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ANTECEDENTES
Antes de nada debemos partir de algunos puntos en común, unos tópicos en su sentido
más estricto (forma de organizar el pensamiento y forma de convencimiento del
auditorio), que permitan encauzar la comprensión que debemos tener del positivismo
jurídico.
En primer lugar, este nombre, positivismo jurídico, realmente no nos dice nada. Dentro
del positivismo encontramos tantas escuelas, tantos movimientos, incluso
profundamente encontrados entre sí, que mal se haría en considerar que hay una
esencia suprasensible de lo que es el positivismo o, peor aún, de ser positivista. Hay, no
obstante, ciertos aspectos que, generalizando, podrían permitir alguna identificación de
las escuelas iuspositivistas, aunque no son criterios últimos ni definitivos:
A) El rechazo, por algunos, o la no consideración, por otros, de las teorías
metafísicas dentro del discurso científico del derecho;
B) La opinión generalizada de que el derecho válido no está necesariamente
relacionado con el derecho justo;
C) El énfasis en la consideración del Estado como única o principal, según el caso,
fuente del derecho válido (aunque esta característica no aplique plenamente para
el realismo sociológico
D) La aceptación del monismo (solo un derecho válido) en vez del dualismo jurídico (un
derecho positivo y otro natural, ambos con validez);
E) La reivindicación de la expresión lingüística determinable, en especial de la palabra
escrita, como la forma propia del derecho, para así diferenciar lo jurídico de la
moral, que no se agota en el lenguaje, y precisar los alcances de la norma.
De esta manera, podemos considerar que las diversas Escuelas del Iuspositivismo giran
fundamentalmente en torno a estos tópicos. Incluso, aceptando que no hay un
positivismo sino que este es el nombre con el que se designa a una gran variedad de
escuelas, ya podemos plantear nuestras críticas a muchos movimientos
contemporáneos que son ora iusnaturalistas, ora neopositivistas, que aluden con
términos muy peyorativos al positivismo, cuando en verdad quieren enfocar sus críticas
a una de las escuelas del mismo, esto es, a la exégesis. Por tanto, digámoslo de una vez,
no todo positivista es un exégeta, aunque un exégeta es un positivista.
Otra generalidad importante para ser tenida en cuenta tiene que ver con la clasificación,
bien conocida, del positivismo propuesta por Bobbio. Este autor italiano consideró que
existían tres positivismos:
A) El ideológico o como ideología que, sintetizando, considera al derecho válido
(especialmente si es válido por ser fruto de la voluntad de un órgano
representativo-democrático) como justo y sabio. La validez jurídica sería algo así
como la garantía de la justicia y la sabiduría de una norma. Se refiere, pues,
Bobbio, a la idea más expandida, aunque no del todo correcta
B) El teórico o como teoría que, resumiendo, considera que el derecho válido, por
tanto el que obliga y el que es coercible, es el que es fruto del Estado por lo que
termina por identificar positivismo jurídico con la teoría estatal del derecho.
C) El metodológico o como modo de acercarse al estudio del derecho que, grosso
modo, señala que el discurso científico legítimo del derecho no es otro que el que
se ocupa del estudio del derecho positivo o válido, y no del derecho que debería ser
derecho, es decir, derecho ideal, por lo que la elección determinada y consciente
del objeto de estudio es lo que lo hace un positivismo, dejando de lado otras facetas
que si bien igualmente pudieron ser estudiadas se dejan en manos de otras
disciplinas diferentes a la jurídica.
ANALISIS
Kelsen no dejó de criticar las diferentes teorías de diferentes autores al considerar que
había en ellas muchos elementos ideológicos y políticos, como el nacionalismo, que
impedían que estas se expresaran adecuadamente como teorías positivistas. Por
ejemplo, escribió de una de ellas: “La doctrina de la escuela histórica del derecho es, sin
embargo, ella misma una disfrazada doctrina jusnaturalista en tanto que declara al
Volksgeist como la fuente del derecho del único derecho verdadero y eficaz, y hace
provenir de este el derecho de la misma manera que la doctrina jusnaturalista hacía
provenir el derecho natural de la razón … la escuela histórica del derecho es una doctrina
jusnaturalista conservadora y antirrevolucionaria”. Y este juicio no era para menos, si se
tiene en cuenta que Kelsen, emulando de esta manera la metodología crítica de Kant
frente a la razón pura y práctica, considera como positivista solo a quien pida
credenciales de legitimidad a la razón jurídica para encontrar de tal manera la esencia
fundamental y diferenciadora de lo jurídico, esto es, limpiar la casa de cualquier
componente extrajurídico, vale decir, “liberar a la ciencia jurídica de todos los elementos
que le son extraños”, en especial de los juicios morales conocidos con el nombre de
derecho natural.
Ahora bien, los aportes de Kelsen, reduciéndonos especialmente a su Teoría pura del
derecho, obra que cuenta con dos ediciones básicas, (y decenas de reimpresiones en
diferentes idiomas), una de 1934120 y otra de 1960-1962, podemos anclarlos en los tres
frentes planteados por Bobbio:
1. Positivismo metodológico;
2. Positivismo teórico;
3. Rechazo del positivismo ideológico
En lo que respecta al positivismo teórico, esto es, a sus afirmaciones ya no tanto en torno
a lo que debe ser la ciencia del derecho sino a lo que es el derecho positivo, afirmará,
entre otras cosas, que la norma adquiere su validez no en virtud de sistemas de
referencia extrajurídicos (como la religión, la moral, la naturaleza, etc.) sino en virtud
del ordenamiento mismo (lo que explica que esta teoría sea estructuralista o
normativista). Y el ordenamiento, que valida sus propias normas, es un entramado
jerárquico (las normas, entre sí, tienen diferentes jerarquías que determinan su validez
tanto formal –en el procedimiento y competencia de creación– como mate- rial –en
cuanto al contenido de las normas inferiores–) que funciona en torno a relaciones de
imputación y no de causalidad, esto es, que una norma imputa una consecuencia jurídica
a una descripción estipulada por la misma norma, pero no en virtud de relaciones de
causa efecto sino de imputaciones efectuadas por el agente aplicador del derecho, fruto
de su interpretación tanto de la norma, como del ordenamiento jurídico y de los “hechos
probados” considerados como tales conforme a las normas. De esta manera, si el
derecho se rigiera por la causalidad, siempre que se produjera un hecho considerado
como hurto se daría una sanción penal de hurto, pero el derecho no actúa así por lo que
es posible que un hecho no sea interpretado jurídicamente como hurto, que ese hurto
no lleve a la aplicación de una consecuencia jurídico penal, y que a quien se le aplique
una consecuencia penal no necesariamente sea quien hurtó en el mundo de la vida
(puesto que el juez, al momento de condenar o absolver, trabaja, igualmente, en juicios
de imputación y esquemas de interpretación, lo que no excluye la posibilidad del error
mirado desde el plano fenomenológico).
Por último, no puede pasarse por alto en esta breve enunciación de lo dicho por Kelsen
en torno al positivismo como derecho válido, que el ordenamiento adquiere, a su vez,
su validez, su estatus, en tanto es fruto del Estado de derecho. Claramente para el autor
austriaco no hay dualidad ni oposición posible entre derecho y Estado, en la medida que
el primero regula al segundo, y el segundo crea al primero, a la vez que le da coactividad.
Sin embargo, el modelo de Estado que Kelsen tiene en ciernes va mucho más allá del
Estado liberal decimonónico, pues en él se sientan las bases del Estado constitucional,
en la medida que la ley deja de ser la principal fuente de derecho.
Pasando a su rechazo al positivismo ideológico, es claro que Kelsen no puede ser
considerado como tal, mucho menos como un exégeta, por las siguientes razones: