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Violencia, crimen y desarrollo social en

América Latina y el Caribe


Mayra Buvinic, Andrew Morrison y María Beatriz Orlando
Banco Interamericano de Desarrollo/Banco Mundial
Resumen Abstract

América Latina y el Caribe registran, después Violence, crime, and social development in
de África Subsahariana, las tasas de homicidio Latin America and the Caribbean
más altas del planeta. La violencia representa
costos monetarios directos para los gobiernos Latin America and the Caribbean is the region
de la región que alcanzan varios puntos del with the highest homicide rates in the planet,
producto interno bruto. Los impactos negativos after Sub-Saharan Africa. Violence generates
de la violencia en el desarrollo económico y direct monetary costs for governments in the
social no se limitan a estos “gastos incurridos” region that are equivalent to several percentage
que ocupan valiosos recursos que podrían points of each country's GDP. However, the
utilizarse en proyectos de salud y educación, negative impacts of violence on economic and
sino que incluyen la reducción de la social development go beyond these direct
productividad de la fuerza de trabajo, costs, and the consequent use of public
reducciones en la acumulación de capital resources that could be used for education and
humano y capital social y reducciones en las health. Negative impacts include reductions in
tasas de ahorro e inversión. Los objetivos de labor force productivity, human and social
este artículo son: ofrecer un diagnóstico sobre capital accumulation, as well as lower savings
la situación de la violencia en la región, reseñar and investment rates. The goals of this paper
los impactos negativos de la violencia para el are: describe the status of violence in the
desarrollo y contribuir con el establecimiento region, report negative impacts of violence on
de prioridades dentro de una agenda de the region's economic and social development,
investigación sobre la violencia en la región. and help establish research priorities for future
work.
Palabras clave: violencia, violencia social,
criminalidad, desarrollo social, América Key words: violence, social violence,
Latina. criminality, social development, Latin
America.

Introducción

L
a violencia se define como “el uso o amenaza de uso de la fuerza física
o psicológica, con intención de hacer daño” (Buvinic et al., 1999) y en
sus varias manifestaciones (homicidio, robo, secuestro, violencia
doméstica) es uno de los mayores obstáculos al desarrollo y bienestar de la
población de América Latina. La región registra, después del África Subsahariana,
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las tasas de homicidio más altas del planeta (OMS, 2000). La violencia es un mal
en sí mismo desde el punto de vista de los derechos humanos y la pérdida de años
de vida saludable por parte de la población.
La violencia también representa costos monetarios directos para los gobiernos
de la región, costos que alcanzan hasta 8.4 por ciento del producto interno bruto
(PIB) en Colombia y magnitudes similares en El Salvador, Brasil, México, Perú
y Venezuela (Londoño y Guerrero, 2000). Los impactos negativos de la
violencia en el desarrollo económico y social no se limitan a estos “gastos
incurridos” que ocupan valiosos recursos susceptibles de utilizarse en proyectos
de salud y educación, sino que incluyen la reducción de la productividad de la
fuerza de trabajo, reducciones en la acumulación de capital humano y capital
social, así como reducciones en las tasas de ahorro e inversión.
Según lo expresado anteriormente, sobran razones para considerar la reducción
de los niveles de violencia como uno de los objetivos primordiales de una
estrategia para el desarrollo social en América Latina.

Crimen y violencia

La definición de violencia de Buvinic et al., citada en la introducción, goza de


un amplio consenso en la literatura sobre este tema,1 e incluye tanto el uso de
la fuerza como la amenaza de uso que juega un papel fundamental en las
percepciones sobre la violencia y sobre seguridad en un contexto determinado.
Estas percepciones son importantes, pues contribuyen a las causas para otros
actos de violencia.
La intencionalidad de las conductas excluye de esta definición a los accidentes
e incluye el uso de la agresión para resolver conflictos. Esta definición
comprende el suicidio y otros fenómenos autodestructivos. Es importante notar
que la violencia puede ser física o psicológica y que el uso de la fuerza para hacer
daño incluye el abuso sexual. Asimismo, la violencia así definida puede darse
entre extraños o conocidos e incluso entre miembros de un mismo grupo
familiar.
El crimen, definido como cierta acción ilegal según el sistema judicial, está
íntimamente relacionado con la violencia, pero ambos conceptos no son
equivalentes. La definición de violencia hace énfasis en el uso o amenaza de uso

1
Véase también Concha-Eastman y Villaveces (2001), Banco Interamericano de Desarrollo (2000a),
Londoño et al. (2000), Buvinic et al. (1999) y Banco Mundial (2001), Fajnzylber et al. (2001).

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de la fuerza con la intención de dañar, mientras que la definición del crimen


presta mayor énfasis a la descripción y tipificación de ciertas conductas ilegales.
Es así como existen tanto el crimen no violento (fraude, hurto, prostitución sin
coerción) como la violencia no criminal (ciertos casos de violencia ejercida por
el Estado y la violencia doméstica en los países donde aún no forma parte del
sistema penal) (Buvinic et al., 1999).
La violencia es un fenómeno complejo, multidimensional y que obedece a
factores psicológicos, biológicos, económicos, sociales y culturales. Los
fenómenos que acompañan al comportamiento violento cruzan, constantemente,
las fronteras entre individuo, familia, comunidad y sociedad. A su vez, la
violencia tiene consecuencias que abarcan diversos ámbitos individuales,
familiares, comunales y sociales. La propia multidimensionalidad de la violencia
genera distintas manifestaciones de la misma o distintos tipos de violencia. Los
criterios más comunes para clasificar la violencia junto a la tipología que
originan se reseñan en el cuadro 1. La categorización de la violencia es útil para
su estudio y para el diseño e implementación de políticas destinadas a la
prevención y el control de uno o varios tipos combinados de violencia.
En muchos casos, las situaciones violentas responden a una combinación de
distintos tipos de violencia, por ejemplo, la violencia de las pandillas es
mayoritariamente violencia física y psicológica instrumental con fines
económicos y sociales, dentro de un contexto urbano. La violencia doméstica
contra la mujer por parte de la pareja es, en ciertos casos, violencia instrumental
para obtener el control de los recursos económicos del hogar o ejercer control
sobre la mujer. Pero ambas formas frecuentemente también tienen un componente
emocional —el hacer daño— que retroalimenta a la violencia si ella es exitosa.
Adicionalmente, las distintas manifestaciones de la violencia muestran profundas
interrelaciones causales. Existe evidencia teórica (modelos de aprendizaje del
comportamiento) y empírica sobre la influencia determinante de la violencia
doméstica sufrida o presenciada por niños sobre el desarrollo de conductas
violentas diversas como adultos (Berkowitz, 1996, citado en Banco
Interamericano de Desarrollo, 2000, y Buvinic y Morrison, 2000).

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CUADRO 1
CRITERIOS PARA CATEGORIZAR LA VIOLENCIA Y TIPOS
DE VIOLENCIA CORRESPONDIENTES

Criterio Tipos de violencia

Víctimas de la violencia Violencia contra los niños


Violencia contra la mujer
Violencia contra los ancianos
Violencia contra los jóvenes
Violencia contra los excluidos
Violencia contra la propiedad (hurto, robo o
vandalismo)
Agentes violentos Individuos (jóvenes hombres, jóvenes mujeres,
personas adultas)
Pandillas
Narcotraficantes
Bandas criminales
Policía o autoridades militares
Muchedumbres (durante protestas y
ajusticiamientos o “linchamientos”)
Movimientos políticos (grupos guerrilleros,
partidos políticos, caudillos locales)
Movimientos étnico-religiosos
Naturaleza de la violencia Física (golpes, cortaduras, etc.)
Psicológica (insultos, amenazas, gritos)
Sexual (actividades sexuales forzadas)
Privación de la libertad (secuestro, arresto
injustificado)
Intención de la violencia Instrumental: la violencia es un medio para
lograr otros fines (políticos, económicos,
religiosos y sociales)
Emocional: causar daño es un fin en sí mismo
Lugar Urbana
Rural
Relación entre víctima y agresor Social: desconocidos o conocidos sin parentesco
Doméstica o intrafamiliar: familiares y pareja
Fuente: elaboración propia a partir de Banco Interamericano de Desarrollo, Buvinic y Morrison
Editores (2000: nota 1) y McAlister (2000).

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Causas de la violencia

La violencia es un fenómeno complejo que tiene múltiples causas y, a la vez,


estas causas se relacionan entre sí. Desde el punto de vista del diseño e
implantación de políticas públicas para combatir la violencia, es necesario
identificar los factores de riesgo del comportamiento violento.2 Al analizar los
factores de riesgo y protección consideramos útil distinguir aquéllos que operan
a los siguientes niveles: individual, del hogar, comunitario o de la sociedad
(cuadro 2). Al analizar la conducta violenta utilizando un prisma temporal, los
factores asociados a la violencia se pueden organizar en: predisposiciones
biológicas y antecedentes sociales, características situacionales y evento
desencadenante. A continuación se resumen las principales causas de la
violencia, según distintas disciplinas.

Bases biológicas

Los factores genéticos y biológicos, así como el consumo de bebidas alcohólicas


y drogas, aumentan la predisposición a exhibir conductas agresivas y violentas.
Se piensa que las influencias genéticas, si se documentan, involucrarán varios
genes y fuertes interacciones con el medio ambiente (Reiss y Roth, 1993). Pero
los estudios demuestran cada vez más que existe un vínculo entre la violencia
y anomalías cerebrales y neurobiológicas, la gran mayoría de ellas prevenibles.
Factores que aumentan la actividad o reactividad del cerebro (traumas) o
disminuyen su capacidad moderadora de impulsos (abuso o abandono infantil,
abuso de alcohol o drogas) aumentan la capacidad del individuo para responder
en forma violenta (Perry, 1996).
Las experiencias de la infancia temprana tienen una importancia
desproporcionada en la organización del cerebro adulto. Ambas, la negligencia
física o la emocional en las etapas prenatal y de la infancia temprana, como la
exposición del infante a la violencia traumática, alteran el desarrollo del sistema
nervioso central, predisponiendo a la violencia. Estos eventos también

2
Algunos de estos factores de riesgo son causas directas de la violencia, mientras que otros constituyen
factores asociados. Empíricamente, el concepto de factor de riesgo es análogo al de factores que
incrementan la probabilidad de ocurrencia de un hecho violento. Desde el punto de vista del diseño de
políticas, las acciones sobre factores asociados pueden ser de gran utilidad en la prevención y control
de la violencia.

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contribuyen a su aprendizaje, subrayando la interacción entre lo biológico y lo


ambiental.
CUADRO 2
FACTORES DE RIESGO (PROTECCIÓN) PARA LA VIOLENCIA

Individuales Hogar Comunidad/sociedad

Demográficos Tamaño-densidad del Mercados (legales o


(edad, género) hogar ilegales) de armas y drogas
Biológicos Violencia en los medios de
Estructura, dinámica y comunicación
normas del hogar
Exposición temprana Efectividad instituciones
a la violencia Historia de violencia privadas y públicas de
familiar control social
Nivel socioeconómico Normas culturales
y educacional
Situación laboral Tasa de crimen
del vecindario
Abuso del alcohol Nivel socioeconómico
y drogas del vecindario
Características ambientales
del vecindario
Historia de violencia social
Nivel de desigualdad
Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo, Buvinic y Morrison Editores (2000: nota 3).

Aun cuando el daño cerebral de por sí o el abuso infantil de por sí no


conducen necesariamente a la violencia y la violencia se da sin la presencia de
daño cerebral o abuso previo, la combinación de anomalías cerebrales y abuso
infantil aumenta significativamente la probabilidad de una futura conducta
violenta.
El consumo de alcohol y ciertas drogas “modifica el procesamiento de la
información y los procesos evaluativos… reduciendo los umbrales, limitando
la revisión de opciones e impidiendo el raciocinio” (McAlister, 2000). Resultados
para 16 países confirman la relación existente entre consumo de alcohol y
crimen violento (Markowitz, 2000b). Según Markowitz (2000a) un incremento
del impuesto a la cerveza reduciría la probabilidad de asaltos, mientras que la
despenalización de la marihuana y una reducción en el precio de la cocaína

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resultarían en mayores robos y asaltos en Estados Unidos. En el caso de la


cocaína, uno de los principales efectos es el incremento en robos y otros
crímenes contra la propiedad que comenten los adictos con la finalidad de
obtener fondos para la adquisición de la droga. Por otra parte, en el caso del
crack, que es un sustituto barato de la cocaína, Grogger y Willis (1998)
encuentran una relación directa entre violencia interpersonal y consumo, mas
no una relación lineal entre violencia contra la propiedad y consumo.

Carácter aprendido

La conducta violenta se aprende y la primera oportunidad para aprender a


comportarse agresivamente surge en el hogar, observando e imitando la conducta
agresiva de los padres, otros familiares o incluso personajes que aparecen en
programas de los medios de comunicación masiva (Bandura, 1973). Las
reacciones de los padres que premian las conductas agresivas de sus hijos y el
maltrato infantil por parte de ellos son algunos de los mecanismos mediante los
cuales los niños aprenden, a una temprana edad, a expresarse en forma violenta
(Berkowitz, 1996). El niño aprende a asociar estímulos agresivos con conductas
violentas y a responder con violencia a frustraciones u otros eventos nocivos.
A pesar de que los niños que han sufrido abuso no necesariamente repiten
cuando crecen el tipo de abuso experimentado, y que los adultos violentos no
necesariamente han tenido una niñez sufriente, los estudios muestran una
relación significativa entre la victimización durante la niñez (tanto los niños que
son maltratados, como los que son testigos del abuso crónico de otros familiares)
y la propensión posterior a conductas violentas (Dahlberg, 1998). La violencia
también se aprende en la escuela y la calle.

Factores demográficos

La edad, la densidad poblacional y el género influyen en la violencia por medio


de mecanismos distintos y pueden servir para predecir, en forma muy general,
las tendencias de violencia en la sociedad. En Latinoamérica, como en otras
regiones del mundo, los homicidios son perpetrados mayormente por hombres
jóvenes. Entre los factores que predisponen a los jóvenes a escoger actividades
violentas se encuentran las altas tasas de desempleo juvenil, la impunidad en el
sistema judicial y el acceso fácil al alcohol, las drogas y las armas de fuego. A
esto se le puede añadir la cultura de violencia en los medios de comunicación,

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que lleva a la imitación de la violencia y a la disminución de las inhibiciones


sociales.
El crecimiento y aumento en la densidad poblacional, especialmente en las
grandes ciudades, aumentan el estrés, la frustración y el anonimato que instigan
la conducta violenta (Calhoun, 1962). Una de las pocas diferencias entre los
sexos que surge antes de los dos años es la conducta agresiva. Las niñas son
menos agresivas que los niños (Maccoby y Jadelin, 1974).
En América Latina, patrones culturales autoritarios en la familia, derivados
del Derecho Napoleónico, acentúan y refuerzan esta diferencia entre los sexos.
Según éste, el pater familias es dueño de la vida de la mujer y de sus hijos,
situación que lleva a éstos a una gran vulnerabilidad frente a la violencia. La
mujer está además condicionada por sistemas legales que protegen en forma
desigual a los hombres y las mujeres. Este sesgo legal contra la mujer se
convierte en un obstáculo importante para la prevención de la violencia contra
ella (Mahoney, 1994).

Factores económicos

El enfoque económico del crimen se basa en el trabajo de Becker (1968), según


el cual el agresor realiza una decisión racional al incurrir en actividades ilegales
o violentas, después de examinar el costo-beneficio de las mismas y tratar de
maximizar su beneficio. Es decir, dadas las valoraciones y objetivos del agresor
potencial, éste responde al beneficio esperado y al castigo esperado del
comportamiento violento.
Diversos estudios empíricos en el continente dan soporte a la afirmación de
que la violencia (medida utilizando tasas de homicidio, robo y violación)
responde a cambios en el castigo esperado (Banco Mundial, 2001). Otro grupo
de estudios económicos se concentra en los beneficios del crimen y la violencia,
encontrando, en el caso de los actos violentos con motivación económica, que
a mayor desigualdad de ingresos el beneficio esperado dado por la diferencia
entre el ingreso de la víctima y el ingreso del agresor, y por lo tanto la
probabilidad de conductas violentas, es mayor (ibídem).
Aun cuando no existe evidencia empírica concluyente con respecto al
impacto de la pobreza sobre la violencia, algunas condiciones que están
presentes en situaciones de pobreza, tales como el hacinamiento y el desempleo,
incrementan significativamente la probabilidad de violencia (Buvinic et al.,
1999). Fajnzylber et al. (2001) realizan un estudio sobre los determinantes

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macroeconómicos de la violencia a nivel mundial, empleando un panel de 45


países durante el periodo 1970-1994.3 El modelo estimado explica gran parte de
la variación de la tasa de homicidios y la variación de la tasa de robos a nivel
mundial. Sus resultados indican que la tasa de crecimiento del PIB reduce la
violencia, la desigualdad de ingresos incrementa significativamente la violencia
y la tasa de violencia en el pasado determina en forma importante la tasa de
violencia presente.
Por otra parte, el nivel de ingresos promedio de cada país y la escolaridad
promedio no tienen un efecto concluyente sobre los niveles de violencia por
países, aunque las diferencias de ingreso y escolaridad distinguen a grupos
violentos de grupos no violentos dentro de los países. Dados estos resultados,
los autores concluyen que el nivel actual de desarrollo de un país no es tan
importante para explicar los niveles de violencia, como la reducción de la
desigualdad, el crecimiento económico y el nivel de violencia preexistente. La
presencia empírica de inercia de la violencia comprueba el carácter aprendido
de la misma (transmisión intergeneracional de la violencia), así como la
interacción temporal entre distintos tipos de violencia, el entorno y las normas
de una sociedad.

Factores protectores. El capital social

Las instituciones efectivas de control social cumplen un papel central en


disuadir el comportamiento violento. Estas instituciones incluyen la policía y el
aparato judicial y penal en el sector público, así como las iglesias y las
organizaciones sociales y comunitarias en el sector privado. En América Latina,
la debilidad de las instituciones de control social en el sector público, y la
consecuente impunidad de la conducta criminal es vista por muchos como uno
de los factores de riesgo principales de las altas tasas de violencia criminal
(Sanjuan, 1998). Aunque hay evidencia creciente de que la severidad de las
penas no tiene un efecto de disuasión significativo, la probabilidad de ser
aprehendido y procesado puede tener impacto y la probabilidad de actuar en
forma violenta aumenta en la medida en que los costos o incentivos negativos
disminuyen. Un papel similar de control social juegan las instituciones y grupos
privados que fomentan lo que hoy se llama el capital social, entendido como las
características de la organización social, incluyendo la confianza, las normas y
3
Este estudio se reseña en el primer capítulo de Banco Mundial (2001), Fajnzylber et al. (2001).

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las redes sociales, que, al facilitar acciones coordinadas, pueden mejorar la


eficiencia del funcionamiento social (Putnam, 1993). Por lo cual se puede
concluir que las comunidades con poco o deficiente capital social deben ser más
susceptibles a la violencia. Las altas tasas de migración parecen contribuir a la
reducción del capital social, puesto que representan una ruptura de los vínculos
comunitarios. La reducción del delito puede contar con más éxito cuando las
soluciones involucran la participación comunitaria. Asimismo, la atención y
prevención de la violencia doméstica puede ser más efectiva cuando existen
fuertes redes sociales. El estudio de la relación entre el capital social y la
violencia es de carácter reciente y confronta el problema de la doble causalidad
existente entre ambas variables. Estudios en Jamaica (Moser y Holland, 1997),
Guatemala (Moser y McIllwaine, 2001a), y Colombia (Moser y McIllwaine,
2001b), reportan que la violencia destroza el capital social. Estos trabajos
también evidencian que la debilidad del capital social y la existencia de capital
social perverso para compensar dichas debilidades forman un ambiente propicio
para el comportamiento violento.

Situación actual de la violencia

Cuantificar la violencia o construir indicadores precisos de magnitud para cada


una de sus múltiples manifestaciones presenta dificultades importantes. Algunas
fuentes de información son los organismos de seguridad, estadísticas judiciales
y las estadísticas de salud, las cuales presentan notable subregistro. Entre las
estadísticas oficiales, la más confiable y utilizada es la tasa anual de mortalidad
bruta por homicidios por cada 100 000 habitantes. Sin embargo, las estadísticas
de homicidio deben interpretarse con cautela, puesto que son muy sensibles a
revisiones en la metodología de recolección que han sido comunes a muchos
países de la región. El homicidio es el acto violento de mayor gravedad, pero su
relación con otros actos violentos no es necesariamente lineal y en muchos
países la incidencia de delitos contra la propiedad, sobre los que se tienen pocas
estadísticas confiables en Latinoamérica, no guarda una relación directa con el
homicidio.
Adicionalmente, existen hechos violentos, como la violación y la violencia
doméstica, que rara vez son denunciados, incluso si son reconocidos por el
sistema legal como crímenes. La falta de denuncia se debe, en parte, a la falta
de capacidad —real o percibida por la población— de las autoridades para
combatir el comportamiento violento y dar protección a la víctima contra

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futuras represalias por parte de los agresores. Es por ello que además de las
estadísticas oficiales es necesario contar con encuestas de victimización, así
como con encuestas especiales para detectar la violencia doméstica.
Aunque existen pocas encuestas de victimización en la región, las que se han
realizado dan fe del elevado nivel de subregistro de hechos violentos en las
estadísticas oficiales. Rubio (1998) estima que en América Latina la proporción
de incidentes violentos que son denunciados fluctúa entre 15 y 30 por ciento de
todos los cometidos. La falta de sistemas de información sobre la magnitud de
la violencia para cada tipo de comportamiento violento en la región, tanto a nivel
agregado como a nivel local obstaculiza el desarrollo de mejores intervenciones
de política para su prevención y control.

Indicadores de violencia

La omnipresencia y heterogeneidad de la violencia en América Latina puede


constatarse, tanto desde el punto de vista de las víctimas (percepción generalizada,
medios de comunicación y encuestas de victimización), como desde el punto de
vista de estadísticas oficiales, como la tasa de homicidios. En América Latina
y el Caribe este índice es muy alto, comparado con el del resto del mundo. Para
finales de la década de 1990, según la Organización Mundial de la Salud (2002),
al menos diez países en el continente americano registraron tasas de homicidios
superiores a la tasa mundial de 8.9 y al menos cuatro países registraron tasas de
homicidios superiores a 20, de un total de 19 países para los cuales existen datos
(cuadro 3). En términos absolutos, se estima que en América Latina y el Caribe
mueren por homicidio entre 110 000 y 120 000 personas cada año (Concha y
Villaveces, 2001).4
La elevada tasa promedio de homicidios para América Latina oculta
importantes diferencias entre países. Guatemala y el Salvador, en Centroamérica,
y Colombia, en la región Andina, registraron tasas de homicidio superiores a 50
durante las décadas de 1980 y 1990. El caso opuesto es el de los países del Cono
Sur (Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile), que registran niveles relativamente
bajos de homicidio (tasas menores a 10).

4
Las tasas de suicidio en América Latina son relativamente bajas en comparación con las de los países
desarrollados, pues éstas están relacionadas directamente con mayores niveles de ingreso y bienestar
social (Buvinic y Morrison, 2000).

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En el cuadro 3 también se observa que la tasa de homicidios registra un


incremento a nivel mundial durante las tres décadas representadas, como
consecuencia de factores demográficos, de la mayor integración de los mercados
lícitos e ilícitos a nivel global y de la propia inercia de la violencia en el tiempo
(Buvinic y Morrison, 2000). En América Latina, la información incompleta de
la que se dispone es insuficiente para establecer tendencias claras a nivel de
países. Sin embargo, puede notarse que durante las décadas de 1970 y 1980 se
registraron incrementos en la tasa de homicidios en muchos países, especialmente
en los países andinos. Estos incrementos en los homicidios dentro del área
andina están asociados al conflicto guerrillero y la difusión del narcotráfico en
Colombia, así como a reformas macroeconómicas y estructurales que produjeron
aumentos significativos en la desigualdad y el desempleo (Buvinic y Morrison,
2000; Arriagada y Godoy, 1999; Banco Mundial, 2002).
Los datos correspondientes a la década de 1990 en el cuadro 3 no son
directamente comparables con los de décadas anteriores; sin embargo, se
observan reducciones de la tasa de homicidios en algunos países
centroamericanos, mientras que se registraron incrementos sustanciales en
Venezuela, Brasil, Ecuador y Paraguay.5
Las tasas de homicidios nacionales no muestran la gran disparidad urbano-
rural de la violencia, ni la disparidad entre distintas regiones y entre ciudades.
Tal como se aprecia en el cuadro 4, Medellín, Cali, Ciudad de Guatemala, San
Salvador, Caracas y Rio de Janeiro registran tasas de homicidio mayores de 50.
Para algunas ciudades se dispone de otras estadísticas, además de la tasa de
homicidios.6 El robo a mano armada es uno de los hechos más comunes, así
como otros delitos violentos contra la propiedad. Las tasas de victimización en
Bahía, Cali, Caracas, Río de Janeiro, San José, San Salvador y Santiago oscilan
entre 10.6 por ciento (San José) y 38.5 por ciento (San Salvador), lo cual implica
una mayor exposición a la violencia de la que indica la tasa de homicidios.

5
Aunque no disponemos de datos para el año 2000 y 2001, podemos especular que la tasa de homicidios
en Colombia sufrió nuevos incrementos debido a la agudización del conflicto armado entre las
guerrillas, las fuerzas paramilitares y las fuerzas militares.
6
La Organización Panamericana de la Salud, bajo el programa de Sistemas de Vigilancia Epidemiológica
de la Violencia, ha auspiciado encuestas de victimización en varias ciudades.

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CUADRO 3
TASAS DE HOMICIDIO (POR CADA 100.000 HABITANTES) EN EL
CONTINENTE AMERICANO. COMPARACIÓN ENTRE PAÍSES Y CON TASA
DE HOMICIDIO MUNDIAL

Fin década 1970 Fin década 1980 Med. fin


Inicio década 1980 Inicio década 1990 década 1990
a a b

América Central
Guatemala 150 ..
El Salvador 138.2 55.6
Nicaragua 18.3 8.4
Honduras 9.4 ..
Costa Rica 5.7 5.6 5.4
Panamá 2.1 10.9 10.9
Países Andinos
Colombia 20.5 89.5 61.6
Venezuela 11.7 15.2 16.0
Perú 2.4 11.5 ..
Ecuador 6.4 10.3 15.3
Brasil y Guayanas
Brasil 11.5 19.7 23.0
Guyana 6.6
Caribe
Cuba 6.2
Puerto Rico 20.6
Trinidad y Tobago 2.1 12.6 12.1
República Dominicana 11.9
Jamaica 35.0
Norteamérica
México 18.2 17.8 15.9
Canadá 2.2
Estados Unidos 10.7 10.1 6.3 (c)
Cono Sur
Argentina 3.9 4.8 4.7
Uruguay 2.6 4.4 4.4
Paraguay 5.1 4.0 12.3
Chile 2.6 3.0 3.0
Nivel mundial (d) 5.5 6.4 8.9
Fuente: a) Organización Panamericana de la Salud (1997), b) Organización Mundial de la Salud (2002),
c) US Department of Justice, Bureau of Justice Statistics (2000) y (d) Buvinic y Morrison (2000) (Living
in a More Violent World).
Nota: las tasas para cada país corresponden a algún año específico dentro del periodo señalado y no se
dispone del mismo año para todos los países.

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CUADRO 4
VIOLENCIA URBANA EN AMÉRICA LATINA. TASAS DE HOMICIDIOS
(POR 100 000 HABITANTES)

País Tasa
Centros urbanos Año (por 100 000)

Brasil 90´s 23.0


Rio de Janeiro 1995 63.5
São Paulo 1995 48.5
Colombia 90´s 61.6
Bogotá 1997 49.2
Cali 1995 112.0
Medellín 1995 248.0
El Salvador 90´s 55.6
San Salvador 1995 95.4
Guatemala 90´s ..
Ciudad Guatemala 1996 101.5
México 90´s 15.9
Ciudad de México 1995 19.6
Perú 90´s ..
Lima 1995 25.0
Venezuela 90´s 16.0
Caracas 1995 76.0
Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo, Buvinic y Morrison editores (2000).

Los habitantes de América Latina, sobre todo en áreas urbanas, viven con
una sensación de inseguridad permanente. Esta sensación se ve reflejada en
encuestas de opinión pública como las de Latinobarómetro (Latinobarómetro,
2002), en las que la delincuencia figura como uno de los problemas más
importantes de cada país junto al desempleo, la inflación, la pobreza y la
corrupción. Según la misma fuente, los niveles de confianza interpersonal en
la región son bajos, puesto que menos de 16 por ciento de los entrevistados
en la región, para el año 1997, expresa que se puede confiar en los extraños.
Esta cifra promedio oculta grandes diferencias entre países: en Brasil,
menos de cinco por ciento de la población en estudio expresa que se puede
confiar en los extraños; mientras que en Uruguay más de 30 por ciento opina que
sí puede confiar en los demás. Los niveles de confianza, que constituyen una

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medida en relación con el capital social, se han deteriorado entre el año 1996 y
el año 2000, para la mayoría de los países latinoamericanos.

La violencia de género

Tanto por razones biológicas (hormonales y fisiológicas) como por razones


económicas, sociales y culturales, la mayor parte de los agresores son hombres
(Organización Mundial de la Salud, 2002). En muchos casos la violencia se
manifiesta contra la mujer constituyendo un tipo de violencia que, según las
Naciones Unidas, se define como:
...cualquier acto de violencia basada en el género que produzca o pueda producir
daños o sufrimientos físicos, sexuales o mentales en la mujer, incluidas las amenazas…
la coerción o la privación arbitraria de la libertad, tanto en la vida pública como en
la privada (Naciones Unidas, 1993, citado en García, 2000: 7).

La violencia contra la mujer puede ser de carácter social e incluye la


violación y el abuso sexual por parte de extraños durante asaltos en la calle, a
hogares o como resultado de una estrategia durante conflictos armados; robos,
mutilación genital, tráfico de mujeres para prostitución forzosa y la violencia
psicológica, física y sexual en el lugar de trabajo. También incluye la violencia
doméstica contra la mujer, que consiste en el maltrato físico, psicológico o
sexual de una mujer por parte de un familiar o de su pareja.7
Tanto la violencia social como la violencia doméstica contra la mujer están
relacionadas con patrones de género que abarcan las estructuras patriarcales y
sitúan a la mujer en una posición subordinada con respecto al hombre, lo cual
configura una la falta de equidad entre los géneros desde un punto de vista legal,
económico y social. Estos patrones de género pueden mantenerse en diferentes
regiones, culturas, niveles sociales y educativos (García, 2000).
Los patrones tradicionales de género ligan la noción de masculinidad a la
autoridad, el honor y la agresión. La violencia contra la mujer se diferencia de
la violencia interpersonal contra los hombres en cuanto a las modalidades de la
misma, sus efectos y la tolerancia social y de la víctima ante su presencia. A nivel
mundial y en América Latina, los hombres adultos tienden a ser víctimas de un
7
No se consideran las manifestaciones de violencia doméstica de mujeres hacia hombres adultos por
efectuarse con poca frecuencia y ser producto en muchos casos de la defensa propia. Tampoco se
consideran en este trabajo las manifestaciones de violencia social y doméstica contra homosexuales
hombres y mujeres.

181 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

extraño o de un conocido ocasional, mientras que para las mujeres es más


probable ser víctima de un familiar o de la pareja (Heise et al., 1999).8 De
acuerdo con la información disponible, el problema de la violencia doméstica
es la forma predominante de violencia contra la mujer en América Latina
(García, 2000), por lo que le dedicaremos mayor atención en esta sección.
Como resultado de unas 50 encuestas comparables a nivel mundial, entre 10
y 50 por ciento de las mujeres declararon haber sido golpeadas o maltratadas
físicamente por su pareja actual o una pareja anterior (Heise et al., 1999).
Adicionalmente, la violencia doméstica física casi siempre está acompañada
por manifestaciones de violencia psicológica y violencia sexual (hasta en la
mitad de los casos).
Para América Latina, el cuadro 5 reseña los resultados sobre prevalencia
según varios estudios, registrándose una tasa de hasta 36 por ciento de mujeres
víctimas de violencia física por parte de una pareja a lo largo de su vida (Haití).
Los datos en relación con la violencia psicológica y sexual son igualmente
alarmantes, sobre todo si se considera que en muchos casos se combinan los tres
tipos de violencia.
En su trabajo seminal sobre la violencia doméstica, Heise (1998) emplea un
modelo ecológico sobre los factores relacionados específicamente con la
violencia doméstica. A nivel social, la autora señala los siguientes factores:
1. Normas que otorgan al hombre poder sobre la mujer.
2. Aceptación de la violencia como forma de resolver conflictos de pareja.
3. Estructuras rígidas de género. A nivel de la comunidad, los factores más
importantes de riesgo son: pobreza y desempleo, delincuencia, aislamiento
de la mujer y la familia de interacciones con la comunidad; a nivel de la
relación de pareja, los factores de riesgo son:
3.1. Conflictos matrimoniales.
3.2. Conflictos con parientes.
3.3. Control de los bienes económicos y las decisiones del hogar por parte del
hombre exclusivamente. Desde el punto de vista individual del agresor,
los factores que incrementan el riesgo de comportamiento doméstico
violento son: ser hombre, presenciar violencia matrimonial en la niñez.
8
Quizás durante periodos de conflicto armado, durante los cuales tanto hombres como mujeres son
víctimas de violencia social exacerbada, las mujeres tengan mayor probabilidad de ser víctimas de
extraños, sobre todo cuando los distintos bandos utilizan la violación sistemática como arma de guerra.
También existe evidencia sobre incrementos de la violencia doméstica durante periodos de conflicto
(Moser y McIllwaine, 2001a).

182
/
Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

3.4. Ser víctima de abuso, rechazo o abandono en la niñez.


3.5. Uso de alcohol. En el cuadro 6 se resumen los factores de riesgo presentes
para las mujeres víctimas de violencia doméstica según varios estudios
realizados en la región.9
América Latina es la región con mayor desigualdad en la distribución del
ingreso en el mundo (Banco Interamericano de Desarrollo, 1998), lo que
contribuye a los altos niveles de violencia en la región. La desigualdad genera
tensión social e incentivos económicos que son factores importantes para el
robo, asalto callejero, secuestro y robo a mano armada. La principal causa de la
desigualdad de ingresos en la región es la desigualdad en remuneraciones, lo
cual se debe en parte a los diferenciales en cantidad y calidad de la educación
dentro de la población (ibídem).
A nivel agregado, la pobreza en sí misma no necesariamente causa violencia
(Arriagada y Godoy, 1999, y Fajnzylber et al., 2001). Sin embargo, la pobreza
origina sentimientos de estrés y frustración que pueden desencadenar
comportamientos violentos si están acompañados por desempleo (exclusión
económica) y hacinamiento en barrios urbanos recién conformados (ruptura del
capital social) (Buvinic et al., 1999 y Moser y Lister, 1999). En Latinoamérica,
los barrios más pobres y en algunos casos de reciente formación de las ciudades
registran niveles de diversos tipos de violencia, superiores al resto del área
urbana (Organización Panamericana de la Salud, 1996 y McAlister, 2000).
A nivel individual, las diferencias de ingreso y escolaridad distinguen a los
grupos más violentos de aquéllos menos violentos, sobre todo en cuanto a la tasa
de victimización por homicidio y la probabilidad de cometer homicidios. En las
ciudades de Estados Unidos, la probabilidad de ser víctima de homicidio o
asalto es tres veces mayor para los individuos que viven en familias con ingresos
menores a 7 500 dólares al año, con respecto a los individuos cuyas familias
registran ingresos superiores a los 50 000 dólares al año (Rosenberg, 1999: 13,
en Moser y Lister, 1999).

9
Estos estudios se citan en Banco Interamericano de Desarrollo, Buvinic y Morrison (2000): Americas
Watch (1991) (Brasil), Larraín (1997), Valdez y Sanin (1996) (México), Ellsberg (1996) (Nicaragua),
Larraín y Rodríguez (1993)(Chile) y Traverso (2000) (Uruguay).

183 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

CUADRO 5
PREVALENCIA DE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA CONTRA LA MUJER EN
EL CONTINENTE AMERICANO. ESTUDIOS REALIZADOS DURANTE LA
DÉCADA DE 1990

Tipo de
País muestra Muestra Porcentaje

Barbados 1990 Nacional 264 mujeres entre 20 y 45 30*


años incluyendo mujeres
que nunca han estado en
una relación
Bolivia 1998 3 distritos 289 mujeres mayores de 17
20 años
Chile 1997 Santiago 1 000 mujeres de 22 a 55 26
años en relaciones de
pareja por más de 2 años
Colombia 1995 Nacional 6 097 mujeres entre 15 y 19
49 años con pareja
Haití 1995 Nacional 1 705 mujeres 36
México 1996 Monterrey 1 064 mujeres mayores de 17*
15 años que han tenido
una relación de pareja
Nicaragua 1998 Nacional 8 507 mujeres entre 15 y 12
49 años que han tenido
una relación de pareja
Perú 1997 Lima 359 mujeres de nivel de 31
ingreso medio y bajo,
entre 17 y 55 años que
tienen actualmente pareja
Puerto Rico 1996 Nacional 5 755 mujeres de 15 a 49 13
años que han tenido una
relación de pareja
Uruguay 1997 Montevideo 545 mujeres entre 22 y 55 10*
y Canelones años actualmente con
pareja
Estados Unidos 1993 Nacional 8 000 mujeres de más de 22
18 años incluyendo
aquellas que no han estado
en una relación de pareja
Canadá 1993 Nacional 12 300 mujeres de más de 5
18 años que alguna vez
estuvieron en una relación
de pareja
Fuente: Heise et al., 1994; Handwerker (1998); OPS (1999); Ordoñes et al., (1995); Granados y
Shiroma (1996); Rosales Ortiz et al. (1998); González de Olarte y Gavilano (1999); Dávila (1998);
Traverso (2000) y Population Reports (1999).
Nota: *abuso físico o sexual.

184
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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

Un indicador imperfecto de la probabilidad de cometer homicidios u otros


delitos es el perfil del aprehendido o condenado según las estadísticas judiciales
o estudios criminológicos basados en encuestas a los criminales. Este indicador
es imperfecto, puesto que la captura de criminales por la policía y el sistema
judicial es un proceso sesgado por naturaleza. El perfil de los condenados o
aprehendidos por varios tipos de crímenes en la región es el de hombres jóvenes,
solteros y de estratos socioeconómicos bajos. En el caso de Chile, 71.5 por
ciento de los aprehendidos por homicidio declaró no tener oficio o ser obrero
(Arriagada y Godoy, 1999), mientras que en Cali, Colombia, un alto porcentaje
proviene de hogares donde la madre es jefa de hogar (Banco Interamericano de
Desarrollo, 2000a y 2000b).
Los distintos grupos socioeconómicos experimentan la violencia bajo
diferentes manifestaciones. Los delitos a la propiedad son más comunes en los
barrios latinoamericanos de ingresos medios y altos, mientras que el homicidio,
lesiones físicas por conflictos violentos y la violencia doméstica física son más
comunes en las barrios de bajo ingreso (Gaviria y Velez, 2001, y Banco
Interamericano de Desarrollo, 2000a y 2000b).

Violencia étnica

La diversidad étnica es una característica histórica de América Latina, originada


por el pasado colonial, los movimientos inmigratorios asociados a las guerras
del siglo pasado en Europa y los movimientos migratorios dentro de la región.
En muchos países de América Latina no existen estadísticas censales o levantadas
mediante encuestas de hogares que permitan realizar estudios nacionales sobre
la existencia de discriminación racial y problemas de convivencia étnica en la
región. El caso de la violencia no es la excepción y no se dispone de tasas de
homicidio por grupos étnicos. Sin embargo, existe evidencia local sobre los
niveles de exclusión social y cultural de ciertos grupos indígenas y de raza
africana (Borjas, 1995; Katzman, 1999).
En relación con la intolerancia étnica, la encuesta de opinión Latinobarómetro
encuentra niveles bajos pero significativos en uno de sus cuestionarios. El
cuestionario preguntó: “¿A quién no le gustaría tener como vecinos?” Una gran
mayoría de los encuestados en la región (entre 43 y 67 por ciento) respondió que
no le gustaría vivir cerca de drogadictos, ni de homosexuales, ni de extremistas
políticos, mientras que una minoría importante (entre seis y 12 por ciento)

185 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

señaló que no le gustaría vivir cerca de un grupo étnico específico (africanos,


musulmanes, asiáticos o judíos, según el caso).
Los casos recientes más documentados de violencia étnica en la región están
relacionados íntimamente con la violencia política y han tenido lugar durante
conflictos armados entre un grupo que detenta el poder político y guerrillas o
grupos rebeldes.10 En el caso de Guatemala, la población indígena fue diezmada
y aterrorizada, en un grado mayor al resto de la población, por parte de las
fuerzas del Estado durante la guerra civil de 36 años que finalizó en 1996 (Moser
y McIllwaine, 2000a). La razón para combatir a los indígenas fue el vínculo
existente o supuesto entre éstos y el ejército guerrillero Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca, como parte de una política de contrainsurgencia.
Durante este periodo se ejecutaron indígenas (hasta unos 150 000) y se
adoptaron otras políticas de terror como la violación sistemática de mujeres
indígenas y el desplazamiento forzado de indígenas que incluyó la destrucción
de 440 aldeas, lo que dejó como legado una cultura del silencio para evitar
repercusiones violentas, lo cual condujo a una gran tolerancia ante otras formas
de violencia social y doméstica (Moser y McIllwaine, 2000a).11
Las tensiones étnicas tienen como marco, en algunos países, problemas
ancestrales de tenencia de la tierra y la exclusión social y económica (Easterly,
2002). Por ejemplo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas,
México, tiene como objetivo proteger a los indígenas ante la explotación y los
problemas de tenencia de la tierra. En Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra
representa a grupos descendientes de africanos que han sido sistemáticamente
excluidos de la propiedad de la tierra o expulsados en forma violenta de las
tierras que habitaban (Sutherland, 2001). Da Silva (2001) y Rivera (2001)
consideran que las reformas agrarias y de tenencia de la tierra son necesarias
para mejorar la convivencia entre distintos grupos étnicos, junto con el diálogo
y la mediación.

10
Otro tipo de violencia étnica con un componente político es el abuso policial y la discriminación
judicial en contra de indígenas y personas de raza negra.
11
En el caso del enfrentamiento entre el Estado peruano contra Sendero Luminoso y otros grupos
guerrilleros en Perú, se reporta que tres de cada cuatro víctimas fueron campesinos de la región andina
y de la región amazónica, en su gran mayoría indígenas (The Economist, “Digging for Truth” , 27 de
abril 2002: 38).

186
/
Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

Violencia contra niños y jóvenes

La edad es uno de los factores demográficos que más afectan la probabilidad de


ser agresor o de ser víctima. En esta sección se presenta una reseña sobre dos
tipos de violencia comunes en América Latina: la violencia contra los niños y
la violencia juvenil.
La violencia social y doméstica contra los niños y adolescentes (menores de
18 años) se define como:
...todas las formas de maltrato físico y emocional, el abuso sexual, el abandono, la
negligencia en el cuidado, la explotación comercial o de otro tipo, que resulten en
daños reales o potenciales para la salud, supervivencia, desarrollo y dignidad del
niño, dentro del contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder
(Organización Mundial de la Salud, 1999).

Dentro de esta definición, las formas de maltrato infantil presentan algunas


peculiaridades que las distinguen del maltrato a los adultos:
1. El maltrato emocional incluye, además de la burla y ridiculización, fallas
en proporcionar al niño o a la niña un ambiente apropiado de apoyo para
su desarrollo y una figura de referencia.
2. El abandono incluye la omisión de cuidados de salud y la falta de
supervisión y protección apropiadas.
3. El abuso sexual incluye toda actividad sexual que el niño o la niña no
pueda comprender, se encuentre inmaduro físicamente para realizar o no
esté preparado para dar su consentimiento al respecto, incluyendo la
prostitución y pornografía infantil de cualquier tipo.
4. La explotación comercial incluye el trabajo infantil.
A nivel mundial se calcula que cada año unos 10 millones de niños quedan
con secuelas psicológicas como consecuencia de las guerras y otros tipos de
violencia, incluyendo violencia contra los niños (Organización Panamericana
de la Salud, 1996). Solamente en Estados Unidos se denunciaron en 1992 más
de 2.9 millones de casos de abuso de niños o negligencia en su cuidado
(Organización Panamericana de la Salud, 1996). La violencia doméstica física
contra los niños suele ser cometida por la madre, mientras que la violencia
doméstica sexual suele ser cometida por el padre u otras figuras masculinas
como hermanos, tíos y parientes.

187 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

En América Latina y el Caribe se dispone de algunas estadísticas incompletas


con respecto al maltrato infantil. En relación con el abuso sexual, los siguientes
datos dan una idea sobre la magnitud del problema: en Barbados 30 por ciento
de las mujeres entrevistadas han experimentado abuso sexual en la niñez; en
Costa Rica, 32 por ciento de las mujeres y 13 por ciento de los hombres han
sufrido el mismo abuso, y lo mismo ocurrió en Nicaragua a 26 por ciento de las
mujeres y 20 por ciento de los hombres (Heise et al., 1999).
Una de las pocas encuestas de niños que se ha llevado a cabo revela que 63
por ciento de los niños chilenos en octavo grado (según datos de una muestra
representativa nacional de 1 533 niños), indicó que había experimentado
violencia física en su hogar y 34 por ciento de ellos indicó haber sufrido abuso
físico severo. Esto parece indicar que el abuso severo contra los niños es tanto
o mayor que el abuso similar contra las mujeres (Larraín et al., 1997).
La existencia de unos siete millones de “niños de la calle” en la región está
vinculada a distintas formas de violencia infantil, como abandono, violencia
doméstica que los empuja a huir del hogar o explotación (Organización
Panamericana de la Salud, 1996). Los niños de la calle son objeto también de
violencia policial y asesinatos (limpieza social) por parte de escuadrones de la
muerte.12A su vez, los niños de la calle tienen una alta probabilidad de
convertirse en delincuentes, dadas las carencias emocionales y económicas a las
que se enfrentan y su falta de oportunidades en la sociedad.
La violencia doméstica contra el anciano es común en Estados Unidos,
donde se estima que uno de cada 25 ancianos sufre de abuso (Organización
Panamericana de la Salud, 1996). Aunque no se dispone de datos para América
Latina, se sospecha que se trata de un problema relevante debido al alto grado
de dependencia económica de los ancianos dados los sistemas fallidos de
seguridad social y los escasos ahorros de la población.
En América Latina, al igual que en el resto del mundo, la mayor parte de los
crímenes, sobre todo homicidios, son perpetrados por hombres jóvenes (entre
18 y 24 años de edad). El perfil del aprehendido en los siguientes casos confirma
la afirmación anterior: “en Cali, más de un 70 por ciento de los homicidas
condenados tienen entre 20 y 29 años” (Banco Interamericano de Desarrollo,
2000b); “en Chile, 48.6 por ciento de los homicidas, 28.1 por ciento de los
violadores y 61.4 por ciento de los ladrones, tienen entre 15 y 24 años de edad”
(Arriagada y Godoy, 1999).
12
En Brasil cuatro niños de la calle son asesinados diariamente (Organización Panamericana de la
Salud, 1996).

188
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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

Los hombres jóvenes también registran las tasas más altas de mortalidad por
homicidio en la región, convirtiéndose en sus principales víctimas. A nivel
mundial, los hombres entre 14 y 44 años registran las más altas tasas de
mortalidad por homicidio (gráfica 1). Entre los factores de riesgo para
criminalidad juvenil se encuentran el abandono de la escuela secundaria (o el
bajo rendimiento escolar) y el desempleo juvenil, que conducen a una falta de
oportunidades económicas y sociales. También juegan un papel importante en
la violencia juvenil la impunidad del sistema, el acceso al consumo de alcohol
y drogas, y la disponibilidad de armas de fuego.
Otros factores de riesgo para el joven son el aprendizaje de la violencia como
medio para resolver conflictos en el hogar (violencia doméstica), la escuela, la
comunidad y la difusión de actividades favorables a la agresión en los medios
de comunicación masiva (McAlister, 2000).
La violencia juvenil es un fenómeno que puede darse a nivel de individuos
o en agrupaciones de jóvenes o pandillas urbanas. Las pandillas alcanzan
distintos niveles de organización en América Latina y normalmente pertenecer
a una pandilla constituye no sólo un medio para cometer actos violentos, sino
un fin en sí mismo (McAlister, 2000, Concha y Santacruz, 2002, Moser y
McIllwaine, 2000a, 2000b, y Moser y Lister, 1999).13 En la raíz de la conformación
de las pandillas se encuentran, además de los factores de riesgo individuales
para los jóvenes, la desintegración social, falta de acceso a los servicios
públicos, la pobreza y el hacinamiento. Las pandillas surgen, en parte, ante la
incapacidad de la sociedad para abordar las inquietudes de la juventud y
relacionarse con los grupos juveniles de alto riesgo, en concreto, las fallas del
sistema educativo para integrar a los jóvenes de los barrios pobres (ibídem).
Los jóvenes latinoamericanos miembros de pandillas y grupos similares
buscan en ellas un estilo de vida (‘onda’, moda, acceso a drogas, un sentido de
pertenencia, ‘vacilar’ y divertirse) que les sirva como escape y protección ante
el duro medio ambiente en el que se desenvuelven. Al defenderse entre sí y crear
situaciones violentas con miembros de otras pandillas, estos grupos juveniles
constituyen una forma de capital social “perverso” (Moser y McIlwaine, 2000a,
2000b y Moser y Lister, 1999) o una especie de sucedáneo para un cierto orden
dentro de la caótica vida del barrio y un medio para el desarrollo de la identidad
de sus miembros. La pandilla es, a la vez, un producto de la ruptura de un orden
13
Según nuestra revisión, no se dispone de datos comparables entre países de la región sobre el número
de jóvenes en pandillas y la información que se reseña a continuación proviene de los estudios de casos
citados.

189 enero/marzo 2005


GRÁFICA 1
TASAS DE MORTALIDAD POR HOMICIDIO SEGÚN EDAD (POR CADA 100 000 HABITANTES).
HOMBRES. NIVEL MUNDIAL . AÑO 2000

20.0
18.0
Papeles de POBLACIÓN No. 43

16.0
14.0
T
12.0
a
10.0
s
a 8.0
6.0
4.0
2.0

190
0.0
0-4 5-14 15-29 30-44 45-59 60+
Edad

Fuente: Organización Mundial de la Salud, 2000.


CIEAP/UAEM
/
Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

social previo (muchas pandillas surgen en barrios de reciente formación durante


migraciones a la ciudad) y una forma de socialización que utiliza la violencia
para sus propósitos, transmitiendo sus valores a través de una subcultura que
incluye música, vestido, jerga propia y el uso de drogas.
Desde el punto de vista económico, estos grupos pueden ofrecer incentivos
interesantes a los jóvenes en barrios pobres, pues las pandillas a veces están
involucradas con el narcotráfico (McAlister, 2000 y Concha y Santa Cruz,
2002) y otros mercados negros que reportan inusitadas ganancias, aunque a un
riesgo muy alto. Desde un punto de vista psicológico, estudios sobre jóvenes
violentos encuentran que ellos justifican su propia violencia achacándosela a
los demás y deshumanizando a sus víctimas (McAlister, 2000). Una vez que el
pandillero supera la adolescencia y juventud temprana, puede abandonar la
pandilla y reintegrarse a la vida de la comunidad, o bien, convertirse en jefe de
su pandilla, formar una nueva o pasar a integrar una banda criminal profesional
(Moser y McIlwaine, 2000a).

El costo socioeconómico de la violencia

Además de constituir violaciones a los derechos humanos, todos los tipos de


violencia en la región generan profundos impactos negativos para el desarrollo
y diferentes tipos de costos para la sociedad en su conjunto. Los costos de la
violencia tienen un impacto intertemporal, lo que agrava la carga financiera y
social para generaciones presentes y futuras. En el ámbito macroeconómico, la
violencia reduce la inversión extranjera y nacional, y disminuye el ahorro
interno, perjudicando así las posibilidades de crecimiento a largo plazo. A nivel
microeconómico, la violencia desincentiva la inversión de tiempo y dinero en
educación e induce a algunos a desarrollar habilidades delictivas en vez de
estudiar. También puede disuadir a algunas personas de estudiar por las noches
por temor al delito violento. La violencia doméstica contra las mujeres y los
niños también frena el desarrollo económico. El abuso afecta el desempeño de
los niños en la escuela y, por lo tanto, su productividad futura y el rendimiento
de la inversión nacional en educación. Las mujeres que sufren violencia
doméstica son menos productivas en sus lugares de trabajo, lo cual es una
pérdida directa para la producción nacional.
La atención de las consecuencias de las violencias doméstica y social
comporta la utilización de los escasos recursos disponibles en la sociedad. Los

191 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

gastos en los sistemas policiales, judiciales y la provisión de servicios sociales


podrían, de lo contrario, ser destinados a propósitos más productivos. Conocer
los impactos y el costo de la violencia es un paso importante para el diseño de
una estrategia social, puesto que contribuye a la conformación de prioridades en
la formulación de políticas públicas y constituye uno de los elementos de una
guía para la asignación de recursos.
Existen dos enfoques posibles para medir el costo que cobra la violencia a
una sociedad: el enfoque global pretende captar la totalidad de los costos de la
violencia; el enfoque parcial intenta captar sólo un aspecto del costo total. El
enfoque parcial se usa cuando es imposible adoptar el enfoque global, ya sea por
falta de datos, por la complejidad de la metodología o cuando se requiere resaltar
un impacto específico de la violencia. Dentro del enfoque global se han
desarrollado tres metodologías que permiten calcular los costos sociales de la
violencia:
1. El enfoque contable, que especifica categorías y estima sus costos, tiene
como ventaja que puede utilizarse cuando sólo existe información
parcial, pero implica desventajas, como el riesgo de doble contabilización
y la arbitrariedad inevitable de la categorización de los costos.
2. Los modelos hedónicos de vivienda o de terreno, que miden el impacto
de la seguridad del barrio sobre el valor de la vivienda o del terreno,
pretendiendo de esta forma medir la disposición de la población a pagar
por la ausencia de violencia, tienen como ventaja la precisión en la
medición, pues se controla por muchos factores; pero como desventaja,
requieren información estadística muy detallada y de buena calidad. En
Estados Unidos, algunas estimaciones que emplean esta metodología
establecen una relación inversa entre la tasa de criminalidad de una zona
y el valor de la vivienda (Clark y Cosgrove, 1990). Para la Ciudad de
México, Teruel et al. (2002) encuentran que los residentes estarían
dispuestos a pagar más de 20 por ciento adicional en alquiler de vivienda
para vivir en un vecindario con una tasa de homicidio que fuese 50 por
ciento inferior a la actual.
3. El método de valoración contingente, que intenta medir el valor que el
mercado asignaría a la reducción de la violencia, asumiendo que la
seguridad fuese un bien comercializable, tiene como ventaja la posibilidad
de generar información donde no exista otro indicador para los costos de
la violencia; pero su desventaja consiste en que las valoraciones de las

192
/
Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

personas dependen de su nivel de ingreso por lo que las estimaciones


dependerán del nivel de ingreso de los que participan en el estudio.
En las subsecciones siguientes se presentan algunos datos sobre el costo de
la violencia en América Latina, estimados por medio de la metodología
contable. Para facilitar la exposición, hemos clasificado a estos costos en: costos
directos (monetarios), costos no monetarios, costos económicos multiplicadores
y costos sociales multiplicadores. Sin embargo, existen otras categorizaciones
posibles.

Costos directos de la violencia

Bajo un enfoque contable, los costos directos de la violencia abarcan el valor de


bienes y servicios utilizados para prevenirla, ofrecer tratamiento a sus víctimas
y capturar y procesar a los perpetradores. Estos son los resultados de algunos
estudios con estimaciones de costos directos de la violencia:
1. En Colombia, el gasto público en seguridad y justicia criminal alcanzó
cinco por ciento del PIB en 1996; los gastos privados en seguridad
llegaron a 1.4 por ciento del PIB (Cede, 1997: 23-25).14 Según un estudio
del Departamento Nacional de Planeación, los costos de la violencia
entre 1991 y 1996, incluyendo tanto la violencia urbana como el conflicto
armado, se estiman en 18.5 por ciento del PIB. La pérdida de vidas tiene
mayor peso en este costo, con 43 por ciento del total, seguida del exceso
de gasto militar, con 30 por ciento; gasto en seguridad, con 23 por ciento,
terrorismo, con tres por ciento, y salud, con uno por ciento (Departamento
Nacional de Planeación, 1998).
2. En El Salvador, los gastos de las instituciones de gobierno, los costos
legales, las lesiones personales y las actividades de prevención
representaron más de seis por ciento del PIB de 1995 (Cruz y Romano,
1997: 32).
3. En Venezuela, el gasto público en seguridad fue de aproximadamente 2.6
por ciento del PIB de 1995 (IESA, 1997: 25-27).

14
Si se consideran todos los gastos para los sistemas encargados de la ejecución de la ley y de la justicia
criminal como “costos directos de violencia”, esto va a exagerar los verdaderos costos directos, debido
a que algunos de estos gastos existirían incluso si no existiera violencia. Además, la propia existencia
de la aplicación de la ley y de la justicia criminal podría prevenir algo de la violencia.

193 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

4. En Chile, los gastos privados de seguridad ascendieron a cerca de 238


millones de dólares en 1994, monto equivalente a 17 dólares per cápita.
Estos gastos se desglosan en los siguientes rubros: servicios privados de
vigilancia, 66.8 por ciento; seguros de robo, 7.7 por ciento, y otros
productos de seguridad, 14.4 por ciento (PNUD, 1998).
5. En Ciudad de México, los gastos relativos a las medidas de seguridad
pública y privada sumaron 181 millones de dólares en 1995 (Fundación
Mexicana para la Salud, 1997); la administración de justicia y de
prisiones se responsabilizó por otros 128 y 690 millones de dólares,
respectivamente.
6. En Lima, el gasto público del gobierno nacional en policía, cortes y
prisiones fue equivalente aproximadamente a uno por ciento del producto
regional del área metropolitana en 1997, mientras que el gasto privado
para medidas de seguridad alcanzó otro 0.41 por ciento del producto
regional (Instituto Apoyo, 1997: 26-28).
En el cuadro 5 se presenta un resumen de la importancia de los costos de la
violencia para algunos países de América Latina, basado en estimaciones
comparables que incluyen costos directos. Es importante tomar en cuenta que
las categorías de costos no son mutuamente excluyentes, por ejemplo, la
voluntad de los ciudadanos para pagar puede incluir también el valor de un
menor impacto de la violencia en la salud; ni completas, pues no incluyen
explícitamente el costo de un menor nivel de ahorro e inversión. Los estimaciones
más conservadoras de los costos directos de la violencia en cuanto a pérdidas
en salud y pérdidas materiales alcanzan una magnitud de hasta 8.4 por ciento del
PIB nacional en Colombia y nueve por ciento del PIB nacional en Venezuela.
Las consecuencias y costos de la violencia doméstica contra la mujer, los
niños y adolescentes se resumen en el cuadro 6.
Una serie de impactos significativos ocurren sobre la salud mental y física
de las víctimas, y posiblemente sus hijos. La violencia sexual hacia mujeres y
niños incluye el rechazo al uso del condón y otros medios anticonceptivos
dentro del contexto de relaciones sexuales inesperadas y no deseadas, con
graves consecuencias para la salud sexual y reproductiva. La elevada frecuencia
de maltrato durante el embarazo incrementa los problemas durante el mismo y
afecta la salud del feto (Heise et al., 1999, Buvinic et al., 1999, García-Moreno,
2000).

194
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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

CUADRO 6
CONSECUENCIAS Y COSTOS DE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA HACIA
LA MUJER Y LOS NIÑOS

Tipo de consecuencia o costo Presencia en América Latina

Salud física Causa importante de AVISA (tercera


Lesiones causa de AVISA en Ciudad de México)
Síndrome de dolor crónico Mayor utilización de salas de
Trastornos gastrointestinales emergencia públicas por parte de las
Consumo de cigarrillo, alcohol y drogas mujeres víctimas (hasta ocho veces más
Exceso o deficiencia de peso en Uruguay)
Inactividad física Mayor utilización de servicios de salud
(especialistas, radiografías,
hospitalización, hasta 10 veces más en
Uruguay)
Salud sexual y reproductiva Víctimas de abuso sexual en la niñez o
Embarazos no deseados, adolescentes y testigos de violencia doméstica tienen
de alto riesgo mayor probabilidad de embarazo
Enfermedades de transmisión sexual, adolescente (Barbados)
incluyendo el VIH-sida Menor uso de condones y
Complicaciones durante el parto y anticonceptivos en parejas violentas
posparto y defunciones maternas implica un mayor número de
Salud del recién nacido embarazos no deseados (Barbados y
Trastornos ginecológicos: infecciones, Brasil)
enfermedad pélvica inflamatoria, Más del doble de probabilidad de
hemorragias, disfunción sexual experimentar enfermedades de
transmisión sexual (Brasil y Haití)
Tres veces más complicaciones en el
parto y posparto (México)
Salud mental Mayor depresión (Nicaragua)
Problemas de autoestima Mayor tasa de suicidio (Nicaragua)
Depresión Los efectos de trastorno de estrés
Ansiedad postraumático en el caso de violencia
Suicidio doméstica y en la niñez son
Somatización comparables a los de la tortura y el
Trastornos de la alimentación rapto
Paranoia, fobias y adicción
Trastorno de estrés postraumático
Continúa

195 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

CUADRO 6
CONSECUENCIAS Y COSTOS DE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA HACIA
LA MUJER Y LOS NIÑOS (CONTINUACIÓN)

Tipo de consecuencia o costo Presencia en América Latina

Trabajo, productividad, comunidad Mujeres que sufren violencia física


Menor participación laboral severa ganan sólo entre 39 y 57 por
Ausentismo laboral ciento de lo que devengan mujeres no
Falta de concentración maltratadas en Chile y Nicaragua,
Falta de iniciativa para asumir respectivamente
responsabilidades Mayor pérdida de días de trabajo por
Apatía y falta de entusiasmo motivo de salud (México)
Aceptación de violencia en el sitio de
trabajo
Bajos ingresos
Dificultad para ascender en las
organizaciones
Menor participación política
Menor participación en programas
comunitarios y la escuela
Bienestar de los hijos y generaciones Hijos de mujeres maltratadas pueden
futuras nacer con una deficiencia de peso de
Problemas de salud física, mental y hasta 560 gramos (México)
reproductiva Hijos de mujeres maltratadas presentan
Problemas en la escuela y abandono de problemas de salud y probemas en la
la escuela escuela
Consumo de alcohol, cigarrillo y drogas Muchos niños de la calle huyen del
Abandono del hogar hogar porque son maltratados en él
Antecedente para violencia doméstica y (Brasil, Venezuela)
social futura Agresores y víctimas de violencia
doméstica presenciaron o fueron
víctimas en la infancia (Chile,
Nicaragua)
Fuente: elaboración propia a partir de Banco Interamericano de Desarrollo, (2000), Heise et al. (1999)
y García (2000). Para estudios específicos citados en Banco Interamericano de Desarrollo, ver pies de
página 16 a 22.

196
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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

Estos efectos en la salud representan costos directos significativos para el


sistema de salud y la sociedad en su conjunto en América Latina (cuadro 6).
Adicionalmente, los costos directos provocados por la violencia doméstica
suelen ser recurrentes puesto que, como afirman Heise et al. (1999: 18), las
consecuencias para la salud tienen tres características fundamentales:
1. Los impactos sobre la salud persisten en el tiempo (incluso una vez que
el abuso ha terminado).
2. Cuanto más grave es el abuso más graves son los impactos en la salud.
3. El impacto de los distintos episodios de abuso es acumulativo a lo largo
del tiempo.

Costos no monetarios

Los costos no monetarios incluyen impactos en la salud que no necesariamente


generan demanda para la utilización de servicios de salud, como por ejemplo
mayor morbilidad, mayor mortalidad debido a homicidios y suicidios, abuso de
alcohol y drogas y desórdenes depresivos. En la publicación del Banco
Interamericano de Desarrollo (2000b), se reseña el resultado de varios estudios
con estimaciones de costos no monetarios de la violencia:
1. Anualmente hay nueve millones de años de vida saludables (Avisa)
perdidos en el mundo por concepto de violaciones y violencia doméstica,
cifra mayor que el total de las mujeres víctimas de todos los tipos de
cáncer existentes y más de dos veces el total de Avisa perdidos por
mujeres en accidentes de vehículos motorizados (Banco Mundial, 1993).15
2. En El Salvador se perdieron 178 000 Avisa en 1995 por muertes violentas
(Cruz y Romano, 1997: 30). En Perú, la cifra fue de 60 792 (Instituto
Apoyo, 1997: 16); 163 136 para Río de Janeiro (ISER, 1998: 42) y en
Ciudad de México fue de 57 673 (Fundación Mexicana para la Salud,
1997: 14). Para Caracas no se incluyeron los impedimentos en el cálculo
(sólo se incluyeron las muertes); incluso así, se perdieron 56 032 años
potenciales de vida en 1995 por homicidios (IESA, 1997: 31).
3. En Colombia, entre 18 y 27 por ciento de todos los Avisa perdidos durante
el periodo de 1989-1995 fueron causados por homicidios, mientras que
15
Los Avisa no sólo incluyen los años perdidos por mortalidad prematura, sino que también los años
que la persona ha estado afectada por incapacidad o enfermedad.

197 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

el promedio mundial alcanza sólo 1.4 por ciento. (Cede, 1997:


12-16).
4. La violencia genera una serie de daños psicológicos, semejantes a los
vividos en zonas de guerra (Cardia, 1998).

Costos económicos multiplicadores

Los efectos multiplicadores económicos de la violencia son significativos e


implican una menor acumulación de capital humano, una menor tasa de
participación en el mercado laboral, menor productividad en el trabajo, mayor
ausentismo y menores ingresos. Existe evidencia, en el caso de las mujeres que
sufren violencia doméstica, de índices más altos de ausentismo y mayor
probabilidad de ser despedidas o abandonar sus trabajos (Morrison y Orlando,
1999). Los impactos en la productividad se deben a dificultades en la
concentración, desmotivación y al peligro que implica trabajar horas extra o
capacitarse en cursos nocturnos. Esta reducción en la productividad tiene
impactos intergeneracionales y su efecto negativo sobre el crecimiento económico
es significativo (Cotte, 2001, realiza una estimación para Colombia).
A nivel macroeconómico, la violencia implica una menor capacidad de
ahorro e inversión en capital físico (Buvinic et al., 1999) con el consecuente
impacto en el crecimiento económico (Cotte, 2001). La violencia también causa
la omisión de proyectos económicos eficientes o la ubicación de plantas y
empresas en lugares subóptimos desde un punto de vista económico pero más
seguros. Otro impacto macroeconómico es la reducción de la efectividad de las
políticas económicas, sobre todo de la política fiscal, puesto que la violencia
dificulta la recaudación de ingresos tributarios e impide la focalización apropiada
del gasto público (Banco Interamericano de Desarrollo, 2000b). El crimen sobre
la propiedad implica transferencias subóptimas entre individuos que pueden
representar hasta 4.4 por ciento del PIB en el caso de Colombia (cuadro 5).
La violencia doméstica tiene impactos económicos multiplicadores al afectar
la inserción y productividad de las mujeres (y de los adultos que fueron objeto
de maltrato infantil) en el mercado de trabajo. En el cuadro 6 se mencionan
algunos efectos sobre la productividad tales como el ausentismo por motivos de
salud y la falta de concentración. En algunos casos la pareja abusiva incluso
llega hasta el sitio de trabajo de la víctima para intimidarla y controlar sus
acciones. Esta reducción en la productividad tiene una incidencia sobre el nivel
de ingreso, según los modelos económicos de remuneraciones, que pudo

198
/
Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

constatarse en el caso de Nicaragua y Chile (Morrison y Orlando, 1999). Al


agregar las pérdidas de ingreso por motivo de violencia doméstica, según el
porcentaje aproximado de víctimas a nivel nacional, el costo para la sociedad
en su conjunto representa entre 1.6 por ciento del PIB para Nicaragua y dos por
ciento del PIB para Chile (ibídem).

Costos sociales multiplicadores

Los efectos multiplicadores sociales incluyen la transmisión intergeneracional


de la violencia por medio del aprendizaje, la erosión del capital social, una
calidad de vida reducida y una menor participación de la población en los
procesos democráticos. La privatización de las funciones policiales es uno de
los efectos negativos de la transmisión de la violencia que tiene impactos en la
desigualdad y la violencia futura (Banco Interamericano de Desarrollo, 2000).16
La baja autoestima de las mujeres víctimas de violencia doméstica suele
mantenerlas aisladas y dificulta su participación en el mercado de trabajo,
acceso al crédito, participación política y su participación en programas y
proyectos comunitarios (Morrison y Orlando, 1999, y Heise et al., 1999).
Muchas veces estas mujeres no participan en las juntas de padres en las escuelas
de sus hijos. Esta escasa participación de la mujer en el plano económico,
político y social constituye una barrera para el desarrollo económico y social
pues tiene impactos negativos en el mercado de trabajo, la capacidad de superar
la pobreza, el funcionamiento de instituciones democráticas y el éxito de
programas y proyectos sociales costosos. La violencia doméstica juega un papel
fundamental en la transmisión intergeneracional de comportamientos violentos
a nivel social y doméstico.
La transmisión intergeneracional de la violencia ha sido ampliamente
documentada y está sustentada en el marco conceptual reseñado anteriormente.
Los adultos, los medios de comunicación y la sociedad en general muestran en
muchos casos a los niños y a los jóvenes que la violencia es una manera rápida
de resolver conflictos y ganar control, acumular riqueza y adquirir aprobación
(pandillas). De esta forma, el individuo conforma normas y actitudes que
permiten el comportamiento violento bajo ciertos estímulos del medio ambiente
y circunstancias emocionales específicas.
16
En Guatemala, por ejemplo, operan cerca de 200 empresas privadas de seguridad, con un personal
que llega a los 11 000 efectivos, cifra equivalente a los agentes de la Policía Nacional a finales de 1996
(ONU, 1998).

199 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

La violencia política, donde las fuerzas policiales o los grupos paramilitares


se transforman en agentes de violencia perpetrada contra ciertos grupos,
especialmente contra niños de la calle, menoscaba la democracia y genera más
violencia. Más adelante se describe la manera en que la violencia política ha
generado una cultura del silencio y una mayor tolerancia ante todo tipo de
violencia en algunos países. La impunidad estatal ante la violencia genera, a su
vez, violencia individual y grupal para “hacer justicia” por propia mano
mediante peleas callejeras entre pandillas y linchamientos (McAlister, 2000 y
Banco Mundial, 2000).
La erosión del capital social y humano existente en las sociedades, así como
la reducción en su tasa de acumulación, tiene consecuencias negativas
multiplicadoras para el desarrollo, puesto que incrementa la desigualdad,
reduce el crecimiento económico y la inversión en capital físico (afectando el
crecimiento económico futuro) (Banco Mundial, 2000). La violencia también
tiene efectos negativos en la conformación de instituciones propias de los países
conducentes a un mejor clima para el desarrollo (Banco Mundial, 2000). Por
último, la violencia genera un círculo vicioso, puesto que la erosión de “los
capitales” para el desarrollo y las instituciones genera mayor violencia futura.

Factores de riesgo y posibles soluciones

Las intervenciones para combatir la violencia están basadas en la prevención del


comportamiento violento mediante acciones sobre los factores de riesgo, y el
control social (incluyendo acciones policiales y reclusión) que se ejerce sobre
individuos que ya han cometido o estén considerando cometer actos de violencia.
Las acciones de prevención primaria están dirigidas a la población en general,
con el fin de evitar conductas agresivas. La prevención secundaria está dirigida
a grupos de alto riesgo, y la prevención terciaria a individuos que ya han ejercido
conductas violentas o han sido víctimas de la misma.
Estas definiciones señalan diferencias marcadas entre la prevención y el
control, pero en realidad, las acciones destinadas a combatir la violencia forman
parte de un continuo que va desde la prevención hasta el control. Hay acciones
preventivas, tales como la enseñanza de técnicas para resolución pacífica de
conflictos, que pueden ser estrategias de control en el caso de ser aplicadas en
grupos de personas que ya han cometido actos violentos. Asimismo, las
acciones de control policial, tales como el arresto o las multas, tienen en algunos

200
/
Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

casos un impacto disuasivo importante que actúa como prevención de la


violencia futura por parte de otros actores.
Las estrategias para la prevención de la violencia están basadas en el enfoque
epidemiológico de la violencia. La epidemiología concibe a la violencia como
un problema de salud pública puesto que causa muerte e invalidez, incrementa
la frecuencia en el consumo de alcohol y substancias psicotrópicas, aumenta el
riesgo de enfermedades de transmisión sexual (violencia sexual) y tiene
impactos sobre la depresión y otros trastornos mentales. La ‘generación-
transmisión’ social de la violencia se incrementa ante la presencia de ciertos
factores de riesgo y se reduce ante la presencia de ciertos factores de protección
(Organización Mundial de la Salud, 2002, y Organización Panamericana de la
Salud, 1996). Los factores de riesgo, sean características individuales o del
entorno, incrementan la probabilidad de que se produzca un hecho violento,
aunque no sean la causa última del mismo. A través de estudios empíricos es
posible determinar, en forma bastante precisa, la probabilidad de ocurrencia de
ciertos hechos violentos y la incidencia de ciertos factores sobre dicha
probabilidad.17 Una vez identificados los factores de riesgo más importantes
para una comunidad determinada, la epidemiología propone intervenciones
públicas sobre ellos con la finalidad de prevenir la violencia y reducir su
frecuencia. La última etapa del enfoque epidemiológico consta del análisis y la
evaluación de la efectividad de acciones preventivas de violencia realizadas en
un contexto determinado.
El enfoque epidemiológico enfatiza una combinación de estrategias múltiples
en extensos grupos de la población, puesto que se pueden esperar efectos más
amplios cuando se tratan varios factores de riesgo simultáneamente y cuando se
realiza una intervención temprana (en los primeros años de la niñez) sobre los
mismos (Organización Panamericana de la Salud, 1996, y Rosenberg, 1999, en
Moser y Lister, 1999). La prevención de la violencia es, en general, más
eficiente que las acciones de control de la violencia; por ejemplo, en Estados
Unidos se estima que por cada dólar invertido en prevención se podrían ahorrar
al menos seis dólares invertidos en programas de control (Buvinic et al., 1999).
Greenwood et al. (1998) comparan la efectividad y los costos de cuatro
programas de prevención temprana de la violencia con la ley que requiere

17
Los siguientes estudios recientes estiman estadísticamente, empleando diversas metodologías, el
impacto de ciertos factores de riesgo sobre la violencia en Estados Unidos: Markowitz (2000a y 2000b)
y Grogger y Willis (1998). Estudios sobre factores de riesgo en América Latina, Banco Interamericano
de Desarrollo (2001) y Banco Mundial, ( 2001).

201 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

arresto permanente después de tres ofensas graves en California.18 Esta


investigación concluye que la nueva política de penalización tiene un impacto
en la reducción de las tasas de criminalidad; sin embargo, los programas
preventivos (especialmente los incentivos para graduarse en la secundaria)
tienen notablemente mayor costo-efectividad (evitan más crímenes por dólar
invertido).
A continuación se presenta un conjunto de políticas que han sido implantadas
con éxito o pueden ser implantadas en América Latina, enfatizando el rol de las
políticas relacionadas con la prevención. En primer lugar, es necesario contar
con información oportuna y desagregada tanto de los tipos y nivel de la violencia
a nivel local como de los factores principales de riesgo dentro de una comunidad.
Dentro de una estrategia preventiva integral de la violencia hemos clasificado
el abanico de opciones disponibles en políticas con incidencia en el largo plazo
y políticas con incidencia en el mediano y corto plazo. Por último, se resumen
las acciones de control y respuesta a la violencia de mayor relevancia para la
región.

Sistemas de vigilancia epidemiológica

La Organización Panamericana de la Salud ha establecido guías para la creación


de Sistemas de Vigilancia Epidemiológica que puedan sustentar las acciones
preventivas contra la violencia. Estos sistemas permiten la recolección
sistemática, continua, oportuna y confiable de información y el análisis e
interpretación de los datos no sólo para proveer un mejor fundamento analítico
en el diseño de estrategias preventivas, sino también para permitir la evaluación
de los programas adoptados (Concha y Villaveces, 2001). Estos sistemas
pueden ser de carácter universal o local y estar basados en información muestral
o proveniente de registros institucionales, dependiendo del caso. Para algunos
tipos de violencia, especialmente la violencia doméstica, resulta apropiado un
sistema de vigilancia epidemiológica de carácter “centinela”, en el cual una o
más instituciones escogidas determinan las tendencias de ese tipo de violencia
y las reportan a la comunidad y al resto de los organismos dedicados a la
prevención de la violencia (Concha y Villaveces, 2001). Tanto la Organización
Panamericana de la Salud como el Banco Interamericano de Desarrollo enfatizan
18
Los programas de prevención temprana que se consideraron fueron: visitar y proveer guardería a bebés
de madres solteras pobres, entrenamiento a los padres en la resolución pacífica de conflictos, incentivos
para continuar en la escuela secundaria y supervisión a los delincuentes juveniles.

202
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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

el rol de los municipios como unidad base para programas de vigilancia,


prevención y control de la violencia en América Latina con la coordinación y
apoyo necesarios a nivel regional y nacional (Concha y Villaveces, 2001, y
Banco Interamericano de Desarrollo et al., 2000a). En Colombia, las alcaldías
de Bogotá y Cali han desarrollado, dentro de sus programas integrales para
combatir la violencia, sistemas de vigilancia epidemiológica con información
oportuna y periódica (Banco Interamericano de Desarrollo et al., 2000b).

Perspectiva de largo plazo

Un grupo de factores de riesgo que se conforman durante largo tiempo y cuya


solución es de largo plazo y requiere cambios en el conjunto de la sociedad está
conformado por los ‘factores de riesgo estructurales’. Otros factores cuya
solución es de largo plazo están dados por las políticas de desarrollo social que
actúan sobre los grupos de individuos en alto riesgo de convertirse en agresores
o víctimas.
El primer factor estructural de riesgo para la violencia en América Latina es
la desigualdad de ingresos, activos y oportunidades (Banco Interamericano de
Desarrollo, 1998). Los países con distribuciones del ingreso menos equitativas
dentro de la región son Brasil, Colombia, Chile, Guatemala y Panamá, mientras
que los países con desigualdad más baja son Costa Rica, Ecuador, El Salvador,
México y Uruguay (Comisión Económica para América Latina, 1999). La
desigualdad afecta las oportunidades a las que tiene acceso cada individuo y el
beneficio esperado de cometer actos violentos contra la propiedad. Dentro de las
políticas económicas y sociales destinadas a la reducción de la desigualdad en
América Latina resaltan el incremento del acceso a la educación primaria y
secundaria, el mejoramiento de la calidad educativa dentro de las escuelas
públicas y la aplicación de políticas para la reducción de las disparidades de
ingreso regionales y sectoriales (Banco Interamericano de Desarrollo, 1998).
Otro factor estructural de riesgo para la violencia es la pobreza, aun cuando
no es una causa directa del comportamiento violento. La pobreza puede generar
percepciones de privación y sentimientos de frustración, así como contribuir
con situaciones de hacinamiento y alta densidad poblacional en el hogar en las
grandes urbes, condiciones que son factores de riesgo de violencia. Una de las
condiciones necesarias para reducir la pobreza en el largo plazo es el crecimiento
económico sostenido y brindar acceso a la salud y educación a los grupos pobres
(Banco Mundial, 2000a).

203 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

Otros factores de riesgo con un componente estructural y social importante


son el desempleo y la deserción escolar juveniles (jóvenes que no estudian ni
trabajan). La desocupación juvenil y el abandono de la escuela secundaria
afectan a por lo menos ocho por ciento de los jóvenes de entre 13 y 17 años en
la mayoría de los países latinoamericanos (Comisión Económica para América
Latina, 1999). Puesto que la mayor parte de los crímenes son cometidos por
jóvenes, la falta de oportunidades laborales y escolares son particularmente
graves y fomentan el ingreso de los jóvenes a pandillas urbanas. Entre las
estrategias de prevención social de la violencia relacionadas con estos factores
de riesgo están los programas que brindan incentivos a los jóvenes para terminar
sus estudios secundarios. Estos incentivos pueden ser incentivos económicos
directos, incrementar la vinculación entre la escuela secundaria y las necesidades
del mercado de trabajo (certificados de computación y contabilidad), mejorar
las relaciones de la escuela con la comunidad y con los jóvenes, y mejorar el
ambiente escolar. En forma complementaria a los esfuerzos de la escuela, los
programas comunitarios de tutelaje o actividades especiales para los adolescentes
de alto riesgo pueden contribuir a la reducción de la violencia dentro de este
grupo (Arriagada y Godoy, 1999; McAlister, 2000a).
Otro ejemplo de estrategias de desarrollo social que pueden tener un impacto
significativo en el largo plazo son las visitas a las madres en situación de pobreza
crítica a quienes se les puede brindar atención pre y pos natal gratuita para evitar
lesiones en los niños que puedan incrementar la tendencia al comportamiento
violento. Estas acciones pueden enmarcarse dentro de programas de salud
pública diseñados para las mujeres pobres en los que se brinda mayor acceso a
los servicios de salud reproductiva e información para un embarazo y crianza
saludables (Rosenberg y Mercy, 1991). La sociedad civil puede apoyar estas
acciones de prevención temprana de la violencia por medio de organizaciones
no gubernamentales que proveen asistencia en las etapas tempranas del desarrollo
infantil y servicios de guardería infantil (públicos o privados) de buena calidad
(Banco Interamericano de Desarrollo, 2000).
Un grupo más de intervenciones preventivas estructurales son las relacionadas
con la aceptación y promoción de comportamientos violentos por parte de una
comunidad o de la sociedad en su conjunto. Estas estrategias de prevención usan
la escuela, los centros de salud, organizaciones religiosas y los medios de
comunicación social para difundir mensajes en contra de la violencia e implantar
programas para entrenamiento en la resolución pacífica de conflictos que
incluyen reformas en los programas educativos y programas de mediación entre

204
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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

compañeros de clase. Los medios de comunicación juegan un papel muy


importante en la instigación de la violencia y pueden utilizarse con éxito para
modificar en el largo plazo actitudes colectivas hacia la violencia. Algunas
acciones específicas son: la reducción de la programación violenta en el horario
infantil, el entrenamiento a periodistas en el reportaje de crímenes violentos, los
mensajes de convivencia pacífica (utilizando telenovelas y otra programación
comercial, además de campañas institucionales específicas) (Organización
Panamericana de la Salud, 2000, y Sanjuan, 1998). Dos ejemplos de programas
destinados a la resolución pacífica de conflictos son Mejor Hablemos, en Cali,
Colombia, en el que se ilustran historias reales de resolución pacífica y Justicia
para Todos, en Venezuela, en el que se ilustra la función de un juez de paz
empleando casos reales (Sanjuan, 1998, y Primero Justicia, 2000).
En la prevención estructural de la violencia doméstica juega un rol importante
la erradicación de la discriminación contra las mujeres en el sistema educativo,
por medio de mejorar las oportunidades de las niñas en la escuela y revisiones
curriculares que consideren la perspectiva de género (eliminar estereotipos
sexistas de los textos escolares e incluir los aportes de las mujeres en las artes
y las ciencias). Es importante aumentar la participación de niños y niñas por
igual en actividades que antes se consideraban para un solo género, como los
deportes y la educación familiar. Otra estrategia preventiva en el sistema
educativo es el control de la violencia entre compañeros de escuela y educar a
los niños en relación con los efectos nocivos de la violencia doméstica (Banco
Interamericano de Desarrollo, 2000a).
Para la prevención estructural de la violencia doméstica también se han
utilizado con éxito campañas en los medios de comunicación que persiguen
como objetivos:
1. Cambiar las actitudes y valores del público.
2. Concientizar a la población.
3. Brindar información sobre los servicios de apoyo disponibles y lograr
que tanto las víctimas potenciales o reales como los victimarios conozcan
las leyes y penas relacionadas con la violencia doméstica. Un ejemplo de
una campaña comprensiva para la violencia doméstica en los medios de
comunicación es un programa implementado en Argentina (Banco
Interamericano de Desarrollo, Buvinic y Morrison editores, 2000a).
Otras estrategias de prevención estructural que han dado buenos resultados
son las campañas informativas interinstitucionales (sector salud, sector

205 enero/marzo 2005


Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

educativo, alcaldía, organizaciones comunales) empleando redes locales


comunitarias (Heise et al., 1999).

Perspectiva de corto plazo

Dada la magnitud y graves impactos de la violencia en América Latina, las


intervenciones de largo plazo resultan necesarias pero claramente insuficientes
para la región, puesto que sus resultados pueden demorar una generación o más
y dependen de complejos factores económicos, sociales y culturales. Por otra
parte, los representantes políticos (específicamente gobernadores y alcaldes)
tienen más incentivos para implantar acciones contra la violencia si los
resultados pueden notarse durante su periodo de ejercicio de funciones. En
consecuencia, una estrategia integral para la reducción de la violencia también
debe contener intervenciones que ofrezcan resultados en el corto y mediano
plazo y cuyo impacto en los hechos violentos sea más directo y observable. Estas
estrategias actúan sobre los factores de riesgo próximos al individuo que
desencadenan o instigan el comportamiento violento y sobre los factores
situacionales que están relacionados con la oportunidad de cometer un acto
violento en forma provechosa para el agresor.
En América Latina, de acuerdo con la información disponible, uno de los
principales factores de riesgo próximos son el consumo de alcohol, especialmente
durante días festivos y fines de semana, y la amplia disponibilidad de armas de
fuego. Existen experiencias exitosas en la prevención de estos factores de riesgo
en la región, en las que se tomó en cuenta las características particulares de una
localidad. Las alcaldías de Bogotá y Cali, dentro de sus programas contra la
violencia, han adoptado leyes que limitan la venta del alcohol durante ciertas
horas del día y ciertos días, así como programas de salud para reducir el consumo
de alcohol y drogas (Banco Interamericano de Desarrollo, 2000a).19
En relación al porte de armas, se han realizado esfuerzos importantes en El
Salvador y Nicaragua para establecer controles bajo los acuerdos de pacificación
(Arriagada y Godoy, 1999). La alcaldía de Panamá creó el programa Armas por
Comida con la colaboración de la empresa privada de alimentos cuyos donativos
la alcaldía convierte en bonos de comida que son entregados a cambio de armas
sin mayores investigaciones (Arriagada y Godoy, 1999). En el caso de Colombia,
las alcaldías de Bogotá y Cali han restringido el porte de armas y establecido
19
En Sao Paulo existe un Programa de Educación y Resistencia a las Drogas en las Escuelas, con
excelentes resultados (Arriagada y Godoy, 1999).

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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

programas de entrega pacífica de armas con algún incentivo monetario o para


realizar una obra social para la comunidad (programa de armas por cucharillas
para bebé) (Banco Interamericano de Desarrollo, 2000a). Sin embargo, también
es necesario realizar esfuerzos a nivel nacional e internacional para la regulación
del tráfico y disponibilidad de armas.
Los factores situacionales de riesgo pueden ser manejados por medio de
programas dirigidos a la reducción de oportunidades para formas de violencia
específicas (hurto, vandalismo y asalto, por ejemplo). Estas intervenciones
deben hacer más difícil, costoso y menos provechoso el uso de la violencia por
parte de un agresor mediante alteraciones del medio ambiente, como mayor
iluminación, puertas y ventanas con mecanismos de seguridad, alarmas y
espejos en pasillos estrechos, entre otras (State of Victoria, 2000). Estas
intervenciones pueden ser públicas o privadas, pero las alcaldías pueden
contribuir a la educación de la población en relación con diversas formas de
asegurar sus hogares y autos, así como incorporar mayor seguridad en los
programas de construcción de vivienda y mejora de barrios. Un caso especial de
acciones sobre factores de riesgo situacionales está basado en la “teoría de la
ventana rota” de Kelling, según la cual el deterioro del medio ambiente físico,
falta de iluminación apropiada y falta de presencia de la policía en la comunidad
incentivan la violencia). Este principio fue aplicado con éxito en la ciudad de
Nueva York (Buvinic et al., 1999, y Organización Panamericana de la Salud,
1996). Las iniciativas de alcaldías latinoamericanas tendentes a mejorar el
estado de las plazas y calles e incrementar su iluminación, así como aumentar
el patrullaje policial en barrios peligrosos, también han dado resultados positivos,
pero el rango de acciones puede ampliarse considerablemente al considerar
proyectos de desarrollo urbano que incluyan infraestructura para deportes,
recreación y organizaciones comunitarias (ibídem).

El control y las respuestas sociales a la violencia

Para un efectivo control de la violencia y para aumentar el poder disuasivo de


las medidas de control, juega un papel fundamental el costo esperado de cometer
un delito violento (determinantes económicos de la violencia). Este costo
esperado es función de la probabilidad de ser aprehendido, la probabilidad de
ser juzgado y condenado y los años de condena. En América Latina es común
el pésimo funcionamiento de los sistemas de justicia, lo cual obstaculiza el
control de la violencia y genera mayor criminalidad, pues la sensación de

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Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

impunidad causa nuevos episodios violentos y la justificación de la justicia por


mano propia (Arriagada y Godoy, 1999).20 Por lo tanto, en el control de la
violencia es necesario considerar las reformas del sistema judicial y carcelario,
así como las policías de la región.
Las reformas judiciales deben incluir instancias para la resolución pacífica
de conflictos en los que no es necesario un tribunal para dirimir la disputa, tales
como las casas de justicia en Colombia y el programa de jueces de paz en
Venezuela (Justicia para Todos, 2002). Estos programas acercan la justicia al
ciudadano común y a la vez refuerzan el entrenamiento y mecanismos
institucionales para la resolución de conflictos.
Entre las experiencias interesantes de reforma en la acción policial en la
región se encuentra la aplicación de modelos de policía que trabajan con la
comunidad a través de consultas y mejorar la relación con las organizaciones
comunales. Estos modelos incluyen a una policía que identifica y responde ante
los factores de riesgo inmediato para la violencia (reportar fallas en el alumbrado,
por ejemplo). Una estrategia de control de la violencia que ha dado buenos
resultados ha consistido en modificar el estilo de patrullaje, pasando éste de ser
aleatorio a concentrarse en las zonas de alta concentración del delito y durante
ciertas horas del día (Banco Interamericano de Desarrollo, 2000a). Estas
estrategias policiales requieren reformas profundas en los cuerpos policiales e
incluso la creación de nuevas policías a nivel de alcaldía o municipios. Las
reformas necesarias a los cuerpos policiales existentes o las características de
las nuevas policías se resumen a continuación (Arriagada y Godoy, 1999):
1. Incrementar los requisitos educativos y mejorar el entrenamiento y
capacitación de la policía.
2. Crear planes estratégicos para que la policía sea capaz de prevenir
escenarios potenciales de crimen.
3. Reducir las funciones de la policía, especialmente las administrativas.
4. Elevar los salarios de los policías.
5. Reforzar el control estatal y de la sociedad civil sobre las acciones de los
cuerpos policiales.
Entre las experiencias de policía comunitaria en la región se encuentran las
de las alcaldías de Cali, Medellín y Bogotá en Colombia, Sao Paulo, Río de
20
Un caso común de justicia por mano propia son los linchamientos de criminales conocidos (azotes
de barrio o violadores) en muchos barrios urbanos pobres. Otro caso común es la venganza entre
pandillas y bandas armadas.

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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

Janeiro y Belo Horizonte, en Brasil, y Villa Nueva, en Guatemala (Moreno,


2002; Candina, 2002, y Lunecke, 2002). La mayoría de estas experiencias
encontraron como primer obstáculo el miedo de la población a los cuerpos
policiales, dada la larga tradición de desconfianza debido a abusos cometidos
contra la población en América Latina. Uno de los problemas encontrados en
Colombia es la coexistencia de dos sistemas policiales, uno nacional y otro
municipal, en una misma ciudad con métodos y filosofía distintos (Banco
Interamericano de Desarrollo, 2000a). Sin embargo, en las tres ciudades
colombianas que adoptaron modelos de policía comunitaria dentro de planes
integrales de reducción de la violencia se logró mejorar la relación de la policía
con la comunidad (ibídem, y Moreno, 2002a). En Sao Paulo se observó una
mejor comunicación entre la policía y la comunidad, pero la opinión pública
sigue considerando a la policía como ineficiente (Moreno, 2002b). En el caso
concreto de Sao Paulo, los organismos policiales adoptaron la filosofía de la
policía comunitaria, pero el Estado no ha comprometido suficientes recursos
humanos y financieros para el proyecto. En Bello Horizonte, un primer modelo
de policía comunitaria fracasó totalmente, en parte debido al aislamiento del
programa dentro de la misma organización policial y la fuerte dedicación de los
miembros del programa a actividades destinadas a la recaudación de fondos
para el mismo (Candina, 2002). Recientemente se ha adoptado en Bello
Horizonte un modelo de policía de resultados que recogió las críticas del
programa de policía comunitaria anterior y basó su estrategia en la planificación
de acciones de la policía a partir de la confección de mapas de criminalidad y
la atención descentralizada a las demandas de la comunidad. De la revisión de
estas experiencias puede concluirse que han sido exitosas en cuanto a la
modificación de las relaciones entre la comunidad y la policía, y en la reducción
del abuso policial. Sin embargo, dado lo reciente de algunas experiencias y la
carencia de estudios de impacto apropiados, la incidencia de la policía comunitaria
sobre la reducción de la violencia no se conoce con certeza.
En cuanto al control de la violencia doméstica, el primer paso es la
penalización legal de la misma, la cual todavía no se ha logrado en toda la región.
En el control de la violencia doméstica es necesario mejorar la respuesta de los
organismos de salud, policiales y judiciales, por medio del entrenamiento y la
sensibilización en este tema. En algunos países como Costa Rica se adelantan
programas para mejorar el diagnóstico de la violencia doméstica y su atención
por parte de los organismos de salud (Banco Interamericano de Desarrollo,
2000a). La detección de la violencia doméstica y su atención especializada

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Papeles de POBLACIÓN No. 43 CIEAP/UAEM

incluye el apoyo emocional y social a las víctimas por medio de líneas


telefónicas de emergencia, refugios para mujeres y niños agredidos, así como
centros de atención a las víctimas de violencia.

Conclusiones

Los elevados niveles de violencia constituyen una importante barrera para el


bienestar de los pobladores de América Latina y el desarrollo económico y
social de la región. Tanto la incidencia de los distintas manifestaciones de la
violencia como los costos directos e impactos negativos sobre la salud, la
productividad, el ahorro y la inversión han sido documentados más arriba.
Puede concluirse de esta revisión que una estrategia para el desarrollo económico
y social de la región debe incluir como prioridad fundamental la reducción de
la violencia.
En cuanto al diagnóstico del problema de la violencia, se dispone de tasas de
homicidio a nivel nacional y de algunas encuestas de victimización, pero
todavía se carece de información básica y oportuna acerca de la incidencia de
la violencia a nivel local en la mayoría de los países. Tampoco se tienen
suficientes indicadores sobre la violencia doméstica y social contra la mujer, el
niño y el anciano, por lo que se requiere de encuestas y estudios especializados
sobre estos temas. Dentro del diagnóstico del problema tampoco se tienen
suficientes datos sobre el porcentaje de victimarios y víctimas dentro de grupos
socialmente excluidos por razones étnicas o socioeconómicas. Los sistemas de
vigilancia epidemiológica de la violencia a nivel nacional, regional y local
pueden contribuir significativamente con la generación y diseminación de
información sobre la violencia y los factores de riesgo para regiones y
comunidades específicas.
Para la prevención y el control de la violencia en América Latina es
importante diseñar estrategias a largo plazo con la finalidad de combatir los
factores de riesgo estructurales y sociales (desigualdad, desempleo, falta de
atención posnatal a madres en pobreza crítica, educación y mensajes para la
resolución no violenta de conflictos y la no tolerancia a la violencia) en los
ámbitos nacional, regional y local. Por otra parte, dada la magnitud e impactos
de la violencia, se requieren estrategias cuyo impacto sea observable en el corto
y mediano plazo con la finalidad de combatir los factores de riesgo próximos
(alcohol y armas) y situacionales (iluminación, presencia policial). Para la
implantación de estos programas es imprescindible que los municipios y

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Violencia, crimen y desarrollo social en América Latina y el Caribe M . Buvinic et al.

alcaldías (u otras formas de gobierno local) sean los centros de ejecución, dada
la heterogeneidad de las manifestaciones de la violencia entre localidades y para
lograr una mayor efectividad en las intervenciones sobre factores próximos y
situacionales. Las experiencias exitosas observadas en Latinoamérica han
empleado un enfoque integral para la prevención y el control de la violencia
local que incluye sistemas de información a nivel municipal, programas
educativos y campañas informativas, mejoramiento de los espacios públicos y
reformas a los cuerpos policiales, empleando esquemas de policía comunitaria
y de resolución de problemas.
Puede concluirse que aunque se cuenta con reportes sobre experiencias
valiosas en la región, todavía hay grandes carencias en relación al conocimiento
sobre las políticas y programas que pueden funcionar en cada uno de los países.
Adicionalmente, se requiere de una mayor diseminación de experiencias
valiosas y buenas prácticas en el continente. La agenda de investigación más
relevante en los próximos años en relación con la violencia es aquélla que
permita identificar cuáles son las intervenciones gubernamentales y de la
sociedad civil que dan buenos resultados en el contexto latinoamericano. Con
la finalidad de identificar estas intervenciones se requiere de estudios de
impacto y evaluaciones de programas de prevención y control ya implantados,
así como de instrumentos específicos para medir directamente la incidencia de
la intervención sobre el comportamiento y las actitudes violentas.

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