Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
A) PENITENCIA
Antiguo Testamento.
1
Porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión.
2
Porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de separación por
parte del cristiano pecador.
3
Porque la confesión de los pecados ante el sacerdote es un elemento esencial de este sacramento.
4
Por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede el penitente el perdón y la paz.
5
Otorga al penitente el perdón de Dios que reconcilia.
6
Punto redactado a partir de J.A. ABAD IBÁÑEZ, La celebración del misterio cristiano (Eunsa, Pamplona
2
2000) y A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática II (BAC, Madrid 2012).
1
siendo fiel y está siempre dispuesto al perdón. La conversión supera las fuerzas
humanas y es una gracia de Dios. Los salmos penitenciales (50, 32, 38).
En el pueblo de Israel el pecado tiene que ver no sólo con Dios, sino también
con la comunidad y hasta con la nueva creación. No es, pues, un acto meramente
individual. Por eso la comunidad debe intervenir y preservar su integridad moral, su
vocación de pueblo santo de Dios. El medio disciplinario de intervención es la práctica
penitencial, que puede ser comunitaria o personal y que posee, esta última, varios
grados según la gravedad del delito cometido. Se busca con ellas borrar realmente el
pecado y restablecer la amistad con Dios:
a. Las liturgias colectivas de penitencia.
b. El gran día de la expiación o Yom Kippur, día en el que, de modo solemne, el pueblo
pedía perdón a Dios por todos los pecados cometidos durante el año (cf. Lv 16, en
donde se refleja el ritual).
c. Los sacrificios expiatorios a lo largo del año, que en los pecados especialmente
graves conllevaba una confesión pública (este carácter público se acentuó en la época
inmediatamente anterior a la de Cristo).
d. Las abluciones purificatorias.
e. La excomunión penitencial, que se aplicaba en el caso de pecados individuales muy
graves. Con tales ritos, la comunidad buscaba autodefenderse y autoexculparse,
excluyendo de su seno a los miembros culpables. Esta práctica ritual se desarrolló
notablemente después del destierro, e implicaba diversos grados. Cuando se trataba
de herejes o renegados la exclusión era completa y definitiva.
Nuevo Testamento
San Pablo menciona el gran pecado de origen, por el que entró el pecado en el
mundo (Rm 5,12), el cual ha hecho que la humanidad esté dominada por el pecado y de
cuya esclavitud sólo puede ser liberada por Cristo (Rm 5,20). Censura pecados
concretos, tanto de los páganos (Rm 1,27-32) como de los cristianos (1 Cor 5,1-8; 1 Tm
1,19). Da una lista de pecados que excluyen del Reino de Dios (1 Cor 6,9-10; Ga 5,19-
21).
7
A partir de P. FEMÁNDEZ RODRÍGUEZ, El Sacramento de la Penitencia (San Esteban-Edibesa)
mucho, si bien se ha mantenido siempre una estructura fundamental (que veremos en el
punto siguiente; cf. CEC 1448).
Institucionalización eclesial de la penitencia (ss. II-III):
La Iglesia toma conciencia de la realidad del pecado en los bautizados que, aun
habiendo muerto al pecado por el Bautismo, ocultan o transgreden su vocación a la
santidad y la misma santidad de la Iglesia con sus propios pecados, rompiendo así la
comunión con Dios y con la Iglesia. Ante esta realidad, se recomiendan ciertas prácticas
penitenciales, especialmente limosna, oración y ayuno. Pero en determinados casos,
para perdonar los pecados (cf. CIPRIANO, Carta 33) y restablecer la comunión y la
santidad de la Iglesia, ésta, consciente de haber recibido de Cristo a través de los
Apóstoles el poder de perdonar los pecados, emplea una penitencia considerada
excepcional (Pastor de Hermas), que incluye la confesión y la satisfacción y la
reconciliación con la Iglesia. La excepcionalidad de esta penitencia se debe a una
preocupación pastoral: que no sea una excusa para que el bautizado vuelva a pecar.
En efecto, a raíz de ciertas controversias penitenciales del siglo II, quienes
cometen determinados pecados muy graves (adulterio, idolatría, homicidio, etc.)
confiesan su pecado al obispo y son separados de la Iglesia (como expresión de la
ruptura de la comunión por el pecado) mientras satisfacen las penas eternas que
conlleva su pecado con una penitencia pública. No son admitidos a la comunión de la
Iglesia ni a la recepción eucarística hasta que no realizan la penitencia impuesta, siendo
admitidos mediante un acto solemne (ante la comunidad) de reconciliación (la
imposición de manos). En general, para los pecados muy graves, sólo se era admitido
raramente, y en ciertas regiones, una sola vez en la vida (cf. CEC 1447). Los Padres de
esta época vieron en la penitencia una "segunda tabla de salvación" después del
Bautismo hasta el punto de considerarla un segundo Bautismo (Didascalia de los
Apóstoles). El carácter comunitario de la penitencia indica que toda la Iglesia ata y
desata, si bien la institución penitencial es exclusiva de los obispos (ORÍGENES, De
Oratione).
8
La confesión siempre fue privada. El carácter público afectaba sólo al procedimiento reconciliatorio (S.
León Magno).
Triunfo de la Penitencia Privada (VII-XI):
La Penitencia canónica se transformó poco a poco en una penitencia
excepcional, hasta convertirse en el siglo VI en la penitencia de los ancianos y de los
moribundos. Ello fue debido a que resultaba excesivamente gravosa. Ante las
necesidades penitenciales de los fieles, los presbíteros comienzan a reconciliar
privadamente a los penitentes que lo piden. Esta forma privada de la penitencia, común
en el monacato de las islas Británicas (e inspirada en la tradición monástica de Oriente),
empezó a extenderse en el continente por la razón ya dicha, alentada por emigración de
los monjes irlandeses a la Europa Occidental. Cristaliza en la penitencia tarifada,
caracterizada por su reiterabilidad y por las tasas impuestas por el confesor con la ayuda
de los libros Penitenciales (la denominada "penitencia tarifada" es aquella que se aplica
a las confesiones personales según la gravedad de cada uno de los pecados cometidos y
confesados).
Hubo algunos intentos de contrarrestar la nueva forma penitencial (el Concilio
de Toledo, 589). Posteriormente, la reforma carolingia (siglo IX) intentó volver a la
penitencia canónica, pero tuvo que transigir con dos modelos legítimos de celebrar la
penitencia, el público e irreiterable para los pecados escandalosos y públicos, y el modo
privado, repetible, para los pecados graves y ocultos, celebrado por el presbítero según
los Libros Penitenciales. El segundo modo (el privado o individual y secreto) será el
que perdure con el paso del tiempo, imponiéndose en el siglo XI. El acento está ahora
en la confesión entendida como reconocimiento del pecado ante la Iglesia, lo cual era
considerado la principal penitencia expiatoria por su humillación, y no en la expiación.
Otras características son la periodicidad de ambas y la confesión de devoción,
manifestando también los pecados leves, así como su celebración por el presbítero (en
esta época el presbítero es ya el ministro ordinario de este sacramento).
9
Una cuestión debatida por esta época fue la causalidad del sacramento, esto es, si la absolución del
sacerdote actuaba causalmente y por ello perdonaba los pecados, o si, por el contrario, solo certificaba
que había sido perdonado por Dios. Los autores se dividen en dos corrientes. Santo Tomás de Aquino y
San Buenaventura afirman que la absolución del sacerdote perdona los pecados.
- el sacramentum tantum o signo sacramental: la materia son los actos del penitente
(contrición, confesión y la satisfacción), y la forma la absolución del ministro de la
Iglesia;
- la res et sacramentum: la verdadera contrición, que implica el voto del sacramento
- la res tantum: la remisión del pecado o de los pecados.
Confesión
Se trata de una parte esencial del sacramento y es la acusación (manifestación)
de los pecados ante la Iglesia representada en sus ministros (sacerdotes, parte esencial).
Ha de ser:
o Integra (es decir, de todos los pecados mortales en número y especie);
o Eclesial (con la mediación de la Iglesia);
o y, ordinariamente, individual, pues el pecado es un hecho profundamente
personal (RP 31), aunque sus consecuencias no lo sean.
La Iglesia recomienda, además, la confesión habitual de los pecados veniales,
pues ayuda a luchar contra las malas inclinaciones y a progresar en la vida del Espíritu.
También posee valores humanos que incluyen no sólo la liberación psicológica, sino
también el ser expresión de sincero arrepentimiento, además de formar la conciencia
moral del penitente y objetivar su propia situación.
Satisfacción o Penitencia
En terminología tomista, la satisfacción se caracteriza por la enmienda y la
reparación y consiste, por parte de la Iglesia, en la imposición de la expiación de la pena
temporal debida a la culpa implícita en los pecados; por parte del hombre, en el
cumplimiento de esta expiación; y, por parte de Dios, en la restitución de la amistad
perdida. Por tanto, la satisfacción o penitencia es remedio y medicina contra el pecado.
Responde a las exigencias de la justicia violada por el pecado. A través de ella el
penitente se une a la Pasión de Jesús para combatir los efectos negativos del pecado. Por
eso, ha de acomodarse a cada penitente buscando su bien espiritual (le ayude a renovar
su vida).
10
Mc 16, 17-18: "En mi nombre ... impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien"; Mt, 10,
8: "Sanad a los enfermos"; Mc 6,12-13: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a
muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban"
11
El Ritual de la Unción de enfermos afirma: «La presencia del presbítero junto al enfermo es signo de la
presencia de Cristo, no sólo porque es ministro de los sacramentos de la Unción, la Penitencia y la
Eucaristía, sino porque es especial servidor de la paz y del consuelo de Cristo» (Ritual 57,b).
Y el Concilio Vaticano II afirma que no sólo el presbítero, sino que toda la Iglesia acompaña al
enfermo en ese momento de prueba: « Con la unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda
la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve
(cf. St 5,14-16), e incluso les exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y muerte de Cristo
(cf. Rm 8,17; Col 1,24; 2 Tm 2,11-12; 1 P 4,13), contribuyan así al bien del Pueblo de Dios» (LG 11).
conduce a la curación del alma, y del cuerpo si conviene a la salud espiritual.
- Une al enfermo a la Pasión de Cristo. Gracia eclesial: "uniéndose a la pasión de
Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de Dios" (LG 11). Perdona los pecados
veniales si el enfermo no ha podido confesarse.
- El perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por la confesión
- El restablecimiento de la salud corporal si conviene a la salud espiritual
- Preparación para el último tránsito.