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Triduo a Santa Clara 3dia. Santa Clara Princesa de los Pobres.

Como encontramos a Dios en la pobreza a ejemplo de Clara.


CALARA «MUJER POBRE»
Papa Francisco: «Si quieres encontrar a Dios, búscalo en la
humildad, búscalo en la pobreza» yo quisiera que el Espíritu Santo
abriera el corazón de todos los romanos y les hiciera entender el
camino de la salvación, que no está en el lujo, no es el camino de
las grandes riquezas, no es el camino del poder, es el camino de
la humildad. Los más pobres, los enfermos, los encarcelados... Pero
Jesús dice aún más, los más pecadores si se arrepienten nos
precederán en el cielo. Ellos tienen la llave. Aquel que hace la
caridad y aquel que se deja abrazar de la misericordia del Señor».
El Papa pidió al Señor que «nos haga entender que el camino de la
riqueza, de la vanidad y del orgullo no son caminos de
salvación»
Es que en los pobres esta Dios, es el lugar donde podemos
encontrarlo y Clara descubrió esto, al igual que Francisco, también
Clara, su «pequeña planta» es una figura extremadamente lineal: una
mujer de pocas ideas, pero limpias, fuertes y profundas, y vividas
con tal coherencia y profundidad que se convierten en ideas-fuerza e
ideas-vida de toda una existencia.
Su vida espiritual, tal cual emerge de las Fuentes, oscila entre dos
polos: Pobreza y Reino de Dios; vacío de sí, plenitud de Dios: en
Cristo pobre y humilde. Son dos polos; pero en la vida de Clara, lo
mismo que en el Evangelio, se van convirtiendo, con el avance del
camino espiritual, en uno solo, con rostro de Cristo, pobre y
crucificado y, a la vez, «rey de la gloria» y canal del Espíritu en la
humanidad.
«El reino -en efecto- es de los pobres» (Mt 5,3). Y el que no abrasa
esta pobreza no puede ser parte de este.
La pobreza del hombre y la plenitud del Padre se desposan en Cristo
Jesús, el reino presente entre nosotros. Clara tiene conciencia nítida
de ello.
«¡Oh pobreza dichosa, que procuras riquezas eternas a quien te ama
y te abraza! ¡Oh pobreza santa, a quienes te poseen y desean, Dios
promete el reino de los cielos y ofrece infaliblemente la gloria eterna
y la vida bienaventurada!».
Cristo «se hizo pobre, para que los hombres se hicieran en Él ricos
por la posesión del reino de los cielos».
«El reino de los cielos sólo se promete y se da por Dios a los pobres;
ya que en tanto se pierde el fruto de la caridad en cuanto se ama algo
temporal».
«No es posible ambicionar la gloria en este mundo y después reinar
allí con Cristo».
María es el ejemplo más fiel de esta pobreza, es ella la que lleva en
si misma el que se hiso pobre.
«Negocio grande y laudable es dejar los bienes temporales por los
eternos, merecer los bienes celestes a cambio de los terrenos, recibir
el ciento por uno, y asegurarse por siempre la vida bienaventurada»
(Carta I). es esto lo que en maría vemos ella escogió a si como Clara
al pobre entre los pobres (el Hijo del hombre no tiene donde
recostar la cabeza, Mt. 8,20)
Frente a Dios, Clara es «la pobre» que imita a María.
Su vida, por voluntad del Altísimo Padre celestial y bajo la guía de
Francisco, pasa al través de una experiencia áspera, dura, desnuda e
integral de una pobreza material y moral que la misma Clara, en su
Regla, deberá llamar con muchos nombres para hacerse comprender:
«pobreza, trabajo, tribulación, ignominia, desprecio del mundo».
Despojada de todo lo humano y dando todo a los pobres encuentra
su Riquezas.
Esta experiencia inicial de su vida religiosa la vacía de toda posible
seguridad, fuera de Dios; la despoja de toda posible ilusión, de todo
apego y de toda espera, que no sea la espera de sólo Dios, de Él, el
Señor: una presencia que embriaga de alegría el corazón que se le
abre de par en par humilde y pobre en una oración que es amor «en
lo secreto del Padre» (Mt 6,6). Esta es la única manera de poder
encontrar a Dios en nuestras necesidades cuando ya no anhelemos
mas que al que lo provee todo. (más buscad primeramente el reino
de Dios y su justicia, y todas estas cosas os añadirán. Mt.6,33)
La pobreza de Clara es fe desnuda.
Es preciso no tener ya a nadie en este mundo, Es preciso no ser ya
de este mundo, en el sentido de que todo lo que es del mundo se
escapa ahora ya a la experiencia y se siente como extraño, ya no da
nada al alma; es preciso no tener y no esperar más ayuda de nadie,
sino de sólo Dios: entonces, la pobreza se hace fe desnuda.
Tal es precisamente la pobreza de Clara: un abrirse de par en par
frente a Dios, con ilimitada confianza en las promesas evangélicas
hechas a los pobres (Mt 6,19-21 y 25-34; Lc 12,22-32).

Un abandonarse infinito y sin cálculos a la confianza en el «Padre de


las misericordias», que es «el que da todo bien», de quien «debemos
considerar los inmensos beneficios que nos ha otorgado» Un
quedarse libres, con el corazón desembarazado de toda preocupación
humana, libres como «pájaros del cielo» (Lc 12,6), en las manos de
aquel Padre, el Altísimo, que conoce hasta el número de nuestros
cabellos y que sabe todo lo que necesitan sus hijos (Lc 12,22-32).
Esta es la manera en que usted y yo debemos mirar la pobreza, esta
no es miseria, no es empequeñecerse o ser menos, al contrario, esta
engrandece al hombre haciéndonos posible alcanzar el reino de los
cielos.
El Padre celestial es, para Clara, aquel Padre de quien se puede
decir, al fin de la vida, que «siempre te ha mirado como la madre al
hijo pequeño que ama»; y bendecirlo y darle gracias, frente a la
hermana muerte, como «mujer pobre» que todo lo ha recibido
gratuitamente de Él: «Tú, Señor, seas bendito porque me has
creado...».
El secreto de Clara -el secreto «fontal=fuente» de su vida de
contemplación y de fraternidad-, el secreto de su realización plena
como mujer, como cristiana como franciscana, está en el haber
querido y buscado y amado, en la raíz de toda su existencia, esta
herencia de pobreza, de sufrimiento humano, por amor de Cristo
pobre y de su Madre virgen; y en el haberla impulsado, por Él y de
la mano sabia de Francisco, hasta el grado sumo, con la locura de los
Santos. Clara, enamorada como Francisco. «Y lo primero, al
comienzo de su conversión, hizo vender la herencia paterna que le
había tocado y, sin reservarse para sí nada de lo recaudado, lo
distribuyó entre los pobres.
Desde aquella hora, dejando el mundo afuera, enriquecida la mente
hacia dentro, ligera y sin bolsa, corre en pos de Cristo, «Si alguna,
movida por inspiración divina, viniere a nosotras queriendo abrazar
esta vida... dígasele la palabra del santo Evangelio: Que vaya y
venda todas sus cosas y procure repartirlas entre los pobres»: porque
«el Señor nació pobre y fue reclinado en el pesebre, pobre vivió en
el mundo y desnudo permaneció en el patíbulo...».
quieres en lo material tener lo necesario y en lo espiritual alcanzar
la vida eterna, elige ser pobre por el Evangelio, todas las
bienaventuranzas son para los pobres de Espíritu, los que lloran, los
mansos los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos,
los limpios de corazón, los pacificadores, los perseguidos. (Mateo 5,
2-12).

«Hazte capacidad y yo me haré torrente», dijo el Señor a la beata


Ángela de Foligno. Hazte pobre, y tuyo es el «reino», plenitud de
amor, comunión con el Padre y con el Hijo en el Espíritu; hazte una
cavidad amplia para el Espíritu del Señor, y el Señor habitará en ti.

Hacerse «pobres» en sentido pleno es hacerse contemplativos:


abrirse al Espíritu del Señor, que es el Padre de los pobres.
Clara hace realidad una vida de pobreza que tiene no sólo una
dimensión externa, sino que es ante todo espiritual e interna; más
aún, es enteramente peculiar y de forma realmente femenina.
Ciertamente, nadie como esta mujer entendió y adoptó tan en
profundidad el espíritu de Francisco y, en especial, su ideal de
pobreza.
Clara nació en Asís en 1194, en el seno de una familia noble
entiende que el hombre debe ser pobre ante Dios, es decir, debe
permanecer sin apoyaduras, desinstalado e inseguro, sin garantías.

La realidad más profunda de la pobreza reside en esta pobreza


interior, de tal suerte que toda pobreza exterior -y aquí viene al caso
recordar el privilegio de la pobreza de santa Clara- es sola y
únicamente una imagen, un reflejo de esta pobreza interior. Cuando
ya nada tenemos, nos queda Dios, como dice Santa Teresa Solo Dios
basta.

La pobreza es camino para el amor. Mediante la voluntad absoluta


de ser totalmente pobre, el hombre queda liberado de todas las
ataduras y obstáculos que le impiden el acceso al Dios que es amor.
Esta es la función de la pobreza: crear en el hombre un espacio para
el «Espíritu del Señor», como repiten constantemente Francisco y
Clara. Dónde está ese Espíritu del Señor, allí existe en el hombre
espacio para Dios, allí el hombre es libre, libre para Dios.
Quien se ha hecho así verdaderamente libre a través de la pobreza,
será también verdaderamente alegre.

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