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PROGRAMA No.

1171

3 JUAN

Versículos 7 - 10

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro viaje por la Tercera Epístola del Apóstol Juan.
Vamos a continuar con nuestro estudio a partir del versículo 7. Y vamos a leer los versículos 7 y
8 juntos:

7
Porque ellos salieron por amor del nombre de El, sin aceptar nada de los gentiles.
8
Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad.
(3 Jn. 7-8)

Debemos decir que hemos dividido a esta Tercera Epístola del Apóstol Juan, de acuerdo con
las tres personas que se mencionan en este lugar. Son tres personas y la primera que se menciona
es Gayo. Luego Diótrefes, y por último, Demetrio. Y vamos a ver a estos tres hombres. Ya
hemos observado lo que se dice en cuanto a Gayo. Él era un hombre de Dios muy destacado.
Era amigo del Apóstol Juan, evidentemente una persona que había sido convertida por la
predicación de Juan. Y Juan le llama, “el amado”. Y él no sólo era amado de Juan, sino que era
amado por la iglesia. Y él era amado por ese grupo de hombres que viajaban a través del imperio
romano en aquel día testificando por Cristo.

Eso no era algo fácil, pero cuando ellos llegaban a la ciudad donde vivía Gayo, y la iglesia
donde él servía, entonces, encontraban que él siempre tenía las puertas de su casa abiertas de par
en par. Él los recibía y proveía para que ellos siguieran caminando en la luz. Y esto quiere decir
que estaban andando en la doctrina de los apóstoles, y que estaban andando en amor. Es decir,
amor para los hermanos. O sea que, la doctrina y la conducta tenían que andar juntas. Y esto es
interesante de notar, que este hombre los recibía, y los que viajaban de un lugar a otro lo hacían

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con mucho sacrificio en esos días, y no recibían ningún salario. Ellos no recibían remuneración
alguna. Ellos salían confiando en el Señor, y en su recorrido se abrían muchos hogares para
ellos. Y en algunos lugares ellos recibían apoyo y sustento. En otros lugares no eran recibidos
así. Ahora, ellos no tomaban nada de los gentiles; es decir, de los incrédulos de aquel día. Y
Juan les anima a hacer eso. Él dice: Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que
cooperemos con la verdad. Es decir, que usted iba a ser partícipe, compañero, de esos hombres
si abría las puertas de su hogar para ellos, si los apoyaba, si los sustentaba, si los ayudaba a que
continuaran en su camino.

Ya hemos visto que hay mucha similitud entre la segunda y la Tercera Epístola del Apóstol
Juan, pero también existe un gran contraste. Hay un gran cañón, hay un gran abismo que separa
a estas dos epístolas. En la segunda epístola, él advierte a la señora elegida a que no reciba a
nadie en su hogar, aunque ella es aparentemente rica y generosa, pero le advierte que no reciba a
los apóstatas, sin importar lo zalamero que ellos puedan ser, sin importar el buen uso que ellos
hacían del vocabulario de los Apóstoles, ya que ellos no creían en la deidad de Cristo, ellos no
creían en la inspiración de las Escrituras. De modo que a ella se le advierte que no debe recibir a
esta clase de gente, porque si ella hacía eso, entonces era partícipe de sus obras malas. Ahora,
esto podría causar que alguien cerrara su hogar y no lo abriera para recibir a nadie, es decir, que
el hogar estaría cerrado completamente para cualquiera que pasara por allí, para cerciorarse de no
cometer ninguna equivocación. Pero Juan dice: “Un momento, si estos hombres son hombres
que están andando en la luz, si ellos están andando en el amor, si son hombres que tienen la vida
de Dios en ellos, entonces pienso que uno puede darse cuenta que están hablando por medio del
Espíritu Santo”, y estamos seguros que la iglesia primitiva debía tener un poco más de
discernimiento espiritual del que existe en la iglesia del día de hoy. Estamos seguros de esto.
Quizá conozcamos mejor la Escritura de lo que la conocían ellos, pero por cierto que no tenemos
un discernimiento espiritual mayor que el que tenían ellos.

Cuando estos hombres, pues, son señalados como hombres de Dios, haciendo la obra de
Dios, entonces tienen que ser apoyados. Es decir, que uno los debe recibir. Él dice: Para que
cooperemos con ellos, con la verdad. Al ayudarles, nosotros somos partícipes con ellos en el
esparcimiento de la Palabra de Dios. Eso es lo que Juan está diciendo aquí.
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Ahora, este hombre, Gayo, es una persona maravillosa, uno de esos maravillosos santos de la
iglesia primitiva. Uno desearía que todos ellos fueran como él en la iglesia primitiva, pero
lamentamos tener que decir que no todos eran así. Y llegamos ahora a otro hermano, llamado
Diótrefes. Y se dice de él aquí en los versículos 9 y 10 de esta Tercera Epístola del Apóstol Juan:

9
Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre
10
ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace
parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no
recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohibe, y los expulsa de la
iglesia. (3 Jn. 9-10)

Por cierto que aquí se nos introduce a otra clase de persona, muy diferente de lo que era
Gayo. Y lo que destaca a este hombre Diótrefes, es que amaba ocupar el primer lugar. Creemos
que Gayo es una de aquellas personas de las que se puede decir que es un verdadero hombre de
Dios, un hombre al cual se le puede llamar un creyente. Es una persona que se puede ciertamente
reconocer como un verdadero hombre de Dios.

Pero ahora tenemos a este otro hombre, Diótrefes. Y él es un déspota, es un dictador. Ahora,
Juan escribió un Pentateuco del Nuevo Testamento de la misma forma en que Moisés escribió el
Pentateuco del Antiguo Testamento. Juan escribió el evangelio que lleva su nombre; el
Apocalipsis, y estas tres epístolas, cinco libros en total. Él escribió, pues, un Pentateuco. Y hay
muchos expositores bíblicos que piensan que Juan escribió sus epístolas en último lugar, y
nosotros estamos de acuerdo con eso. Podemos decir que este es su cántico de cisne, y fue
escrito al final del primer siglo. Y vemos aquí que, en la iglesia de entonces, había creyentes
maravillosos, y también debemos indicar de que había miles, quizá millones que habían entrado a
la iglesia en esa época.

Ahora, nosotros queremos saber cómo se llevaban unos con otros, cómo vivían estas gentes.
¿Eran todos ellos un modelo de virtud? ¿Eran todos ellos destacados hombres de Dios? ¿Eran
todos hombres magníficos, grandes hombres del evangelio? ¿Cómo se llevaban los unos con los

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otros? ¿Eran todos ellos dignos seguidores de Cristo? ¿Eran ellos ejemplos vivos? De los
millones que habían seguido a Cristo en el primer siglo, ¿cómo era el creyente común?

Bueno, había algunos como Gayo, verdaderos hombres de Dios, hombres de valor, hombres
que tomaban una posición por las cosas de Dios, hombres que se destacaban.

Pero también había otros como este llamado Diótrefes. Este era uno que amaba el primer
lugar. Lo que se dice en cuanto a este hombre es esto: Diótrefes se oponía al Apóstol Juan. Juan
escribió a la iglesia para que recibiera a ciertos hombres, y ya vamos a ver que el próximo
hombre que consideremos aquí, es un destacado predicador del evangelio, uno de esos santos
desconocidos de Dios. Hay muchos como él en el presente. Y vamos a considerar a Demetrio en
nuestro próximo programa. Pero este hombre, Diótrefes aquí, no le recibía. Este es una de esas
personas que ni siquiera quería abrir las puertas de su hogar. Diótrefes se oponía a abrir su hogar
a estos hermanos. Ahora, no sabemos si él era un predicador o un hombre laico. Pero sí que él
resistía a todos aquellos que eran enviados por Juan. Y la razón era, que él amaba tener el primer
lugar. Su lema, su norma, era la de gobernar, y él quería hacer las cosas a su manera. No
importaba cual fuera el resultado. Y Juan les urgía que debían recibir a aquellos que eran
hermanos de veras, y que estaban ministrando la Palabra de Dios.

Ahora, creemos que hay una verdadera compulsión, es decir, una verdadera obligación sobre
el hijo de Dios, el creyente, para ayudar al esparcimiento de la Palabra de Dios. Si usted tiene un
predicador que está haciendo eso, usted debe apoyarle, amigo oyente. Eso era lo que se hacía en
la iglesia primitiva. Pero aquí tenemos a este hombre, Diótrefes y él es un hombre que se da
muchas ínfulas, es pretencioso, es vanaglorioso. Marcha de un lado a otro como un pavo real,
todo inflado. Tiene una ambición pretenciosa, arrogante. Es una persona muy engreída, y esto es
lo que le caracteriza. Él era una de esas personas que había que recibir con mucha pompa. Él
entraba con un gran resplandor de gloria. Y así es como se nos presenta a este hombre Diótrefes.

Ahora, al decir todo esto, amigo oyente, nos preguntamos si usted reconoce a esta persona,
porque, hay muchos como él en las iglesias del día de hoy. Usted notará que Juan presenta cinco
acusaciones contra este hombre. Él es culpable de estas cinco cosas. En primer lugar, él quería

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ocupar un lugar de privilegio en la iglesia. Número dos: él se negaba a recibir a Juan. Número
tres: él había pronunciado palabras malignas contra los Apóstoles. Número cuatro: él se había
negado a recibir a los misioneros, aquellos que estaban viajando por todo el país, y la razón es
muy obvia: él era quien quería hacer toda la enseñanza y estar siempre al frente de la
congregación. Y en quinto lugar: él había expulsado de la iglesia a aquellos que habían recibido
a los misioneros.

Es decir, que él quería ser el primer gobernante destacado de la iglesia. Aquí tenemos a un
hombre que tiene una alta opinión de sí mismo. Se exalta a sí mismo, en lugar de menguar como
debería ser. Él es un hombre que se ha formado a sí mismo, y estamos seguros que eso es lo que
él decía que era, en lugar de permitir que el Espíritu Santo fuera quien le formara, quien le
cambiara. Era una persona suficiente en sí misma, y también pensamos que se admiraba a sí
mismo. Era una persona de voluntad propia; era una persona satisfecha, con confianza en sí
mismo, pensaba que él era el único que podía hacer todas las enseñanzas y toda la predicación en
ese lugar. No necesitaba que nadie más viniera a ayudarle.

Bueno, en las iglesias de hoy, amigo oyente, hay hombres como este, quieren estar al frente
de las iglesias. Hay muchos hombres que aparecen como algo, aparentan ser personas muy
piadosas, pero lo que tratan de hacer es dirigir la iglesia. Y uno puede identificarlos en muchas
iglesias. Hay personas que pueden hacer cualquier cosa para poder gobernar. Para ellos hay
solamente un lema: o gobernar o arruinar. Es una clase de gente que arruina una iglesia detrás de
la otra. Ya que son un pequeño grupo o una persona en algunos casos como este Diótrefes,
quienes aman el tener el primer lugar.

Ahora, vamos a decir algo aquí que quizá pueda parecer demasiado duro. Hay personas que
tienen buenas intenciones, pero que disfrutan mucho de ocupar un lugar de importancia en la
iglesia, que disfrutan de estar siempre al frente de un grupo de personas. En su mayor parte son
personas que ignoran lo que la Biblia enseña. Conocen muy poco en cuanto a la Palabra de Dios,
pero gustan mucho de hablar y muchas veces hablan diciendo cosas que no tienen sentido;
expresan pensamientos que no tienen una base bíblica, y luego estas personas se preguntan por

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qué la iglesia está perdiendo sus miembros. Se preguntan por qué la iglesia no crece, por qué la
gente no asiste a los servicios. Bueno, es algo muy evidente.

Y hay otras personas, hombres que quieren guardar silencio dentro de la iglesia. Usted
recordará que el Apóstol Pablo dijo en su epístola a los Tesalonicenses que debían guardar
silencio en la iglesia. Pero hoy nosotros estamos tratando de enseñar a los jóvenes a que hablen.
Lo que deberíamos enseñarles, amigo oyente, es que guarden silencio; porque hemos notado que
los mayores, los adultos, quieren hablar, y a veces hablan demasiado. Amigo oyente, nosotros no
deberíamos hablar en la iglesia, a no ser que tengamos algo que decir, y que tengamos algo que
decir de parte de Dios. Hay muchos que gustan pasar al frente a decir algo. Y nosotros
queremos decir algo ahora, que quizá provoque que muchos oyentes nos dejen. Pero estamos
hablando acerca de Diótrefes, amigo oyente, y nos hemos encontrado con muchos Diótrefes, y
con muchas señoras Diótrefes también. Hay ciertas personas que no deberían ser vistas al frente.
Hay ciertas personas que no deberían ponerse al frente a cantar en la iglesia porque no traen
gloria a Dios en realidad. Hay personas que eligen unos himnos y canciones para cantar que
realmente perjudican el servicio, en lugar de ser una ayuda para ese servicio. Amigo oyente,
quizá estemos hablando a alguna persona que sea como ésta, y si es así, usted debería examinar
su propio corazón ante Dios antes de ponerse de pie delante de la iglesia, antes de comenzar a
hablar, especialmente cuando hay algunos que cantan y tienen algo que decir, antes de cantar.
Hemos visto que a veces entonan cánticos que no tienen ningún mensaje, y muchas de estas
personas quieren decirnos de lo que van a cantar. Amigo oyente, si usted tiene un cántico que ya
tiene un mensaje, ese es todo el mensaje que tendría que presentar. Y queremos decir que nos
preocupa mucho el que ocurra esto en la iglesia. Si usted ha tenido la oportunidad de ver cómo
se filma una película, habrá notado que hay escenas que se filman muchas veces, se filma tantas
veces como sea necesario para que la escena que se presenta salga correcta, salga bien. Quizá
uno puede cansarse de ver cómo estas personas trabajan para que todo salga bien. Pero, uno
puede pensar que, si el pueblo de Dios en la iglesia trabajara así de duro para hacer algo que se
va a presentar en la iglesia que le lleve gloria al nombre de Cristo, entonces merece que se le dé
lo mejor que tenemos para hacerlo. Así es que, si usted amigo oyente, gusta de tener el primer
lugar, debe preguntarse ¿por qué está ocupando ese lugar? ¿Por qué está al frente de la iglesia?

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¿Por qué canta usted? ¿Ama usted el primer lugar? ¿Está usted haciendo esto para la gloria de
Dios? Eso también puede referirse a los ministros. Todos nosotros necesitamos escudriñar
nuestros corazones. Dijimos antes que Juan iba a hablarnos directamente, y quizá pisarle los pies
a algunos, pero todos nosotros debemos analizar nuestros corazones. ¿Por qué estamos haciendo
esto? ¿Lo estamos haciendo para la gloria de Dios?

Bien, amigo oyente, vamos a dejar nuestro estudio en este punto. Y es un buen lugar para
dejarlo hoy, porque Dios mediante, en nuestro próximo programa, vamos a considerar a un
hermano realmente maravilloso. Contamos pues, con su siempre valiosa sintonía.

Mientras tanto, le recordamos leer una vez más todo este pequeño capítulo de la Tercera
Epístola del Apóstol Juan para estar familiarizado con su contenido. En nuestro próximo estudio
pondremos punto final a esta corta epístola y confiamos que sea de bendición para usted el haber
seguido paso a paso las directrices dadas por el Apóstol Juan. Las notas y bosquejos que
enviamos a nuestros oyentes serán de gran ayuda en su estudio personal de la Palabra de Dios. Si
no ha solicitado todavía este material, le urgimos a que lo solicite tan pronto termine el programa
de hoy. Cuando nos escriba, recuerde anotar con todo cuidado sus nombres y dirección
completos y en orden, usando de preferencia letra de imprenta lo que nos facilitará entender sus
datos personales y poder enviarle sin demora a su dirección, las notas y bosquejos sin costo
alguno para usted. Escríbanos pues, a la brevedad que le sea posible, Será entonces, hasta
nuestro próximo programa, amigo oyente, es nuestra oración ¡que Dios le bendiga en forma
maravillosa!

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