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REV. DE PSICOANÁLISIS, LXIV, 2, 2007, PÁGS.

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La contratransferencia somatica:
“memoria sin recuerdo” en el cuerpo
1
psicoanalista
*Lic. Marta Dávila (Buenos Aires)

En vano quiero distraerme del cuerpo


y del desvelo de un espejo incesante
que lo prodiga y que lo acecha

J. L. Borges “Insomnio”

Introducción

En la actualidad, los analistas hemos ampliado nuestro campo terapéu-


tico situando la atención en el trabajo con pacientes que nos imponen
desafíos diferentes a los de los neuróticos tradicionales: muchos de ellos
severamente traumatizados y otros, con funciones del yo primitivas que
no han podido desarrollar capacidades de comunicación adecuadas.
También intentamos observar y comprender la influencia de los trau-
mas transmitidos transgeneracionalmente. En todos estos casos, es
necesario adaptar los dispositivos de la técnica.
En este trabajo me referiré a una de las exteriorizaciones de la
pulsión de muerte en la sesión psicoanalítica: las manifestaciones
somáticas e ideativas del analista a las que denominaremos contra-
transferencia somática.
En determinadas circunstancias del devenir transferencial obser-

1 Trabajo individual presentado al Congreso de Berlín, 2007.


* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Dirección: Lavalle 1710, 6º 11, C1048AAP, Buenos Aires, Argentina,
martadavila@fibertel.com.ar
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vamos que algunos síntomas del paciente no encuentran otro modo de


expresión más que la de los actos2 durante la sesión. Éstos estarían de-
latando la ‘repetición’ de algunos hechos que no han sido reconocidos
por el paciente por no haber llegado a la categoría de recuerdos debido,
o bien, a la cualidad traumática de los mismos, o porque corresponden
a una época anterior a la adquisición del lenguaje, o por pertenecer al
orden de lo transgeneracional. Dichos actos, al ser captados por el ana-
lista, pueden presentarse a la conciencia en forma de malestar en su
cuerpo o en su mente (contratransferencia somática).
Desarrollaré estas ideas tomando los conceptos que Freud enuncia
en su artículo Recordar, repetir y reelaborar (1914): “El analizado no
recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo ac-
túa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin sa-
ber, desde luego, que lo hace”. Luego agrega: “[…] la transferencia
misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la transfe-
rencia del pasado olvidado.” (págs. 151, 152). Y, finalmente: “La com-
pulsión de repetir sustituye ahora al impulso de recordar” (pág. 153).
También tendré en cuenta el concepto de transferencia-vivencia que
Freud soslaya en “El caso Dora” (1901) y me basaré en el modelo de
la segunda tópica del aparato psíquico. Asimismo tomaré el pensa-
miento de algunos autores actuales.
Recordemos que la transferencia-vivencia (Freud, 1901) es la repe-
tición o revivencia de experiencias psíquicas en la persona del analista
en el momento presente. Entendemos que su referente no aparece en
forma de palabra sino a través de una percepción directa y actual,
como actos, síntomas hipocondríacos, silencios, llegadas tarde, acci-
dentes, etc. Tales manifestaciones están más allá del pensamiento y
del principio del placer y remiten a contenidos que constituyen el fun-

2 Tomando ideas de Fidias Cesio (1992), considero que el acto, desencadenado por
la abstinencia sexual propia del encuadre psicoanalítico, forma la esencia misma de la
neurosis actual. Acto, desde esta perspectiva, es la presentación en la conciencia de la
escena-vivencia en la que se expresa un drama inconsciente en el que analizado y ana-
lista son protagonistas. Cuando el acto se proyecta en la historia es repetición y pre-
senta las mismas características y manifestaciones de las neurosis actuales.

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damento de la sesión psicoanalítica. La transferencia-vivencia confor-


maría lo que denominamos neurosis actual3 (Cesio, 1992).
Nos encontramos con un paciente que está en silencio y pensamos que
dicho síntoma es la expresión de lo que siente en su encuentro con el ana-
lista. Puede ser que se sostenga en un perturbador y pasivo mutismo o
que intente una rápida huída hacia la compulsión repetitiva. Ambas re-
acciones provienen del resurgimiento de las pulsiones de muerte referi-
das a emociones arcaicas que no pudieron ser tramitadas, y que se han
manifestado gracias a las vicisitudes de la transferencia-vivencia.
En ciertos momentos del vínculo transferencial, cuando el paciente
habla poco, recuerda menos y repite compulsivamente actos y frases,
transmitiendo sensaciones de vacío y desamparo, el terapeuta puede
comenzar a padecer ciertas ideas fijas o manifestaciones somáticas de-
bidas a las condiciones de la transferencia-en-la-persona-del analista.
Éstas se presentan con una expresión primaria en la conciencia y ex-
presan el basamento afectivo del encuentro terapéutico.
Surgen emociones que desorganizan y generan extrañeza, provocando
sentimientos ominosos. Se trataría de momentos vivenciales que recuer-
dan el estado simbiótico del bebé, cuando la única realidad era su pro-
pio cuerpo fusionado con el de la madre.
Considerando esta perspectiva, el analista, arqueólogo y descubri-
dor de enigmas, se enfrenta con una exigencia intensa: además de lo
implícito en el discurso verbal, también tiene que develar aquella parte
de la historia que se manifiesta sin pensamientos y sin palabras, a par-
tir de sensaciones y percepciones que no alcanzaron la cualidad de re-
cuerdos o huellas mnémicas y que solo surgen como elementos senso-
riales o ‘huellas perceptuales’. Dicha historia, que completa un texto tan
primario como familiar y oculto, debe ser articulada con el resto.
Captar y comprender aquellas huellas perceptuales que se encuen-
tran ocultas en el síntoma contratransferencial, incorporando en nues-

3 Neurosis actual es uno de los más antiguos conceptos en la terminología psicoa-


nalítica. Freud lo formula en 1895 cuando lo diferencia del de psiconeurosis, en el que
incluye a la histeria y a la neurosis obsesiva, definiéndolas como neurosis de transfe-
rencia con capacidad para acceder al tratamiento psicoanalítico. A las neurosis actua-
les las divide en neurastenia y neurosis de angustia. Son de etiología sexual y mani-
festación somática. Mientras que la neurastenia aparece asociada con la masturba-
ción, la neurosis de angustia es un síndrome que se manifiesta por la abstinencia se-
xual. Carecerían de transferencia, lo cual las haría inaccesibles a la labor analítica.
La palabra que Freud utiliza para referirse a la neurosis actual es aktuellneurose:
remite al adjetivo alemán aktuell y significa, en primer término, “de interés palpi-
tante” y, en segundo, “estar a la orden del día”. En inglés actual es algo que existe de
hecho, verdadero, efectivo (produce efectos), presente. En castellano, una de las acep-
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tra palabra procesos vinculados con fenómenos ‘regredientes’ irrever-


sibles (Botella, 2001), indicaría una salida del caos paralizante de lo
traumático y un comienzo de tramitación de la pulsión.
A modo de ejemplo, relataré una experiencia clínica. Mi interés es cen-
trarme en la descripción de algunos síntomas contratransferenciales, ad-
virtiendo que el análisis de dichos síntomas ha sido la puerta de acceso
a la posibilidad de incorporar en la historia de la paciente, a partir de
construcciones, elementos sensoriales de índole traumática, que no ha-
bían alcanzado la cualidad de representación psíquica. (Botella, 2001)

Viñeta clínica

Giselle es profesional, casada y tiene cuatro hijas. Había comenzado su


análisis a los 20 años, durante su época de noviazgo, continuándolo los
primeros tiempos de casada, cuando tuvo a sus hijas. El motivo de con-
sulta en aquel momento estaba referido al intento de elaboración de la
muerte de una hermanita varios años menor, hecho que había ocurrido
hacía unos 9 años a la fecha de la consulta. Dicho episodio, fuerte-
mente traumático para toda la familia, fue largamente trabajado en
aquella época.
El tratamiento se interrumpe cuando Giselle debe radicarse con su
familia en el exterior, por motivos profesionales de su esposo.
Varios años después regresa al país y, al cabo de un tiempo, decide
continuar con el tratamiento. En esta ocasión, el motivo de sus desve-
los es que, al estar sus hijas un poco más grandes, desea retomar sus
labores profesionales y no sabe cómo hacerlo. Llama la atención la pre-
mura y el fuerte estado de desesperación que esta situación le provoca.
Menciona al pasar el deseo que su padre le expresa de verla convertida
en una exitosa y bien remunerada profesional.
Pocas sesiones después, al advertir un gran incremento en su nivel
de angustia, le señalo que, según mi opinión, habría alguna otra situa-
ción de peligro que ella estaba percibiendo y que no se animaba a ha-

ciones es “activo, que obra”. En todos los casos, el sentido temporal que lo acompaña
no es lo fundamental. Entiendo que neurosis actual y neurosis traumática son dos con-
ceptos freudianos que enfocan un mismo fenómeno percibido desde perspectivas dife-
rentes por el observador. En ambos casos, la capacidad desencadenante del estímulo,
radica en su primitiva relación con lo tanático. Así considerada, la neurosis actual es
la exteriorización de la pulsión de muerte que impacta al yo desde más allá del princi-
pio del placer, (desde el ello), apareciendo en la conciencia con exteriorizaciones y sín-
tomas somáticos, en el momento presente con la persona del analista.

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blar. Inmediatamente confirma mis palabras y confiesa que no sabe


por qué, pero le aterroriza y persigue la idea de que alguien de su fa-
milia pueda morir en breve tiempo. Unas semanas después, apenas
entra al consultorio, me cuenta, casi desbordada por la angustia, que
había dejado a su hija de 5 años con fiebre, reconociendo que su preo-
cupación no es acorde con la índole del problema; no obstante siente un
temor irracional a que sea su hijita la signada por la tragedia.
Al cabo de algunos minutos, comienzo a sentir un fuerte dolor de ca-
beza acompañado de un estado nauseoso. Dado que el clima emocional
de la sesión así lo permitía, puesto que la paciente estaba mencionando
pormenorizadamente una larga lista de síntomas somáticos, le pregunto,
como al pasar, sin hacer referencia a que era algo que yo estaba sin-
tiendo, si asocia el dolor de cabeza y las náuseas con algún hecho re-
ciente o pasado, frente a lo cual no aparecen recuerdos.
A los dos días recibo el llamado desesperado de Giselle quien me re-
lata que en el trayecto de regreso a su casa debió parar el auto a un
costado de la ruta debido a que había sentido un fuerte malestar pro-
vocado por una repentina cefalea y vómitos. Inmediatamente pienso que
podría tratarse de una identificación histérica con los síntomas que
habían sido mencionados por mí. Pero descarto esa hipótesis y com-
prendo que se trata de un fenómeno de distinta índole cuando agrega
que, al llegar a su casa, encuentra a una de sus hijas con los mismos
síntomas. Finalmente me cuenta que su padre, la misma noche, sufre
una descompostura similar pero, además, con pérdida de conocimiento,
habiendo sido internado de urgencia. Al practicársele los estudios co-
rrespondientes se le diagnostica un cáncer fulminante. Casi un mes des-
pués, fallece. Ahí comprendí por qué Giselle consultaba con tanto apuro
sobre su posibilidad de realización profesional. Seguramente percibía
que no podría, a esa altura, complacer el deseo de su padre.
En sesiones posteriores a este lamentable hecho, Giselle se expresa
largamente sobre algunos síntomas que había observado en su papá,
previamente a la descompostura de aquella noche, a los que aparente-
mente no les había dado importancia.
No podemos dejar de mencionar algunas líneas sobre el sentimiento omi-
noso que predominó en la dupla paciente-analista, al advertir la repetición
de los síntomas en varias personas. Al respecto, señalamos las palabras de
Freud: “Es sólo el factor de la repetición no deliberada el que vuelve omi-
noso algo en sí mismo inofensivo y nos impone la idea de lo fatal, inevita-
ble, donde de ordinario sólo habríamos hablado de ‘casualidad’”. (1919)
Estos síntomas, vivenciados por la analista, la paciente y una de sus
hijas, además de su padre, nos acercan a las ideas de Gerard Bayle so-
bre la transmisión transgeneracional de un traumatismo. Bayle dice:
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“Aquello que pertenece a un sujeto pero no fue nunca subjetivado, puede


deslizarse en sus pensamientos, en sus actos, en su sentimiento de iden-
tidad, habiendo estado siempre allí y formando parte de su misma carne.
Este ‘jamás subjetivado’, fuente de una inquietante familiaridad, queda
marcado por sus orígenes: el objeto primario. Ciertas precauciones ex-
cesivas del entorno están destinadas a proteger a la descendencia del
eco próximo o lejano de los duelos no hechos, de horrores sin nombre,
de heridas psíquicas mal cicatrizadas” (1996).
Bayle le da gran importancia a las nociones de “escisión funcional y
estructural”. Utiliza el siguiente argumento: “la escisión funcional del
Yo (moi) de los padres engendra la escisión estructural del sí mismo de
los hijos. El yo (moi) emerge del sí mismo sin perderlo. Constituye la
primera configuración organizada del aparato psíquico que emana de
la unidad madre-hijo. Representa, a nivel del sujeto-objeto de la ma-
dre, aquello que pertenece al sujeto de manera extremadamente pre-
coz, antes de que se instaure la distinción entre el sujeto y el objeto”.
Conociendo la historia familiar de la paciente hemos podido compren-
der que el padre, a lo largo de su vida, había mantenido un mecanismo
de “escisión funcional”. Habría desarrollado esta defensa debido a au-
sencias familiares muy tempranas de su propia historia infantil. Sumi-
nistraré brevemente algunos detalles: el padre, al que llamaremos John,
era hijo de franceses; la familia se había asentado en una provincia ar-
gentina logrando un muy buen pasar. Cuando se declara la Segunda Gue-
rra Mundial, su propio padre resuelve retornar él solo a Francia para alis-
tarse e ir al frente de batalla. Su familia queda en Argentina y tanto John,
que era un niño en edad escolar, como sus hermanos menores, quedan a
cargo de la madre y los abuelos maternos, también europeos.
La madre (es decir, la abuela de Giselle) siempre fue una mujer des-
apegada, muy rígida y estricta. Años más tarde, ésta decide radicarse
en otro país latinoamericano llevando consigo a los dos hijos menores
y dejando con los abuelos a John, que ya tenía unos 16 ó 17 años, adu-
ciendo que él ya era suficientemente grande y que seguramente se iba
a sentir mejor quedándose acá. En aquel país vecino, al cabo de un par
de años, se reencuentra con su esposo. Entonces, la familia completa
menos John, que había quedado en Argentina, retornan a Francia, donde
todavía viven. La hermana, aunque es indiferente y apática, pudo des-
arrollar una vida aparentemente normal, pero el hermano más chico,
que era casi un bebé cuando su padre marchó a la guerra, padece una
enfermedad mental grave con episodios de alcoholismo y drogadicción.
Evidentemente, el padre de mi paciente no tuvo otro recurso más que
‘escindir’ sus afectos, lo cual le habría permitido salir adelante, sobre-
adaptándose. Se casó, prosperó profesionalmente y tuvo tres hijos; Gi-

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selle es la mayor, luego viene un varón y después la niña fallecida, de


cuyo duelo creo que nunca terminaron de reponerse.
Giselle, siendo la hija mayor, habría captado identificatoriamente di-
cho mecanismo de “escisión funcional” de su padre, como resultado de
lo cual generó una “escisión estructural” (Bayle, 1996), que se agravó
por las situaciones traumáticas que debió vivir en su infancia y puber-
tad, a raíz de la enfermedad y muerte de su hermanita. Ante la impo-
sibilidad de elaborar las pérdidas, la ‘escisión del yo’ fue una solución
encontrada transgeneracionalmente para hacer frente a experiencias
primarias traumatizantes. Este mecanismo, que la alivió por un lado,
también llevó a la paciente a marcar una tendencia al acto en su ado-
lescencia así como a somatizaciones.
Cuando Giselle advierte en la sesión la presencia de los contenidos
trágicos escindidos de su yo-conciencia se produce un momento agudo,
traumático. Se apoderan de ella sensaciones ominosas que están fuera
de la noción temporal. No hay más pensamiento y el afecto toma la vía
de la acción y de la compulsión repetitiva. A partir de ese momento, todo
queda articulado con la angustia de muerte.
“Este traslado de la prehistoria olvidada al presente o a la expec-
tativa del futuro es un suceso regular también en el neurótico” – nos
dice Freud - y agrega: “Harto a menudo, cuando un estado de angus-
tia le hace prever que algo terrible sucederá, simplemente está bajo
el influjo de un recuerdo reprimido que querría acudir a la conciencia
y no puede devenir conciente: el recuerdo de que ocurrió efectivamente
algo terrible en aquel tiempo” (1937).
Posteriormente, la paciente describiría el clima emocional ‘inquie-
tante’ de aquel momento de la siguiente manera: “Me acuerdo que en
esa sesión, que era un día frío pero soleado, parecía que hubiese es-
tado nublado y tormentoso. El sol no salía en la sesión, pero afuera
si...” Con el carácter lúgubre de estas palabras, estaría marcando el
retorno de vivencias correspondientes a, tomando ideas de A. Green,
“lo negativo del trauma”. (1993)
“Al igual que el hombre primitivo inclinándose ante lo ineluctable
de la muerte, reconociéndola y negándola en un mismo gesto mágico,
la memoria reconoce y niega la realidad de la pérdida.” (Botella, 2001)
Nos preguntamos por qué también dicho síntoma corporal fue vi-
venciado al mismo tiempo por la hija de 5 años. Conjeturamos que tal
vez operaba en la niña una “capacidad perceptiva primitiva” (pág.122),
que quedó manifestada, en este caso, con una respuesta corporal tanto
como Giselle respondió con somatizaciones (obesidad y asma), en su in-
fancia y adolescencia, a la angustia familiar provocada por la muerte
de su hermanita.
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El intenso sufrimiento psíquico correspondiente a pérdidas de obje-


tos no representables ni elaborables en un trabajo de duelo, supera las
posibilidades de expresión a partir de huellas mnémicas y se remite
entonces a un lugar donde la violencia de los afectos liberados desorga-
niza el psiquismo. “Aquello que allí pierde la simbolización se encuen-
tra disponible para contener y diferir un trabajo sobre la pérdida, an-
terior a un trabajo de duelo”. (Bayle, 1996)
No dispongo de la casuística suficiente como para asegurar que en to-
dos los tratamientos donde aparecen este tipo de referencias somáticas en
la contratransferencia, la influencia de lo transgeneracional que se agrega
a las situaciones de la vida personal, es tan esencial como en el material
que relato, pero sí creo que en algunos casos hay cierto predominio.
Respecto de la sesión, dado el clima de ansiedad reinante y debido a
una condición de buen funcionamiento “empático” (Bolognini, 2002), el
complejo “engranaje relacional interpsíquico” analista-paciente se pone
en marcha, favoreciendo la posibilidad de que estos contenidos prima-
rios sean transmitidos transferencialmente a la analista, quien los
percibe a través de síntomas en el cuerpo. Dichos síntomas, pese a
mantener una firme apariencia de enigmáticos e inmotivados, contie-
nen elementos altamente significativos. Expresan el impacto de im-
presiones fuertemente traumáticas y dolorosas. Son la respuesta so-
mática frente al dolor psíquico correspondiente a vivencias intolera-
bles e inapelables donde las pérdidas arcaicas son sentidas como si
fuesen una pérdida corporal propia (Béckel, 1986).
Al respecto, mencionamos las oportunas ideas de G. Bayle:
“Reaproximo ciertas producciones contratransferenciales y ciertas con-
trainvestiduras que luchan contra una pérdida o una falta demasiado
importantes para ser simbolizadas en el tratamiento, o –al menos- com-
prometidas en el proceso de represión. Son contrainvestiduras destina-
das a mantener la estabilidad del narcisismo, sea como sea. Toman su
energía de recursos libidinales que vienen a suplir las fallas de la ener-
gía indiferenciada del yo (moi), que entonces se torna insuficiente. De este
modo se mantiene una escisión funcional transitoria. La alucinación ne-
gativa, la renegación, la idealización y la forclusión despliegan sus ata-
ques a la simbolización, a la subjetivación y a la estructuración edípica.
Estos procesos son los que actúan tan potentemente sobre la contratrans-
ferencia del analista.”
Ahora, entre paciente y analista se desarrolla un drama, una es-
cena en la que ambas actúan situaciones que son repetición de otras de
la infancia de la paciente. Pero, ¿de qué repetición hablamos? ¿De qué
represión hablamos?
A partir de este material puedo comprender cómo en la situación ana-

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lítica la persona del terapeuta sirve, a través de la transferencia-viven-


cia, de portavoz protagónico encarnado en las manifestaciones somáticas
e ideativas. La experiencia corporal posibilitó la inscripción de aquellas vi-
vencias, que en tanto huellas perceptivas, empujaban desde lo negativo
buscando la representación aún no habida.
Entiendo que la posición del analista es, en este caso, la de tolerar a
partir del reconocimiento del síntoma corporal, el sentimiento ominoso que
se despierta ante la amenaza de una inminente pérdida, captando las ‘hue-
llas perceptuales’ a través de la ‘vía regrediente’ del pensamiento y trans-
formar la fuerza de estos afectos en “potencia sensorial” de una figurabi-
lidad. (Botella, 2001, p. 48) Más adelante profundizaremos estas ideas.

Reflexiones teóricas

El cuerpo no es únicamente erógeno. Interviene también algo que está


más allá del principio del placer, que se manifiesta como cuerpo sufriente.
Descubrimos en la transferencia un cuerpo marcado desde el displacer;
sus síntomas delatan la existencia de un inquietante apetito de muerte,
presente en todo ser humano. Dicha transferencia es una repetición, un
acto que conduce a los ‘fundamentos’ del aparato psíquico. (Nasio, 1987).
Cuando lo más arcaico del psiquismo, destinado a permanecer oculto,
resurge imprevistamente, el cuerpo aparece poblado de dolores. El ana-
lista advierte somáticamente la presencia de aquello tan ancestral como
primitivamente familiar. Se apoderan de él sensaciones ominosas, que
le provocan enormes resistencias. Se siente enfermo y amenazado intra
e intersubjetivamente. El cuerpo del analista es ahora el lugar donde apa-
rece el síntoma. El terapeuta se convierte así en el sostén de un drama
de a dos; se trata entonces, de captar algo del mensaje del otro.
Cuando aparecen las referencias somáticas en el analista, son siem-
pre momentos decisivos, fundamentales del tratamiento. Se trataría
de experiencias traumáticas que incluyen acontecimientos primarios
que no pudieron ser llevados a código verbal porque no pertenecen al
orden de lo representado y corresponden a una época en que la cria-
tura todavía no disponía de lenguaje para expresarse. Dicha contra-
transferencia, primaria y con características ominosas, se puede en-
tender como una transferencia fusional entre paciente y analista. Es el
soma y la mente del terapeuta que se prestan como un instrumento para
captar una ‘repetición’ que sólo puede vivenciarse de ese modo.
Resultan particularmente interesantes las referencias de Fran-
çoise Dolto a la “imagen inconsciente del cuerpo” (Dolto, 1987). Ésta
se construye desde el nacimiento hasta la edad en que se conforma
el lenguaje verbal bajo el efecto de las pulsiones, de la comunica-
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ción sensorial y del lenguaje oído por el niño.


Debido al fenómeno de la transferencia, la imagen del cuerpo del ana-
lista percibe inconscientemente la imagen del cuerpo del paciente y,
además, es un lugar donde se consolida la transferencia-vivencia. Dolto
denomina “transferencia fusional” a estos momentos del vínculo cuando
las sensaciones físicas son una muestra de la emociones más primarias
expresadas en la imagen del cuerpo. Lo no dicho se manifiesta somáti-
camente y da lugar a la formación de la imagen del cuerpo común a
ambos partenaires, es decir, se instala como ‘la imagen del cuerpo en
la transferencia’. Sería posible describirla como una imagen fetal en la
que tanto madre como niño perciben al unísono un drama emocional.
Nos preguntamos qué trabajo psíquico puede obrar en el psiquismo
del terapeuta para que, a partir de la observación de ciertos y determi-
nados elementos sensoriales que son percibidos a la manera de un ‘fe-
nómeno cuasi-alucinatorio’, pueda revelar al paciente, mediando un
exhaustivo autoanálisis, su propio análisis e inclusive la supervisión
con colegas maestros, aquellos aspectos del trauma infantil que sólo pu-
dieron inscribirse en negativo, es decir, que nunca formaron parte del
sistema representación-palabra. G. Bayle nos acerca una reflexión so-
bre estas reacciones contratransferenciales: “Los tratamientos que se
ven puestos a prueba constantemente por ataques repetidos al encua-
dre nos conducen a superar una visión demasiado simple del análisis y
a tomar en cuenta las reacciones contratransferenciales sin las cuales
los procesos que conducen a escisiones continuarían siendo inaccesibles.
El analista vive en su nombre aquello que el paciente no puede sentir
ni simbolizar. La noción de escisión se impone.” (Bayle, 1996)
R. Rousillon también se define al respecto. Sugiere que en este tipo
de transferencia el paciente necesita hacerle vivenciar al analista aque-
llos aspectos de él mismo que no ha podido reconocer. La demanda al
analista sería, entonces, que éste se convierta en una imagen especu-
lar del negativo de él mismo. El terapeuta, a través de sus percepcio-
nes o sensaciones, podría reconocer lo que el paciente, debido a la fuerza
de las escisiones, no ha podido sentir ni simbolizar. Sería algo así como
intentar hacerle vivir al analista lo que él no ha podido vivir de su pro-
pia historia. (Rousillon, 2001)
Los aportes de César y Sara Botella nos posibilitan una mayor com-
prensión de estos fenómenos. Estos autores advierten sobre las limita-
ciones de adscribir el funcionamiento psíquico solamente a la teoría de
la representación psíquica, en la que predominan los contenidos liga-
dos y los recuerdos reprimidos. Afirman que: “El campo de lo represen-
table es una grosera reducción del vasto dominio de lo incognoscible”.
(Botella, 2001, pág. 220)

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Ahora bien, repasemos primero algunos puntos de la obra de Freud.


Acorde con la metapsicología freudiana de 1915 (Freud, 1915), el tra-
bajo analítico estaría basado en el modelo de la interpretación de los
sueños, tomando en consideración la dinámica de la transferencia en
relación al mecanismo de la represión y del retorno de lo reprimido. La
intervención terapéutica tendría el propósito de recuperar el recuerdo
‘olvidado’, en el sentido de reprimido.
En Tótem y tabú (Freud, 1913) y en Lo ominoso (Freud, 1919) habla
de un inconsciente “derivado del animismo primitivo”, que estaría de-
finido por la atemporalidad y por la a-espacialidad. A partir de 1920,
con la incorporación de los conceptos sobre pulsión de muerte (Freud,
1920), comienza un giro en su teoría. En Moisés y la religión monote-
ísta (1934 -1937) habla de ciertos traumatismos que no pudieron ser
representados por haber ocurrido en una época de la infancia en la que
el niño no disponía todavía de lenguaje. Finalmente, en Construccio-
nes en psicoanálisis (Freud 1937), amplía nuevamente el campo analí-
tico considerando de valor para la cura, los fenómenos alucinatorios y
la regresión formal del pensamiento. Tales son sus palabras: “Acaso sea
un carácter universal de la alucinación, no apreciado lo bastante hasta
ahora, que dentro de ella retorne algo vivenciado en la edad temprana
y olvidado luego, algo que el niño vio u oyó en la época en que apenas
era capaz de lenguaje todavía, y que ahora esfuerza su ascenso a la
conciencia, probablemente desfigurado y desplazado por efecto de las
fuerzas que contrarían su retorno.” (pág. 268)
Retomemos aquí el pensamiento de C. y S. Botella, quienes se han
abocado a la investigación de los fenómenos regresivos más allá de las
huellas mnémicas. Debido a determinadas características del encua-
dre (estado de reposo), se manifiestan en la sesión, en un proceso se-
mejante al del sueño, ciertos procesos regredientes irreversibles que
escapan a la dinámica de las tópicas, de los conflictos y de la memoria,
cuya alineación hacia la salida alucinatoria sería inevitable, de ma-
nera que el funcionamiento del yo diurno se asemejaría, por momen-
tos, al del yo nocturno. (Botella, 2002a)
“En sesión, mientras el pensamiento discurre por la vía progrediente,
hay momentos en que pueden observarse – a veces como telón de fondo
continuo- los efectos de una regrediencia ‘que permite investir el sis-
tema de percepción hasta la plena vivacidad sensorial, siguiendo una
marcha inversa a partir de los pensamientos’, como consecuencia de lo
cual la representación vuelve a la imagen sensorial de la que alguna vez
salió.” (Botella, 2001, pág. 116)
En ocasión del Encuentro APA-SPP, Sara Botella se refiere al tema
de la siguiente manera: “Según nuestro planteamiento, cuando las ’he-
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ridas narcisistas precoces’ del paciente imponen sus obstáculos a la


transferencia, que estos procedan de un negativo de trauma, de un re-
pudio o de la abrasión de lo infantil por la compulsión de repetición, y
que no hay lugar de interpretar una ‘resistencia transferencial’, para
combatir esta situación de resistencia o de incapacidad a la transferen-
cia, la regrediencia del pensamiento del analista es una alternativa pre-
ciosa para el trabajo analítico.” (Botella, 2002b)
Según estos autores, el funcionamiento psíquico sería entendido a
partir de una dinámica representación-percepción-alucinación dispuesta
siempre en un frágil equilibrio debido a la continua tendencia del in-
consciente hacia lo alucinatorio. La regrediencia del pensamiento ge-
neraría entonces en el analista, imágenes, síntomas o manifestaciones
semejantes a las de las pesadillas.
Introducen el concepto de figurabilidad del analista, como único modo
de acceso a ese más allá de la huella mnémica que es la “memoria sin
recuerdo”, camino inevitable para acceder a lo irrepresentable del trauma
infantil (lo negativo del trauma). El “trabajo de figurabilidad” consiste
en encontrar una figura, una representación adecuada que pueda ha-
cer inteligible al paciente lo que, señalado por una “memoria sin re-
cuerdo”, era pura manifestación traumática, con la angustia resultante.
Botella y Botella explican que “En este momento de retorno se instau-
ran lazos generales dentro de lo que revela ser, en último análisis, una
ligazón primordial objeto-cuerpo-psique”. (Botella, 2001, pág. 36)
Basándome en estos conceptos entiendo que, gracias a la “capacidad
perceptiva primitiva” del terapeuta, el efecto desorganizador de los
elementos sensoriales no representados puede manifestarse en su “re-
torno”, como ideas fijas, imágenes sensoriales o síntomas corporales, se-
gún las características personales del analista y la cualidad de las hue-
llas perceptivas. Integrando conceptos tanto de César y Sara Botella
como de Claude Smadja (Smadja, 2005) deduzco que, a partir de la ob-
servación de las manifestaciones somáticas del analista, se abre la po-
sibilidad de acceso a lo alucinatorio corporal como intermediación en-
tre el recurso psíquico o de mentalización y el soma.
Dado que los sectores escindidos no habían sido subjetivados, pues co-
rresponden a vivencias no representadas, es desde la experiencia corpo-
ral significable en el analista que aquel sector puede adquirir “figurabi-
lidad”, logrando un tipo de inscripción mediante la cual no sólo algo ad-
quirió status de representación sino que también halló significado.
Al respecto, C. y S. Botella dicen: “Se produce en el analista una fi-
gurabilidad, a menudo reveladora de algo irrepresentable que existe en
el analizante; irrepresentable en tanto existencia de una suerte de hue-
lla de orden perceptivo que jamás accedió a una representación y que

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LA CONTRATRANSFERENCIA SOMATICA “MEMORIA SIN RECUERDO” EN EL CUERPO PSICOANALISTA 341

puede por fin presentarse, volverse inteligible gracias a su integración


en un trabajo de figurabilidad del analista”. (Botella, 2001 - p. 59)
Es en la a-espacialidad de la sesión, donde se procesa lo antes enun-
ciado. Botella y Botella utilizan el término “estado de sesión” para refe-
rirse a un estado psíquico que presenta cierta analogía con el estado in-
termedio de la vigilia y el sueño. Adscriben a la idea que “de la misma
manera como la psiconeurosis admite un núcleo de neurosis actual, existe
en toda relación analítica cierto costado actual” (p. 115, 116). “La viven-
cia de lo actual de la sesión, nace de una relación directa entre los “res-
tos sensoriales” del pasado no representado y los estímulos del presente.”
(pág. 146) No obstante el carácter “absurdo y monstruoso” de lo “ac-
tual”, la auto-observación y el autoanálisis pueden ser posibles. Entiendo
que dentro del “estado de sesión” se engendra la experiencia corporal.
Para que ella sea significable debe efectuarse un “trabajo en doble”, es
decir, el encuentro de un cuerpo respondiendo con un otro desde un cierto
y determinado registro subjetivo.
Me interesa especialmente detenerme en el fenómeno del doble. En
su artículo Lo ominoso Freud menciona aquellas circunstancias que más
provocan dicho efecto, entre ellas, la presencia del doble en todas sus
posibilidades: “el salto de procesos anímicos de una de estas personas
a la otra […] de suerte que una es poseedora del saber, el sentir y el vi-
venciar de la otra; la identificación con otra persona hasta el punto de
equivocarse sobre el propio yo, o sea, duplicación, división, permutación
del yo”. (Freud, 1919, pág. 234)
Estudiando el fenómeno del doble nos encontramos, en principio, con la
propia imagen vista en el espejo y también con la sombra. Narciso y su re-
flejo nos dan idea del origen de las representaciones del doble: el narcisismo
primario dirige y condiciona la vida anímica del niño y del hombre primi-
tivo. Así, al comienzo, el doble se asigna al cuerpo y a un seguro de super-
vivencia, algo así como un espíritu protector que asegura la inmortalidad.
Cuando la fase del narcisismo primario se supera, tanto en el niño como
en el hombre primitivo, el doble cambia de signo: “de un seguro de super-
vivencia pasa a ser el ominoso anunciador de la muerte”. (pág. 235)
Concuerdo con C. y S. Botella cuando aseveran que “ese espejo nar-
cisista puede borrarse por momentos y dar paso a una regresión narci-
sista que, superado cierto nivel, eclipsa el juego de reflexiones internas
y despierta el terror a una continuidad anímica que impulse al sujeto
a buscar desesperadamente en el exterior ese ‘espejo’ que le falta en el
interior, a engancharse a la percepción de un doble ‘material’, narci-
sista”. (pág. 113) Durante el transcurrir transferencial, el doble, ese
otro, emergería frente al temor a la muerte psíquica, es decir, al riesgo
de no-representación y no-percepción (pág. 112). El doble, encarnado en
342 MARTA DÁVILA

el analista, estaría revelando algo referido a la pulsión de muerte, más


allá de lo reprimido o renegado, un “negativo de trauma”. “Lo negativo
del trauma sólo es localizable en la regresión de la situación analítica,
en el encuentro regrediente de dos psiquismos, en ese proceso psíquico
complejo que es la figurabilidad del analista”. (pág. 167)
El terapeuta se sitúa en el vértigo de alguien que está a punto de
ver aquello tan secreto que no se puede soportar. Investiga y, sin que-
rer, “repite”; “repite” a pesar de todo. Una compulsión fuerza a ello, “más
allá del principio del placer”. El paciente, desesperado por interrumpir
el surgimiento de esas “vivencias” conducentes al tiempo primordial,
intentará realizar actos cada vez urgentes que pueden arrastrarlo a
interrupciones bruscas del tratamiento.
Es en el interjuego entre las necesidades pulsionales y el nivel de
desamparo tolerado (lo negativo del trauma), más allá de la represen-
tación psíquica, que queda registrada la marca somática. Ésta señala-
ría, desde el dolor, la “memoria sin recuerdo” de haber sido un cuerpo
vivenciado en soledad y donde la tolerancia interna debió forjarse a
costa de un sello en su propio cuerpo.

Conclusiones

Gracias a la regrediencia del pensamiento del analista en “estado de se-


sión” se abre la posibilidad del trabajo de dos psiquismos funcionando
juntos en estado regresivo. El “trabajo en doble” otorga la posibilidad, por
medio de la figurabilidad del terapeuta, de traducir aquellos contenidos
inconscientes que, existiendo ya en el paciente en estado no-representa-
ble, pueden por fin suscribir a la cualidad de representación psíquica.
Para ello, es necesario que el analista pueda vislumbrar y soportar
la regrediencia propia del estado de sesión sin escudarse detrás de so-
luciones defensivas; no obstante, Freud nos alerta sutilmente de los
temores que puede abrigar el terapeuta frente a la resurrección de los
contenidos de la pulsión. En Más allá del principio del placer al refe-
rirse a la compulsión de repetición, explica: “Muy a menudo esta misma
compulsión de repetición es para nosotros un estorbo terapéutico (…)
y cabe suponer que la oscura angustia de los no familiarizados con el
análisis, que temen despertar algo que en su opinión sería mejor dejar
dormido, es en el fondo miedo a la emergencia de esta compulsión de-
moníaca”. (Freud, 1920, cáp. V, pág. 36)
El analista debe adherirse a esa realidad psíquica sin prejuicios. “El
trabajo de figurabilidad que sigue dará al analista la posibilidad de des-
cubrir interpretaciones particularmente intuitivas que son inaccesibles
según el funcionamiento habitual de la atención flotante.” (Botella, 2002a)

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LA CONTRATRANSFERENCIA SOMATICA “MEMORIA SIN RECUERDO” EN EL CUERPO PSICOANALISTA 343

Así, al estar en sintonía todos los elementos de ambos participan-


tes, en el sentido de lo que S. Bolognini denomina “confluencia y con-
sustancialidad temporal” (Bolognini, 2006), el analista puede trabajar
en complemento y mejoramiento del funcionamiento psíquico del pa-
ciente, al mudar en representación – palabra, algo de los afectos for-
cluídos. Por tanto, aquello que podría haber provocado un empantana-
miento en la cura, al ser formulado en palabras, podrá reunirse con su
pasado y las emociones se ordenarán en ’recuerdos’, tomando el ca-
mino de una ‘construcción’ de formas ‘figuradas’.
La intervención verbal es fundamental. De ahí, la ‘repetición’ puede
dejar de ser un acto para transformarse en ‘recuerdo’, con la consiguiente
puesta en palabras y comienzo de tramitación de la pulsión.

Resumen

Describo una de las exteriorizaciones de la pulsión de muerte en la sesión psi-


coanalítica: la ‘repetición’ de algunos síntomas que, al no haberse podido trans-
formar en ‘recuerdos’ en el paciente, debido a la cualidad traumática de los
mismos, se expresa a través de actos en forma de malestar en el cuerpo o en
la mente del analista. Desarrollo estas ideas tomando conceptos que Freud
enuncia en Recordar, repetir y reelaborar (Freud, 1914).
En el vínculo transferencial, el terapeuta puede comenzar a padecer ideas
fijas o manifestaciones somáticas. A modo de ejemplo, relato una experiencia
clínica. En este tipo de transferencia el paciente necesita hacerle vivenciar al
analista, aspectos de él mismo que no ha podido reconocer. La demanda sería
que éste se convierta en una imagen especular del negativo de él mismo. El
terapeuta, a través de sus percepciones o sensaciones podría reconocer lo que
el paciente, debido a la fuerza de las escisiones, no pudo sentir ni simbolizar.
(Rousillon, 2001).
Los aportes de C. S. Botella nos posibilitan mayor comprensión, advirtién-
donos sobre las limitaciones de adscribir el funcionamiento psíquico solamente
a la teoría de la representación, donde predominan los contenidos ligados y
los recuerdos reprimidos. “El campo de lo representable es una grosera reduc-
ción del vasto dominio de lo incognoscible” (Botella, 2001, pág. 220).
El funcionamiento psíquico sería entendido a partir de una dinámica re-
presentación-percepción-alucinación, dispuesta en un frágil equilibrio debido
a la tendencia del inconsciente hacia lo alucinatorio. La ‘regrediencia’ del
pensamiento generaría en el analista, imágenes, síntomas o manifestaciones
semejantes a las de las pesadillas. Introducen el concepto de “figurabilidad”
del analista, como único modo de acceso a ese más allá de la huella mnémica
que es la “memoria sin recuerdo”, camino inevitable para acceder a lo irrepre-
sentable del trauma infantil (lo negativo del trauma).
El “trabajo de figurabilidad” consiste en encontrar una figura, una repre-
sentación que haga inteligible al paciente lo que, señalado por una “memoria
344 MARTA DÁVILA

sin recuerdo”, era manifestación traumática, con la angustia resultante. “En


este momento de retorno se instauran lazos generales dentro de lo que revela
ser una ligazón primordial objeto-cuerpo-psique”. (Botella, 2001, pág. 36) Uti-
lizan el término “estado de sesión” para referirse a un estado que presenta ana-
logía con el curso intermedio de la vigilia y el sueño. Adscriben a que “de la
misma manera como la psiconeurosis admite un núcleo de neurosis actual,
existe en toda relación analítica cierto costado actual” (págs. 115-116).
Dentro del “estado de sesión” se engendra la experiencia corporal. Para
que sea significable debe efectuarse un “trabajo en doble” (encuentro de un
cuerpo respondiendo con un otro desde un determinado registro subjetivo).
Es en el interjuego entre las necesidades pulsionales y el nivel de desam-
paro tolerado (lo negativo del trauma), más allá de la representación psí-
quica, que queda registrada la marca somática. Ésta señalaría la “memoria
sin recuerdo” de haber sido un cuerpo vivenciado en soledad y donde la tole-
rancia interna debió forjarse a costa de un sello en su propio cuerpo.

DESCRIPTORES: TRANSGENERACIONAL / TRAUMA / PULSIÓN DE MUERTE / SESIÓN / CON-


TRATRANSFERENCIA / ACTO / ESCISIÓN / SÍNTOMAS PSICOSOMÁTICOS

Summary

SOMATIC COUNTER-TRANSFERENCE:
“MEMORY WITHOUT REMEMBRANCE” IN THE
PSYCHOANALYST’S BODY

Idescribe one of the exteriorizations of death pulsion in the psychoanalytic ses-


sion: the “repetition” of some symptoms which, having not been able to be-
come “remembrances”, in the patient due to some traumatic quality of the
same, is expressed through acts in the way of uneasiness in the psychoana-
lyst mind or body. I develop these ideas taking into account concepts which
Freud states in Recordar, repetir y reelaborar (1914). In the transferential
bond, the therapist may start to feel fixed ideas or somatic manifestations. As
an example, I mention a medical experience. In this type of transference, the
patient needs to make the analyst live the personal experience aspects of
himself which he has not been able to recognize. The demand would be that
this should become a specular image of the negative part of himself. The ther-
apist, through his perceptions or sensations could recognize what the patient,
due to the force of the splitting, could not feel nor symbolize (Rousillon, 2001).
C.S.Botella´s contributions allow a greater comprehension, warning on the
limitations to ascribe the psychic functioning only to the theory of represen-
tation, where the linked contents predominate and the repressed remem-
brances. “The field of the representable is a grotesque reduction of the vast
domain of the unknowable” (Botella, 2001, page 220). The psychic functioning
would be understandable as from a dynamic representation-perception-hal-

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LA CONTRATRANSFERENCIA SOMATICA “MEMORIA SIN RECUERDO” EN EL CUERPO PSICOANALISTA 345

lucination, set out in a fragile equilibrium due to the tendency of the uncon-
scious towards hallucinatory. The “regredience” of thought would generate in
the analyst images, symptoms or manifestations similar to those of nightmares.
They introduce the concept of “figuratibility” of the analyst as the only way of
access to that beyond the mnemic trace which is “memory without remem-
brance”, inevitable way to have access to the irrepresentable of child trauma
(the negative of trauma). The “work of figuratibility”, consists in finding a fig-
ure, a representation which would make intelligible to the patient that pointed
out as “memory without remembrance”, was a traumatic manifestation, with
the resulting anxiety. “At this moment of return the general bonds are estab-
lished within what reveals to be a fundamental bond object-body.-psychic”
(Botella, 2001, page 36). The term “state of session” is used to refer to the
state which presents analogy with the intermediate course of sleeplessness
and sleep. They ascribe that “in the same way as psychoneurosis admits a nu-
cleus of actual neurosis, there is in all analytic relationship certain actual side.”
(Botella, 2001, page 115-116). Within the “state of session”, the corporal experi-
ence is engendered. For this to be significant a “work in double” must be carried
out (meeting of a body responding with another from a certain subjective search).
It is in the interplay of the pulsational necessities and the level of abandonment
tolerated (the negative trauma), beyond the psychic representation, which the so-
matic mark remains registered. This would point out “the memory without re-
membrance” if it had been a body experienced in solitude, and where the inter-
nal tolerance should have shaped on behalf of a stamp in its own body.

KEYWORDS: TRANSGENERATIONAL / TRAUMA / DEATH DRIVE / SESSION / COUNTER-


TRANSFERENCE / ACT / SPLITTING

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