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TEMA 34.

LOS SACRAMENTOS DE SANACIÓN: PENITENCIA Y UNCIÓN


PENITENCIA. Textos bíblicos. Historia del sacramento de la Penitencia. Elementos
esenciales de este sacramento. Efectos. Ritual y celebración. LA UNCIÓN DE LOS
ENFERMOS. La enfermedad y el dolor en la vida humana. La misión de la Iglesia
con los enfermos. Origen y efectos de este sacramento

Introducción (CEC 1420-1421)


Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva en
Cristo. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el
pecado. El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que
perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo, quiso que su Iglesia
continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación. Esta es
la finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la
Unción de los enfermos.
El primero de los dos es querido por Cristo para reconciliar al bautizado que ha
oscurecido su condición de hijo de Dios por medio del pecado. Este sacramento es
llamado por los Padres de la Iglesia "la segunda tabla (de salvación) después del
naufragio que es la pérdida de la gracia". También recibe otros nombres como
sacramento de conversión1, de la penitencia2, de la confesión3, del perdón4, de la
reconciliación5. Ahora nos detendremos a exponer su fundamento, historia, elementos,
efectos y celebración.
El segundo sacramento, por su parte, es querido por Cristo para reconfortar a los
atribulados por la enfermedad, especialmente los que están en peligro de muerte.

A) PENITENCIA

.1. TEXTOS BÍBLICOS6

Antiguo Testamento.

El pecado es una ruptura de la relación personal con Dios, el Dios de la Alianza.


La idea veterotestamentaria de pecado o ruptura con Dios es esencialmente religiosa. Se
emplean principalmente 3 términos que expresan esta situación de ruptura:
 hata' (="no conseguir una finalidad"): denota al pecado como falta, ofensa a Dios y a
lo que ha establecido.
 pesa' : evoca la idea de rebeldía e infidelidad contra Dios.
 awôn (="apartarse del camino"): denota apartarse del camino recto trazado por Dios
Para superar esta ruptura se requiere que el pecador vuelva a Dios (shûb = epistrefein
[LXX], que significa volver al lugar o a la persona de la que uno se ha alejado
previamente) y se arrepienta de su pecado (niham = metanoein [LXX], que significa
sentir tristeza, arrepentirse, cambio interior). La conversión es un cambio interior que
desemboca en el aspecto exterior. Los profetas ponen de manifiesto que Dios sigue

1
Porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión.
2
Porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de separación por
parte del cristiano pecador.
3
Porque la confesión de los pecados ante el sacerdote es un elemento esencial de este sacramento.
4
Por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede el penitente el perdón y la paz.
5
Otorga al penitente el perdón de Dios que reconcilia.
6
Punto redactado a partir de J.A. ABAD IBÁÑEZ, La celebración del misterio cristiano (Eunsa, Pamplona
2
2000) y A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática II (BAC, Madrid 2012).

1
siendo fiel y está siempre dispuesto al perdón. La conversión supera las fuerzas
humanas y es una gracia de Dios. Los salmos penitenciales (50, 32, 38).
En el pueblo de Israel el pecado tiene que ver no sólo con Dios, sino también
con la comunidad y hasta con la nueva creación. No es, pues, un acto meramente
individual. Por eso la comunidad debe intervenir y preservar su integridad moral, su
vocación de pueblo santo de Dios. El medio disciplinario de intervención es la práctica
penitencial, que puede ser comunitaria o personal y que posee, esta última, varios
grados según la gravedad del delito cometido. Se busca con ellas borrar realmente el
pecado y restablecer la amistad con Dios:
a. Las liturgias colectivas de penitencia.
b. El gran día de la expiación o Yom Kippur, día en el que, de modo solemne, el pueblo
pedía perdón a Dios por todos los pecados cometidos durante el año (cf. Lv 16, en
donde se refleja el ritual).
c. Los sacrificios expiatorios a lo largo del año, que en los pecados especialmente
graves conllevaba una confesión pública (este carácter público se acentuó en la época
inmediatamente anterior a la de Cristo).
d. Las abluciones purificatorias.
e. La excomunión penitencial, que se aplicaba en el caso de pecados individuales muy
graves. Con tales ritos, la comunidad buscaba autodefenderse y autoexculparse,
excluyendo de su seno a los miembros culpables. Esta práctica ritual se desarrolló
notablemente después del destierro, e implicaba diversos grados. Cuando se trataba
de herejes o renegados la exclusión era completa y definitiva.

Nuevo Testamento

La terminología del NT en torno al pecado es variada: hamartía = pecado en


general y pecado del mundo (Jn 1,29) y potencia maléfica del pecado (Rm 5-8); anomía
= transgresión de la Ley (1 Jn 3,4); paráptoma = caídas, faltas (Rm 5,18); parábasis =
transgresión (Rom 5,14); adikía = injusticia, iniquidad (Lc 16,8; Rm 1,18); etc.

En los Sinópticos aparece en primer lugar la llamada de Jesús a la conversión


interior y exterior. En efecto, él inicia su vida pública con una llamada a la conversión:
«El Reino de Dios está cerca, convertíos y creed la Buena Nueva» (Mc 1,15) y anuncia
el perdón, posible tanto por la misericordia paternal —que ofrece el perdón (Lc 15)—
como por el reconocimiento humilde del pecado cometido (Lc 15,7-25) y el sincero
propósito de ajustar la conducta del futuro a la voluntad divida (Mt 7,21). Jesús ha
venido para reconciliar a los hombres con Dios. Por ello tiene poder para perdonar los
pecados (paralítico, Mt 9,1-8): los pecados los perdona él personalmente (cf. Tema 13).
Destacan que para Jesús el pecado no consiste en una impureza legal, sino
moral, pues mancha al hombre en cuanto que brota de su corazón (Mc 7,21-23), viola
justicia de Dios, dejando al pecador en deuda con él (Mt 6,12; 18, 21-23) y aleja al
hombre de Dios, situándole en una condición lamentable (Lc 14,11-16) que le puede
provocar incluso la muerte (cf. Lc 15,32).
Esta realidad se muestra en la relación de Jesús para con los pecadores:
- Les hizo objeto de su amistad y los trató con benevolencia (samaritana, adúltera,
comidas, parábolas de Lc 15).
- Perdonó a cuantos aceptaron su perdón: Pedro (Jn 21,15-19), el paralítico (Lc 5,17-
26), Zaqueo (Lc 19,1-10), la pecadora (Lc 7,46-50), la samaritana (Jn 4,6-42), la
mujer adúltera (Jn 8,1-11), el buen ladrón (cf. Kc 23,43), etc.
- De modo especial entregó su vida por ellos.
Para san Juan el pecado es fuerza enemiga de Dios, personificada en Satanás,
«pecador desde el principio» que incita a los hombres a realizar sus mismas obras (1 Jn
3,8) y así esclavizarlo. Pero frente a este poder se alza Jesucristo, que ha vencido a
Satanás (1 Jn 12,31; 14,30) y ha hecho posible que el hombre también le venza a través
de la adhesión libre a Cristo y la consiguiente renuncia a vivir como "hijo del diablo" (1
Jn 3,8).

San Pablo menciona el gran pecado de origen, por el que entró el pecado en el
mundo (Rm 5,12), el cual ha hecho que la humanidad esté dominada por el pecado y de
cuya esclavitud sólo puede ser liberada por Cristo (Rm 5,20). Censura pecados
concretos, tanto de los páganos (Rm 1,27-32) como de los cristianos (1 Cor 5,1-8; 1 Tm
1,19). Da una lista de pecados que excluyen del Reino de Dios (1 Cor 6,9-10; Ga 5,19-
21).

Esta obra de reconciliación de Diosa través de Jesucristo permanece por el


Espíritu Santo en la Iglesia. Si bien no poseemos datos detallados sobre la
administración y recepción de este sacramento en la Iglesia inmediatamente pospascual,
sí poseemos el fundamento cristológico del mismo y la existencia de una cierta praxis
penitencial en la vida de las primeras comunidades.
Los términos atar y desatar recordaba recordaban la facultad que podían ejercer
los responsables de la comunidad judía de separar a un miembro por faltas de tipo
doctrinal o disciplinar (cf. Mt 16, 18). Y en Mt 18,18, las palabras dirigidas a Pedro, con
la entrega de las "llaves del Reino de los Cielos", en relación con la función pastoral de
la Iglesia.
En Juan encontramos el par de términos "perdonar-retener" (Jn 20,22-23): en el
contexto de las apariciones, Jesús hace a sus discípulos portadores del perdón, como un
poder pleno que abarca una doble acción: retener y perdonar (un poder ligado a la
misión).
En San Pablo observamos cómo él, "en la presencia de Cristo", ofrece el perdón
a los cristianos de la comunidad de Corinto (2 Cor 2,6-11). Exhorta a dicha comunidad
a amonestar al pecador y, si es necesario, excluirle de ella (1 Cor 5,1-13, el incestuoso)
para librarle del pecado: significar que está bajo el poder de Satanás, y por su bien, para
que su espíritu se salve (valor medicinal), y el de la comunidad, que debe preservar su
santidad; cuando se arrepiente y pide perdón es admitido de nuevo en la comunidad (2
Ca 2, 5-11).
Por su parte, en la carta de Santiago a los miembros de la comunidad madre de
Jerusalén, el apóstol les anima a que lleven la reconciliación a quienes se han extraviado
(Sant 5,19-20). También el Apocalipsis invita a la conversión a la comunidad de Éfeso
(Ap 2,5-7). Finalmente, la distinción que se encuentra reiterada en el NT de "pecados
que excluyen del Reino", tal como se declara expresamente en los "catálogos de
pecados" y de otros que se consideran leves (1 Jn 5,16), hace pensar, como decíamos, en
una cierta praxis penitencial en la vida de las primeras comunidades.

.2. Historia del sacramento de la Penitencia7


A los largo de los siglos, la forma celebrativa y disciplinaria concreta según la cual la
Iglesia ha ejercido el poder de perdonar los pecados recibido del Señor, ha variado

7
A partir de P. FEMÁNDEZ RODRÍGUEZ, El Sacramento de la Penitencia (San Esteban-Edibesa)
mucho, si bien se ha mantenido siempre una estructura fundamental (que veremos en el
punto siguiente; cf. CEC 1448).
 Institucionalización eclesial de la penitencia (ss. II-III):
La Iglesia toma conciencia de la realidad del pecado en los bautizados que, aun
habiendo muerto al pecado por el Bautismo, ocultan o transgreden su vocación a la
santidad y la misma santidad de la Iglesia con sus propios pecados, rompiendo así la
comunión con Dios y con la Iglesia. Ante esta realidad, se recomiendan ciertas prácticas
penitenciales, especialmente limosna, oración y ayuno. Pero en determinados casos,
para perdonar los pecados (cf. CIPRIANO, Carta 33) y restablecer la comunión y la
santidad de la Iglesia, ésta, consciente de haber recibido de Cristo a través de los
Apóstoles el poder de perdonar los pecados, emplea una penitencia considerada
excepcional (Pastor de Hermas), que incluye la confesión y la satisfacción y la
reconciliación con la Iglesia. La excepcionalidad de esta penitencia se debe a una
preocupación pastoral: que no sea una excusa para que el bautizado vuelva a pecar.
En efecto, a raíz de ciertas controversias penitenciales del siglo II, quienes
cometen determinados pecados muy graves (adulterio, idolatría, homicidio, etc.)
confiesan su pecado al obispo y son separados de la Iglesia (como expresión de la
ruptura de la comunión por el pecado) mientras satisfacen las penas eternas que
conlleva su pecado con una penitencia pública. No son admitidos a la comunión de la
Iglesia ni a la recepción eucarística hasta que no realizan la penitencia impuesta, siendo
admitidos mediante un acto solemne (ante la comunidad) de reconciliación (la
imposición de manos). En general, para los pecados muy graves, sólo se era admitido
raramente, y en ciertas regiones, una sola vez en la vida (cf. CEC 1447). Los Padres de
esta época vieron en la penitencia una "segunda tabla de salvación" después del
Bautismo hasta el punto de considerarla un segundo Bautismo (Didascalia de los
Apóstoles). El carácter comunitario de la penitencia indica que toda la Iglesia ata y
desata, si bien la institución penitencial es exclusiva de los obispos (ORÍGENES, De
Oratione).

 Penitencia canónica (del s. IV-VI):


Con la legislación canónica de los Concilios y la normativa de los Obispos se
llega a una forma penitencial homogénea, distinta a la bautismal, en base a la penitencia
iniciada en el s. III. El pecador acudía al Obispo, a quien confesaba el pecado8, el cual,
si era necesario por la gravedad del pecado, procedía a la excomunión imponiéndole la
penitencia pública. De este modo el pecador (de pecados graves) ingresaba en el "orden
de los penitentes", que vestían de un modo característico y se les "relegaba" en un lugar
determinado en los oficios. Al igual que en la época anterior, se le imponía una
penitencia pública y, una vez cumplida, se le reconciliaba pública y solemnemente. En
esta penitencia canónica se remarca la mediación de la Iglesia, la irreiterabilidad de la
Penitencia canónica (de la norma disciplinar, no de la penitencia en sí) y el rigor de la
misma (apartados de la Eucaristía durante largo tiempo e imagen social negativa o en
entredicho). También parece que existía una incipiente penitencia privada, cuya
elección dependía del Obispo según el principio entonces común en la Iglesia africana:
“los pecados públicos se corrigen públicamente y los pecados secretos se corrigen
secretamente” (SAN AGUSTÍN, Sermón 82); y el mismo obispo de Hipona habla de una
penitencia cotidiana, que es permanente por la constancia de nuestros pecados y se
manifiesta en el rezo del Padre Nuestro, la limosna, el ayuno, la oración y el perdón.

8
La confesión siempre fue privada. El carácter público afectaba sólo al procedimiento reconciliatorio (S.
León Magno).
 Triunfo de la Penitencia Privada (VII-XI):
La Penitencia canónica se transformó poco a poco en una penitencia
excepcional, hasta convertirse en el siglo VI en la penitencia de los ancianos y de los
moribundos. Ello fue debido a que resultaba excesivamente gravosa. Ante las
necesidades penitenciales de los fieles, los presbíteros comienzan a reconciliar
privadamente a los penitentes que lo piden. Esta forma privada de la penitencia, común
en el monacato de las islas Británicas (e inspirada en la tradición monástica de Oriente),
empezó a extenderse en el continente por la razón ya dicha, alentada por emigración de
los monjes irlandeses a la Europa Occidental. Cristaliza en la penitencia tarifada,
caracterizada por su reiterabilidad y por las tasas impuestas por el confesor con la ayuda
de los libros Penitenciales (la denominada "penitencia tarifada" es aquella que se aplica
a las confesiones personales según la gravedad de cada uno de los pecados cometidos y
confesados).
Hubo algunos intentos de contrarrestar la nueva forma penitencial (el Concilio
de Toledo, 589). Posteriormente, la reforma carolingia (siglo IX) intentó volver a la
penitencia canónica, pero tuvo que transigir con dos modelos legítimos de celebrar la
penitencia, el público e irreiterable para los pecados escandalosos y públicos, y el modo
privado, repetible, para los pecados graves y ocultos, celebrado por el presbítero según
los Libros Penitenciales. El segundo modo (el privado o individual y secreto) será el
que perdure con el paso del tiempo, imponiéndose en el siglo XI. El acento está ahora
en la confesión entendida como reconocimiento del pecado ante la Iglesia, lo cual era
considerado la principal penitencia expiatoria por su humillación, y no en la expiación.
Otras características son la periodicidad de ambas y la confesión de devoción,
manifestando también los pecados leves, así como su celebración por el presbítero (en
esta época el presbítero es ya el ministro ordinario de este sacramento).

 Siglo XII hasta Trento:

Durante este siglo se plantea la cuestión de la sacramentalidad de la Penitencia


privada, discutiendo el papel de la Iglesia y del penitente en el perdón de los pecados.
Así, Pedro Abelardo († 1142) atribuía la remisión de los pecados y de la pena eterna a
la contrición del penitente, mientras que la absolución sacerdotal, basándose en
Santiago 5, 16, tenía una función meramente judicial y declarativa. La confesión, por
tanto, podía omitirse o diferirse. Fueron los Victorinos quienes en este siglo
reconocieron en la absolución una eficacia real unida a la contrición (y viceversa). Por
su parte, Pedro Lombardo († 1150) relacionó la absolución con la satisfacción para la
reconciliación con la Iglesia. En este siglo, por tanto, se tendió a centrar la penitencia en
el interior de la persona, mientras que la realidad eclesial o sacramental tendía a
permanecer extrínseca al perdón. Desde Pedro Lombardo puede decirse la teología del
sacramento está prácticamente elaborada9.
La labor de conjugar ambas dimensiones (interior-exterior) la realizó Sto.
Tomás de Aquino, cuya estructuración del sacramento será empleada en Trento contra
Lutero y los demás reformadores. En cuanto a las dimensiones mencionadas, el
Angélico distingue:

9
Una cuestión debatida por esta época fue la causalidad del sacramento, esto es, si la absolución del
sacerdote actuaba causalmente y por ello perdonaba los pecados, o si, por el contrario, solo certificaba
que había sido perdonado por Dios. Los autores se dividen en dos corrientes. Santo Tomás de Aquino y
San Buenaventura afirman que la absolución del sacerdote perdona los pecados.
- el sacramentum tantum o signo sacramental: la materia son los actos del penitente
(contrición, confesión y la satisfacción), y la forma la absolución del ministro de la
Iglesia;
- la res et sacramentum: la verdadera contrición, que implica el voto del sacramento
- la res tantum: la remisión del pecado o de los pecados.

Así, durante el medioevo, y hasta la sanción de Trento, se seguía en la Iglesia


romana una disciplina penitencial bajo tres formas: la Penitencia privada, la Penitencia
pública solemne (ambas ya descritas) y la Penitencia pública no solemne (peregrinación
penitencial).
El IV Concilio de Letrán (1215) privilegió la penitencia privada al imponer a los
cristianos la obligación de confesarse al menos una vez al año —que ya era práctica
extendida en las comunidades—, de tal modo que en el siglo XIII es considerada
unánimemente como sacramento en toda la Iglesia. Al mismo tiempo, dicho Concilio
encomia el sigilo que debe observar el sacerdote (DH 812).

 Doctrina de Trento sobre la Penitencia: En respuesta a Lutero


 Lutero:
El hombre se encuentra totalmente corrompido, por lo cual es incapaz de actos
meritorios ni satisfactorios. La única satisfacción verdadera fue la de Cristo y el hombre
únicamente puede alcanzar por la fe que Dios no le impute sus pecados, que quedan
disimulados bajo el manto de la sangre de Cristo. Por tanto, la contrición y la penitencia
son superfluas. En cuanto a la mediación de la Iglesia en la Penitencia también es
superflua, pues no tiene un signo propio instituido por Cristo y se reduce a la
justificación por la fe en el Bautismo. No admite por ello que exista este sacramento.
Recibir la absolución es conveniente en cuanto despierta y sella la fe, pero no tiene
carácter judicial ni se requiere poder de orden ni de jurisdicción para administrarla, pues
cualquier bautizado puede anunciar a otro que Dios le ha perdonado.

 Trento (DH 1667-1693 y 1701-1715):


- Institución del Sacramento: afirma la institución por Jesucristo de este
sacramento en orden a perdonar los pecados de los fieles después del bautismo
(distinción entre ambos sacramentos). Para ello se basa en Jn 20,22-23.
- Estructura: Tres actos del penitente como materia del sacramento (contrición,
confesión y satisfacción) y la absolución como forma del mismo, que tiene
verdadero carácter judicial y no sólo declarativo.
- Eficacia, necesidad y ministro: la confesión sacramental es necesaria para la
salvación para aquellos que se encuentre en pecado mortal, por lo cual se ratifica
el canon del IV Concilio de Letrán por el que se obliga a los fieles a confesarse
al menos una vez al año. En virtud de la potestad de atar y desatar recibida, el
ministro (sacerdote u obispo, no laico), aun estando él en pecado, absuelve los
pecados.
- Validez: está supeditada a la confesión de todos y cada uno de los pecados
mortales y las circunstancias que cambian la especie del pecado. Además es
lícita y conveniente, no necesaria, la confesión de los pecados veniales.
- Satisfacción: se satisface la pena temporal de los pecados a través de los
merecimientos de Cristo por medio de los castigos que Dios nos inflige o nos
impone el sacerdote o uno mismo toma para sí. La satisfacción sacramental
tiene, por tanto, una doble función: medicinal y vindicativa.
 Paso de la tarifada a la actual.
Se da siempre la absolución antes de la realización de la penitencia. Se cambia, a
partir del s. XVIII, la fórmula deprecativa ("Que Dios te perdone a ti…") por la
indicativa ("Yo te absuelvo…").

En conclusión, en toda la evolución se da una estructura fundamental que


«comprende dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre
que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de
los pecados y la satisfacción; y por otra parte, la acción de Dios por ministerio de la
Iglesia. Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo
concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora
también por el pecador y hace penitencia con él. Así el pecador es curado y restablecido
en la comunión eclesial» (CEC 1448).

.3. Elementos esenciales del sacramento


a) Actos del penitente (cf. CEC 1450-1460)
 Examen de conciencia: confrontación sincera de la propia vida con la de Cristo
(esto es, a la luz de la Palabra de Dios, especialmente el Sermón de la montaña
y las enseñanzas apostólicas; cf. CEC 1454) para así advertir la gravedad del
Pecado. Trento habla de "examen diligente", no de "angustiosa introspección
psicológica"

 Contrición: "dolor del alma y detestación del pecado cometido con la


resolución de no volver a pecar (propósito de la enmienda)" (Trento; DH 1676).
Distinguimos:
o Contrición perfecta; brota del amor de Dios sobre todas las cosas.
Perdona los pecados veniales y los mortales cuando incluye el firme
propósito de la confesión sacramental tan pronto como sea posible.
o Contrición imperfecta (o atrición); es también un don de Dios (Lutero
lo negaba), un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la
fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna. Por sí misma
no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en
el sacramento de la penitencia.

 Confesión
Se trata de una parte esencial del sacramento y es la acusación (manifestación)
de los pecados ante la Iglesia representada en sus ministros (sacerdotes, parte esencial).
Ha de ser:
o Integra (es decir, de todos los pecados mortales en número y especie);
o Eclesial (con la mediación de la Iglesia);
o y, ordinariamente, individual, pues el pecado es un hecho profundamente
personal (RP 31), aunque sus consecuencias no lo sean.
La Iglesia recomienda, además, la confesión habitual de los pecados veniales,
pues ayuda a luchar contra las malas inclinaciones y a progresar en la vida del Espíritu.
También posee valores humanos que incluyen no sólo la liberación psicológica, sino
también el ser expresión de sincero arrepentimiento, además de formar la conciencia
moral del penitente y objetivar su propia situación.

 Satisfacción o Penitencia
En terminología tomista, la satisfacción se caracteriza por la enmienda y la
reparación y consiste, por parte de la Iglesia, en la imposición de la expiación de la pena
temporal debida a la culpa implícita en los pecados; por parte del hombre, en el
cumplimiento de esta expiación; y, por parte de Dios, en la restitución de la amistad
perdida. Por tanto, la satisfacción o penitencia es remedio y medicina contra el pecado.
Responde a las exigencias de la justicia violada por el pecado. A través de ella el
penitente se une a la Pasión de Jesús para combatir los efectos negativos del pecado. Por
eso, ha de acomodarse a cada penitente buscando su bien espiritual (le ayude a renovar
su vida).

b) Por parte del confesor (cf. CEC 1461-1467)


Es el acto por el cual el sacerdote, en nombre de Cristo y por la autoridad que le
da la Iglesia, absuelve los pecados del penitente. El ministro de la absolución
sacramental válida es un sacerdote u obispo legítimamente ordenado y dotado de
jurisdicción en el foro penitencial. La absolución tiene verdadero carácter judicial y es
eficaz para la remisión de los pecados en virtud de la autoridad de Cristo transmitida por
éste con el poder de las llaves dado a los Apóstoles y sus sucesores.

4. Efectos (CCE 1468-1470, y resumen en 1496):


 Reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia
 reconciliación con la Iglesia,
 remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales,
 remisión (al menos en parte) de las penas temporales (consecuencias del
pecado),
 paz y serenidad de conciencia y consuelo espiritual,
 acrecentamiento de las fuerzas espirituales.
La gracia de cada sacramento nos configura de alguna manera con Jesucristo. En
el Sacramento de la Penitencia, en concreto, se recibe el Espíritu Santo, que nos
configura de una manera particular con Jesucristo Crucificado cuando sufrió el juicio de
Dios Padre, asumiendo la maldición del pecado en su propio cuerpo. En este ámbito,
cuando se confiesa el penitente convertido se somete al juicio divino como Cristo en la
Cruz, en unión íntima con Él.

5. Ritual y celebración (CEC 1480-1484)

a) Para reconciliar a un sólo penitente:


«Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica.
Ordinariamente los elementos de su celebración son: 1) saludo y bendición del
sacerdote, 2) lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar la
contrición, y exhortación al arrepentimiento; 3) la confesión que reconoce los pecados y
los manifiesta al sacerdote; 4) la imposición y la aceptación de la penitencia; 5) la
absolución del sacerdote; 6) alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición
del sacerdote» (CEC 1480)

b) Reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual:


Permite subrayar más los aspectos comunitarios del sacramento y su naturaleza
eclesial, pues juntos, examinan los cristianos su vida a la luz de la Palabra de Dios y se
ayudan mutuamente con la oración. Finalmente reciben el perdón individualmente con
la fórmula para reconciliar a un solo penitente (cf. CEC 1482).
c) Reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución general:
«En casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria de
la reconciliación con confesión general y absolución general. Semejante necesidad
grave puede presentarse cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote
o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente. La
necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta el número de
penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente las confesiones
individuales en un tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se
verían privados durante largo tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión.
En este caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución, el propósito de
confesar individualmente sus pecados graves en su debido tiempo. Al obispo diocesano
corresponde juzgar si existen las condiciones requeridas para la absolución general. Una
gran concurrencia de fieles con ocasión de grandes fiestas o de peregrinaciones no
constituyen por su naturaleza ocasión de la referida necesidad grave» (CEC 1484).
Además, "queda la obligación de confesar individualmente los pecados graves
antes de recurrir de nuevo a la otra absolución general" (RP 33).

B) LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

.1. La enfermedad y el dolor en la vida humana


La enfermedad y el sufrimiento se han considerado siempre entre los problemas
más graves que aquejan a la vida humana, donde el hombre experimenta su impotencia,
sus límites y su finitud (cf. GS 18). Dos actitudes:
 Angustia, repliegue sobre sí mismo, la desesperación y la rebelión contra Dios;
 Puede hacer madurar a la persona y empujar a una búsqueda de Dios o un retomo
a Él (camino de conversión).

Antiguo Testamento (cf. CEC 1502)


El pueblo de Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se
vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios devuelve la vida ("Yo, el Señor,
soy el que te sana", Ex 15, 26). Is 53 entrevé que el sufrimiento puede tener también un
sentido redentor por los pecados de los demás y, finalmente, anuncia que Dios hará
venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (Is 33,
24).

Nuevo Testamento (cf. CEC 1503-1505)


Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados
(Mc 2, 5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo. Sintió gran compasión por
los enfermos, se identificó con ellos ("estuve enfermo y me visitasteis"; Mt 25, 36) hace
suyas nuestras miserias ("tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades",
Mt 8,17). Es un hecho la constante actitud de atención de Jesús a los enfermos, pues, en
expresión de los evangelistas, «la multitud buscaba tocarle, porque salía de él una fuerza
que sanaba a todos» (Lc 6,19). Las curaciones que realizaba eran signos de su poder y
de su victoria sobre el pecado. «Le traían a todos los que padecían algún mal […] y los
curaba» (Mt 4,24; 21,14; etc.). Por su pasión y muerte Cristo dio un sentido nuevo al
sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.
San Pablo muestra este sentido del sufrimiento: "completo en mi carne lo que falta a la
pasión de Cristo" (Col 1,24).
.2. La misión de la Iglesia con los enfermos (cf. CEC 1509).
En la Iglesia Cristo sigue sanando a los enfermos. Jesús asocia a los discípulos a
compartir su misión también en lo referente a la curación de los enfermos10. La
presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos, permanece en la
Iglesia y actúa particularmente a través de los sacramentos. De modo particular, el
sacramento de la Unción de los enfermos existe en la Iglesia por voluntad de Cristo
destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad (cf. CEC 1509)11.

.3. Origen y efectos del sacramento

.3.1. Origen (cf. CEC 1511)


Es neotestamentario: Trento afirma que fue instituido (no define si de forma
inmediata o por medio de los apóstoles) por Jesucristo como verdadero y propio
sacramento. En efecto, la santa Unción es un sacramento que aparece ya ciertamente
esbozado o insinuado en Mc 6,13 («ungía con oleo a muchos enfermos y los curaba»), y
que es recomendada y promulgada por el apóstol Santiago en su carta: «¿Está enfermo
alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después
de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el
Señor lo curará, y, si ha cometido pecado lo perdonará» (St 5,14-15). Por estas palabras,
la Iglesia, tal como aprendió por la Tradición, enseña la materia, la forma, el ministro
propio y el efecto saludable del sacramento (cf. DH 1696; 1716).

- Sujeto: cualquier fiel que comienza a encontrarse en peligro de muerte por


enfermedad o vejez. El mismo fiel lo puede recibir también otras veces, si se produce
un agravamiento de la enfermedad o bien si se presenta otra enfermedad grave
(precedida si es posible de la confesión individual) (cf. CEC 1514-1515)
- Ministro: Sólo el sacerdote (Ob. y pres.) es el ministro propio de la Unción de los
enfermos (Trento). (cf. CEC 1516)
- Materia: óleo bendecido por el Obispo (si es posible). Aceite de oliva o en caso
necesario, otro óleo sacado de plantas.
- Forma: imposición de las manos, orando con la fe de la Iglesia, y la unción en la
frente y las manos acompañada por la oración litúrgica del sacerdote: "Por esta Santa
Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad."

3.2 Efectos (cf. CEC 1520-1523)


- Don particular del Espíritu Santo. Paz, consuelo y ánimo (renueva la confianza
en Dios), que fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente
tentación de desaliento y de angustia ante la muerte. Esta asistencia del Espíritu

10
Mc 16, 17-18: "En mi nombre ... impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien"; Mt, 10,
8: "Sanad a los enfermos"; Mc 6,12-13: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a
muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban"
11
El Ritual de la Unción de enfermos afirma: «La presencia del presbítero junto al enfermo es signo de la
presencia de Cristo, no sólo porque es ministro de los sacramentos de la Unción, la Penitencia y la
Eucaristía, sino porque es especial servidor de la paz y del consuelo de Cristo» (Ritual 57,b).
Y el Concilio Vaticano II afirma que no sólo el presbítero, sino que toda la Iglesia acompaña al
enfermo en ese momento de prueba: « Con la unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda
la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve
(cf. St 5,14-16), e incluso les exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y muerte de Cristo
(cf. Rm 8,17; Col 1,24; 2 Tm 2,11-12; 1 P 4,13), contribuyan así al bien del Pueblo de Dios» (LG 11).
conduce a la curación del alma, y del cuerpo si conviene a la salud espiritual.
- Une al enfermo a la Pasión de Cristo. Gracia eclesial: "uniéndose a la pasión de
Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de Dios" (LG 11). Perdona los pecados
veniales si el enfermo no ha podido confesarse.
- El perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por la confesión
- El restablecimiento de la salud corporal si conviene a la salud espiritual
- Preparación para el último tránsito.

El rito continuo: en los casos en que el fiel se encuentre de repente en peligro


de muerte, puede recibir la fuerza de los sacramentos de la Penitencia, de la Unción y de
la Eucaristía en forma de Viático. Si urge el peligro de muerte y no hay tiempo de
administrarlos en este orden, lo primero será la confesión, después el Viático y por
último si hay tiempo, la Santa Unción. Si el enfermo ya no está consciente se le imparte
el sacramento de la Unción bajo condición.

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