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ESCUCHAR A BAJTIN

I R I S M. Z A V A L A

M O N T E S I N O S
En este texto provocativo, Iris M. Zavala contempla el tema de
la dialogía en un mundo posmoderno. Los análisis de la autora
exploran la proposición bajtiana fundamental de “escuchar" las
voces de la cultura. Escuchar, hablando estrictamente, consis­
te en detectar un punto de ruptura heterogénea en un campó
ideológico determinado y al mismo tiempo necesario para que
ese campo logre su clausura, su forma acabada. Este procedi­
miento implica establecer relaciones: desde las cartas colombi­
nas hasta los esperpentos de Valle-lnclán, desde los textos
lascasianos hasta el bolero y el tango, los análisis exploran las
formas de completud y exclusión que elabora la sociedad hu­
mana.
Iris M. Zavala vincula conceptos filosóficos, psicoanalíticos e
históricos claves con fenómenos culturales. En este libro se
explora la importancia de términos bajtianos -re-acentuación,
ideología cotidiana, lucha por el signo- en un mundo posmo­
derno, “posideológico" unificado. La ética responsable que
propugna Bajtin abre caminos en medio del antagonismo cen­
tral que implica la “lucha por’el signo” .
ESCUCHAR A BAJTIN no es un libro en el sentido clásico,
una estructura sistemática en la que se desarrolla un pensa­
miento de acuerdo a un plan fijado. Equivale más bien a una
serie de intervenciones teóricas que se alumbran unas a otras,
en función de la reiteración de los argumentos en diferentes
contextos discursivos. Cada uno de los capítulos reitera en un
nuevo contexto discursivo la tesis de la lección ética de Bajtin
-incluyendo,el Bajtin de los textos “deuterocanónicos" firma­
dos con los nombres de Medvedev y Voloshinov- como un pro­
yecto teórico innovador y prometedor en el panorama intelec­
tual contemporáneo. ;

9 788489 354326
Iris ML Zavala, poeta y novelista, es autora
de varios estudios sobre la modernidad y la
posmodernidad: La posmodernidad y M ija il
Baffin, Unamuno y el pensamiento dialógico,
Colonialism and Culture.

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ESCUCHAR A BAJTIN
IRIS M. ZAVALA
E S C U C H A R A BAJTIN
I R I S M. Z A V A L A

MONTESINOS
Primera edición, 1996

© Iris Zavala
Edición propiedad de Literatura y Ciencia, S. L .
Diseño colección: Elisa Nuria, Cabot
IS B N 84-89354-32-4
Depósito Legal; B-34399-96
Imprime: Novagràfik, S. A .
Impreso en España
Printed in Spain
E l ritmo es la ordenación valorativa
de la dación interna, de la existencia.
E l ritmo no es expresivo en el sentido

exacto de la palabra (...). E l ritmo no


tiene objeto en el sentido en que no se
la relaciona directamente con el objeto,
sino con la vivencia del objeto, con la
reacción a ella...

Bajtin
PRÓLOGO

E l PRINCIPIO blALÓGICO '


Este principio) que pone en juego nú solo la estructura del lengua­
je en general, sino del ser humano con el lenguaje, equivale a un
replanteamiento del análisis literario (más bien diría Cultural), desde
supuestos de una “teoría crítica” . Ello significa esforzarse en intro­
ducir las nociones y, al mismo tiempo, distinguir entre niveles y ela­
borar una crítica de conceptos que nos permita repensar nuestra,pro-
pia posición en e l mundo. E l hecho de intentar ser críticos surge en el
punto en que el esfuerzo empírico encuentra dificultades param anejar
la teoría ya existente. E l mío tiene sus limitaciones, y lo que ahora
planteo son mis búsquedas, mis dudas, mis caminos nomádicos, mis
desviaciones, mis perversidades y las lecciones útiles que han ensan­
chado mis hábitos de lectura y me han conducido a buscar en el acon­
tecer de mi trabajo'problemas de identidad e identificación y las fo r­
mas y los signos que intentanfija r m is categorías, los discursos que me
interpelan, los que multiplican mis papeles en el mundo y los que
intentan limitarme. '
Las subsiguientes lecturas me han ayudado a designar la práctica
crítica y su teoría. Para fin es de análisis y de manera evidente se trata
de incorporar a la crítica unos métodos de interpretación que perm i­
tan desenm ascararlas afirmaciones y conflictos que se hacen la com­
petencia para, al mismo tiempo, centramos en la dimensión textuali-

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zada de las form as genéricas que m s permiten organizar nuestras
experiencias como individuos dentro de la modernidad capitalista, y
en algunos casos, postcapitalista.
Los caminos de esta práctica heurística son múltiples, y en mi caso
particular, toda una cadena de lecturas me ha venido acompañando en
los últimos años y desde que terminé mi prim er libro en 1962, enmar­
cada por la autoridad de la filología, la estilística, la historia de las
ideas y la filosofía. En realidad, desde entonces, mi corte y séquito ha
sido toda la revolución crítica de nuestra modernidad reciente, y
muchas voces se han ido incorporando a mi propia orquesta sinfóni­
ca, de M arx a Gram sci y Sartre; de Walter Benjamin a Teodoro
Adorno y Lukács; de Roman Jakobson a Ja n Mukarovsld, pasando por
las estructuras de Lévi-Strauss, desechando el funcionalism o esencia-
lista de Vladim ir Propp, integrando a mi “aire” los indudables acier­
tos de Jacques Lacan y elneofreudism o actual en sus valoraciones del
contenido semántico del inconsciente, el mundo dé lo sim bólico y lo
imaginario, entendiendo la incorporación del psicoanálisis en Emite
Benveniste, Louis Althusser, Pierre M acherey; releyendo a Rant,
Spinoza y Nietzsche, retomando con distancia crítica la Escuela de
Frankfurt (T. Adorno, Horckheimer), redescubriendo a Leo Lowen-
thal, pero sobre todo admirando la maravilla rizomática de Walter
Benjamin, las aceradas miradas de Herbert Marcuse sobre lo unidi­
mensional del mundo contemporáneo, y acogiendo luego (si bien con
cierta distancia) el centro de gravedad de ideal de esperanza o de,
impulso, utópico de Jürgen Habermas, que revela su origen en ese gran
dialógico que fue Ernest Bloch con su noción de Ungleichzeitigkeit o
“desarrollo desigual”; descubriendo a M ax Weber y sus fantasm as,
releyendo a Raymond Williams y a los “posmarxistas " tales como
Frederic Jameson (tan obsesionado por la teoría francesa y tan aten­
to a los códigos), reconociendo los cuestionamientos de la recepción
(Hans R . Jauss y la hermeneútica alemana), de las teorías lectoras (en
las cuales no faltó la revolución indiscutible fie las prácticas lectoras
establecidas por las teorías fem inistas), deleitándome en los relatos
históricos de las Escuela de los A m ales, la “nueva historia” de

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Georges Duby, Carlo Ginzburg y Jacques Le Goff, la Semiótica de los
códigos que;pronto rechacé, la narratología tanfalta de una teoría del
sujeto pero que tan útil lección nós ha dado para entender las diferen­
cias entre el narrádor, narratario, lo actancial, hasta llegar al poses-
tructuralismo de Roland Barthes, M ichel Foucault y Jacques Derrida,
y a los teóricos delàposm odem idadcomo Jean-F. Lyotard, a los ana­
listas de la sociedad de consumo y del simulacro, tal Jean Baudrillard,
a los “nuevas filó so fo s” centrados en los efectos del lenguaje y la pre­
ocupación por el “escriptocentrismo”, tal F elix Guattari y G ilíes D e-
leuze y su gran concepto de “ rizoma”, y las críticas modernas o mo-
demizadoras de Tzvetan Todorov y la semiótica del sujeto psicoanáli-
tico de Ju lia Kristeva. Falta, aire para decir todo ésto de un tirón.
Desde luego que no basta. Que todo esto, y me quedo corta, han
sido las densidades de la teoría en nuestra modernidad. E l camino se
me polifurcaba, y todo parecía una vasta morada de signos contradic­
torios y excluyentes. Com o mi blanco se me iba haciendo cada vez más
preciso, continué incorporando, problematizando, reflexionando lo
que ha sido -hásta el presente- el objeto de mis preguntas: las moder­
nidades, las tecnologías y su inscripción en tos cuerpos, el texto, el
poder transformador de la imaginación y la actividad constructiva de
las fuerzas del lenguaje. Toda esta morada de signos (que diría Jo sé
Martí) me hizo surgir, naturalmente, la conciencia cada vez más clara
del lenguaje como poder y del “ideotogismo” como fuerza histórica
para construir la doxa (lugares comunes, sistema de creencias) y libe­
rar la heterodoxia, en simultaneidades. En palabras más certeras, cómo
en la organización de tos valores cognoscitivos y éticos la doxa lleva
inscrita su aporía o contradicciones inherentes. Y por suerte; a sí podrá
siempre haber futuros y el mundo no se nos convertirá en úh universo
fijo e inamovible, muerto, silente, definido de una vez y para siempre,
En momentos clave de búsquedas interpretativas, se me iban 'oscu­
reciendo las respuestas y aclarándo los puntos centrales de mis pre­
guntas: la lectura, la éscrituray Cómo los textos llevan inscritosja his­
toria dentro de sí, en su tejido discursivo, en sus mecanismos, en sus
form as mismas; casi me atrevería a decir que los textos llevan inscri-

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ta su propia .“historia fam iliar”, s i me dejo deslizar por un concepto
freudiano tan elusivo. Además, y lo que me parece más importante, al
hacer avanzar mis inquisiciones, hube de percatarme de la particula­
ridad que obtiene el signo en la producción cultural en las sociedades
coloniales, el aidos (o vergüenza) griego, las poéticas liberadoras de
lo heterogéneo, la reacentuación de los signos y todas la s estrategias
desestabilizadoras y movibles. En esa síntesis que llamamos historia,
la resistencia del sujeto colonial se me manifestó de una manera curio­
sa y de form a absolutamente particular.
En esta proyección exploratoria me iba sintiendo insatisfecha con
las respuestas tradicionales sobre la naturaleza y la función del arte,
o la especificidad del lenguaje poético, pero no menos resistente con
la perspectiva esencialmente historicista y con la sociología de la li­
teratura. Poco a poco me iba acercando al problema de las exclusio­
nes, las diferencias, las represiones, y mi propia experiencia y prácti­
ca como mujer escritora y “académica”, nacida en un país todavía
colonial e interesada en las literaturas europeas, me llevó a medita­
ciones sobre la dimensión de la heterología, fas simultaneidades, las
(hetero)doxias, las exotopías -espacios que M iguel de Unamuno, urn
de mis importantes fuentes de inspiración, había dramatizado an­
gustiadamente. Yo -m ujer, escritora, nacida en un país colonial, vale
decir, posneocolonial, rizoma de diferencias y heterogeneidades-que­
ría entrar de manera activa en este mundo valorativo y abierto - y
entonces comencé a leer el Rabelais de M ijail Bajtin en 1968 y más
tarde los textos difundidos como obra de su llamado círculo (si bien
los escribió el propio Bajtin, y hoy se conocen como los textos
deuterocanónicos de I.Kanaev, Pavel Medvedev y Vladimir Voloshi-
nov). M i línea de inquisiciones en torno a las prácticas significantes,
los géneros, la producción literaria, el texto se reconstruyeron
constituyéndose una red de enfoques que me permitieron proyectar
una especie de pensamiento de lo Otro, combinando y recombinando
a partir de la heterogeneidad bajtiniana, sobre todo a M arx, Gram sci,
Benjamin, Foucault, a ratos Lacan, y aspectoide la teoría hermenéu­
tica crítica.

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Y como el gran pensador de lo heterogéneo es Bajtin, cuyo descu­
brimiento significó para mí, en una coyuntura de reflexiones sobre mi
propia memoria cultural, mi propia identidad, mi propia historia, una
teoría de lo plural y lo heterogéneo, llegué a replantéam e a sí la
importancia de la re-acentuación o re-valorización de los signos, de la
re-apropiación, del reciclaje, de los rizomas, del nomadismo (términos
de Deleuze y Guattari), para perseguir las asociaciones múltiples y los
distintos niveles semióticos. Con la re-acentuación bajtiniana com­
prendí de manera más certera el signo cultural de los países colonia­
les, y de los grupos del margen. M e afirmé a sí en e l diálogo entre los
espacios e intertiscios culturales, en esa su proyección de las intersec­
ciones sin fronteras, donde dialogan y luchan la herencia griega y sus
re-acentuaciones americanas, el libro y la oralidad, la llamada cultu­
ra de las élites y la cultura popular. Aprendí a gozar de mi humanis­
mo renacentista, de mis “plúmbeas erudiciones” y de mi experiencia
vital hispanoamericana y caribe; y a integrar ese “academ icism o” si
se quiere, a mi experiencia cotidiana. A sí una palabra se engancha a
la otra, e intenté explorar con Bajtin en los sistemas de referencia que
ofrece el sistema cultural en el cual participo en mayor o menor grado.

B ajtin y el pensamiento d e lo heterogéneo


Bajtin nos abre la puerta a la amplia gama de realizaciones de la
palabra que se despliega entre extremos. Desde sus tentativas de explo­
rar el acto ético, a la teoría de la novela, a su camavalización,. a la
polifonía, abre el camino de lo híbrido, la mezcla, lo inacabado, lo
fronterizo, lo múltiple contra el mundo ptolemaico de la autoridad, lo
fijo , lo dicho para siempre. Nos ayuda a pensar^ las form as de burlar
la autoridad, lo ilusorio de lo estático. Señala que la arena social, la
cultura y la historia son juegos complejos e inestables donde el dis­
curso puede ser a la vez instrumento y efecto de poder, pero también
punto de resistencia. E l discurso refuerza el poder, pero también lo
mina, lo hace frágil, permite detenerlo, burlarlo. Permite pensar en
restituir lo no dicho, en escuchar lo apenas balbuceado, que hay des­
plazamientos, reutilizaciones o re-acentuaciones, reciclajes de fórm u­

la
las idénticas para proyectos y objetivos opuestos.
Su acento en la interacción discursiva, las fuerzas formativas y
organizadoras que regulan el intercambio cotidiano (tacto discursivo,
por ejemplo), nos remiten a las leyes sociales que rigen sobre las pro­
nunciaciones y acentos distintos que constituyen la heteroglosia o
variedad de discursos que Bajtin propone. La importancia de sús refle­
xiones radica en apartarse de la consabida división entre form a y con­
tenido que stípone la transposición de discursos (y valores) al texto.
Sostiene, en cambio, que la organización textual proviene de los valo­
res mismos y de los conflictos que se ponen en juego. Lo “ideológico ”
es el punto arquimédico de las objeciones a los form alistas, y será la
armadura de los trabajos posteriores firm ados por Bajtin. E l nervio
del bajtinianismo se esboza desde las páginas de su polémica anti­
form alista (El método formal 1994), al subrayar siempre que los ele­
mentos de un texto adquieren significación estructural dentro de la
social. Este el principio de lo que será su concepto de dialogía, el
con/y, el intercambio y cruce, desplazamiento de contigüedades y
alternancia de voces. La heterogeneidad simultánea, el tiempo y el
espacio -que aparecen esbozados en E l método form al- adquirirán
form ulaciones mucho más complejas en el concepto de cronotopo, cen­
tral en el desarrollo de lo que se conoce como camüvalización o risa
desmitijicadora. Dialogía y camavalización obtendrán cuerpo sólido
en sus trabajos sobre Dostoievski y el discurso en la novela, al estu­
diar los modos y form as mismas de organizar y materializar la escri­
tura. E l mérito de sus propuestas radica en sostener que todo texto cul­
tural exhibe ideología, es decir, axiologías, valores. D e manera direc­
ta o indirecta, nadie hoy día deja de emplear lenguaje bajtiniano; es
frecuente la pulsión de conceptos tales como camavalización, dialo­
gía, polifonía, arquitectónica en repeticiones y transferencias. M enos
frecuente resulta anudar estos conceptos a la noción de una cultura sin
fronteras, que se caracteriza por lo no deslindado ni finalizado. Su
difusión ha ayudado a cambiar muchos paradigmas culturales propo­
niendo una óptica ética, discursiva y estética. °
Este pensador móvil, obsesionado por el acto ético reponsable;
persiguió siempre las líneas de la modernidad desde su gran estudio
de Rabelais, La cultura popular en la. Edad Media y en el Renacimien­
to, su compilación postuma de ensayos, Teoría y estética de la novela
Estética de la creación verbal, y el mencionado Problemas déla poéti­
ca de DostOiévski, todos firm ados con nombre propio. E s indudable
que muchos desarrollos posteriores se anticipan en este libro sobre el
método form al, que explora el juego abierto de enunciaciones que
luchan por establecer el significado del signo (centro de su estudio
sobre El marxismo y el lenguaje, firm ado p or Voloshinov). La lucha
por el signo forma, parte de las reflexiones más contemporáneas sobre
la diversidad, la heterogeneidad y la heteroglosia, S i bien El método
formal tiene ya setenta y m años, sus ideas permiten vislumbrar una
poética del desarrollo de la conciencia y de la comunicación social,
llamando la atención sobte las inaceptables exclusiones a las que se
sometía la interpretación de la creación artística, y afirmando la reía-
ción entre lenguaje, sistema de signos e ideología, como sistema de
vplores y ná como posiciones políticas de ‘‘izquierda’’ o “derecha", lo
que aleja a Bajtin de los reduccionismos de la crítica literaria al uso.
En cambió, nos alienta a escuchar lo impronta de la palabra ajena,
que transforma la propia en bivocal, ambivalente y polisém ica. Lo
esencial es que el discurso oral o escrito es medio compartido y
conflictivo, incluso antagónico, Este es el desafío dialógico bajtiniano:
ningún sistema de valores define el mundo para siempre. No puede
encontrarse mejor núcleo de optimismo.
Pues bien, lo dialógico (concepto que viene elaborando desde la
década de 1920, y remito a los artículos firm ados por Voloshinov> en
particular “La palabra en la vida y en la poesía") rompe con las
hegemonías, con lo unidimensional, con el espacio cerrado de la
monodia, que se fragmenta en la dispersión carnavalesca del orden y
la solemnidad de la autoridad de la cultura dominante. Rompe con la
representación unilmeal y referencial de la modernidad occidental.
Supone la subversión de lo referencial, en un marco epistemológico,
que no intenta ocultar la desigualdad y la diferencia detrás de la falsa
apariencia de la universalidad form al. La carnavalización, a su veZi
impone e l imperativo de la diferencia; lo que este concepto nos plan­
tea es la crisis de lo referencíal autorizado por la representación fo r­
mal. Lo dialógico -y la lectura dialógica- conlleva la subversión abso­
luta del texto referencíal. Se opone a la monodia, a lo centralizado, al
letigüaje único y autoritario, a l monolingüismo para hacem os escu­
char la heteroglosia, la heterofonía, los registros sociales, las entona­
ciones y los niveles de lengua que nos reconducen al diálogo y a la
comunicación, siempre con un excedente de oído y de visión.
En síntesis, el esquema de su proyecto se podría explicar en cua­
tro direcciones; la dialogía y la responsividad están vinculadas a lo
que esboza a nivel de los primeros textos que quedaron inéditos sobre
el acto ético y el autor y el personaje (que retomaremos con mayor
detalle), referencias para él mismo ricas en intuiciones profundas. E l
segundo momento da form a a las oposiciones críticas contra los fo r­
malistas y el freudianismo, a sí como su amplio estudio sobre el signo
(firmado por Voloshinov). Aquí, como luego en el carnaval, pone en
juego la estructura del lenguaje en general, y en particular, la rela­
ciones del lenguaje con lo social. Un tercer momento consiste en su
estudio cultural sobre Rabelais, en un amplio marco sobre el cuerpo,
la sexualidad, la ambivalencia, Eros y Thanatos. E l último esquema a
que he aludido nos permitirá dar un sentido a su Rabelais, y com­
prender a qué necesidad responde esta obra. La escribió en un
momento en que se daba un viraje en e l estudio clásico del yo, algo
enriquecido en Freud (en particular, M ás allá del principio del placer).
A q u í Ereud establece de alguna manera que resistencia y significación
inconsciente se corresponden como el derecho y el revés, que lo que
funciona según el principio del placer en el sistema llamado primario,
aparece como realidad en el secundario, y a la inversa. Bajtin (que fue
acusado de freudiano al presentar su Rabelais como tesis doctoral),
deja de lado todo el problema del inconsciente, que sin duda habría
enriquecido aún más el texto (sobre e l Bajtin presicoanalítico,
Rodríguez-Monroy 1995a, 1995b). E l cuarto esquema se coloca a
nivel de la teoría de la novela polifónica de Dostoievski, en amplios
registros sobre la dialogía y la orquestación de voces.

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Aunque aparentemente vinculados en funciones diferentes, estos
esquemas presentan algo semejante en su form a. En cada uno dé estos
puntos realiza desarrollos y progresos, que son los de su concepción
respecto a lo que podemos llamar el ser humano. E s siempre el mismo
pensamiento que continúa; podría decirse que su metalenguaje no
cambia, sino que Bajtin completa su esquema haciendo entrar siempre
algo diferente. De tal manera, que es una especie de ley de aplicación
general la que nos induce a leer a Bajtin tratando de aplicar a su obra
las reglas de comprensión y entendimiento que ella misma explicita.
En un término muy básico, las reflexiones bajtinianas nos alejan de
las aportas o puntos ciegos de los análisis culturales tradicionales
atentos a las totalizaciones reduccionistas, y nos ofrece la lección que
considero más útil: dar espacio al sujeto. Cómo estamos no entre lo
uno y lo diverso, sino con y en lo uno y lo diverso. La lucha p or el signo
(heteroglosia) para afirmar la identidad significa teorizar sobre el len­
guaje y las form as en las cuales el hablante tiene el privilegió de
hablar por s í propio. E l cambio de sujeto de enunciación supone, natu­
ralmente, un cambio de óptica y de ética.
A partir de tal programa comencé, por ejemplo, a replantearme lo
que hoy día se entiende, en términos amplios generales, como literatu­
ra comparada cuyo rasgo prim ordial estriba en estudiar los conjuntos
o textos supranacionales; se la concibe así, como internacional. Este
comparatismo, que tan influyente ha sido como cambio de perspecti­
va, intenta alejarse, p or ejemplo, de lo que considera utilizaciones
nacionalistas e ideológicas. N o creo que resulte excesivo leer en estas
proposiciones una explícita toma de posición en la desafortunada
homologación entre “nacionalism o” e “ ideología” como sinécdoque
de dogmatismo, que en resumidas cuentas es una form a de cartogra-
fia r político que fija una imagen cultural unívoca y la subordinación
de sus diferencias. Volveremos sobre estos ju icios valorativos a l desa­
rrollar el complicado concepto de ideología. Todo este método de lec­
tura comparatista se apoya en la morfología, taxonomía, genología,
tematología, historiología; que son, a su vez, nociones centrales en
ranas, y alejada de la comunicación literaria como respuesta y la lec­
tura dialógica como un. cambio de perspectiva que trastorna las nocio­
nes tradicionales, sihm em os.entrar una cosa diferente en cada lectu­
ra. Se da forma, a sí a la heterogeneidad que Bajtin expone, y que es
nudo central de las reflexiones posestm cturqlistas (pienso en particu­
lar en Jacques Derrida), enredadas en los términos excluy entes,
, O lo uno o lo otro, camparse en los opuestos es justamente lo que
hoy se llamaría binarismo, si bien a veces se puede esconder tras una
aparente afirmación de simultaneidad: poética y profética; lo uno y lo
diverso. M i propia reflexión sobre esta óptica binaria que aún predo­
mina, me sirvió para replantearme qué sea la literatura hoy día, e l
concepto del autor, las teorías sobre e l sujeto, y las distintas identida­
des e identificaciones que nos. interpelan, desde, los textos. Todo este
entramado entre lectores y textos, ha inducido a otorgarle supremacía
al lector, fenómeno que Roland Barthes llama, desde otra perspectiva,
la “muerte del autor” y nacimiento del lector. Pero la cautela debe
dirigirnos por estos derroteros, pues lo que Barthes pone en tela de
juicio es la voz autorial como centro autorizado y autoritario de la
comprensión. La junción autorial es también eje de reflexiones para
M ichel Foucault, que nos invita a repensar los puntos de referencia
sobre los cuales se estructura e l análisis de los textos, desde el nom­
bre, a la atribución del enunciado o la posición del autor respecto al
texto y al discurso. Para Jacques Derrida en cambio lo que cuenta es
la écriture, el acto de escribir en s í a l mismo tiempo que la naturaleza
primaria y metafísica de la entidad de la escritura autoreferencial, que
se remite a s í misma a pesar del autor. En definitiva, el centro único y
unitario de la actividad interpretativa no se piensa ya de la misma
form a, y estamos obligados a “sospechar” de las voces que nos hablan
desde los textos. Este descentramiento posestructuralista, naturalmen­
te, proviene del psicoanálisis: Freud descubrió que el sujeto real no
tiene la figura de un ego centrado sobre el “y o ”, la conciencia o la
existencia, sino que el sujeto humano es descentrado, y está constitui­
do por una estructura tautológica de centro, más que en el desconoci­
miento imaginario del “y o ”. E s decir, que la noción de centro es una
de las form aciones ideológicas en las que se reconoce, y se presenta
como rasgo eterno y universal de la condición humana.
Aún otras perspectivas en esta relación estratégica autor/lector
surgen de Bajtin, como parte de la naturaleza ficticia y retórica d e
todo discurso. Como Cervantes, Bajtin nos disuade de pensar solo en
géneros literarios y abrim os a l problema más general de géneros dis­
cursivos (o géneros de discurso). N os alerta a que la comprensión del
sentido depende de la situación comunicativa entre autor y lector. E l
discurso mismo es una noción genérica, y el género discursivo remite
a la subordinación del enunciado a tipos relativamente estables de
intercambio en la actividad humana; de manera que la literatura es
uno entre los géneros de discurso (también Todorov 1978:23) propo­
ne lo mismo). La diferencia radica en que los géneros discursivos se
transforman en los textos literarios, y se distancian de las situaciones
directas o “ reales” . Lo importante es que cada enunciado form a parte
de una cadena, de un diálogo con respuesta, y la relación con el inter­
locutor (lector) es central. Esta cadena entre “autor” y. “ locutor ” es
inconmensurable.
Se sigue que si el lenguaje es plurilingüe y zona dé encuentro de
valoraciones; la pluralidad y la multiciplicidad, lo fragmentario y la
entropía en esta nuestra modernidad nos induce a tomar conciencia de
las coexistencias en sim ultaneidades-lo que en otros momentos he lla­
mado “heterogeneidad de simultaneidades’’- y de los caminos que ha
tomado la interpretación de los signos eñ los últimos años (Zavala
. Í991a)i Lo “literario ” es un hecho complejo que se produce a partir
de úna interpelación dé varias prácticas socio-ideológicas; el texto no,
consta solo de lo que enuncia y cómo lo enuncia, sino también de los
silencios. La tarea interpretativa encuentra su terreno privilegiado en
las brechas y discontinuidades, en lo no-dicho, en las huellas reprimi­
das y enterradas (las huellas del inconsciente freudiano son evidentes).
¿Hem os de recordar que para Peter Hulme la teoría freudiana ofrece
el único modelo de lectura que hace que el texto diga más de lo que
sabe? (véase Brooks 1988para un recuento lúcido de las lecturaspsi-
coanáliticas). E l rastreo de las inconsecuencias lógicas nos ha hecho

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perder la inocencia, y ya nadie puede leer con ingenuidad el entrama­
do ideológico de los textos de ficción. La interpretación se concibe hoy
día como una de las form as en que el sujeto articula su vida y sus
acciones. D e tal manera que no se puede estudiar la textualidad ni la
lectura de la misma form a, sino que se hace urgente desenmascarar
las inconsecuencias lógicas o mentiras fundadoras. E l paso más
importante ha sido la noción de que el sujeto se constituye por medio
del lenguaje y sus instituciones o agencias, y la textualidad y las fo r­
mas de “ representar” mediante el discurso son la base de amplias dis­
cusiones sobre la identidad.
En todo este laberinto de signos, el refuerzo teórico, claro, me vino
de las corrientes posestructuralistas surgidas en los últimos años, que
marcan una comprensión distinta del textp, del discurso y del lenguaje.
Lo que todo ello (y sobre todo Bajtin) me dejó en claro es la duda
absoluta sobre las generalizaciones, los universalismos reductores y
los internacionalismos totalizadores. H e de confesar, por tanto, que me
separo de muchos estudiosos de la literatura en aquello de concebir la
literatura como internacional; aunque de otra manera, la literatura,
uno más de los discursos sociales, pueda ser ciertamente universal,
como el lenguaje, como là imaginación, como los mitos, las utopías y el
mundo de los sueños. M e separo además porque soy de aquellos que
conciben el signo como ideológico, si me adscribo a una teoría del
signo como comunicación (que todos sabem os no es lo mismo que el
signo como código). Y, finalmente porque aún no siendo “narcisista”,
-com o se autodefine Claudio Guillen (1985)- al menos en lo que res­
pecta a la cultura y a los imaginarios sociales, soy partidaria de lo
local, entendido rio en su concepción estrecha de nacionalismo exclu-
sor y reductor, sino de lo local como situación del enunciado. M e con­
vence aquello que Bajtin llama “contexto situacional”, que permite
que todo se re-acentúe, que tenga otros usos, reciclajes y utilizaciones,
y p or tanto otros significados y sentidos. La literatura, en cuanto
parte del conjunto de discursos sociales, significa para m í estudiar
los imaginarios sociales y sus proyecciones sim bólicas. En este
punto, queda claro que el pensamiento de Jacques Lacan há sido

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central, en su re-acentuación de Freud.
Pensada como objeto, la literatura form a parte del estudio de los
imaginarios en “ intersecciones” o, dicho de otra manera, de la hete-■
rogeneidad simultánea de los imaginarios sociales que coexisten en un
momento dado, o de la re-acentuación de estos imaginarios en otros
contextos situacionales. D e ahí que me convenzan todos esos términos
tan complejos y abarcadores que Bajtin y su círculo nos proponen:
ideologema, cronOtopo, camavalización, re-acentuación o re-valori­
zación, signos, ‘voces', dialogía, y lo que se ha difundido como inter-
textualidad. Hemos de entender en este término, un proceso dinámico
de incorporar diacrónica o sincrónicamente, voces “otras” que con­
tribuyen a una multiplicación de significados y sentidos. Asum e, en
gran medida, la presencia simultánea de dos o más lenguajes. Pues
bien, todos y cada uno de estos conceptos nos obligan a abordar lo
literario tomando en cuenta el quién, dónde, cómo y cuándo del enun­
ciado y cómo lo que parece uno, es lo uno en lo diverso, en coexis­
tencia; el conJy de la dialogía. En todo caso, las posiciones que pro­
ponen particularizar presentan tantos problemas como ios que inten­
tan generalizar, si solo se piensa en binarismos. Saldríamos así, justa­
mente, de la “jaula de hierro” (en metáfora de M ax Weber) de la am­
plia gama de problemas que nos “internacionaliza” la literatura com­
parada, y ahora esé otro signo que se llama posm odem idad. Pensando
bajtinianamente veríamos el proyecto cultural de otra manera.
Los trabajos que aquí reúno me han ido acompañando en los últi­
mos años, como meditaciones, proyectos, alteraciones. Cada uno de
ellos es un fragmento, o una pieza que me ha permitido retomar el pro­
yecto bajtiniano, mediante una promiscuidad generalizada, donde
intervienen enunciados de las más variadas disciplinas. E l conjunto
equivale a un haz de lecturas e interpretaciones que parten del “oído ”
-e l escuchar-, en medio del ruido ’y la turbulencia de la entropía, sin
establecer relaciones de jerarquía semiótica entre los textos. Otro de
mis intereses ha sido revelar los contrastes, partiendo de analogías y
de oposiciones, como opciones de valor estratégico. Partiendo de ese
vastísimo campo heteroclítico bajtiniano tocaremos puntos sobre el
discurso, el sujeto, la ideología. Intentaremos identificar aquellos con­
ceptos que dan voz a l ruidoso deseo de legitimación -4a re-acentua­
ción, en particular- que nos permite leer con otros ojos desde
Garcilaso de la Vega el Inca, hasta Sor Juana Inés de la Cruz, y el
bolero y el tango. E n todo momento intento quebrar el espejo totaliza­
dor de la reducción de Bajtin a l mero análisis literario y teórico, esfor­
zándome por sacarlo de una imagen hierática y definitiva, reuniendo,
en mi lectura losfragmentos de su utopía latente. Resalto a sí su recha­
zo a las significaciones absolutas del sujeto social (que no otra cosa es
la dialogía), y su manera de reivindicar la lucha continua (el carna­
val, la heteroglosia) y la renovación incesante del pensamiento.
, Los lectores encontrarán sugerencias que permiten establecer
lazos entre, por ejemplo, el Lazarillo, Bartolomé de las Casas; e l bole­
ro y la lírica cortesana; Garcilaso, Virgilio, Nebrija y Valla. E n fin ,
una serie de contrapuntos que elijo en mi estrategia de descentra-
miento, cuyo objetivo es mostrar las identificaciones que el discurso
dominante profiere. Con Bajtin el ámbito de la crítica y teoría litera­
rias quedó irreversiblemente, cuestionado. :
Confío que los lectores encuentren, entre m is preguntas, algún
atisbo de respuesta. Sería este, entonces, el mayor acierto de estas
páginas.1 .

Iris M Zavala
Octubre de 1995

1. Ë1 conjunto de este libro corresponde a varios seminarios y conferencias


sobre Bajtin que he dado en los últimos años. Este prólogo ha sido resumi­
do en un número especial de Insula 1992; “ Escuchar a Bajtin” ha sido
publicado en una versión más breve (1995a), así como el capítulo sobre los
deuterocanónicos que debió haberse publicado antes, aparece aquí con cier­
tas modificaciones. E l título le ha de recordar al Jector un espléndido estu­
dio dé Rosa Rossi sobre Cervantes; sin embargo, “ escuchar” parecería ser
la consigna -en mi lectura- de la dialogía bájtiniana.

22
I
E S C U C H A R A B A JT IN

Si acaso alguna-imagen o sentido podría reunir en uno la


torre babélica de los registros de Bajtin con todas sus máscaras,
este sería el oído. Sentido ligado a las artes musicales -e l mito
de Orfeo, el de Pan persiguiendo lleno de deseo a la ninfa
Siringe, que transforma en flauta. Por el oído entran el lengua­
je, la música, la seducción, el ritmo. Si escojemos como hilo
conductor el órgano auditivo, lo encontraremos también liga­
do al milagro del habla, que invita al banquete de la comunica­
ción, simposio: que escenifica el acontecimiento de escuchar la
voz ajena, en esa atmósfera de valores del acto vivo; La riqueza
es infinita, cada voz, o sonido, o palabra es inagotable, con
expansiones infinitamente renovadas; la palabra, el sonido indi­
can la inconclusividad, y aquello que no se puede poseer ni asir.
Esta no-totalización, que no puede ser cubierta por una mirada
o por un discurso, permite escuchar las sustituciones infinitas
en el cierre de un conjunto, inacabable. Incluso un oído no muy
agudo percibe la alternancia de voces, y dos voces son el m íni-

23
mo de vida, el mínimo de ser. Unicamente lo petrificado,
muerto y concluso es afónico: solo cuando se ha dicho la últi­
ma palabra desaparecen la voz y la réplica. El resto es el
movimiento de la suplementariedad, aunque Bajtin (ni como
ventrílocuo de Medvedev o de Voloshinov en los llamados tex­
tos deuterocanónicos) utilice la palabra, como yo lo hago aquí,
pero desde el momento en que habla de resurrección, de
inconclusividad, queda claro que el movimiento de la signifi­
cación añade algo, para que siempre haya más, y se opone a la
reducción metafísica del significado.
Lo afónico significa oír caer el silencio|la últim a palabra,
el últim o acto o escena, para no querer decir ya nada. E l silen­
cio (si nos dejamos deslizar por Freud) anida las pulsiones de
muerte; lo que incumbe a la palabra es la vida.
Las palabras que se albergan en el corazón del silencio se
abren a la tonalidad, al ritm o, que engendran todos los acor­
des como otras tantas inversiones e intercambios, mínim a­
mente transformados. E l ritmo nos ayuda a organizar la cate­
goría de la alteridad. Ya en “Autor y personaje en la actividad
estética” (ca. 1920-1924), Bajtin enlaza.el ritmo con la repre­
sentación estética; el ritmo orienta hacia el otro y también a
la propia alteridad. De manera que la modulación tonal entra
por el oído (el caracol al que hacían referencias tan distintas
Sor Juana y Rubén Darío), y este intercambio relaciona nues­
tra sensibilidad pública con la intim idad. l^ fo E lo e), enton­
ces, un órgano que no solamente indica los,aspectos fugitivos
del mundo de los sentidos, sino que también permite escu­
char el ruido de cada palabra, la impronta de la palabra ajena

24
(el discurso ajeno), que la convierte en bivocal, ambivalente,
poüsémica, y que transforma al lenguaje en plurilingüe, en
zona de encuentro de valoraciones.
Fijémonos al menos en esto, que el lenguaje es funda­
mentalmente heterogéneo, un medio compartido y conflicti­
vo, y que el discurso ajeno es à manera de una caja china: dis­
curso en el discurso, enunciado dentro del enunciado, pero al
mismo tiempo, discurso sobre otro discurso, enunciado acerca
de otro enunciado. Esta arquitectónica de discurso referido
nos demuestra que “là palabra roza la palabra” y se introduce
en ella, y se construye sobre ella el propio discurso. Todo este
deslizamiento se hace corpóreo desde 1925 en la refracción
concreta de la palabra ajena, cuando Bajtin emplea los nom­
bres de Kanaev, Medvedev y Voloshinov, en la serie de textos
sobre-Freud, el marxismo y el lenguaje y el formalismo en
disputa, fundamentales para la visión del todo.
Se trata entonces de las primeras instancias, y lo que pone
en marcha toda una descendencia anclada en la voz y la pala­
bra. El carácter de la palabra exige ei sonido (lo que Derrida
llamaría fonocentrismo), su percepción, el escuchar sobre el
fondo del silencio. B ajtin parecería dialogar con Freud para
quien las pulsiones de muerte semejan trabajar en el silencio,
y se reconocen sus trazos en aquella observación del Yo y el
Ello donde sugiere que el yo tiene un lóbulo auditivo. Se
puede todavía decir que comprender no incumbe al silencio
sino al tiempo y por lo tanto al ritm o. La comprensión no es
algo pasivo y exacto, de una duplicación de la vivencia del
otro en m í, es un traslado de la vivencia a un plano absoluta­

25
mente distinto de valores, a una categoría nueva de valoración
y figuración, indica ya en ese texto primerizo sobre la activi­
dad estética (1985:94). De seguir esta serie de enunciados que
remiten siempre a valoraciones sociales, el más allá de la pala­
bra sería la risa alegre, festiva. La cultura -siem pre en zona de
fronteras- es tonal, tiene variaciones y modulaciones, acordes
que orquestan la m ultiplicidad de tonos y timbres. La infini­
ta heterogeneidad se hace audible para escuchar el rumor de
las entonaciones emocionales y personales, de las palabras
vivas y de las réplicas en las particularidades de la polifonía y
la lucha de opiniones e ideologías. Todos estos términos se
entrelazan, en variantes, a través de alteridades, máscaras,'
personajes, simulacros en las firmas de Medvedev y Volo-
shinov, que despliegan toda una caja de resonancias de los que
Serán los conceptos fundamentales del Bajtin que autoriza con
su propia firma los textos. Pero ya aparecen aquí, como for­
mas de su discurso especulativo los términos de ideología,
dialogía, el “tercero”, la responsabilidad, la alteridad, la rela­
ción tripartita en el acto creador, la exotopía. Podremos per­
cibir el preludio orquestal en todos los términos bajtinianos,
desde el timbre de los bajos del texto cultural de Rabelais, al
desarrollo de la modulación del canto austero y riguroso que
se transforma en el cromatismo del coro dialógico y polifóni­
co de Dostoievski.
Lejos de ser una transición entre dos tonos el texto cultu­
ral de Rabelais y el estudio de Dostoievski, la modulación
conduce al oyente a la fórmula compleja del discurso y los
acordes del lenguaje y las voces, que Bajtin realiza a manera

26
O \y\OLSMA%'V^~<0
de un arquitecto en un plano concebido en varias dimensio­
nes que impone un conjunto de obligaciones de orden semán­
tico que son, en definitiva, éticas. N o se trata de solo la elec­
ción del placer sensible de los sonidos lo que los conceptos
bajtinianos indican, si bien parece seguir una idea de lo bello
como percepción de relaciones éticas (concepción que cobra
ímpetu en el siglo X V III, desde Diderot hasta lo sublime
kantiano). Todo este entramado se arma desde la década de
1920 en sus trabajos sobre arte y responsabilidad, la filosofía
del acto, el arte y el héroe: allí se dibuja la armadura de una
JiO q m té í^ vincula al ser humano
al mundo, a sí mismo y al otro. Lo que en ruso se llama pos-
tupok.
Este proyecto sobre el discurso apunta a la posibilidad de
un acercamiento al texto que sea autónomo respecto a la
lingüística y a las tipologías. Sobre el privilegio del oído llega
el logos; este contorno visible de relaciones y tejido de voces
a que nos invita Bajtin le confieren a la cultura una mayor
densidad y participación. A sí, toda cultura aparece como una
declaración activa de señales y signos más o menos claros,
pero complicados, que se comunican en la naturaleza recípro­
ca dé la palabra. Lo que nos invita a escuchar el signo no es
pues solo sucesión melódica, sino simultaneidad armónica,
arquitectónica. Escuchar, oír; voces es dar paso a lo discor­
dante, y si escuchamos a Bajtin las'tendencias del discurso se
inclinan hacia lo centrífugo y lo centrípeto, al cruce, a lo
simultáneo. Pero no el oír ó escuchar indiferenciádo; no el
reino platónico de las ideas en que todo se ve y todo se oye:,

27
idUjgâsjAi- ~p \)oèafxt^C

sino la m utua ilum inación de los lenguajes, que abre el paso


al plurilingüism o, y los lenguajes se revelan recíprocamente y
empiezan a servirse uno a otro como trasfondo dialogizante.
En este juego de espejos dirigidos uno hacia el otro, cada cual
revela un fragmento, un rincón, que obliga a adivinar y cap­
tar un mundo mucho más amplio y con más horizonte.
Fácil sería incluir a B ajtin entre los herederos de la meta­
física, si para él el signo fuese un significante que remite a un
significado; si el signo fuese una presencia, con significado
trascendental, en lugar de un espacio en pugna, cuyos signi­
ficados y significantes son múltiples y heterogéneos. Lo que
parece más seductor en esta búsqueda crítica es el abandono
de una referencia privilegiada, a un m ito referencial o una
necesidad histórica de centro (en esto, Bajtin es anticartesia­
no). Hablar, pensar o escribir es ese vaivén con la asimilación
de la palabra ajena -y me guía el B ajtin de “La palabra en la
novela” (1934-35 en 1989:15 8)-quejgira en torno para defi­
nir las bases de nuestra a c titu c^ e o ló g ^ ^ e s decir, valorati-
va) ante el mundo y nuestra propm œ ïïducta. Nuestra expe­
riencia con la palabra viva ajena no es un discurso prefabri­
cado; es la de una puesta a punto ante el interlocutor, ante las
preguntas que nos dirige y que como boomerang, nos obliga a
dirigirlas hacia lo que pensábamos, hacia nuestra propia pala­
bra, o lo que creíamos que era.
, Esta experiencia de intercambio y conflicto (¿por qué no
decir también, juego?), establece relaciones dialógicas que
impiden la petrificación de los interlocutores en su respecti­
va posición. La dialogía im plica el intercambio de roles (como

28
en el juego erótico), que cada cual sea el otro de sí mismo, el
distinto de sí mismo. El discurso ajeno es a manera de “des­
cubrimiento colombino” (en palabras de Sergie G . Bocharov
1993, en Zavala coord.), y nos dice que toda situación con­
creta comporta una ética de responsabilidad. La ética no es
fuente de valores, sino la forma de relacionarse con estos.
La historia de lajcÓHciencia ideológica individuales justa­
mente este co-hacer de la palabra, en su armonía, su unidad
e, incluso, su guerra. El orden del lenguaje es también el del
pensamiento, y el de la sociabilidad. Todo lenguaje está lleno
de lenguajes futuros y pasados, de aristócratas lingüísticos,
presuntuosos que van desapareciendo, pero también de adve­
nedizos, de pretendientes o enamorados con mayor o menor
fortuna que aspiran al rango de lenguajes. Esta bivocalidad
dialógica es el sustrato de la literatura, que acoge la realidad
plurilingüe convirtiendo cada enunciado en la arena de una
lucha sin salida con la palabra ajena. E l concierto universal es
parlante; ver, oír, escuchar; exige participar, y en lo que al
reparto social de los lenguajes del plurilingüism o se refiere,
en lo que llamamos la historia literaria estos se someten a dos
procesos -e l de canonización y el de re-acentuación. En el pri­
mero se silencia la voz extraña o ajena, mientras el segundo
proceso marca la vitalidad de las obras del pasado en cada pre­
sente. Re-acentuar significa un poco retomar el riesgo que
hay en la palabra en su coloquio anterior, y devolverle su
rango en la responsabilidad. El proceso tiene gran importan­
cia: cada época re-acentúa a su manera las obras del pasado
reciente, de tal manera que la vida histórica de los clásicos es

29
un proceso continuo de re-acentuaciones socio-ideológicas
(1989-235). La historia literaria se transforma así en la doble
historia individual y colectiva de algo inacabado que no se
completa a sí mismo, que se curva hacia sí misma.
y^Todo acto creativo cultural tiene que ver siempre con algo
ya valorado y más o menos organizado, ante lo cual se adopta,
de manera responsable, una posición valorativa^El dominio
cultural'está situado en las fronteras -nos dice en un texto de
1924 (1989:30), y la unidad de la cultura penetra en los áto­
mos de la vida cultural “de la misma manera que el sol se refle­
ja en cada una de sus partículas” (30). Cuanto no vive en. las
fronteras, muere, pierde significación; pero, y es lo más grave,
donde no hay responsabilidad no hay acto ético ni estético. El
escritor es: un co-participante en el acontecimiento del ser y no
actúa nunca en un vacío yalorativo; no existe coartada alguna
en este acontecimiento responsable y responsivpyUn texto se
convierte así en un nuevo modelo de mundo, que se logra
mediante la extraposición, el excedente o exceso de visión, y el
horizonte ideológico y su entornóos este su programa ético
estético, elaborado bajo diversos apócrifos y distintos ángulos.
Escuchar a Bajtin supone entender la escritura como for­
mas de modificar nuestra percepción de la realidad y enten­
der la literatura como otra forma de conocimiento. Ver u oír
algo significa hacer de ello la expresión de nuestra actividad
axiológica activa:|ço2pirtiap ^ Todo ello supone escuchar en
cada texto de cultura, en cada giro y seña, la expresión de un
significado de declaraciones y respuestas mediante los cuales
emisores e interlocutores han podido y pueden formular e

30
intercambiar percepciones de lo real. Colocar el acento en esta
participación activa permite afrontar el problema de los tex­
tos como inacabados, y no como mundos sin palabras o mun­
dos de silencio, sino despliegue de gestos, de colores, de apa­
riencia corporal, de tonos expresivos y de valoraciones que
deben reconocerse como trazos de revoluciones en la percep­
ción humana.
La identidad y la cultura que sostienen esta percepción
son, desde esta mira, creación del lenguaje; función del habla.
N inguna idea acerca de la cultura que deje de tomar en cuen­
ta este rasgo esencial podrá articular adecuadamente el futu­
ro, podrá soñar con el porvenir, idea escandalosa metafísica y
lógicam ente, que ya Ernst Bloch había designado.
Pero, ¿y qué supone en esta Península Ibérica escuchar el
rumor de lo heterogéneo? En otras palabras: ¿qué supone pres­
tar oídos a la bivocalidad y a la re-acentuación? Para inciar esta
tarea melódica, me centraré en algunos conceptos básicos, que
nos alejan de una guía pragmática o. un recorrido lineal. Acer-,
caremos el oído a los enunciados y a los géneros de discurso
que hablan “lo otro” y lo de “afuera”, e intentaremos perseguir
el desarrollo de estos enunciados bivocales y dialógicos en los
textos. Lo que nos propone B ajtin es escuchar -e n una lectura
háptica no pasiva, que busca el sentido y la comprensión- las:
relaciones inestables entre esas voces-enunciados, elaborando
la sustancia misma del trabajo heurístico, que consiste en
poner en tela de juicio la (unción-verdad de las proposiciones
éticas que cada enunciado conlleva y traza.
Comenzaré por la heterogeneidad, que se aleja de la lógi­
ca de un género de discurso que imprima a una m ultitud de
frases una finalidad única, que las subordine a un mismo fin.
Lo que distingue a Bajtin no es solo formular que toda expe-,
rienda del propio ser y del otro está totalmente basada en el
lenguaje -y a desde el Romanticismo se alude a e llo -, sino que
este lenguaje está poblado por y de lo O tro, a la vez. Y que el
lenguaje (y la cultura en tanto que lenguaje de identidades y
valoraciones) está ligado a lo heterogéneo, a la mezcla o mes­
tizaje, al fluir inestable de valoraciones y posiciones de sujeto
que se certifican o legitim an en el espacio y el tiempo. D e ahí
que los textos culturales -y solo a ellos me lim ito - están pobla­
dos por la silueta de nuestra presencia e identidad, en pruebas
externas e internas. En resumidas cuentas, nos afirmamos a la
vez que encontramos la otredad mediante la re-acentuación del
signo, los ideologemas y cronotopos que, a su vez, nos permi­
ten reconocer la m ultiplicidad cultural y la heteroglosia.
Si bien cada concepto tiene su propia órbita, al mismo
tiempo supone escuchar el rumor de la palabra ajena en la
m ultiplicidad, el plurilingüism o o heteroglosia concreto de
lenguajes y culturas que han entrado en interacción, para
crear ese todo que se llam a cultura hispánica. Céntrandonos
en la Península Ibérica, éscuchemos el rumor de la palabra
ajena, asimilada o polemizada, y pensemos en E l libro de Buen
Amor en boca de Celestina, o en el lenguaje de Amadís en
boca de Don Q uijote, o en Cervantes en trazos unamunianos,
o en la voz de Darío elaborada en los versos juanramonianos.
U n análisis diferenciado de las zonas de la cultura y de su
interacción con la literatura mostraría las profundas y pode­

32
rosas corrientes populares, los iconos en bricolage, y los giros
exóticos re-acentuados, ironizados, parodiados que entran en
el gran tiempo de los textos valleinclanescós, por ejemplo.
En cada uno de estos textos culturales el téxto anterior se
revela definitivam ente, descubriendo a la vez la plenitud de
su sentido histórico, en el contexto de una conversación com­
pleta. Y esta conversación transhistórica (que no excluye la
polémica) revela la fuerza de la palabra ajena; así en lo que lla­
mamos historia literaria o cultural están dispersas las palabras
ajenas, los proyectos culturales fallidos y los elevados a monu­
mentos. A l mismo tiempo que escuchamos la re-acentuación
polémica de signos, escuchamos y percibimos en la supervi­
vencia de las grandes obras que han fraguado las identidades
colectivas, que en el proceso de su vida postuma se enrique­
cen con significados nuevos. N inguna de estas obras cabe o se
reduce a su propia época, y en cada una de ellas añadimos lo
que antes no tenían, casi se podría decir que las moderniza­
mos y distorsionamos al sacarlas del marco de sus coétaneos,
re-acentuando sus tesoros de sentido.
La complejidad y delicadeza del material vivo usado en los
textos literarios (si escuchamos a Bajtin, la cultura no se crea
de elementos muertos), se enriquece con lo que llama com­
prensión activa y la extraposición del que comprende en el tiem­
po. Es decir, la ubicación extrapuesta en el espacio y el hecho
de ser otros; la extraposición es el instrumento más poderoso,
ya que la cultura ajena se manifiesta más completa solo a los
ojos de otra cultura. Nunca en su plenitud, pqrque aparece­
rán otras que verán y comprenderán aún más. De esta forma,

33
si lo seguimos, se establece el dialogo entre culturas, y pre­
guntamos a la cultura ajena nuevas preguntas que ella no se
había planteado, a la par que buscamos respuesta a .nuestras
propias preguntas, que la cultura ajena nos responde descu­
briendo ante nosotros sus nuevas posibilidades de sentido.
Cada una conserva su unicjad y totalidad abierta, pero ambas
se enriquecen mutuamente (1985:352).
Pensemos en un instante (y aquí me dejo conducir de la
mano de Fernand Braudel) lo que supone el híbrido cultural,
la hçteroglosja y la transcultúracion en la fauna; flora, len­
guajes, vestimenta del viejo y mal llamado nuevo mundo.
Solo el que escucha la m ulticiplicidad de voces y acentos
podrá reconocer el cruce de culturas en el híbrido o mestizo
de las músicas señorona$ en el son y el bolero caribes, en el
análisis semiótico de la vestimenta del gaucho o del bandole­
ro decimonónico, en k “olla podrida” de la cocina americana,
donde se mezclan los frutos autóctonos con el aceite dedas olí*
vas mediterráneas. ? -
En el análisis de la cultura también observamos toda una
realidad histórica que fluye en el contexto semántico; todo.
signo (y el texto como unidad de sentido); conduce fuera de
sus lím itesy ta infinita heterogeneidad de los tonos (en algún
momento habla del tacto discursivo)1 son también formas de,
cultura -ja risa y las lágrimas^, ja importancia dp k risa dès-
mitifícadora contra ja ‘seriedad gris monocorde, monotonáli-
ça. Esta se levanta contra el mundo pragmático, utilitario, po-

2.‘ Remito al Jtólogo de Amalia Rodríguez, a. Vploshinpv/Bajtin 1994a.


sitivista, que empobrece los tonos: los notices de la risa están
présentés, en todo texto cultural que sè inscribe al gran tiempo
-desde la risa medieval, a la ambivalente risa y sonrisa quijo­
tesca, a la risa irónica de los modernos desde el siglo X I X . Sí
Bajtin se lim ita a la risa, no menos importantes son las lágri­
mas y la tristeza como visión del mundo; todo el Rom anticis­
mo está bañado en lágrim as. En nuestra reflexión dialógica
otro objeto nos sale al paso: que el Romanticismo enmarca
también las Cortes de Cádiz y las Guerras de Independencia
americanas, urgidas por el deseo de libertad. Si la emancipa­
ción de lo que hoy son los Estados Unidos se hizo a la luz de
la razón, las guerras americanas se hicieron al compás de las
lágrimas y del sentimiento, y la diferencia comunica actitu­
des distintas hacia la sensibilidad política. Si las lágrimas
junto a la risa son situaciones límites cuando la acción prácti­
ca está ya excluida (y aquí sigo a Bajtin 1985:363), las lágri­
mas son antioficiales, así como el sentimentalismo -rGoethe,
claro, pero también Jean-Jacques, cuyo desbordamiento nos
permite interrogar la historia de la represión y del dominio
del pensamiento: racional. A quí, entonces, la exhibición, el
desnudamiento, el desvestimiento son metáforas de la verdad*,
cuyo suplemento o excedente de sentido es la ficción, como
nos recuerda Derrida. .
Volvamos !a Jos surcos sensoriales de las culturas y las for­
mas diferentes que cada una tiéne de trazar el; mapa espacial
y temporal de su muncfo de valoraciones (aquí Bajtin y W hqjE
se dan la mano). Si bien la unidad de una cultura es unidad
abierta, y es inadmisible separar la literatura de la cultura,
también nos invita a ver el fenómeno literario como autóno­
mo a la par que inserto en el discurso social. A sí, Bajtin y süs
apócrifos desarrollan algunas premisas que serán audibles en
nuestra contemporaneidad, de Derrida a Foucault a Lacan, tal
la inscripción de lo real en el texto y ese tipo de ficción que
se llama literatura.
N o es fortuito que Bajtin proponga la enigmática pulsión
de ideologema, comparable al trazo de Derridá (1967, tr,
1976), huella o trabajo anterior. Esta presencia y ausencia del
y m el lenguaje, que impide su estabilización, es para Fou­
cault el campo discursivo (1979:201-3), que escenifica la
m ultiplicidad de sentidos valorativos del enunciado, que
intentamos apropiarnos. Este horizonte de inquietudes, para­
dojas y dificultades de y con lo heterogéneo es el suplemento
de la dialogía polémica bajtiniana, alojada por elementos
axiológicos o valorativos. Una vez más, la dialogía no está en
el interior del lenguaje (esto sería metafísica), sino fuera, en el
uso, pues la palabra no es elemento privilegiado de una ver­
dad, de una presencia. Desde que se enuncia la palabra esta­
mos en el orden de la pugna y la lucha, de la bivocalidad y la
alteridad radical.
Todos estos trayectos del discurso social que encadenan
repeticiones, desplazamientos, re-valoraciones, oposiciones,
contradicciones se materializa (por así decirlo) en el ideologe­
m a, que Bajtin/Medvedev esbozan en E l método formal. Este
signo, unidad de una heterogeneidad, prefigura lo inestable y
o
movible de los valores que cada enunciado expresa. Este com­
plejo sémico que puede proyectarse de diversas formas, como
sistema de valores, concepto, géneros de enunciados, en el
contexto situacional mismo. El ideologema (o casi-argumen-
tación) se puede relacionar con las maneras en que la literatu­
ra genera más literatura. Más allá de la cuestión de las
influencias, parece más interesante perseguir la reactualiza­
ción de los signos, los ideologemas en el clim a social ideoló­
gico de cada época. A l entrar en el orden de las ideologías,
debo recordar, aunque solo sea como fugaz comentario, qué
esta noción en el Bajtin de la década de 1920 es pfe-crítica,
es decir, no problematizada rigurosamente, y lleva la marca
de una determinada lógica que privilegia la representación, el
sujeto, la conciencia, el propio signo semiótico como parte
integral de la psicología social (Derrida 1989:122, elabora
una crítica de esta noción pre-crítica). Bajtin, podría decirse,
entiende el signo sin verdad presente,, extendiendo el campo
y e l juego de la» significación.
Antes de poder determinar el horizonte ideológico, debe­
mos retomar algunas de las sugerencias bajtinianas en torno a
las formas de estratificación ideológica, la ambivalencia, la
homologación, la connivencia recíproca, el camuflaje, la fisio­
nomía imprecisa y las derivaciones dudosas. Este horizonte
encontrará su más chocante expresión formularia y una ambi­
güedad que prueba SU fragilidad y su contaminación en el
texto cultural colombino, sus famosas Cartas. La concepción
teocéntrica se afirma aquí con el máximo de insistencia en los
géneros discursivos (y me lim ito a las cartas y diario de Colón,
y a las cartas de Vespucio), que incorporan y contaminan
ideologías en proceso de formación en la práctica social como
material de producción, en lugar de las ideologías oficiales ya
configuradas ( Medvedev/Bajtin 1994), La retórica colombi­
na nos permite percibir las formaciones discursivas én proce­
so dé constituirse» en supleifientos que permiten identificar
los cuerpos desnudos y el valor económico '(el oro).
Si emprendemos una lectura dialógicá de los textos cul­
turales colombinos, podremos reconstruir lo decible y“ escri­
bióle”»: y al mismo tiempo podremos oír el rumor de la for^
marión de discursos sobre el O tro, en su variedad del estere-*
otipo y lo tópico. Todo giro se activa, ÿ este texto cultural nos
Lace escuchar las m últiples maneras de hablar de un estado de
sociedad que determina las’ normas de lo aceptable, lo legiti-
mable y lo justificable. Soh enunciados construidos a partir de
migraciones del orden dóxico, de la opinión pública, de los
conocimientos disciplinarios, de las fraseologías triunfalistas,
de los lemas políticos, las grandes doctrinas y hasta las uto­
pías, incoporadas todas como visiones del mundo y saberes
religiosos y políticos. Podemos escuchar el eco fie todos los
elementos pertenecientes al discurso de predicación (autori­
dades divinas, sentencias, interpelaciones, exempta), que remi­
ten a Un conjunto de principios de la moral cristiana, y la re-
produce en los textos en su función metonímica a nivel m íti­
co o tópico. Todo ello está semiotizado en los discursos que
incorpora y ré-acentóa, en los símbolos y las formas cultura­
les que teínatízah lo real, pasádo por el imaginario. S i medio
ideológico (y sigo parafraseando el texto bajtiniano) que en
Sentido amplio podemos definir c;omq . í‘cültura’V es la con­
ciencia social de una colectividad específica, conciencia teali-

38
zadá, materializada, externamente .expresada. El medio de la
conciencia es ideológico, y Se da en un devenir, en, el seno de
contfadiçciohes qué ,se superan y vuelven a surgir; este medio
es una totalidad, que incluyó la ciencia, las artes, la ética y otras
ideologías, en una síntesis. Eos modales, las ceremonias, los
Signos convencionales de coinuoicación se determinan por el
medio ideológico, y a su vez lo determinan,'reflejando y re­
fractando solo indirectamente la existencia, socioeconómica y
natural (Bajfin 1994:27). Este medio es fundamental, puesto
qpe además de la creación puramente ideológica, toda ,una
serie de actividades,sociales, tales como la política, la ptQpa-
ganda cultural y religiosa y la educación, colaboran en su de­
sarrollo. Basta aquí las observaciones de Medvedev/Bajtin so­
bre la ideología. Pasemos ahora a ver cqmo se marca en el sig*
n o ... „ ‘‘ - .* ■; , ■

E l contenido de los géneros de enunciado -d e los cuales la


literatura es solo uno de sus discursos- refleja y refracta los
reflejos y refracciones de otras esferas ideológicas. El texto
refleja en.-su contenido (asunto, tema) aquel,horizonte ideoló­
gico, en su totalidad cuya parte él mismo es. Pero los conteni­
dos éticos y epistemológicos no se toman del sistema de cono­
cimiento ni del ethos, sino directamente del proceso generati­
vo; por ello¿ muchas veces ha anticipado los ¡deologemas filo­
sóficos y éticos; !á literatura penetra en el laboratorio social de
sus formaciones, y construcciones, Se podría deducir que los
textos representan el flujo aún inarticulado de una ideología
en proceso de formación. E l bien, la maldad, la verdad, el cri­
men, el deber, la muerte, el amor, la victoria son valores ideo­

39
lógicos sin los cuales no puede haber ni argumento ni asunto,
tema o motivo. Todos son distintos, dependiendo del hori­
zonte ideológico de la clase social (a los que añadiremos géne­
ro sexual y etnia) de la cual provienen: Las diferencias entre
los argumentos indican diferencias de valores.
Para finalizar esta extensa digresión sobre el medio, ideoló­
gico y su reftactación textual, debemos recordar que si el dis­
curso es un sistema de evaluaciones sociales, cuando los ideo-
logemas se inscriben en el texto, se convierten en elemento
estructural de la totalidad artística. A l formar parte de los tex­
tos, transfiere hacia la estructura toda su significación y serie­
dad, y su plena responsabilidad ideológica.
Si retomamos los textos colombinos, el desplazamiento de
los ideologemas extra-textuales, que se precisan desde, la pers­
pectiva de una hegemonía socio-discursiva, de un bloque
socio-histórico, orientan ideológicamente la constitución de
su discurso, que a su vez, es intçrdiscursivo. Es decir, se oye en
estos textos el rumor e influencia recíproca de los diferentes
discursos que circulan en el contexto social (a los cuales ya he
aludido), incluyendo los que se seleccionan para ser reprodu­
cidos, o lo ideológico textualizado. Es decir, lo ideológico y lo
semiótico en su potencial discursivo y de textualización. En
los textos-colombinos los ideologemas son portadores de eva­
luaciones éticas, y representan el fluir de la ideología emergen­
te o en formación del capitalismo y del logos (eurocentrisme y
racismo). Esta intèrdiscursividad permite adscribirle a las re­
presentaciones del Nuevo Mundo Ios- valores ideológicos de
bien, m al, victoria, deber, crimen y verdad. Este fluir de refe-

40
rentes nos permite identificar las instituciones que parergonan
(en el sentido derrideano) el marco de los enunciados colombi­
nos: la Iglesia y la Corona. Estos valores se han re-acentuado, y
las imágenes acumulan una forma de comprensión del
mundo, un habitus, una interpretación portadora de conte­
nidos, en cuya base se encuentra el establecimiento del domi­
nio y una reducción a papeles fijos e infranqueables en la vida
social.
Pero no hay enunciados aislados; las palabras, sin embar­
go, recuerdan su pasado (son “auráticas” decía W alter Benja­
m in),, y connotan y denotan en otros núcleos semánticos,
donde adquieren posibilidades de contactos y combinaciones.
En el proceso de lucha contra la palabra de fronteras consa­
gradas e inexpugnables se fue formando el discurso anticolo­
nialista y de afirmación propia.
La noción de cronotopo, y sobre todo de cronotopo de la
carnavalización, no se puede circunscribir a rasgos textuales. A
veces, y ahora lo veremos, se puede elevar al rango de relato
universal cuando se apropia como eslabón entre la ideología
oficial y la no-oficial, En las Cartas colombinas, por ejemplo, se
transforma en máquina sutil para engullir representaciones e
identidades, y el cuerpo grotesco (metáfora epistémica) ad­
judicado a los indígenas antillanos, nos permite comprender la
dinámica del contraste entre dos visiones distintas del mundo
sobre un mismo acontecimiento. Por una parte tenemos el
cuerpo individualizado y auto-suficiente del conquistador, y
las protuberacias fragmentadas qué se le adscriben a las nue­
vas identidades, a través de ideologemas éticos que se re-acen­
túan en eáta coyuntura* que combinan juicios de valor del
horizonte ideológico, que van formando a Su vez el discurso
del imperialismo, tas protuberacias corporales son represen­
taciones sinecdóquicas estereotipadas de las ideologías en cir­
culación (políticas, religiosas, legales, científicas), que legiti­
man la destrucción y/o asimilación del “m al” personificado en
el O tro. En este sentido muy preciso, las cartas colombinas
son dialogicas, en relación semántica (e ideológica) con un
“tercero” ;©superoyente participante silente: la evaluación del
panóptico inquisitorial. Este “tercero” está prefigurado, me­
diante la operación moral e ideológica de intentar mantener
la coherencia y propiedad del sujeto ideológico: el “tercero”
inquisitorial cierra el vacío enunciativo mediante su proyec­
ción moral. N o obstante, ini lectura diaíógica contrasta con la
intención autoríal de enunciados monológicos que reprimen
y silencian al Otro,
La reabsorción de este mundo de ideologemas se completa
con otro retrato lejano en el tiempo colombino que ilum ina
su época y que a la luz de la Razón impuso en la cultura euro­
pea una idea del ser humano cómo degradación irracional,
cüyos frutos y miserias recoge nuestra propia época. Otra
práctica aparece en el corazón mismo de una segunda cruzada
(u oleaje) de expansión capitalista. Hacia 1891-1893 no sola­
mente se consolidan las oposiciones binarias homo/heterose-
xual en la cultura occidental, sino la fantasía erótica artificial
masculina de la fm m fatde. En cuanto zona ambivalente, el
cuerpo -sobre todo, el de la m ujer- está ligado a las pregun­
tas esenciales sobre la verdad, y permite transitar por lugares

42
prohibidos para el sujeto nacional. La mujer, imagen retórica
volatilizada, es un referente literario (intertextual) que puede
ser una venus, (cualquier venus clasica), o una princesa, un tú,
una morena ardiente o una rubia inalcanzable. En todo caso
es artefacto cultural, no está fuera del texto, sino que es lím i­
te dentro del texto. Si escuchamos a Valle con instrumentos
bajtinianos, y de$ífe -&•¡netraÇmkifa que be descrito, sus figu­
ras móviles se han de relacionar con las mujeres del Art
Nouveau y las del A rt Deco, hecho que le permite volver no
solo a la naturaleza,corpórea del lenguaje* sino, simultánea­
mente poner en tela de juicio el valor y los valores dóxicos y
las taxonomías opresivas-,, j
El pastiche (en el sentido que T, Adorno da a. este ,término,,
de estilos del pasado convertidos en vehículo para obras, nue­
vas), le permite a Valle ironizar, parodiar, los, folletines, ’los
cronotópos donjuanescos, problematizando así la representa­
ción semiótica de los juegos, y saberes o prácticas eróticas de
la aristocracia. Lo que parece evidente al lector contemporá­
neo es el distanciamientó mediante el cual Valle ironiza y des­
monta el universo de iconografía romántica de la-mujer, su
reificación tópica. Se aleja de representaciones estancadas a
fuerza de los hábitos, y en particular de aquella de la mujer-
objeto reificadá, como fuente que le permite al hombre tras­
cender la alienación moderna producto del culto a la instru-
mentalización y a la razón (centro de la poética de Bécquer,
por ejemplo). • / ., < : . r ^
N o se acerca Valle a la mujer como una figura construida;
la voracidad sexual de la N iña Chole, por, ejem plo, se teje en
una red de envíos intertextuales que remiten a toda la cultu­
ra erótica de Occidente. Su cuerpo está tatuado de todas las
grafías, y es un gesto para atraer al lector y sugerir al mismo
tiempo la ambigüedad erótica y el homosexualismo. Pero de
estos delizamientos irónicos y transtextuales (ideologemas, tra­
zos para Derrida), hemos de fijarnos en dos en nuestra lectura
“háptica”(es decir, “haptikos” o capaz de comprensión): la N iña
Chole, naturalmente, y Arlequín, figuración que serpentea por
la textualidad de las farsas. La primera es, a manera de un texto
icónico que reúne todas las textuálidades consabidas de la mu­
jer perversa -L ilith , Ju d it, Mesalina, Salom é-, signo visual
figurado que remite a una cadena de referentes y relaciones, que
denotan una unidad cultural bien definida. Es un valor que
adquiere significado en un campo semántico de entidades
históricas, al mismo tiempo que es un signo con denotación
abierta. ' . j

Como poderoso denominador, el nombre propio -la N iña


C h ole- sitúa funcionalmente su referente en un mundo, como
proceso de construcción. Es un objeto nuevo al mismo tiem ­
po que un objeto de historia, contextualizado a partir de una
serie de homologaciones de cargas semánticas bíblicas y de la
cultura occidental, que surge en la sonata autónomamente^
cargados de nuevos sentidos culturales. N o remite menos, el
nombre, a las mujeres indígenas que proyectó el imaginario
de Américo Vespucio en su famosa carta sobre el Nuevo
Mundo. Todos los otros nombres, partes integrantes de su
propio nombre, funcionan como ausencias. N iña Chole, nom­
bre de origen -ch o la - que en partes de Hispanoamérica se

44
aplica al mestizo de blanco e india, al llamado “mestizo civi­
lizado” . El lector escucha y recibe una relación de com plici­
dades, y comporta distintos grados de narrativación; por
antonomasia, el nombre N iña Chale significa todas las muje­
res y por metonimia remite a la “mujer osada” , mediante un
proceso de referencia cultural.
La presencia de Lilith habla de suplemento, destino vio­
lento, la mujer que viene a trastocar el resto paradisíaco de la
pareja complementaria primera (Adán y Eva). Es el cuerpo de
mujer gozante, libre de la posición materna, que abandonó a
Adán y según Isaías vive acompañada por sátiros en el mar
rojo. El mito de Salomé la carga de significantes de erotismo
macabro y perverso, característico del sentimiento de perver­
sión posromántico; a su vez, se enlaza con el “m al” o deseo de
dominio, y se retuerce al ritmo de las supuestas perversiones
sexuales que alimentaron el imaginario masculino de fin de
siglo.
El nudo transtextual (el nudo de ideologernás) acaba por
funcionar de manera que la N iña Chole es el lugar donde se
encuentran varios estilos e ideologías, y como Salomé, Ju d it y
Mesalina, representa la intersección del sacrificio real y del
sacrificio simbólico, de sobrecarga ornamental y desnudez, de
frivolidad y de-gran relato occidental. Podríamos y debiéra­
mos pensar en las hermosas figuras de bronce de Chipants,
enriquecidas con cromatismos ornamentales o desnudas. La
chola mexicana prefigura universos estéticos y antítesis, y
acaba por. reencontrar todas las mujeres perversas de la histo­
ria. Esta sería la lectura que surge mediante una lectura háp-

45
tícá intersectiva o de intersecciones; la globalidad de las re­
ferencias culturales, en su misma totalización -la mujer, una
m ujer- desemboca en una individualización lectora: esta
mujer, la N iña Chole, ‘Virago”, perversa, desenfrenada, inces­
tuosa. Valle desliza los lugares comunes que enmarca el ojo de
nuestro don juán al mismo tiempo que refuerza la ironía del
narrador, para romper así no solo el texto realista, sino un
modelo caduco de representación de la mujer fatal.
Arlequín -ideologem a igualmente am bivalente- es al
mismo tiempo cuerpo de naturaleza plástica, moviente y
ambigua, que remite como máscara y eco a las dos principa­
les tensiones que traspasan las sociedades. En primer lugar la
tensión que se establece entre los dos sexos, y en segundo, la
tensión que se establece entre dos hombres. Se sabe que Ar­
lequín es una derivación cómica (carnavalizada) del dios Her­
mes; dios que simboliza el dominio del discurso, del logos, y
de la interpretación que siempre se disloca, como objetivo
que invita a recorrer tesoros escondidos. Hermes inventó la
flauta -la siringa o flauta de P an - y por tanto está emparen­
tado con el ritmo, con Orfeo, personaje ambivalente. Zeus, su
padre, lo consagró a su servicio personal y al de los dioses
infernales, Hades y Perséfone. En Valle el arlequín es travie­
so, cuando no viejo; como m ito es a su vez signo ideológico
(aquí me dejo conducir de la mano de Roland Barthes), una
vez que ambos -é l m ito y el signo- están transidos de un
poder de representación realista, contribuyendo así a la per­
petuación de los valores. Si escuchamos a Bajtin para leer a
Valle, observaremos que éste desmonta el mito ph cuanto forma
convencional de inmovilidad y de perpetuación, y lo rea-ceûtua
desde una perspectiva doble, mediante la ironía. Lo convierte
en personaje socialmente activo, como fuerza ideológica que
se confronta con las verdades o los mitos permanentes. Valle
“traduce” Su arlequín y todas sus figuras de farsa y bululú ins­
tauran úna recreación del mundo de los valores a través de un
proceso irónico de contraste^, en él Sentido de Ja ironía ro­
mántica, que nos hace dudar de la credibilidad del argumen­
to que Se representa. ■
Es, entonces, el signo ideológico lo que B ajtin nos invita a .
escuchar para sentir las luchas y pugnas por el significado y
sentido en Cada cultura. Establece así nexos con Roland Bar­
thes que, al afirmar la autonomía del lenguaje literario cuyos
signos són irreductibles a signos lingüísticos simples, puso en
evidencia la significación de las formas de una época. Lo que
Bartfies Harpa escritura, designa la totalidad de^los aignós li­
terarios (1978:17-25). Este concepto de escritura Se encueri-
traén la base de la concepción de signo de Medvedev/Bajtiü
que se va esbozando desde los primeros textos bajtinianos. Pe­
ro no es todo, es posible aproximar, además, el concepto qüe
sobre ideología avanza Barthes, que rechaza (como Medve-
dev/Bajtíñ) uña definición estructural de la ideología, y sub­
raya la interrelación eátre la semiótica y la ideología em­
pleando el concepto de 'oimnotaáóti '(que:toma de Hjelm slev),
y qüe permite entender la producción ideológica como un
proceso sémíótico (19? 1). ■
' ■ s ;
La crítica a toda noción de estructura con Valor ontológi-
co, reiflcada y sustraída de toda función social se encuentra eñ
todo pensamiento serio de teoría literaria posterior a 1968
(sobre todo en Francia). En los últimos años se ha ido revalo­
rizando el texto literario como un proceso a la vez comunica­
tivo y creador de normas y valores. Estas premisas se anuncian
ya en los textos tempranos de B ajtin, donde quiere avanzar
hasta lo concreto de la interpretación partiendo de la forma
estética e histórica para alcanzar el acto.éticó (postupok).
A sí concebida, la obra de Bajtin nos da la impresión de ser
un resumen perceptivo y elocuente del desarrollo filosófico,
sociohistórico y crítico que floreció en el siglo X I X (al menos
entre 1789 y 1930), con sus puntales de voces escuchadas,
polemizadas, intercambiadas: K ant, M arx, Freud, los forma­
listas (sin faltar de sesgo la presencia de. Nietzsche). Para
todos el individuo, la identidad, la cultura son cuestión de
palabras, de construcciones lingüísticas articuladas, de refe­
rencias semánticas m últiples y variedad idiom ática, con su
subsuelo de germanía popular, que permite la ambivalencia,
la alusión y la elisión liberadoras. La transmisión de la “ver­
dad” podría clasificarse (desde nuestra óptica actual), como
discurso político. O , recordando el análisis desmistificador
del lenguaje del joven Marx (que nos recuerda a Nietzsche),
la verdad es, una hueste en movimiento de metáforas, metoni­
mias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de
relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y
adornadas poética y retóricamente (citado en Nietzsche
1990:11). Si re-acentuamos a M arx, la verdad no es más que
una mentira colectiva y su represión. 4
N o son, por cierto, las mentiras y las sospechas lo que
arquitectura Bajtin para analizar las formas a través de las
cuales se articula una identidad mediante el análisis de la
estructura semántica de la cultura y su red de relaciones sim­
bólicas e imaginarias. Lo que distingue sus proyecciones es
justamente que no escribe acerca de la escritura (como los
demás críticos), no escribe libros acerca de libros como deri­
vación ontoiógica, sino que parte de los libros para analizar­
los como textos de cultura, como formas de visión y com­
prensión del mundo. Y lo que es más importante, nos alerta
a que la vida más intensa de la cultura (y de los textos cultu­
rales) radica en la participación en la lucha de opiniones é
ideologías, en las zonas fronterizas donde “suelen surgir nue­
vas corrientes y disciplinas” (1985:359).
De tales particularidades es el “stu ff’ que designa los ma­
tices de los grandes movimientos culturales de la Península
Ibérica. Las sutiles coordenadas gramaticales del barroquismo
cordobés-gongorino, que genera y programa formas de vida
diferentes que el barroquismo quevedesco. El juego de in­
constancias, apariencias y fascinaciones dirigido hacia la ilu­
sión escénica (tan admirablemente desmontada por Walter
Benjamin) nunca es el mismo desde los márgenes, Esa lengua
barroca periférica distingue a Sor Juana, que analiza la natu­
raleza y aprecia ciertos tipos^ de relaciones y fenómenos en el
“sueño” , canalizando sus razonamientos y construyendo la
casa de su conciencia criolla ÿ mestiza. A llí el ideologema y
forma tópica del sueño lé ofrece una rejilla utilizable para tra­
zar un mapa de las operaciones mentales, de los hábitos de
sensación y de las convenciones de conciencia de sí, que se

49
habla a través de una fam ilia de culturas. E l sueño invita al
lector a la alucinación, indicando claro, que no es posible con­
fundirlos con la realidad. Ë1 Sueño de la inteligencia es una
prueba de libertad metafísica ilusoria, una realidad suspendi­
da por la noche que permite una trascendencia mantènida y
fugazmente desafiada. :
. Su Primero sueño traduce los anteriores sueños literarios y se
acerca por una parte al Tramndeutung en sus relaciones entre el
sueño y la vida despierta, y la Dichtung freudianos, que nos
sugiere que a través de la ficción la verdad se averigua propia­
mente. Desde el momento en que lá verdad se determina
Como Un sueño, Sor Juana distingue, como toda la tradición
filosófica que la antecede y precede, entre verdad y realidad,
y facilita el paso de la verdad por la ficción mediante el efec­
to idealizador (metafórico) dé la pálabía. Podríamos conti­
nuar la analogía sugiriendo que la comprensión del mundo
intelectual que sueña Sor Juana es la ficción que manifiesta la
verdad: Ja manifestación que se ilustra hurtándose, como la
carta rôbadâ lacaniána. En Sor Juana ese es justamente el des­
pertar: “El mundo iluminado y yo despierta”. Mas que subje­
tividad cartesiana de dominio, Sor Juana está herida del amor
intelectual spinozista que define la verdad y el ser coího el
propio; entendimiento. Fuera de este amor, lo que quedan son
fantasmas, fábulas, engaños, sombras en los jeroglíficos del
amor. “Óetente Sombra de n il bien esquivo.
Estas simples referencias Suspendidas permiten reconocer
esas ideologías de las .zonas fronterizas, a que alude Bajtin y
ese diálogo prolongado en el espacio y el tiempo, indispensa-

50
bies para, elaborar upa tçoria de los testos culturales desde el
margen, desde el bordé fronterizo, que se traza en interseccio­
nes. Se podría entonces pensar que esa frontera se encuentra
donde no se encuentra, y esa sería la lógica de la llamada
Generación del 98. Hasta aquí mis reflexiones dejan sospe­
char que si hay algo así como una Generación del 98 (o un
barroco), este no tiene un lugar fijo en la cultura, sino como
un rótulo en ese enunciado abierto, muy abierto, que es la fic­
ción de eso que llamamos historia literaria. Designa en todo
caso una experiencia de lenguaje, el abismo quizás de la hete­
rogeneidad que intenta encontrar el idioma qué reclam ed
sufrimiento debido al capital. .
•El papel que desempeñan los textos culturales, entonces,
no es el de reflejar o hacer más real la realidad, sino el de esce­
nificar y transmitirnos el tablado de los conflictos sociales in­
herentes a la heteroglosia. E l de revelar la relación de compe­
tencia entre los lenguajes y discursos, unidos por ese espacio
que persiguiendo una métafora, Ereud llama haimmoureux o
amor-odio, y que en nuestra apuesta bajtiniana convoca el
signo tallado con los trazos de sus usos anteriores. Cada
miembro de una comunidad com partirá.la m ism a'lengua,
pero la vive de formas distintas'; así, mientras las clases hége-
mónicas aspiran a imponer y autorizar su nivel de “verdad” o
dóxico, desde el margen (frontera siempre movible), lo “otro”
lucha por liberar el signo de su humus, inmovilizador de habi­
tus. Escuchar a B ajtin es una invitación a comprender la lucha
por el signo en el espacio compartido de cada enunciado, ins-:
tituciones contra las cuales se; polemiza, en pugna con; ellas,
con su propio espacio discursivo, con su propia elaboración
semiótica. Escuchar este mensaje supone una audacia en las
culturas que conviven o polemizan en intersecciones. Leyendo
la cultura a varias voces, podremos reconstruir las palabras so­
terradas bajo la forma hegemónica de esa construcción social
y cultural llamada nación o país, y de ese otro constructo no
menos elusivo denominado sujeto o posición de sujeto. N o es
esta una afirmación de identidad personal, sino una posición
en el discurso crítico que empleamos.
Y bien, la dificultad de todo este entramado de compren­
sión cultural es que es inasible, como la frase, siempre puede
continuar para afirmar, polemizar, dudar, asegurar. Queda
siempre abierta, todo viene en el futuro, y en este sentido lo
que Bajtin propone es una utopía que aspira a convertir el
argumento de lo débil (éticamente, se entiende) en más. fuer­
te. Se diría que este moderno hace del oído una aventura para
ir derechos a la confusión que las palabras revelan en el ser que
hablares una invitación a escuchar el cortejo de errores y de
engaños para así comprender las complejas relaciones con la
palabra ajena en todas las esferas de la cultura, en su reelabo­
ración mutua de creación ideológica. Esta comprensión trans­
ferida supone un desplazamiento de cada respuesta a una
nueva pregunta, forma óptima de lo semiótico que favorece
proseguir las ideas y mundos simbólicos que han constituido
nuestra cultura y los modos de decirlas y escucharlas. Los tex­
tos culturales que Bajtin nos invita a escuchar son produccio­
nes significativas con redes epistemológicas que deben ser
analizadas como ese discurso que inscribe lo social en el texto.

52
Reactivar el pensamiento de Bajtin equivale al maleficio
de escuchar la acumulación de discursos heterogéneos que se
inscriben en los textos, y leer la producción significativa
como un crisol de contradicciones y ambivalencias, cuando no
equívocos, que los textos culturales dejan entremezclados en
la espiral elusiva de la historia. Este futuro, en Bajtin una
espera que desborda los lím ites del presente, es a manera de
metáfora que se desliza en la metonimia de lo imposible utó­
pico, pero este deslizamiento se apoya en la certeza de que el
futuro imaginado -u n a metáfora- existe.

53
"Il . . "• ;
B A J/riN Y S U S A P Ó C R IF O S

' soy los dos, habría que


decir to dos, to dual o
to doble, conozco lo que

soy, lo dos...

Jacques Derrida

A ningún lector de Bajtin se le escapa que la impronta de


la palabra ajena (el discurso ajeno), que transforma nuestra
propia palabra en bivocal, ambivalente y polisémica, convier­
te a su vez el lenguaje en zona de encuentro de valoraciones.
Como Consecuencia, el lenguaje deviene fundamentalmente
heterogéneo, un medio compartido y conflictivo, se podría
incluso decir que antagónico. De todo ello se dibuja la imagen
del discurso ajeno como una especie de caja china o muñeca
rusa: discurso en el discurso, enunciado dentro del enunciado,
pero al mismo tiempo, discurso sobre otro discurso, enunciado
acerca de otro enunciado (Bajtin/Voloshinov 1929 en 1992:
155). En sentido amplio, podríamos remitirnos al “espejo en
el texto” , metáfora que le permite a Dállenbach (1977) descri­
bir el mise en abîme, y que la palabra referida duplica de mane­
ra infinita, muchas veces como duplicación aporética, Su pro­
pio nombre -discurso referido, como veremos- proyecta una
especie de duplicación aporética, creando así Una'espiral que
no agota todas las posibilidades de remisiones.
E l ejemplo que evoca el discurso referido es una arqui­
tectónica, ÿ nos indica que “la palabra roza la palabra” (159)
y se introduce en ella, y se construye sobre ella el propio
discurso.’ Bajo una única palabra, sé combinan evaluaciones
contradictorias, de manera que se puede pensar que la palabra
(el lenguaje) es quien abre la puerta a todos los parisitismos,
todos los simulacros y es él elemento que permite trazar la
responsabilidad. La palabra referida constituye un esfuerzo
por llamar la atención hacia los efectos de confusión, de equi-
vocidad, de indecibilidad que produce el lenguaje.
Todo este deslizamiento nos conduce a la época de 1925, á
un ejemplo concreto de refracción de la palabrá ajena, cuando
M i jail Bajtin emplea los nombres autoriales del biólogo e his­
toriador de la ciencia y autor de dOs libros sobre Goethe en la
década de I960, Ivan I. Kanaev, del crítico Pavel N . Medvedev
(1892-1938?) y de Valentin ¡Mí 3/bloshinov (1SÍ94-1936)^ en
una serié de 9 artículos y tres libros que se:tienen llamando los
textos deuterocanónicos. Estos textos en disputa pertenecen a la
época de Vitebsk, donde residieron éajtin .y su esposa (entre
1920-1924), y aglutinarón ún grupo de amigos, que en 1925
se trasladaron a San Petersburgo (Leningradp), lugar donde sé
3 . Ñ o q u ie ro re p e tir en estas p á g in a s lo q u e y á he exp u e sto en Z a v a la 1 9 9 1 a , y
m i p r ó lo g o a V o lo s h in o v 1 9 9 2 . S í ¡quiero sub rayar q u e en estos trabajos p r o p ia
se el té r m in o d e “ te x to á rtico” al in te n ta r estab lecer la relación entre los te x to s
en d isp u ta y los firm a d o s p o r e l p ro p io É a jt i n , en lo q u e se' refiere a Una lín e a dé
p e n sa m ie n to c r ític o , si b ie n , natúfaln ie'ftté, eti é l tránsCursb d e l t ie m p o B a jt in
va a fin a n d o su p e n sa m ie n to teó rico y ,filo s ó fic o . ..

55
redactaron los deuterocanónicos (Clark y Holquist’ 1984 ofre­
cen un buen resumen de su biografía; véase también Silvestri y
Blanck 1993). Época esta, además, en que Bajtin está interesa­
do en problemas estéticos y filosóficos, de orientación neokan-
tiana. Si ya en 1922 ha finalizado su libro sobre Dostoievski,
este no verá la luz hasta .1929 (segunda edición 1963, amplia­
da en 1979, y en español en 1986), dando remate así a un com­
plejo estudio sobre el pensamiento dialógico, el discurso referi­
do, la polifonía y la ética de responsabilidad, puntos centrales
de sus meditaciones. Después de estos textos firmados por sus
amigos, Bajtin se refugia en el silencio (la censura estaliniana,
la persecución de que fue objeto), si bien continúa trabajando
laboriosamente. En 1963 se le “descubre” en Rusia, y en ade­
lánte se publican textos que hacía años había finalizado (el
Dostoievski, su Rabelais), así como una serie de artículos pos­
tumos sobre la novela y sobre la estética. En ambos se recogen
sus meditaciones desde 1919 (1979 en 1985).
El fenómeno de ventrilocuismo o discurso referido, lo que
sí es palpable es que los nombres de los autores (reales, pero
que actúan como ficción) hacen evidente el nombre que falta
en el campo de lo que se describe. Se trata de un interior
excluido, que para retomar los términos mismos del discurso
bajtiniano, este adolece de un centro o valor arquimédico.
Diríamos que Bajtin pone en suspensión la autoridad para
reforzar la ficción en una práctica de lenguaje orientada a la
producción de pseudónimos, heterónimos, máscaras -s i se
a
prefiere- que le permiten explorar los aspectos centrales de
sus reflexiones ético-estéticas. En estos textos, Bajtin aparece

56
más como lector de su propia escritura, y en la misma posi­
ción de autoridad que cualquier lector de estas obras, más que
como su autor, privilegio que esconde, oscurece o niega.
Podríamos decir -s i siguiéramos a Kierkegaard- que son for­
mas de comunicación indirecta qué deconstruyen la autoridad
absoluta del autor. Pero en Bajtin adquieren otras vertientes.
El reconocimiento de lo social, del discurso como voces
que se influyen mutuamente, connotan esta perspectiva baj-
tiniana acéntrica, que determina el acto ético de compren­
sión. Denota, en últim a instancia, la arquitéctonica (concep­
to empleado desde 1920), es decir, la forma en que se cons­
truyen las cosas; las relaciones entre el yo y el otro y, no menos
importante, la forma en que los autores Construyen esa uni­
dad provisoria que se denomina texto literario. La estética
forma parte de la arquitectónica: si la arquitectónica atañe al
estudio de las relaciones entre cosas, la estética comprende el
problema de creación, cómo las partes se constituyen en
totalidades. El problema es de raigambre kantiana; la estéti­
ca forma parte integral de la subjetividad. La ética conlleva no
solo la propia perfección, sino la felicidad ajena, y la historia
se concibe como esfuerzo incesante hacia ese ideal de ética
discursiva, que es por definición una. tarea infinita -e l Gran
Tiempo.
El discurso de la responsabilidad no apunta a una instancia
ético-jurídica pura; o a la razón práctica o al pensamiento puro.
Descansa en una noción de sujeto, que se aleja del ideal de la
comunidad intersubjetiva universal y transparente que propo­
ne Habermas. La de Bajtin no es una ética universalista, ni la

57
estetización de la ética que construye Foucault; la mejor mane­
ra de situar su posición ética es a través de dé la noción de anta­
gonismo y de heterogeneidad: el pensamiento del Otro.
Si convenimos, siguiendo estos caminos, que la éstetica
forma parte del proceso de pensamiento, la dialogía concibe el
conocimiento como respuesta, como la recepción activa deí dis­
curso del Otro, escribe Bajtin/Vóloshifaov en E/ m
‘ arxismo y la
filosofía del lenguaje (1929 en 1992:104-5). A llí afirma que la
palabra es un signo, en la medida en que nos avisa de la pre­
sencia del algo con el mundo exterior y lé señala a la concien­
cia que se enfrenta con ese mundo. Ipigamos qué esta interdis-
cur$ividad le permite al sujeto orientarse en la relación con el
mundo real. ,
E l carácter de simultaneidad que le adscribe a la dialogía y
a la comprensión dialógica (de raigambre kantiana, pues ya en
La crítica de la razón pura (1781) aparece el carácter objetivo de
la simultaneidad), significa interdependencia entre los objetos
que existen, no causalidad. K ant la; remite à la ley newtóñiana
de la gravitación: todo, miembro del cosmos aparece explicado
cómo función de los demás, del mismo modo que, estos se
explican, a su vez, como función de aquel, Si Bajtin re-acentúa
esta simultaneidad de la percepción, , también la categoría de
acontecimiento es central: el diálogo es un acontecimiento decisi­
vo, y la dialogía un acontecimiento de interacción de concien­
cias equitativas. El. acontecimiento no es necesariamente ún
nada o un vacío al cual debemos enfrentarnos; equivale a la vida
diaria, a la realidad de lo cotidiano que ños obliga a escuchar
bajó el silencio ó el ruido las pequeñas 'diferencias su particule-.

58
ridad én el tiempo y le abre camino a lo que Lyotard llama el
différend, que modifica la lógica misma ÿ hasta los géneros de
discurso. Los géneros discursivos desempeñarán un papel cru­
cial como tentativa de asegurar las normas de la comunicación;
los géneros han de entenderse (de acuerdo a su desarrollo pos­
terior) como subordinación del énunciado a tipos relativamen­
te estables de intercambio en la actividad humana -desde la
selección del tema, al estilo de construcción de cada enunciado.
En éste uhiverso discursivo la comprensión m és algo pasi­
vo y exacto, de una duplicación de la vivencia del otro, es un
traslado de la vivencia a un plano absolutamente distinto de
valores, a una categoría nueva de valoración y figuración,
aclara ën uñ texto escrito por entonces: “Autor y personaje en
la actividad estética” (Bajtin 1920-1923 en 1985:94). A quí
la estética de la creación verbal se orienta hacia la estética filo­
sófica y hacía la responsabilidad, el acto responsable, sin coar­
tada. El acento sobre lo valorativo persistirá como centro de
sus reflexiones posteriores. Hemos de dar un paso y distinguir
el rasgo que separa y distinge a Bajtin de varias ideas con­
temporáneas sóbre la comunicación: Jürgen Habermas y su
idea del Diskurs como unanimidad razonable, la de Karl-O tto
Apel pará quien la argumentación intersubjetiva proporciona
los cimientos últimos de la fazón o transformación semiótica
de la lógica, y la noción pluralista de Richard Rorty de que la
única racionalidad posible ha de encontrarse en el acuerdo sin
coacciones, alcanzado por medio de conversaciones libres.
Nada de estas comunidades subyáce en la propuesta axiológi-
ca bajtiniana, que no exime el diálogo de la polémica ni de las

59
disputas interminables, que permiten evaluar, no. solo en el
terreno de la ética, sino en aquello que Marx llamó la “prác­
tica crítica” de desafío del engaño. Esta polémica no se le pasó
desapercibida a Gertrude Stein, que la describe desde otros
supuestos: “N o one is ahead of his tim e, it is only that the
particular variety of creating his time is the one that his con­
temporaries who are also creating their own time refuse to
accept” (1972:514). ' -
Estas perspectivas de polémica discursiva subyacen en el -
ensayo temprano “Autor y personaje en la actividad estética” ,
donde propone una serie de conceptos claves para el desarrollo
de su pensamiento: extraposición, excedente de visión, hori­
zonte, entorno.. E l primero ha sido traducido por Todorov
(1981) de manera poco afortunada como hetmlogía, diíum i-
nando así la fuerza que el prefijo ex tiene en Bajtin. E l exce­
dente dé visión y de conocimiento para la percepción del hori­
zonte o campo de visión del otro y su entorno, son claves y nos
invitan a escapar las fantasías de control (su magistral Rabelais
es la plenitud de este excedente de visión). Se trata, en defini­
tiva, de la extraposición del yo y del otro en el acontecimien­
to de la comunicación dialógica. Todos estos conceptos que
aparecen en este texto inicial, se elaboran desde diversos pun­
tos y perspectivas en los textos deuterocánonicos, que llegan a
rodearlos y precisarlos, haciendo surgir nuevas distinciones
éticas. Gomó punto de apoyo de este peculiar modo de com­
prensión, Bájtin se remonta en el conjunto de problemas éti­
cos y estéticos, a una teoría de los valores, de la axiología.
E l “Autor y personaje en la actividad estética” nos involu-

60
era en una aventura sobre el yo y el otro que debemos perse­
guir, si bien con cierta reserva. Si redescubrimos su sentido, y
recorremos con la mirada lo que nos aporta la meditación baj-
tiniana, vemos claramente que desde el principio se resiste a
encerrar el yo en una única postura emocional, volitiva y
ético-cognoscitiva en el mundo (1985:38). El sentido ético se
explora aquí en el interior de una experiencia fundada en la
confianza otorgada a la textura del discurso en tanto que cade­
na intersubjetiva e interdiscursiva:

M i apariencia no puede ser vivida dentro de la cate­


goría del yo como un valor que me abarque y conclu­
ya, porque se vive de este modo tan solo dentro de la
categoría del otro, y es necesario que uno se incluya en
esta últim a categoría para poder verse como uno de
los momentos del mundo exterior plásticamente
expresado, (p.39)

La necesidad del otro, que aquí sé acerca al neokantismo de


Hermann Cohen, es estética: la necesidad de una participa­
ción que ve, que recuerda, qué acumula y qüe une al otro, es
continua. Estética, desde luego, si entendemos por el térmi­
no lo inagotable, inconcluso, abierto, y el carácter creativo de
la comprensión; la extraposición supone comprensión y valo­
ración, y no pérdida del propio lugar (1920-24 en 1985:364).
Se podría decir que el objeto aquí -e l otro- se introduce
como forma de accesibilidad a lo real, y que adquiere una fun­
ción simbólica y cumple el papel de frontera y de lím ite. N o

61
es extraño que en este importante texto de la década de 1920
hable de la iniquidad de principio que existe entre el yo y el
otro desde el punto de vista de la moral cristiana (aquello de
"Llevad la carga del otro”); La necesidad del otro es estética y
ética* y la esética solo esté a llí donde nos muestra una de las
fases de la función ética. A sí, toda filosofía o moral que reduz­
ca al yo cae en un solipsismo ético. Lo que merece destacarse
entonces es que este relevo de responsabilidad y reemplazo de
la firma nominal equivale a la praxis de su propia teoría, si
entendemos por praxis aquella certera definición lacaniana:
“acción concertada por el hombre, sea cual fuere, que le da la
posiblidad.de tratar lo real mediante lo simbólico” (1964 en
1992:14): i
De seguir esta serie de enunciados que remiten siempre a
valoraciones y formas de ventrilocuismo, los heterónimos
serían grados o enunciados genéricos adscritos a la polifonía y
a la lucha de opiniones é ídéológías. Son situaciones concretas
de desdoblamiento del sujeto en yos autónomos, que recurren
al discurso bivocal, que sirve simultáneamente a dos locuto­
res y expresa íntenciónes diferentes. K o se trata de tomar dis*
rancia, de situarse fuera, sino de producir aberturas y traspa­
sar fronteras; no sé puede eludir la. sensación qué establece
que el proceso de la enunciación siempre subvierte el enun-
ciado, y que todo texto nosátrapa en una red descentrada de
procesos1'plurales, de voces referidas. N o podemos por menos
que reconocer que én los textos disputados pone en práctica
esa ambivalencia fondamental del tèèto, inundado por rela­
ciones diálógicas entre los enunciados, relaciones éticas* fe-
laciones entre conciencias, verdades, influencias ,, mutilas-
aprendizaje,’ amor, odio, mentira, áfíiistad, respeto, piedad,
confiánza (“P elosapúhtes de |0 7 Q -7 |”, en 1985:360).
Podemos percibir él preludio orquestal,no solo eñtodos los
términos bajtinjanos, sino en su particular, uso del apócrifo y
de los hetérónimos, quedó ligan al ímpetu modernista de la
década de: 1920: los apócrifos de Antonio Machado, los héte-
rónimos de Fernando Pessoa, el mundo de pseudónimos de
Azorín, entre los más conocidos;1y antes los, homónimos de
Kierkegaard, En todos ellos se révéla la relación entré hetero-
nimia y homonimia con e l dialogismo. E?ta experiencia de
intercambio p,conflicto, nos dice que toda situación concreta
comporta una ética de responsabilidad. Precisamente porque
la palabra no concierne tan solo a los contenidos de Sentido, la
ética bájtiniana no ppede ser escindida de un nuevo plantea­
miento sobre la responsabilidad, qde no confía ya necesaria­
mente en lo heredado. La ética en sí no es fuente de valores,
sino que provee la forma individual y colectiva de relacioner-
se con estos, como, nos recuerda Bocharov; ' :
/Todo esté entramado se arma desde la década de 1920 en
sus trabajos sobre el arte y la responsabilidad (1919 en 1985),
autor y personaje en la actividad estética (1920-1924 en
1985), el problema del contenido, el material y la forma en la
creación literaria (1924, en 1989:13-76), y la filosofía del acto
’ético (1924, publicado en ruso por Bocharov en 1986, en
trad, al inglés 1993, y al italiano 1993). A llí se dibuja la
armadura de una arquitectónica de responsabilidad que vin­
cula al ser humano al mundo, a sí mismo y al otro. Lo que en
ruso se llama postupok, o sea, el acto responsable. -Pensando en
la relación oculta entre todos estos textos y los firmados por
otros, en “A rte y responsabilidad” (1919 en 1985) Bajtin
evoca la estrecha relación entre el arte y la vida, y propone que
el divorcio entre ambas actividades puede superarse si las
pensamos como responsivas y responsables mutuamente. La
responsabilidad se actualiza como unidad en la persona
individual:

Yo debo responder con m i vida por aquello que he


vivido y comprendido en el arte, para que todo lo
vivido y comprendido no parezca sin acción en la
vida” (1985:11).

Toda la cadena que hace conectar este brevísimo texto con


“El discurso en la vida y en discurso en la poesía” firmado por
Voloshinov en 1926, nos reconduce a terrenos bajtinianos. Lo
que hay de común es ese valorar lo ético y lo estético, y subra­
yar la responsabilidad del acto ético y del sujeto sin coartada:
la unidad se transforma así en arquitectónica. Esta no coarta­
da es el principio esencial de una responsabilidad ante “la
vasta morada de signos” (como define M artial mundo social)
que siempre se renueva, o se re-acentúa y que nunca muere
del todo.
El resto es el movimiento de la suplementariedad, aunque
Bajtin (ni como ventrílocuo de Medvedev o de Voloshinov en
«
los llamados textos deuterocanónicos) utilice la palabra, como
yo lo hago aquí, pero desde el momento en que habla de

64
resurrección, de inconslusividad, queda clara que el movi­
miento de la significación añade algo, para que siempre haya
más, y se opone a la reducción metafísica del significado.
Pero volvamos a los apócrifos y heterónimos autoriales: un
texto sobre el vitalism o firmado por K ayel, varios artículos
críticos sobre el formalismo y un libro sobre el método formal
de Medvedev, donde introduce los importantes conceptos de
ideologema, ideología, ideología cotidiana, y varios artículos
sobre el discurso, la palabra, el signo ideológico, un libro
sobre el marxismo y el lenguaje y otro crítico sobre Freud y
el freudismo, donde descalifica al vienes por individualista,
entre otros reparos graves contra el concepto freudiano del
inconsciente (reparos que debemos, en probidad intelectual
calificar de pre-psiconalítico). Estos últimos están firmados
por Voloshinov (cuyo nombre rubrica seis de los artículos en
disputa). Los textos de Voloshinov, por otra parte, son los más
decididamente “marxistas” ; digamos que Marx aquí es el
nombre que alternativamente se muestra y se esconde, pero
que decididamente queda como “fantasma” de los textos.
Resumiendo. E l acontecimiento dç ventrilocuismo se
repite entre 1925-1929, años en que a su vez está redactando
el estudio sobre Dostoievski, y momento que marca a su vez
el interés creciente por la novela, los géneros de enunciado, la
palabra en la novela. Este libro es el centro de sus meditacio­
nes, sobre lo que supone el pensamiento dialógico en la cul­
tura, desde Sócrates al presente. Lo que está ausente, enton­
ces, en los tres libros y los nueve artículos deuterocanónicos,
lo reprimido, es el Nom bre-del-Padre, la Ley (en términos
lâcanianos), -nombre reprimido y apropiado simbólicamente
por sus amigos, el llamado Círculo Bajfin, La noción de sig­
natura -la imagen dé üna propiedad invisible y- oculta- se
desvincula del texto, en una elaborada exploración de la
comunicación humana. Los textos de Bajtitt se revelan COmó
la transformación paciente, burlona, del propio nombre;
avanza bajo máscaras o múltiples nombres, sin nombre’ pro­
pio. Los textos llevan a producir toda Uña teoría del simula­
cro, que remite a la comunidad de las máscaras; E l signo
Bajtin se dispersa en los textos, así el nombre propio queda
inapropiado; podríamos sugerir, apoyándonos ,en Derrida,-
que estos “escritores fingidos” que autorizan los textos per­
miten que el narrador se deje narrar, y que el escritor se con­
vierta en escritura. '
Digamos que los textos deutorocanónicos (Zavala, coord.)
nos obligan a pensar la obra de otra manera, ÿ replantearnos el
discurso ajeno con otros oídos, incluso como formas de enigma­
tizar la firma, de fingirla. Más que el Doppelganger nietzscheano,
la escena de la escritura bajtinianá pone de manifiesto la forma
narrativa ficticia, y el estilo indirecto que permite ironizar y
tomar distancia, dejando en el texto su marca. A l mismo tiem­
po, nos invita a reflexionar sobre la multiplicidad de sentidos (y
de autores) que habita cada enunciado y las fuerzas activas a las
cuales se opone. lista dirección conduce a otro pensamiento del
nombre (y de la autoría), que se abre al nombre del otro, y nos
obliga ahora a poner al firmante pronominal -B a jtin - como
entre comillas (me apoyo en Derrida 1980 y su lectura de
Levinas). El firmante sin nombre y sin firma de autor aquí, la

66
“muerte del autor”-podríamos decir- nos obliga a reflexionar
sobre sus propios conceptos, mostrándonos al vivo que la pala­
bra de una misma doble vez hace posible e imposible toda firma
nominal, porque es siempre discurso referido. En sus palabras,
esta vez de sus “Apuntes” finales: ; „

Las complejas relaciones con la palabra ajena en todas


las esferas de la cultura y de la praxis, llenan toda la
vida del hombre. Pero no se ha estudiado ni la pala­
bra enfocada desde el, punto de vista de esta relación
mutua, ni el yo del hablante desde el mismo punto de , ;
vista. (1985:366) . :

A l hacer dialogar ahora los textos de la década de 1920 con


sus apuntes finales, nos permite entrever lo que significó en
sus meditaciones la voz ajena como formas, de composición
heterogénea de la propia imagen. La extraposición se convier­
te en punto nodal, especie de concepto teórico central que se
basa en el reconocimiento de un núcleo imposible que resiste
a la simbolización, a la totalización, a la integración sim bóli­
ca. El modelo más consistente de este reconocimiento es la
dialogía, que denota uña posición subjetiva que acepta la
divergencia, la contradicción, la polém ica, el antagonismo
como condición interna de toda identidad y toda ideología.
Dialogía que en sus primeros textos relaciona con la cultura
de los lím ites, la difuminación de fronteras.
Su repulsa de lo arqu ¡médico y de una visión de punto
central común para referir todos los contenidos (herencia kan-
daña), lo inducen en 1920-1924 a repensar al autor como
“conjunto de principios creativos que deben ser realizados” . Y
continúa:

Su individuación en tanto que hombre és un acto


creativo secundario del lector { ...} , independiente del
autor en tanto que principio actiyo de la visión, que
es acto que lo vuelve pasivo a él mismo. (181)

Si con esta frase termina el texto qué conocemos en español,


en inglés se incluye un suplemento (1990) donde comienza a ela­
borar lo que llama arquitectónica (también de origen kantiano).
Lo que qúiero subrayar es que desde sus criterios, el autor es co­
partícipe del acontecimiento del ser, y es necesario un tipo par­
ticular de résponsividad, donde no existe ninguna coartada posi­
ble, ya que no se vive en un vacío valorativo o ideológico. El acto
ético no tiene coartada -evasión- posible; la responsabilidad aquí
adquiere proporciones individuales y colectivas.
Nos queda tocar brevemente ese vacío de la persona (diga­
mos, re-acentuando sus propias palabras) que representa el
autor, que debe ser comprendido a partir del acontecimiento
de la obra como su participante, como el director del lector.
Creo que estos objetivos están profundamente relacionados:
cuanto no vive en las fronteras, muere, pierde significación;
pero, y es lo más grave, donde' no hay responsabilidad no hay
acto ético ni estético. D e esta manera, el autor como co-par-
tícipe en el acontecimiento del ser afirma su carácter social y
su sentido ético profesional, podríamos decir. El núcleo que

68 .
hemos de tomar en cuenta es que no existe coartada alguna en
este acontecimiento responsable y responsivo. U n texto se
convierte así en un nuevo modelo de mundo, que se logra
mediante la extraposición, el excedente o exceso de visión, y
el horizonte ideológico y su entorno. Podemos resumir así su
programa ético estético, elaborado bajo diversos apócrifos y
distintos ángulos.
Si sacamos todas las consecuencias de este intercambio de
nombres y estas meditaciones en torno al acto ético, podría­
mos concluir que Bajtin está lejos de la idea de un sujeto
trascendental, soporte de la red de categorías; el sujeto es el
punto de partida del problema, pero no el sujeto de la certe­
za, sino el sujeto en relación con el otro. E l acto de escuchar
hace intervenir su función en la dimensión de la existencia de
los otros. El otro así sorprende y cambia todas las perspecti­
vas; la responsividad pone al descubierto los efectos de la
palabra sobre el sujeto. Tal véz tengamos que correr un ries­
go y leer retroactivamente, a partir de elaboraciones posterio­
res a Bajtin ¿Me atreveré a formular que si leemos a' Bajtin
con la mirada de Lacan, él sujeto es el sujeto de una falta, o
cuanto menos -y no es poco- el sujeto, del deseo? Este plus
que añade Lacan quizá esté latente en al proyecto bajtiniano,
donde al menos sí se articula que el sujeto es una falta en una
cadena significante que aporta el otro.
Ahora queda claro, confío, que la noción de palabra ajena,
de discurso referido y de otro son contrapartida al concepto
mismo de dialogía, como lucha y antagonismo que elaboró en
distintas épocas y con diversos nombres. Lo social es siempre

69
un terreno incongruente, atravesado por el antagonismo cen­
tral -convicción que dicen y repiten Medvedev, Voloshinov y
el propio Bajtin, desde diversos ángulos y afinamientos y refi­
namientos posteriores. Sugerencia que im plica que todo pro­
ceso de identificación que nos otorgue una identidad socio-
simbólica fija está destinada al fracaso. Porque en el terreno
de lo social (dialógico), todo significado no es solo inestable,
sino ambivalente: el concepto de carnavalización nos hace tro­
pezar con esta incidencia. El carnaval (y la carnavalización)
son el medio de encarnar la imposibilidad últim a de todo
proyecto totalitario-esa ambivalencia y antagonismo son su
lím ite inmanente al intentar establecer una sociedad transpa­
rente y homogénea. E l carácter antagónico inmanente del sis­
tema siempre irrumpe, esta es una de las reponsabilidades éti­
cas que supone el carnaval. .... -
Podemos'diferenciar las diversas etapas en referencia a los
modos de articulación de la dialogía y el discurso. Desde el
primer periodo -textos propios y textos deuterocanónicos- en
las nociones de frontera, de excedente de visión o de horizon­
te la insistencia está en la palabra, como medio del reconoci­
miento intersubjetivo, cuando se integra y se reconoce en la
palabra ajena: “El peso social del hablante es enorme”, y con­
tinúa: “Se puede decir, abiertamente que, en la vida diaria, la
gente habla más acerca de lo que hablan los demás” (“La pala­
bra en la novela” 1934-35 en 1989:154),
■ Esta asimilación en el mundo interior (signo interior) se
marca por medio de la entonación, indicativa de valores y
coloraciones ideológicas. El análisis del mundo interno lo

70
induce al estudio del signo, de la ideología, de la ideología
cotidiana, del signo como ideológico, de la psique, de la lucha
de acentos, la re-valoración como el cambio de significación.
Pero además a las nociones de ideologema, el autor como
ideólogo, las fronteras, los géneros de enunciado. El concepto
de ideologema (retomado por Ju lia Kristeva, quien además
adoptó de Bajtin el término de intertextualidad) es central: en
cuento elemento de intersección entre la heteroglosia de todo
texto y sus coordenadas históricas, opera a manera de enlace
entre el texto literario y otras prácticas culturales significan­
tes. Se inserta en los textos a nivel semiológico y condiciona
lo ideológico, central en la teoría discursiva y filosófica de
Bajtin. ; ■
■ •■
'
Pero los elementos más significativos. de su filosofía del
signo aparecen bajo la la firma de Voloshinov en la serie de
artículos disputados y los dos libros. Este heterónimo discur­
sivo plantea la importante nóción del. discurso ajeno y el dis­
curso referido en El marxismo, y el, lenguaje^ tema que retomará
el propio Bajtin con su propia firma en el artículo “La pala­
bra en la novela” o “El discurso en la novela” (1934-35), que
se ha integrado a la serie de trabajos sobre la teoría de la nove­
la (en 1989). El mismo esfuerzo por pensar el discurso con
nudo de voces refractadas adquiere diversas soluciones o plan­
teamientos desde la década de 1920. Lo que queda claro -pos­
tulado desde diversos puntos de vista y varios nombres- es
que su universo es la palabra, en tanto que portadorade valo­
res y axiologías, de comunicación y desencuentro, de transpa­
rencia y opacidad. E l suyo es un mundo heteroglósico, que
plantea el status de la ficción y la identidad en- el mundo
moderno.
Conviene vincular su heteroglosia, la palabra referida y la
dialogía a otras formulaciones bajtinianas sobre la re-acentua­
ción del signo, que relaciona a su vez con los fiíosofemas de la
palabra ajena (en 1992:106). La historia literaria se concibe
como las réplicas de uri diálogo, eñ el que los enunciados (tex­
tos) sfe, relacionan entre sí según la secuencia valorativa (emo­
cional) de una secuencia dialógica. De esta manera, la litera-
turares un fenómeno plurilingüe, y la historia literaria como
la filáción mutua de los procesos de canonización y de re-acen-
tüációri del signo. La escritura se concibe como una lectura de*
•S.t ï ,■ t r*

aceptación y rechazo del discurso anterior, y no de repetición


délas estructuras anteriores. Cada texto reformula el sentido
profundó de la modernidad, que consiste en desplazar y asu­
mir la autoridad del pasado. De tal forma que la lógica de la
historia literaria no es la repetición de formas idénticas, sino
la de la renovación mediante enunciaciones estilísticamente
irrepetibles.
La re-acentuación supone retomar la palabra en su coloquio
anterior, y devolverle su responsabilidad: La historia literaria ;
se transforma así en la doble historia individual y colectiva de
algo inacabado. Este retomar el riesgo de la palabra ajena, aleja,
la re-acentuación (o re-valorización) bajtiniana del concepto
más difundido de recepción. La palabra conserva toda su
responsabilidad, y se funda en la existencia de una naturaleza
social, sin descansó, sin detenerse, sifi final ni conclusión ais­
lada, en el orden del discurso pensado según una finalidad per-

72
süasiva, desde re-acentuaciones, diferimientos, significantes
flotantes, donde los sujetos se pasan de unos a otros.
Cada firmante de los textos deuterocáninicos seguirá estan­
do cogido en el círculo de la deuda y de la restitución. Po­
dríamos añadir que el juego entre, lo público y lo secreto se
ajusta a la m ultiplicidad de los supuestos destinatarios. Là
identificación del firmante, la contra-firma, ¿no será acaso (si
seguimos a Derrida), una argumentación teórica sobre la plüs-
valía en el mercado de la firma? Si me dejo arrastrar por mi
analogía, es imposible arrinconar a la sombra, expulsar fúera-
de-texto lo que completa el circuito del discurso referido.
La palabra -este signo com partido- no finaliza, pues no
hay nada muerto de una manera absoluta: “cada sentido ten­
drá su fiesta de resurrección” (1-985:393). N o podemos resis­
tir establecer un hilo entre esta resurrección de lo muertos
bajtiniana, con aquella otra perspectiva sobre el “Ju icio Final”
como ajuste final de cuentas de la cual nos habla Lacan en su
seminario La ética del psicoanálisis (I960 en 1991:351). Según
Lacan, no hay puro gasto o pura pérdida; todo se registra en
alguna parte, como una huella, que en el momente del ajuste
final, recibirá su propio lugar de sentido. N o otra es la verda­
dera fibra del edificio bajtiniano y el resplandor de la palabra
en su forma nueva: lo contingente y la ética responsable.4 O ,
dicho de otra manera: la concepción filosófica y poética de
Bajtin conduce a la convicción de aque solo a través de lo
social (la sociedad, la colectividad) puede llegar a realizarse la
4 . R e s p e c to a esta in te rp re ta ció n d e l J u i c i o F in a l e n L a c a n , r e m ito , a p á rta n d o -
m e d e e lla s, a las suge re n te s p á g in a s d e Z i z e k 1 9 9 2 :1 8 9 -1 9 0 .

73
misión ideal de, la autoconciencia erica del ser Humano. He
aquí su herencia y subversión kantiana. Pero esta ética de
responsabilidad, este acto ético y palabra sin coartada, no se da
sin antagonismo, antagononismo que es siempre una especie
de apertura, el vacío de una pregunta no respondida o irre­
suelta. Cada palabra sin coartada es una torsión, en que cada
pregunta comienza a funcionar como su propia respuesta.
¿Será entonces que para Bajtin, el sujeto es el sujeto de una
pregunta? La posición más clara está en su concepción ética:
el sujeto es una respuesta responsable a la pregunta del O tro.
I ll
L A C R ÍT IC A D IA L Ó G IC A

Consideremos esa extraña figura,' categoría del pensamien­


to, en su red de relaciones. La noción de dialogía es muy com­
pleja y merece ser delimitada en todo momento si queremos
saber al menos de qué sé está hablando. Intentaré darle un
empleo uniforme, que nos permita orientarnos en el vocabu­
lario; bájtiniano. N o es que la noción sea escurridiza, sino que
se muestra absolutamente difícil de circunscribir. Puede
entenderse en tres sentidos muy precisos: 1) como producción
textual (formas de escritura); 2) como método hermenéutico
o de lectura responsiva; 3) en su proyección ontológica. En
sus tres formulaciones, la dialogía no es algo pasivo -una
forma literaria, un tropo, una forma de leer, un pensamiento
ético- es una actividad. Como tropo aparece ya desde el Dic­
cionario de Autoridades, y cito:

Dialogism o: Figura retórica y especie de prosopopeya,


que se comete quando, sea supuesto o verdadero, \
dirigiendo a solas un pensamiento, se hace preguntas
y respuestas como si hablase con otío. Es voz pura­
mente Latina, Dialogismus.

A lgo después, como tropo o figura retórica, José Gómez.


Hermosilla la define en su Arte de hablar en prosa y verso (Ma­
drid: Im p. Real, 1826,1:151):
/

[Dialogism o] consiste en referir textualmente un dis­


curso fingido de persona verdadera, pero viva, ausen­
te o presente, que habla con alguna otra verdadera
también y viva. Si habla consigo misma se llama soli­
loquio.

Podemos deslizamos por las vías de la prosopopeya -prosopon


poten, tostro y máscara, dotar de voz a los ausentes, proceso que
implica un vínculo, complicidad entre autor y lector. Es tam­
bién figura de figuras, cuya esencia es el desacuerdo entre la
máscara, y el vacío, y ligarla al discurso autobiográfico -dotar de
rostro o semblante al Otro (en lectura demaniana 1984:71), y
enlazarla con la comprensión misma. Este tropo tan elusivo,
entonces, se puede ligar a la autobiografía, al relato, a la com­
prensión, a la conciencia, al suplemento de Derrida. Pero no es
todo, aún podemos resbalarnos hacia otras vías. Podría decirse
que es a manera de un acto de comprensión responsiva, de com­
prensión activa y responsividad responsable. Como hermenéuti­
ca supone que respondemos a un texto en su sentido muy espe­
cífico, a la vez ético y estético, que por implicación es social y

76
vivido. Podríamos, tal vez, relacionar la dialogía con el placer,
como función directiva de la ética, una parte importante de la
discusión de la Etica a Nicmaco, que, recordaremos apoya k
ideal original de Voloshinov/Bajtin sobre el erjtimema, el “ter­
cero” (Zavala 1991)- Para Aristóteles, el placer es una actividad,
signo de la plenitud de una acción, en el sentido propio de enér-
gáa, término que articula la verdadera praxis y sustancia de la
vivencia psíquica,
La dialogía no es una noción que se identifique con la dia­
léctica, ni con el pluralismo de la teoría clásica tradicional.
Teniendo en cuenta lo que añade, la dialogía cobra un valor
funcional muy distinto en la teoría bajtiniana. En la época de
Sócrates (y recordemos qúe remonta la dialogía al diálogo
socrático), la dialogía no solo no era entendida en forma dife­
rente a la actual, sino que no cumple la misma función. U n
cambio de perspectiva transtornó las nociones tradicionales,
en particular porque la mayéutica consiste.en hacer salir a la
luz una verdad olvidada, de tal forma que el diálogo socráti­
co es mezcla de verdad y de error, y por tanto, la dialéctica es
una suerte de tamiz de la verdad oculta. Los textos bájtinia-
nos nos presentan una suerte de pulsación, de captación ins­
tantánea de la dialogía. Es un momento dg reflexión de valor
activo, y un ambivalente abrir los ojos. ¿Se trata de un viraje
concreto sobre la relación del ser humano con el otro y consi­
go mismo, o de una toma de conciencia, de algo no observa­
do hasta entonces? Es imposible pretender agotar la cuestión
de la dialogía (que hemos relacionado con el diálogo socráti­
co); lo importante es que quede viva, abierta,

77
‘ Si como sugiere Latan (1983:30) el diálogo es'ésa mezcla •
de verdad y error, y la dialéctica una suerte de tamiz de la ver- .
dad, la constitución-de una episteme es la función,de los gran­
des dialógicos. En el interior del bullicio, tum ulto de la vida
moderna capitalista, esta episteme se levante contra la orthodo-
xa, opinión verdadera. Y esta doxa no es otra cosa que lo que
llama Bajtin/Medvedev, la ideología cotidiana; las palabras
fundadoras que envuelven al sujeto, todo cuanto lo ha
constituido -padres, fam ilia, vecinos, comunidad. Todo eso
que se relaciona con las ilusiones de la conciencia, o sea, lo
equívoco y ambivalente. Mientras la dialéctica es'fundamen­
talmente semántica, y por tanto desplazamiento, juego de
palabras, tropología, la relación dialógica, en el corazón con­
creto d éla historia, pone de relieve que ningún saber es gene-
ralizable y siempre verdadero. Lo dialógico, a su vez, es un
acontecimiento significativo, en tanto función de un inter­
cambio simbólico. Además, la dialogía comunica que el suje­
to es excéntrico, que siempre habla desde otra parte (como diría
Freud al describir el inconsciente). Y
En este descubrimiento Bajtin vuelve constantemente so­
bre sus bases iniciales, traza nuevos círculos, encuentra el
camino y acaba por cruzarlo, siempre volviendo los ojos atrás
para fijarlos adelante. Lo ético está en todo este orden, donde,
todo está relacionado: en lo cultural, esa red fastuosa de pre­
ferencias, prohibiciones, negaciones, indicaciones, manda­
mientos. '
La dialogía de alguna manera pone en marcha una pro­
blem ática, que se opone a una comprensión homogénea, que
pretende abarcarlo todo (esta sería la posición, humanista,
muy lejana de la lucha por el signo que sugiere Bajtin).
También las totalizaciones, funcionamientos unitarios, la ser
rie dé síntesis, e intercambios que sitúan constantemente en
una. totalidad renovada están muy lejanas a esta excentricidad
discqfsiva. N o se trata de un, juego retórico que se ajusta a la
m ultiplicidad de los supuestos destinatarios, que le permite
al adversario integrar todas las variables en su cálculo (la
“sociedad civil” pluralista que propone Karl Popper). E l pen­
samiento dialógico irrumpe con una nueva perspectiva excén­
trica que impide el pensamiento “universalista” , “humanista”
y, por tanto, las grandes totalizaciones “internacionales”, que,
si me dejase arrastrar por el pensamiento lacaniano, forman
parte del discurso del amo. Por este hecho, es preciso comen­
zar por articular la dialogía también en función de la partici­
pación de un lector supuesto en un discurso. /
Hoy, al filo del siglo X X I, época definida como posmoder­
na, posindustrial, de capitalismo tardío, los que hemos recogi­
do las experiencias de las vanguardias, sabemos que “interna­
cional” es un concepto “autorizado” y “aurático” que a menudo
esconde ese centro del sujeto trascendental que ha sido duran­
te 500 años el eurocentrismo excluyeme, sus lenguajes totali­
zadores y sus panópticas a distancia. En palabras simples: que
lo internacional no disimula las mafginaciones exçluyentes,
mientras que (apoyándome en el horizonte bajtiniano y poses-
tructuralista), la verdad puede surgir de posiciones de margi-
nalidad y excentricidad (algo que ya sabía muy bien Cervantes).
Sobre todo si pensamos en la ambivalencia del lenguaje: la ver­

79
dad tiene sü duplicidad persistente, una referencia doble.
Desde esta perspectiva el estudio literario, aún la literatura
comparada, que significó tín importantísimo páse adelante en
el estudio de lo que antes he llamado imaginarios sociales,
contra la tradicional crítica positivista filológica, nacida al
amparo de los estados-nacionales del siglo X I X (el Goethe
que soñaba en una “literatura universal” y que ayudó a
institucionalizar eso que hoy llamamos “literatura”), adquirió
carta de ciudadanía al abrigo dél internacionalismo de la
modernidad capitalista, productora, como todos sabemos, de
una serie de oposiciones binarias sustentados por la exclusión
y el silencio.
N o obstante, quisiera subrayar un par de trastornos cícli­
cos para problematizar la vocación universalista y de totalidad
que ha marcado los estudios literarios; la deconstrucción dél
arte como institución realizado por las vanguardias desde los
años de 1920 hizo obsoleto el discurso de cualquier crítica
literaria que se defina como una ciencia literaria pura, que sis-
tenga al mismo tiempo su capacidad para describir la función
del arte en la sociedad. Y preciso lo que significa arte como
institución o iñstituciónalización del arte: separar el arte o la
producción simbólica de la praxis social; separar el arte de la
vida social. Eá muchos lugares, la ciencia literaria se ha desa­
rrollado de tal forma que refleja la institución burguesa del
arte, o sea, la separación del arte de la praxis, sin comprender
hasta qué punto las prácticas discursivas de las vanguardias
habían transformado esta situación o comprensión cultural.
Lo que parece evidente -h oy que presenciamos la crisis del

80
capitalismo tardío y sus formas hegemónicas políticas- es que
el colapso de la institución del arte requiere una transfor­
mación de la ciencia literaria, que no puede mantenerse autó-
nóittá cuando el arte no lo es. D e ahí que el futuro de la cien­
cia literaria sea lo interdisciplinario; preguntarse, por ejem­
plo, las narrativas tradicionales y la función ética de los rela­
tos totalizadores. El proyecto es interdisciplinario y crítico,
separándose así de la crítica tradicional al asentarse en el sig­
nificado Social de la actividad crítica, su relación (si bien
mediatizada) con la praxis social.
Si aspirarnos a una crítica literaria verdaderamente crítica,
hemos de pensar en primerísimo lugar que las objetivaciones
mentales (el mundo de lo simbólico y sus formas, por ejem­
plo un poema, una novela) no son hechos reales; vienen media­
dos por tradiciones. Por tanto, el conocimiento de la literatura
solo podrá ser crítico si confrontamos la tradición, el canon,
que median el mundo de lo simbólico. La tradición es la que
define qué es un poema o qué es una novela. Sólo el conser­
vadurismo crítico concibe la comprensión como sumisión a la
autoridad de la tradición y del canon.
Desde estos supuestos, me pareció evidente que la crítica
literaria, incluso el desarrollo del comparatismo actual, ha de
abrirse a los súberes, en su problematicidad contemporánea. Se
trata de incorporar una complejidad de disciplinas en in­
tercambios críticos que reflexionen sobre el objeto del saber
mismo como disciplina. Se ha interpuesto la brusca percepción
de algo que no es fácil de definir, la presencia de lá duda, y la
consistencia de la sospecha de los discursos argumentativos que
aspiran a estabilizar la “verdad” y a fijar lo que sabemos y lo
que comprendemos para siempre, sin reparar en que la dife­
rencia entre ambos lleva la marca de utía ambigüedad funda­
mental. N o parece haber otro camino para la crítica literaria
que hacer dialogar y entremezclar los discursos, porque en el
curso del desarrollo de esa duda y esa sospecha no analizamos
siempre del mismo sujeto.
N o se trata, claro, de inventarios o taxonomías, o recuen­
tos tematológicos, siempre, naturalmente, bienvenidos. Si
pensamos el arte como agencia social de progreso, el proble­
ma de la posvanguardia es problerñatizar y buscar salida al
pesimismo que impide pensar el arte como agencia de cam­
bio, pesimismo que radica en gran medida en la idea de que
el lector no se relaciona al arte como forma de meditación
sobre su propia vida, sino que reflexiona sobre el contenido
■crítiCQ/á distancia (es decir: la vieja, idea de la Wissenshaft que
solo acepta una objetividad qué consiste en mantenerse fuera
del objeto de estudio). La base de esta actividad valorativa pre­
sume un sujeto trascendental confinado o amarrado a la abstracción,
y cuya experiencia de sí es concebible como centro total de conocimiento,
Se trata para nosotros de establecer una perspectiva, una per­
cepción en profundidad, según varios planos. Conviene recor­
dar que conceptos tales como totalidad, mediación y distan­
cia solo se alcanzan cuando pensamos que el contenido (co­
municación, sentido, mensaje) del arte es independiente de lo
que está inscrito en los sujetos, o del material .prelingüístico
o cadenas de significantes. Como consecuencia, se tiende a
hipostasiar el sujeto trascendental, que confirma uno de los

82
trazos o características de las sociedades capitalistas tardías.
Dicho de otra forma, este andamiaje teórico desemboca en la
expropiación del lenguaje encaminado a la comprensión de
experiencias individuales y colectivas ÿ la substituye por
representaciones abstractas, ya que el lenguaje se concibe
como medio neutro. D ébil armazón para un edificio com pli­
cado que se caracteriza por la naturaleza y la situación del
sujeto en el mundo de la palabra.
Una vez que estamos en el orden de la palabra, todo lo que
instaura en la realidad otra realidad (la literatura en lo real),
sólo adquiere su sentido en función de ese orden. U na vez
aceptado éste recorrido parecería que el futuro de la teoría y
ciencia literarias consiste en intervenir positivamente me­
diante la interpretación de la superposición de significacio­
nes. He dicho experiencia: el concepto es central en Benjamin
y én los surrealistas, que re-actuàlizo y opongo al medio social
que intenta neutralizar y convertir en abstraccciones las expe­
riencias individúales que podrían mediatizarse y transformar­
se en praxis. Las sociedades modernas las ahogan, si bien estas
experiencias han sido bandera de lucha para muchas vanguar­
dias. J
Este elíptico y rizomático cuestionamiento nos hace
desembocar una vez más en Bajtin, y reconocer la importan­
cia de sus teorías posvanguardistas (me permito decir), que se
centran en la tensión entre lo oficial fia s experiencias indivi­
duales y particulares, y nos induce a pensar en fronteras e
intersecciones y no en totalidades. Nos invitan a traspasar las
fronteras culturales y a prestar oídos a las formas en que las

83
culturas y los lenguajes se osifican. En cambio, lo heterogé­
neo y la falta de fronteras, lo fluido, nos permite,cpncebir y
proyectar esperanza, mientras el análisis dialógico nos abre el
futuro y la realización de ideales futuros. La lectura dialógica
de los textos, que además nos invita a reescuchar las nuevas
valoraciones o re-acentuaciones, equivale a un ejercicio nada
ingenuo de relectura, encaminado a ofrecer nuevas alternati­
vas de interpretación, y con ello darle voz al potencial de sig­
nificación m últiple de cada texto cultural. Que ni el signifi­
cado ni el sentido están cerrados para siempre.
Estoy implicando que la doble tarea de pensar con signos
y pensar en signos es justamente lo que nos incumbe a todos;
o dicho de otra forma, pensar una teoría materialista del arte.
Hoy día podemos enriquecerla a la luz de las teorías de lo
heterogéneo, de las cuales forman una misma carne, las
ideologías y las interpretaciones y sus usos en el vastísimo
espacio de lo simbólico. Y conste que no estoy diciendo que
haya o no haya que pensar de esta manera, sino tan solo que
hay que saber lo que im plica pensar de una u otra forma.
Pero lo heterogéneo (como la intertextualidad, el intertex­
to, la interdiscursividad) padece una difusión centrífuga, que
aparece y se re-acentúa entre los posestructuralistas, los freu-
do-lacanianos, los sociocríticos. Para unos es la alteridad psi-
coanálitica, para otro, el sujeto social. Tampoco debemos con­
fundir lo heterogéneo con lo heterónomo, o esas posiciones y
actitudes del pluralismo neo-liberal, bajo las cuales nadie
sabe cuáles son sus propios atributos y se ignora cuál de las
posiciones posibles se puede asignar socialmente,. Tampoco

84
con esas heterónomas posiciones que cambian constan­
temente al sujeto, y que se desplazan y substituyen indefini­
damente. Sirva la aclaración (asentada en la noción que toda
identidad e identificación es relacional, y que somos plural y
tenemos una gama ilim itada de posiciones de sujeto), para
volver sobre las formas de textualizar. Si entendemos la
heterogeneidad en el marco de una concepción topológica de
los discursos en un estado de sociedad, con una interacción in­
definida de los géneros y textos que se producen en un
momento determinado, el concepto es central para entender
el texto literario como una especie de dispositivo que absor­
be, selecciona, modifica y redifunde o re-acentúa ciertos topoi,
ciertos pre-construidos temáticos que migran a lo largo de un
momento histórico. Todo este es contrario a la idea del texto
como conjunto estructurado de .elementos co-inteligibles y
funcionales: el comparatismo nacido a la luz y sombra del
estructuralismo.
La idea de lo heterogéneo (como Ja idea de voces’ que se
difundió como intertextualidad), nos ha obligado a retomar
muchas formas de práctica literaria tales pastiche, montaje,
collage,1fragmento, ironía, parodia, doxografía. La propuesta
de Bajtin nos regala el marco original a. una teoría crítica de
la interacción de los discursos y del enunciado dialógico, El
término pone de relieve enfrentamientos significativos en el
ambiente intelectual contemporáneo; por w i parte, y en mi
campo de problematización, denota lo otro en coexistencia
que se esfuerza por escapar la esfera de influencia de las hege­
monías dóxicas y aspiran a poder hablar el mundo de otra

85
manera. Marca lo antagónico de lo decible y lo dicho, de los
discursos instituidos y los temas ya legitimados y aceptados;
propone un desclausuramiento, que apunta a la coexistencia y
a la interferencia (muchas veces conflictivas) con otras cate­
gorías contiguas. -

Propuestas bajtinianas '


Ya desde 1919 y 1920, como vimos, Bajtin esbozó el pro­
grama de una ciencia literaria que estudiase la cultura y la
producción cultural, que al mismo tiempo retuviera toda la
complejidad del objeto en su interacción con la dinámica que
caracteriza cada estado de sociedad. El programa proyecta una
concepción dialógica y en diálogo de tiempos históricos entre
el crítico y el texto. La interacción dialógica en este marco
teórico es el mundo de la heterogéneo, que permite com­
prender la polifonía de m ultiplicidad de voces interactuando
mutuamente; no pensemos que ni la heterogeneidad ni la
polifonía signifiquen un coto plural de voces acordes. Todo lo
contrarió, tanto uno como la otra revelan las polémicas, las
luchas y los intentos dé exclusión y supresión de puntos de
vista antagónicos. Am bos, en definitiva, orquestan la lucha
de clases y las evaluaciones sociales. :
N i el objeto que llamamos cultura ni los textos están exen­
tos de estas luchas y evaluaciones. E l texto aparece así como
un encuentro de fragmentos heterogéneos del discurso social,
donde se marcan los paradigmas de los lenguajes hege-
mónicos y las luchas por la significación y lo que la doxa
dominante construye como “real”. O dicho de otra forma: las

86
simbolizaciones y formas de hablar y actuar y sentir y soñar y
amar directamente ligadas al sentido práctico y a los hábitos
de las clases dominantes. Como por ejemplo hoy día, la pos­
modernidad ligada a las simbolizaciones y los usos del Ameri­
can way of life’, o au n soñarse norteamericano afluente (que no
los homeless).
Y bien. Retomemos los pasos de los últim os años. V ol­
veremos sobre todo esto. , ’- V y
En zigzagueos, lo que he subrayado es que Bajtin se ha
hecho indispensable para hacer dialogar todas las voces teóri­
cas que he mencionado -desde el comparatismo hasta el
posestructuralismo y la posmodernidad- y sus relaciones
contingentes. Como foco de actividad generadora, el sentido
potencial del discurso bajtiniano se ha ido convirtiendo en
ayuda y óptica para comprender que las relaciones sociales de
producción^ los poderes (hegemonías) constituidos y los siste­
mas discursivos están íntimamente relacionados con las ideas,
y la ideología con toda una teoría semiótica axiológica y que
los sistemas semióticos están estrechamente ligados al
conocimiento individual y colectivo y a los sujetos empíricos.
En resumen: que la producción cultural modifica la experien­
cia del sujeto y que la labor interpretativa celebra sus mayo­
res triunfos cuando incorpora estas premisas. Lo que puedo
sugerir de inmediato es que no existen esencias, ni definiciones
para siempre, y que el mundo es un vasto con/y y los discursos
sociales se proyectan hacia el futuro, que esta línea interpretativa
nos permite escuchar lo todavía no dicho, los discursos potenciales,
las voces silenciadas dirigidas a un “tercero” en el futuro.

87
Como es natural, enmarcada en esa turbulencia, movi­
miento y cambio el mundo de la cultura y el de los- textos se
transforma en una intensa actividad generadora, y de selec­
ción y libertad. Hasta la memoria -en sus momentos de iro­
nía o de nostalgia- entra ahora a m i mundo con el senti­
miento de su actitud evaluativa, de selección puramente emo­
cional si se quiere, para valorar, vincular, escoger. A m í se me
ha aclarado la vida social de las emociones y los sentimientos
al reconocer la vida social de la palabra, y sus distintos acen­
tos y tonos emotivos en cada espacio: la iglesia de mi abuela,
la plaza de mi niñez, el primer bolero que escuché, las calles
y las ciudades que he recorrido, los lugares donde he renaci­
do, las palabras con las cuales he amado. La especificidad
semántica y social de la vida cotidiana y de mi experiencia
fantaseadora quedaron radicalmente enriquecidos. Y , cierta­
mente, me reconozco impulsada por el sueño utópico de una
comunidad humana “más allá dé las formas sociales existen­
tes” (en palabrás bajtinianas, Estética, 196). Como conjunto,
llegué así a reconocerme como plurilingüe, m ultiestilística,
discordante y -claro está- polifónica.
Sobre la base de esta concepción descansan algunas premi­
sas interpretativas. El sentido del discurso bajiiniano im plica
que el uso del lenguaje es dialógico -q ue siempre tiene un
“tercero” en el futuro—, aún cuando a veces las hegemonías de
turno intentan silenciar y sofocar la dialogía e imponen la
utopía de la mohodia. El mundo es una vasta orquestación y
nada está irremediablemente perdido para siempre; y, lo que
es más importante, vivimos en “correspondencias” (como

88
quería Baudelaire, el gran poeta de la urbe moderna), en un
continuum cómo definía Benjam in, o en simultaneidades dialó­
gicas. Para analizar este potencial, se trata de profundizar en
las zonas fronterizas, en las márgenes de los discursos, para
intentar captar su simultaneidad con otros discursos, otros
rumores (como escribe Bajtin y re-acentúa la socrítica actual)
que forman ese amplio conjunto que se denomina “discurso
social”.

El discurso social
El discurso, vínculo social, es algo muy preciso a la vez que
muy amplio: eq el estado sincrónico de una sociedad, represen­
ta todo el sistema de circulación discursiva -cu lto y popular,
intersemiótico, todas las lenguas, sociolectos, argots, represen­
taciones -por el cual luchan los diversos grupos sociales en el
plano simbólico. Es decir: la lucha por la hegemonía semánti­
ca, que supone, a su vez, toda una serie articulada de pre­
supuestóse de valores apológicas (M. Angenot emplea el tér­
mino en este sentido). En palabras bajtinianas, el discurso ó los
discursos de cada época histórica y la lucha, verdadero ruedo
ibérico entre los signos, para legitimar el propio significado y
proyecto.; Y , es más que un alivio qué el cambio se convierta en
un firme principio, contra los análisis inmanentes y los signifi­
cados últimos.
A sí concebido, la literatura dista mucho de ser signo único
entre los muchos discursos que nos rodean y nos hacen guiños
para que fijemos nuestras identidades como individuos en la
historia. Este descubrimiento es m i mayor deuda, y le da

89
fuerza a mi impulso utópico de una sociedad más:,“justa,'de
una deíriocracia radical, y de la especificidad del contenido'
político de la vida cotidiana y la vida de las emociones. La
heterogeneidad bajtiniana y la posibilidad de constituir suje­
tos más libres mediante una literatura que escenifique el
impulso utópico solicita al lector crítico que reinvente él
mundo y réintroduzca la experiencia y la emoción. Debe que­
dar claro que la labor interpretativa o el 'acto interpretativo
nos ofrece muchas opciones como horizonte y mi suposición
radica en una genuina filosofía del lenguaje en la historia que
nos ayude a revelar las pasiones, las formas, experiencias y
luchas del pasado social y cultural tari encarnadas en nuestro
presente, que nos descubra el mundo de lo aurático o, el re­
cuerdo histórico inscrito en cada palabra, listos problemas
pueden recobrar su urgencia a condición que se los analice
deritro de la diversidad de lenguajes, representaciones y sig­
nos en los artefactos culturales que luchan entre sfi siempre y
cuando interpretemos los textos culturales como acividades
simbólicas que ayudan a configurarnos. -, c i
Todo este programa efectivo comienza con el recono­
cimiento de que el universo cultural está interrelacionado, en
confluencias, reciprocidadádes, simultaneidades, fronteras sin
divisiones entre bueno/malo, culto/popular. Por otra parte, el
discurso -e l lenguaje- está superpoblado de sus usos anterio­
res y vive en relación estrecha con otros signos. Todo signo es
ideológico, y está “socialmente situado”, lo que singifica que
la ideología es un vasto cuerpo de formas convencionalizadas
del sistema semiótico; mientras las clases dominantes aspiran

90
a monologizarlo y dotarlo de un carácter esencial ista, univer­
sal y eterno, otros grupos emplean los signos en sentidos
opuestos, o polémicos y a veces çon proyecciones liberadoras.
Los textos culturales -entre ellos los textos literarios-, están
saturados de estas luchas y de los distintos usos que cada grupo
le confiere al signo.
Se trata de acercarnos a los textos culturales como “textos
de cultura” o “artefactos culturales” socialmente simbólicos,
que forman parte integrante de las identidades, identificacio­
nes -im aginarias o n o - que nos forman como individuos. De
todos modos, intentar, al cabo y a la postre, de analizar cómo
se construyen los sujetos sociales, y ia responsividad que supo­
ne la producción cultural al intentar desenmascarar o desmi­
tificar los conflictos, las disyunciones, las especificidades, las
luchas entre los signos que forman el sustrato de eso que lla­
mamos “literatura” o “cultura”, o fenómenos literarios.

Lo ifiaginanósocial ' .

Debo pues comenzar por nombrar el objeto real fantasmá-


ticQ, al mismo tiempo, que cobró cuerpo a lo largo de estas
reflexiones: “lo imaginario social”. Lo “imaginario social”
supone -d e acuerdo a mis propias propuestas- un concepto
operativo que intenta captar el valor cognitivo de las
construcciones imaginarias, su materialidad como acto social­
mente simbólico y su función ideológica. .
Dentro del horizonte teórico heterogéneo que se me ha ido
dibujando, el estudio de la literatura es un estudio de “lo ima­
ginario social”; es decir, cómo las colectividades se han pro­

91
yectado hacia el futuro, las interpelaciones históricas que han
ayudado a construir sujetos, con süs identidades e identifi­
caciones, para la creación de estados-nacionales, para la forma­
ción de bloques hegemónicos, para la institución del patriar­
cado. Todo ello parte de la premisa que la literatura no es un
epifenómeno o, dicho de Otra forma: algo secundario o añadi­
do acompañamiento del proceso histórico, que se considera in­
cidental y al margen del desarrollo del proceso histórico. '
La prioridad se riie ha convertido en desechar là visión de la
literatura o la historia litéraria propia de anticuarios y realzar
toda la carga simbólica o las ideologías que los textos constru-
yén. Me supone partir del hecho que la “la literatura” -pro­
ductora de textos culturales- forma parte de los procesos cog-
nitivos (o epistemológicos), y él acto de lectura (aún en sus
distintas “posiciones lectoras”) o la hermenéutica son repuestas
a interpelaciones, hegemonías, posiciones de sujeto, identifica­
ciones e identidades. El texto, así concebido, se transforma en
un tembloroso aparato libidinal para la carga ideológica; ideo­
logía que debemos pensar en su sentido más am plio, y no sólo
en el althusseriano, que la concibe como una estructura
representacional que le permite al sujeto individual imaginar
su relación con realidades transpersonales, o estructuras socia­
les, económicas y la lógica o el proyecto colectivo histórico.
Como tal, y para Althusser y el marxismo tradicional, la ideo­
logía significa “identidades imaginarias” , ilusorias o distor­
sionadas. Dicho de otra forma: el concepto de “falsa concien-
• »
cía .
Hoy por hoy, esta categoría organizadora está en discusión

92
desde diversos ángulos; Gored,. Thérborn (1980) concibe la
ideología como procesos sociales en curso, por tanto Cam­
biantes. U n ser humano concreto puede actuar como- un nú­
mero casi ilim itado de posiciones de sujeto, y en el transcur­
so de nuestras vidas se representan innumerables subjetivida­
des. Hay muchas ideologías que compiten» y todas nos inter­
pelan; y ningún elemento ideológico aislado está relacionado
con una clase en particular, de tal forma que movimiento
políticos divergentes pueden recurrir a idénticos símbolos
ideológicos (Laclad 1977). Park Pierre Mácherey y Etienne
Balibar, la “ideología dominante” es la que vence (1974). En
los complejos procesos de apropiación cultural, las ideologías
nos llaman y nos constituyen como sujetos. Para Zizek
(1992), la relación entre la identificación Imaginaria y Sim ­
bólica induce al sujeto a integrarse a un campo socio-dimbó-
lico determinado.
Se observará que todas estas redefiniciones tienen un
punto en Común: la concepción de lucha de clases, o lucha én
el terreno ideológico, pero al mismo tiempo, la noción de la
diversidad (posiciones de sujeto) que somos. En realidad,
queda claro que no somos de una pieza, como aspiraba el libe­
ralismo burgués decimonónico. Y , más importante aún, una
redefinición del sujeto como construcción social, lo que resulta
imposible es definir sujeto e individuo como sinónimos. La
estructura del sujeto Se construye precisamente con las dis­
tintas posiciones del yo respecto a las diversas modalidades
del objeto. Posición del sujeto no significa una afirmación de
identidad, sino una posición en el discurso. Según Foucault (a

93
quien sigo) las hablantes entran en el discurso por medio de
las posiciones del sujeto inscritas en la estructura del género:
representan una posición discursiva. Existe una compleja red
de posiciones de sujeto disponible para el hablante de una
lengua; el sujeto es un proceso dentro de la red de significan­
tes. De tal manera, que ser el sujeto del discurso equivale a
producir este complejo de de significados. Es preciso enton­
ces subrayar que sujeto es una construcción discursiva, y a
riesgo de repetirme, subrayemos quedas ideologías nos “inter­
pelan” para inducirnos a identificaciones e identidades.
Volviendo , ahora a las formas en que un texto cultural
interpela a los lectores, merece señalarse que el semiótico
polaco Adam Schhaff (1962) también relaciona los signos (el
signo es siempre ideológico, escribe Bajtin) con “evalua­
ciones” o axiologías que él llama estereotipos: toda la gama de
emociones, evaluaciones, o factores subjetivos del conoci­
miento. La ideología juega con los estereotipos, mediante jui­
cios de valores, evaluaciones, jerarquías que. aspiran a definir
de unayez y ,para siempre. Cercano a Bajtin; M , Pêcheux (197 5)
habla de “formaciones ideológicas” como conjunto de actitu­
des valorativas y de representaciones que no son ni indivi­
duales ni universales, sino que remiten más o menos directat
mente a las posiciones de clase en conflicto. Lo que Bajtin
llama “la lucha en la arena social”; es decir, la heteroglosia y
cómo esta lucha constituye tanto la metaforicidad del len­
guaje cuanto la subjetividad. Y más importante aún, los suje­
tos se constituyen propiamente en el espacio heteroglósico y
los deslizamientos entre las intersecciones, de manera que ni

94
el conocimiento, ni la conciencia, ni la Verdad son realidades
fijas ni se ’ encuénfrán en espacios delimitadosj Todo este
entramado cambiante se hace, rehace, deshace en múltiples
encuentros y situaciones.
Sirvan de ejemplo los empleos estereotipados y a mentido
contradictorios de explotación de símbolos de “raza” , “nación” ,
“heroísmo”, “género sexual” mediante el proceso de raigambre
freudiana que Laclau denomina “connotación y condensación”,
que permite que el contenido semántico se pueda refundir para
decir cosas nuevas. La ideología está condensada no solo en los
signos, sino en las instituciones, aparatos culturales, ritos,
mitos. Toda identidad es “relational” y existen una dimensión
simbólica en cada identidad o identificación social. Todo esto
supone fijarnos y analizar en los mecanismos de textualización;
o dicho de otra manera, en el pasaje de lo discursivo al texto.
Importa ver lo que un género aporta al nivel epistemológico.
Los sujetos nos hacemos, y no tenemos esencias ni identidades
fijas. ■'
Los textos -pues de ellos hablam os- están cubiertos y
penetrados por ideas y puntos de vista generales e individua­
les, por valoraciones y acentos ajenos. Estos se entrelazan, a
veces se fusionan, otras se entrecruzan. Todo texto -hecho que
se nos ha corroborado por medio dél posestructuralismo-
tiene miles de hilos dialogales, tejidos por las ideologías ante­
riores; todo texto es una opinión social, y las formas literarias
mismas (eso que llamamos género y estilo) están inundadas
de valoraciones sociales. :
Todo testé entramado, que incorpora a Bajtin a un conjun-
to de teorías más contemporáneas- nos induce a considerar la
literatura como parte de una “comunidad interpretativa”,
pero también de una “comunidad imaginada” (Anderson). La
idea, en otras palabras, es que los textos nos interpelan, nos
forman, y que los significados cambian, pero al mismo tiem ­
po revelan una dimensión fundamental de nuestro pensa­
m iento colectivo y de nuestras proyecciones -im aginarios
sociales- sobre la historia.
Unas cuantas premisas son necesarias para emprender
nuestro Viaje, y que se irán iluminando. Esta forma de análi­
sis es, fundamentalmente, interdisciplinario o m ultidiscipli-
nario. Se trata de reinsertar la literatura como texto socio-
cultural y su objeto de estudio dentro de un conjunto de
diversas prácticas sociales y explorar sus formas de semiosis
-la materialidad del lenguaje como objeto, trabajar sobre la
representación, sobre las mediaciones. La “materialidad” del
lenguaje significa la lectura de los textos dentro del proceso
histórico, teniendo en cuenta no sólo el “lenguaje” si no “la
lengua” en tanto que sistema de signos, la “lengua” en tanto
que sistema simbólico.
En definitiva: el estudio “dialógico” de “lo imaginario
social” que propongo, significa fundamentalmente el com­
promiso de un nudo de interacciones en el cual el sujeto de
conocimiento (epistemológico) y el sujeto de la comprensión
(hermenéutico) se proponen un dominio político, de com­
prensión para hablar el “presente” y entender cómo el pasa­
do habló su presente, y cómo este “presente” del pasado ha
construido, reconstruido o deconstruido sujetos para crear,

96
por ejemplo, 'imágenes oficiales, identificaciones étnicas, de
género sexual, o de clase, para formar y consolidar estados
nacionales, filiaciones, para borrar disidencias culturales y
convertir lo heterogéneo y .conflictivo en homogéneo, para
constituir naciones, llamar a la guerra o a la paz, para inven­
tar “ realidades”, narrar por el O tro, violar, violentar, agredir,
m entir.. '
Sencilla pero decididamente significa comprender que el
signo es,, ideológico, y que lo “literario”, incluso dentro de su
especificidad estética, forma parte de una economía sociocul­
tural, que le otorga a cada texto cultural su dimensión de
valor. En, fin: significa comprender que ni e l. sujeto, ni la
identidad, ni las identificáciones son independientes de las
operaciones discursivas que de una u otra forma las producen,
y que las naciones, lo que llamamos “cultura” y los individuos
estamos hechos ,de discursos y respondernos a “interpelado-.
UeS

E l signo ideológico y las valoraciones


Es urgente tomar en serio que el lenguaje o el signo no
puede separarse de su dimensión ideológica y de su función
evaluativa y por tanto comunicativa. Esta posición sugiere que
los textos culturales son sistemas de valores que proyectan acti­
tudes evaluativas, o axiológkas\ en lenguaje llano, la ideologiza-
ción. La literatura no solo constituye sujetos sino que hace pro­
yecciones (lo imaginario social) sobré las relaciones humanas.
Todo este universo de lucha por los signos es lo que un artefac­
to cultural dramatiza, pasándolo necesariamente por el prisma

97
de la “ficción” y de su evaluación.
Tamaño programa supone, de entrada, una premisa impor­
tante: -q ue el intérprete, exégeta, hermeneuta, lector, in­
vestigador, como prefiramos llam arlo- está siempre ahí. Que
el sujeto forma parte del objeto, con sus evaluaciones, juicios
de valor, pre-jucios. O dicho en palabras de Bajtin: “La inclu­
sión del oyente (lector,observador) en el sistema (estructura)
de la obra.” (Estética 395). O bien: “La actitud del autor hacia
lo representado siempre es un componente de la imagen”
(Estética 307). Y más claro aún:

En la microfísica, el experimentador forma parte del


sistema experimental. Se puede decir que también el
que comprende forma parte del enunciado compren­
dido, del texto (o más bien, de los enunciados, de su ■
diálogo como un participante nuevo) {...} El observa-
■dor no tiene posición fuera del mundo observado, y su
observación forma parte del objeto observado "(Estética
315, 318).

Esta inclusión del otro como totalidad de sentido -otra voz,


otro punto de vista, otro sistema de valores, otra ideología,
otro contexto- es loque Bajtin llama “relaciones dialógicas” .
Esta concepción de la inclusión del “lector” -d e l O tro -
sugiere una tentativa de cortar por lo sano reubicando al suje­
to dentro del objeto. Este modelo debe enfrentarse, nece­
sariamente, a los modelos tradicionales e influyentes de lo
“científico” (Wissenshaft) y la “objetividad” : El concepto epis-

98
fonológico clave -la dialogía- tiene por objeto designar este
modo de presencia y sus efectos. E l “lector” o intérprete no es
una esencia exterior a los fenómenos de textualización que ven­
dría a modificar sus formas y sus relaciones y que siempre
estará ahí. E l artefacto cultural así concebido y en la relación
expuesta nos aclara la carga ideológica de los actos sociales
simbólicos; la carga ideológica de los imaginarios sociales y su
potencial transformador. Dentro de este horizonte, desapare­
ce la autonomía “ideológica” que proyecta una teoría literaria
con apariencia de formalismo, donde desaparece la posición
del tercero.
La Voz del Otro tiene su lugar relational en la crítica
dialógica, en la simultaneidad y cocreatividad de la experien­
cia. Esta comprensión-reconocimiento se entiende a través del
carácter cronotópico de la comprensión, que incluye tanto el
momento espacial como el temporal. Con este aspecto se rela­
ciona el punto de vista axiológico y, ampliando el marco baj-
tiniano, esta inclusión permite reconstruir las voces oposi­
tivas ante las cuales se levantaron en su momento los textos.
Nos permite reconstruir las voces del gran diálogo de clases,
en la forma de la estructura dialógica que nos restaura la voz
o voces de las clases antagónicas. Las complejas relaciones con
la palabra ajena en toda las esferas de la cultura y de la praxis
constituye el objeto de análisis dialógico.
Esta interrelación entre texto e investigador o lector se
define además como una forma de hacer imposible la cultura
de los límites en que vivim os, e instaura las cultura sin fronte­
ras, y el mundo de las intersecciones. La percepción no es

99
nueva, hace ya tiempo que los científicos vienen reconocién­
dola; del biólogo Jean E . Charron, a los físicos Wener H ei­
senberg, y al físico Ilya Prigogine (Premios N obel de ciencia
los, dos últimos). En palabras de Heisenberg;

La ciencia natural presupone siempre al hombre, y no


no es permitido olvidar que {...] nunca somos solos
espectadores (1976:13).

Esta inclusión dialógica forma parte dél cambio radical de


nuestra visión de la naturaleza hacia lo m últiple, lo temporal
y lo complejo; del mundo de la entropía y de la pluralidad.

En esta perspectiva, nos viene .como anillo al dedo la sépti­


ma de las Tesis sobré la filosofía de la historia de Benjam in. Se
recordará que habla de los monumentos cultúrales y la heren­
cia cultural como despojos: _ ;
. Esta última -sigu e- encuentra un observador bastante :
distante en el materialista histórico. Pues tales riquezas v :
culturales, cuando él las repasa, delatan un origen que él
no puede contemplar sin horror. {...] N o ha habido nunca
' un documento de cultura que no fuera a lavez un docu-
¡ mentó de barbarie (1971:86-7).
Desde dentro, en el locus de la postura dialógica lectora,
se podrá desmitificar en sentido am plio, lo unidimensional y
m onológico. Todas estas formulaciones nos perm itirán
reinterpretar los códigos maestros con la óptica dé una her­
menéutica del sentido.

100
La crítica dialogic#
Los puntos resumidos hacen dudosa» en grado sumo, la
premisa de identificar diálogo y dialogía, si bien es evidente
que en la dialogía interviene el diálogo,5 Pero no son lo
mismo ni responden a las mismas formas de estructuración
textual. E l diálogo, por ejem plo, además de una género de
enunciado (que estudia la genología), Se presenta como movi­
miento argumenta! en muchas novelas -E l Quijote sería un
caso ejemplar y no nienos ejemplar la poesía de Rosalía de
Castró-,-pero él dialogismo significaría el potencial actuali­
zado y exteriorizado de la palabra, en un pluriliñgüism o que
orienta unas y otras lenguas.
N o se trata, pues, simplemente de perseguir sus modula­
ciones en la forma de textualizar, o en la producción textual,
sin perseguir su articulación propiamente ética, como respues­
tas en acción (respuestas inmediatas o futuras). E l discurso baj-
tiniano desbroza en el enunciado del problema ético, algo que
nos permite llegar algo más lejos en lo esencial del problema.
Nos acerca a encontrar la huella de la experiencia acumulada
de la tradición, de las generaciones, para lo cual la profundiza-
ción lingüística es él vehículo más certero de la transmisión dé
una elaboración que marca la realidad psíquica. Todo lo prece­
dente solo puede conducir en una única dirección, saber que,
en cuanto forma de textualizar, lo que se rechaza, altera u
omite es tan instructivo para la práctica textual (y la compren­
sión) como lo que se inscribe cómo variante y modulación. En
5 . V é a s e là c o n fu sió n d e R iv e r s y S w a rtz (1 9 9 2 ) én sù re cu e n to s ó b r e lo s d iá lo ­
g o s ren acen tistas. ■■ -i . . . '■ ' .

101
cuanto acción específica la dialogía sería algo así como una res­
puesta a la altura del objeto.
la dialogía nos enfrenta, de manera más aguda que cual­
quier otra forma, con el problema de la representación.
Algunos ejemplos nos salen al paso, la dialogía entre la
Eneida, la litada y la Odisea. Las relaciones dialógicas entre
Petrarca y Garcilaso; James Joyce y George E lliot; Flaubert y
Tolstoi (Emma y Ana). En este sentido preciso, la relación
dialógica daría cuenta de la responsividad a su versión ante­
rior, y a la distancia que el lenguaje hablado y escrito habían
viajado en el tiempo. Los años luz del lenguaje y de la sensi­
bilidad. . 'O

Finalmente, desde el punto de vista de lo social, la res­


ponsividad responsable para desarrollar la imaginación crea­
dora, que nos induzca a encontrar al Otro y lo Otro (lo que-
no-es-yo) en su libertad. Lo que significa, creo, que la mejor
relación dialógica es la libertad. Con lo dicho, me parece evi­
dente que una teoría literaria y una teoría hermenéutica son
inseparables de la crítica dialógica. El análisis dialógico com­
prende un método distinto, que tropieza con la lingüística y
la estilística: hace falta la comprensión del sentido socioideo-
lógico de las voces, y rastrear la distribución de las voces ideo­
lógicas del texto.
La crítica dialógica se apoya, para comenzar, en todo un
programa de lo que Bajtin llama “estética material” en el artí­
culo temprano “El problema del contenido, del material y de
la forma en la creación artística verbal” (1924), que induce a
comprender el acto cultural como una a-territorialización,

102
sobre fronteras que pasan por todas partes (31). Como hipó­
tesis heurística, el método incorpora además una teoría del
sujeto m últiple, como conjunto de “voces” axiológicas, incor­
poraciones de puntos de vista cognocitivo-éticos; un mundo
en proceso y cambio alejado de los universos estáticos coper-
nicanos. Finalmente, supone una concepción de la textualiza-
ción como red de envíos, pero sobre todo, en la actitud valo-
rativa ante el contenido asimilado.
La diferencia entre la dialogía y la intertextualidad (difundi­
da por Ju lia Kristeva como proceso dialógico), salta a la vista.
Bajtin es muy preciso y nos recuerda que todo arte -sobre todo
el más elevado- está lleno de reminiscencias, infidencias y tra­
diciones artísticas. Esta sería la “forma” -indiferente respecto
del contenido, mientras en la dialogía siempre interviene una
actitud axiológica (cognitiva-ética) que constituye el verdade­
ro contenido. La dialogía introduce siempre comprensión, y una
consideración de la absoluta Otredad entre las partes en diálo­
go. El texto dialógico se construye se correlaciona con la len­
gua y su horizonte ideológico y se contrapone a ellos, estruc­
turándose como un punto de vista otro, como una valoración
a otra, como un acento a otro. Son correlaciones de lenguas
literarias y horizontes, conjugaciones y contigüidades, en una
amalgama de valoraciones. Si el enunciado y el Sujeto del dis­
curso son dialógicos, todo texto es fundamentalmente dialógi­
co (porque está abierto a valoraciones e interpretaciones en el
futuro), pero no necesariamente tiene estructura díalógica. Hay
textos con vocación monoíógica (como he demostrado en otro
momento, analizando las cartas colombinas y las de de Amé-

103
rico Vespucio (o Prepucio cómo gusta corregirme Apolonia),
que aspiran a clausurar el significado (Zavala 1991b, 1992a,
1992b, 1993a, 1993b). Lo que resulta innegable es la posibi­
lidad de desarrollar análisis dialógicos de estos textos; de leer­
los a varias voces, re-actualizando ese pasado en nuestro pré­
sente. Acentuemos nuevamente que vamos de representación
en representación, alrededor de las que el mundo humano se
organiza, y que la estructura de la experiencia acumulada yace
y queda inscrita allí.
La dialogía no es sólo una forma de estructura textual, ni
se puede reducir aun concepto operativo, ni siquiera a la ope­
ración del lenguaje, más bien se puede articular desde la
estructura del lenguaje, según la cual se ordenan los elemen­
tos puestos en juego. Entonces, el proceso dialógico (como el
proceso de pensamiento, podría decirse) sólo nos es accesible
por el artificio de la palabra articulada; no existe fuera de estas
relaciones habladas (y la función de lo escrito), en que
escuchamos hablar, en que hay movimiento de la palabra: el
diálogo solo es posible situándose en la palabra. Todo el entra­
mado dialógico está asentado en una filosofía del lenguaje
(¥oloshinov/Baj tin E l marxismo y, la filosofía del lenguaje 1992)
como intrínsecamente heteroglósico, y el sujeto como inserto
siempre en relación de Otredad. Un sujeto que siempre está
abierto al diálogo, no por voluntad sino por fuerza (de seguir
esta analogía hasta sus lím ites, tendría que concluir que la
dialogía es semejante al discurso de la histeria en el que basa
Freud el psicoanálisis y que luego retoma Lacan).
Una estructura textual dialógica,, por tanto, contiene una
relación entre él signo y su intérprete, fundamentada en la
diferencia y akeridad de las partes. Todo este entramado filo­
sófico se apoya en uñ proceso de comunicación e inter­
pretación, que culmina con la noción del signo en relación de
Otredad, en la resistencia material al O tto , y por tanto, en la
noción clave que el significado no está dado de una vez y para
siempre en forma de una univocalidad estática, y que la
comunicación es un. proceso abierto sin garantía alguna de
definiciones teológicas o metafísicas o autónomas, fuera del
proceso comunicativo mismo (“Metodología de las ciencias
humanas”, én Estética ). Como consecuencia metodológica, el
texto requiere comprensión activa: lo que hellam adó respon-
sividad, o respuesta activa; el pasado (tradición), abierto a
futuras interpretaciones. - '

Angulos de una lectura dialógica


Existe un ángulo particular que para m í separa la crítica
dialógica de la tradicional (sea esta filológica, estructuralista,
formalista), que podría resumirse en la palabra inacabado o
inconcluso. Este problema de lo inacabado, de la inhabilidad de
los discursos por implementar o imponer un final o sutura (en
lenguaje film ico), obsede por igual a Bajtin, y de Freud, a
Heidegger, a W ittgenstein, a Derrida, a Lacan. Todos insisten
-desde supuestos distintos- en la imposibilidad de fijar Un
significado definitivo. Podríamos decir-que está obsesión
monológica es là utopía de los discursos autoritarios, de la In­
quisición, al colonialismo, al racismo, al fascismo, al hetero-
sexualismo. Entraña lo que Bajtin denomina “totalitarismo
semiótico”, “ideologismo” o formas de monologismo ideoló­
gico o monodia, que reducen el mundo a un conciencia única
y unitaria, a un solo punto de vista y a una única verdad. Lo
dialógico es inseparable del discurso, supone que nadie tiene
la últim a palabra, ni posee la verdad definitiva, pues cada
época y momento histórico (o contexto), trae su particular
punto de vista sobre el mundo, que en lenguaje bajtiniano se
denomina cronotopo. Comenzaremos por precisar el conjunto
de conceptos operativos y sus funciones en la poética que nos
permite captar lo imaginario social.
Las instituciones ,y prácticas discursivas (de las cuales la
crítica literaria forma parte desde el siglo X V III, al menos)
proponen que mediante los discursos se articulan cons­
trucciones y vínculos sociales, sujetos -p o r ejemplo, la cate­
goría de género sexual y/o de lo fem enino- mediante estereo­
tipos e identificaciones imaginarias en la práctica simbólica
que contribuyen a la reproducción y mantenimiento de lo
simbólico. Este problema puede recobrar su urgencia en la
práctica de la crítica, al mencionar los sistemas interpretati­
vos. La empresa de construir una hermenéutica “liberadora”
-podríamos decir-debe enfrentarse necesariamente con los
modelos tradicionales que reescriben o re-acentúan en términos
de relatos maestros con significados fijos que refractan la
dimensión de los pensamientos y proyectos colectivos.
El análisis del discurso, por tanto, se inicia con la conside­
ración básica de la eficacia material 0de lo que Pierre Bourdieu
(1986) llama “campo discursivo”, noción que nos remite al
espacio (arena bajtiniano) de la circulación discursiva en la

106
formación social; o dicho de otra forma, la lucha por el signo,
la lucha por la hegemonía semántica y su utopía monológica.
Este cierre és lo que hoy día se llam a relato maestro, gran rela­
to, código maestro o narrativa alegórica que se constituye como
significado a través de la historia, y hace que el discurso
devenga el propio referente de otros discursos. En La arqueo­
logía del saber (1969 en 1979), M . Foucault nos ha enseñado a
repensar las formaciones discursivas y su dominio de memoria y
de archivo, o de monumento del pasado ‘ que no dicen en
silencio sino lo que dicen” .
E l vigor del ángulo dialógico de lectura sería no solo poner
en duda esa cadena significante; el registro ético de la dialogía
permite articular aquello que es fundamentalmente válido y
aquello que a la vez lo cierra y permite palpar sus lím ites. Nos
plantea un nuevo problema: leer el reverso de la cultura, que
está en asonancia con la verdad, que está escondida pero tal vez
no esté ausente (y me dejo delizar por Lacan 1992:56-58). Se
trata de perseguir los actos fallidos, lo que se escapa; si el len­
guaje muestra los lím ites, pues en el mundo discursivo no hay
nada qüe sea todo, la. dialogía que nos propone Bajtin se
apoya en el hecho de que el empleo del lenguaje es reducido,
y que el discurso está vinculado con los intereses del sujeto;
Pero al mismo tiem po,*que las ideologías (valoraciones) se
completan, juegan, entran en conflicto con las fórmulas
comunes {habitus, topoi), van abriendo camino. La verdad,
entonces, es sin duda alguna inseparable de los efectos del
lenguaje como tales; no hay verdad fuera de lo que se enuncia
(aquí, incorporo a Nietzsche y a Lacan). La palabra que fun­
ciona en un contexto social es un signo: si no fuera un signo
sería un objeto físico (nos recurda Bajtin 1985). Su mera
observación es una actividad estéril, sin significado. Darle un
sentido im plica, por ejem plo, que el objeto concreto refiera a
una cosa diferente de sí mismo. De tal manera que las nocio­
nes de sujeto, de objeto, lo real, de género, no son evidencias,
sino elementos inseguros.

La historia literaria como dialogo y elkabitus


Pero volvamos a sobre ese todo el juego de enunciadores
m últiples -la heteroglosia textual- y cómo se reorganizan las
experiencias individuales y colectivas. E l cronotopo nos per­
mite percibir las formas de construir imágenes de mundo
para refrendar el habitus, e\ lugar com ún, la serie de fórmulas
comunes, o por el contrario, articular lo nuevo. Está claro,
entonces; que el texto literario es un representante; no se trata
de representación. Y si la literatura es el paso de lo real al
texto, los géneros discursivos están en relación directa con lo
real y aparecen de manera transformada y simulada en las
obras literarias. Si bien el género literario y el género discur­
sivo no son idénticos, tienen en común el tener locutores y
destinatarios reales (desarrolla este tema ante todo en Estética).;
Estos enunciados - y su cadena-nos permiten ver la contribu­
ción de cada autor en el debate público. Los géneros literarios
forman parte de los géneros discursivos, y el autor emplea
ambos en una relación tripartita con el tema y los lectores.
Hemos de recordar, entonces, que los enunciados no son entes
abstractos, sino eventos en el espacio y el tiem po, encuentros

108
entre conciencias. .Nombrar lo real equivale al proceso de
pasar el material por el horizonte ideológico.
Lo anteriormente expuesto nos permite examinar el papel
del sujeto como parte de un diálogo, y la cadena de enuncia­
dos que supone cada historia literaria, y las estrategias empe­
leadas para destruir los hábitos del lector y abrir un espacio,
para que lo exluido del discurso sea capaz de hablar. El térmi­
no de “formación discursiva” nos servirá de apoyo. Pasos
significativos en este sentido de fijar lo que después de
Foucault y Bajtin se conocen como “formaciones discursivas”
o “discurso social” se han presentado en la historia de la críti­
ca hispánica; baste señalar el análisis de José Antonio Maravall
(1986) de lo que llamaré la formación discursiva del picaro, en su
libro monumental, y desde otro punto de vista muy distinto,
la categoría operativa tradicional o código maestro de realismo
para definir los textos culturales hispánicos.
En este punto se unen m ultiplicidad de enunciados desde
el siglo X I X , entre los eriales no faltan ni Marcelino
Menéndez Pelayo ni Ramón Menéndez Pidal, que en un
conocidísimo texto -o código maestro- Los españoles en ladite-,
ratura (1949) inicia con la categoría operativa de realismo para
definir los textos literarios, y desde luego la sobriedad,, l a aus­
teridad ética y estética, que si bien comienza con la pregunta
retórica ¿hay caracteres perdurables?, encuentra que.algunos
sí, todos, desde luego, castellanos. A lgo después, contrapone el
espíritu sobrio y castellano de Francisco de Vitoria al inesta­
ble de Bartolomé Las Casas, rasgo que atribuye a su andalu­
cismo. En ambos casos, el código maestro está asentado en lo

109
que hoy conocemos como esencialismo genético. Lo que merece
la pena analizar es la formación discursiva castellano/Castilla
como rasgo de españolismo y qué proyecto histórico se legitim a
desde esta modernidad temprana con este imaginario totali­
zador, y el uso que las distintas hegemonías han hecho de esta
formación discursiva, las identidades e identificaciones, y las
posiciones de sujeto que ha conformado.
En sentido semejante - y lamentablemente- son los juicios
implícitos “ideológicos” sobre el “alma colectiva”, la “natu­
ralidad” frente “al artifició”, léxico binario y reductor con que
acompaña sus reconstrucciones arqueológicas del Romancero
(véase el recuento de Michael Nerlich (1986:62:81). Estas
ideas de “alma colectiva” o de “mesianismo histórico” como
unidades estables (y sincrónicas) de discursos de “verdad” nos
sugiere ahora que pueden reescribirse como un conflicto o
antagonismo entre sistemas discursivos o los discursos para
crear la entidad de castellano como la identidad homogénea.
Unamuno escribió páginas maestras intentando deconstruir el
casticismo, empleando, claro está, el lenguaje que su época le
puso a disposición. En tomo al casticismo debe leerse, al filo del
siglo X X I , como uno de los grandes experimentos para dialo-
gizar aquella formación discursiva, su arqueología y su archi­
vo (valiéndome de un vocabulario contemporáneo tomado de
Foucault, cf. Zavala 1991b). En lo que a m í toca, he podido
constatar que si se esta formación discursiva se origina con
Nebrija, tiene su asiento en las ediciones o anotaciones a la
obra de Garcilaso donde se fija la doxa pero también se inscri­
ben sus aporías (Zavala 1992c). Dicho de. otra manera: las for-

110
maçiones discursivas literarias, el canon nacional y las consti­
tuciones de sujeto nacional se constituyen simultáneamente, y
si bien aparentan ser formaciones distintas, son solo modali­
dades de un solo fenómeno discursivo. Sobran ejemplos, si
bien carecemos de análisis dialógicos rigurosos. La significa­
ción de este proceso narrativo es muy conocido, aunque no lo
hayamos comprendido lo suficiente.
Esta línea narrativa como sistema de interpretación inscri­
ta en los textos y en las valoraciones axiológicas nos han impe­
dido un puntual examen de las modalidades del realism,
código maestro que lo mismo se aplica al C id , que û La­
zarillo, o al Quijote, a Galdós y Clarín, pasando a los textos de
las vanguardias de nuestro siglo. Después de la Revolución
Rusa, se re-acentuó bajo el término englobador de “realismo
socialista” (estudiado por Régine Robin 1986), ya algo pasa­
do de moda. Lo que nos falta por examinar es la noción ope­
rativa misma de realismo, o' el campo de lo no discusivo a lo
discursivo, en la literatura considerada referencial y que forma
parte del relato maestro del liberalismo burgués. La ilusión o
apariencia de “realidad" ha sido objeto del escrutinio de
Roman Jakobson (“D u réalisme artistique” 1965) en sus in­
tersecciones con la “verosimilitud” (véase él núm. esp. de
Communications 11 [1968}). En dirección análoga lo retomó
Lázaro Carreter en 1969 (“El realismo como concepto crítico-
literario” en 1976), que hace un repaso dé los reparos y cui­
dados que hemos de tener con el concepto. Y , nadie puede
emplearlo a la ligera (como se solía hacer en el siglo X IX ) sin
comprender al mismo tiempo la formación discursiva y el
pasaje del mundo material exterior al texto. P. Hamoh (1973)
ha elaborado una pragmática útil que nos permite reflexionar
sobre el contenido epistemológico de un término tan mercu­
rial como este, y en fecha más reciente Jean Bessière (1989)
ha reunido un grupo de formulaciones sobre los “realismos” ,
donde establece finas distinciones entre el realismo como
antropología de lo real, el problema del referente, la tem­
poralidad, la representación.

L o ‘TedV’ y el realismo * '


Èn fecha recientísima, Darío Villanueva ha publicado un
libro -Teorías M realismo literario (1992), que despeja algunos
problemas teóricos sobre tan elusivo y peregrino término;'
Tómense, pues;, las observaciones que siguen como rastros
sobre la arena en mi lucha contra la rusticidad que caracteri­
za los estudios literarios. N o me anima otro propósito que .
sugerir toda suerte de deslealtades e infidelidades hacia tan
elusivo término, y proponer una serie de retorcimientos de
argumento contra Un realismo descontextualizado. A l mismo
tiempo, me guía el placer perverso de reciclar la mimesis sím-
plificadora al desnudo para provocar un irónico comentario
cultural sobre “lo real” y la “realidad”, en particular si repen­
samos los términos a la luz lacaniana: ló “real” significa loque
escapa siempre a las redes culturales y lingüísticas que deter­
minan “la realidad”.
Desde miras posfreudianas, H énaff (1980:158), avanza
una interesante demostración sobre el relato realista: supone
un mundo orgánico y ligado, un conjunto de comunicación

112
permanente, en la que los movimientos de los personajes son
el signo de continuidad interna de ese conjunto, de su per­
manencia en las mutaciones y las sorpresas. En síntesis ‘-que
la historia vale ante las conciencias, que se reúne bajo la auto­
ridad del sujeto. D e tal manera que tanto los personajes
(cuanto el autor) deben tener una memoria larga, porque de
olvidarse un detalle, vendría la disolución de la secuencia.
Esta tarea agotadora es lo que H egel, con; razón;, apuntaba
como la del esclavo y la dificultad de mantener el todo en la
unidad: <:■ ; - :
Pues bien (y remito a Darío Villanueva para una síntesis
de los contenidos pre-sicoanáli ticos del término), hablar de
realismo sin una visión clara del referente ni estará completa
ni será metodológicamente utilizable a menos que especifi­
quemos una distinción suplementaria entre varios tipos de
subtextos. Hemos supuesto que media con lo social y supone
una especie dé lugaf de la ideología t interviene m uy directa­
mente en el espacio oficial nacional (de estado nación) que le
sirve de reproducción, conmemoración y propagación. Es el
contexto óntko (el mundo exterior cotidiano) el que permite
modelar la clausura o la aperturaidéológica, deslizar las: exi­
gencias y posiciones irreconciliables de las clases antagónicas,
haciendo de los personajes algo así como vectores de los hábi­
tos mentales. Podemos dejar atrás ahora sus usos y repensarlo
en;el horizonte de lo social y en el contexto situacional que
encuadra cada memoria nacional/oficial, cada “sujeto de la
historia” que hoy podemos conocer mejor gracias a las leccio­
nes útiles de M ichel de Certeaü, Hayden W h ite, P. Veyne,

113
entre otros, que nos alertan contra las ficciones sobre el O tro,
las metaficciones para reescribir el pasado, las memorias.
Todo este zigzagueo por ,un conjunto de episodios me ha
permitido una significativa generalización nada definitiva.
Carecemos de una definición contextualizada del realismo; o,
dicho con mayor sencillez, nos falta replantear sin ingenuidad
una perspectiva que nos permita poner el acento en las formas
en que el discurso literario recurre a la transparencia de la len­
gua como vehículo de comunicación que celebra una com­
plicidad mayor con el lector para proyectar los valores y las
pasiones de una formación social. La clave sería entender las
formas narrativas -entre las cuales, no debemos excluir la his­
toriografía, si bien no es el momento de desarrollar este
punto- como modificaciones en las experiencias del sujeto,
como formas de emergencia de sujetos sociales. E l centro de
atención sería el pasaje de lo discursivo a lo textual; los meca­
nismos que la escritura con ilusión refcrencial toma al com
vertir la historia en objeto. De esta manera, el punto de par­
tida no sería la descripción inmanente del realismo, sino su
especificidad como realización simbólica de lo social en los
mecanismo del texto, sean estos textos historias de Indias,
crónicas o La vida de Lazarillo de Tomes, escritura que coexiste
con la famosa Brevísima relación de la destrucción de las Indias
(1552), que testifica y “narra” las vidas de los sujetos sociales
llamados “Indios” . Las contigüidades bajtinianas sin duda nos
permitirían desarrollar ambos géneros discursivos (como he
sugerido en otro lugar).
La operación crítica de estos fenómenos formales que çoe-

114
xisten en simultaneidad -historiografía indiana y vida pica­
resca- radicaría en analizar cómo se trabaja en distintas épo­
cas la “ilusión referencial” , permitiendo que penetre lo real
exterior al texto y de qué formas este se inserta, para crear dis­
tintas distancias de “verosim ilitud” . Hemos de recordar que
la estética realista es úna que responde a la mimesis, cuyo aná­
lisis más enriquecedor sigue siendo el de Erich Auerbach; es
decir, que es una estética obsesionada con la representación. El
reto significa no solo recontextualjzar el concepto, sitio tam­
bién analizar cómo opera el pasaje del discurso de las ideas a
la ficción, cómo este se inscribe en el texto; lo que Edmond
Cros y la sociocrítica en general llaman la “ideología
materializada” , la articulación discursiva donde lo real y lo
social vienen a plasmarse. La tem atologíá nos daría simple­
mente una validación, mientras que el método que sugiero
permitiría esbozar el suelo histórico que permite proyectar
desviaciones o asentamientos de las normas (los juicios de
valor) como un acto simbólico significativo para fijar identi­
dades o, por el contrario, problematizar las verdades axiológi-
cas. „
Como personaje ciertamente notable, Lázaro de Tormes,
por ejemplo, sería un locus histórico peculiar donde se exas­
pera y hace ambivalente el sistema de juicios éticos (el aparato
de la Inquisición, según Cros [1975] y Antonio Gómez -
Moriana [1985]), a la par que se constituye como tal un suje­
to social que testimonia su propia experiencia. Las Casas, en
cambio, se vale del realismo de sus testimonios para poner a
prueba las Certidumbres axiológicas (teológicas y ideológicas)

115
sobre el Otro que legitim aron el “altericidio” (por no decir
genocidio) eu las A ntillas, en la modernidad temprana.

Ideologema, cronotopo y otros términos


El pasaje de lo discursivo a lo textual y sus usos nos per­
mite comprender cómo se configura lo social en la ficción.
Claude Duchet ha elaborado el concepto de sociograma para
guiamos en esta dirección de lo que es en realidad, la media­
ción de lo social. En definitivia: toda poética reside en este pasa­
je del discurso de las ideas o discurso social a la ficción, de lo
que podríamos llamar nivel referencial al nivel de valor, del
mundo de la cultura al mundo sim bólico, al mundo de las
ideologías, al mundo de las mitologizaciones o ficciones de la
práctica individual que reinscribe, transforma y re-acentúa
todos estos índices -lo que Duchet llama sociograma que res­
ponde y se hace eco de lo que Bajtin define como ideologema.
Yo leo con este espíritu las páginas de Bajtin/Voloshinov
dedicadas a desarrollar este concepto que significa en concre­
to todo el mundo axiológico o de sistema de valores que pro­
yectan los textos. También -y por extensión- cómo el mate­
rial temático y los imaginarios sociales se realizan como pro­
yecciones ideológicas y lucha de clases.
El ideologema es así el'complejo conceptual que se proyecta
hbI imaginario social de los textos-al futuro. Se sigue de ello
que la misión interpretativa 'fis analizar los ideologemas (o en
términos de Duchet, SQCÍogramas),:contra la crítica inmapem:
te y esencialista, o la crítica tradicional temática apertrecha­
da en los temas (honor, muerte, amor). En cada momento his-
fótico él enunciado cambia e incorpora nuevos contenidos y
nuevas significaciones y sentidos. Los ideologemas se pueden
leer como inscripciones de los discursos antagónicos, de los
universos semánticos, que luchan y. polemizan en un momen­
to histórico preciso. Pueden leerse como formas ideológicas,
los proyectos de imaginarios, sociales que nos transmiten los
signos que, abiertos al futuro ^inconclusos- siguen emitien­
do sus mensajes simbólicos y anticipando otros proyectos,
creando memorias y definiendo sujetos.
U n ejemplo notable sería el ideologema del quijotismo, y
sus distintas re-apropiaciones, re-articulaciones y re-acen­
tuaciones. Pensemos sin más las legitimaciones diferentes
entre sí y sus transformaciones históricas: si para unos es el
texto de la tolerancia otros lo emplean para legitim ar discur­
sos que hoy llamaríamos reaccionarios e imperialistas. E l
ejemplo más notable es Angel Ganivet, que, en El. porvenir, de:
España entiende por empresa quijotesca o quijotismo “que­
darnos legalmente con cuanto se nos antojare” [de Africa} (en
Iffland 1990). Con semejante intención imperial y fascista ló
re-acentúa, hacia 1953 Juan Fernández Riquelm e, director de
la revista Indice, que.alude al Quijote como símbolo de la raza.
Por la década .de la Guerra C ivil M iguel Hernández re-acentúa
al C id , a un Quijote místico y a los Reyes Católicos y la Con-
quista con signos ambivalentes. Blas de Otero, a su vez, pole­
miza contra Hernández y su empleo de estos signos, re-acen­
tuados por y durante el fascismo y el franquismo (Zavala
1992e). E l significado y sentido son cuestión de contexto y de
usqs (buena lección bajtioiana).

117
Y , retomemos ese otro código maestro que es El lazarillo:
don Gregorio Marañón criticaba en el prólogo de la edición
de Austral (1940), la visión negativa de España que encon­
traba en el libro (esta edición fue suplantada por una nueva de
Víctor García de la Concha). Y para estos mismos años,
Ramón Ménendez Pidal se lanzaba adarga en mano contra Las
Casas y su responsabilidad en la “leyenda negra” . Ya he suge­
rido que las ediciones o el arte de las ediciones críticas son media­
ciones de lo social, que permiten regular, acotar y reducir los
códigos maestros de las culturas. En muchas ocasiones,- los
mediadores culturales (entre los cuales figuramos todos noso­
tros) ayudan a establecer y fortalecer los rasgos esencialistas de
los textos, para que los lectores (nosotros), formados por esos
textos maestros, nos sigamos reconociendo en ellos y repro­
duciendo sus alegorías sociales. Todo este problema, tan com­
plejo, nos sirve para al menos darnos cuenta que das socie­
dades inventan sus memorias, sus historias y sus pasados
colectivos, y que la labor de la crítica dialógica para historiar
los imaginarios sociales significa, a su vez, prestarle atención
a las ficciones teóricas y al dialogism de la crítica, donde se
revela en lo vivo la interlocución dialógica y la difícil separa­
ción entre el texto y el comentario, lo que se dice y .lo dicho:
el investigador siempre está presente.
Todos estos pasos por la lógica de los ideologemas, las
“voces” , la heteroglosia y las pugnas por los sentidos simbó­
licos de los textos culturales nos conducen al cronotopo: cada
memoria remite au n espacio/tiempo específico. En esta espe­
cie de autobiografía espiral quiero que advertir que este con­

118
cepto operativo no es un código maestro, si no un instrumen­
to de análisis para preguntarnos, una vez más, por el pasaje de
lo discursivo al texto, y cuánto aporta cada género al plano
epistemológico. En la poética dialógica sugerida por el
Círculo B ajtin, se concibe la comprensión como una especifi­
cidad situada en el tiempo y en un punto específico del espa­
cio (geografía, época histórica). Se proponen así una serie de
interrogantes que responden a preguntas específicas: quién,
qué, cuándo, cómo y dónde. Es decir, “el enunciado vivo” ,
que polemiza implícitam ente con las interpretaciones reduc-
tivas y heurísticas ahistóricas que contemporanizan los acon­
tecimientos y la naturaleza misma de los cambios culturales
en el mundo, desarrollados por la modernidad (palabra ambi­
valente, si las hay) y la tecnología.
El cronotopo nos deja el espacio abierto para una her­
menéutica “localizada” y “situada” en el tiempo y el espacio,
que implícitam ente polemiza con interpretaciones reducto-
ras. El cronotopo es el recipiente de los juicios de valor, de los
elementos axiológicos o actitudes evaluativas del observador.
Forma parte del proceso dialógico, que significa “pensar en
intersecciones” . Nunca el esto o aquello; lo uno o lo otro.
Siempre esto y aquello, o ambos/y. E l cronoptopo nos indica
las proporciones de Otredad, de exterioridad o “extrañamien­
to” (empleando un término caro a Unamuno) y los mundos de
valores y valoraciones.
Estos pasos nos conducen a lo heterogéneo contra lo homogé­
neo, o lo dialógico frente al “totalitarismo semiótico”. Todo
ello desplaza las viejas discusiones sobre el estatuto de la

119
literatura como ficción, como obra de imaginación, y nos per­
mite repensar los signos culturales como un vasto universo
donde se organizan los diferentes discursos (micro-discursos) y
representaciones que nos determinan, que nos interpelan, qué
nos identifican, que nos imaginan. Lo heterogéneo nos condu­
ce a todo un mundo heurístico: las representaciones colectivas,
las ideologías, las mentalidades, la historia cultural en sus con­
creciones, transformaciones y proyecciones al futuro. Las
“voces”, los “discursos” -todo el mundo de la oralidad y de lo
escrito, o del logocentrismo y el escriptocentrismo que nos
antecede y nos rodea. Loque Baj tin llama “lo dado” y lo “crea­
do” (en relación tripartita, pues el mundo bajtiniano no es
maniqueo), y los discursos que nos transforman. En particular,
en culturas como las nuestras, tan “literaturizadas” , con tanto
respeto a la palabra escrita y a la exegesis.
El cronotopo nos lleva de la mano al carnaval y a la carna-
valización, y todo su micro-universo de valoraciones, de posi­
bilidades de traspasar las fronteras impuestas por las jerarquí­
as y sus amplias redes de marginaciones y silencios'. La vida
social de la palabra se traslada a l espacio público; alas plazas,
al aire fresco de lo abierto. El “lenguaje ocupado” por los sig­
nos del poder se libera, en colectividad: en-un vasto; “noso­
tros”. Es la gran fiesta utópica de las igualdades y el demoro-
namiento de las gazmoñerías sociales; como cronotopo, vuel­
ve, se re-acentúa, se apropia, se transforma, Si bien parientes;
poco tienen ya en común el carnaval medieval con el festín
carnavalizado renacentista (pienso en El Quijote), o la carnavk*
lización de Juan Goytisolo, o la carnaValización de Luis Palés

120
Matos o Nicolás G uillén en el Caribe, Tampoco se pueden
interpretar de la misma forma el humor carnavalesco de la
picaresca; hay todo un mundo de sentidos diferentes entre El
Lazarillo y el empleo que hace Quevedo del mismo hronoto-
po en E l Buscón. Una vez más: importa el uso que se hace del
cronotopo, su re-actualización valorativa.

Otras distinciones
En este mismo horizonte, distingamos con finezas barro­
cas entre la ambivalencia y la ambigüedad: mientras la primera
establece la contigüidad, la coexistencia de significados, la
segunda remite a la opacidad de la lengua, su no transparen­
cia. Es necesario prestar atención a la retórica estratégica de
Bajtin que privilegia el punto de vista de la ambivalencia y lo
dialógico -palabras bivotales ambas- movilizando non libertad
e irreverencia sus préstamos, transponiéndolos en contrabando,
se podría decir. La ambivalencia, en la vida colectiva cultural,
equivale al mundo del carnaval, y la dialogía ambivalente en la
voz interior de la psique, se liga a la responsabilidad, la deuda
y la culpabilidad en su análisis de Dostoievski (1979 en 1988),
en particular Elhmbre del subsueloy. su palabra bivocal con esca­
patoria. Texto donde, además, B ajtin construye una metalin-
gúística o translingística para estudiar la vida de las palabras
desde el ángulo dialógico (1988:253), por un lado cuando dos
juicios se distribuyen entre dos,diferentes enunciados de dos
sujetos diversos; y de otro lado la palabra, bivocal que puede
percibirse en un mismo enunciado. Distingam os asimismo
entre la' dialogía abierta al futuro, y el texto abierto al que

121
remiten los posestructuralistas, como característica de la mo­
dernidad (por ejemplo Kristeva, Umberto Eco), que a su vez,
entienden por ambivalencia una categoría epistemológica, un
juicio valorativo ideológico.
Claro que todo este universo de signos -este imaginario
social inscrito en los textos- se reconstruye interpretando las
reducciones, cortes,' cesuras, elisiones, ausencias, silencios. Una
crítica dialógica nos permite reconocer las versiones que com­
piten o luchan para legitim ar su propio imaginario social o
proyecto de futuro, que claro, conduce a los problemas de
apropiación y re-acentuación de los discursos. Sirvan de casos
ejemplares las re-acentuaciones de la picaresca que emiten
imaginarios sociales contrapuestos y programas políticos dis­
tintos, o la lucha por el signo que representó el modernis-
mo/modernidad finisecular. N o son los únicos; también
Cervantes hubo de luchar por legitim ar su imaginario social
frente a las apropiaciones de alguno de sus contemporáneos
(Zavala 1992d). '
Y no quiero dejar de lado la llamada música popular -y a
he sugerido en mis ficciones críticas que el bolero caribe es la
zona de encuentro de las exquisitices sensoriales de la lírica
erótica occidental y del discurso más popularizado que se
acompaña al ritmo de la guitarra o el piano. Este bolero que
tiene el origen de sus palabras amorosas en la lírica se va
haciendo cada vez más criollo (se mezcla, se hace mestizo) y
comienza a cobrar importancia en determinados sectores
sociales. N o menos fronterizo que el danzón, que tiene su ori­
gen en danzas francesas e inglesas y llegó a Cuba con la emi­

122
gración haitiana. Si no tan popular como el son, tiene formas
tan rebuscadas en cuanto a su estructura como rebuscada es la
lengua amatoria del bolero. Bajtin nos permite valorar este
entramado; subrayo que Bajtin es un instrumento que per­
mite descubir el diálogo y la lucha por el signo, por lo sim­
bólico y hasta por lo icónico. Nos saca de la quietud, revuel­
ve las figuras, descompone y ordena los objetos laberínticos
de las culturas que coexisten. Abre los jardines cerrados a los
ámbitos de las tensiones, sorteando los silencios y posando en
los simulacros una ligera transparencia, que nos permite (al
menos así lo creo) llegar al recinto propio, al sujeto. De ahí
que nos abra las compuertas para escapar de las mallas de lo
que fija y cierra y concluye (en mi caso particular ya he dicho
que resulta indispensable para sentarnos a mirar el enorme
agujero de los neocolonialism's y neoimperialismos), mien­
tras nos permite contemplar el cráter de la mortífera alegría
que celebra el no conformismo malicioso, y también feliz. El
texto carnvalizado -sugiero-nos abre el espacio de los lugares
prohibidos para el sujeto nácional, los recintos del underground
self (o yo cladestino y subterráneo, en frase bajtiniana); per­
mite el signo de la otredád anómala, paradójica que perturba
la naturaleza nacional, las identidades fijas de patria, las defi­
niciones estrechas de erotismo o sexualidad.
El reciclaje, la re-acentuación permiten profanar las vacas
sagradas; al menos nos ayudan a demoler templos, altares y
comisarías. Y ya dejando de lado mi escritura burlesca, el
reciclaje y la simultaneidad sin fronteras no es sólo un estí­
mulo para la teorías, sino su consecuencia. En este puntó;

123
razón no le falta a Tony Bennet (1979) que alude a las re­
producciones y reposiciones de los textos, o a John Frow
(1988) que sugiere que cada texto está mateado por una tem­
poralidad m últiple: el tiempo de producción,y el de recepción
y que el movimiento lateral entre sistemas produce nuevos
textos. Re-acentuado con las mías unas palabras bájtinianas:
que los textos que siguen emitiendo su imaginario social dia­
lógico dejaron una serie de preguntas abiertas al futuro.
Y bien; esta reestructuración nos enfrenta no a respuestas
o soluciones inmedian tas, sino más bien a identificar y reco­
nocer las relaciones éntre las “voces” endos textos; “voces” que
sé deben entender como articulaciones de valor o axiológicas
que, como consecuencia, incorporan el tiempo y el espacio en
su simultaneidad e inseparabilidad. Quiero repetir, sin embar­
go, que las “voces” bajtinianas o “lo intertextual” en Bajtin no
remite al sistema de citaciones directas o indirectas, en pole-:
mica o acuerdo -which is the stuff que articula los textos cultu­
rales: palimpsésticos (en todos los grados de textualización que
Gérard Genette [1982} ha desarrollado). Las “voces” bajtinia­
nas deben entenderse en un sentido muy preciso: la relación
dinámica entre prácticas signficantes, y las posiciones de suje­
to inscritas en los enunciados. O , dicho de otro modo, la rela­
ción entre la producción de sentidos, donde el sentido y el
significádo se entienden'como formas de articular valores; Lo
que propongo, ayudada por Bajtin, es una teoría y crítica cul­
tural y literaria que desmonte las consecuencias culturales y
políticas de determinados usos del lenguaje, de las tex-
tualizaciones del cuerpo, dé los temas e imágenes. E l punto

124
de vista de tai análisis es semiótico y político (no temático).
El acento que he puesto en una poética social dialógica
para analizar los imaginarios sociales -s i bien con rodeos;
elipsis, y circunloquios—nos permitirá releer las hegemonías
que luchan contra la diversidad; las reapropiaciones, silencios,
marginaciohes, subordinaciones y dominaciones que supone
-en la arena social- silenciar la heteroglosia, la heterogenei­
dad, lo O tro, la “diferencia”, al mismo tiempo que nos per­
mitirá ver los constructos generados para imponer homeniza-
ciones, universalizaciones e igualdades domesticadas. Y ¿para
qué, y por qué? de este proyecto; solo es operativo si pensa­
mos que los individuos somos discursos y que las operaciones
discursivas tejen las mallas de la formación y consolidación de
los sujetos sociales y sus identidades e identificaciones.
Entonces, lo que para m í plantea la poética bajtiana es la res­
ponsabilidad de asumir el lenguaje. O dicho de manera mucho
más clara: nos invita a re-pensar y articular un, discurso críti­
co fundado en una epistemología no dóxica ñi kxioiógka, sino
de responsabilidad y responsividad respecto a la diversidad y
heterogeneidad’ sociocultural. Este últim o punto es particu­
larmente importante en un espacio, como la penísula ibérica,
donde coexisten sin fronteras la diversidad y la heterogeneidad
culturales y lingüísticas. Nos invita a hacer hablar la plurali­
dad contra el canibalismo de la voz única y la cultura Unita­
ria y totalizadora.: "
Lo que nos puede animar al proyecto, en todo caso, es que
en la poética social de responsividad, el sujeto -U d s ., el texto;,,
y y o - nos reconocemos como constructos imaginarios y rea-

125
Ies, donde circulan y se materializan los textos del pasado, los
discursos sociales, interpelándonos a “hacernos nuestra pro­
pia novela” (que diría el gran dialógico que fue don M iguel
de Unamuno), o nuestro propio relato. Es ser y estar en el
mundo y el otro, todo en un vasto y/con; más que comprender
el mundo y la sociabilidad como lo otro. N o lo “ancho y ajeno”,
ni la apropiación y la violencia monológica que sustituye mi
experiencia por la suya en el festín canibalístico de los apa­
rentes vencedores. Esta antropofagia encaminada a crear suje­
tos subalternos y colonizados (domesticados) la conozco como
mujer y como ciudadana de un mundo colonial que forma
parte del Tercer Mundo. En el mundo “posmoderno” actual,
lo que propongo es una práctica crítica y teórica que nos
ayude a dar forma a nuevos saberes y la posibilidad de una
teoría del desarrollo que recree la realidad y reinvente la cul­
tura. N o hago sino parafrasearme para decir de miles formas
lo mismo: una espistemología responsable.
Sugiero, de forma tortuosa y oblicua, que no existe una
crítica ni una teoría que no aspire a abrir un espacio en el cual
las contradicciones de un texto nos revelen algo de su cons­
titución y de sus fundamentos. Que no basta una relectura
que se contente en indicar un significado u otro; que con­
tradicciones y ambivalencias indican en la materialidad del
texto la inscripción de valores y el deseo. En definitiva: lo que
nos propone la dialogía es a autorizarnos o aurorarnos a noso­
tros mismos de acuerdo a axiologías que permitan el fluir de
lo heterogéneo y de lo Otro.

126
IV
IN T E R P R E T A R ^ SO SP E C H A R .
C Ó M O LEER SIN IN G E N U ID A D LO S T E X T O S

En un texto clásico, Pierre Macherey (Pour une théorie de la


production littéraire) sugiere que interpretar -en su sentido más
tradicional- significa “descubrir” , “revelar” , “liberar un secre­
to”. Esos son, continúa Macherey, los principios de la crítica
inmanente (es decir, aquella que designa un acercamiento al
texto literario que pretende explicarlo por sí y en sí mismo,
sin insertarlo a una estructura explicativa más amplia).
Connota a su vez, lo que también se conoce como crítica gené­
tica y esencialista, que reconoce en los textos un sentido único
y autorizado.
Nada más lejano a este método empírico que la “lectura de
suspicacias” o de “sospecha* que planteo, donde el crítico
(exégeta, hermeneuta) se fija, sobre todo, en los campos de /
conflictos, en las estrategias, e intenta medir la distancia que
separa los diferentes y contradictorios sentidos de los textos:
La lectura no solicita del texto una falsa homogeneizáción o
simplificación que aspira a una unidad aparente de sentido,

127
sino que busca la presencia o los trazos de los relatos silencia-
ue se ins­
criben por medio de una alreridad, que media entre el texto
y el lector, y que opera desde los márgenes/^Es decir, se trata
de problematizar las “verdades” o las “ficciones” o las “men­
tiras” que los textos proclam an, mediante sus signos
ambivalentes, y de subvertir sistemáticamente las jerarquías
sin perder la lucidez ni la conciencia de la imposibilidad de
trascender las oposiciones o las diferencias para sentarnos
cómodamente en el reino de los valores absolutos.
Aludo, sin duda, a una lectura dialógica (de “sospecha”) en
la cual el intérprete está presente, presencia que nos obliga a
pensar en la crítica literaria como un campo de batalla, donde
se emiten verdades y valores sobre el mundo. Esta presencia
(que es la nuestra) nos obliga a sospechar de un lenguaje que
se autodefina como neutro y sin valoraciones. Leer desde den­
tro supone interpretar en el canon lo que este lleva inscrito
como polémica o aceptación del mundo patriarcal: llámese a
este mundo patriarcal o eurocéutrico. Una lectura dialógica
incluye tanto la valoración cuanto la respuesta. Se trata, y ya
lo he sugerido en varias ocasiones,, de sospechar de las verda­
des o “ficciones” o las mentiras que los textos, emiten median-
•te signos ambivalentes, y de subvertir sistemáticamente las
jerarquías con la más lúcida conciencia de la imposibilidad de
trascender las oposiciones o las diferencias inscritas en los tex­
tos,, para arrellanarnos en el reino de los valores absolutos.
Interpretar es una digresión creativa sobre los relatosjnaes-
tros, y la interpretación dialógica que sugiero aspira intentar.
elaborar un proyecto que cuestione el peso unívoco de la tra-
dición, y rescatar el tropel indefinido de historias simultáne­
amente posibles en aquellas culturas donde lo heterogéneo,y
la alteridad se temen como una amenaza. Una lectura dialó­
gica supone, entonces, examinar los valores referenciales, leer
al trasluz del vocabulario opresivo y excluyeme, la voz o las
voces del objeto marginado y silenciado.
Con todo lo dicho, conviene ahora plantear un par de tras­
tornos cíclicos, para problematizar mis propias premisas.
Pensemos en un par de monumentos textuales (término sobre
el cual volveremos) y comencemos a ejercer la sospecha. Pablo
Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y un
poema clásico “el num. 15, “Me gustas cuando callas”. Una
lectura inmanente (la ejemplar de Amado Alonso) acepta el
mundo de lo “dado” del texto: el énfasis romántico de. conce­
bir el lenguaje como evento inaugural de un mundo históri­
co y el alcance oncológicamente fundante del lenguaje poéti­
co. En una lectura de sospecha, el proceso interpretativo, el
proceso de desenmascaramiento sacaría a la luz que en esta
ontología y trascendencia, lo femenino se representa como
mudez, como acceso a la trascendencia, y como modelo de
acceso a la verdad. Si aceptamos que no se da ninguna activi­
dad metaforizante que se sustraiga del juego de fuerzas, cabe
descubrir que el sistema metafórico elegido como canónico,
liga a Neruda a aquella noción de sujeto romántico como
héroe del deseo, de tal manera que resuelve la tensión entre el
código poético y el yo lírico centrando el código poético en
una unión trascendente. , ■
La voz lírica y el código poético que le sirven de apoyo (el
çontexto que va del petrarquismo a Baudelaire) le permiten al
poeta habitar la isla unitaria de la poesía. El sujeto nerudiano
se transforma, por medio del poema, y se sitúa en un espacio
trascedente donde el ser, la poesía y el mundo se fusionan, Efi
el silencio del yo ausente, el ser y el mundo, la voz lírica y la
poesía, forman una unidad indisoluble. En la ontología radi­
cal hermenéutica que les propongo, se pone de relieve justa­
mente la noción metafísica del sujeto patriarcal entendido
corno unidad y centro de valores morales y metafíisicos, deter­
minados por las relaciones sociales de dominio. Queda así
claro que este sujeto centrado se concibe como una estructu­
ra fija , garantizada, esencial, y que ésta articula el lenguaje
del patriarcado.
Otro tanto podríamos decir de Bécquer -la famosa rima
“Poesía eres tu’—-, donde además la esencia de la poesía le otor­
ga al lenguaje un estatuto privilegiado de acceso inmediato al
ser, y el yo lírico se elabora como laboratorio de discursos sobre
el “yo” nacional y colectivo. Quede para otro momento el ana­
lizar los textos becquerianos.
Si pasamos a otro género literario, constatemos las lectu­
ras unitarias y homogéneas de La de Bringas de Galdós (si bien
no es la única) como estudio social, centrado en la corrupción
moral de Rosalía Pipaón, la esposa del pequeño burócrata
Francisco B ringas- el “quiero y no puedo” o “el ser y parecer”
de la pequeña burguesía citadina. En mi lectura de sospecha,
lo que encontramos es una serie de deslizamientos y referen­
cias que enlazan el lenguaje a la moda, al dinero, a la sexuali­
dad. Y , además, que uno de los centros de irradiación es él
cuerpo^ y el poder y la función del patriarcado que finalmen­
te “domestican” la identidad de la mujer reduciéndola a espo­
sa, hija, hermana o amante sacrificada. Es decir, qué el maes­
tro y padre del realismo liberal decimonónico proyecta “él
control de la señora” o una reducción y domesticación de las
posiciones de sujeto y, ah final, como sabemos, no solo se la
hum illa moralmente (la frivolidad sexual de conquistador
satisfecho del Pez), sino que termina como “aína convertida
en criada” en casa de su inferior socialmente, ¡Refugio. A lgo
semejante (incluso más preciso) propone una lectura de “sos­
pecha” o lectura dialógica de Fortunata y Jacinta, con su cuer­
po proletario, concierto de voces, de señales, de Signos.
Finalmente, tomo el momento crítico de 1543 ÿ 1569
para leer la edición de la poesía del m ilitar poeta Garcilaso de
la Vega (los sonetos amorosos que difuminaron el petrarquis-
mo en lengua castellana), como un intento concertado de
crear el discurso unitario, homogéneo y totalizador de un
estado universalista que aspira a constituir y articular una
lengua cultural nacional y hegemónica: el castellano. Boscán
salió perdiendo en la empresa.
La edición de Garcilaso no sé puede leer solo como un pro­
blema técnico de poéticas al uso, sino como una sistemática
conceptualización deh estado imperial moderno, m ilitante y
triunfante, que refuerza sus orígenes en la herencia y tradición
del mundo clásico romano imperial. ,
En los tres casos (y medio) que he mencionado lo que pro­
pongo como punto de suspicacia és la función práctica y la

131
función ideológica que tienen los textos pata revalorar la
herencia textual en formas utilizables. Y cómo4o$L moriu?
mentós o textos ó relatos maestras -e l canon- llevan inscritos
reescrituras y revaloraciones de nuestra memoria colectiva y
de nuestras fantasías colectivas sobre la historia, la realidad y
lo^ôcia^D jcho lo cual, es evidente* que no podemos leer los
tm o T s in preguntarles qué fotutos colectivos proyectan*.
Todo ños conduce a reflexionar sobre qué sea la literatura, y
ya no caben dudas de que existe un conjunto de actividades
diversas que las sociedades y culturas llaman literatura. Es
decir, que no es “esencia”, que ño es Un objeto “inmanente”,
signo* paradoja, ambigüedad ó/ente fluido” , sino una insti­
tución social. En tal sentido se ocupa de este objeto empírico
la sociología literaria, qüe rechaza los contenidos y las
valoraciones de las obras literarias. Lo que ahora vamos cono­
ciendo mejor Ccwfío canon: és decir, qué toda evaluación litera­
ria -lo que sea buena literatura, un clásico, o lo considerado
mala literatura- no es simplemente un aspecto formal de la
crítica académica {nosotros, que somos mediadores}- sino
una compleja red de actividades sociales y culturales, que se
revelan además de en las relaciones de poder existentes den­
tro de una comunidad determinada, en SU enfrentamiento con
otras sociedades. La explicación proviene de Barbara
Herrstein-Sm ith '
consecuencia\inmediata de todo ello és analizar él texto
literario como discurso, v el t
que conserva el discurso social escrito. Lá literatura sé conci­
be como campo de actividad, que se institucionaliza, y tiene
por objetivo la conservación y transmisión de los saberes y
memorias colectivas, si bien, todo ello es privativo de los grp-
pos sociales hegemónicos o dominantes. Muchos monumen­
tos del pasado adquiere importancia en la sociedad moderna,
que exige un uso particular de los textos, mediante un proce­
so de monumentalización instaurado por el sistema educati­
vo. Esta forma de conservación se denomina texto cultural, que
se construye a partir de una-m ultitud de citaciones intertex­
tuales, referencias, ecos y lenguajes culturales, y que se actuar
liza a través de la colaboración del lector. Es decir, el texto
como una red semiótica. A sí pues, es un tipo de discurso que
produce la organización cultural mediante signos que á su vez
re-producen y proyectan ideologías y sistemas ideológicos.
El concepto de ideología lo introdujo Antoine Destutt de
Tracy a principios del siglo X I X , con el significado de “ciencia
de las ideas,” y con un sentido valorativo. Está ligado al com
cepto de sociología (de alguna manera), nombré con el que
Auguste Comte bautizó en 1836 la nueva ciencia como estudio
de los hechos sociales. En adelante, otros -entre los que figuran
Emile Durkheim, Marx y Tocqueville-han trazado teorías de
los social en relación con los signos ideológicos.
Durkheim (1858-1917) se centró en los fenómenos socia­
les desde el punto de vista de la conciencia moral individual;
es decir, úna noción de conciencia colectiva, opuesta,, por
completo, a la marxista de conciencia de clase. Y más impor­
tante aún, para él la especificidad del hecho social se diferen­
cia por completo del hecho económico, afirmando asimismo
que existe una solidaridad -m ecánica en ciertas sociedades •
primitivas ó arcaicas y orgánicas, caracterizada por la adhe­
sión consciente de los individuos a la función que a cada cual
corresponde en cuerpo social. Además, propuso que la socie­
dad es un todo homogéneo (todo ello, como veremos, forma
parte del discurso liberal con su sujeto unitario burgués y su
semiosis social encaminada a igualar o reducir las diferencias).
Quizá dicho de mejor forma: estas encarnaciones hegemó-
nicas son proyecciones del positivismo y del liberalismo clá­
sico, en su afán de construir uña totalidad histórica, lo cual
im plica necesariamente aislar y privilegiar uno de los ele­
mentos dentro de esa totalidad, de manera que el elemento en
cuestión -estructura política, creencia- se convierta en códi­
go maestro capaz de explicar los rasgos del todo. Esto signifir
ca pura y simplemente, que en cuanto miembro de la colecti­
vidad, la concepción de la realidad del individuo coincide con
el sistema dé valores de su colectividad, digamos, de lo hege-
mónico. Quiero que retengamos este punto: la homogeneiza-
ción de la sociedad, la coincidencia de valores culturales y
Sociales, y el dominio socioeconómico sobre la producción
cultural. Lo interesante es que, en el caso de Durkheim , el
simbolismo religioso era una confirmación de la comunidad
humana orgánica.
Desde entonces, la historia de la sociología ha recorrido
muchos caminos hasta llegar a los estudios de Max Weber,
que recurre -en lo que denomina sociología comprensiva- a
los métodos propios de las ciencias humanas. Para Weber el
desarrollo humano está ligado al desarrollo de la razón o la
dinámica de la racionalización (en España, José Antonio

134
Marvall es fiel seguidor del proceso de racionalización pro­
puesto por Weber, en particular léanse sus estudios sobre los
siglos X V I, X V II y X V III). Lukács retradujo el término co­
mo cosificación, mediante las cuales las formas sociales, las
relaciones humanas, los acontecimientos culturales y hasta los
sistemas religiosos se fragmentan. Esto significa que los obje­
tos (el texto literario por ejemplo) se transforman en el pro­
ducto de un proceso dé abstracción v racionalización, y se
reorganizan como fines en sí mismo, (la llamada autonomía
del arte).
A lgo después cobró importancia lo que se conocen como
la Escuela de Francfort y la teoría crítica (en particular, Max
Horkheimer, Teodoro W Adorno, Herbert Marcuse, y Leo
Lowenthal). Estamos en la fecha coyuntural de los 1930, que
significa, y es archiconocido, el estallido de la II Guerra M un­
dial y, claro está, la Guerra C iv il española. Por entonces, León
Trostky insistía que todos los enunciados (que decimos hoy, si
bien él escribió palabras) incluyendo la literatura eran som­
bras vanas y pálidas de las acciones humanas en el mundo real
de la historia y las fuerzas socioeconómicas. Contra todo ello
se levantaron la Escuela de Praga y el Formalismo ruso, que
vamos conociendo hoy mejor a partir de traducciones: es
decir, Eikhenbaum, Shlovsky, Tynyanov, T itunik, Mukarovs-
k i. Lo que parece evidente es que la sociología de la. literatu­
ra se vino identificando con el marxismo, que hoy llamaría-?
mos economicista. La literatura como reflejo de fuerzas socio­
económicas; en síntesis, consiste en darle una autonomía y
una historia propia las producciones significantes y conside-

135
rarlas como “reflejo de estructuras socio-históricas” (los
importantes textos de Georgy Lukács, Lucien Goldm ann,
Louis Althusser, por mencionar los más conocidos). La ten­
dencia ha sido de sobreestimar el determinismo de la instan­
cia económica, reduciendo la producción cultural a una
“superestructura”, o a un puro reflejo de la base económica.
De esta década provienen algunos de los textos fundamenta­
les deuterocanónicos de B ajtin, que antes se había llamado (y
lo tomo como sinécdoque), el Círculo Bajtin -M evedev y
Voloshinov- cuya propuesta es distinta, si bien se ha dado en
llamar equivocadamente la poética de Bajtin una poética
sociológica.
. El problema práctico de la sociología literaria o sociología
de la literatura es establecer las relaciones entre literatura y
sociedad; relaciones que comenzaron a plantearse durante el
final del siglo X V III y sobre todo durante el siglo X I X , N b
deja de tener interés que el concepto de literatura, como ins^
titución, surgiera por entonces; pero además que uno de los
pilares del Rom anticismo, M m e. de Staël, esbozó tales rela­
ciones en suX)!oto,Sobre la literatura .considerada en sus relacioms,
con las instituciones sociales (180QX E í tema preocupó a muchos
pensadores, desde diversos puntos de vista: cabe recordar el
famoso artículo de Larra “Literatura”, y los planteamientos
diversos sobre la función de la literatura en la vida social
desde distintas ópticas: :1a iglesia, los partidos políticos.
Este extenso recorrido nos permite afirmar que, en senti-
■ o

do am plio, ideología significa el conjunto de ideas y valores


que rigen un comportamiento organizado, y que lo qüe lia-
mamos literatura sería la proyección imaginaria, mediante un
discurso siempre trópico o1retórico, de esas mismas ideas y
valores./Las organizaciones culturales se conciben así como
formas, estilos y lenguajes para proyectar lo imaginario^La
lectura de sospecha cree necesario desmontar los metarrelatos
que se inscriben en los procesos de constitución textual; de
esa manera los 'textos aparece en su función práctica, .como,
agentes productores de -la realidad que participan en las
luchas por el dominio de “lo real”i
Ahora conviene una digresión; este es el marco de referen­
cia en que debe tomar propiamente lugar la sociología de la
literatura. Y ahora retomemos a Pierre Macheray, y su Para
una teoría de: la producción literaria, donde cuestiona el status
del texto literario como objeto aislado, y del campo en el cual
o con el cual este artefacto se constituye o cobra sentido. De
esta manera, el texto es más o menos un dominio fijo, y huel­
ga decir que significa que el - objeto de conocimiento -é l
texto- existe de manera independiente .0 autónoma del dis­
curso que lo construye. En otras palabras (y en esto es seme­
jante a Terry Eagleton), que la producción textual se entien­
de como ,el trabajo de transformación que sufre el material de
valores ideológicos, incluyendo las'ideas estéticas qué gobier­
nan los lím ites de la producción textual. La literatura es,
pues, una institución dentro de la ideología y una. práctica
que la separa de la ideología, puesto que pueden cambiar la
función ideológica, La dimensión valor, o axiología que pro­
duce el discurso literario no se puede ni equiparar con los
valores ideológicos ni verse como una forma de trascendencia
de la ideología. Se entiende el texto cortio un proceso de rup­
turas y contradicciones internas; la especificidad del discurso
literario radica en la ambivalencia epistemológica en la cual
enuncia los discursos ideológicos que son a la vez su objeto y
sus lím ites.
De acuerdo con Macherey, esto se marca a través de la
inscripción de una “otredad” o “alteridad” en el texto, me­
diante la cual mantiene una relación con lo que no es, y que
ocurre en sus márgenes. Todo esto -veremos ahora- nos pone
de manifiesto la importancia del psicoanálisis lacaniano en la
sociología literaria, y en la sociología del pensamiento. Es
decir, que todo discurso literario y científico está atravesado
en estos momentos por una serié de términos lacanianos: lo
imaginario, lo sim bólico, lo ‘real’ o la alteridad radical del
discurso (remito al suscinto diccionario de Marc Angenot
1979). Volviendo a Macherey, su importancia ha sido ayudar­
nos a desembarazarnos de una serie de limitaciones: insiste en
el “efecto de realidad” en la representación literaria, lejos de
reflejar lo real de la sociedad (como en la epistemología
mimética de Lukács, por ejemplo), da más bien una sensación
o “vivencia”, mediatizada por el deseo (E.Balibar, Macherey
1974). Es pues una forma de experimentar lo real, confirma o
problematiza la relación del sujeto con lo real; articula un
espacio social ficticio, im aginario, capaz de producir en el lec­
tor una serie de sensaciones e identificaciones.
El texto se concibe así de forma distinta: como un signo
o
verbal que establece relaciones mediante los mecanismo de
producción y recepción activa, que permiten m últiples lectu-

138
ras intersectivas de textos utilizando, diferentes tipos de len­
guaje. Los procesos de lectura resulta de una forma de visión
“háptica” (del vocablo griego “haptikos”, que significa “capaz
de comprensión”), frente a la óptica, que apenas roza lo lineal y
superficial (la distinción en español entre “mirar” y “ver”). La
háptica es una lectura o visión epistémica, la que va al fondo
I lIIiIIUTT— Til l|'tlt ' Oí [ ' * '

(Gendelman 1986). Elltexto es un signo entendido como p r o - .


ceso y no como producto acabado; es la materia prima para
elaborar u n a lm e d F ïïc a o n e so relatos que el lector constru- ^ ‘ 1 ‘
ye. En este sentido la transtextualidacl actúa dentro del pro­
ceso de construcción, y con él todos los procesos de textuali-
dad y textualización sobre los cuales volveremos.
Este es el objeto de nuestra “mirada” y el resultado de
“escuchar” las voces que “chillan”, para abordar los fenóme­
nos fundamentales de lo aceptado como norma. La interpre­
tación no es un analogon de la realidad, sino muy otra cosa. Se
trata, en definitiva, de sospechar de los relatos maestros, de
los significados y sentidos inscritos -casi diría qüe tatua­
dos-en los textos culturales. Entre los grandes relatos o los
relatos maestros, se han ido debatiendo y transformando la
idea de texto, de sujeto, de autor como visiones fetichistas y
unitarias. De tal forma que la “muerte del autor” (eco de
aquella “muerte de Dios” nietzscheana) es otra forma de decir
que la bóveda de los cielos, (que tanto miraba Kam ), ya no
existe; y articula la desconfianza en un centro unitario de
singificación. Dentro del proceso semiótico el autor es solo
uno más de los eslabones en la situación comunicativa; el
texto es un proceso y nunca un producto finalizado de inter­

im
secciones de superficies textuales donde podemos “leer” otros
textos culturales. 'Iodo este mosaico como he subrayado en
otros momentos, se viene llamando “textualidad” (Barthes)»
“intertextualidad” (Ju lia Kristeva), “transtextualidad”
(Gerard Genette {1982}), “dialogía” .(M.:vBaj.tidvTÎ985a>
1988a). .........v i ........................................................... ;• ' '
Todo esté entramado de “dudas” equivale al problema cen­
tral de la ética, una ética que nos permita salir de la clausura,
y considerar el mundo de las relaciones interhumanas, el
mundo del lenguaje, como contingente. - .■ • .
En la lectura de la “sospecha” de los monumentos cultura­
les, conviene recordar las palabras de Paul de Man [1989 en
1991], que el buen historiador de la literatura necesita recordar
que lo que llamamos-historia literaria nada tiene que ver con la
literatura, en cambio lo que se conoce como interpretación es
de hecho historia literaria. Todas las directrices que hemos for­
mulado indican que ya no se aceptan sin discusión los mqnu-
mentos del pasado, o los usos a que se han puesto los clásicos,
sin, releer desde otra óptica lo que el código oficial y normativo
silencia y margina, por ejemplo, a Boscán en 1562 o a las
escritoras casi siempre, con las excepciones consabidas. Lo que
queda claro es que ha cambiado la concepción de la historia
literaria misma como serie de taxonomías y cánones ins­
titucionalizados incapaz de reflexionar sobre su propia histori­
cidad (observación que ya sabemos se debe a Roland Barthes).
Pero además, la literatura se entiende como una práctica de
escritura, y el texto como un tejido de significadores; en defi­
nitiva, para Barthes5[1979] ésta práctica: escritura! sobre el íen-

140
1

guaje está impulsada por tres fuerzas:-la mátesis (o los conoci­


mientos científicos), la mimesis (o representación) y la semio-
sis (o formas de significar).
El nuevo concepto de texto ha obligado a dar un giro de
180 grados, y como consecuencia el análisis del hecho litera­
rio no puede ser «clusiyam entápBlplógicorles decir, cuestio­
nes de fuenté, de filiación, de erudición Por ejem plo, el que
una frase en tal o cual poema, apareciera ya en un autor lati­
no, a aquello que se llamaba “la fortuna" de un chiste, de un
tropo, de una imagen. E l despliegue hermenéutico de apara­
tosa tautología, si bien es imprescindible para el análisis del
texto, no inserta la producción textual en la vida social, en la
vida cotidiana de las comunidades, tampoco nos aclara nada
sobre el terreno movedizo de los enunciados, que en “contex­
to situacional” distinto, significan otras cosas. Es decir, la
importante distinción entre significado y sentido, que hoy día
a cobrado importancia (remito a mi prólogo a E l marxismo y ,
la teoría del lenguaje 1992). . . ¡ '
N o obstante estos reparos, la inserción de lajfilologíajpn la
crítica de sospecha que propongo, puede renovar la crítica tra­
dicional y ampliar sus reducidos límites;, perseguir la fuente
o el dato no por el afán enciclopédico, sino por preguntarnos -
sobre el significado; de la recepción, reproducción y transmi­
sión de fuentes. Es decir, la misión ideológica de reescribir la
herencia textual en formas utilisables; sirvan .como ejemplo,,
las reescrituras o re-evaluaciones en Quevedo y Góngora de la
herencia cultural greco-latina, o algo antes, la reescritura que
hace Garcilaso de V irgilio. N o se trata entonces de perseguir
de mañera detectivesca la presencia de V irgilio, digamos por
caso, sino de darle un alcance mayor para estudiar ciertas pre­
sencias como fundamentos de mitologías sociales (véasé el
estudio de Fabér 1975 sobre V irgilio en el pensamiento
occidental).
Si seguimos los hilos que he trazado,, no cábe más remedio
que contrastar los nuevos enfoques con el estudio clásico de
Curtius, Literatura europea y Edad Media latina (1961), donde
se propone demostrar la esencia, o una “europeidad” que abar­
ca todos los tiempos. La impresionante erudición deja de lado
la relatividad histórica de la literatura. Estos ejemplos mues­
tran-que los textos están abiertos'a múltiples significaciones
históricas y otrás tantas interpretaciones suplementarias; todo
ello forma parte del proyecto hermenéutico que les propongo,
asentada en la materialidad del lenguaje.
Pero demuestran algo más: el problema consabido de las
“fuentes", por ejemplo, o el de las “influencia?”, o del “texto
abierto” o “texto cerrado”, que se plantean ahora a otra luz.
Desde m i perspectiva dialógica bajtiniana, el primero se
entiende mejor a partir del concepto de dialogía, de polém i­
ca, de asentimiento, de red de citaciones. Una lectura de lo
que se viene llamando después de Kristeva “intertextualidad”
nos permite detectar algunas de las principales líneas de pen­
samiento que animan los textos ideológicos (puesto que todo
signo es ideológico, es decir, proyecta valores y juicios de
valor). La “intertextualidad” se entiende como presencia si-
o
multánea de dos o más textos que se interseccionan y rivali­
zan entre sí; cada texto es pues una intersección de superficies

142
textuales donde poder “leer” otros textos. Lo que Kristeva
llama “mosaico de citaciones”, y la transtextualidad cuanto
pone en relación, bien sea manifiesto o secreto, con otros tex­
tos (la definición es de Genette): de ahí elabora una tipología
de paratextos, metatextos, architextos, hipotextos. Es decir,
toda la gama de relaciones transtextuales que engloba toda
sistema semiótico con el cual los lectores están familiarizados.
Si partimos del concepto de texto como aplicable a diferen­
tes tipos de “escritura”, que se desenvuelve mediante una red
de relaciones de “voces” (ojintertextuales^ podremos leer los
textos seleccionados como, un continuunTde una infinita red de
simultaneidades, y los signos como ambivalentes, que deslizan
distintos significados y sentidos. El modernismo, por ejemplo,
permite una lectura de estos deslizamientos y convergencias,
quizá con mayor precisión, pues he reacentuado el modernismo
como una forma moderna dialógica de pensamiento
inexorablemente ligado al desarrollo del capitalismo. A sí, nin­
gún “ismo” es un conjunto de rasgos formales o estilísticos que
sé pueden reconocer en un texto, sino un cronotopo que inte­
gra el discurso literario a la vida social. Los textos son, desde
esta perspectiva, textos de identidad, relatos de identidad
nacional-políticos (podríamos decir) y prácticas sociales. C ada
“ismo” es un campo en disputa, y los textos formas de organi­
zación “escriturar que permiten conceptualizar la experiencia
en un mundo heteroglósico. Están transidos de argumentos éti­
cos (entimemas), como reflexión del presente y desde su hori­
zonte, proyectándose al futuro. Los textos acaban, pero no ter­
minan -solo terminan cuando ya no tienen vigencia los pro-

143
i v/j&je(/o0v'-"C=>
j 4
yectos que enmarcaban. A sí, la lucha por el signo (heteroglo-
sia), consituye no solo formas dé metaforización sino también
de sübjetivación. E lfimaginario socTalf&s el impulso hacia el
futuro y la estrategia de una práctica textual de resistencia sim-
bólica.Z\claro: si por ideología entendemos un conjunto de
ideas o valores que rigen un proceso de actuación coherente y
organizado, lo imaginario resulta de la ficcionalización de ésos
mismos valores e ideas. El imaginario puede ser considerado
como repositorio de imágenes conscientes, y la ficción funcio­
na como forma de mediatizar la representación de lo imagina­
rio en real, y viceversa. La explicación proviene de W olfgang
Iser (1983). Llevado algo más lejos -y siguiendo mis propias
sugerencias- lo imaginario (no “el” imaginario), son proyeccio­
nes sociosimbólicas disparadas al futuro.
Para hilar más fino y retomando todo el nudo de m i ex­
posición: todo texto, en cuanto discurso pasa por varias fases
y diferentes coyunturas sociales. A sí pues, un texto que Una
vez fue vanguardista, puede estratificarse como monumento
inamovible. N ingún texto mantiene su status de vanguardia
Siempre, y pues ser simultáneamente Vanguardista, del canon
y de la literatura popular, son deslizamientos y pasajes del
centro (el canon) a la periferia. La obra de arte pasa por una
fase de lecturas críticas; o sea, interpretaciones que hacen más
comprensibles las nuevas representaciones de las obras de arte
(Fokkema 1987). Lo importante entonces, no son las lecturas,
factuales o descriptivas, sino las interpretativas que buscan re-
actualizar el sentido. " '
Interpretar O el acto interpretativo (la lectura, si llamamos

144
al pan pan) equivale a una revisión crítica en m ultiplicidad de
relaciones entre la sociedad y el devenir histórico. Nos falta
muchísimo para reconstruir los grandes mallas metafóricas
que han conducido a asociar nación, fam ilia, filiación con una
homogeneidad nacional, y a su vez, estás identificaciones co­
mo urgencia prioritaria en la construcción de sujetos moder-
nos. Pero sí podemos establecer que el uso de los|¡cíásicos|por
ejemplo, el desaliento de otras lenguas nacionales (cuando no
su perversa prohibición), han sido programas concertados
para borrar las disidencias culturales y convertir lo heterogé­
neo y conflictivo en espacio artificialmente homogéneo y
armónico. Varias corrientes teóricas actuales han ayudado no
solo a re-valorar ciertos monumentos del pasado, sino a rec­
tificar actitudes tradicionales. En este sentido preciso, la tra­
yectoria de la crítica se hace significativa.
Desde tal ángulo, y enlazando los diversos momentos,
todo un impulso dinámico tiende desde hace algunos años à
una teoría del sujeto descentrado, contra el sujeto racional
cartesiano que busca dominar a través de la representación.
Asim ism o, se aspira a seguir las huellas qüe las presiones y las
prácticas institucionalizadas dejan sobre la producción cultu­
ral y la sociedad misma:. Descartes le dio interpretación in?
trospectiva a la conciencia, como base y punto de partida de
todo conocimiento verdadero. Todo este proyecto epis­
temológico (entendido como saber), ha inducido en nuestros
días a nuevas formas de lectura textual y filológica qué tomen
en cuenta el análisis del público lector y su relación con la
práctica literaria. La discusión ha puesto en evidencia los efec-

145
■tos de lectura, los procesos de reescritura, y los diversos obje­
tos materiales y simbólicos conque el crítico mismo hace y
rehace su propio texto.
Pues , bien, lo anteriormente expuesto nos revela que no
solo ha cambiado la noción de la literatura, sino las formas de
describir de qué manera eljícliscurso socialise inscribe en los
textos literarios, y cómo el texto -actividad sim bólica- con­
tribuye a producir y proyectar lo que he llamado un
“imaginario social” y ofrecer a los sujetos y grupos sociales
formas de identificación,- y fijar así representaciones del
mundo (y de los sujetos) con función sociapSe han desarro-
liado teoría culturales que ligan indisolublemente los proble­
mas de identidad nacional e identidad cultural con la historia
literaria. Formulada como instrumento clave de la política o
políticas del Estado nacional, la identidad se entiende ahora
como construcción que encubre intereses políticos y econó­
micos. En últim a instancia incluso las guerras se entienden
como formas de autoafirmación.
El problema de la identidad cultural, por tanto, toca
muchos postulados y convicciones, que dependen de las formas
de identificación que el discurso literario proyecta. Esta direc­
ción teórica ha renovado el interés en la autobiografía no solo
como la escritura de la propia historia individual, sino como
parte de un “yo colectivo”. En un sentidó de aplicación gene­
ral, ja autobiografía que formula este “yó”, al abordar nuestra
experiencia de valores, y la “ironía romántica” que los invierte,
están ligados a las modernidades. La ironía, en particular, como
figura de ambivalencia que pone en tela de juicio lo hegemó-

146
nico, en sus diferentes momentos --desde el discurso mayeútico
socrático, a las ambivalencias de Rabelais, Cervantes o Valle^,
si bien no cumple la misma función. U n cambio de perspecti­
va desde finales del siglo X I X transtornó la noción tradicional.
Esta ironía consiste no en la contradicción entre lo que piensa
o dice un individuo, sino entre lo que piensa y dice el persona­
je, y lo que piensa (sin decirlo) el autor (Kerbrat-Orecchioni
1976). Indica, de manera muy evidente, las competencias cul­
turales e ideológicas de los interlocutores. Sin duda, que la iro­
nía como reversión de valores adquiere en cada contexto fun­
ciones diferentes, que sin embargo presentan algo semejante en
su forma. -/ '
N o obstante, las formas de escritura del “yo” -bio, auto e his­
toriografía- si se leen a través de las instituciones que las parer-
gonan, se pueden leer también como formas de comprensión y
entendimiento'que pueden ofreceç una imagen homogénea de
la nación y del “pueblo” (los ejemplos abundan:Alcalá Galiano,
Mesonero Romanps, Zorrilla, pero también Carlyle, Disraeli,
entre tantos otros), En definitiva, las formas de la bio y la autoi
si bien no ofrecen un modelo coherente u homogéneo de la
nación, naturalmente se proyectan dialógicamente. N o es posi­
ble afirmar qué estos textos individuales identificados con la
idea dé nación consigan ofrecer un modelo coherente, porque
cuando se trata de estas relaciones, siempre encuentran condi­
ciones incompatibles. Y es que en realidad se trata de nuestra
relación con el lenguaje, que estos géneros de discurso abordan
de manera concreta y más cotidiana: el de nuestra experiencia
cotidiana de valores. .

147
De tal forma que podemos afirmar (y remito al libro de
Fernández 1992), que las interpretaciones ideológicas .están
ligadas a la biografía, a la historiografía y a la autobiografía
como centro de hegemonía discursiva,y. forman parte del pro­
yecto’ de institucionalizar una, imagen homogénea de la
nación y del “pueblo”.. A i mismo- tiempo se configura la fic­
ción de. un pasado común (pensemos en la función de los
Episodios nacionales, por ejemplo), estrechando los lazos entre
la sociedad’-'.civil y la memoria, colectiva compartida. En
definitiva, se intenta elaborar un sujeto colectivo y su memo-
na. Si la literatura produce valores. la escritura proyecta estos
valores a las comunidades-.o,..colectividades. de manera: que
mediante los procesos de “connotación y condensación” se nos
interpela a identificaciones e identidades, a enlazar identida­
des con definiciones de nación, estado, ciase, género. Cada
texto cultural se mueve en estas asociaciones y valoraciones (o
axiologías). De ahí la necesidad absolutade “sospechar” de los
textos, y la obligación de no ser ingenuos, y aceptar toda esa
gama de identidades como definiciones estables, sedimenta­
das, y definidas para siempre. >,
Justamente los textos de la modernidad -sobre los cuales
volveremos- se mueven en este terreno, desmontando lo hierá*
tico y lo muerto mediante la ironía, los deslizamientos, las
ambivalencias, mediante intervenciones metanarrativas y
enunciados metaliterarios. E l texto modernista propone una
interpretación provisoria y fragmentaria del mundo; los capí­
tulos semejan argumentaciones e hipótesis enmarcadas- una
superficie de límites precisos donde la información textual salta

148
fuera del mareo y se desparrama por cada capítulos y sección.
Pero, claro, para analizar todo este entramado de dis­
ciplinas sin fronteras, había que dar un paso importantísimo:
el que va del lenguaje al discurso, el no confundirlos. Y se
pasó entonces de la transparencia a la opacidad, a las ambiva­
lencias del lenguaje, a los deslizamientos. Conduce de lo
homogéneo a lo heterogéneo, de ahí la importancia de con-,
ceptos tales,corno]Jwmacim ideolóm'ck de M . Pécheme (1971), o
elemento susceptible de intervenir como fuerza que confron­
ta otras fuerzas, en la coyuntura ideológica que caracteriza
una formación social en un momento dado. Cada formación
ideológicá constituye así un tejido complejo de actitudes y de
representaciones que no son ni individuales ni universales,
sino que derivan más o menos directamente a las posiciones
de clases en conflicto. Vuelvo a remitir a la pertinente expli­
cación del l'a “lucha ideológica por el signo” que encontramos
en Voloshinov/Bajtin.
N o menos importante las reflexiones de M . Foucault sobre
las formaciones discursivas,su dominio de la.mmdña^f su noción
de afchiUQ. Se ha, desarrollado también la noción de interdiscur­
so-, es decir, las diferentes formaciones discursivas en un esta­
do de la sociedad, en una sincronía amplia o reducida. La
noción remite al espacio de circulación discursiva en la for­
mación social, marca las relaciones de encuentros, domina­
ción, subordinación, los préstamos léxicos, las palabras de
moda o la vuelta de clisés, y las luchas por la hegemonía
semántica, Ásí: sé puso en evidencia, la materialidad del campo
discursivo, la constitución de un intertexto a lo largo del pro-

149
ceso histórico, cl hecho de que él discurso deviene en referen­
te de otros discursos y que se constituye, se construye en el
espacio de circulación de los enunciados.
Todo lo dicho, y para tomar los caminos del análisis social
(en uh sentido amplio) de la literatura en estos momentos
i
sugiere estudiar la materialidad del lenguaje como objeto, y
de trabajar sobre las representaciones y las mediaciones. Sobre
todo, porque si retomamos el concepto de archiva, se crea una
memoria que incorpora el acontecimiento en el tiempo de
larga duración (retomando la Escuela de Anales). A sí la
producción literaria no es una “realidad” o no se toma como
“reflejo de lo real” (y de paso, se observará el cambio sustan­
cia entre ambos conceptos, “realidád” y lo “real”), sino como
un universo de signos culturales, instancia mediadora que
organiza micro-discursos y micro-representaciones. Es decir,
lo ‘real’ semiotizado que pesa sobre la representación.
Dicho con mayor claridad, no podemos escapar , el inter-_
texto o el interdiscurso que nos tiene presos -e l mundo de los
clisés, el habitus doxológico, o los estereotipos que circulan.
Se trata de perseguir los ideologemas recurrentes que traspa­
san todas las zonas del discurso social, de perseguir los fenó­
menos de orden discursivo que se denominan textos.. En mi
propuesta, preocupa revelar la inscripción del discurso social
en los textos -s u textualización-, y no las formas de tema-
tizarlo. Más claro aún: hemos de perseguir las formas expecí-
ficas de textualización que son el material mismo del im agi­
nario social, la historia cultural, y el amor fantasmático por
los juegos de lenguaje. Ea atención ha de ser -com o he suge-

150
J * 1,
rido en otras páginas-A er las formas simbólicas, y seguir la -s.
historia de los imginarios sociales, como formas individuales
y colectivas. jEste nuevo orden de la sociología en la a o
tualidad, esta atento a los procesos de discursividad, a las for­
mas de heterogeneidad, la movilidad de la intelocueipn dia-

Frente a lo homogéneo -digam os aquéllo de “España U na,


España Libre, España Siempre”-han surgido las teorías del
“otro” -e l “otro” -el-que-no-es-yo-, nos inducen a reexami­
nar desde la construcción de género sexual (y domesticidad)
en nuestro siglo X I X , hasta el de trabajador, clase obrera,
marginado; es decir, lo silenciado. El paso más importante ha
sido la noción de que el sujeto se constituye por medio del
lenguaje y sus instituciones (o agencias), y que desde Jacques
Lacan, Roland Barthes, M , Foucault, Jacques Derrida, y M .
Bajtin la textualidad y las formas de “representar” a través del
discurso son la base de amplias discusiones sobre la identidad.
Intepretar se entiende, pues, como una lectura semiótica, que
saca a la luz las formas de hablar por el otro, y de reducir a la
igualdad lo que es heterogéneo. D e ninguna manera debe
entenderse lo silenciado cómo núcleo tem ático. A sí, el acento
está en lo que se define como práctica sim bólica, y ge estudia
las formas en que esta práctica modula, modifica o trastorna
la memoria de la doxa (o lugares comunes aceptados) median­
te paradigmas construidos, saberes, lemas políticos, clisés. El
enunciado así concebido está determinado por las posturas
ideológicas para adquirir sentido. Dicho de otra manera, que
las palabras y los conceptos cambian de significado según el

151
usuario y el contexto situacional en qu'e se emplean.
La constitución de sentido y la constitución de sujeto
están vinculadas, El problema que se nos, plantea como lecto­
res suspicaces es la negación de verdad o de privilegio para
lenguaje alguno -sea este poético, político, filosófico; cientí­
fico o religioso. La línea de argumentación de Habermas a
Paul de Man (tan distintos entre sí) es la anulación de la dife­
rencia de géneros entre literatura y filosofía, al mismo tiem ­
po que la reflexión sobre los mecanismos Acciónales. N o nos
quepa ya la menor duda, la historia es diégesis v no m imesis
(Genette {1969}, Veyne {1971’ en 1984}); es decir relato, tér­
mino que designa el aspecto ficticio de todo discurso (y me
excuso por sonar a discurso de ‘ verdad”, pero como decía mi
viejo amigo don M iguel de Unamuno es necesario exagerar
para que el oyente nos1entienda). Estos cuestionamientos
sobre la “historia”, enlazándola a la ficción, se corresponden
con la famosa pregunta de Barthes en torno a lá “literatura";
tanto la “literatura” cuanto la “historia” son construcciones
recientes, y de paso, también la idea de sujeto (que se cons­
truye a finales del siglo X V I y principios del X V ÍI), entre
tantas otras construcciones que nos marcan. -'
En este punto, tiene especial interés replantear el discur­
so cultural-literario como espacio en pugna. La producción
simbólica se transforma así en algo activo y en un espacio a
ocupar, que moviliza toda la ética y todo el estilo de vida que
caracteriza la actividad cultural. Esta lucha por “la verdad”
induce a los escritores á emplear idénticos signos con sig-
nificaciones distintas. El punto de partida es que el campo
literario y el espacio político representan relaciones objetivas
entre posiciones que se disputan el capital simbólico lo que
M. Bajtin define como heteroglósia, que a su Vez impulsa la
re-valoración o re-acentuación del signo en la arena social.
Habría pues no una posición, sino una pluralidad de enun­
ciados que interpelan al individuo para que organice sus iden­
tidades e identificaciones al amparo de las diferentes defini­
ciones de nación, estado, poder, institución. El sujeto no es
unitario, hay una variedad de “posiciones de sujeto” ase­
quibles a cada clase social, género sexual y grupo étnico den­
tro de la formación discursiva de la construcción del estado.
La subjetividad está ligada a las “interpelaciones”, y no se
trata solo de qué institución detenta el poder, tiene el control
(Iglesia, Estado), sino a quién se controla.
Lo que es evidente es que la crítica literaria se ha enrique­
cido no solo con las teorías saussurianas y postsaussurianas
sobre el lenguajes, sino con su orientación interdisciplinaria
(base del posestructuralismo actual) que nos lleva a unir escri­
tura, sujeto, discurso. En este sentido, un análisis literario
que nos induzca a centrarnos en la categoría de sujeto nos
conduciría a una comprensión mejor de las varias formas de
agencia mediante los cuales los individuos alcanzan identidad
cultural como sujetos. Nos vienen como anillo al dedo unas
palabras, de Ju lia Kfiistevaque re-acentúo en otra dirección:
“El sujeto solo existe al identificarse con un otro ideal que es
el otro que habla, el otro como ser que habla” (1994:52).
Mediante el lenguaje, en su dimensión heterogénea, y
mediante procesos de condensación y connotación, los diseur-
sos interpelan. De tal forma, que no podemos desligar la for­
mación de identidades, la posición de sujeto, las teorías del
otro, el texto y la textualidad modernas de la pérdida del gran
relato histórico del yo (o proceso de formación de subjetivi­
dad, que no debe confundirse con el individuo) que se articu­
ló desde finales del siglo X V III. Lo que se ha ido dilucidan­
do es la excentricidad del sujeto con respecto al yo (que antes
de Freud no tenía cabida), en los textos literarios. A lo qué se
ha ido dando cabida es a la étiça (lo “indecible”). D e Freud a
Bajtin la ética ocupa un lugar central en la formación de la
subjetividad y en la cultura: y la vuelta de tuerca ha sido
Kant.
Advirtamos que el proyecto concertado de la teoría críti­
ca literaria (noción muy elástica), consiste en descubrir las
inconsecuencias lógicas de todo este proyecto de modernidad
y progreso lineal. Las inconsecuencias lógicas, los poderes de
la retórica, y la “verdad” una hueste de tropos nos hace impo­
sible aceptar como verdades incuestionadas las formas de tex-
tualizar ideas centrales sobre patria, estado o nación, indivi­
duo o institución. Freud y el inconsciente y Bajtin y su teo­
ría del lenguaje como una práctica social, el análisis del dis­
curso cotidiano, los géneros discursivos, y la dimensión ideo­
lógica y valorativa nos im piden leer con ingenuidad el en­
tramado axiológico o valorativo de los textos de ficción. A
su vez, la lectura (o interpretación) se concibe como las for­
mas en que un sujeto articula su vida y sus acciones en un
momento determinado, y que al mismo tiempo puede gene­
rar nuevos espacios de sentidos. El lenguaje pierde su falsa

154
transparencia y la fidelidad se pone en duda.
Si el lenguaje ño es puro y simple instrumento de co­
municación, la imposibilidad de interpretación pasiva turba el
reposo de una identidad fija y estable, definida para siempre.
La irmpción del tiempo heterogéneo y de la m ultiplicidad de
puntos de vista, categorías de la modernidad, nos impiden
aceptar con mutismo y quietud las prácticas interpretativas
que no atiendan a los siguientes conceptos: construcción del
sujeto, representación discursiva, identidad, modernidad,
razón. Desde una perspectiva ética -nodulo de las corrientes
que he sintetizado-el estudio literario no se contenta con la
transparencia del lenguaje ni con la fidelidad a la realidad. Se
intenta hacer hablar los textos para que nos revelen lo "indeci­
ble”, lo que ocultan y silencian, al mismo tiempo que se ha ido
cobrando conciencia de la importancia de la lectura en la cons­
titución del sujeto.
Esta concepción ofrece muchas derivaciones en su análisis;
estamos poblados de signos, signos que construimos y re­
construimos. La comunicación concreta siempre revela la cir­
cunstancia comunicativa en que tiene lugar, pero también un
contexto más amplio: las relaciones sociales, todo el reperto­
rio de juicios de valor, puntos de vista, toda la ideología con
que nos comunicamos. Desde esta perspectiva, y si partimos
de las ciencias del lenguaje (y no de la teoría de los códigos),
se acentúa la esencia potencial del significado. Todo texto está
recorrido por signos, a los que las experiencias particulares de
la vida, imprimen gran riqueza de variedad semántica. El
signo posee una orientación valorativa: sentido, significado y

155
axiología forman parte de ia complejidad semántica} que se
encuentran vinculados a su carácter ideológico. S i el enuncia­
do, la conciencia, la vida son dialógicos -puesto que el ser
humano no dispone de rtingun territorio soberano interno,
sino que está siempre en la frontera- también la cultura lo es.
Mediantë ia interpretación podremos entonces compren­
der la cultura en sus diversas formas ideológicas: la cultura de
la experiencia cotidiana, cómo amamos y las palabras y gestos
e intensidades o frivolidad conque lo hacemos, cómo baila­
mos y cantamos, las emociones, los ritmos del ciudadano, la
léngüa de la ciudad y las formas dé simbolizar la vida nacio­
nal son todas formas de valoraciones. En una misma cultura
particular, Coexisten formas culturáles diferentes, siempre en
pugna. Todo este saber ha influido sobte la crítica literaria, de
manera que difícilm ente hoy día se vuelva sobre la gama
temática del pasado - “literatura y sociedad”, “burguesía y
literatura”, “realidad”, “reflejo”- ; al menos no de la misma
manera. A là “nueva crítica” la acompaña la “nueva historia”,
atenta a los fenómenos discursivos, la ideología cotidiana (el
cuerpo, los gestos, la alimentación, las imágenes, la ciudad
como signo), y a la dimensión imaginaria (“lo imaginario”) de
cada época.
Todo ello nos conduciría a estudios importantes sobre las
ciudades como signos, él ritmo cotidiano. Pienso en un ejem­
plo notable de “sociología literaria” -e l texto de W alter
Benjam in sobre París y Baudelaire. Benjamin se distingue
por haber planteado las cosas de manera distinta: lo que nos
propone no es cómo se refleja la sociedad en la literatura, sino

156
cómo se encuentra la literatura en la sociedad. Ló cual supo­
ne conocer a fondo las pulsiones de la vida ciudadana,’ y las
posibilidades de experiencia vital y de acción en las urbes, De
lo anterior se desprende que se ha desarrrollado una nueva
concepción del documento histórico (como narración retóri­
ca) que tome en cuenta la historia de lo imaginario como pro­
yecciones y sueños hacia el futuro, así como una noción más
dinámica de la “memoria histórica” . ,t
N o se me oculta que otros marcos teóricos o conceptuales
pueden ocupar todavía un lugar predominante en la historio*
grafía literaria. Pero sería ingenuo no tomar conciencia del
cambio dé episteme O de marco conceptual -e l saber ligado
por una coherencia formal, si bien no abarca todo el campo de
la experiencia humana. De todo este panorama (tan breve­
mente sintetizado) baste aquí recordar que el giro de la crítica
indica un cambio de orientación y un cuestionamiento sobre
el estudio de las fuentes e influencias, el triunfo del dato, la fe
en la aplicabilidad del modelo de las ciencias exactas para la
historia literaria, la noción de “verdad” y “autoridad” , la defi­
nición de ideología, de discurso y de texto, las grandes totali­
dades y unidades de las normas y códigos, los grandes relatos
nacionales. Ninguna petición de principio es ahora aceptable
en este cambio de énfasis. .
La reacción contra el positivismo (que caracteriza la pri­
mera mitad de este siglo desde los Formalistas rusos, checos,
polacos, al New Criticism ,' entre tantos otros), sé manifíestá
hoy día no solo como crisis del estructuralismo (de ahí el
posestructuralismo actual), sino también del marxismo eco-
nomista clásico. El texto cultural se concibe hoy día conio un
objeto de estudio cuya naturaleza cambia según el punto de
vista desdé el cual se lo lee, puesto que está inserto en el terre­
no movedizo y sin fronteras de costumbres mentales, tradi­
ciones culturales y prácticas diferenciadas de la lengua. .Dicho
sencillamente, en quién, dónde (o contexto situational),.y a
quién se le habla hace que una misma palabra comunique
cosas diferentes. El texto cultural concebido como práctica
simbólica está orientado por el campo intelectual de donde
proviene. O , dicho en palabras más contemporáneas: el cam­
bio del sujeto en y de la historia.
En el desarrollo espectacular de las teoría críticas, debemos
entonces comenzar, por reformular lo que sean historia litera*
ria e interpretación hoy día, desde el marco de una herme­
néutica histórica. Otros parámetros críticos, dentro de las
nuevas reflexiones sobre la cultura, el texto cultural y el canon
nos salen al paso. A l mismo tenor de insumisión crítica nos
conduce el repensar la literatura o los textos cultúrales como
la proyección de “imaginarios sociales” o construcciones hacia
el futuro. A sí pues, la semiosis lectora debe aspirar a sacar a
la luz los “no dichos” y las interpelaciones que se producen
mediante la representación discursiva, la aceptación o recha­
zo de los cánones y de las normas dominantes.
Es innegable que una lectura (o asimismo una escritura)
descontextualizada puede crear la ilusión de que la escritura
produce la libertad de reinventarse el mundo fuera de las res*
fricciones impuestas por las instituciones que ejercen el
poder. Interpretar equivale a leer la lucha por el poder que

158
transmite el conflicto de discursos. Y la representación es el
" ’ V 1

dispositivo discursivo por medio del cual la ideología (liberal)


z'

consigue proyectar una uniformidad formal. Todo ello quiere


decir que la representación o discurso referencial de la moder­
nidad occidental no ocupa ya un primer plano; de ahí que no
se plantee ya en términos de reflejo o reproducción de la for­
mación social, porque esta referencialidad, justamente, cons­
truye subjetividades y sujetos monológicos, contrario a lo que
se abre a la heterogeneidad. Sin embargo, pensados los textos
y la intepretación como inscripción y lectura de lo heterogé-
r
neo, podemos suplementar las grandes totalizaciones y uni­
formidades ilusorias que nos proyectan como su Otro.
Esta filiación tan en escorzo, es una invitación a reflexio­
nar, por ejemplo, no solo sobre los monumentos culturales,
sino también sobre las redes metafóricas que el periodismo
establece y las relaciones que emergen al interior de estas rela­
ciones; La “arena social” (como gusta decir a Bajtin) se trans­
forma en una lucha antagónica de fuerzas encaminadas a con­
vertir lo heterogéneo y conflictivo en espacio homogéneo, por
una parte, al mismo tiempo que esta lucha permite captar las
fisuras de la homogeneidad. Otro tanto debe decirse de la
imagen; hemos de interpretar y sospechar de sus registros
variados y sus poderes, y de su fuerza fetichista para la cons­
titución e identificación del yo. Hemos de atender a su poder
irresistible para constituir sujetos mediante las teofanías de la
luz y de la voz. Conviven muchos proyectos en un mismo
momento histórico; no se trata de que digan cosas diferentes,
sino que protegen y .estimulan concepciones dispares e inclu-

159
so antagónicas. H e aquí una clase de desarrollo que solo un
pormenorizado estudio histórico que tome en cuenta las
luchas antagónicas en el campo cultural puede esclarecer.
Cuestiohamientos en este sentido nos conducirán a enfren­
tar el m ito de las dos culturas o de los dos espacios culturales
(potente forma del- binarismo que pervive en la cultura
occidental). Con toda razón Peter Burke (estudioso de lo
“popular” [19911) define la cultura como un “sistema de sig­
nificados, actitudes y valores compartidos, así como de formas
simbólicas a través de las cuales se expresa o se encarna”

Retomemos el principio, siempre en espiral: que no es


posible interpretar ya -ahora- de la misma manera pasiva,
porque se ha entrometido como un cuerpo la insumición.
Hoy, por ejemplo, se entiende mejor la intertextualidad del
poema como cruce de orígenes no suprimidos, portavoz de
códigos culturales y sociales, confluencia original y densidad
de registros e itinerarios: Me contento con subrayar secamen­
te el recorrido amplio de la. poética desde I960, y" de qué
manera ésta ha modificado nuestra comprensión de la lírica
moderna; se dan como cimientos sólidos una red de nociones
sobre la clausura o no clausura de los textos, el texto plural,
la obra abierta, lá dimensión inabarcable e infinita de las sig­
nificaciones poéticas actualizadas en cada acto de lectura. Para
Roland Barthes, por ejemplo, en la poesía moderna (que para
él parte de Rim baud), las palabras emanan una especie de
continuum de densidad intelectual o sentimental. Lo que
queda claro: es la riqueza de significaciones, y la elaboración
Infinita, la flexibilidad de los diversos aspectos de lo términos
retóricos.
Y algo.más: revaloraciones de los tropos clásicos. Dos figu­
ras retóricas importantísimas -la metáfora y la m etonim ia- se
entienden a muy otra luz. La metáfora (lo figurado . ante lo
propio), además de un choque frontal indefinido de semas, un
sentido acción (en palabras de Ju lia Kristeva 1988:24-25,
haciéndose eco de Paul Ricoeür); este transporte de sentido
afecta el lenguaje cuando i l sujeto y el objeto de la ennncia-
ción confunden sus fronteras. La^métafora (Kristeva 1994:50)
es un movimiento hacia lo discernible; viaje hacia lo visible.
Es anáfora, gesto, indicación. Supone también asumir una
identidad mediante sustitución de un significante (superior)
por otro (“Yo el poeta”, por nosotros), y la metonimia se en­
tiende como movimieñtb lateral de identificación mediante
relación, que reconoce la diferencia entre “nosotros” como
componentes de un todo descentralizado (me apoyo en
Sommer 1992:142). Y esta diferencia no es poca cuando uni­
mos texto, identidad y nación, ni cuando aludimos a la meto­
nimia como objeto del deseo, que rige el relato, y la metáfo­
ra diseña la cristalización interna del fantasma, y domina la
poeticidad del discurso amoroso.
O dicho de otra manera: que en la general obligación de no
ser ingenuos, este lenguaje transpatenta sus exclusiones y que
hoy el genérico “hombre” no sirve para designar la especie
humana, ni hablar por el Otro es patrimonio masculino, o del
estado o de la nación. Corresponde a un economía de la cultu­
ra explicar ese punto de partida de la espiral de la fantasía.

161
N o menos importante hoy por hoy la distinción entre
metáfora e imagen: la primera, como sabemos, identifica, la
segunda sugiere una visión diferencial, de relaciones, de
superposición. El ejemplo más notable vendría a ser Paradiso,
de Lezama Lima; la metáfora se enlaza con las esencias, los
valores absolutos de lo que podría ser lo “cubano” , mientras
el segundo lo combate en nombre de diferencia de culturas.
En España sospecho que se puede leer de ésta manera a Juan
Goytisolo. Finalmente, en este breve recorrido por el diccio­
nario posestructuralista, retomo la prosopopeya, que se trans­
forma en la dialogía bajtiniana y en el concepto de autobio­
grafía como des-rostramiento o désfazamiento o desfiguración
de Paul de Man. La prosopopeya 4-”la ficción de la voz-más-
allá-de-la-tum ba”- , consiste en un momento especular que
desata toda la carga destructiva del lenguaje y su facultad de
semiosis y nos revela la estructura tropológlca y por tanto ilu­
soria de toda forma de conocim iento, incluyendo el
conocimiento de sí. N o menos abarcador el concepto de su-
/
plemento de Derrida, que sugiere que en cada texto auto­
biográfico (él se centra en Rousseau), hay siempre un suple­
mento, o voces suplementarias, que no se pueden reducir a
ninguna voz privilegiada, a ningún origen o fundamento que
garantice el sëntido y la;verdad. 5 '„ ‘
, M i.maestro Unamuno es ejemplar para textualizar las
duplicidades del ser, y el sistema de ficciones o estrategias que
emplea impide que el discurso extramoral exprese la verdad
directa del yo. La indagación del yo no es como pretendían los
románticos (o los Padres de la Iglesia, o la confesión) una

162
forma de expresar o de revelar el yo verdadero (San Agustín),
sino <que tanto la prosopopeya cuanto el suplementó nos per­
miten “leer” la ficticidad del yo y el dialogismo radical, que lo
constituye. Más que revelación de un yo profundo o una iden­
tidad pospuesta (los yos futuros de Unamuno), la^ inves­
tigación del yo equivale a una meditación sobre la autoridad
y la autoría. Lo que Pessoa llamaba el “Eu profundo e os otros
Eus”, Menudo problema: que siempre mentimos.. Y esté labe­
rinto insondable de “mentirnos” extrajo los gritos desespera­
dos del “hombre del subsuelo” en Dostoievsky la teoría del
siieño de Ereud, las “nieblas” unamunianas, el “bateau ivre”
de Rim baud, el inner wit ofMwit de James Joyce, la madelei­
ne de Proust, y hasta la carta perdida de Lacan. Mentiras,
pues, que se convierten en meditación y nos invitan a lectu­
ras renovadoras sobre nuestras propias ficciones.
Pero no es todo en esta forma de interpretar encaminada a
despertar, una conciencia crítica. Que lo lineal, que aspira a
una totalidad, se ha suplantado por la m ultiplicidad, la rup­
tura, la fragmentación; fragmentación que supone el carácter
relativo y heterogéneo, y la exaltación de lo proliferante.
Homogeneizar (como uña novela realista, por ejem plo, o las
novelas referenciales contemporáneas) supone reducir la ten­
sión o dialéctica entre la totalidad y la m ultiplicidad que lo
genera y borra, y por otro, el desfase entre lo totalizador tras­
cendental (lo referencial), y las diferencias -ideológicas, con­
textúales,, retóricas- que lo inciden y desvirtúan. Dicho en
particular, que cada representación en un texto crea las bases
y voces de una celurización, sacando a flote fragmentos de
./

fragmentos, que tienden a romperla. Que no se puede resti­


tuir ya más ese centro perdido de la autoridad y la autoría;
¡que ahora el “no lo toquéis ya más que así es la rosa” , se nos
ha trastocado en el terrible “there is no there there” (o no hay
allí allí). Y conste, que digo todo esto páfa ver si doy la clave
de lectura de mis propia novelas; me guía un conocimiento
interesado.6
Y para finalizar: who’s afraid of a sonnet? Ese arrebato amo­
roso y extático, de pasiones incontrolables y de amores insom­
nes y ojerosos, que textualiza una naturaleza femenina,
previamente constituida, y convierte .a la mujer de sujeto en
objeto, de agente en paciente y silente estado poético. ¿Quién
no se conmueve con aquel hermosísimo soneto V de Garcila-
so: “Esscrito está en mi alma vuestro gesto,/i cuanto yo ess-
crevir de vos desseo./Vos sola lo esscrevistes, yo lo leo/tan solo
que aun de vos me guardo en esto” ? Pero, hoy sabemos que
un soneto, en cuanto signo, significa y da sentido a toda una
gama de doxas o heterodoxias sobre el sujeto nacional y la
colectividad. iSíi modo, que hay trampas en el yo.
Y , en este sentido, cabe recordar que una literatura erótica
(en el sentido en que se define ahora, de representación textual
con contenido temático específico) ha sido hasta fecha reciente
algo que desbordaba y rebasaba, los límites del discurso nacio­
nal -es decir, el concepto, de españolismo o españolidad (por no
decir, también casticismo y castellanismo) urdido a la largo de
siglos de luchas, compromisos y derrotas de hablar lo Otro y la
heterogeneidad cultural. N i a Cristóbal Colón se le escapó que
6 . S o b ré la c r ític a d ife r e n c ia l, r e m ito a A r n a ld o C r u z -M a la v é 1 9 9 4 .................. •

164
lo camal y el erotismo están ligados a lo demoníaco y a la cul­
pabilidad. Claro que, tampoco se le escapó a unos cuantos escri­
tores que el cuerpo desnudo y el erotismo son subversivos, por­
que son ejercicio de libertad. Todo lector de Siervo libre de amor,
de Juan Rodríguez del Padrón, sabía que el arder ‘‘en fuego
venéreo” traía como consecuencia el castigo. El amor solo era
posible dentro del matrimonio, para la procreación en las socie¿
dades teocráticas. N o debe extrañarnos la larga espera de Valle-
Indán para ser comprendido, y la fila de bohemios nomádicos
y trashumantes que esperan ser leídos fuera de lo normativo y
el canon y los monumentos -entre ellos mi Estrella de aparato­
sas luces bohemias.
Vuelvo a resbalar m i lectura complementaria y su apuesta
del futuro. Para fines de análisis y de manera evidente se trata
de incorporar a la crítica unos métodos de lectura que permi­
tan desenmascarar las afirmaciones, y conflictos que se hacetí
la competencia para, al mismo tiempo; centrarnos en la
dimensión textualizada de las. formas genéricas que nos per­
miten organizar nuestras experiencias como individuos den­
tro de la modernidad capitalista.
A sí concebida, lo que llamamos “literatura” nos revela el
poder transformador de la im aginación y la actividad
constructiva de las fuerzas del lenguaje; y lo que sugiero como
interpretación sospechosa o suspicaz, nos abré el camino para
escuchar el rumor de lucha social y de valoración que llevan
l^ ^ ^ ^ ^ ^ ë n ïr r tin e p d e la lucha por la “verdad” . De lo cual
surge, naturalmente, la conciencia cada vez más clara, del len­
guaje como poder y del “ideologismo” como fuerza histórica

165
para construir la doxa (o lugares comunes y sistema de creencias
incuestionados) y liberar la heterodoxia, en simultaneidades. En
palabras más certeras, cómo en la organización de los valores
cognoscitivos y éticos la doxa lleva inscrita su aporta o contra­
dicciones inherentes. Y por suerte; así podrá siempre haber
futuros ÿ el mundo no se nos convertirá en un universo fijo e
inamovible, muerto, silente, definido de una vez y por todas.
Y eso es, en definitiva, la tarea de interpretar, y la función del
intérprete. Recordaré, reescribiéndolas en otro sentido, unas
sugerencias de Walter Benjamin: el escritor/intérprete es una
especie de coleccionista, y su tarea es salvaguardar el pasado res­
catándolo, de la misma manera que el revolucionario rescata del
olvido a los muertos. Pero esta interpretación es a la vez una
forma de destrucción, yaque interpretar los objetos culturales
significa desenterrarlos del subsuelo histórico, y podarles el
humus y el detritus”que los cubre, y desembarazarlos de los
significados culturales esencialistas que se les han ido adhi­
riendo, y en los que están sedimentados e inmovilizados. In­
terpretar es, entonces, una digresión creativa sobre los monu­
mentos clásicos, en una textualización de la historia que
intenta recuperar las voces reprimidas y las zonas y capas de
espesor sin definir.
: . En resumen: que interpretar significa sospechar de lo “dado”
como artículo de fe o creencia aceptada, para estimularnos à
escribir nuestra propia novela personal y colectiva. A m í, ai
menos, me induce a pensar en una utopía futura donde la falta

todo inaccesible.
" - . ■
■■■
■< . , v
D IÁ L O G O Y R É P LIC A : •
R E -A C E N T U A R LA R E -A C E N T U A C IÓ N

Hacia I 960 Roland Barthes planteó una pregunta esencial •


que nos llevará muy lejos con el postestructuralismo: cómo es
posible que eso que llamamos “ literatura” no se piense así
misma como un objeto que “mira” y es “mirado”, pues en
cuanto objeto, la literatura es además sujeto de su propio
saber (I960 en 1963). Cierta lectura de este texto, la que
intento aquí, nos induce a interrogar si lo que condiciona la
literatura no será un razonamiento tautológico: la literatura es
un sujeto que habla sobre sí mismo cómo objeto: Nos falta
-añade Barthes-una historia de la idea de la literatura. N o se
habla más que de eso desde hace tiempo, la sustancia de la
literatura es pretendidamente objetal.
■N o sería excesivo insistir, que la pregunta ¿qué es la lite­
ratura? se ha replanteado desde entonces de otra manera:
¿cómo se determinan la literatura o lo literario? Barthes no es
el único, también M . Foucault, Peter Bürger, Jacques
Derrida, Paul de Man desde ópticas distintas han insistido en
el mismo punto, que a su vez ha conducido a replantearnos la
función del autor y el problema de la autoría, en el sentido
preciso de pensamiento autorizado, o pensamiento legado con
un nombre de autor. Y ligado a este problema, se ha replan­
teado la manera de abordar la historicidad de la interpreta­
ción e, incluso, la función del discurso cultural y la formación
de identidades. H a quedado claro que la cultura y sus textos
no existe fuera de la sociedad, son formas de vínculo social. Y,
desde luego, el vínculo social es discurso, se instaura mediante
el lenguaje, según éste se sitúa y se imprime en el ser que
habla, mediante enunciados. Se abrió así toda una gama de
sugerencias sobre la función del discurso, del discurso litera­
rio y su relación con otros discursos. Conviene primero desta­
car algunos hitos que nos harán posible destacar la aportación
de Bajtin que nos ha invitado a tener un poco de oído, a pres­
tar oído, como para la música, al discurso cultural que no cesa
de escribirse -d e re-acentuarse. A partir de ese paso volvamos
a los soportes de esta elaboración sobre el discurso y su vín­
culo social. ' '
Retomemos brevísimamente algunas formulaciones bajti-
nianas sobre la re-acentuación del signo, que relaciona a su
vez con los filosofemas de la palabra ajena (en 1992:106). De
lo que se trata es de saber lo que, en un discurso, se produce
en este espacio la heterogeneidad del lugar, la intersección de
que lo que allí se cierra en un número infinito de conjuntos,
la intersección im plica ese número infinito. Sigamos por ahí
el complemento de esta hipótesis a riesgo de repetirnos. La
UasToriaditerariá) se concibe como las réplicas de un diálogo,
en el que los enunciados (textos) se relacionan entré sí según
la secuencia valorativa (emocional) de una secuencia, dialógi­
ca. De esta manera, k |ÍÍtératum jis un fenómeno plurilingüe,
y la historia literaria como la relación mutua de los procesos
de canonización y de re-acentuación del signo. D e tal forma
que y íó g ic a de la historia literaria/iio es la repetición de for­
mas idénticas, sinó la de la renovación mediante enunciacio-
nes estilísticamente irrepetibles.
La re-acentuación supone retomar la palabra en su coloquio
anterior, captar lo que bulle en el ser que habla, y devolverle la
responsabilidad en el vínculo social./£a historia literarig/se
transforma así en la doble historia individual y colectiva de
algo inacabado. Este retomar el riesgo de la palabra ajena,
aleja la re-acentuación (o ra-yalorización) bajtiniana del con­
cepto más difundido de recepción, sobre el que ahora volve­
remos. Para situar mi propuesta, conviene vislumbrar sus
aspectos nuevos mediante un repaso, y una serie de preguntas
dirigidas intencionalmente.
Qué sea la literalidad ha sido, naturalmente, el objeto más
importante de los estudios literarios del siglo X X ; para los
formalistas la respuesta estaba en la lingüística; y ya para
I960 Roman Jakobson comenzó a difundir la función poéticd.
El arte verbal se orienta hacia el mensaje como factor autóno­
mo, mientras la orientación hacia el contexto del mensaje sería
lo referential, que se oponga lo poético. (Lázaro Carreter resu­
mió bien estos proteín as, véase 1980). Como consecuencia
de este cuestionamiento, en la década de 1970 surgió toda
una nueva corriente sobre el lector y la lectura, y la certeza
que resulta imposible definir la literalidad o la poeticidad a
partir exclusivamente de propiedades textuales, como creían
los estriicturalistas.
. Las proyecciones de este cuestionamiento han sido déter­
minantes; si la literalidad no es propiedad textual, resulta
innegable que el estudio de la literatura no puede consistir en
una serie de textos ni en su análisis o interpretación. El resul­
tado de todo ello fue una re-defición del objeto mismo de la
investigación literaria. Y se pensó que la interpretación tex­
tual era un problema de convenciones. Pronto surgieron otros
puntos de vista, en torno al mismo sujeto.
D e alguna manera, Roland Barthes (en su fase estructura-
lista) y la semiología, nos obligaron a replantearnos la litera­
tura como uno de los muchos discursos. Desde entonces, se ha
ido distinguiendo entre literatura, escritura, texto, discurso. Yo
por mi parte, como he sugerido antes, y no nos detendremos
otra vez en ello, concibo la historia de la literatura como la
historicidad de lai^rovecdótTdeim aginarios socialeiS-cóm o
los grupos sociales se proyectan y conciben su propio presen­
te y su futuro. Y en este punto preciso debo añadir que el pro­
ceso de escritura viene determinado hasta cierto punto por lo
que se llama modalidades, algo que procede de la colectivi­
dad, de lo social. Hay relaciones entre estructuras sociales y
estructuras textuales, si bien los mecanismos de estructura­
ción son distintos. Una vez aceptado este punto de vista, creo
necesario, abreviar algunas observaciones para perseguir el
concepto bajtiniano de re-acentuación.
Con el desarrollo de la semiótica, cuya historia cae fuera

170
del propósito de estas suscintas incursiones (como por ejem­
plo la gran polémica eñ torno a la distinción entre “semió­
tica” y “semiología” o la ciencia general de los signos y la
ciencia de los signos codificados) se comenzó a pensar seria­
mente en el “receptor” del mensaje y los sistemas de.Æomuni-
cación, difusión y reproducción. (Recuérdese en este encuadre
el ensayo fundamental de W alter Benjamin sobre la obra de
arte en la época de la reproducción mecánica). Pero si bien la
recepción y el circuito comunicativo asimilados a la herme­
néutica habían preocupado a la llamada Escuela de Frankfurt
(T. Adorno, Horckheimer, W alter Benjam in, Herbert M ar-
cuse, Leo Lowenthal), el problema de la “recepción” no se
había analizado con eficacia. ■ : ;
El desarrollo de la teoría, literaria r-más que la histo­
riografía literaria o la historia de la literatura- trajo consigo
un interés renovado, en las discrepancias éntre las interpreta­
ciones y los análisis de textos individuales y las generalizacio­
nes en tpfno a “ismos” , “visiones de mundo”, periodizaciones.
Con el desarrollo del posestructuralismo estas nociones está­
ticas y homogéneas se pusieron en total tela de juicio, mien­
tras se planteaban hermenéuticas que sacaran a la luz las fun­
ciones y los usos de lo literario, la semiosis lectora. La semió­
tica de los códigos dio paso aúna semiótica más interesada en
la interpretación, que no pierde de vista los procesos de sig*
nifieaeión; La interpretación de los textos ÿ su recepción, a la
vez que sus usos y funciones y las luchas y los desplazamien­
tos en el campo cultural cobraron mayor importancia. Co­
menzó a interesar cada vez más la construcción llamada literatu-

171
ra, sus formas de institucionalizarión, sus mecanismos de
reproducción.

E l acto de lectura
En todo este panorama la teoría de la recepción alemana
desempéñó un importante papel al rehistorizar el hecho
literario y establecer la importancia del acto de lectura. La
historia de esta teoría crítica es conocida, intentaré resumirla
en sus variantes más distintivas sin repetirme. Comenzaré con
una serie de descripciones para finalmente hacer una propues­
ta. E l renovado interés por la función de los lectores (subrayo
el plural; loi) en los textos culturales obedece a un nuevo
modelo hermenéutico antitrascedental, cuyo objetivo preciso
es el análisis del diálogo entre emisor y receptor.7A Wayne C .
Booth* (I 9 6 I y 1974) debemos lúcidos exámenes sobre los
tipos de lectura, las reconstrucciones y los juicios emitidos
por los lectores al dialogar con las obras. Introdujo además el
importante concepto de “autor im plícito”, cuya comprensión
y valores deben ser inferidos y compartidos por el “lector
im plícito”, término que reelaboró W olfgang Iser ' (1974,
1976). En este conjunto de cuestiones otros teóricos se cen­
traron el el “receptor” , en la interacción texto/lector: Walker
Gibson (1950), por ejem plo, sugiere que todo texto está com­
puesto por autores, hablantes, lectores y lectores fingidos
(mock-readers). El conocido triángulo autor-texto-público
postulado por el formalista checo Ja n Mukarovsky desde

7. Y q misma he desarrollado varios modelos de lectores, Zavala 1986, 1987,


1989. •

172
1934 como complejo proceso de comunicación, se reelaboró
desde diversos puntos de vista en la década de I960; en par­
ticular el conocido e influyentísimo esquema elaborado por
Jakobson en I960 -u n triángulo que incluye emisor/recep-
tor/mensaje-y sus referencias constantes a la funcjóp del
“receptor” en las interacciones verbales. Por entonces, ine­
vitablemente se puso de moda y se incorporó al formalismo-
idealista, la sociología de la literatura, la hermenéutica ale­
mana, el marxismo (volveremos sobre esto). De estos años,
por ejemplo, es el texto clásico Para leer el Capital (1968), de
Louis Althusser y Etienne Balibar, una lección hermenéutica
ejemplar, que se complementaría más tarde con otro texto
programático de un marxismo lacaniano sobré la ideología y
su reproducción (1969), donde elabora el importante concep­
to de “interpelación”; es decir, las formas en que la ideología
“interpela” o “llam a” para inducirnos a identificarnos con
ciertos valores. La interpelación funciona a través de una serie
de prácticas materiales que llama “aparatos ideológicos del
estado” fundamental hoy por hoy éh los problemas de la
construcción de sujeto y las posiciones de sujeto. Lo que
queda claro es que los textos culturales interpelan y nos trans­
forman en ciertas clases específicas de sujetos sociales, y que
toda obra puede ser re-acentuada, re-apropiada o ‘reciclada’
para-las más diversas tendencias ideológicas, o sea, valorad-
vas.
A l mencionar ambos textos intento subrayar que la teoría
de la recepción está estrechamente vinculada con los proble­
mas sobre los “modos dé producción” y “reproducción". En

173
este panorama de análisis lectores y el intento de reconstruir
la historicidad de la literatura y su carácter comunicativo, se
desarrolló lo que hoy conocemos como Escuela de Costanza,
grupo que incorpora uña serie de postulados desde’ Román
Ingarden (la ' comretizaciân),' al semiótico checo Ja n Muka-
rovsky y al sociólogo húngaro del pensamiento Karl Mann­
heim , y se centra en la dialéctica entre la producción histó-
rico-genética de los textos y su efecto o recepción. En palabras
más claras: la recepción se ocupa de las formas en que secón-
cretizan las lecturas del pasado en el horizonte de expectivas
del lector coétanéo o contemporáneo, y cómo el acto de lec­
tura permite incorporar el horizonte. de expectativas in­
dividuales y colectivas, así como las diversas formas de circu­
lación de los discursos.
W olfgang Iser y Hans Robert Jauss, de la Escuela de
Constanza, Son quizá los más conocidos; pata ellos la comu­
nicación literaria es una relación dialógica donde tanto el
receptor cuanto el emisor están igualmente implicados. En
cambio, la Escuela de Berlín (remito a Manfred Naumann y
su libro Gesellshaft Literatur Leson Berlin, 1973), explica la
praxis estética a partir del modelo circulatorio de M arx, según
el cual los dos momentos de la distribución y del intercambio
sirven de intermediarios entre producción y consumo. La ac­
tividad estética de recepción se integra al circuito de comu­
nicación literaria, pero conserva en todo caso su prioridad
hermenéutica o interpretativa.
En 1967 JauSs publicó su programático LiteraturgescMcbte
ais Provokation (ampliado en 1969 y 1970, este últim o

174
traducido al español en 1971 en Penísula, Barcelona), e iba
instaurando al lector en la historia literaria. A l subrayar la
importancia del receptor y del “horizonte de expectativa”
(término re-acentuado d e. Karl Mannheim), parte de la idea
que la historicidad de la litertura se basa en la experiencia de
los lectores que sirve de intermediaria entré el pasado y el pre­
sente de la literatura. Sostiene que la interpretación mantie­
ne activa esta interacción entre obra, público y autor; lo que
importa es el proceso de comprender (noción básica de
Mannheim, que se preocupa por el verstehen, cercano a la dia-
logía de Bajtin, como he escrito en otras páginas, Zavala
1991). Lo importante de este proceso es que Jauss rehistorizó
(por así decirlo) la “literatura” alejándola del predominio del
Text'mmanenz: 0 mrkimmanmte Fomehmg, desarrollado contra
la instrumentalización nazi de la actividad o producción cul­
tural.
Se podría decir, si bien merecería hilar más fino, que la crí­
tica como inmanencia textual tiene rasgos en común con el
New Criticism norteamericano,, la explication de .texte en
Francia, y la estilística de Dámaso Alonso, por ejemplo, preo­
cupado por la contaminación de 1a: literatura con la historia.
Dicho en otras palabras -y esta vez con la autoridad de
Jakobson, I, A . Richards y los “New Critics”- lo que se rechá-
zaba como “impureza” eran las proyecciones cognoscitivas o
instructivas de la literatura; sus usos sociales. Aquello de la
oposición entre lo referencial o no-referencial de la literatura
y lo que se convino llamar “literaturidad”. Jauss precisaba por
entonces que si el positivismo había postulado la historicidad

175
del texto, había ignorado la historicidad del receptor.
El desarrollo de la teoría de la recepción fue un viento fres­
co que levantó olas en este panorama ascéptico de esencias e '
inmanentismos. En 1974 Rainer W arning compiló una anto­
logía sobre la Rezeptionsdsthetik, si bien ya antes en España se
preparó una compilación de textos sobre La actual ciencia lite­
raria alemana (Anaya 1971), con artículos de Gum brecht,
Jauss, W einrich, Kohler, K uhn, Grim m inger, introduciendo
al público aspectos no;solo de la Litteraturewissenshaft sino de
“recepción” . En todo caso, hacia la década de 1970 en el
panorama crítico preocupaba un sustaneialismo que privile­
giaba el receptor en favor del texto, y ej gran aporte de la lla­
mada Escuela de Costanza fue restablecer la importancia del
lector, tomando ..elementos del formalismo estructural checo
(Jan Mukarovsky, en especial) en lo que respecta el “lector” .
En 1977 Douwve Fokkema y Elrud Kunne-Ibsch publica-^
ron un panorama de las teorías literarias contemporáneas
(cuyos prejuicios no voy ahora a enumerar), que ponía de
relieve la estética de la-recepción y en particular la importancia
que le otorgaba Michael Riffaterre al proceso de lectura (o
hermenéutica). Finalmente 1979 Umberto Eco publicó su
Lector in fabula donde se centraba, corno su título lo indica, eñ
el lector, antes descuidado en el proceso de interpretación. N o
sin razón Eco subrayaba que la intervención interpretativa (el
acto de lectura) se dejaba de lado, si bien era una función
importantísima. Objetaba que la teoría crítica rechazaba la
historicidad del texto y que, según él, hubo una relación cau­
sal innegable entre esta “deshistorización” de los años de

176
I960 y el prestigio (recepción sería más adecuado) de Roman
Jakobson y con él del formalismo ruso, checo y polaco.
La empresa de constituir una nueva hermenéutica hacía
inevitable úna discusión seria del “lector/receptor” -ese des­
tinatario, co-partícipe ü Otro que los escritores,/ingrepan,
adulan y cortejan en sus textos y prólogos: desde el “amigo
vulgo” al “hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère”. En
suma: en la década de 1970 el “lector” se impone, y en la de
1980 reina. Lo que poco a poco va surgiendo es una corrien­
te de teoría de la comunicación que identifica sobre todo un
emisor y un receptor; en definitiva, un hecho literario que se
determina por una comunicación y una situación de lectura.
En España se desarrollaron sugerentes variaciones, en parti­
cular las de Fernando Lázaro Carreter.(1976, en Estudios de
lingüística., 1980) y sus finas observaciones sobre la “situación
de lectura”, si bien.se adscribía por entonces a una comunica­
ción literaria no condicionada a factores situacionales y a una
especie de “receptor universal” no dialogante (1980:200).
Expondré brevísimamente lo que han significado estas
direcciones que nos han obligado a replantearnos la produc­
ción literaria, las series literarias, los géneros, y la historia de
la idea misma sobre la literatura, retomando a Barthes. Las
inferencias que pueden deducirse son las siguientes:
.1 . a partir de 1966 la estética de la recepción se transfor­
mó en una teoría de la comunicación literaria, definida en un
proceso que im plica siempre tres elementos: autor, obra y
público (cf. Jauss 1979» en 1981). Es decir, “un proceso dia­
léctico en el cual el movimiento entre producción y recepción

177
pasa por la. intermediación de la comunicación literaria”
(p.34). El subtexto de esta estética encontrarnos un principio
fundamental del estructuralismo: a saber, que no se puede
describir un fenómeno aislándolo, y que, por el contrario,
debe ser puesto en relación sincrónica y diacrónica con otros.
- •;.j. 2, el “acto de lectura” o “acto interpretativo” desempeña
un papel importante como valor.. De ahí las teorías de
W olfang Iser (1976, Der A kt des- Lessens), Para él el término
“recepción” señala un doble sentido: el efecto producido por
una obra de arte y el modo en que el público la recibe, su “res­
puesta” . -..v'. . ‘/V
. Jauss ha escrito no sólo los programas teóricos más difun­
didos, sino que además a dedicado m últiples trabajos a los
textos literarios en sí (Baudelaire, la épica, por ejémplo). En
español ,se encuentra su ensayo-despedida de su cátedra, que
produnción en el Congreso de Literatura, del II Congreso
M undial Vasco en 1989, “La théorie de la réception: Coup
d’oeil sur ses antécédentes méconnus” . Ya posteriormente
(1989) ha incoporado a Bajtin a su esquema teórico, y en
lugar de dialéctica, emplea el término dialogía (de manera algo
amplia, pues lo que supone es meramente el diálogo). En fecha
reciente, se subraya que la lectura es un efecto, pero desde
diversos supuestos (cf. L’effet de lecture, Revue des sciences huma­
nities 111 (1980-1): sociológicos, hermenéuticos, retóricos.
Retomemos nuestro relato. Tomada en su mayor am plitud,
puede considerarse pues, que una vez difundidas la semiótica
y las teorías lingüísticas sobre la comunicación, se hizo evi­
dente que en su materialidad un texto “comunica” a un recep-
tor y que era ¡necesario incorporar la especificidad de la
experiencia lectora para determinar en los usos el significado
de una obra. El repudio a lo que se consideraba un viejo siste­
ma interpretativo centrado en el “texto” corre pareja con la
proyección de todo un nuevo método para la lectura-fiel texto.
Pronto, el lector proclamó su reinado, en una serie de;estudios,
antologías, planteamientos denominados reader-response (res­
puesta lectora), estrategias textuales, lectores internos, exter­
nos, imaginados, ideales, universales. La tendencia se desplazó
hacia la identificación de los tipos de lectores: “lector subjeti­
vo” en Norman Holland (1968), “lector modelo o informado”
de Stanley Fish (1970), “lector im plícito” de Iser o de Wayne
Booth, “archilector” de Riffatterre y “lector modelo” de Eco
(1976, 1979). Holland (1980) cree que los textos llaman
(“interpelan” para Althusser) o despiertan lo que denomina “el
tema de identidad” del, individúo; que hace que el,lector se
identifique con alguna situación o un personaje específico.
Esta propuesta está más cercana al psicoanálisis pos-freudiano.
Pero, en este repaso, no podemos olvidar que para entonces,
Roland Barthes aseguraba que el autor había muerto, y quien
reúne la multivalencia de significados fie un texto es el lector,
y M ichel Foucault aseguraba que el autor es una “función”
dentro fie un texto. A ,
A sí pues, en la década fie 1980 el “lector” se convierte en
reino y señor de Jos textos, en un repertorio inexhaustivo de
tipos y formas y situaciones de lectura. El público lector para
quien se escribe -la inmensa mayoría o los happy feus- en su
exterioridad contextual o su interioridad en el proceso de pro-
ducción se transforma en la expresión contemporánea más
influyente. Y con ello, el problema de la textualización o la
escritura o productividad textual. Preocupan las funciones, las
estructuras, los textos “abiertos'’, las estrategias, la reescritura
(recordemos que en S/Z Barthes reescribe a Balzac), las legi­
bilidades ocultas o perdidas de los textos, así como el com­
plejo origen y medio en que se producen los objetos literarios.
Como cuestión de crítica práctica, recordemos las precisiones
conceptuales: un texto se define como el lugar donde se pro­
duce el sentido y se transforma en productivo (lo que se llama
práctica para producir significado); un texto es a su vez escri­
tura, o palimpsesto de citaciones y de otros textos, y el texto
es el locus del diálogo (lo que Ju lia Kristeva difundió como
intertextualidad). A sí pues el texto es el lugar del funciona­
miento del lenguaje, la escritura todo sistema semiótico
visual y espacial, y el discurso la lengua como productora de
mensajes. La lectura de esta red se convierte en punto central;
que Jacques Derrida en Gramatología (1976) explorará como
sospecha: la sospecha fundamental sobre la “verdad” que afir­
man los textos que produce suplementos de mentiras y engaños.
Por su parte, Paul de Man se propone como doble objeto
la lectura y el texto literario, al mismo tiempo que sostiene
que la noción de “perfectibilidad” , tan arraigada en la epis­
temología y hermenéutica de Occidente, no es independiente
de la retórica que mediatiza la “verdad”, la relativiza y la hace
imperfecta. En definitiva, que la alianza entre gramática y
lógica se deconstruye mediante una teoría de la lectura en la
que el texto literario y el texto crítico se encuentran im ­

180
plicados de manera recíproca puesto que ambos son objetos
retóricos. A sí pues la interpretación es temporal, y por tanto
el proceso interpretativo es interminable, puesto que se de­
pende de tropos retóricos, y estos son ambivalentes y aporé­
ticos. Dicho de otra manera, el signo es una paradoja- ambiva­
lente, que puede leerse de formas distintas; es pués* indeciso,
indeterminable. A h í radica, por ejemplo su crítica a jauss y a
la hermenéutica alemana, y el modelo preceptual de Husserl
y la fenomenología clásica del signo (histórica, etnocéntrica e
idealista); la lectura histórica de Jauss -co n clu y e - pierde de
vista la indecibilidad del signo.
Lo que sugiere nuestro-;precedente examen se puede resu­
mir de la siguiente forma:
1. Todo texto es un conjunto de prácticas (que se comen­
zaron a llamar "estrategias”) o sistema comunicativo semióti-
co qué pone de relieve las decisiones para “interpelar” lo que
antes he llamado “lectores sociales cohcretos” (Zavala 1987).
Este lector es el coétaneo, y el diálogo o comunicación conti­
nuada, la actividad lectora ininterrumpida afecta directamen­
te, al proceso de producción. Las innovaciones literarias, por
ejemplo, surgen mediante la acción continuada y conjunta de
emisor y receptor en el marco de la semiótica de la lectura y
la producción literaria. Cada discurso entabla un diálogo con
lectores sociales concretos particulares, con ideologías y prácti­
cas sociales semejantes, si bien todo ello forma parte del amplio
conjunto del discurso social de cada momento histórico, y la
lucha por el signo que se entabla para legitimar como acto so­
cio- simbólico el contenido textual y la definición léxica.
2. En cada época histórica existen numerosos tipos de “lec­
tores” (clases sociales, niveles educativos o profesionales, eda­
des, instituciones, género sexual) en el horizonte social del
texto que justifican y generan distintas estrategias: textuales.
3 . En algunos momentos interviene otra gama de lectores
que antes he llamado “lector privilegiado” que mediatiza e
interrumpe el diálogo comunicativo, llegando a crear una
“suspensión de respuesta” que afecta de manera muy direejS
la historia literaria. Por ejemplo: la Iglesia, el Estado o, dicho
de otra forma, la Inquisición y la censura, sea esta civil o ecle­
siástica que intentan imponer la monología,o el discurso non?
mativo de la teología o el estado. La interrupción ha de
tomarse en cuenta en varios horizontes: la cronología, las
series literarias, la producción, el lenguaje, y el contenido. Si
bien naturalmente, varios tropos o formas de manipulación
retórica han permitido siempre burlar la censura: desde la iro­
nía, al humor, a la ambivalencia y la ambigüedad. De todo
ello existen.testigos elocuentes en las literaturas hispánicas.
4. Esta semiótica del silencio intenta regular el imaginario
social, ahuyentando los fantasmas de la alteridad, intentando
imponer totalitarismos semióticos, y la cohesión y el orden. Son
formas, dé monologismo y de canibalismo discursivo. Los ejem­
plos abundan: en definitiva representa la utopía de hablar por
el Otro y dé suturar o finalizar el diálogo social. - i
5. Otro proceso semiótico aparece en el productor de signos
mismo, pues no existe escritura sin lectura. Podría resumir lo
«

ya dicho antes, como una especie de desgarrón a partir del cual


un discurso y su escritura se sitúan como interlocutores e ini-

182
dan la,tarea,de significar o dar significado. Relacionado con
este proceso sémiótico está la función crítica de lo que antes he
llamado “lector omnisciente” de los manuscritos (centrándome
en la teoría de genética textual) y su labor de reconstrucción del
proceso de escritura y de descripción de la dialogía interna. ;
„ Lo que nos debe quedar claro es el desarrollo 'reciente de
teorías de lectura y de recepción, cuyas categorizaciones ha
sintetizado Susan Suleiman (en 1980, ahora en español) como
seis tendencias principales: retóricas, semióticas y estruc-
turalistas, fenomenológicas, subjetivas y psicoanalistas, socio­
lógicas e históricas y hermenéuticas,, Las. dos-'primeras se
podrían calificar de “textuales”, el lector no es un “tercero”,
sino legible en el texto mismo mediante estrategias diversas
que la retórica taxonomiza, o. como destinatario im plícito o
explícito, o como seducción. En las corrientes fenomenológi­
cas (hermenéutica, Paul Ricoeur, entre otros), existe una altc-
ridad a priori, que se concretiza (Ingarden), es decir, esta con-
cretización es propiamente la realización de la obra mediante
la lectura. El lector obtiene así un espacio en la producción
textual. Para otros subjetivistas-psicoanalistas(N orm an
Holland, Stanley Fish) o empíricas el lector se identifica, y el
proceso de lectura conlleva justamente esta identificación. Y ,
finalmente, la sociología (pienso en el libro de Leenhardt
1973 sobre la novela), propone disposiciones mentales dife­
rentes de acuerdo a las clases sociales y profesionales de los
intérpretes. .v / , w rJ
: Las combinaciones han sido enriquecedoras; y no quiero
dejar de lado, leer cómo mujer, que ha sido central en los ú lti­
mos años para distinguir distintas corrientes teóricas feminism
tas (la breve compilación de Jonathan Culler 1984 es útil).
Leer como mujer, leer como afroamericano o como margina­
do; estas situaciones de lectura se han ido. desarrollando en lo
que se conoce como posmodernidad. Y , naturalmente, el
deconstruccionismo derrideano, que en muchos lugares (i.e.
la crítica norteamericana) se ha recibido como una forma de
lectura crítica que se orienta hacia el análisis de las aporías
inscritas en los textos (suplemento, farmacón, trazo, huella).

Recepción y re-acentuación
De todo este entramado, una actividad resulta indjudable:
que no existe escritura sin lectura, que el acto interpretativo
como proceso comunicativo, la interacción verbal y el “hori­
zonte ideológico” (semejante, pero no igual al “horizonte de
expectativas” que retoma Jauss de Mannheim) son centrales
en la producción cultural. “Recepción” significa efecto de la
producción textual. Llegados este punto, quisiera someter a
discusión una serie de consideraciones, apoyándome en el
concepto de re-acentuación de Bajtin que a m i juicio enri­
quece y dinamiza la teoría dé la recepción.
Para comenzar: el concepto de “recepción” sugiere una
actividad hermenéutica pasiva y un maniqueísmo inmanente
-e l llamado “receptor” del complejo semiótico y el emisor de
signos.. En cambio, dentro de la poética social que propone
B ajtin, la vida activa de los signos depende de la participación
activa de los lectores o espectadores y su co-participación en
el enunciado determina el estilo. El enunciado se orienta

184
hacia el lector y ambos intervienen en el lugar mismo del
enunciado, si bien ocupan diversas e independientes situacio­
nes. En sus palabras, escritas en 1971:

[el oyente] tiene su propio e insustituible lu g arg n e l


acontecimiento de la creación artística; ha de ocupar
una posición especial, incluso bilateral, en la creación
[...] y es esta posición lo que determina el estilo del
enunciado” (Estética 396). ,

N o cabe entonces hipostasiar al lector como, construcción


o estrategia inherente al texto, ni conferirle al lector una auto­
nomía infinita. Y , lo que a mi. lectura es más interesante, al
articular su compleja teoría del. enunciado dialógico, deja
abierto el camino para una reconceptualización de la teoría de
la recepción. Intentaré proponer brevísimamente los puntos
que merecen desarrollarse.1

1. La “recepción” alude indiscutiblemente a otros textos


(nos limitaremos a la literatura como uno más entre los dis­
cursos sociales) y a la huella, el trazo, el signo que de esos tex­
tos se encuentran en otros textos contemporáneos o en el
futuro. Valgan como ejemplos conocidísimos la huella del
Lazarillo en E l Quijote, o las resonancias, de un verso de
Rosalía en Antonio Machado, o la recepción del primer socia­
lismo en España, o la recepción de la lírica occidental en el
bolero caribe, o la “fortuna” de un chiste. A sí entendida la
“recepción” indica otros enunciados (o “voces”) y, claro está,

185
mediante la lectura; se infiere además que se roza con proble­
mas quehoy conocemos como “intertextualidad” y que la crí­
tica tradicional llamaba influencia, y sus coloraturas de im ita­
ción, de calco o de plagio (si bien no son lo mismo). A Valle
se le ha acusado de cada uno de estos; hoy gracias a Gérard
Genette (1982), los conocemos como formas de palimpsestos.
Puesto que la recepción -com o he señalado- im plica los
“modos de producción” y sus categorías' organizadoras (el
ideologema y el cronotopo bajtianos), también pór extensión
im plica lo que el sociocrítico Claude Duchet llama sociograma:
es decir; los. elementos del discurso social que penetran' los
textos y son nudos de polémicas sociales. Por ejemplo, el socio-
grama de la prostituta en la novela realista, el de la república
ideal en el discurso utópico, el del amor eterno en el bolero
caribe, el cornudo del tango. Son formas de lo que me atrevo
a postular como concreciones de la re-acentuación, cuyo desarrolló
dejo para otra momento. Pero volvamos hacia m i esquema y
su intento de cortar por lo sano y reubicar los elementos diná­
micos de la recepción.- Finalmente, confío que quede claro
que la recepción supone una serie de formas de textualización,
y que los subtextos se toman con frecuencia como códigos
maestros, paradigmas que encierran -p or así decirlo- signifi­
cados escondidos ü ocultos y que se recontextualizan en nue­
vas “interpelaciÓMs’’ ;en el rico y azaroso con junto de lasm ál-
tiples realidades del contexto nuevo.
Después de este extenso rodeo, retomo a Bajtin para aclarar
mi propuesta. Comencemos por volver a una de las múltiples
formas de esclarecer (sin transparencias) su concepto operativo

186
de dialogta, que ahora hemos de relacionar, con la re-acentua­
ción que perseguimos. Me parece necesario retomar el impor­
tante problema de los enunciados inacabados. En sus palabras:

Todo enunciado {posee] un principio absolutory un


final absoluto; antes del comienzo están los enuncia­
dos de otros, después del final están los enunciados
respuestas de otros { ...] finalmente, una acción res­
puesta basada en tal tipo de comprensión {Estética

■ Si tenemos presente que todo signo es ideológico -es decir,


saturado de valoraciones y coloraciones em ocionales-, en las
relaciones dialógicas intervienen de forma directa la hetmglo-.
sia soeiál y las acentuaciones a que cada clase social (y podrí­
amos añadir edad, etnia, grupo, época) somete al signo. Es
decir: las formas de palabra bivocal y discurso referido que
pueden escucharse en el encuentro entre nuestras propias
palabras y la palabra ajena.
Para no repetir todo el entramado que supone “escuchar”
el rumor social, conviene recordar la diferencia que establece
Bajtin al afirmar que es imposible la comunicación sin sig­
nificación (sin sistema sígnico o semiótico). En Bajtin la
comunicación supone un proceso de significación e interpre­
tación. En éste punto, el concepto de re-acentuación adquie­
re amplio sentido: no solo remite a la re-acentuación artística
sino a la cotidiana, puesto que funciona a partir de re-evalua­
ciones y actualizaciones axiológicas (en E/ Marxismo 1992); la

187
comprensión no puede separarse de las evaluaciones o juicios
de valores.
A sí concebida, la recepción podría entenderse como re­
acentuaciones históricas con funciones prácticas; estrategias
textuales para re-acentuar (re-asimilar podríamos decir) la
herencia textual en formas utilizables. Por ejemplo, la re-acen­
tuación (evaluativa siempre) que hacen los textos medievales
del Antiguo y Nuevo Testamento; la re-acentuación de los clá­
sicos greco-latinos (en particular Virgilio) en la lírica de
Garcilaso, y en general la re-acentuación de la Roma imperial
en el siglo X V I como conceptualización sistemática del estado
imperial moderno (véase mi estudio sobre las ediciones de
Garcilaso 1992). A l mismo tiempo, las formas de re-escribir
esta herencia en el siglo X V II, digamos Góngora y Quevedo,
si nos re-planteamos la diferencia de reescritura de la herencia
greco-latina en cada uno de ellos. Y para complicar más el con­
traste, la reescritura de Sor Juana de idénticos mitos o su rees­
critura del soneto amoroso. Finalmente, la re-acentuación de
la “picaresca” en, por ejem plo, Lazarillo de ciegos caminantes de
Concolorcorvo, publicado en Peru por el español Alonso Carrió
de La Vandera o en La colmena de Cam ilo José Cela.
La re-acentuación bajtiana parte de la idea de los textos no
finalizados; es decir, la apertura de los textos a sucesivas re­
escrituras que generan interpretaciones suplementarias, por un
lado (acto interpretativo), y géneros de enunciados (práctica
textual) por otro. Podría añadir que no sólo los textos en cuan­
to tal generan nuevas interpretaciones, también las formas
literarias o lo que llamamos géneros. Sus continuidades, dis­

188
continuidades, forittás cambiantes, vueltas y revueltas se arti­
culan y rearticulan mediante el cronotopo en la novela (pero
también hay cronotopoS ¿n otras formas de enunciados). La
recepción/re-acentuación históricá de los artefactos culturales
de los cuales, naturalmente, no está exenta la ideología puesto
que se trata del sistema semiótico y de axiologías d evaluacio­
nes. Lo que tiene de positivo este concepto dinámico de re­
acentuación es que en el acto interpretativo nos permite enten­
der, en simultaniedad las diferencias en que ambas prácticas
hablan su presente y el contexto situacional o el acontecimiento,
que transforma los significados. Repensado desde estos hori­
zontes, la recepción sé enriquece como actividad, orientada
hacia el futuro.
Ofreceré un par de ejemplos más, a mi juicio aún no sufi­
cientemente valorados.-Recordemos, en esta cadena de re-acen­
tuaciones, el estudio de Bajtin sobre Rabelais, y la re-acentua­
ción que éste hace de la carnavalización, y las re-acentuaciones
posteriores tan distintas entre sí: de Cervantes a Dostoievski, a
Valle Inclán o Rubén Darío, a Juan Goytisolo. ,A m í, al
menos, otras re-acentuaciones me salen al paso: la Vida del
Lazarillo re-acentuada en los Comentarios reales (1609) de
Garcilaso el Inca. Si La vida del Lazarillo (1554) nos indica
algo, primero es la red de re-acentuaciônès -desde la
hagiografía o San A gustín, a todo el género de cartas y epís­
tolas, la oralidad, las historias de Indias, entre tantas
otras-para formular la autoconstrucción del sujeto que habla
en el texto y el espacio desde el que lo hace.
Problema semejante preocupa a Garcilaso el Inca; la auto-

189
construcción del sujeto que relata y .produce la historia se
convierte en autobiografía (bien visto por Durand 1976:11 y
re-acentuado por Antonio Cornejo Polar 1992). Si la autobio­
grafía "ficticia” del Lazarillo sirve pata construir un nuevo
sujeto social, en Garcilaso tiende a clarificar la indole étnica
(y sus posibilidades discursivas) del autor. En ambos casos, el
picaro y el historiador están preocupados por elaborar un
punto de enunciación que legitim e y autorice un discurso en
buena medida disidente. Si Lazarillo presenta sus varias perso­
nas, Garcilaso recurre a una serie de posiciones de sujeto, que
varían entre el súbdito fiel, el mestizo, el Inca, el indio. Son
posiciones de sujeto -diríam os h o y - que se deslizan éntre las
fronteras y los bordes, y que Garcilaso aspira a integrar y
armonizar. Pero recordemos que posición del sujeto no signi­
fica una afirmación de identidad, sino una posición en el dis­
curso. • ' ' 'V ...... A v ■ :L .
La re-acentuación de la “autobiografía” se entrecruza con
otros conceptos operativos: “historia” y “libro” durante el
Renacim iento, como formas de construcción d e . sujeto.
Además, en la relación dialógica entre Garcilaso y Lazarillo
aparece un caso de hermenéutica diatópica, y a que la primera
persona narrativa se despega de su pasado mediante el empleo
pronominal (U ds., “nosotros"), y el “nostros” se define por la
natural creencia en la complicidad entre la historia, la letra y
el libro. ., . ■
Si mi hipótesis’ es aceptable (si bien necesita refinamien­
tos), la vida picaresca (1552-1554), que a su vez ha dialogado
con las “historias” de Indias (en especial Las Casas y Francisco

190
López de Gomara) le permite al Inca re-plantearse como cl
sujeto de su escritura (su condición de mestizo). A l mismo
tiempo, la re-acentuación polémica de las historias y crónicas
indianas le sirve de apoyo para proyectar evaluaciones desde
el acontecimiento de su calidad de sujeto O tro, que,tom a la
palabra. En todo ello, el Inca se vale de una conjunción y con­
fluencia de re-acentuaciones y estrategias que nos son conoci­
das, en especial el neoplatonismo, filosofía operativa para
pensarse en función de una convergencia (bien visto por
Cornejo Polar). N o deja de ser significativo -lo que demues­
tra la apertura de los textos a m últiples significaciones y suce­
sivas re-escrituras, que Garcilaso el Inca luego pasa a ser
emblemático del Perú, en la imagen oficial de “primer perua­
no” . A sí - y sigo a Cornejo P olar- al re-acentuar a Garcilaso,
Ricardo Palma inventa una nación-estado, homogéneo, en
operación lingüística encaminada a modernizar y uniformar
la vida social hispanoamericana de finales del siglo X IX .
Forma parte de una difundida idea: el idioma es un espacio
que en sí mismo puede realizar la homogeneidad que requie­
re la nación para existir. :r ■' - u rr- "v u ,?
‘ A esa misma dimensióm de recepción/re-acentuación co­
rresponde la “fortuna” (como decía la crítica tradicional) de los
textos dél Inca en la Francia preírevolucionaria. Los Comentarios^
. 1 ■ ■ A

reales se. re-acentúan en el terreno de la utopía, emparentado


con la futurología, el mesianismo, el exotismo y la heterodoxia.
En su traducción francesa de 1633, el texto se proyecta en
lo imaginario social no sólo como acceso simbólico al poder
sino como narrativa utópica (Zavala 1990). El mensaje refor­
mista pasa por el canal de la. ficción e “interpela” a proyectos
imaginarios de sociedades igualitarias y de .repúblicas ideales.
Además, este discurso utópico dieciochesco re-acentúa los
futuros edénicos bíblicos y el fondo ecológico de las comuni­
dades pastorales de Ovidio y de Virgilio -estas re-acentuacio­
nes del pasado se convierten en “narrativas emancipatorias”
del futuro.
Es decir:, que là re-acentuación es una forma de “interpe­
lar” mediante signos y tropos autorizados, a la vez que desen­
cadena interpretaciones suplementarias, que hacen viable
nuevas identificaciones e identidades. A veces, permite con­
vertir lo heterogéneo y conflictivo, en espacio homogéneo y a
ser posible armónico; otras veces, los discursos se re-acentúan
con el próposito de marcar la heterogeneidad. En este senti­
do, naturalmente, razón no le falta a Anderson (1983), cuan­
do sostiene que el lenguaje es factor decisivo en la cons­
titución de naciones como “comunidades imaginadas”, a ve­
ces, “inventadas”.
Veamos, aunque sea someramente, otros ejemplos significa­
tivos. Volvamos otra vez la hoja sobre el siglo X V I cuando se
re-acentúan y reescriben textos del pasado para concretar el
código maestro del imperio y sus textos culturales. El lenguaje,
como sabemos, fue importantísimo en la consolidación de las
Españas y de las “Indias” . Las re-acéntuaciones im plican úna
mutación significativa de la alegoría política del imperio y la
asimilación de los subtextos dejan notar tejidos antiguos de
alusiones en el mecanismo m ism o”de las metanarrativas
imperiales. La gramática misma se transforma en un acto so­

192
cialmente simbólico enriquecido con la reescritura según el
paradigma tomado de otra narración tomada como código
maestro.
La re-acentuación que hace Antonio de Nebrija de Lorenzo
Valla (1406-1457) y su reevaluación de las letras para salvar
a Roma de total desintegración se transforma en el subtexto
maestro del imperio. W alter M ignolo (1990) nos recuerda
que el humanismo crefe en la lengua unificada por medio de
una gramática, y esa es la acepción del concepto “civilizar”
pór entonces. Pero la mafia se entreteje con otras nociones
operativas, tal la idea de úna lengua unificada que re-acentúa
el neoplatonismo de Sam A gustín. Valla aspiraba así a salvar
la Roma cristiana de la barbarle lingüística y cultural, cons­
ciente de que la reconstrucción de un imperio no era sólo
tarea de las armas, e intentó lograrla por medio de las letras.
A l contrastar el uso del latín empleado por sus antepasados en
la expansión del imperio romano, y al enfatizar la fuerza de la
lengua como unificadora más allá de la expansión geográfica,
Valla preveía una recuperación de Rom a, y, como consecuen­
cia, predecía el papel central que Italia desempeñaría en el
futuro (y sigo a M ignolo).
En su re-acentuación de este código maestro de narrativa
imperial, Nebrija percibió que Castilla podía convertirse en
un sucedáneo del imperior romano, o al menos, intentó pro­
yectarle a Castilla un papel semejante al que Valía vio para
Italia. A sí pues -concluye M ign olo- el prefacio de Nebrija es
reescritura del prefacio de Valla, en diferentes condiciones
históricas. Lo que da al acontecimiento su particularidad es.que

193
mientras Valla' quería reconstruir un imperio, ya decaído,
Nebrija predecía la construcción de uno nuevo. X a Gramática
de Nebrija ilustra la tensión entre el latín como lengua de las
letras, el saber y la educación, y el castellano como la lengua
de là política y la conversión (M ignolo, 1992).' -
; Y 500 años después de 1492, nadie puede dejar de lado la
ré-acentuación de la epopeya o de las novelas de caballerías en
lós conquistadores y colonizadores del viejo nuevo: mundo. Las
re-acentuaciones colombinas del paraíso edénico al ver las nue­
vas tierras, las re-acentuaciones de Vespucio de los códigos
caballerescos y la literatura cortesana en sus representaciones de
la mujer del llamado nuevo mundo, la re-acentuación de las
palabras “bárbaro” y “civilizar” para legitimar la conquista y la
Ideología guerrera; las re-acentuaciones de lucha contra el
Islam en las batallas de conquista. En fin; los códigos maestros
de ideología guerrera y de conquista y guerra contra el “infiel”
que se reescriben con otros nombres y geografías. N o es pues
“fortuna” o “recepción”, sino re-acentuación de códigos maes­
tros reinterpretados.
Si se aceptan mis sugerencias en torno a la recepción/re­
acentuación, podríamos concluir que hay diversas formas de
recepción o estrategias textuales que operan también como
interpelaciones. Resumo mis ejemplos: Nebrija y Valla, epope­
ya y novela de caballerías como ideología guerrera, Garcilaso de
la Vega y el pasado Augusto, el Lazarillo y Garcilaso el Inca y
Garcilaso y Palma, Garcilaso y la Francia revolucionaria. Todas
distantes entre sí; o dicho de otra forma, todas sucesivas rees­
crituras más o menos distantes en el tiempo.
Aún otros casos de re-acentuación nos salen al paso; y '
remito una vez a ese nudó de tensiones e imaginarios sociales,
de heteroglosia que se conoce como Renacimiento (en cual­
quiera de sus acepciones), En este caso, remitiré a un proble­
ma terminológico, que conocemos bien gracias a'M arcel
Bataillon primero y a Antonio Márquez (1980): los alumbra­
dos. Sabido es que “alumbrados” fue término polisémico y por
tanto heteroglósico, y que en su momento hubo confusiones
importantísimas (y trágicas): con él Uteranismo¡ y el erasmismo,
El fantasma de Lutero (título de un importante libro de John
E. Longhurst) indujo a que se interpretaran como “luteranis-
mo” muchas formas de vida espiritual; el discurso monológi-
co de la Inquisición totalizó en una unidad homogénea prác­
ticas distintas como código maestro de heterodoxias a erradi­
car por las buenas (y más bien siempre por las malas). Con
toda razón Antonio Márquez afirma que el ilum inism o debe
interpretarse como clave del Siglo de Oro; es este el terreno
conflictivo que une ortodoxia y heterodoxia, la “herejía fan­
tasma” (en metáfora de Henri Brémond). ' ■
N o me extrañaría (si bien no puedo en estos momentos
confirmarlo por falta de documentación), que la llamada secta
herética, milenarista y utópica taqui onqoy que enfatizaba la
d an za,, reprimida por Cristóbal de Albornoz como forma de
ideolatría hacia 1565, fuera una re-acentuación de los con­
quistadores del fantasma luterano-alumbrado-erasmista en
suelo americano (Mártín liénhard 1992 ofrece una síntesis
sobre esta secta mesoamericana). - < - : »
’ N o es todo cuanto puede decirse sobre este importante
problema. Lo que parece quedar claro es que la literatura es un
proceso de transformación productiva de otras formas de
conocimiento y -ahora sigo a Tony Bennet (1979)- el consu­
mo completa el proceso de producción. Si bien un texto cul-
turál lleva inscritas las líneas interpretativas (cómo debe ser
leído o consumido), para su lector social concreto este proce­
so es uno de continuada re-producción (o re-acentuación), y el
mensaje puede re-activarse con diferentes proyectos.
U n análisis de la función lectora y la re-acentuación pone al
descubierto que nos apropiamos los textos mediante las prácticas
de la crítica literaia, y asimismo mediante el mundo material,
institucional, político e ideológico que sirve de subtexto o con­
texto en la operación lectora. Hay infinita variedad de interpre­
taciones y juicios axiológicos e . interpelaciones inscritas en la
grafía de las páginas de un libro. Nada es estático, ni estanco, ni
unidimensional, ni definido de una vez y para siempre; los ima­
ginarios sociales que un texto proyecta deben ponerse en rela­
ción con las formas variadas de apropiación y re-acentuación de
los signos; de tal forma que ningún texto es “progresista”, ni
“conservador”: todo dependerá del uso y del acontecimiento que
le otorge significado.
La recepción pues - y concluyo-es una forma de mediación
y el consumo de un texto nunca finaliza (retomo a Tony
Bennet con el prisma de Bajtin); puede ser lo dado que recrea­
mos de acuerdo a nuestro propio acontecimiento en el mundo, y
a nuestra situación social inmediata. La literatura desempeña
un papel importante en la constitución ideológica del sujeto,
y este proceso -re-acentuación/recepción-interpelativo o de
potencial interpelativo tal vez no se realiza de inmediato. La
abertura del texto permite que en ciertas situaciones históri­
cas un auditorio social pueda “verse” y “leerse” en sus pági­
nas. U n texto es un proceso social en curso y una producción
de ideologías, a la vez que nudo de interpelaciones qtfe trans­
forman y reconstituyen al así llamado “receptor” ; las re-acen­
tuaciones de los textos maestros nos dan que pensar, y ponen
de manifiesto que e l proceso comunicativo es uno de interac­
ciones, N o estamos encerrados en la “jaula de hierro” de una
sola subjetividad.
Los textos forman parte del amplio discurso social, son
o Ï

patte integrante de lo qüe somos, pues somos lo que leemos


y cómo lo interpretamos. De Tony Bennet (1979), a Fredric
Jameson (1989), a la sociología de la lectura propuesta por
Jacques Leenhardt (1982), Pierre Bourdieu o Gôran Therborn
(1980), a la sociocritica actual las preguntas que debemos
hacerle a los textos son los usos y las funciones que han me­
diado para asentar identidades, o las réplicas contra los mitos
que dispersan a hombres y mujeres, y a sus productos cultu­
rales en el mundo helado.de las esencias, de los univer­
salismos, de la homogeneidad ficticia de un tipo determina­
do y definido para siempre de subjetividad.
La re-acentuación que sugiero tiene por objeto estudiar la
función y el papel que desempeñan algunos textos en nuestra
sociedad, examinar las formas que median, las formas en que
se apropian y se reescriben, y los medios en que ja “industria
cultural” se los apropia. A sí concebida la empresa de construir
una teoría hermenéutica crítica es un ejercicio político para

197
desmitificar y desenmascarar, dejar “hablar” los artefactos cul­
turales y que nos cuenten los usos y las funciones a que han
sido sometidos a lo largo de la historia. De tal manera que
podamos desautorizar esas formas vacías que han servido como
justificación de las modernas estrategias de dominio; más en
concreto: todo texto es manipulable, y se le somete con gusto
a “decir” los mensajes más contradictorios. Comprender los
usos dé la re-acentuación es, de hecho, una llamada a la insu­
misión.
A sí pues, eso que llamamos literatura no es un objeto sino
un proceso y un sistema de relaciones significantes donde
toma lugar la producción de sentido. Los textos se reproducen,
se reescriben, se re-hacen, se re-acentúan con distintas ópticas,
posiciones de sujeto e ideologías. Á esa dimensión correspon­
den no solo los tejido de alusión tópica, las referencias im pli­
cadas de acontecimientos contemporáneos y las situaciones
políticas resueltas o desaparecidas en las páginas de Homero,
de Ju lio César, de Bartolomé Las Casas, de Cervantes o de
M iguel de Unamuno; la re-acentuación permite que esas cir­
cunstancias contingentes echen raíz en su propio presente. Es
justamente la posición o coñtekto situacional :àû texto en el
proceso social lo que debiera constituirse como objetó crítico.

198
, VI ■; ,
- EL R IT M O DE LA R E -A C E N T U A C IÓ N : ■
LA “T E R C E R A L E N G U A ” D E LA C U L T U R A P O P U L A R

, Desde la perspectiva aristotélica de la transformación de la


materia en otra materia que se engendra a ,sx misma, hemos
ahora de dar un salto a la entropía y a lo ex-céntrico para escu-r
char toda una ética, y todo un estilo de vida, en los ritmos de
la música popular (y me lim ito a la música de la modernidad).
Necesitaríamos de la nocturnidad y del olor a tabaco, a
vino, el trasfondo de una guitarra o la queja del bandoneón,
para seguir estas reflexiones sobre la cultura. A falta de la
complicidad de la anoche, los invito en el día a escuchar este
contorno de relaciones y tejido de voces, rearticulando la pre­
gunta de Roland Barthes -¿historia o literatura?-intentando
así revisar y replantear el canon en esta morada de signos que
es el mundo. Confío que terminaremos como Anaximandro,
sólo con lo ilimitado, rompiendo así la jaula de lo lim itado.
Por lejos que se lleve la modernidad al pasado, nada más
r ' ■

próximo que reconocerla en la pluralidad y dialogicidad de las


palabras. Es decir, su corte a dos voces; su capacidad polémica,
reponsiva, paródica. Pero es necesario entender estas palabras
en sus intensidades, en su tiempo de vertigo, en sus tentativas
locales/Parece evidente que, si la modernidad, con sus rasgos
sociológicos muy específicos -industria, tecnología, desarro­
llo ,’servicios, libertades- está determinada por el mercado
mundial (como dijo Marx), también posee su envés de espejo
reproductor: las condiciones sociales forzadas en los otros (lo
que luego se llamará el Tercer Mundo). Esta “mundializacíón”
de la vida social es su materia prima, y también toca en inter­
secciones el campo cultural, con reclamos en lo popular. A sí
estructurado, el reforzamiento de la expresiones populares de
la cultura emerge como un eslabón entre las clases populares,
que con precisión podemos llamar proletarias, los modos de
producción, y la vida social. Y si incluimos en el ruedo la alfa­
betización, la emigración como vías de ascenso social, la revo­
lución en la ropa y la moda, así como las nuevas formas de
emplear los espacios públicos, lo que sale a la luz es una, suer­
te de eclecticismo como el grado cero de la cultura general,
que se re-acomoda y re-acentúa en cada espacio urbano.
El inm igrante, por ejemplo (y evidentemente me he de
lim itar a la Argentina) entra en la cultura con sus rasgos pro­
pios. Lleva sus instrumentos, sus movimientos, cadencias,
música, entonación. Podemos incluso decir que se diversifica
y prospera el mercado del erotismo a principios del siglo
X X , y esta es una dimensión interclasista, si bien el público
fiel incluye ciertas bohemias nacionales: de Ju lián del Casal
a Rubén Darío, interviene otra categoría urbana, los cafés
cantantes y los cabarets, lugares de sociabilidad interclasista

200
aunque predomine el elemento popular.
En este contexto, el baile y el canto -actividades abiertas
al cambio-se convirtieron en una parte importante del la vida
social y sexual de esta primera etapa del modernismo ameri­
cano. N o es posible perseguir todas las huellas de esta así lla­
mada belle époque en las grandes urbes americanas -LaJHabana,
M éxico, Buenos A ires- que marca nuevos cambios politiços y
sociales, y esa simultarieidad de heterogeneidades que hizo
posible lo que se llama en historia literaria el modernismo. Pero
sí podemos aludir a una estructura global del entorno, que es
al mismo tiempo una estructura activa de comportamiento. Si
las clases adineradas (o burguesas) gozaban del teatro, de la
canción-espectáculo, la explosión demográfica introdujo la
heteroglosia en el campo musical y bailable. Volveremos
sobre ello. , ...
Es significativo observar que específicamente en este pe­
riodo -1880-1900 más o m enos- ni el canto ni el baile esta­
ban directamente mediatizados por la cultura elitista mono­
lítica, que privilegiaba los bailes europeos, tales como, el
minuét y la mazurka, mientras gozaba, al menos en M éxico,
del escandoloso can can, importado sin duda durante el por-
firiato. El canto y el baile celebraban rio solo solidaridad,
unión, placer y recreación, sino que también eran formas de
cortejar. De acuerdo a algunas crónicas periodísticas america­
nas, se popularizaron nuevos estilos de baile: aquellos que en
Francia se describían como “actos reales de prostitución [...]
bailes afrodisíacos” (Marrus 1977:153). La atmósfera de los
cafés y bailes públicos dio como resultado una revolución en

201
ios bailes de pareja, que el vals- de Strauss habíaiñiciado entre
las clases altas europeas, con su forma de contacto físico más
igualitario (153). Si la cronología de la música y letras popu­
lares es incierta, lo que sí parece evidente es que estas expre­
siones populares revelan cómo los modernos latinoamericanos
vivían la vida cotidiana endin mundo en que prevalecían, sus
propias normas culturales, al mismo tiempo que ponen de
relieve cómo la, integración a la modernización destruyó las
culturas locales. . ;
Si el diálogo es el punto arquimédico del discurso social, y
éste es un rumor audible infinito, en movimiento de ritmos y
voces en lucha constante, hemos de concluir que todo signo es
re-acentuable y se puede reciclar para decir cosas distintas, con
diversas emociones y tonalidades. Idénticas palabras en tonos
aterciopelados, paródicos, irónicos o graves, e idénticos signos
son susceptibles de significados alternativos y/o distintos. N o
es otro el sentido que la re-acentuación bajtiniana nos demues­
tra, abriéndonos los oídos al tesoro de denotaciones, connota­
ciones, referencias im plícitas, elisiones, no dichos, espacios en
blanco, lo apenas balbucedado, los registros tonales y emoti­
vos que envuelven, por así decirlo, lo que se dice, cómo se dice
y dónde se dice, para significar cosas distintas. ; - ;
La re-acentuación que nos propone significa lectura y
responsividad; nos pone en evidencia la inconmensurabilidad
semántica de la expresión. La interacción que supone enton­
ces texto y lectura, nos induce a movernos entre libertades: la
del texto y la del interlocutor responsivo.
La música popular, que ahora presento, nos invita á dar un
salto cuántico, paira percibir así las energías internalizadas de
comunicación recíproca y excesos del universo de signos. La
lucha por el signo -re-acentuación que le confiere al léxico
otros significados- n os invita a alejarnos del agujero negro
vertical y jerárquico, Y nos invita a reflexionar sobre lo impu­
ro, lo mestizo y lo mezclado, recordando que no existe pure­
za en la poiesis, salvó para el tradicionalismo y el purismo.
, N o resulta fácil describir las lecturas posibles de los textos
ni sugerir una nueva hermenéutica, que es ya de por sí una
idea perversa y polémica. Tampoco resulta cómodo anunciar
la materialidad de los objetos culturales ni el diálogo y lucha
por el significado del universo de signos en los climas críticos
y teóricos más o menos sordos y ciegos a estas propuestas. La
re-acentuación nos aleja de la “visión y la ceguera” (emplean­
do un título demaniano) del hábito resignado a aceptar las
lecturas como verdades fijas, y una exégesis que sacraliza la
fundón del autor canonizado. Si el signo literario es siempre
otra cosa, puesto que un signo engendra otro signo, que hace
de interpretante y que ha de ser a su vez interpretado (en
enseñanza de Pierce), lo que se nos revela es el conflicto. Y
algo más; que lo que llamamos interpretación es de hecho his­
toria literaria o, en términos más amplios, historia cultural.
A sí, el centro de mi argumento es mostrar que en eso que
llamamos cultura popular, y también con ftécuencia-para-lite-
ratura, flotan las voces, las palabras y, los ritmos cruzados de
las expresiones culturales “aristocráticas” y doctas. Propongo
que en la economía simbólica general de las culturas circulan
m últiples signos que excitan, seducen, enamoran, provocan,
obsesionan -todos performativos- deseo, miedo, agresión,
amor. Que los signos tienen “aura” (por volver a recordar una
hermosa palabra de Benjamin) y recuerdan su pasado colecti­
vo, y que estos “pasados” o imaginarios sociales se mueven de
unas zonas a otras, aumentan su fuerza emocional, la dismi­
nuyen, alteran su significado, se intensifican, se reducen, se
agrandan al mezclarse y re-hacerse con el material simbólico
tomado de otras zonas. Todo este enjambre de rumores nos
abre el camino para valorar en otro sentido las expresiones de
la música popular -e l rock, el pop, las construcciones en pas­
tiche de Michael Jackson y de Madonna, pictóricos de signos
cultos y re-acentuaciones de las más exquisitas orquídeas del
Jardín de Apolo.
Los signos son ladrones a plena luz, amantes promiscuos,
ciudadanos rebeldes, tribus nómadas, creyentes infieles, entes
atrevidos e irrespetuosos que cruzan y re-cruzan fronteras y
bordes en zigzagueos (culebreando gustaba decir al autor de
E l Lazarillo). Si aceptamos -com o ya he sugetido-que existe'
una dimensión simbólica en la práctica social, al mismo tiem ­
po que una dimensión histórica y social en el acto simbólico
de dar significado (subrayado por Stephen Greenblatt 1990),
no es posible pensar nuestro universo como compartimentos
estancos, imágenes fijadas para siempre. En la circulación y
reciclado’ de los signos, algo le ocurre a los objetos, a las
creencias, a los comportamientos y las prácticas cuando las
reimaginanos, las re-representamos y las re-actualizamos en
otras formas y textos culturales. Ya nunca son las mismas ni
dicen las mismas cosas, ni se entonan de la misma manera.
Ese insólito o “uncanny” es tanto el signo cuanto el índice del
poder transformador y transformado de los artefactos cultura­
les y de la inscripción de lo que denominamos arte y cultura
en la contingencia histórica. El irrespetuoso movimiento del
signo todo lo mezcla, lo fragmenta, lo deja en suspensivos, en
exclamaciones. . •■' ■ g'

D e aceptar estas premisas, sugiero que esos llamados pro­


ductos de la sociedad de consumo, expresan cultura, incluso
instrucción, producción y comunicación de novedades si bien
en otro sentido que la minoría de la población que puede lla­
marse culta o docta. Quisiera argumentar que la canción
popular de la modernidad (a la cual me lim ito) re-articula y
re-construye las fuerzas culturales y sus textos en formas
novedosas y que se adaptan con originalidad a otros suelos. Es
evidente que me alejo así de una comprensión reducida y
empobrecida y ya insastisfactoria de la cultura popular nor­
malmente considerada “de consumo”, “alienante”, de “esca­
pe” . N o voy, naturalmente, a toca'r todos los registros de la
cultura popular; me limitaré a acreditar algunas de sus partes
partiendo de la idea que ün análisis cultural debe trabajar en
los márgenes de los dicursos, e incorporar elementos de valo­
res (axiología), instituciones y prácticas y la re-articulación
compleja de códigos de comportamiento.
SÍ la producción cultural se completa con el consumo en
ininterrumpida carrera de reproducciones y re-acentuaciones,
la producción de sentido nunca está terminada, lo cual nos per­
mite re-explorar los cambios formales de la circulación de los
discursos. N o sólo es problemático cómo se pasa eje lo no dis-

205
cursivo a lo discursivo, sino las prácticas sociales mismas y, lo qué
es más delicado aún (si bien fascinante) el diálogo éntre lo culto
y lo llamado “popular” . Gomo premisa hemos de recordar que
las hegemonías suelen determinar lo que sea “culto”, los monu­
mentos literarios, las rc-acentuaciones normativas; en fin, lo
que Roman Jakobson bautizó como “dominante.” Pero las' in­
terpelaciones inscritas en los textos culturales que nos consti­
tuyen como sujetos nos rodean -son ese rumor del discurso
social al que he aludido antes. Algunas se convierten en he-
gemónicas en momentos determinados (nada es naturaleza ori­
ginal ni esencia inamovible) debido a que se institucionalizan
en el interior de algunos aparatos ideológicos entre los cuales
no dejan de figurar las ciencias humanas y las ciencias literarias.
Debiera haber quedado claro que la re-acentuación revela una
polémica y lucha para establecer control sobre un arsenal ideo­
lógico de gran potencial, un acto simbólico-social inscrito en
los textos. Estas formas -com o hemos visto- que en algún otro
momento he denominado “imperialismo5 textual” , no son
“hechos”, sino interpretaciones: ya decía Nietzsche que son
nuestras necesidades y nuestros instintos quienes interpretan el
mundo. ■- -v* r ^ 5 i ?
Comencemos con una cuantas reflexiones sobre la “cultu­
ra”, lo “popular”, lo “oral”, todo ello en tela de juicio últim a­
mente, y demolidos como sistemas no-comunicantes y exclu-
yentés en los últimos años. Nadie en su sano juicio se atreve­
ría hoy a afirmar que la “cultura” sea una mónada y que sólo
se pueda adscribir a algunos tipos de discurso hegemónico.
Tampoco, lo “popular” sean expresiones de las clases “bajas"

206
(prûietatio^cuattoÆsfâdo)^ y -cotilo tahujaa im itación, copia, o
producto derivado- Y mejptoS aun que ‘do oral” se oponga a la
“escritura” , como oposiciones temporales en la historia de la
cultura, puesto quo la oposición oral/escrito remite tanto al
modo de producción cuanto al de recepción, y no distingui­
mos entre lo escriturar y la ‘lectura’. Todo este entramado de
oposiciones binarias se ha derrumbado definitivam ente, si
bien todavía persiste lo que se llama ‘teoría de la suspensión’
{sinking theory), que supone que las culturas populares son
imitaciones trasnochadas de las culturas de la élite (Burke
1978). lin cambio, M ichel de Certeau (1980) - y me adscribo
a sus propuestas- sostiene que la cultura popular no es un en
sí Un cuerpo textual, sino una forma de Usarlos textos, Ba^tin
nos será ú til para desarrollar este punto.
Ese artefacto cultural que llamamos “cultura popular” debe­
ría replantearse como una manera de usar los textos culturales,
una forma de apropiación y n~amtüaaón\pGt tanto, asimilación
y transformación de los productos. Se pone de manifiesto un
proceso de interacción, conflicto y compromiso entre los gru­
pos dominantes y los subordinados. Y, lo que es aún más im­
portante, la cultura popular es, no sólo un producto del discurso
intelectual, sino variantes de organización de las tradiciones
verbales, que materializan en un objeto estético otra forma
arquitectónica. En la canción popular, esta riqueza semántica y
metafórica, se acompaña del ritma, como forma del ordena­
miento del material sonoro, emocionalmente dirigido. Y , ¿he­
mos de recordar el Banquete de Platón, donde en boca de Eri-
xímaco se establece una relación entre el amor y la música: “la

207
música es, a su vez, un conocimiento de las operaciones amoro­
sas en relación con la armonía y el ritm o.”-? E l ritmo está liga­
do así a la operación amorosa, forma parte de sus ritos. Como
acto cultural, esta música vive esencialmente sobre fronteras, en
autonomía participante. Podría decir (con espíritu bajtiniano)
que revela la libertad e inesperabilidad de las formas signifi­
cantes, en la plenitud de posibilidades valorativas y cognosciti­
vas y la orientación semántica de la vida.
A sí comprendida - y ésta es m i propuesta- es una expre­
sión singular concreta en otro contexto cultural valorativo-
semántico que le confiere al signo Otro significado material;
la re-acemuación asimila el contenido en su dimensión cog-
noscitivo-ética y en el movimiento ondulante de la diversidad
de entonaciones en el aspecto sonoro de la palabra. El cómo se
hablan las palabras escritas es la actividad única de este cuer­
po y, lo que es más importante, la inserción del creador, del
ejecutante y del oyente en la forma artística misma.
Todo esto nos lleva a la vida social de la palabra. Pero,
claro, ningún objeto es más resbaladizo que la llamada “cul­
tura popular” ; originalmente remite a la oralidad, al folclore,
al pasadizo de la palabra al grafismo de la escritura, si bien ya
he advertido de los problemas de sim plificación. N o obstan­
te, la escritura (el mundo semántico) ejerce modalidades
sobre lo oral, a la vez como efecto de lengua y como efecto de
discurso. Lo oral se distingue (y remito a los especialistas) por
la presencia del cuerpo, de la voz -p or las emociones, la risa,
lá postura corporal. Aquello que Rolahd Barthes llamó “los
granos de la voz”, y tiene funcionamientos específicos en cada

208
comunidad; este paso de un discurso a otro nos indica, de
entrada, que la cultura popular es una co-construcción dialó-
gica en la cual se re-acentúán, reapropian y reescriben los
enunciados que circulan en el interior de las sociedades.
H ay un orden semántico y sintáctico, un conocimiento
léxico memorial, formas fijas, retóricas, procesos de-tematiza-
ción que le son comunes a toda una comunidad. Si pensamos
la cultura popular como una co-producción y co-construcción
dialógica, podremos -c re o - cuestionar el m ito de lo popular
como pura espontaneidad, palabra al margen de las institu­
ciones (de los aparatos del estado) y re-establecerla en él terre­
no de las prácticas sociales. En la interlocución dialógica se
materializan la “alteridad” y los puntos de heterogeneidad so­
cial mediante alusiones, “imitaciones” (re-acentuaciones) y las
heterologías que coexisten simultáneamente en cada momen­
to histórico. Obtendríamos así vías heurísticas nuevas que nos
permitirán salir de la trampa de las concepciones maniqueas
y de los binomios excluyentes que nos encierran en la “jaula
de hierro” de lo uno o lo otro, de lo bueno y de lo malo, y de
los culto y lo popular. Oposiciones que cualquier auditorio
reconoce como juicios de valor que suponen relaciones jerár­
quicas de poder.
Comencemos por describir lo imaginario social de los tex­
tos de la canción popular. Podríamos recurrir a muchas concep-
tualizaciones para analizar estos textos -la noción de literatura
menor (re-acentuándola o reapropiándola en otra dirección),
enriquecida con las conceptualizaciones de Gilles Deleuze y
Felix Guattari sobre territorialkación y re-territorialhación

209
(1978), y recordar algo que Hans Robert Curtius advirtió
hace ya mucho tiempo que en la antigüedad el concepto de
modelo se basaba en correción gram atical, la lengua hablada
con corrección. Con el tiempo, la lengua escrita, preservada
en el. canon, y la movilidad de la hablada, produjo una espe­
cie de “ tercera” lengua, una especie de fusión o compromiso
entre ambas. Ante lo estratificado y estático -según C u rtius-
se creó una versión refinada de la lengua hablada; es. decir, una
“tercera lengua” que pertenecen a ambos registros. Si re-acen­
túo estas observaciones de Curtius en otro sentido, podríamos
pensar (al menos metafóricamente) que la canción popular es
esa “tercera” lengua hablada, llena de refinamientos, y que lo
que ayer fue “canon literario” es ahora y aquí gramática:- o
vida social. • •
Esta “gramaticalidad” indica un “estilo” literario de es­
critura en el habla, y tiene su poética. Este juego de fuerzas
revela las luchas por la “lengua oficial” literaria, que la can­
ción popular descentraliza y descubre aquellos espacios polí­
ticos, culturales y lingüísticos que coexisten en las naciones.
La canción popular descentraliza el modo ideológico verbal. '
Claro que lo que es escandaloso es que este mestizaje y
mezcla sean el acontecimiento objetivo mismo de la naturale­
za del cambio cultural en el mundo. En últim o término, lo
que resulta escandaloso no puede comprenderse fenome-
nológicamente (desde dentro), sino que puede reconstruirse
de otras formas. Preparémonos entonces para recordar lo que
significan las re-acentuaciones en la ápertura de los textos a
las sucesivas reescrituras que invaden las palabras de ulterio-
fes invasiones ideológicas. Si el texto aristocrático o culto -o
el código aceptado o la llamada norm a- intentan clausurar
para evitar sentidos “aberrantes” no es posible olvidar las lec­
ciones bajtianas de la polémica en el interior de cada signo.
A esta dimensión corresponde toda una red de epyíos, los
tejidos de alusiones tópicas que reaparecen como dimensión
persistente de los textos “populares”. Las mutaciones en el inte­
rior del signo son significativas y, además, podemos re-acen­
tuarlas con las observaciones bajtinianas sobre la heteroglosia
que nos obligan a meditar sobre el multiculturalismo, el mes­
tizaje, las identidades ambiguas, la multivalencia, el cosmopo­
litismo de la modernidad, el desarrollo del capitalismo, la dia-
logía. Para pensar este objeto, la problemática bajtiniana nos
ayuda considerablemente; la heteroglosia es central, pero no
menos la polifonía inherente al fucionamiento de la lengua.
Todo este mundo de heterología que hace que se separen -pero
en simultaneidad^ el repertorio de “voces” sociales ÿ que cada
locutor pueda inscribir en su propio discurso la marca de otras
voces, en todas sús modalidades: distanciamiento, ironía, acep­
tación, polémica, apoyo, negación, afirmaciónv
Mientras la deliberada heterogeneidad de estilos y de
voces abre el texto de la canción a una pluralidad de tonos y
entonaciones valorativa-emociónalés, el acento sobre lo dialó­
gico (eso que he llamado ahora co-producción y co-construc-
ción) permite abordar las formas hegemónicas mismas (lo
“culto”) en voces simultáneas con los otros grupos (subordi­
nados, casi me inclino a sugerir). En formulación bajtinianá
“junto a la palabra que representa, aparece la palabra repre­
sentada” (Dostoïevski 1988:153), que se instaura mediante el
discurso bivocal. Pero algo más, en la canción popular se ins­
cribe la pluridiscursividad, no sólo respecto a la lengua lite­
raria, sino como contraposición (hecho que Bajtin identifica
como caráter de la literatura medieval). La “palabra ajena” se
inserta para significar otra cosa muy distinta, y la heteroglosia
nos induce a comprender que cada clase social emplea el
mismo signo con distintos propósitos, y en ese mismo signo
se entrecruzan distintas interpretaciones.
En la canción popular, además, y como he sugerido, se ins­
criben la gestualidad y la oralidad. Ambos -e l léxico culto y
los tropos retóricos- están presentes como una memoria;, y en
este sentido muy preciso he de proponer la canción popular
como literatura., como una compleja forma oral de género lite­
rario, o la palabra en su aspecto sonoro, en su momento pro­
piamente musical (me inspiro en “El problema del contenido,
del material y de la forma en la creación artística verbal”
1924 en 1985). En su vida social, la palabra en la canción
popular participa de la naturaleza verbal y retórica, de los
otros discursos considerados como códigos maestros o lengua
aristocrática (por ejemplo, en el bolero, la poesía erótica). En
este sentido muy preciso sigo a Paul de Man (1991) para
quien el grado de especificidad literaria no depende de la
discursividad de la forma sino del grado de retoricismo o de
tropos retóricos Consistentes del lenguaje. Estos son los gra­
dos de re-acentuación que convierten la canción popular en
bivocal y zona de encuentro entre la oralidad y la escritura; se
asimilan las relaciones verbales significantes de la memoria

212
emocional canonizados por los sistemas ideológicos, re-acen­
tuándolos mediante la entonación rítmica y sonora.
M i hipótesis es que el llamado lenguaje culto -lo s códigos
maestros si se quiete-trabaja en los bordes y las fronteras del
texto popular como una heterogeneidad lingüística ..y semán­
tica, que permite la migración de unos discursos a ottos. Que
la semántica y el léxico (a los que me lim ito) son nómadas y
que hay un contacto de bordes, de fronteras -o mejor, dicho,
de intersecciones- entre ambos. Pensar como mónadas los
discursos significaría una especie de sueño de homogeneidad
universal. Analicemos ahora algunos ejemplos de re-acentua-
ción/recepción de lo culto en la canción popular.
La canción popular -figu ra emblemática y heterológica de
la modernidad- pone de relieve los nudos del m ulticulturalis-
mo y el cosmopolitismo de las sociedades. E l bolero caribe,
por ejemplo, inscrito como lo que podríamos llamar denega­
ción en términos de una expresión (o texto) nacional, tiene la
tendencia de recuperar (recibir/recepción) los sistemas meta­
fóricos y alegóricos de los discursos llamados cultos-desde el
ritm o, a la composición m usical, a la esfera de represen­
taciones, o al léxico. La canción re-acentúa y re-apropia todo:
el lenguaje, la retórica, los tropos, lo paródico, lo car­
navalesco. interpela también a utopías sociales, inscribe los
comportamientos sexuales y sociales, fas representaciones de
“lo femenino” y “lo masculino”, las construcciones de género
sexual, a veces el carácter masculino o patriarcal de la cultu­
ra, los m itos, los ritos, la religión, el arte, la moral. Surge
como un despertar prodigioso de cuerpos literarios, de memor

213
rias literaturizadas directamente relacionadas con la identidad
y la identificación; textos donde el sujeto social es una metá­
fora.
El bolero caribe, originado en la Cuba martiana se inscribe
en esta historia, pero también en la historia de los compor­
tamientos ¡urbanísticos (semiótica de la cultura), en los ima­
ginarios sexuales. Nos confirma la idea escandalosa de que los
sentidos tienen una historia, y que nunca vivimos con nues­
tros cuerpos y nuestros, sentidos de la misma manera. A m í,
en particular —y es un secreto a voces- estos ritmos me han
acompañado, me han educado sentimentalmente, forman
parte de mi autobiografía subjetiva e intelectual. El bolero es
un fenómeno auditivo y descriptivo que puede indicarse o
señalarse como si fuera un organismo, denota una relación
entre el cuerpo, los sentidos y la historia. Y , retomando mis
palabras anteriores, expresa cultura: la movilidad y la dramá­
tica de una sociedad (la de la isla de Cuba primero y luego
Puerto Rico y.M éxico y de ahí a todo el continente america­
no) que vive plenamente la cultura europea y la africana y la
americana, que sq adaptaron con originalidad, energía per­
ceptiva y percepción sensoria a las condiciones del suelo cari­
beño. Podemos leer la letra del bolero (pero también otros
géneros de la canción popular) como una actividad de inter­
cambio, donde la capacidad excedente de la percepción sen­
soria se reorganiza en un actividad distinta y un texto nuevo
y autónomo. :
Todo el imaginario erótico de Occidente, desde la canción
trovadoresca al petrarquismo o al modernismo, se re-acentúa

214
en los breves e intensos “culebrones” que supone el cuerpo de
un bolero. (Dejo de lado el mestizaje musical, las re-acen­
tuaciones y recepciones de la música culta). Si Id que podría­
mos llamar modelo de producción (siguiendo al mismo tiem­
po que apartándome de Jameson 1989) se percibe en Ja forma
poética, también es evidente que es una especie de modifica­
ción de la forma interna de la poesía lírica-erótica misma quizá
relación causal de los espacios de la modernidad, y de los pro­
cesos de democratización social y de relatos emancipatorios. Lo
que el bolero (y otras formas musicales, tales el tango, el fado,
el jazz y el blues) es que durante la modernidad se borran o se
hacen resbaladizas las tópicas distinciones entre “alta” cultura
y cultura popular. Lo que permite lamodernidad es mtitmio-
nalizar (casi podría decir) la heteroglosia. Es justamente en
este punto donde Bajtin resulta fructífero para retomar la his­
toria de la recepción y la recepción en la historia. . - ' :
Las re-acentuaciones y reposiciones de la lengua amatoria
occidental (en sus cruces con el mundo oriental, como es sabi­
do) abrazan milenios de producción cultural de los cinco pun­
tos del globo y, casi me atrevería a sugerir, que es un imagina­
rio anti-realista (en el sentido preciso del término;-es decir, anti-
referencial), trazo que comparte con la revolución de la moder-
nidad/modernista. El texto maestro inscrito en esta música no
OS sólo celebratoria de transgresiones y seducciones, de proyec­
ciones sensuales y sexuales, sino además -y leída como palabra
bivocal- es una desmitificación crítica sobre la “barbarie” y. el
ars amndi át la bruta anmtalm', ho debemos olvidar su aconté-
cimiento preciso de expresión tnestiza y mulata*

215
La periodización está claramente envuelta en ese fonda­
mental blanco conceptual designado como “abolición” de la
esclavitud y la desintegración esclavista (en Cuba en 1881, en
Puerto Rico en 1878). Ya en I860 (y siglo a Manuel Moreno
Fraginals) se ve en La Habana el espectáculo único de escla­
vos que viven independientes de sus amos. Y prosigo. '
En Cuba, la bajísima tasa de fecundidad de las mujeres
esclavas y la alta proporción de varones, sin duda -y por qué
n o- provocó el empuje de la re-acentuación de este “culto a la
mujer". Simultáneamente, ocupar el lenguaje amoroso de los
amos (o esclavistas) supone, sin duda, una polémica social de
gran alcance y una re-combinación y re-escritura de la, tradición
europea, en ritmos mestizos y mulatos, y en entonaciones ame­
ricanas. Este sería -sugiero-el hm-texte de la re-acentuación de
las finezas y exquisiteces del lenguaje amatorio de la lengua
“oficiar que el compositor descentraliza: desde los cisnes
modernistas y baudelerianos, a las venuses, princesas, reinas y
señoras.
Resulta casi imposible enumerar las sucesivas innovacio­
nes introducidas en la re-acentuación de este repertorio de
signos. Y -a un siglo de distancia- sabemos las mezclas hete­
rodoxas con el jazz, el blues, el bolero andaluz, y con el bolero
andaluz la re-acentuación/recepcióñ del mundo de Oriente.
El m ulticulturalism e, la heteroglosia, la poliglosia y hasta la
polifonía del bolero -a su v ez- es el microcosmos del mundo
de las plantaciones, donde convivían todas las lenguas -e l
chino, las lenguas africanas, el castellano- en pluralidades. La
fronda etnográfica y las transculturadones culturales (término

216
de Fernando Ortiz) hace brotar de las fuentes castalias en
ceremonias esotéricas los conjuros y encantamientos de la len­
gua amatoria. H ijas bastardas de músicas señoronas (recor­
dando la expresiva definición de música popular de Fernando
O rtiz), que se reajusta -se re-actualiza- en cada nuevo-am­
biente. ./
La soberana distinción del ars amatoria aristocrático se ple-
beyiza; sigo a O rtiz (tan cercano a Bajtin en muchos aspec­
tos). El proceso es uno de metátesis (yo prefiero llamarlo meta-
lepesis): un elemento de transvaloración (concepto que retoma
del antropólogo Marret) vertical, o posición y rango, ascen­
dente o descendente. Los signos suben y bajan, se refinan o se
“avulgaran” . Abundan los ejemplos de estas formas de re­
acentuación/recepción: la contradanza (country-dance de Nor-
mandía), o la habanera, el danzón, la rumba, la conga, el
mambo. Lo “puro” se contamina, se amulata, desborda de
otras expresiones sentimentales. Educación sentimental esta
que surge en los círculos mulatos, y rechazada primero como
indecorosa, llega triunfal a la urbe, y se re-ajusta; o educación
corporal, como el son y la conga, nacidos también en nuestro
siglo X X , antes cosa de negros * y ahora bailado por todas las
etnias y clases sociales.
“Andrómaca, yo pienso en ti” -es la figurai figura retórica
de un archisabido poema de Baudelaire al cisne; el cisne que
nada en un estanque parisino, entre las impurezas que exhuma
y exhala la gran ciudad moderna, entre los desperdicios del
agua. El poeta fetichista, el poeta de los prostíbulos y lupana­
res, el poeta de la sexualidad que re-educó sentimentalmente a

217
generaciones de europeos y americanos también -cla ro - re­
acentuó los mismos signos y en polémica contra las “verosimi­
litudes” realistas, que entendía por realidad “los desperdicios”.
Este cisne baudeleriano-y con él todo los cisnes de la tradición
greco-latina, pasando por los cisnes modernistas de D arío-
como florida enrededadera, se llena de nuevos contenidos, y va
sumando otros y otros sentidos y significados, que se le yuxta­
ponen. Ese es el potencial dialógico del signo, abierto siempre
a la subversión y a estallar en celebraciones populares; la meta-
lepsis a veces lo conduce al carnaval social otras a subvertir la
poética, a ocuparla. Después del bolero; moderno/modernista la
lírica amatoria occidental es un lenguaje ocupado. ,
; En el caso presente, el movimiento va de una historia de
aristocracias que aspiran a clausurar el signo para reprimir las
lecturas y sentidos aleatorios, y la re-acentuación que dirige la
recepción a nuevas invasiones ideológicas. Pero falta aún
sugerir que la dialogía del signo (en este caso específico, la co­
participación a la cual aludí antes), que estalla en la arena
social y en el campo de batalla de la heteroglosia lleva tam­
bién inscrita a su vez toda una proxémica. El uso que los suje­
tos hacen del espacio con fines de significación corporal -d e
proximidad, de alejamiento -q ue mantienen los sujetos entre
sí. Estas disposiciones de los sujetos y los objetos, se vuelven
portadoras de sentido: es el el léxico de los deícticos, que ale­
jan, acercan, eternalizan, hacen perecedero o finito el senti­
miento. En m i Diccionario de términos dialógicos, entonces, esta
canción popular que cruza sus aguas con todas las castalias, es
además un tratado de proxémica amatoria.

218
Un ejemplo todavía más pertinente de “tercera” lengua es
un estilo y una forma como el tango, nacido por la misma
época en otra zona del mundo americano, y que revela la hete-
roglosia y poliglosia de los inmigrantes en Uruguay y ante
todo la Argentina, En el tango, la fragmentación objetiva, del
mundo exterior y las viejas unidades concretas (la.inm igra­
ción interoceánica, o la migración del campo a la ciudad debi­
do al proceso unificante de la modernización) va acompañada
de una fragmentación de la psique. Lenguaje gestual por
excelencia (como el fado), indica las luchas por el signo y por
el espacio urbano. Esos grupos marginales, que llegan a
Buenos Aires atraídos por las interpelaciones ppptilistás de
Rosas, y se relacionan con la población de la “ciudad letrada”
y con su lengua “oficial” . El plurilingüism q'seim pone, mien­
tras los grupos marginales “desde fuera” m ultiplican sus
escenificaciones rituales de oposición de lenguas y hablas. - i
Naturalmente, el lenguaje modernista de la “ciudad letrada”
de la mansión de la cultura se convierte en objeto o espacio a
ocupar. El suburbio es choque cultural y verbal. Esa dialogía
polémica o co-producción y co-construcción en el tango se logra
mediante la; diatriba, la parodia con que se enfoca la lengua ofi?
cial. Esta lengua está vista “desde fuera”, en selecciones breves y
dramáticas. Los pronombres “Uds”. y el “nosotros” crean el
nudo de tensiones, de simultaneidades heterogéneas, en ese
mundo donde coexisten el rey y el ladrón. i
Las coexistencias permiten emplear hablas en pugna para
proyectar el imaginario distinto; los,objetos y sujetos se trans­
forman. Darío, desde luego, es nudo de tensiones y permite

219
establecer un coloquio entre dos mundos diversos, y como uno
re-acentúa el otro en su propio discurso para darle una nueva
función y un nuevo significado. E l signo dariano organiza un
texto de Celedonio Flores (El Negro Cele), “La negra miston-i
ga” (Campra 1988), que burla las exquisiteces, en lengua mula­
ta. La heteroglosia se nos hace evidente en la “palabra a dos
voces” -la dariana y la del payador- que polemiza y burla las
aristocracias darianas y sus marquesas. En contraste, la “ruis-
tonga” es una re-apropiación y re-acentuación en proletario,
una recepción contextúalizada, donde el nuevo emisor (el paya­
dor) relativiza el universo modernista y nos ofrece otro rostro de
la modernidad: la musa mistonga de los arrabales. En la situa­
ción social inmediata, la mistonga arrabalera disputa la legiti­
midad de las marquesas y princesas, y reivindica como razón o
identidad una musa proletaria, cercana a las “señoras tentación”
del mundo sensual nocturno de Agustín Lara de los años de
1930 y 1940. D ije “cercana”, pero la alegoría ideológica de la
mistonga o la prostituta queda siempre subvertida en un sen-
sorium de gratificaciones libidinales distintas. Se hace necesa­
rio, entonces, calibrar la distancia entre ambos textos, y el
empleo de la metáfora del espacio y escenario teatral del tango,
su repetición obsesiva de escena y espectáculo. El tango acen­
túa lo dramático; por metonimia, me atrevo a decir, representa
la Buenos Aires real, constituida entonces por costumbres y
tipos ynspacios en conflicto; los que estaban entre la urbe y el
campo, entre la ciudad letrada y la ciudad sin voz. Y , lo que es
más importante, la violencia cultural y política de los subur­
bios..
Este es el entramado de la respuesta, la “palabra ajena” que
nos permite captar los deslizamientos y las duplicidades de la
re-acentuación. E l mismo signo modernista trae cargas ideo­
lógicas diferentes, lo cual nos conduce a proponer que sería
deseable desarrollar la complejidad de la heteroglosia, contra
ese proceso llamado ingenuamente influencia, o visión de mun­
do, entre otros. La heteroglosia, y las otras ramificaciones del
conjunto de conceptos bajtinianos nos obligan a rehuir del
determinismo que significa creer en estructuras lingüísticas y
sistemas de pensamiento iguales.
Unas cuantas estrofas del Negro Cele nos servirán de ilus­
tración para convencernos de las polémicas en el acto simbó­
lico social de significar:

Que ignora la cuita de la marquesita


que pecó indiscreta con el rubio paje,
pero qué se apena porque M ilonguista
ha dado un mal paso y llora su ultraje.

La parodia no debiera sorprender a ningún lector de Valle


Inclán, qué mofa los mismos universos.
Pero Celedonio Flores es también el creador de uno de los
tangos más sutiles, “Margot” -en voz; de Gardel y de Hugo del
Carril- que canta con sutilezas amatorias la “flor del fango”. Y
mi palabra bivocal aquí va enderezada a recordar el contexto
noctámbulo y lupanario del modernismo/m'odernidad, desde
Baudelaire. E l metatexto sensorial modernista gobierna la varie­
dad y pluralidad de re-acentuaciones en coexistencia. En otros

221
momentos, las intersecciones son renovaciones de la diferencia,
como “Sonatina” del mismo Negro Cele;

La bacana está triste .


. ; ¿qué tendrá la bacana? ■ '!'
H a perdido la risa su carita de rana
y en sus ojos se nota yo no sé qué penar
, >; ’ , (apud Campra). - .

Pero la heteroglosia no se lim ita a este ejemplo notable de


lucha de clases y de re-apropiación paródica del signo. Aún
otras re-acentuaciones paródicas nos salen al paso; esta vez la
re-acentuación de los anarquistas de la canción popular, que
le inscribe aun otras voces a la “tercera” de la cual hemos
hablado. Los cancioneros anarquistas abundan; yo al menos
conozco un par publicados en Buenos Aires y en Perú, hacia
los años de las décadas de 1920 y 1930. Naturalmente que es
la fecha de lo qué se conoce en arte como A rt Deco (y dejo
para otro momento como problema de re-acentuación inter­
semiótica) y a un desarrollo del anarquismo internacional de­
bido a múltiples coyunturas. A sí, La Escuela Moderna de
Buenos. Aires publicó (sin fecha) El cancionero revolucionario.
Colección de himnos y canciones libertarias. En español e italiano]
donde se re-acentúa ya a triple bivocalidad el modernismo, a
través del tango “malevo” podría decir, y sus polémicas socia­
les.
'. Los libertarios introducen aún otra dimensión a la hetero­
glosia; así abundan guajiras, tangos, mar^ellesas, habaneras,
m itengas^:jow ^^inañoliás. ; -En. México es sabidísimo el
empleo revolucionario del corrido, y en Santo Dom ingo y
H a ití del merengue, que por cierto, ni se baila ni se siente
igual. El merengue,•á su vez, re-acentúa six recepción del jazz;
y podría seguir argumentado sobre el jazz mismo, djluesi, la
salsa actual ^drriaginarios tan distintos entre sí. La .música
popular permite upa identificación e identidad con su audi­
torio, al misino tiempo que por el proceso de metalepsis al
que,aludí antes, proyectan un imaginario social contra las fal­
sas identificaciones y representaciones de la prensa y el
mundo hegemónico burgués. Rem ito a unas cuantas estrofas
del tango “Guerra a la burguesía”: • f

Guerra a la gente burguesa


sin distinción de color
que chupa la sangre humana
del pobre trabajador. ,

N o muy distintas son la rebeldías en el Perú (véase la an­


tología de Espino Relucé) entre 1900 y 1926 -esa belle époque
totalizada como homogéneo desarrollo industrial-burgués por
la crítica. Lo que el mundo Otro hace es inscribir su propia
entonación valorativa en sus signos.
Lo que encontramos, entonces, en el bolero, el tango y la
musa libertaria es un empleo pluridireccional y heterogéneo
(a la par que diferenciado) de los mismso signos, lo que antes
he llamado (y en otro contexto) “sincronía de heterogeneida­
des” . Es decir, el vasto conjunto de la heteroglosia, identi-

223
ficaciones e identidades que. reactivan una resistencia ante for­
mas de autoridad y absolutos. La canción .popular -e n sus
variedades- prolonga mediante la oralidad y el cuerpo los
conjuntos de colectividades y sus identificaciones (o psicolo­
gías colectivas, si es que las hay), y proyecta una sensibilidad
de grupo, y un mundo afectivo y emocional. Es decir, como
la literatura escrita, la canción popular -nudo entre oralidad
y escritura- ligada al sistema de representaciones, identidades
e identificaciones, contribuye a la construcción de la nación y
a los otros constructos del sujeto social.
Esta proyección de lo imaginario social y de constructos de
identidades nacionales justamente incide a las distintas re-a-
propiaciones del mismo signo; el signo modernista permite
inventar o re-inventar territorios y etnias, y grupos y sensibili­
dades, incluso da expresión a la cohesión social de grupo. Lo
que tienen en común es el empleo polémico del signo, y la re­
acentuación del mismo tesoro lingüístico en proyecciones
. diversas. Estamos, en todo caso, inmersos en la turbulencia de
las heterotopías.y exotopías del capitalismo, en sus diferencias.
El efecto del signo (retomando la definición clásica de la teoría
de la recepción alemana) es inscribir la diferencia, pluralizar las
totalizaciones, proyectar en lo imaginario nuevas posiciones de
sujetos; dicho de otra forma, nuevas construcciones de sujeto y
subjetividad.
Todas ellas -insisto que tan diferentes entre s í- inscriben
alteraciones de construcciones de sujeto, desde las sociales a
las de género sexual. Se percibe una especie de borradura de
la tiranía de los constructos hegemónicos (lo que comúnmen­

224
te se llam a burgueses) y de sus códigos maestros. Y claro, en
cada una de estas re-acentuaciones -que incluye, cómo he
sugerido, toda la gama de imaginarios sociales y figuracio­
nes- encontramos también todo el arsenal ideológico de las
emociones, desde la nostalgia, hasta el rencor y la rabia. Eues
las emociones tienen también su carga ideológica. Para con­
cluir: no se recibe pasivamente, y el efééto desemboca en la
construcción de un muy otro objeto.
N o he tocado las re-acentuaciones del cuplé, ni el arsenal
ideológico que moviliza -contamos con la autoridad de Serge
Salaün. El concepto de heteroglosia nos impide totalizaciones
o a pensar el contenido del signo como uüidiménsionál, y nos
exige mantener los términos de las re-escrituras de los textos
culturales, del artefacto cultural individual, como diálogos
antagonísticos. Como ya antes hice notar, la canción popular
no es unívoca, ni el horizonte social un fantasía política que
nos lleve, a estas alturas, a concebir lo que se ha venido tota­
lizando como “proletario” o “campesinado” eóíño clase revo­
lucionaria en sí, o a todas las mujeres como feministas. Si nos
aproximamos más de cerca percibiremos que una misma can­
ción popular, dependiendo del usuario y el aCoñtecimiento,
puede proyectar mensajes o imaginarios sociales distintos.
Una óptica idealista (en el sentido filosófico) flOS condujo
durante mucho tiempo a reconstruir las llamadas culturas po­
pulares como voces opositivas, y a pensar qüé el lenguaje
inflamatorio (por ejemplo) sólo proviene de las posiciones
marginales. Precisamente, lo que he sugerido es que los con­
tenidos o procesos de tematización y las formas son nudos

225
conflictivos, y que únicamente emprenderemos un trabajo
más a fondo si nos deshacemos de la ilusión de transparencia
de los hechos sociales. En cualquier reescritura, el enunciado
es un gesto sim bólico, una confrontación: ideológica esencial­
mente polémica y estratégica entre clases, pero revelar su di­
rección exige todo un conjunto de instrumentos diferentes.
M i propia convicción me induce a examinar estos nudos
de m ulticulturalism e y de cosmopolitismo intentando descu­
brir las obsesiones de identidades, de raíces, de sobrevivencia
cultural, de afirmación de voces y sujetos históricos que se
alojan en el lazo social del ritmo. Esa lengua “tercera” de la
canción popular trabaja su propio intertexto, re-elabora sus
metatextos, los inunda de memorias colectivas, de textos
nacionales y cosmopolitas, abre páginas mágicas, afina los
sentidos. , . •■ '
Esos son los orígenes promiscuos de la música popular -en
el bolero y el tango se escuchan los rituales de las liturgias
“blancas” y “negras” . N o falta tampoco la alusión desm itifí-
cadora del archivo histórico. N o son, estos ritmos , .fábulas
monológicas y coherentes. Los imaginarios participan y co­
participan en mezclas de memorias colectivas, de “auras” léxi­
cas y semánticas, de la carnavalización, de lo híbrido y se
resisten a la guetización, a la folklorización, que es la nostal­
gia teleológica de un origen absoluto, inamovible y definido
para siempre. A sí, los signos -e n sus re-acentuaciones m ulti-
dirigidas-son palabras nómadas, permeables a todas las posi­
bles acepciones de un mismo término, inscribiendo siempre
los juicios de valor y las valoraciones. En el lenguaje, después

226
de todo, está en potencia toda la memoria cultural en su ple­
nitud fïameântë de re-contar, reescribir y're-ficcionalizar, de
autoironizar y de desmontar la transparencia cristalina de la
lengua y del discurso. ¿No es eso, en definitiva, la cultura?

227
V II
B A JT IN , EL C U E R P O P O L ÍT IC O Y L A U T O P ÍA :
M E T A LE C T U R A E N CLA V E D E C R ÍT IC A -F IC C IÓ N

Ya sé que no están de moda las utopías, y que imperan lo


que se llama el “pensamiento débil” y la incredulidad. Pero,
leer a Bajtin con reflexión supone lo inverso: es decir, el
encuentro con un pensamiento en movimiento abierto hacia
el fhturo y la certeza que en algún momento -d e l futuro, se
entiende- toda palabra (que es lo mismo que decir, toda idea)
tendrá su “fiesta de resurrección”. N o me voy a dedicar aquí,
ahofl, a desglosar a Bajtin ni a re-definir o re-explicar sus
conceptos claves, ya conocidos por todos; lo que propongo es
un proyecto de lectura bajtiniana que nos permita te-leer
nuestros propios proyectos colectivos, para explorar los cami­
nos que conducen a la interpretación de los artefactos cul­
turales como proyecciones socialmente simbólicas que ayudan
a configurar nuestro mundo. Y hemos de iniciar esta aventu­
ra con el proyecto heurístico que supone la reflexión m ilita ­
da de sus textos. Quiero centrarme en solo dos puntos que se
entretejen casi como extremos textualmente heterodoxos, en

228
el seno de una heterogeneidad conceptual: la anatropía social
im plícita en su concepto de carnavalización, y en la metalep-
sis del cuerpo. Entrelazaremos ambos en asociaciones é irra­
diaciones semánticas y contaminaciones de signos al cuerpo
político, cuerpo jurídico, cuerpo biológico, cuerpo anatómi­
co, cuerpo antropológico, cuerpo gloriosa, cuerpo social en­
fermo.
Y he de comenzar, como siempre, mediante elipsis, poir el
final: el cuerpo, que vincularemos a la utopía por enrevesados
y complejos dinámicos de rizomas abiertos por mi propio
desconcierto barroco. M i lectura ño remite a un punto unívo­
co sino a la tensión entre dos puntos, uno manifiesto y otro
elidido mediante lo tangencial, que permita rozar ambas
órbitas. Intento quebrar así el espejo totalizador de la reduc­
ción de Bajtin al mero análisis literario y teórico, para
reconducirlo a otra serie de representaciones, esforzándome
por sacarlo de una imagen hierática y definitiva, reuniendo en
mi lectura los fragmentos heterogéneos de su utopía latente.
Confío que el cuerpo se construya así en una representación
textual provisoria y problemática, y como esquema o proyec­
ción de una nueva clase de método crítico que funde el len­
guaje, el poder y la ideología, perojno menos el problema del
deseo, de la representación, de la historia y de la producción
cultural. El cuerpo produce conversiones, en función de estra­
tegias, y oposiciones, subordinaciones y exclusiones. El cuer­
po nos revela los diferentes y contradictorios sentidos, y en él
se realiza la visión dialéctica de sucesivas series analógicas que
desembocan en una imagen final y doble, o ambivalente.

229
Lo que sugiero es que los conceptos bajtinianos son a
manera de categorías organizadoras y modos de producción.
Bajo la rúbrica de la carnavalización, ligada al cuerpo políti­
co y colectivo, se nos invita a explorar y desenmascarar los
textos culturales y la misión ideológica de un género en el
cual se agrupan las transgresiones en determinado contexto.
Él cuerpo contamina el orden de la realidad hegemónica, y lo
rigen múltiples zonas de un saber, en inversiones anatrópicas
de la maquinaria del poder, en reposiciones irónicas y- ejerci­
cios de incredulidad, que proyectan la sospecha de lo dado y
recibido como doxa,. Las siete series bajtinianas remiten al
encuentro de disonancias, o regio dissimilitudinis, mediante
desritualizaciones del universo hierático y fijo. El cuerpo y su
anatomía y fisiología, la ropa, la comida, la bebida y la borra­
chera, la sexualidad, la muerte, lo bajo escatológico (es decir:
los excrementos, la crapología) están proyectados contra, las
mitologías políticas, para degradar el cuerpo de la autoridad
mediante una prótesis con funciones alucinatorias. Es eviden­
te que los siete pecados capitales son el reverso de las siete vir­
tudes, y su textualización. desmembra vertiginosamente la
maquinaria externa del cuerpo en su dimensión social. Las
series nos abordan una teoría plural de los contenidos del
poder, al mismo tiempo que prácticas plurales de la felicidad.
Soy consciente que las series carnavalizadas mediante las
cuales^ Bajtin analiza el moderno discurso subversivo de
Rabelais, no se pueden transferir a troche y moche a lo largo
de la historia. Pero cabe aducir en m i defensa que, él mismo,
nos invita a escuchar cómo van llegando hasta nuestro pre-

230
sente como hilos tenues desde la modernidad capitalista tem ­
prana, es decir, de Dostoievski a nuestro siglo X X I . Situán­
dolas en m i presente, esta entrega a los síntomas del cuerpo
grotesco y enfermo, cuerpo que es tanto zona de placer cuan­
to de dolor, mediante imágenes enmarcadas por la ambiva­
lencia (que no la ambigüedad) se puede re-traducir rb-inser-
tándolo en una ruta rica de carácter subversivo para re-leer los
significados inscritos en algunos textos culturales que revelan
una. dimensión fundamental de nuestros pensamientos colec­
tivos y nuestras fantasías o utopías colectivas Sobre la historia,
la realidad y el futuro. Este cuerpo grotesco, fragmentado,
enfermo que las series evocan es la expresión del poder, y lo
vemos a través ele la distancia como en un cristal de aumento
en nuestro mundo americano, marcado en los genocidios (o
“altericidios”), en los golpes militares desde las Guerras de
Independencia, en las subséquentes dictaduras, en los inter­
medios torturantes de las “democracias” , en las angustias
sociales, y en el agotamiento físico de nuestras colectividades.
Pero al mismo tiempo, las tomas de conciencia, las múltiples
formas en que se viene hablando lo propio, en su punta de
indignación y valor. .
. ; Pero el cuerpo grotesco está también ligado a la parodia, y
en pluma empuñada por mujer puede proyectar un rechazo
latente a la autoridad y al absolutismo del significado, por
medio de la aparición de la figura de la autora en el campo de
la representación. Una lectura dialógica mostraría que un
texto serio puede leerse como un relato jocoso -Teresa
Sánchez, mejor conocido por Santa Teresa, sin ir muy lejos. Si

231
la parodia es la cita crítica de un lenguaje literario preforma-
do, que ejerce un efecto cómico sobre el lector o lectora, a
menudo -e n manos de mujer, repito-sugiere alternativas a las
voces monológicas y de. autoridad. ¿No habrá algo de parodia
en esa famosa Carta a Sor Pilotea de la musa mexicana?
A partir de este marco, interroguemos un par de textos cul­
turales, -que elijo,; no arbitrariamente, sino a partir de mi
conocimiento lector,, dejando de lado los que desconozco por
ignorancia: que todo no se sabe, pese a mi vocación faústica.
Para explicitar de manera ingenua y gráfica el recorrido, reto­
memos dos monumentos de erosión carnavalesca del cuerpo
colonial que hoy, nos recuerdan las referencias implicadas del
tejido de alusiones políticas en el mecanismo de la narración y
que forman parte de nuestra propia experiencia y práctica:
Felipe Huamán Poma de Ayala y Garcilaso el Inca. En ambos
casos, la intención es desmitologizar mediante un contra-rela­
to que proyecte .una memoria política colectiva del futuro. Y
es aquí, justaínente, donde el cuerpo se une a lo que he llama­
do anatropismo, pues en ambos mestizos la re-escritura de la
historia colonial significa la re-apropiación o traducción de la
narrativa o relato histórico de la conquista y de la representa­
ción de los pueblos sometidos, cimentadas en el bilingüism o,
en particular Poma de Ayala que hace convivir el repertorio
iconográfico de su cultura con el castellano. Sus "prácticas
semióticas se desarrollan en el terreno de la heteroglosia como
desafío y oposición, en dialogía polémica. En sus páginas nos
surge tentacular, protuberante, escrecente, hipertélico el
mundo colonial; la obscenidad de las estructuras en un uni-:

232
verso, desestructurado, la obscenidad de un universo deshis-
torizado, y la promiscuidad de las redes que funcionaron como
fuerzas de control y lím ite y dominación cultural.
Aún hoy millones de mestizos y amerindios, emplean sig­
nos análogos como fuente de transformación y renovación; y
no solo estos, se encuentra asimismo en los ritmos musicales
del jazz del negro o mulato norteamericano, en las pulsiones
de la híbrida salsa caribeña, en el reggae de Trinidad, el calip-
so de Jam aica, el merengue dominicano y haitiano, en las pala­
bras cruzadas del mal llamado “pachuco”, en la lengua bifur­
cada de los chícanos, los niuyoricans, en los dominicanyorks,
en las voces de todos aquellos que llaman a los Estados
Unidos, “los países” , asegurando así la variedad heterogénea
de culturas y grupos trashumantes. En fin , en todos aquellos
que son, como dice el poeta niuyorican Pedro P ietri, “assis­
tant, to the assistant, to the assistant dishwasher”, retoman­
do el sentido lírico. Pero no está menos presente en las vícti­
mas de la fiebre y el fantasma de nacionalismos xenófobos que
cruza a Europa. Que cada cultura tiene sus textos subversivos
y sus voces de eclosión y despliegue hacia el movimiento y la
vida. Que el carnaval es Eros y Thanatos; la pulsión y el deseo
de vida que destruye a la muerte.
Volviendo en espirales hacia el mundo colonial, la trans-
lingüística que propone Bajtin nos permite leer las estrategias
irónicas del sujeto ‘subalterno’ -hom bre o mujer de los países
coloniales y poscoloniales- inscritas en nuestros textos cultu­
rales y en nuestro pensamiento colectivo (el término proviene
de Antonio Gramsci y se ha difundido en los últim os años).

233
Nos permite, a su vez, reconocer a la mujer como sujeto subal­
terno en relecturas alternativas de tes textos maestros; nos abre
tes ojos al reconocimiento de la relación poder-sujeto, y nos
ofrece, a las mujeres, un instrumento de reflexión para mante­
ner abiertas las vías contra las reglas de la lógica que consoli­
dan las estructuras de dominio. E l método bajtiniano así
entendido nos aleja de la actitud de anticuarios o de coleccio­
nistas del pasado, al mismo tiempo que nos permite percibir
la radical diferencia entre el pasado social y cultural y el nues­
tro, a lavez que nos induce a sentir nuestro presente en soli­
daridad con sus polémicas, experiencias y luchas. Re-evalua­
dos como partes de un todo de nuestras historias coloniales
colectivas, los textos se nos abren ahora a múltiples signi­
ficaciones y reescrituras, registrando al mismo tiempo iden­
tificaciones dentro de las diferencias locales en cada nación o
estado, que legitim a su derecho a la auto-representación, con­
tra la construcción conceptual de los letrados, agentes de
expansión colonial, en sus crónicas e historias de Indias, o en
las degradantes y fragmentarias taxinomias iconográficas en la
configuración de una sociedad de castas como ley de clasifica­
ción inmutable de tes grupos y mezclas raciales que prolifera-
ron desde el siglo X V III hasta las Guerras de Independencia:
aquello de morisca, albino tornatrás, lobo, indio. Estas des­
cripciones sincrónicas a que he aludido de la programación o
tecnologías cultural de un momento preciso se pueden leer
■como antecedentes sombríos de las clasificaciones unheimliche
que resultaron en el genocidio judío: que el fantasma de Aus­
chwitz nos persigue a todos. N o confundamos ni analoguemos

234
el das unheiliche freudiano con el carnaval bajtiniano y su fies­
ta coribántica hacia la vida.
Podemos, tras lo dicho, retomar el hilo, ahora sin perderlo,
para subrayar la proyección plural de otro texto clásico, que
espera de nuestro acto lector vigencia y sentido. Gardlaso el
Inca no sólo proyecta en lo imaginario social un acceso .simbó­
lico al poder, sino que organiza su metarrelato en lucha abier­
ta contra las valoraciones autoritarias y la lengua monológica
del imperio. Garcilaso convierte la marginalidad cultural de
los mestizos en centro de libertad, mediante el habilísimo
manejo de los códigos culturales europeos, que reinterpreta y
deconstruye. Juan de Asbaje se proyecta también como nece­
saria relación conflictiva; su escritura intenta trastocar y sub­
vertir mediante una imaginación experimental grotesca, rizo-
mática y nómada que se metáboliza en preguntas. Quede
claro, sin embargo, que los textos dan movimiento a las opo­
siciones, a las diferencias, y a la imposibilidad de fundamen­
tarse en valores absolutos o en sujetos unitarios. Estamos en el
terreno de la traducción del capital simbólico europeo, re­
apropiado o re-traducido como capital propio. Los textos son
la arena de duplicación paródica, y marco del cuerpo propio,
mirado y escrito. A quí la dialogía polémica y la metalepsis del
carnaval proponen la liberación de lo simbólico, y la liberación
de la relación fetichista con el Otro. Ser sujeto del discurso
para estos mestizos equivale a producir un complejo de signos
y significados para apoderarse de las estructuras del significa­
do que se presuponen en la estructura del género.
Esta traducción del capital sim bólico es lo que antes»he

235
llamado anatropismo o percepción anatrópica, y equivale a
una inversión o metalepsis epistemológica creada por la
mente perceptiva. En en palabras de Platón en el Timo:
“cuando un hombre se pone al revés y apoya la cabeza en la
tierra levantando al aire los pies y se pone así cara a otro, en
esta posición, tanto para el sujeto como para los espectadores,
lo que está a la derecha parece estar a la izquierda, y lo que
está a la izquierda parece estar a la derecha, y la ilusión es
recíproca y simétrica” (Timo en 1977:43b, 1143). En este
diálogo, la anátrope está ligada a la cora, principio movible
que se traduce como actualidad, que fusiona tiempo y espació
(quizá lo que Bajtin llama cronotopo). Este espacio vacío, viene
organizado por Aritmos, la ciencia que funde las observaciones
del exterior y el interior, la psique y el mundo empírico. En
lo antedicho me he dejado guiar por muchos V irgilios.8 Pues
bien, ambos -la cora y Aritm os-son la base de la filosofía noér
tica, aquella orientada hacia la videncia, la aprehensión direc­
ta e intuitiva de lo pensable, lo que Husserl denomina el acto
intencional situado entre el acto y el objeto.
La digresión intencionada me permite situar a Bajtin entre
los pensadores noéticos, cuya escritura sigue el ritmo coribán-
tico o de Bolero de los sacerdotes danzantes y nómadas de
Cibeles, que repite un mismo tema en distintos movimientos,
en progresiones dé espiral. Me permite, asimismo, traducir el
antropismo del carnaval como proyección simbólica del mal

8 . V é a se el d o cu m e n ta d o e stu d io d e B o r n a B e b e k 1 9 8 2 . O fr e c e a q u í u n a e x te n ­
sa b ib lio g r a fía . H a d é notarse la d ife re n cia c o n e l co n ce p to d e co ra d ifu n d id o p o r
J u l i a K r is te v a .

23.6
social -d e l cuerpo jurídico, el cuerpo del estado, el cuerpo
político. Antes de la Anátrope, según Platón, los seres huma­
nos vivíamos en armonía, el mundo anatrópico significa la
caída, como resultado de los malos sentimientos: los siete
pecados capitales, las siete series carnavalescas. La destrucción
de la verdad espiritual noética causa la caída y en su fase final,
si seguimos a Heidegger, la caída de la filosofía y del pensa­
miento mismo (Heidegger 1968: 211).
La crisis de la representación im plícita en la anatropía que
nos dibuja Bajtin no le es ajeno a ningún lector, escritor o
escritora en América desde al menos los historiadores men­
cionados y Sor Juana, como ningún texto cultural desde siem­
pre en las culturas coloniales o neo-coloniales es ajeno a la
heteroglosia y al híbrido o a la batalla homérica por los sig­
nos y las opciones interpretativas. Las fantasías de unificación
con su poder simbólico tampoco le son ajenas a las mujeres,
colonizadas a menudo en el centro mismo de las grandes cul­
turas y sociedades. Estamos en el terreno de la traducción del
capital sim bólico, de la re-apropiación y la re-evaluación de
las representaciones prohibidas contra la Canonización del
lenguaje único de la cultura. Bajtin nos regala el marco para
desarrollar lo que llamaré la camavalización de sentido, produc­
to de la transculturación (término de Fernando O rtiz puesto
en boga últimamente) y de la translingüístiea, que hace audi­
ble los enunciados a m últiples voces, en su provocativa lucha
por los signos. Este encuadre nos induce a poner al revés, sol­
tando la risa liberadora y celebratoria, las narrativas históricas
excluyentes, cuya retórica fue y sigue siendo la catácresis o

237
formas de mal nombrar, para desplazar lo representado
mediante otra “mirada”. El “ojo escucha”, en frase de Claudel,
a lo que añado, “escucha sin sordina”, para incitarnos a ocu­
par una posición no subalterna, mediante actitudes valorati-
yas y cambios de sujeto, cada uno dando voz a,distintas tra­
diciones y distintas posiciones-del yo.
Los textos coloniales que re-acentúo para pensar nuestro
presente son producto de una ética, y derivan toda su fuerza
mediante complejas serniosis ÿ figuraciones a menudo con­
trapuestas entre sí. Recurren a una descodificación que pone
en juego un nuevo significado, experimentando así una meta­
morfosis por el camino. Son lenguas afectivas que nos abren
lá “morada de signos” (en frase martiana), liberando las reser­
vas semánticas laterales y disimuladas de signos de identidad
étnica, identidad lingüística, identidad cultural, identidad de
grupo, de clase, que coexisten en un mismo espacio. Precisa­
mente escenifican el con/y de la dialogía, forma de re-acen­
tuación de la armonía platónica, en todas sus variantes, que
no excluye la disonancia. • . v i- i
Otro conjunto dé textos nos llegan del pasado cargados de
tafeas éticas, y me permiten configurar un tercer ejemplo de
re-apropiación o traducción de signos, y un paso importante
en la gran lucha colectiva, asimismo episodio vital en un
vasto-relato todavía inconcluso. Estamos en el momento del
“modernismo” americano -d e M artí a Darío a Gabriela M is­
tral, al-presente “postmoderno”, y las huellas de un relato
ininterrumpido, pero con variantes, desde entonces. Todo ese
largo recorrido de reflexiones y proyecciones de cómo; vivir la

238
modernidad y su presente mismo como cuestión ética y esté­
tica introdujo una nueva- forma de mirar y de escuchar, un
nuevo y distinto punto de focalizáción para mirar las vidas
humanas. Se generó en este proceso plural nuevas formas1de
valorar y entonar las culturas, que nos han ido proporcionan­
do el marco para irnos haciendo nuestra identidad.. Lo que
puede definirse como cultura aquí debe entenderse de mane­
ra muy precisa: un sistema de significados, actitudes y valo­
res compartidos, así como las formas simbólicas a través de las
cuales se expresan o se encarnan. La suscinta definición es de
Peter Burke (1991:29). Pero además, es el espacio en el que
nos escribimos y autorizamos en eso. que somos. En cuanto
sistema sígnicó y sistema de significados cada manera de
“mirar” o re-acentuar los signos delinea y centra un mundo.
Siguiendo, traduciendo o re-acentuando a B ajtin, la perspec­
tiva noética anatrópica y eoribántica im plica una forma de
mirar nuestras propias culturas, identidades e identificacio­
nes, siempre en movimiento de metaférein, y nunca stasis. El
silencio y la clausura serían la muerte de una forma de mirar
y comprender la ambivalencia de los signos, y de impedimos
estallar sus contenidos de libertad y liberación.
Si Bajtin es perverso, o sea, un comprometido con la aven­
tura de su propio viaje, nos invita a desmontar los valores
antiguos, a desacralizar la literatura y las instituciones e im­
poner un nuevo modelo de lo humano. Su escritura metafóri­
ca es movimiento y viaje a una figuración utópica, mientras
sus pulsiones metonímicas dominan el relato fantasioso (y
aquí me dejo llevar de la mano por Ju lia Kristeva (1988:32-

239
33, 2^6) en sus pertinentes distinciones entre ambos tropos).
Esta dinámica nos invita como lectores a recuperar una escri­
tura y un discurso que fusione lo social, lo histórico, lo mate­
rial o la materialidad, y a embarcarnos en esa gran aventura
que se llama pensar para expresar la verdad del mundo y la
verdad de los humanos para quienes el mundo hoy se ha con­
vertido en trágico. Y el cuerpo es la ¡zona de ambivalencias, la
morada del subterráneo imaginario para reinventarlo. Es la
baza de espadas, el “loco” del tarot, el “gracioso” , “the fool of
the deck of cards” que dispara la experiencia fantaseadora -e l
imaginario social- para reapropiar relatos históricos, imáge­
nes, expresiones, ideolectos, pasiones, emociones, deseos,
estructuras que juegan simultáneamente con la apariencia de
la realidad y con la incertidumbre de la verdad.
Las voces no deben hacer pensar aquí sólo en figuras retó­
ricas clásicas, ni en palimpsestos de trazos o un mosaico de
palabras, sino un choque de semas y un sentido de acción
hacia el futuro. De esta materia -d e esta cota y A ritm os- se
esculpirá el “Tercero”: el que comprende en el futuro. Un
“Tercero” polivalente, una figuración amorosa -s i se quiere-
para quien la palabra enunciada, quizá incluso cada una de las
palabras, se convierte en una connotación expresable y evoca­
dora. Este “Terceto”, de un futuro cercano o lejano en la his­
toria, transporta el sentido, y resume la transferencia trans-
material y transhistórica. Re-establece el diálogo en el tiem ­
po, y el intercambio de información “utópica”, interiorizada
ya en la memoria colectiva. A sí concebido el significado es
una confianza que se tiene en el otro. Se puede seguir el des­
tino de éste discurso anatrópico en el cuerpo de los textos cul­
turales en los cuales ni las razones históricas ni los distintos
contextos situacionales perturban el valor de conjunto, ni
silencian o borran' el sentido utópico, que se condensa me­
diante procedimientos ecfrásticos, en ritmos corib£t$ico$, en
la totalidad del mensaje.
Y no solo estoy reclamando aquí la anatropía o, la meta-
lepsis de la carnavalización de sentido ingenuamente como
una inversión de perspectiva. El sujetó* social no es una sim­
ple estructura subjetiva, un Otro exterioral referente. Pierdo
un hilo y por un breve movimiento en espiral dentro de la
órbita de mi propio cuestionamiéhto, dirijo el oído hacia la
ambivalencia del término, que me conjura la insinuación
ética. La anatropía es un gesto catacrésico de reinscripción,
que se habla desde discursos del margen. En este paréntesis
que he abierto, la anatropía nos solicita á reflexionar sobre las
inflexiones de la cultura de sí (invocando a Foucault), y sobre
lo que antes he llamado “ideología de la emociones” y todo su
lenguaje puramente afectivo. Como el thyms platónico del IV
libro de La República, es signo del corazón, ambiguo y frágil,
y designa toda la actividad que transita entre el pensar y el
vivir, entre Logos y Bios; el sueño y el acto.
La anatropía, basada en la ambivalencia a que nos convida
el banquete bajtiniano, es la renovación subjetiva y discursi­
va en el centro de un debate esencial. La univocidad o molo-
gismo de los signos y las voces se abre así, mediante la heu­
rística que nos delinea, â leer la invocación, lo “no dicho” que
pesa sobre el propio sentido del mensaje. Nos invita, en mi

241
metftleecum, a la apoteosis utópica del deseo y del gozo, para
abrir la palabra a otro cuerpo político y social, sin las protu­
berancias funambulescas inscritas por la violencia del poder.
Nos invita a pensar más allá del esquema de conceptos acep-
tado.y darle una vuelta más de tuerca, nos seduce el oído para
“escuchar las flautas” de los coribantes. Innegablemente
muchas formas de argumentos del pasado deben escucharse
con sordina para percibir estas flautas y para que el cuerpo
social enfermo se repliegue sobre sí mismo en este combate
serniótico/simbólico. . «? '.
Alojada en el espacio del lenguaje figurado, la carnavaliza-
ción de sentido nps invita a la reapropiación del mensaje ÿ a
restaurar la vitalidad a los proyectos colectivos; confiar en juina
“resurrección” , que se apoya en la experiencia de la escritura
desmitificadora. La cuestión retórica deriva en movimientos
hacia la reflexión colectiva, y conduce a Tánatos, mediante
los choques de los discursos heterogéneos, en una apuesta
desencadenada hacia el futuro qué traza lo imaginario social
en realizaciones simbólicas. Los ecos de las. utopías latentes
-B ros, como figura de seducción- que dibuja el pesamiento
anatrópico se pueden escuchar como las voces de las comuni­
dades humanas que dejan en el discurso la huella de su liber­
tad, invitándonos a cuestionar la quietud con que aceptamos
lo. normativo y el poder. Esta heurística que propongo no se
lim ita a recoger operaciones efectuadas “antes” , sino que
comprueban la utilidad que han tenido y siguen teniendo y
cómo actúan en la actual economía de nuestra existencia, al
mismo tiempo que prestan el oído al diálogo social pluria-

242
centuado de discursos opuestos que luchan dentro de la uni­
dad del código compartido. La utopía.a que nos invitan el
anatropismo y la ambivalencia del carnaval es un modo de
discurso figurado muy particular (y aquí me apoyo en Louis
M arin 1984:8): es la representación ambivalente de ladmagen
equívoca de una síntesis posible y de una diferenciación pro­
ductiva. Revela una contradicción presente entre el concepto
y la historia. Es ,funa imagen equívoca” que resuelve sim bóli­
camente el (o los) conflicto ideológico. Hasta aquí mi pará­
frasis de M arin. ■
Desde un punto de vista semiótico, en la carnavalización de
sentido Se representa la cultura como una jerarquía de siste­
mas, una suma heteroglósica a la que va unida un conjunto de
funciones, y puede entenderse como un mecanismo colectivo
para conservar, elaborar y proyectar informaciones para sumi­
nistrarles actualidad en la construcción de un presente. En este
punto el concepto de Barthes de utopía del lenguaje nos puede
ser. útil;1 si el lenguaje no tiene un afuera, ni fronteras, ni
umbrales, ni lím ites, sí crea espacios de utopía donde los de­
seos pueden constituir nuevas formas de subjetividad y nuevas
formas de identidad. Deseos que se satisfacen mediante dis­
locaciones, re-lecturas y re-escrituras (lo que antes llamé tra­
ducción del capital simbólico) que hemos de trabajar laborio­
samente sin seguridad cierta a dónde conduce, pero que invi­
ta a la no reconciliación con las distorsiones mediante las cua­
les se realiza la contemporaneidad. La utopía im plícita en todo
este gran acto de apropiación simbólica no equivale ni a la
experiencia del cogito o la jouissance de cuanto se diluye y

243
disuelve. Podríamos decir que es un performativó que convo­
ca a la lucha por el re-acentuar el valor, la axiología de todos
los discursos que lo han alterizado. Digamos que teatraliza la
lucha por el poder que representa el conflicto de discursos, en
una gigantesca y convulsionada lucha de evaluaciones. En esta
arena movible se intenta subvertir los relatos maestros a la vez
que se proclama el propio espacio; no es la heterogeneidad
absolutizada, sino el re-acentuar los géneros y los discursos
desde una perspectiva ética que le restituye al mundo toda su
heterogeneidad. La “totalidad del enunciado” significa aquí
también las relaciones de poder inscritas por las instituciones
y doxas en los géneros discursivos. Se revela así que el movi­
miento amoroso de alegría -que para el místico es identifica­
ción de sí mismo con D io s- consiste en la inmersión en la
libertad. Nos conduce a una teoría del sujeto social como desa­
rrollo dinámico hacia el “Otro” en un acto de respuesta con­
junta. El presente, entonces, se hace inteligible en relación,con
el futuro que anticipa: el mundo queda así abierto y libre por­
que todo está por suceder. :
El ejercicio de la sospecha a que nos invitan estos concep­
tos para crear la utopía de un discurso en libertad disparado
al “Tercero” en el futuro, está apoyada en la ambivalencia, es
decir, que expresa las luchas de la heteroglosia, al forzar los
lím ites del lenguaje y cuestionar e intentar derrumbar las
categorías normativas y aceptadas de significación e interpre­
tación. Es también cuanto relativiza; y retomando los hilos
4

sobre el pensamiento noético, participa de la sincrisis y anacri-


sis, o la búsqueda de la verdad, tal como se escenifica en el

244
diálogo socrático. Relativiza, muestra el otro envés, como la
palabra de Sócrates: en ese mundo de espejos que es su Defensa
todo cambia a su opuesto y retorna a su sentido mediante la
fuerza de la persuasión. Es discurso en acción que retoma las
variadas posiciones, determinadas por lo contingente, .jo frá­
g il y complejo de lo humano. En ese mundo de' discursos
antagónicos, todo es relativo y opuesto: Sócrates corrompe a
los jóvenes y los educa, seduce y abandona, miente y dice la
verdad; el estado se beneficia y se perjudica con su muerte.
Sócrates enferma y cura; predica las ideas nuevas y sostiene las
antiguas; introduce dioses nuevos y extraños y respeta los tra­
dicionales. Transforma los argumentos débiles en armas pode­
rosas; es decir, los sicofantas o delatores profesiones lo acusan
de sofista, aquel que solo quiere vencer sobre su oponente,
empleando en su beneficio las galas retóricas.
Lo que queda claro es que la lucha por el signo en Sócrates
equivale a una misión proyectada sobre la misma muerte. La
utopía latente bajtiniana pide un desplazamiento en esa direc­
ción, y al menos a m í me sugiere ocuparnos, como Sócrates, en
investigar lo subterráneo y lo celeste, convertir en fuerte el
pensamiento débil y enseñar a otros estas mismas prácticas de
vértigo. Con lo dicho, resumo y reapropio la acusación de
Meleto. Los diálogos nos transparentan el mundo del pharma-
kon, de los deslizamientos; la ambivalencia del .texto de la
defensa de Sócrates que empleo como paradigma reafirma la
incompatibilidad absoluta entre dos perspectivas -o formas de
m irar- en juicio. Es una puesta en escena de cuanto es inver­
samente asimétrico, que se funda en la distancia.

245
En definitiva, la anatropía y la carnavalización de sentido,
campo de la utopía del futuro que persigo, se hacen más in­
teligibles evocando las últimas palabras de Sócrates a los
atenientes: “Y no digo más, porque es hora de partir; yo he de
marchar a morir, y vosotros a vivir. ¿Sois vosotros, o soy yo
quien va a una situación mejor? Eso es oscuro para cualquie­
ra, salvo para la divinidad.” Esta utopía es, por así decirlo, una
parcela de la equivocidad, el acto en movimiento que obse­
siona a la civilización Occidental desde Aristóteles. También
la podemos definir, parafraseando en muy otro sentido .a Paul
Ricoeur: la vehemencia ontológica, propia de la intención
semántica de esta utopía en acto, designa una incertidumbre
y lleva en sí el presentimiento de lo desconocido.9.Casi casi
sirve como descripción de la aventura amorosa.

9 . R i c o e u t 1 9 7 5 :3 7 9 y 1 9 8 5 :4 4 2 -4 3 .
R E F E R E N C IA S P R IM A R IA S

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260
IN D IC E

Prólogo: E l p rin cip io d ialó gico ............................................... 9

I. Escuchar a B a jtin ........................... . . . . ■


................. . . 23

I I . B a jtin y sus apócrifos


o en E l-N o m b re-d él Padre ..................................... 54
I I I . La crítica d iálo gica .................... ........................................75

IV . Interp retar= sospechar.


C óm o leer sin ingenu idad los textos ....................127

V. D iá lo g o y réplica:
re-acentuar la re-acentuación ....................... 167

V I . E l ritm o de la re-acentuación:
la “tercera len gu a” de la cu ltu ra popular . . . 199

V II. B a jtin , el cuerpo p o lítico y la utopía:


m etalectura en clave de crítica -ficció n . . . . 228
Referencias ................ 247

261

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