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Para Nestor Braidot

Karpov en Buenos Aires

22/09/2005 – Karpov fue invitado por la Asociación Miguel Najdorf para la inauguración del
XVI festival de ajedrez - que comenzó el viernes 16 en el Shopping Abasto - y que se
extendió hasta el martes 20. El ex campeón mundial reconoce que esta vez su andanza
sostiene una misión: alentar la promoción y práctica del ajedrez en el país. Por eso su agenda
carga una gran actividad, incluye desafíos con jóvenes y adultos en esta ciudad y distintos
puntos del país, distinciones y reconocimientos e incluso una exhibición a ciega (de espalda
al tablero) frente al astro del fútbol, Diego Maradona, el lunes 19 por TV. En el cierre del
Festival Miguel Najdorf disputó una exhibición simultánea ante seis jugadores más dos
invitados: Gastón Needleman y Diego Flores, Campeón Argentino 2005. Karpov venció 4 a
2; derrotó a Flores, Hungaski y Massaferro e hizo tablas con Kovalyov y Della Morte. ¡Solo
cayó ante Needleman! Bonito reportaje ilustrado por Carlos Ilardo...

En el Torneo de Ajedrez celebrado en la Galería Abasto en el mes de septiembre de


2005, donde participó el ex campeón mundial: Anatoly Evgenievich Karpov, me
encontraba en primera fila frente a él. Tardó 20 minutos en pensar la jugada que le dio
el triunfo en la partida y también en el torneo. Mientras él pensaba, yo le comenté a
quien estaba a mi lado, que jugaría caballo - 4 alfil. Este señor hizo un gesto de molestia
por mi “insolencia” de adivinar la jugada que realizaría. Cuando Karpov realizó esta
jugada, este señor se apartó del lugar, ya que en vez de felicitarme, me había
ridiculizado con su actitud. Cuando averigüé quién era, me dijeron que era un gran
maestro de ajedrez argentino, de apellido judío, cuyo nombre no recuerdo.

Yo era destacado jugador de ajedrez en Ramos Mejías, a los 13 años, participé de un torneo
de simultáneas en el Club Estudiantil Porteño. Éramos 33 jugadores, yo casi un niño, que por
mi altura, a penas sobresalía del tablero. El reciente campeón argentino Carlos Guimard, que
había triunfado sobre Grau un mes antes, era el desafiante. Para el campeón yo era un niño
casi insignificante como jugador y cuando pasaba por mi mesa, a penas si miraba el tablero,
jugaba y salía caminando. Observé la ligereza con que me trataba y le preparé una
celada que si no la descubría, en dos jugadas perdía una Torre. Llegó, jugó casi sin
mirar, caminó cinco pasos y volvió cuando tomó conciencia de la jugada, que
irremediablemente le haría perder la Torre. Yo, con toda ingenuidad y buena fe, le dije:
maestro, ¿quiere volver la jugada y hacer otra? No me di cuenta que para el campeón eso
significaba un agravio. Volvió, se sentó frente a mí y los doscientos espectadores
rodearon la mesa. El intendente del Club hacía apartar a los jugadores para que se
sospechara que me indicaban las jugadas. Efectivamente, en dos movidas, el campeón
Guimard perdió la Torre, y desde entonces, se sentaba frente a mí, esperando un error
de mi parte por el estado de ánimo que me embargaba; pero no fue así y le gané la
partida. Al inclinar la torre, reconociendo la derrota, a penas si me dio la mano, sin
felicitarme. De los 33 jugadores, hizo dos tablas (empate) con jugadores de primera
categoría y ganó las restantes partidas. ¡Solamente experimentó una derrota con un
casi niño de 13 años!
En Ramos Mejías fui un jugador destacado y celebrado, hasta los 16 años, participando con
éxito en varios torneos, incluso, el organizado en el Diario Noticias Gráficas, de proyección
nacional, con la promesa de que el campeón sería financiado para participar en un torneo a
celebrarse en Roma.
A los 16 años leí un artículo de Albert Einstein, publicado en la revista Selecciones, donde
no aconsejaba a los intelectuales, jugar al ajedrez, porque cansaba al cerebro, dentro de una
atmósfera cubierta por el humo del cigarrillo. Y yo considerándome intelectual, dejé de
jugar, de lo que no me arrepiento.
Esta digresión la realizo porque cuando relato mi experiencia con Karpov, me dicen:
vos jugabas al ajedrez bien y acertaste la jugada, pero yo se, que no pensé cuál sería la
jugada. Además, en ajedrez, podían ser 100 o mil las jugadas posibles.
TENGO LA CONVICCIÓN DE QUE CAPTÉ EN EL ÁUREA DE KARPOV, LO QUE ÉL
ESTABA PENSANDO, QUE ME LO TRANSMITIÓ.
Pienso que muchas personas pueden desarrollar la capacidad de captar el pensamiento
del otro y esa es una inquietud que quiero desarrollar.

Otra experiencia singular como esta, la tuve con mi hermana Carlota, que me acompañó en
el trabajo, en la oficina, durante 30 años. Una noche, cuando se retiró el personal, me dijo
que debía informarme algo muy grave. Le dije: está bien Carlota, siéntate. Y en ese
momento la miro y le digo: tienes un tumor en el seno izquierdo. Ella reaccionó exclamando:
¡cómo puede ser que Claris -la hija- te lo haya contado, si yo le dije que te lo quería
transmitir personalmente! Le juré por lo más sagrado que nadie me había manifestado nada.
Lo que ocurrió, como en el caso de Karpov, es que yo capté en su Áurea, lo que me quería
contar.
Esta inquietud repetida en otras ocasiones la manifesté en un grupo de amigos donde uno de
ellos tenía intimidad con el Presidente Carlos Menem y me dijo que él también tenía la
capacidad de captar el pensamiento de otros y que se instruía por un técnico psicológico que
se encontraba en una ciudad del sur de Buenos Aires, que podría ser Wilde, que iba a
averiguar y me iba a dar el dato para que yo lo viera.
El hecho no ocurrió y perdí la oportunidad. No obstante, traté al presidente Menem en varias
ocasiones mientras ejercía su mandato. Él practicaba golf con un profesor que era el
Presidente de la Asociación de Profesionales de Golf. Al lado de él también practicaba su
hermano, Presidente de la Cámara de Senadores: Eduardo Menem. Y tenía 5 custodios que
ya los reconocía. Por tener la gatera al lado de la de él, me abrazaba cuando llegaba y besaba
a mi esposa Raquel. En confianza, le dije: Presidente, no tire tan seguido las pelotas,
concéntrese en cada tiro, le voy a obsequiar un libro que se llama Zen en el arte del tiro con
arco, de Eugen Herrigel. Cuando el profesor de Menem escucha, exclama: ¡ese libro lo
tengo yo como cabecera en mi cama! Le traje el libro, se lo dediqué pensando que quizás no
lo leería nunca, pero cuál fue mi sorpresa, que a las pocas semanas, un jugador amigo de
Menem en la residencia presidencial de Olivos, me informó que el presidente le comentó
temas del libro.

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