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EL GOBIERNO DE JOSÉ DE LA MAR

Después de que Bolívar salió del Perú, el Consejo de Gobierno, encabezado por Andrés de
Santa Cruz, convocó a elecciones parlamentarias en 1827. El Congreso elegido convocó a
elecciones generales, en las cuales el mariscal José de La Mar derrotó a Santa Cruz. La
Mar, en su intento por enfrentar la crisis económica que atravesaba el país, promulgó una
serie de medidas proteccionistas para la industria nacional que no podía competir con la
oleada de importaciones inglesas y estadounidenses iniciada durante la independencia–,
pero no tuvo éxito debido al contrabando. Además, al promulgarse la Constitución liberal
de 1828, su poder quedó subordinado al Legislativo.
EL CICLO DE GAMARRA
En esta época comenzó a sobresalir la figura de Agustín Gamarra, prefecto del Cusco y
opositor de La Mar. Gamarra aspiraba a reunificar el sur andino con Bolivia debido a los
lazos económicos, históricos y culturales que unían a ambas regiones. En ese tiempo,
Bolivia vivía un clima de inestabilidad política por la poca acogida que tenía el gobierno de
Sucre. Esto fue aprovechado por Gamarra, quien actuando con autonomía del gobierno de
La Mar se alió con los opositores bolivianos, invadió el país y depuso a Sucre. Luego, el
Congreso boliviano eligió presidente al mariscal Andrés de Santa Cruz. Estos
acontecimientos desencadenaron la reacción de la Gran Colombia, que inició una guerra
contra el Perú que culminó con la derrota peruana en Portada de Tarqui. El caos
ocasionado por la guerra fue aprovechado por Gamarra para sublevarse. Ante esta
situación, el Congreso convocó a elecciones en agosto de 1829. Tras ser elegido
presidente, Gamarra firmó el Tratado Larrea-Gual (1829), que estipulaba que el Perú
entregaba Guayaquil a la Gran Colombia, mientras que esta reconocía la soberanía
peruana sobre Tumbes, Jaén y Maynas. La presidencia de Gamarra se caracterizó por sus
frecuentes enfrentamientos con el Congreso, que se encontraba elaborando una nueva
Constitución que reemplazara a la de 1828. Sin embargo, como las modificaciones no
estuvieron listas al término del mandato de Gamarra en 1833, se eligió como presidente a
Luis José de Orbegoso, candidato de los liberales. Esta decisión originó un nuevo periodo
de anarquía. Mientras Gamarra se trasladó al sur para pactar con Santa Cruz y destituir a
Orbegoso, este se trasladó a Arequipa, donde tenía un amplio respaldo popular.
Aprovechando el caos, el general Felipe Santiago Salaverry se proclamó presidente en
febrero de 1835.

LAS LUCHAS CAUDILLISTAS


A mediados de la década de 1830, las pugnas entre los caudillos
debilitaron seriamente la estabilidad política del Perú. En contraste,
Andrés de Santa Cruz logró imponer el orden en Bolivia. Por ello, el
presidente peruano Luis José de Orbegoso, asediado por las fuerzas de
Salaverry y las conspiraciones de Gamarra, decidió solicitar ayuda a
Santa Cruz. El líder boliviano aprovechó esta ocasión para poner en
marcha su largamente anhelado proyecto confederal.

En junio de 1835, Santa Cruz y Orbegoso firmaron un pacto para


establecer una confederación. Por su parte, Gamarra, temeroso de que
Bolivia y Santa Cruz tuvieran hegemonía en la Confederación Perú-
Boliviana, se alió con Salaverry, quien se oponía tenazmente a esta.
Ambos bandos se enfrentaron en una guerra civil en la que Santa Cruz y Orbegoso salieron
victoriosos. Gamarra huyó a Chile, mientras que Salaverry, derrotado en la batalla de Socabaya,
fue fusilado el 18 de septiembre de 1836.

EL ESTADO CONFEDERAL

Después de la victoria de las fuerzas confederales, Orbegoso y Santa Cruz convocaron a tres
asambleas para formar la Confederación.

• La Asamblea de Sicuani, integrada por los departamentos de Arequipa, Ayacucho, Cusco y Puno,
se convirtió más tarde en el Estado Sur-Peruano. El arequipeño Pío Tristán fue designado
presidente. • La Asamblea de Huaura, compuesta por Lima, Arequipa, Junín y La Libertad, se
convirtió en el Estado Nor-Peruano. Luis José de Orbegoso asumió la presidencia.

• La Asamblea de Tapacarí, formada por los departamentos de La Paz y Chuquisaca, representó al


Estado boliviano bajo la presidencia de Andrés de Santa Cruz.

La Confederación fue oficialmente establecida el 28 de octubre de 1836. Posteriormente, se


discutió la estructura del nuevo Estado y la redacción de una nueva constitución en el Congreso de
Tacna en 1837.

La Constitución de 1837 se caracterizó por dos aspectos fundamentales. En lo político fue


conservadora, pues concentró muchos poderes en el supremo protector de la Confederación,
cargo que recayó en Santa Cruz. Así, su periodo de gobierno se fijó en diez años, podía ser
reelegido indefinidamente y, además, elegir a los presidentes de los tres Estados y a las
autoridades militares. En el aspecto económico, en cambio, fue liberal pues promovía el libre
comercio.

Las guerras contra la Confederación

La formación de la Confederación despertó recelos en países como Chile. Chile, liderado por el
presidente Joaquín Prieto y el ministro Diego Portales, consideró que la Confederación era un
peligro para el equilibrio de las naciones sudamericanas y que atentaba contra el Gobierno
chileno, pues se había declarado a Arica puerto libre y se hacía concesiones a los buques que no
anclaban en puertos chilenos. A su vez, el fortalecimiento económico del sur del Perú causó
incomodidad entre los hacendados de la costa norte y los comerciantes limeños, quienes
abogaban por una política proteccionista que les asegurara privilegios. Así, intereses económicos y
geopolíticos confluyeron para que la oposición chilena a la Confederación fuera apoyada
por los exiliados peruanos en Chile, como Agustín Gamarra, Felipe Pardo y Aliaga y Ramón
Castilla. Entonces, usando como pretexto el apoyo otorgado por Orbegoso al expresidente
chileno Ramón Freire –enemigo político de Prieto–, Chile declaró la guerra a la
Confederación el 28 de diciembre de 1836. A las campañas contra la Confederación se les
llama- ron restauradoras porque sus líderes afirmaban que buscaban la “restauración” de
la unidad del Perú.
• La primera campaña restauradora tuvo al man- do del ejército chileno a Manuel Blanco
Encalada, que fue secundado por el peruano Gutiérrez de la Fuente. El ejército
restaurador zarpó de Quillota y llegó al puerto arequipeño de Islay en septiembre de
1837, pero no tuvo éxito y fue derrotado por el ejército confederado. El 17 de noviembre,
Blanco Encalada firmó el Tratado de Paucarpata, pero Chile lo desconoció y se reinició las
hostilidades.
• La segunda campaña fue comandada por el chileno Manuel Bulnes, secundado por
Gamarra. En agosto de 1838, el ejército chileno ganó la batalla de Portada de Guía. La
batalla final se dio en Yungay en 1839, donde Santa Cruz fue derrotado. La guerra culminó
con la derrota de los confederados y la caí- da de Santa Cruz. A inicios de 1839, la
Confederación se disolvió y Gamarra reasumió el poder en el Perú.

EL SEGUNDO GOBIERNO DE GAMARRA


Gamarra, que había sido nombrado presidente provisorio, decidió convocar a un Congreso
Constituyente en Huancayo. Este lo ratificó como presidente constitucional en agosto de
1839. De este modo, se inició un Gobierno bautizado como la Restauración. Ese mismo
año se proclamó una nueva constitución de carácter conservador.
A pesar de esto, no se logró la estabilidad deseada y Gamarra tuvo que enfrentar dos
problemas: el retiro de las tropas chilenas y la anarquía de Bolivia, suscitada después del
destierro de Santa Cruz. Por eso, intentando establecer una nueva confederación con
Bolivia, pero bajo hegemonía peruana, Gamarra decidió invadir Bolivia en julio de 1841.
No obstante, su ejército fue derrotado en Ingavi, donde el caudillo perdió la vida. Luego
de ello, el Perú entró en un periodo de anarquía militar.
LA ANARQUÍA MILITAR
Gamarra fue sustituido en la presidencia por su vicepresidente Manuel Menéndez, quien
puso fin al conflicto con Bolivia. Surgió entonces una serie de caudillos que se disputaron
el poder. El primero en tomar las armas fue Antonio Gutiérrez de la Fuente en el Cusco.
Aunque recibió el apoyo de Francisco Vidal y el ejército de la sierra sur, fue derrotado en
la batalla de El Alto en 1842. En Lima, el general Juan Torrico logró destituir a Menéndez y
se autoproclamó presidente, pero fue rápidamente derrotado por Vidal en la batalla de
Agua Santa. En Arequipa, Manuel Ignacio de Vivanco tomó las armas y venció a Vidal. Este,
por su parte, convocó a elecciones y fue reconocido en la capital como máxima autoridad
política y militar con el título de director. Esto motivó a Domingo Nieto y a Ramón Castilla
a liderar un movimiento desde Moquegua mediante el cual se estableció una junta
suprema en septiembre de 1843. Nieto estuvo al mando de la junta, pero al morir fue
reemplazado por Castilla, quien derrotó a Vivanco y restituyó a Menéndez. En 1845, este
convocó a elec- ciones y Ramón Castilla fue el triunfador.
EL ROL FUNCIONAL DEL CAUDILLO
Los caudillos han pasado a la historia como instrumentos de división, destructores del orden y
enemigos tanto de la sociedad como de ellos mismos. […] Es cierto que muchos caudillos
capitaneaban hordas rurales y manipulaban a las muchedumbres urbanas; era normal en ellos que
confiscaran tierras y las saquearan. Los hacendados tenían motivos suficientes para temer el poder
de los caudillos; y estos comenzaron a ser considerados como obstáculos para el progreso, la
inversión y el desarrollo. Pero es solo parte de su historial. En las sociedades poscoloniales de
Hispanoamérica, los caudillos cumplieron una función vital para la élite republicana, ya que fueron
guardianes del orden y garantizaron el mantenimiento de las estructuras sociales existentes. En
épocas adversas y llenas de tensiones, nadie dudaba de que su poder personal era más efectivo
que la teórica protección de una Constitución. (Lynch, 1993, pp. 239-240)
CAUDILLOS Y CONSTITUCIONES
El periodo de la pos independencia ha sido un sinónimo de anarquía especialmente
después de Bolívar. La inestabilidad era intrínseca a la vida de Lima y de otras ciudades:
los gol- pes de Estado y las revoluciones eran tan poco sorprendentes como poco
deseados por la mayoría de la población. El precio puesto en términos de víctimas y
destrucción era demasiado alto, salvo para aquellos que esperaban beneficiarse con un
cargo. En unos cuantos años, el Perú tuvo muchas revoluciones simultáneas, y sus
protagonistas aducían que cada una de ellas representaba a la nación, mientras que sus
oponentes denunciaban que obedecían a ciertos intereses priva- dos. Hubo proclamas
presidenciales distintas que se leyeron al mismo tiempo, cuando los golpes de Estado
devenían en guerra civil y cuando parte del ejército y de la sociedad no aceptaba el golpe,
como en 1834. Muchos revolucionarios señalaron que el problema estaba en la
Constitución, que necesitaba ser reescrita. [...] Estos legisla- dores soñaban con diseñar
una Constitución que llevara al país a la libertad, a la estabilidad y a la prosperidad
material. Pero los nuevos principios de go- bierno basados en la igualdad, la libertad, la
representación y la razón fueron constantemente erosionados por el uso de la fuerza. La
ley fue siempre socavada [...]. (Aljovín, 2000, p. 105).

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