aguas, manejo sostenible de la biodiversidad, produc-
ción de biomasa, cuyo valor para las generaciones presentes
y futuras es incalculable. La agricultura familiar ejerce múl-
tiples funciones estratégicas para la sociedad. Dar condicio-
nes a los pequeños agricultores, fortalecerlos como produc-
tores es el camino natural, deseable y posible para vencer
los graves problemas derivados del incremento de precios
de alimentos en todo el mundo. En ese sentido, es urgente
que el conjunto de las políticas públicas que afectan a la
agricultura familiar, desde la financiación de la producción,
acceso la tierra, acceso a la tecnología, política de precios
mínimos, políticas de recomposición de stocks estratégicos
de alimentos, entre otras, sean revisadas y ampliadas.83

Las mujeres y la agricultura campesina


Escribe Vandana Shiva: “La naturaleza y las mujeres han

83  Celso Marcatto, “Fortalecimiento de la agricultura familiar”, América Latina en


movimiento, 24 de junio de 2008, http://www.alainet.org/es/active/30983

111
Somos tierra, semilla, rebeldía

sido históricamente las proveedoras primarias de alimentos


de la agricultura natural, que se basa en los flujos sustenta-
bles de fertilidad de los bosques y el ganado hacia las tierras
de cultivo. El sistema alimentario siempre ha comprendido
en sus procesos el sistema forestal y al sistema animal… El
principio femenino en la producción de alimentos se basa
en las íntimas uniones que existen entre árboles, animales
y cultivos, y en el trabajo de las mujeres que mantiene esos
vínculos. El trabajo de las mujeres en la agricultura, ha sido
tradicionalmente una tarea de integración de la silvicultura
y la ganadería con la agricultura. La agricultura que tiene
como modelo a la naturaleza, y se basa en la participación
de las mujeres con la naturaleza, ha sido autorreproductora
y sustentable, porque los recursos renovados internamente
suministran los insumos necesarios para las semillas, la
humedad, y los nutrimentos del suelo y el control de pla-
gas”. 84
Señala a su vez la feminista italiana Silvia Federici:

Es un hecho indiscutible, pero a la vez de difícil cuantificación


en las áreas urbanas y rurales, que las mujeres son las agricul-
toras de subsistencia del planeta. Es decir, la mujer produce
la mayor parte de los alimentos consumidos por sus familia-
res (directos o indirectos) o que se venden en los mercados
para el consumo cotidiano... Es difícil estimar el alcance de
la agricultura de subsistencia, ya que en su mayor parte no
es trabajo asalariado y, a menudo, no se produce en granjas
formales. A esto habría que añadir que muchas mujeres que
realizan este trabajo no lo perciben como tal. Esto camina en
paralelo con otro factor económico muy conocido: el hecho
de que el número de trabajadoras domésticas y el valor de

84  Vandana Shiva, Abrazar la vida. Mujer, ecología y supervivencia, Instituto del
Tercer Mundo, 1991.

112
3. Las relaciones patriarcales en el campo

su trabajo son difícil de calcular. Dado que el capitalismo se


orienta a la producción para el mercado, el trabajo doméstico
no se contabiliza como trabajo, y aún mucha gente no lo con-
sidera trabajo de verdad.85

Si hablamos del lugar de la agricultura campesina en las


prácticas alimentarias de una gran parte de la población,
tanto en lo que ya existe como en lo que pudiera resultar de
un respaldo a la misma, vuelve al centro del debate el papel
de las mujeres rurales, que son quienes sostienen funda-
mentalmente a la misma.
En la investigación sobre el acceso a la tierra de las muje-
res de Antioquía, Gloria Patricia Zuluaga Sánchez analiza
que:

La baja rentabilidad de las economías campesinas, las nue-


vas dinámicas rural-urbanas, los cultivos de uso ilícito, y
el conflicto armado, impactan negativamente las condi-
ciones de las mujeres campesinas de varias regiones, colo-
cándolas en una situación de alta vulnerabilidad, al quedar
como únicas responsables de la producción agropecuaria de
pequeñas parcelas, y del cuidado de la vida en general. Este
fenómeno conocido como la feminización de la agricultura
campesina, se ocasiona principalmente por la migración
de la mano de obra masculina en busca de trabajos más
“rentables” que la agricultura campesina (Deere, 2002; Ruíz,
2009). En el caso colombiano, también se relaciona la vincu-
lación de los hombres a distintos grupos armados (guerrilla,
paramilitares, ejército y policía). En este contexto, las muje-
res se convierten en las responsables de la producción y la
vida familiar; sin embargo, ellas no suelen tener propiedad,
ni control sobre la tierra y otros recursos, lo cual disminuye

85  Silvia Federici, La inacabada revolución feminista, op cit.

113
Somos tierra, semilla, rebeldía

su capacidad negociadora y su participación en la toma de


decisiones.86

En Centro América sucede otro tanto. RECMURIC afirma


que:

Más de diez millones de mujeres rurales viven en El Salvador,


Guatemala, Honduras y Nicaragua conjuntamente. La mayo-
ría son mujeres campesinas e indígenas que cada día traba-
jan más de quince horas para asegurar la subsistencia y la
alimentación de sus familias, desempeñando un papel fun-
damental en las frágiles economías rurales de la región. Ellas
atienden los huertos familiares, alimentan a los animales,
siembran, cosechan y procesan el maíz, recogen la leña, bus-
can el agua, cuidan de niños y mayores, participan en comi-
tés vecinales y a menudo complementan los ingresos fami-
liares con distintos trabajos fuera del hogar. Son las mujeres
quienes se ocupan de producir los alimentos básicos para el
hogar, además de asumir tareas clave en las explotaciones
familiares han diversificado la producción en sus patios con
el fin de producir para el mercado local. Este valioso aporte
productivo se suma a las responsabilidades de cuidado de
la familia y la participación comunitaria; una triple tarea no
remunerada ni tampoco reconocida a pesar de ser esencial
para la sobrevivencia familiar, la cohesión social y el bienes-
tar comunitario.87

En el caso de las comunidades zapatistas, es parte de su


política la agricultura de subsistencia. No se trata solamente
de un hecho económico, sino también de un hecho cultural
asociado y promovido por las mujeres. En el apartado quinto

86  Gloria Patricia Zuluaga Sánchez, “El acceso a la tierra”, op cit.


87 RECMURIC, Tierra para nosotras, op cit.

114
3. Las relaciones patriarcales en el campo

de la Ley revolucionaria de mujeres se dice: “Las mujeres y


sus hijos tienen derecho a atención primaria en su salud y
alimentación”. ¿Cómo asegurar este derecho a la alimen-
tación? En el marco de la Escuelita Zapatista, reflexionan
las mujeres zapatistas del Caracol V, Roberto Barrios: “En la
alimentación vimos que en nuestra zona no está lejos... que
los mismos compañeros y compañeras debemos seguir la
costumbre de nuestros abuelos, como vivieron antes, qué
comieron, con qué se alimentaron... que no dejemos de sem-
brar lo que es nuestro, el chayote, la yuca, la calabaza...”88
En consecuencia, el derecho a la alimentación está ligado al
sostenimiento de la agricultura tradicional, indígena, de sus
pueblos. Y ésta se sostiene en gran medida en el trabajo de
las mujeres.
La Declaración de la V° Asamblea de Mujeres de la CLOC
denuncia esta invisibilización, y propone pasos en el actuar
colectivo de las mujeres campesinas e indígenas, presentán-
dose frente al mundo y frente a sus propias organizaciones:

Fueron nuestros saberes los que iniciaron la agricultura,


hemos seguido siendo a través de la historia las que hemos
hecho posible la continuidad de la alimentación para la
humanidad, las que creamos y transmitimos gran parte de
los conocimientos de la medicina ancestral, y actualmente
somos quienes producimos la mayor parte de los alimentos,
a pesar de la usurpación de la tierra y el agua, y las múlti-
ples políticas y programas que nos discriminan y atacan per-
sistentemente. Hoy exigimos el reconocimiento de nuestros
aportes a la producción y tareas de los cuidados y propone-
mos nuevas relaciones que nos permitan compartir la carga

88  Sylvia Marcos, “Actualidad y Cotidianidad: La Ley Revolucionaria de Mujeres


del EZLN”, sin fecha, https://www.vientosur.info/IMG/pdf/la_ley_revolucionaria_
de_mujerescideci.pdf

115
Somos tierra, semilla, rebeldía

y la responsabilidad de todas ellas. Igualmente, reafirmamos


la importancia de la agricultura campesina e indígena para
el bienestar de toda la humanidad y la sustentabilidad eco-
nómica y ambiental en el planeta. Sin agricultura campe-
sina no hay alimentación y por tanto no habrá pueblos que
sobrevivan.89

El acceso de mujeres a la tierra

“Pese a los intentos sistemáticos de los poderes coloniales por des-


truir los sistemas femeninos de la agricultura, las mujeres consti-
tuyen el grueso de los trabajadores agrícolas del planeta, y forman
la primera línea de resistencia en las luchas por un uso no capita-
lista de los recursos naturales (tierra, bosques y agua). Mediante
la defensa de la agricultura de subsistencia, el acceso comunal a
la tierra y la oposición a la expropiación de tierras, las mujeres
están construyendo el sendero hacia una sociedad no explotadora,
una en la cual hayan desaparecido las amenazas de hambrunas
y de desastres ecológicos. ¿Cómo podemos salir de la pobreza, si
ni siquiera disponemos de un pedazo de tierra para cultivar? Si
tuviésemos tierras para cultivar, no necesitaríamos que nos envia-
sen comida desde Estados Unidos. No. Tendríamos la nuestra. Pero
mientras el gobierno se niegue a proporcionarnos las tierras y
otros recursos que necesitamos, continuaremos teniendo extranje-
ros que decidan cómo gobernar nuestra tierra”.

Elvia Alvarado, defensora hondureña


de los derechos de las mujeres90

89  CLOC-Vía Campesina, “Declaración de la V Asamblea de Mujeres de la CLOC-


La Vía Campesina”, 15 de abril de 2015, http://viacampesina.org/es/index.php/
temas-principales-mainmenu-27/mujeres-mainmenu-39/2382-declaracion-de-la-
v-asamblea-de-mujeres-de-la-cloc-la-via-campesina
90  Citada en: Silvia Federici, La inacabada revolución feminista, op cit.

116
3. Las relaciones patriarcales en el campo

Dicen las mujeres de La Vía Campesina Internacional en


la Declaración de Yakarta: “Para nosotras las campesinas
y las indígenas, la tierra además de ser un medio de pro-
ducción, es un espacio y un ambiente de vida, de culturas
y emotividad, de identidad y espiritualidad. Por lo mismo,
no es una mercancía, sino un componente fundamental de
la vida misma, al cual se accede por derecho, de manera
inalienable e imprescriptible, mediante sistemas de propie-
dad, acceso y goce definidos por cada pueblo o nación. La
igualdad de hombres y mujeres en el acceso a la tierra es
un objetivo fundamental para superar la pobreza y la discri-
minación. Suponer que el acceso a la tierra se debe lograr a
través del mercado y como propiedad individual está muy
lejos de representar las visiones y aspiraciones de las muje-
res indígenas y campesinas”. 91
De este modo, se ubica el tema del acceso a la tierra, no
sólo como una cuestión de orden económico, sino también
como una cuestión ligada a la concepción misma de la vida.
El aporte de las mujeres a la agricultura, es insustitui-
ble para pesar en la superación de la crisis alimentaria, y

91  La Vía Campesina, “Manifiesto Internacional de las Mujeres de la Vía


Campesina”, op cit.

117
Somos tierra, semilla, rebeldía

también para aproximarnos a otra mirada de la reproduc-


ción de la vida, no basada en la mercantilización de todas
sus dimensiones, sino en el cuidado tanto de la naturaleza,
como de los pueblos, comunidades y personas. Con esta
concepción, las mujeres indígenas y campesinas han venido
defendiendo su lugar en la transformación de las relaciones
sociales.
Desde esta perspectiva, basada en la visión de las organi-
zaciones campesinas e indígenas, el acceso de las mujeres
a la tierra, es un factor fundamental para la propia sobe-
ranía de las mujeres y un elemento económico que posi-
bilita el derecho a decidir con autonomía sobre sus vidas.
También es esencial para la subsistencia de la humanidad,
para garantizar la soberanía alimentaria y el cuidado de la
naturaleza.
Sin embargo, y pese a que en todos los países se han pro-
mulgado leyes que reconocen explícitamente la igualdad de
derechos en un sentido amplio entre hombres y mujeres,
y que ha crecido la conciencia mundial sobre estos temas,
la brecha de género sigue ampliándose en el campo, y las
mujeres tienen poca tierra, de peor calidad y con menor
seguridad jurídica.
Gran parte de las investigaciones realizadas, indican que
la falta de tierra impide a las mujeres acceder a otros recur-
sos y servicios esenciales como el crédito y la asistencia
técnica.
Por otro lado, la tierra es uno de los principales factores
que condicionan las relaciones de poder entre los géneros.
Se ha demostrado que una mujer sin tierra está más subor-
dinada al hombre y participa menos en las decisiones fami-
liares y comunitarias. Al no contar con bienes propios, su
posición de resguardo es más débil, lo que la hace más vul-
nerable a la violencia machista.

118
3. Las relaciones patriarcales en el campo

Denuncian las voceras de la Consejería Mujer, Familia y


Generación de la ONIC (Organización Nacional Indígena de
Colombia), que “la mayor, más dolorosa y silenciada situa-
ción que viven las mujeres indígenas, está ligada a la vio-
lencia sexual”. El Instituto de Medicina legal cifró en 102
los casos de mujeres indígenas que en 2013 denunciaron
ser víctimas de delito sexual, siendo el 77% de los agreso-
res personas próximas a su círculo social y no existe regis-
tro de ninguna condena judicial por violencias sexuales
u otro tipo de violencias contra mujeres indígenas. Sin
embargo, sabemos que la mayor parte de estas agresio-
nes no son denunciadas, ni figuran en las estadísticas.
Traemos este dato de ONIC, para llamar la atención sobre
la urgencia que tiene asegurar un cambio en las relaciones
de género en los territorios campesinos e indígenas, que
permitan que las mujeres puedan ser sujetas activas de su
propia historia y de las decisiones sobre sus vidas. La cul-
tura del silencio, perpetúa la violencia contra las mujeres
en las comunidades.
También las mujeres negras alertan sobre las deudas his-
tóricas existentes, como la investigación de los casos de vio-
lencia doméstica y los asesinatos de mujeres negras, con la
penalización de los criminales. Llaman la atención sobre el
racismo y el sexismo producidos en los medios de comu-
nicación, que invisibilizan el lugar de las mujeres negras
en la vida productiva de los países, y reproducen estereoti-
pos que las racializan y vuelven una y otra vez a un rol de
mujeres-objetos.
En Brasil las activistas negras subrayan las deudas que se
arrastran tras varias generaciones, de titulación y garantía
de las tierras quilombolas, especialmente en nombre de las
mujeres negras, porque explican que hay un vínculo con la
ancestralidad.

119
Somos tierra, semilla, rebeldía

Dadas las escasas posibilidades que tienen las mujeres


rurales de obtener ingresos propios, la posesión de la tierra
se traduce en un cambio significativo que les permite avan-
zar en su autonomía económica. Esto repercute en el bien-
estar de las familias, ya que cuando las mujeres deciden
sobre el gasto familiar por lo general priorizan la inversión
en alimentación, salud y educación. Pero más allá del bene-
ficio personal y familiar, ampliar el acceso de las mujeres a
la tierra y otros activos productivos, así como a la asisten-
cia técnica y financiera mejoraría la productividad agrícola,
lo que ayudaría a erradicar el hambre y la pobreza rural.
Permitiría disponer de más alimentos y a menores precios
en el mercado, y mejoraría los niveles de empleo y de ingre-
sos en las economías locales.
Estamos pensando en modos de acceso a la tierra que
partan del reconocimiento a las luchas históricas de las
mujeres por garantizar un modo de vida que no arrase con
la cultura y la identidad de los pueblos, y que no acepta la
destrucción de los bienes comunes en pos de las gigantes-
cas ganancias del agronegocio y del capitalismo mundial.
En un cuadro comparativo de la distribución de los pro-
pietarios de tierra por sexo en distintos países de América
Latina, se observa que mientras en Honduras, en el año
2004, el 14,4 % de los propietarios de tierra son mujeres, en
Paraguay (2000) esta cifra es del 29,7, en México (2002) es el
32,2, en Haití (2001) es del 23,5, en Salvador (2005) es 14,1, y
en Nicaragua (2005) es de 19,9%.92

92  Carmen Diana Deere, “Tierra y autonomía económica de la mujer rural: avan-
ces y desafíos para la investigación”, en: Tierra de mujeres. Reflexiones sobre el acceso
de las mujeres rurales a la tierra en América Latina, Coalición Internacional para el
Acceso a la Tierra y Fundación TIERRA, 2011, disponible en: http://www.pa.gob.mx/
publica/rev_52/analisis/tierra_y_autonomia_economica.pdf

120
3. Las relaciones patriarcales en el campo

Wendy Cruz, comunicadora de La Vía Campesina, señala:


“En Honduras hay dos millones de mujeres campesinas: 1,3
viven en pobreza y un 86 por ciento no tiene acceso a tie-
rra. Están violentando el derecho de las mujeres a tener una
vida digna, a seguir aportando al desarrollo y a garantizar la
alimentación del pueblo”.93
Uno de los países del continente donde resulta más
escandalosa la desigualdad en la tenencia de la tierra, es
Paraguay. Este país, el de mayor población rural de América
Latina (43% del total), está entre los que tienen más alta
concentración de la tierra en el continente. De acuerdo con
la Dirección de Estadísticas y Censos de ese país, el 1% de
los propietarios reúne el 77% del área productiva, y el 40%
de los agricultores poseen apenas el 1% de las tierras.94
Se denuncia desde CONAMURI (Coordinadora Nacional
de Mujeres Rurales e Indígenas), que “las estadísticas mues-
tran que sólo el 2% de la tierra está en manos de campe-
sinos, campesinas y comunidades indígenas. El resto está
controlado por empresas del agronegocio, o por grandes
terratenientes que se dedican a la producción ganadera y
de soja, o de algún tipo de grano que se rige bajo el mismo
modelo: producción a gran escala, con semilla transgé-
nica, con introducción de tecnología mecánica y uso inten-
sivo de agrotóxicos. Todo ello trae aparejado la deforesta-
ción masiva de grandes extensiones de terreno, deterioro
del medio ambiente, del suelo, desplazamiento forzoso

93  Ángeles Fernández, “Las mujeres, sin tierra, alimentan al mundo”, Pikara, 19
de enero de 2014, http://www.pikaramagazine.com/2014/01/las-mujeres-sin-tie-
rra-alimentan-al-mundo/
94  La Vía Campesina, “La importancia de la lucha y organización en Paraguay”,
15 de marzo de 2014, http://viacampesina.org/es/index.php/temas-principales-
mainmenu-27/mujeres-mainmenu-39/2062-la-importancia-de-la-lucha-y-orga-
nizacion-en-paraguay

121
Somos tierra, semilla, rebeldía

de las comunidades. Y las que llevan la peor parte son las


mujeres”.95 Las estadísticas en Paraguay adjudican a 351 pro-
pietarios, 9,7 millones de hectáreas. Se estima en 300.000 las
campesinas y campesinos sin tierra propia, para una pobla-
ción de 6.500.000 habitantes.
Más allá de las dificultades que se presentan para encon-
trar datos claros sobre el acceso de las mujeres a la tierra, es
posible establecer que en ese mínimo territorio que queda
para lxs pequeñxs campesinos, se vuelve a producir una
desigualdad en la forma en que la tierra es distribuida entre
varones y mujeres.
Una variable que permite aproximarnos cuantitativa-
mente al tema son las Encuestas sobre condiciones de Vida
patrocinadas por el Banco Mundial (LSMS por su sigla en
inglés). La encuesta LSMS 2000-01 de Paraguay preguntó por
los derechos de propiedad por sexo, pero sólo al nivel de la
finca familiar. El resultado dio un 27% de los hogares con la
mujer como propietaria, un 70% con el hombre, y el restante
3% eran fincas en co-propiedad. La proporción de hogares en
los cuales la mujer tiene derechos de propiedad alcanza un
30%, cifra sustancialmente más alta que el 9% estimado en
el censo paraguayo de 1991 para las mujeres agricultoras.96
En el caso de Centroamérica, señala el informe ya citado
de RECMURIC: “La mayoría de las mujeres centroamerica-
nas cultivan una tierra que no les pertenece, sino que acce-
den a ella a través del alquiler, la mediería, el préstamo o
el colonato. Esto implica que no pueden decidir libremente
qué y cómo producir, no saben si el siguiente año podrán
volver a sembrar y deben entregar una parte de la cosecha o
de los beneficios al propietario de la tierra. Con la expansión

95  Ángeles Fernández, “Las mujeres, sin tierra, alimentan al mundo”, op cit.
96  Carmen Diana Deere and Magdalena León, ”La brecha de género en la propie-
dad de la tierra en América Latina.”, Estudios Sociológicos, 23:68, 2005.

122
3. Las relaciones patriarcales en el campo

imparable del monocultivo industrial – entre 1990 y 2010 las


áreas destinadas al cultivo de caña y palma africana se han
duplicado y cuadruplicado respectivamente en la región
cada vez les resulta más difícil y más caro encontrar un
pedazo de tierra donde cultivar”.
Carmen Diana Deere analiza que:

La propiedad de la tierra influye de dos maneras en la auto-


nomía económica de la mujer: directa e indirectamente. La
propiedad de la tierra fortalece su posición de resguardo,
incrementando su autonomía económica directamente, por
lo que amplía sus alternativas de entrar o no en una relación
y de poder salir de ella. Por otro lado, esta posición de res-
guardo incrementa el poder de negociación de la mujer den-
tro del hogar. Y mientras mayor sea su poder de negociación
en el hogar, más probable es que logre mayor autonomía eco-
nómica”. Aclara a su vez que: “Es importante detenernos en
lo que significa “tener derecho efectivo a la tierra”. Primero,
hay que distinguir entre “tener derecho” y lo que significa
simplemente “tener acceso” a la tierra. El acceso a la tierra –la
posibilidad de trabajar la parcela de un familiar (incluyendo
al cónyuge) o contar con un contrato de aparcería o arrenda-
miento– no necesariamente implica un derecho. El derecho
a la tierra se define como “la propiedad o [...] el usufructo
(es decir, el derecho de uso) asociados con diferentes grados
de libertad para arrendar, hipotecar, legar o vender” la tierra
(Agarwal 1994: 19). Tal como lo resumen Deere y León (2002),
se debe controlar por lo menos tres elementos del conjunto
de derechos posibles: i) poder utilizarlo como recurso; ii)
impedir que otros lo hagan sin su permiso y iii) poder trans-
ferir el control del conjunto de titularidades a otros. Por lo
tanto, implica “una cierta medida de seguridad unida a una
reclamación que se pueda hacer cumplir legalmente”. Los
derechos efectivos a la tierra toman en cuenta no sólo los

123
Somos tierra, semilla, rebeldía

derechos legales, sino también el reconocimiento social de


estos derechos y del control efectivo sobre la tierra (Agarwal
1994). Al decir “control efectivo” nos referimos a la capaci-
dad de decidir cómo debe utilizarse la tierra y cómo mane-
jar los beneficios derivados de ella. Como señalan Deere y
León (2002), en América Latina las mujeres pueden heredar y
poseer tierra a nombre propio, pero esto no necesariamente
significa que sean propietarias legítimas si socialmente se
espera que vendan su derecho de herencia a un hermano;
no significa que tengan un control efectivo si, por ejemplo, la
tierra heredada por la mujer se incorpora al patrimonio fami-
liar que administra el jefe de hogar, el hombre”.97

En Colombia también existe una fuerte brecha de género


en el acceso a la tierra. La investigadora Gloria Patricia
Zuluaga Sánchez señala:

La tierra no sólo es un bien productivo, en muchas culturas


tiene un gran valor simbólico asociado a la vida, a la iden-
tidad y a la herencia cultural, así como al poder y a la toma
de decisiones. Si bien, para muchos campesinos de Colombia
los ingresos dependen cada vez menos de la agricultura, la
tierra continúa siendo un recurso crucial para su superviven-
cia y su reproducción. El acceso seguro de las comunidades
rurales a recursos naturales como la tierra, el agua, y los bie-
nes productivos conexos (vivienda, alimentos, leña, las semi-
llas, plantas medicinales, animales, etc.), es fundamental
para hallar soluciones duraderas al hambre, a la pobreza, al
uso sostenible de la misma y a un desarrollo territorial equi-
librado. Por el contrario, la falta del recurso tierra, de capital,
de infraestructura y de políticas públicas que los beneficien,
obliga a los campesinos a emigrar, a proletarizarse, o adoptar

97  Carmen Diana Deere, “Tierra y autonomía económica de la mujer rural”, op cit.

124
3. Las relaciones patriarcales en el campo

estrategias de supervivencia a muy corto plazo, generando


impactos negativos en sus vidas y en los recursos naturales”.98

En muchas sociedades, el acceso de las mujeres a los


recursos y su participación en la agricultura se entreteje con
las relaciones de parentesco, principalmente a través de sus
padres o esposos o familiares varones. En las estadísticas
oficiales (censos, investigaciones) en Brasil, por ejemplo, no
es posible obtener informaciones sobre su contribución eco-
nómica a la unidad familiar, debido a que no son contabi-
lizadas como fuerza de trabajo o aparecen como miembros
no remunerados en la familia.
En la investigación ya mencionada sobre las mujeres
del Movimiento Sin Tierra de Brasil se destaca que el MST
defiende que las parcelas de tierra sean concedidas a las
familias beneficiarias de la Reforma Agraria con el título
de concesión de uso, registrado a nombre del hombre y la
mujer de forma conjunta. Dicen las mujeres del MST que:

Esta actitud permite a las compañeras, condiciones para


comprobar su profesión de agricultora, y con esto garanti-
zar en el futuro su propiedad, en un mismo pie de igualdad
con el hombre, pudiendo discutir juntos el destino de los
recursos / créditos, el planeamiento del lote, y de la produc-
ción… La concesión también puede ser colectiva (a nombre
de grupos, asociaciones, cooperativa) o familiar, con un plazo
mínimo de 30 años, prorrogables indefinidamente, pudiendo
ser transferidas a los herederos de los titulares… Las princi-
pales reivindicaciones son el reconocimiento de la profesión
de agricultora, la lucha por los derechos sociales (jubilación
y permiso maternal), el derecho a la sindicación y cuestio-
nes relacionadas a la salud femenina. También surge el tema

98  Gloria Patricia Zuluaga Sánchez, “El acceso a la tierra”, op cit.

125
Somos tierra, semilla, rebeldía

del acceso a la tierra incorporando reivindicaciones específi-


cas de género: la titulación de la tierra a nombre de la pareja
(conjunta) o en nombre de la mujer “cabeza de familia” y el
derecho de las mujeres solteras o “cabezas de familia” a ser
beneficiarias de la reforma agraria.99

Las movilizaciones de las mujeres consiguieron que


gran parte de sus reivindicaciones fueran incluidas en la
Constitución Federal de Brasil. En 1988 Brasil estaba entre
los primeros países latinoamericanos en los que las mujeres
podrían ser potencialmente beneficiarias, junto a Colombia,
en introducir la posibilidad de la titulación conjunta para
parejas, de tierras de la reforma agraria. Con relación a los

99  María Carballo López, “VEM, TEÇAMOS A NOSSA LIBERDADE”, op cit.

126
3. Las relaciones patriarcales en el campo

aspectos de la titulación de la tierra y de trabajo produc-


tivo, desde el Sector de Género del MST insisten en “la nece-
sidad de garantizar que los títulos de concesión de uso de
la tierra sean a nombre del hombre y de la mujer; que los
recursos y proyectos de organización en los asentamientos
sean discutidos por toda la familia y la efectiva participa-
ción de las mujeres en el proceso productivo; y garantizar
que las mujeres sean socias de cooperativas y asociaciones
con igualdad en la remuneración de las horas trabajadas, en
la administración, la planificación y en la discusión política
y económica”.
La feminista mexicana Marcela Lagarde sostiene que la
pobreza de género se debe a la escasez de bienes y recursos
económicos asignados a las mujeres en la vida privada y en
la vida pública, a la insolvencia como sujetos de crédito, a la
dependencia económica, que se suma a que son proveedo-
ras económicas de sus familias en situación de desigualdad.
Señala Lagarde:

Algunas formas de organización de la vida social reprodu-


cen la enajenación, la opresión de género, como dimensio-
nes aceptadas de organización genérica del mundo. Sucede
de esta manera con la división del trabajo, tan especializada
para cada género, que creemos que no es de hombres hacer
ciertas cosas o que hay oficios o trabajos que no son femeni-
nos y, por ende, no son adecuados para las mujeres. La dis-
tribución de los bienes en el mundo sigue pautas de género.
La mayor parte de los bienes y los recursos están monopo-
lizados por el género masculino: la tierra, la producción, las
riquezas, el dinero, las instituciones y hasta la cultura, son
accesibles para los hombres porque ellos las generan o por-
que las expropian a las mujeres cuando ellas son sus pro-
ductoras o creadoras. El control de los recursos y su uso está
en manos de los hombres. La llamada política, es decir, el

127
Somos tierra, semilla, rebeldía

conjunto de actividades, relaciones, acciones y espacios a


través de los cuales se decide sobre el sentido de la vida per-
sonal y colectiva, está en manos de los hombres. La repro-
ducción privada doméstica es asignada a las mujeres como
actividad prioritaria e ineludible en la vida y las mujeres son
recluidas en el ámbito privado a recrear la vida cotidiana,
subordinadas y bajo control masculino e institucional. Y, a
pesar de la presencia masiva de las mujeres en el mundo
público y en el trabajo visible, el trabajo doméstico invisible y
desvalorizado sigue siendo una obligación de las mujeres. La

128
3. Las relaciones patriarcales en el campo

doble, la triple y la múltiple jornada son parte de la situación


vital de la mayoría de las mujeres en el mundo.

Estos hechos convergen en un entramado de dominación


que, en sí mismo, constituye una violencia a los idealmente
supuestos derechos humanos de las mujeres. Los hombres
monopolizan, acumulan e incluso destruyen, con legitimi-
dad, la riqueza social y la vida generadas por el trabajo, las
actividades y la imaginación de las mujeres y hombres. Los
hombres son los ricos que reúnen la riqueza social, familiar
y personal y controlan incluso los recursos generados por las
mujeres.

Las mujeres de todos los países y regiones, de todas las clases


sociales y las castas, así como de todas las etnias y de dife-
rentes edades, las mujeres de todas las religiones, hablantes
de todas las lenguas, son pobres económicamente. Y, en el fin
del segundo milenio, la mayor contradicción en este sentido
consiste en que el género femenino es el que más trabaja,
recibe menor retribución personal, posee menor capacidad
de apropiación de la riqueza social, y tiene menores oportu-
nidades de desarrollo. La pobreza de género se conjuga con
la generalizada exclusión de las mujeres de los espacios polí-
ticos, así como con su escaso poderío personal y de género.100

En la investigación ya mencionada, Tierra de mujeres, se


sostiene que:

Uno de los grandes avances de los pueblos indígenas, en


América del Sur en particular, ha sido el reconocimiento legal

100  Marcela Lagarde, “Identidad de género y derechos humanos. La construcción


de las humanas”, 1995, disponible en: http://www.redxlasalud.org/index.php/mod.
documentos/mem.detalle/id.1037

129
Somos tierra, semilla, rebeldía

de sus tierras ancestrales que muchos de ellos han recibido


en las últimas décadas. Este proceso ha tenido gran impor-
tancia en las zonas amazónicas del Ecuador y de Bolivia, por
ejemplo. En el caso de Bolivia, la gran mayoría de la tierra
saneada por el nuevo proceso de reforma agraria ha sido –
como mencionamos anteriormente – justamente la tierra
colectiva, lo que hoy día se conoce como “territorio indígena
originario campesino” (TIOC). Como en todos estos casos
la propiedad no se asigna a individuo ¿cómo asegurar que
los derechos de las mujeres a la tierra se cumplan? La tierra
colectiva presenta problemas especiales, porque en su pro-
ceso de titulación fácilmente se puede invisibilizar a la mujer
y sus derechos a la tierra (INRA 2008).101

La dificultad de esta descripción surge de la tensión entre


la visibilización desde una perspectiva occidental de los
derechos de las mujeres, y el riesgo de que las propuestas
que surjan a partir de este enfoque refuercen políticas colo-
niales. Se dice a continuación:

El INRA reporta haber enfrentado este problema y hace hin-


capié en la capacitación, especialmente en los proyectos de
saneamiento de las tierras comunitarias de origen (o TCO,
que actualmente se denominan territorios indígenas ori-
ginarios campesinos, TIOC) financiados por la cooperación
internacional. Estos proyectos han tratado de asegurar, por
ejemplo, que las mujeres o sus organizaciones estén siempre
presentes en los talleres sobre el proceso de saneamiento,
y que entre los temas tratados se incluya el derecho de las
mujeres al acceso a la tierra. Pero ¿cómo asegurar que esos
derechos se vuelvan una realidad? Una condición necesaria,
al parecer, sería que las mujeres estuvieran representadas en

101  Deere et al., Tierra de mujeres, op cit.

130
3. Las relaciones patriarcales en el campo

los consejos de sus pueblos o comunidades y desempeñaran


roles de liderazgo. Sería necesario conocer mucho más sobre
cómo se toman las decisiones en cuanto al acceso a la tierra
y los recursos naturales. Por ejemplo ¿cuál es el proceso que
se practica cuando una pareja joven se casa y requiere acceso
a una parcela para sembrar, o cuando un grupo de mujeres
requiere acceso a la tierra para emprender alguna activi-
dad económica? ¿La asignación de parcelas es una decisión
conjunta del capitán y la capitana de la comunidad o de la
asamblea de la comunidad, y en ésta participan tanto hom-
bres como mujeres? ¿Y qué pasa si el capitán y la capitana
no están de acuerdo, cuál es el proceso para la resolución de
conflictos? ¿Y qué pasa cuando un matrimonio se disuelve?
¿A cada individuo se le garantiza entonces el acceso a una
parcela? Necesitamos saber si las mujeres están involucra-
das en los procesos de asignación de recursos, como la tierra
por ejemplo, para evaluar su participación y si están real-
mente ejerciendo un control efectivo sobre la tierra, lo cual
se podría considerar como parte de un proceso de empode-
ramiento económico.

La respuesta a estas preguntas, y las posibilidades de


transformar las inequidades existentes en las comunida-
des y colectivos agrarios, está a nuestro entender, no en las
agencias internacionales, sino en las propias organizacio-
nes campesinas, en la lucha de las mujeres en las mismas, y
en las formas que encuentren las mujeres en las comunida-
des originarias para transformar las realidades de opresión.
Susana Lastarria-Cornhiel escribe que:

La tierra comunal en América Latina se encuentra en varias


formas: conforma comunidades campesinas y territorios
indígenas. En las comunidades campesinas, la tierra cultiva-
ble, por lo general, se encuentra en manos de propietarios

131
Somos tierra, semilla, rebeldía

privados (familias campe-


sinas) y muchas veces está
titulada, mientras los pas-
tizales suelen estar a nom-
bre de la comunidad. Con
la comercialización de la
agricultura y los proyectos
de titulación, la forma de
propiedad comunal en las
comunidades campesinas
está transformándose o
convirtiéndose en propie-
dad privada e individual.
Grupos indígenas también
controlan grandes exten-
siones de tierra, frecuen-
temente áreas forestales.
Varios países –por ejemplo
Bolivia y Ecuador– explí-
citamente reconocen los
derechos ancestrales de
grupos indígenas otorgán-
doles derechos sobre su
territorio. El Estado generalmente deja la administración
de estas tierras bajo la gobernanza del grupo indígena. Su
tenencia también está sufriendo transformaciones a raíz de
la comercialización de la producción agropecuaria y otros
factores como la influencia de concesiones a compañías
agroexportadoras, petroleras y madereras dentro o cerca del
territorio indígena. En los lugares donde la tierra es de pro-
piedad comunal, las tierras de cultivo se dan a los hombres,
quienes las traspasan a los hijos varones. Las mujeres tie-
nen acceso a esas tierras mediante sus padres y, cuando se
casan, mediante sus esposos. No se reconoce a las mujeres

132
3. Las relaciones patriarcales en el campo

como miembros plenos, con todos los derechos de ser


comunitarias o ejidatarias.

Hay dos grandes problemas con esta situación. Uno es que


la mujer es dependiente del hombre en el acceso a la tie-
rra, condición que le dificulta terminar con la relación con-
yugal si ésta resulta abusiva. Otro problema es que tampoco
se reconocen sus derechos a la tierra y los otros recursos
naturales cuando se los privatiza. Se ha visto este proceso
en varios países en los que, por las políticas neoliberales o
por la comercialización de la agricultura, la tierra comunal
se privatiza legal (Guatemala y México) o informalmente
(Bolivia). Dentro de las comunidades campesinas e indígenas
hay diferencias de riqueza y a veces de clase. A estas dife-
rencias habría que añadir la diferencia de género. Dentro de
las comunidades indígenas y campesinas no todos tienen el
mismo acceso a los recursos comunales; algunas familias se
apropian de más tierra y recursos naturales a pesar del valor
comunal de acceso igualitario. Además, hay tendencia a con-
siderar a las mujeres como miembros no plenos de la comu-
nidad y con menos derechos a la tierra.102

Las investigaciones realizadas en Ecuador, vuelven a


plantear esta situación. El Observatorio del Cambio Rural
denuncia:

El Ecuador tiene aproximadamente 13 millones de hectá-


reas de franja agrícola, la mayor superficie está dedicada
a pastos cultivados con un 27,2%, seguido de cultivos

102  Susana Lastarria-Cornhiel, “Las mujeres y el acceso a la tierra comunal en


América Latina”, en: Patricia Costas (Coordinación), Tierra de mujeres: reflexiones
sobre el acceso de las mujeres rurales a la tierra en América Latina, Bolivia: Fundación
TIERRA, 2011.

133
Somos tierra, semilla, rebeldía

permanentes con el 11,0%, cultivos transitorios y barbecho


con el 10%, pastos naturales con el 9,1%, y el 31,4% montes
y bosques cuidados (III Censo Nacional Agropecuario INEC,
2000 en Agenda Nacional de las Mujeres y la Igualdad de
Género 2014-2017). Existen 842.882 unidades de producción
agrícola – UPAS, de las cuales el 25,4% están en manos de
mujeres productoras y el 74,6% de los hombres. Del total de
UPAS que están a cargo de las mujeres, el 46.7% tienen una
extensión menor a 1 ha. y el 16,1% menos de 2 has, es decir,
el 62.8% de mujeres producen en UPAS menores a 2 has.
Esta desigual distribución, ocasiona que apenas el 38,7% de
las mujeres son parte de la PEA femenina rural; mientras
que los hombres están insertos en un 70,4%. La desigual-
dad es resultado de estructuras de discriminación hacia las
mujeres, con mucho arraigo en el ámbito productivo.103

103  FIAN, “Las mujeres rurales desempeñan un papel fundamental en la produc-


ción de alimentos y la construcción de la Soberanía Alimentaria”, Observatorio de
Cambio Rural, 25 de noviembre de 2015, http://ocaru.org.ec/index.php/comunica-
mos/articulos/item/6109-las-mujeres-rurales-desempenan-un-papel-fundamen-
tal-en-la-produccion-de-alimentos-y-la-construccion-de-la-soberania-alimenta-
ria

134

También podría gustarte