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Historia de la evolución del universo

Todas las culturas que han existido se han preguntado de dónde venimos, cuál es el origen del
universo, y han creado sus propios relatos mitológicos para explicar dicha génesis. Todos estos
relatos parecen coincidir a la hora de explicar que el orden surge del caos, la luz de la
oscuridad, el todo de la nada. Las cosas surgen por sí solas o por la acción de alguna divinidad.
Se les llama mitos de la creación. Todas parten de la creencia de que el mundo surgió en algún
momento y luego fue evolucionando. La ciencia actual también tiene su propio mito
creacional, esta vez basado en observaciones empíricas. Lo llamamos la Teoría del Big Bang.

Actualmente la Teoría del Big Bang ha sido suficientemente confirmada por los datos empíricos
como para que podamos considerarla como un hecho cierto sobre la que basar nuestras
hipótesis. Esto no significa que entendamos la génesis de todo, porque en realidad hay
infinidad de cosas que ignoramos. No sabemos qué había antes del Big Bang, si había algo, ni
qué habrá después, si es que algo habrá. No sabemos si nuestro universo es uno más de otros
innumerables universos y si cada uno de dichos hipotéticos universos cuenta con principios
físicos diferentes. No estamos seguros de entender el concepto del tiempo, sobre el cual se
basa la explicación de la evolución del universo. Y por supuesto no tenemos ni idea de por qué
existe algo en lugar de no existir nada, ni si esta pregunta tiene realmente sentido o podrá ser
alguna vez respondida. No sabemos nada de todo esto, pero seguimos avanzando sobre lo
que sí sabemos o creemos saber.

La Teoría del Big Bang afirma que nuestro universo comenzó hace aproximadamente 13.800
millones de años. En ese momento, todo el universo se encontraba contenido en el interior de
un punto increíblemente denso y caliente, más pequeño que el tamaño de un átomo. Luego
explotó de pronto y en una fracción de segundo se expandió a una velocidad impensable hasta
ser más grande que una galaxia. Todavía hoy se encuentra en expansión.

Después de esta expansión inicial, la llamada fase de inflación, el universo se enfrió lo


suficiente para permitir la formación de las partículas subatómicas y más tarde simples
átomos. Nubes gigantes de estos elementos primordiales se unieron más tarde debido a la
gravedad, para formar estrellas y galaxias.

Luego el universo continuó evolucionando. Las estrellas que se creaban sobrevivían hasta
agotar su combustible, momento en el cual implosionan y expulsaban todo su material al
espacio. Cada vez que una estrella se destruía, daba lugar al nacimiento de elementos más
complejos, los cuales acabarían dando lugar al nacimiento de nuevas estrellas y planetas.
Debido a estos ciclos, el mundo fue creando elementos cada vez más complejos, una y otra
vez, hasta llegar a toda la gama de elementos que forman nuestra famosa tabla periódica
actual.

En el final previsible del universo todas las estrellas habrán agotado su energía y el universo
será un conjunto de partículas moviéndose de forma errática por el espacio. Será la muerte
térmica de nuestro universo. Previsiblemente todas estas partículas serán absorbidas por
agujeros negros y después los propios agujeros negros se evaporarán hasta que finalmente no
quede nada.

Así que nos encontramos en algún punto temporal intermedio de la historia del universo en su
viaje desde el punto inicial de mínima entropía al punto final de máxima entropía que
alcanzará al final de su existencia.

En física, la entropía se define como el nivel de desorden o caos de un sistema. Por ejemplo, un
vaso de cristal tiene un bajo nivel de entropía, pero si se cae y se esparce en mil pedazos,
alcanzará un elevado nivel de entropía o desorden. Nuestro salón bien arreglado tiene baja
entropía, pero si dejamos que jueguen allí un grupo de niños, alcanzará pronto un elevado
estado de entropía o caos. Las pirámides de Egipto tenían una baja entropía en el momento en
que fueron construidas, pero con el paso del tiempo fueron tendiendo al desgaste, la
desintegración y el caos. Todas las cosas del universo, dejadas a su libre discurrir, tienden hacia
el caos y el desorden.

Sin embargo, en este viaje desde el orden al desorden, observamos que al mismo tiempo se
produce una tendencia aparentemente contradictoria desde la simplicidad a la complejidad.
De este modo, desde que se produjo el Big Bang, el universo ha ido produciendo cosas cada
vez más complejas y localmente ordenadas. Primero la materia y la energía en sí mismas, luego
las estrellas, los átomos y los elementos cada vez más pesados y complejos, luego las
moléculas, la química, la biología, la vida, la inteligencia y la consciencia, las sociedades, la
tecnología... Todo esto ha ido formándose progresivamente.

Así que tenemos una flecha que apunta a una mayor entropía y al mismo tiempo cosas que
parecen ser cada vez menos entrópicas. En realidad, la ciencia explica que esto no es
necesariamente contradictorio, sino que las cosas complejas y ordenadas, como la vida, se
forman a costa de generar mayor entropía en el conjunto del sistema. Nuestro orden vital se
hace a costa de desordenar un poco más el mundo en su conjunto. De todos modos, en la
medida en que la entropía o caos total del universo sigan creciendo, la vida y todos los demás
elementos complejos acabarán desapareciendo, volviéndose caóticos como todo lo demás.
Solo es cuestión de tiempo.
Para entender cómo sucede este proceso, podemos imaginar un vaso que contiene leche y
sobre el cual vertemos café. Antes de que ambos ingredientes comiencen a mezclarse el
sistema tiene baja entropía, está ordenado. Luego, cuando la leche y el café comienzan a
mezclarse, se pueden formar patrones complejos, quizás sofisticadas figuras fractales. En este
instante, conviven la tendencia al caos y la momentánea tendencia a la complejidad en partes
específicas de la mezcla. Finalmente, cuando la leche y el café estén totalmente mezclados, el
vaso se encontrará en un nivel de entropía mayor, más desordenado. La entropía siempre
crece mientras que la complejidad primero aumenta y luego decrece. Nuestro universo se
encuentra en la fase en la que todavía se está incrementando la complejidad de algunas de las
estructuras que lo conforman, antes de alcanzar el momento final de máximo desorden, que
presumiblemente acabará en la nada.

Así que el mundo se inició con el Big Bang como si alguien hubiera tirado los dados y éstos
hubieran caído con una determinada configuración que fijaron las reglas de cómo sería
nuestro universo. Al principio, estas reglas debieron ser solamente un algoritmo simple que la
física todavía está intentando desentrañar, modelizándolo en una sola ecuación que lo
explique todo. Luego, a medida que el universo fue evolucionando, se fueron generando
nuevos algoritmos que afectaban a las cosas nuevas, particulares y complejas que se fueron
formando. Y todo ello sin que el algoritmo general del universo dejase de estar vigente en
ningún momento. Si los dados hubieran caído de otra manera, si las condiciones iniciales en el
momento en que se produjo el Big Bang hubieran sido otras, entonces presumiblemente
habríamos tenido otro universo con unas condiciones distintas, con unas leyes físicas
diferentes. Tal vez, como muchos científicos postulan, existen innumerables universos
paralelos, cada uno de los cuales tiene condiciones distintas, leyes físicas distintas, reglas de
funcionamiento diferentes.

Sea como fuere, nosotros tuvimos nuestro particular Big Bang que acabó determinando un
universo con unas ciertas leyes físicas y no otras. Unas leyes físicas que parecen inmutables y
comunes a cualquier lugar del cosmos conocido hacia donde dirijamos nuestra mirada. Así que
la siguiente cuestión a la que necesitamos tratar de responder es cuál es la naturaleza de este
universo que tenemos.

El mundo no está hecho de nada

El universo parece complejo, lleno de cosas muy diversas que podemos observar con nuestros
sentidos y que a primera vista se comportan de maneras difíciles de comprender y predecir.
Durante milenios, hemos intentado entender, descifrar y clasificar este universo que hoy
parece poblado de innumerables objetos variopintos.

Primero dirigimos nuestra mirada a cosas concretas y cercanas, para nombrarlas,


categorizarlas y tratar de conectarlas a través de una cadena de causas y efectos. Por ejemplo,
tratábamos de comprender cómo se comportan las estaciones del año, qué plantas son
nutritivas y cuáles no lo son, cómo se puede producir y controlar el fuego, etc.

Progresivamente, a medida que acumulamos más y más datos, nos fuimos encontrando en
posición de hacer preguntas más ambiciosas que respondieran y explicaran la aparente
complejidad inabarcable del cosmos. Intuimos que, dentro de esta amplísima diversidad de
objetos que pueblan el universo, debía haber patrones comunes que explicaran muchas cosas
a la vez. Vislumbramos que quizás todas estas cosas de apariencia tan diferente respondían a
una realidad más básica, de modo que en su capa más profunda fueran prácticamente iguales.
Algo así como piezas intercambiables de Lego de las cuales estarían formados todos los
objetos del universo.

Esta es una vieja intuición de algunos filósofos griegos de la antigüedad que enunciaron la idea
del átomo como ladrillo básico de lo que todas las cosas están hechas. Resultó que era cierto,
las cosas están hechas de átomos. Pero después resultó que los átomos tampoco eran la
realidad última, porque a un nivel más profundo encontramos que estos átomos están
formados por electrones, protones y neutrones. Estas partículas se combinan en diferentes
proporciones para conformar todas las variedades de átomos existentes, lo que determina la
naturaleza química de los elementos.

Luego resultó que estas partículas subatómicas tampoco eran la capa última de la realidad,
sino que en un nivel todavía más profundo encontramos que los neutrones y protones están
compuestos por quarks, de los que hay varios tipos. Así que el mundo está formado por cosas
que a su vez están formadas por átomos, que a su vez están formados por electrones,
protones y neutrones, y estos últimos a su vez están formados por quarks. A todas estas
partículas elementales de los que está formada la materia se les denomina fermiones.

Junto con estas partículas elementales, nos encontramos que en el universo hay otras cosas
que llamamos fuerzas. Y son las fuerzas las que hacen que la materia haga algo, como
modificar su movimiento o su forma. Resulta que, según el conocimiento científico
actualmente disponible, hay solo cuatro fuerzas fundamentales en el universo, de las cuales se
derivan todas las demás. Son la gravedad, el electromagnetismo y la fuerza nuclear débil y
fuerte. Estas fuerzas, de forma contraintuitiva, también están formadas por partículas, que se
llaman bosones. Por ejemplo, nos parece que la luz no está hecha de nada más que de luz,
pero resulta que no, que está formada por partículas elementales llamadas fotones, que son
una clase de bosones.

Así que ahora hemos conseguido reducir la gran diversidad y complejidad del universo
macroscópico a solo unos pocos elementos y fuerzas. De su combinación surge todo lo que hay
en el mundo, del mismo modo que combinando unas pocas piezas de Lego podemos formar
casi infinitas figuras diferentes, aunque en el fondo todo sean solo piezas de Lego.

Cuanto más profundizamos en los niveles de la materia, menos diversidad nos encontramos.
De este modo, si vamos al nivel de las moléculas y los átomos, la diversidad inabarcable del
universo se reduce a solo unos pocos elementos. Si vamos todavía más profundo al nivel de las
subpartículas, la diversidad se reduce aún más. Y lo más sorprendente de todo es que, cuando
llegamos al final del todo, no parece haber diversidad alguna.

En efecto, cuando bajamos en la escala del universo hasta su nivel más profundo, la
denominada escala de Planck, observamos que, en realidad, las partículas fundamentales no
tienen existencia material individual. Los bosones y los fermiones no están hechos de materia.
Son solo algo que los científicos llaman “vibraciones de campo cuántico”. Es lo mismo que
decir que son meros entes matemáticos, probabilidades numéricas que adquieren los campos
de fuerza que se extienden por todo el universo. Y los campos de fuerza, de nuevo, no son más
que entes matemáticos carentes de realidad material alguna.

Así que en el límite no hay distinción entre matemáticas y realidad. El mundo parece material,
pero en su capa más profunda solo es una simulación matemática, como los programas de
ordenadores. Entonces, es lógico que todo pueda ser explicado matemáticamente. El mundo
físico no es que esté representado por las matemáticas, sino que en realidad en su capa más
profunda sólo tiene propiedades matemáticas.

Esto es lo mismo que decir que la naturaleza última de la realidad es información, datos,
algoritmos. Estos datos y algoritmos producen la realidad. O, por decirlo de otro modo, la
realidad macroscópica que percibimos es solo una propiedad emergente de los datos y
algoritmos que conforman su esencia última.

Básicamente todo lo que existe son cosas que han adquirido propiedades emergentes a
medida que el universo ha ido volviéndose más complejo. Pero al final, en su capa más
profunda, solo son datos computándose de acuerdo con unos algoritmos, las leyes físicas que
determinan cómo funciona nuestro universo.
Propiedades emergentes

Podemos preguntarnos cómo es posible que, si el mundo está hecho de meros datos carentes
de entidad material, se comporte de un modo tan real. ¿Acaso no vemos sillas, mesas, perros y
árboles a nuestro alrededor? Si hace frío, ¿no nos sentimos destemplados? Si nos cae una
piedra encima ¿no nos hacemos daño? ¿Todo esto son meras ilusiones?

En realidad, de la naturaleza matemática o algorítmica de nuestro universo no se infiere


necesariamente que la realidad sea una ilusión. Tendemos a pensar que si una silla está hecha
de átomos es real, pero si está hecha de datos no lo es. ¿Qué diferencia existe? Al fin y al cabo,
nunca vemos los átomos y no tenemos idea de su existencia más allá de lo que nos dicen los
experimentos que infieren su existencia de manera indirecta. ¿Qué diferencia hay, a la hora de
establecer su realidad ontológica, entre que la silla esté hecha, en última instancia, de átomos
o de datos?

Lo que sucede es que el mundo está conformado por varias capas de la realidad que parecen
diferentes pero que, en última instancia, en su capa más profunda, corresponden a lo mismo. Y
todas estas capas de la realidad son compatibles entre sí. Por ejemplo, en un teléfono móvil
tenemos un primer nivel en el que podemos conocer sus funciones y las aplicaciones que
contiene. Luego está el nivel de los circuitos que lo forman, la tecnología subyacente, la
programación utilizada para desarrollar estas aplicaciones. Más al fondo está el nivel de la
física que lo forma, los átomos y electrones que lo componen, las fuerzas físicas que actúan.
Todo estos son niveles diferentes pero reales en un cierto sentido.

Nos resultará más fácil comprender estas nociones de las capas de la realidad refiriéndonos al
concepto de las propiedades emergentes. En el mundo, las cosas pequeñitas, como las
partículas subatómicas tienen unas determinadas propiedades. Son los algoritmos o leyes
físicas que les dicen cómo deben comportarse. Cuando esas cosas pequeñitas se agrupan para
formar otras más grandes, como las moléculas o los cuerpos, adquieren propiedades
emergentes. Es decir, adquieren propiedades que no tenían las partículas pequeñitas que
forman este ente mayor. Este objeto mayor sigue estando regido por las leyes o algoritmos
que determinan las propiedades de los elementos pequeños, pero, además, adquiere nuevas
propiedades, las propiedades emergentes. Se trata de propiedades que van más allá de las que
tenían sus partículas formadoras. Lo que hace la diferencia no son las partículas, los
componentes, sino la funcionalidad, la forma como están agrupadas, estructuradas y
dispuestas.
Por ejemplo, un instante después de morir, un ser vivo está compuesto exactamente de las
mismas partículas que cuando estaba vivo, pero algo ha cambiado. Lo que ha cambiado es la
disposición de esas partículas. La vida, entonces, es una propiedad emergente que adquieren
sus componentes cuando son dispuestas de una determinada manera.

Las propiedades emergentes se imponen a las propiedades físicas elementales. No las violan,
pero son algo diferente y con entidad propia. Las olas, por ejemplo, responden a leyes y
principios que pueden describirse matemáticamente, prediciendo su comportamiento,
independientemente de los átomos de los que estén hechas dichas olas. Por ejemplo, el agua y
el nitrógeno son dos moléculas muy diferentes, pero cuando se encuentran en estado líquido
pueden formar olas que se comportan de forma parecida, independientemente de sus
componentes. Podríamos decir que se ponen en el modo de la realidad “olas”.

El peso, la viscosidad, la humedad, lo sólido, lo gaseoso o lo líquido, todo son propiedades


emergentes que surgen de unas pocas leyes físicas simples, a medida que la materia se agrupa
y se va volviendo progresivamente más grande y compleja.

El todo se comporta de una forma que no podía haber sido predicha mediante el análisis de los
componentes. Las hormigas son individualmente estúpidas; su repertorio de comportamientos
individual es muy simple y limitado. Pero cuando forman colonias son capaces de hacer juntas
cosas muy sofisticadas e inteligentes que habrían sido imposibles para un único individuo. El
cerebro, el cuerpo humano, la conciencia, las familias, los ecosistemas, los gobiernos, los
sistemas económicos, el tiempo atmosférico, los sistemas políticos… son todos ellos ejemplos
de sistemas complejos que se forman a partir de la suma e interacción de cosas simples.

El todo es más que la suma de las partes.

De este modo, añadiendo complejidad a las cosas, de la física surge la química, de la química
surge la biología, de la biología surge la consciencia, de la consciencia surge la inteligencia
artificial. Comenzamos con datos y terminamos con datos. En realidad, nunca dejaron de ser
datos.

El universo entero está construido de esta manera. Las partículas se agrupan y cuando lo
hacen surgen propiedades emergentes. Y luego, las nuevas cosas creadas pueden a su vez
interactuar con otras para repetir el proceso. Es como un conjunto de capas, cada una formada
por elementos más complejos. La complejidad de los sistemas surge de la simplicidad, es el
resultado de unas reglas de interacción que, en su nivel más profundo, son muy sencillas.
Las capas de la realidad

Lo complejo surge de lo simple. Lo material surge de lo inmaterial. Lo inteligente surge de lo


estúpido. Y a veces, a medida que la realidad va sumando nuevas capas puede dar lugar de
nuevo a lo simple, lo inmaterial y lo estúpido.

Por ejemplo, los individuos humanos materiales producen estructuras inmateriales, como las
ideas, los equipos, las organizaciones empresariales, los lenguajes, las religiones o las naciones.
¿Qué es exactamente una nación? ¿Sus límites geográficos, su población, su cultura…? Todas
estas cosas son fluidas, dinámicas y cambiantes; propiedades que emergen a partir de las
interacciones, aleatorias o no, de un conjunto de individuos. Pero, una vez que han surgido,
cobran realidad más allá de los elementos que las conforman. Lo inmaterial produce lo
material y de nuevo lo material da lugar a lo inmaterial.

Del mismo modo, de la suma de cosas muy simples y tontas se generan seres humanos muy
complejos e inteligentes, pero estas criaturas tan sofisticadas también pueden mostrar
comportamientos muy simples y muy estúpidos.

En buena parte, el hackeo de la realidad se produce a través del acceso a las distintas capas de
las que está formada. Los alquimistas estuvieron durante siglos manipulando los distintos
elementos de la química intentando desentrañar sus secretos. Fracasaron porque no tenían
acceso a su nivel más profundo. En el momento en que los científicos pudieron hacerlo y
comprender el funcionamiento de los átomos y sus enlaces, ya no hubo más secretos a la hora
de manipular los materiales e incluso crear artificialmente otros nuevos. De la misma forma,
hoy en día los biólogos pueden modificar las especies o crear otras especies nuevas a través de
la ingeniería genética porque han desentrañado los códigos de la capa más profunda de la
realidad biológica, conformada por el ADN.

El mundo material está formado por datos en su última capa, pero estos datos responden a
algoritmos que funcionan de un modo muy consistente en todo nuestro universo conocido.
Son las leyes de la física. No podemos alterarlas o, al menos, no hemos aprendido a hacerlo
todavía. No podemos cambiar la realidad física, aunque sea inmaterial en su última capa, a
través del mero uso del instrumento inmaterial de nuestros pensamientos. Los seres humanos
llevamos milenios intentando hacer cosas como volar o levitar a través de la fuerza del
pensamiento, pero no hay manera. Este tipo de magia no funciona. Sin embargo, hemos sido
capaces de inventar artefactos gracias a los cuales podemos volar. Pero estos artefactos no
hacen magia, no violan las leyes de la física, sino que las comprenden mejor mediante el
conocimiento de capas cada vez más profundas de la realidad.
La mayoría de los individuos no tiene ni idea de cómo funcionan estos artefactos voladores,
pero igualmente pueden beneficiarse del hecho de que los científicos e ingenieros hayan
descubierto rendijas del funcionamiento del universo que les permiten lograr lo que querían,
colándose por la puerta de atrás, como hacen los hackers. Toda la tecnología de la que
disponemos es producto del hackeo de la realidad, que no se basa en violar las leyes de la
física, sino en comprender como funcionan para tomar atajos que nos permitan conseguir
nuestros propósitos.

Como dijo Arthur C. Clark, cualquier tecnología suficientemente avanzada parece mágica para
cualquier profano que desconozca su funcionamiento. Pero, en realidad, estas cosas mágicas
son meras sofisticaciones en la aplicación de un conocimiento muy preciso de cómo funcionan
determinadas leyes físicas. Lo que parece irresoluble en una capa de la realidad, se torna
resoluble cuando profundizamos en otras capas de la realidad. Magia contra magia. Al
sumergirnos en las capas más profundas de la realidad podemos comprender y dominar las
capas superiores. Podemos operar sobre los algoritmos más simples que gobiernan las capas
inferiores en lugar de intentar alterar directamente los algoritmos más complejos que
gobiernan las capas superiores. Cuando más comprendemos lo simple, más poder adquirimos
sobre las realidades más complejas. Incluso podemos generar nuevas realidades, cada vez más
complejas.

Los algoritmos

El mundo está hecho de datos, pero estos datos no son meramente aleatorios. Se comportan
de acuerdo con pautas perfectamente predecibles, al menos en términos probabilísticos. Estas
pautas o patrones que dictan el comportamiento de los datos, de las cosas que pueblan la
realidad, son unos algoritmos que llamamos leyes físicas. Los algoritmos les dicen a los datos
de la realidad cómo deben comportarse. Por ejemplo, les dicen a las partículas que se atraigan
si tienen cargas eléctricas diferentes y que se repelan en caso contrario.

Normalmente, estos algoritmos no existen porque sí, sino que son el resultado de otros
algoritmos definidos en un nivel más profundo de la realidad, que a su vez son consecuencia
de otros algoritmos de un nivel todavía más profundo. Los algoritmos dan lugar a otros
algoritmos -que es lo mismo que decir propiedades emergentes- a medida que subimos de
nivel en los planos de la realidad.

Pero ¿qué es exactamente un algoritmo? Podemos definirlo como un conjunto de


instrucciones sencillas que definen el funcionamiento de algo o nos dicen qué pasos debemos
llevar a cabo para solventar un problema. Por ejemplo, la regla de multiplicar que aprendimos
en el colegio es un algoritmo que nos permite sacar el producto de dos números de varias
cifras. Las recetas culinarias son algoritmos que permiten preparar un plato de cocina. Los
algoritmos informáticos son instrucciones escritas en un programa que les dice a los datos de
entrada qué pasos deben seguir para alcanzar un determinado resultado. Los algoritmos
genéticos son programas escritas en los genes de los seres vivos que les dicen cómo
construirse a sí mismos y luego les dicen cómo comportarse dependiendo de las circunstancias
del entorno. Los algoritmos de la realidad son mecanismos aparentemente ciegos y sin
voluntad, que les dicen a las cosas del mundo cómo deben comportarse.

La ciencia intenta comprender y plasmar dichos algoritmos en forma de ecuaciones


matemáticas. Lo que los físicos buscan actualmente es el algoritmo último del que surgen
todos los demás. De momento, lo más parecido que tenemos es el llamado Modelo Estándar,
que se concreta en una compleja ecuación que incorpora 29 parámetros arbitrarios, que han
sido deducidos experimentalmente, y que deja fuera la explicación de la gravedad.

Sin duda, estamos lejos de haber comprendido el algoritmo último de la realidad, pero
podemos presumir que en el principio todo debió estar basado en un código muy sencillo,
unas pocas instrucciones evolutivas. Con el tiempo, el algoritmo fue evolucionando,
adquiriendo complejidad y dando lugar a más algoritmos. Lo que queremos descubrir es el
código original que dio lugar a todo. No sabemos qué clase de código es, porque existen
infinitos códigos, el código binario, el código Morse, el código matemático, el código lógico, el
código numérico, el código alfabético, el código árabe o de cada idioma. ¿con qué código fue
escrito el programa original que dio lugar a todo el universo? No lo sabemos. Pero sabemos
que debió existir y que ese código debe tener un meta-significado. El verdadero objetivo de la
ciencia es descifrar los códigos del universo, generar conocimiento, entender la realidad.

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