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Pero en este ejemplo cabe reparar aún en otro factor, tan

llamativo que estorba entender la técnica. Podría llamarse


«caracterizador» a este chiste; se empeña en ilustrar con
un ejemplo la mezcla de desfachatez mentirosa y prontitud
de ingenio [Wiíz] que caracteriza al casamentero. Pero ve-
remos que esta no es sino Ja parte visible, la fachada de!
chiste; su sentido, es decir, su proposito, es otro. Dejamos
también para más adelante ensayar su reducción.""
Tras estos ejemplos complejos y de difícil análisis, nos de-
parará otra vez satisfacción poder discernir en un caso un
modelo totalmente puro y trasparente de «chiste por des-
plazamiento». Un pedigüeño '•'•' hace al rico barón un pedido
de ayuda en dinero para viajar a Ostende; aduce que los
médicos le han recomendado baños de mar para reponer su
salud. «Bueno, le daré algo —dice el rico—; pero, ¿es
necesario que viaje justamente a Ostcndc, el más caro de
los balnearios?». — «Señor barón —lo corrige aquel—,
en aras de mi salud nada me parece demasiado caro». —
Un correcto punto de vista, sin lugar a dudas, aunque no
para el Schnorrer. La respuesta fue dada desde el punto
de vista de un hombre rico. Y aquel se com[)orta como si
fuera su propio dinero el que debe sacrificar en aras de
su salud, como si dinero y salud correspondieran a la misma
persona."'

[7]
Retomemos el tan instructivo ejemplo del «salmón con
mayonesa». De igual manera, volvía hacia nosotros un lado
visible donde se ostentaba un trabajo lógico, y mediante el
análisis averiguamos que esa logicidad tenía que esconder
una falacia, a saber, un desplazamiento de la ilación de pen-
samiento. Desde aquí nos gustaría, aunque sólo fuera si-
guiendo el enlace por contraste, tomar conocimiento de
otros chistes que, totalmente al contrario, mostraran sin
disfraz un contrasentido, un disparate, una estupidez. Te-
nemos la curiosidad de averiguar en qué podría consistir la
técnica de estos chistes.
Comienzo por el ejemplo más fuerte y a la vez más puro
de todo el grupo. Es, nuevamente, un chiste de judíos:
"" Cf. infra, capítulo I I I [págs. 99 y sigs.]
'•• {«Schnorrer»; en la jerga judía, holgazán, individuo que vive a
expensas de los demás.)
•'•' [Este chiste vuelve a mencionarse iijfrj, pág. 106.]
Itzig ha tomado plaza en la artillería. Sin duda se trata
fie un mozo inteligente, pero es indócil y carece de interés
por el servicio. Uno de sus jefes, que siente simpatía por
él, lo lleva aparte y le dice: «Itzig, no nos sirves. Quiero
darte un consejo: Cómprate un cañón e independízate».
El consejo, que puede hacernos reír de buena gana, es
un manifiesto disparate. Es claro que no hay cañones en
venta, y un individuo no podría independizarse como regi-
miento —<:establecerse», por así decir—. Pero no podemos
dudar ni un momento de que ese consejo no es un mero
disparate, sino un disparate chistoso, un excelente chiste.
r-;Por qué vía, pues, el disparate :;e convierte en chiste?
No necesitamos reflexionar mucho tiempo. Por las elu-
cidaciones de les autores, que hemos consignado en nuestra
«Introducción» [pág. 1 4 ] , podemos colegir que en ese sin-
scntido ¡disparate) chistoso se esc(;nde un sentido, y que
este sentido dentro de !o sin sentido convierte al sin::entido
en chiste. F-.n nuestro ejemplo es fácil hallar el sentido. El
oficial que da al artillero Itzig ese consejo sin sentido sólo
se hace el tonto para mostrar a Itzig cuan tonta es su con-
ducta. Copia a Itzig: «Ahora te daré un consejo que es
exactamente tan tonto como tú». Acepta y retoma la ton-
tería de Itzig y se la da a entender convirtiéndola en base
de una propuesta que no puede menos que responder a los
deseos de íizig, pues si este poseyera cañones propios y
cultivara por su cuenta el oficio de la guerra, ¡cuan titiles
le serían su inteligencia y su orgullo! ¡(>ómo mantendría en
condiciones sus cañones y se familiarizaría con su mecanis-
mo para salir airoso de la competencia con otros poseedores
de cañones!
Interrumpo el a.nálisis del presente ejemplo para pesqui-
sar este mismo sentido de lo sin sentido en im caso man bre-
ve y simple, pero menos flagrante, de chiste disparatado.
«No haber nacido nimca sería lo mejor para los morta-
les».'- «Pero —prosiguen los sabios de Flie^ende Blat-
ter—''•' entre 100.000 personas difícilmente pueda suceder-
le a una».
El agregado moderno a la vieja sentencia es un claro dis-
parate, más tonto aún por el «difícilm.ente», en apariencia
cauteloso. Pero al anudarse a la primera frase como una li-
mitación correcta sin disputa, puede abrirnos los ojos para
advertir que aquella sabiduría escuchada con reverencia
tampoco es mucho más que un disparate. Quien nunca nació

•''-' [Citii del rcltito ;!nónimo sobre la justa entre Homero y Ile.síodo,
sección 316.]
•"'•' [Célebre semanario hi!mo''ístico.l

?;>
no es una criatura humana; para ese no existe lo bueno ni
lo mejor, Lo sin sentido en el chiste sirve entonces aquí para
poner en descubierto y figurar otro sinsentido, tal como
en el ejemplo del artillero Itzig.
Puedo agregar aquí un tercer ejemplo que por su conte-
nido difícilmente merecería la detallada comunicación que
exige, pero justamente vuelve a ilustrar con particular niti-
dez el empleo de lo sin sentido en el chiste para figurar
otro sinsentido:
Un hombre que debe partir de viaje confía su hija a un
amigo con el pedido de que durante su ausencia vele por su
virtud. Meses después regresa y la encuentra embarazada.
Desde luego, se queja a su amigo. Este hace vanos esfuer-
zos para explicarse hi desgracia. «Pero, ¿dónde ha dormi-
do?» — pregunta al fin el padre. — «En el mismo dormi-
torio que mi hijo». — «¿Y cómo pudiste hacerla dormir en
la misma habitación que tu hijo, después que tanto te en-
carecí su tutela?». — «Es que había un biombo entre ellos.
Ahí estaba la cama de tu hija, ahí la cama de mi hijo, v
entre las dos el biombo». — «¿Y si él dio la vuelta al biom-
bo?». — «A menos que sea eso —responde el otro pensati-
vamente—. . . Así sería posible».
De este chiste, de muy bajo nivel por sus otras cuulida-
des, obtenemos con la m.iyor facilidad su reducción. Es
evidente que esta rezaría: « \ ' o tienes ningún derecho a que-
jarte. ¿Cómo puedes ser tan tonto de dejar a tu hija en una
casa donde no podrá menos que vivir en la permanente com-
pañía de un mozo? ¡(^omo si un extraño pudiera vigilar en
tales condiciones la virtud de una muchacha!». La aparente
tontería del amigo tampoco aquí es otra cosa que el espeja-
miento de la tontería del padre. Por la reducción hemos eli-
minado la tontería en el chiste y, con ella, al chiste mismo,
Pero no nos hemos desprendido de! elemento «tontería»
como tal: encuentra otro sitio dentro de la trabazón de la
frase reducida a su sentido.
Ahora podemos intentar reducir también el chiste de los
cañones. El oficial tendría que decirle: «Itzig, yo sé que tií
eres un inteligente hombre de negocios, Pero te digo que
cometes una <¿ro.n tontería no viendo que en r.suntos mili-
tares las cosas no pueden ser como en los negocios, donde
cada quien trabaja para sí y contra los demás. En la vida
militar es preciso subordinarse y cooperar».
Por t;'nto, la técnica de los chistes disparatados que he-
mos citado hasta aquí consiste realmente en la presentación
de algo tonto, disparalado, cuyt) sentido es la ilustración, la
figuración, de algima otra cosa tonta y disparatada.

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¿Tiene siempre este significado el empleo del contrasen-
tido en la técnica del chiste? H e aquí otro, ejemplo, que
responde por la afirmativa;
Cierta vez que Poción fue aplaudido aprobatoriamente
tras un discurso, se volvió hacia sus amigos y preguntó:
«Pero, ¿qué tontería he dicho?».
Esta pregunta suena como un contrasentido. Pero ense-
guida comprendemos su sentido. «¿Qué he dicho que pueda
gustarle a este pueblo tonto? Su aprobación en verdad de-
bería avergonzarme; si ha gustado a los tontos, no puede
ser algo muy inteligente».
Pero otros ejemplos pueden enseñarnos que el contra-
sentido muy a menudo se usa en la técnica del chiste sin el
fin de servir para la figuración de otro sinsentido.
Un conocido profesor universitario, que suele'sazonar con
algunos chistes su árida disciplina, es congratulado por el
nacimiento de su hijo menor, que le ha sido dado siendo él
ya de avanzada edad. «Sí —replica a quienes lo felicitan—,
es asombroso lo que pueden conseguir las manos del hom-
bre». — Esta respuesta parece particularmente disparatada
y fuera de lugar. E)e los hijos se dice que son una bendición
de Dios, en total oposición a las obras de la mano del hom-
bre. Pero enseguida se nos ocurre que esta respuesta tiene
sin embargo un sentido, y sin duda obsceno. Ni hablar de
que el padre feliz quiera hacerse el tonto para designar co-
mo tales a otras cosas o personas. La respuesta en aparien-
cia carente de sentido nos produce sorpresa, desconcierto,
como dirían los autores. Ya sabemos [cf. págs. 14-5] c^ue es-
tos derivan todo el efecto de tales chistes de la alternancia
de «desconcierto e iluminación». Luego intentaremos [pág.
126] formarnos un juicio sobre ello; ahora nos contenta-
mos con destacar que la técnica de este chiste consiste en
la presentación de eso desconcertante, sin sentido.
Entre estos chistes de tontería ocupa un lugar particular
uno de Lichtenberg:
«Le asombraba que los gatos tuvieran abiertos dos agu-
jeros en la piel justo donde están sus ojos». Asombrarse por
algo obvio, algo que en verdad no es sino la exposición de
una identidad, por cierto no es otra cosa que una tontería
[cf. infya, pág. 8 8 ] . Recuerda a una exclamación de Mi-
chelet,'' entendida en serio. La cito de memoria: «¡Cuan
magníficamente ha dispuesto las cosas la naturaleza que el
hijo, tan pronto viene al mundo, encuentra ya una madre
dispuesta a acogerlo!». La frase de Michelet es una tontería

'•* La ¡emme [I860].

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real, pero la de Lichtenberg es un chiste que se vale de la
tontería para algún otro fin, un chiste tras el cual se esconde
algo. ¿Qué? En este momento todavía no podemos in-
dicarlo.

[8]
En dos grupos de ejemplos hemos averiguado ya que el
trabajo del chiste se vale de desviaciones respecto del pen-
sar normal —el desplazamiento y el contrasentido— como
recursos técnicos para producir la expresión chistosa. Es una
justificada expectativa que también otras falacias puedan
hallar el mismo empleo. Y en efecto cabe indicar algunos
ejemplos de esta índole:
Un señor llega a una confitería y se hace despachar una
torta; pero enseguida la devuelve y en su lugar pide un
vasito de licor. Lo bebe y cjuiere alejarse sin haber pagado.
El dueño del negocio lo retiene. «¿Qué quiere usted de
mí?». — «Debe pagar el licor». — «A cambio de él ya le
he dado la torta». — «Tampoco la ha pagado». — «Pero
tampoco la he comido».
También esta pequeña historia muestra la apariencia de
una logicidad que ya conocemos como fachada apta para
una falacia. Es evidente cjue el error consiste en c|ue el as-
tuto cliente establece entre la devolución de la torta y su
cambio por el licor un vínculo inexistente. La situación se
descompone más bien en dos procesos que para el vendedor
son independientes entre sí, y sólo en el propósito del com-
prador mantienen el nexo de sustitución. Ha tomado y ha
devuelto primero la torta, por la cual en consecuencia nada
debe; luego toma el licor, que debe pagar. Puede decirse
que el cliente emplea en doble sentido la relación «a catnbio
de»; más correctamente, por medio de un doble sentido
establece una conexión que de hecho no es sosteniblc''
Esta es la oportunidad para confesar algo que no carece

•'^ [No/a agregada en 1912; ] Una técnica de disparate semejante


resulta cuando el chiste quiere inantener en pie una conjunción que
aparece cancelada por las particulares condiciones de su propio con-
tenido. Tal, por ejemplo, en Lichtenberg: «Cuchillo sin hoja, al que
le falta el mango». [Esto vuelve a explicarse en un pasaje de «Con
tribución a la historia del movimiento psicoanalítico» ( I 9 1 4 Í ¿ ) , AE,
14, págs. 63-4.] También, el chiste referido por Von Falke [1897, pág.
271]: «¿Este es el lugar en que el duque de Wellington pronunció
aquellas palabras?». — «Sí, este es el lugar, pero nunca pronunció
esas palabras».

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